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El Catoblepas, número 11, enero 2003
  El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 2
Rasguños

Sobre el concepto de
«memoria histórica común»

Gustavo Bueno

Intervención en la presentación del libro De Bilbao a Oviedo pasando por el penal de Burgos (Pentalfa 2002), memorias políticas de José María Laso, en la Sala Príncipe del Ayuntamiento de Oviedo, el 20 de diciembre de 2002

José María Laso Prieto, De Bilbao a Oviedo pasando por el penal de Burgos, Pentalfa, Oviedo 2002, 331 páginas No considero necesario reexponer en esta intervención, que es al mismo tiempo un homenaje a José María Laso, las ideas que figuran en el prólogo a sus memorias, puesto que se supone que todos los presentes pueden leerlo.

Me parece en cambio más oportuno hacer algunas reflexiones sobre el concepto de «memoria histórica», que estos días va y viene, no solamente en los medios asturianos, sino también en los medios nacionales.

Es evidente que el «recuerdo» de los hechos históricos, como los recuerdos que constan en la memorias de José María Laso, es el recuerdo selectivo de los hechos históricos, y por tanto parcial o partidista. Y precisamente para tratar de eliminar o atenuar esta condición es por lo que a nuestro juicio se ha inventado el pseudoconcepto de «memoria histórica común», para presentar como imparciales y objetivos los recuerdos que a todas luces se abren paso tras los años de amnesia determinada por la transición democrática. E incluso se ha constituido una institución encargada del cuidado de la «memoria histórica», y lo que es más sorprendente aún, de su recuperación (concepto este que implica, si es que quiere ser concepto, que existe una memoria histórica objetiva, parcialmente perdida o eclipsada, y que por ello necesita ser recuperada, no ya construida).

Se trata de la ARMH Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Izquierda Unida y el Partido Socialista Obrero Español presentaron formalmente al Congreso de los Diputados, del 9 de septiembre al 4 de octubre de 2002, proposiciones no de ley en esta dirección (el día 28 de octubre de 2001 la ARMH había encontrado en Prioranza del Bierzo, León, los cuerpos de trece republicanos fusilados y enterrados en campo abierto el 13 de octubre de 1936).

Por ello los socialistas de la monarquía democrática exhortaron a los administradores públicos «a coordinarse y cooperar con los medios materiales y humanos necesarios para facilitar la exhumación, identificación y enterramiento de las víctimas de la Guardia Civil que por defender los valores republicanos fueron asesinados y enterrados sin identificar en fosas comunes».

Por consiguiente constatamos ya con claridad que la memoria histórica se aplica selectivamente al contexto de la recuperación de los huesos de los fusilados por Franco en la Guerra Civil o en la postguerra, enterrados en fosas colectivas y anónimas; recuperación reivindicativa puesto que, se dice, los fusilados y asesinados pertenecientes «a la parte de Franco» ya recibieron sus honores en el Valle de los Caídos.

Y aquí no entramos en la cuestión de la oportunidad y legitimidad de la operación de desenterrar a los fusilados del «bando republicano» (algunas veces la recuperación no se ha hecho físicamente, sacando los huesos de las fosas, sino simbólicamente, poniendo sobre las fosas los nombres de quienes descansan en ellas). Se trata de analizar qué pueda significar el que esa recuperación se haga en nombre de la «memoria histórica».

«Memoria histórica» es un concepto espúreo, sobre todo cuando él pretende tener como referencia el supuesto (metafísico) «archivo indeleble» cuya custodia estaría encomendada al género humano; y que es susceptible de eclipsarse ante los individuos, dotados de una memoria más flaca. Por ello estos tendrán que «recuperar» una memoria histórica común, objetiva, que se supone ya organizada, aunque oculta (ocultada) a la espera de ser desvelada o recuperada. Por ello, la «recuperación de la memoria histórica» puede tomar la forma de una reivindicación: porque se supone que el eclipse de esa memoria histórica, que se sustenta en el seno del género humano, o en la sociedad, no es casual sino intencionado.

No se trata de una amnesia, sino de una ocultación, por quienes quieren «enterrar el pasado». Lo que ocurre es que si no hay amnesia tampoco tendría que haber memoria.

El concepto de «memoria histórica» pretende remitirnos, por tanto, a un sujeto abstracto (la Sociedad, la Humanidad, una especie de divinidad que todo lo conserva y lo mantiene presente) capaz de conservar en su seno la totalidad del pretérito que los mortales del presente deben descubrir. Esta memoria histórica tiende a ser una memoria histórica total, que se aproxima a lo que pudiera ser la memoria eterna de quien vive las cosas tota simul et perfecta possesio.

Pero este sujeto abstracto, receptáculo de la memoria histórica no existe, es un sujeto metafísico. No hay «memoria histórica».

La Historia, sencillamente, no es memoria, ni se constituye por la memoria. Es esta una metáfora muy vieja, sin duda, canonizada por el canciller Bacon de Verulamio, cuando clasificó a las ciencias en función de las «facultades intelectuales» que él consideró esenciales: Memoria, Imaginación, Razón. Así, la Historia sería el producto de la Memoria; la Poesía de la Imaginación y la Filosofía, junto con las Matemáticas, de la Razón.

Esta ocurrencia de Bacon, sin perjuicio de su ramplonería psicologista, fue tomada en serio por d'Alembert, en el Discurso preliminar de la Enciclopedia, que la hizo doctrina común entre las gentes de letras, incluidos a los políticos y a los historiadores.

Pero la Historia, en lo que tiene de ciencia, no es efecto de la memoria, ni tiene que ver con la memoria más de lo que tenga que ver la Química o las Matemáticas. La Historia no es sencillamente un recuerdo del pasado. La Historia es una interpretación o reconstrucción de las reliquias (que permanecen en el presente) y una ordenación de estas reliquias. Por tanto la Historia es obra del entendimiento, y no de la memoria.

La memoria (y el recuerdo, como la amnesia) tiene como referencia y soporte al cerebro humano (singular) de cada hombre. La memoria, por tanto, sólo puede conservar aquello que cada hombre singular ha experimentado o vivido, dejando aparte su herencia genética. Por tanto la memoria tiene como ámbito aquella parte del mundo envolvente que le ha afectado, la memoria episódica (es decir, aquella memoria mediante la cual las cosas recordadas del mundo mantienen la referencia al instante de la trayectoria biográfica de quien está recordando). Otra cosa es la llamada memoria semántica, que tiene que ver con el lenguaje, con la ciencia, con la «razón».

Nadie puede tener memoria, por lo tanto, de algo que anteceda a su vida propia. Y por ello la Historia no se reduce a la memoria. Nadie puede «recordar» la historia de Amenophis IV, el faraón descubierto por los egiptólogos, a partir de las reliquias (templos, estatuas, jeroglíficos) que siguen existiendo en el presente. Sólo un impostor o una impostora (acaso un demente) puede decir que tiene memoria histórica del faraón Amenophis IV, porque dice recordar, tras un ejercicio de «regresión hipnótica», haber sido una de sus concubinas.

La distinción fundamental hay que ponerla en la propia memoria cerebral, como distinción entre memoria individual y memoria personal. Es decir, la distinción entre el individuo y la persona, que son conceptos conjugados, aplicada a la memoria.

La memoria individual tiene como materiales propios los recuerdos de la vida privada, familiar o biológica; la vida que está fuera de la historia, la vida que estudia el psicólogo.

La memoria personal es la que tiene como material a los recuerdos de la vida propia pero en relación con la vida pública (política, científica, artística, profesional). La persona implica siempre a un grupo de personas, necesariamente dadas en sucesión histórica. Dicho de otro modo, la memoria personal tiene siempre que ver con la historia. La memoria personal es necesariamente histórica, y por tanto la memoria histórica no es sino un modo de designar, de modo redundante, a la memoria personal.

Y entonces ocurre que la memoria histórica o personal es necesariamente parcial y partidista, porque una persona es sólo una parte de la historia. Y la biografía es importante para la historia en la medida en que ella es una reliquia, una parte más a interpretar.

La memoria histórica personal es el recuerdo del mundo histórico que a cada cual, o a su grupo, le ha tocado vivir, especialmente en un sentido activo. El peligro por tanto de la pretensión de convertir las memorias personales (o del grupo de personas), necesariamente parciales (partidistas), en memoria histórica objetiva o total es evidente. En realidad se trata de una pretensión reivindicativa. ¿Qué quiere decir la «memoria histórica» de los sucesos de octubre de 1934 en Asturias? ¿Qué es «memoria histórica» del proyecto de invasión de las guerrillas, a través del Pirineo, en 1945? ¿Qué es «memoria histórica» de la transición democrática? ¿Quién se atrevería a afectar imparcialidad científica en esta «memoria histórica» por antonomasia, para los españoles del presente?

La memoria histórica, en cuanto memoria personal, subjetiva o de grupo que es, tiene siempre un componente reivindicativo. Y no digo que la reivindicación no deba hacerse, digo que no debe hacerse en nombre de una «memoria histórica universal», común y objetiva, puesto que la memoria histórica es siempre memoria individual, biográfica, familiar o de grupo. Y esto explica por qué la llamada «memoria histórica» se oculta: porque no es memoria sino selección partidista. La memoria histórica es a la vez damnatio memoriae. Por ejemplo, la memoria histórica, que contradictoriamente, propone borrar un retrato de Girón, ministro de Franco, de la Universidad Laboral de Gijón. Que propone retirar del callejero de una ciudad los nombres de los «golpistas» que se alzaron contra la República; una memoria histórica que por otra parte no pide eliminar los nombres de otros golpistas contra la República, los de octubre de 1934, como lo fueron Ramón González Peña o Belarmino Tomás.

Por tanto, las reivindicaciones de las memorias personales, contra todo tipo de amnesia y de amnistía, no debe hacerse en nombre de la memoria histórica común, sino en nombre o bien de la memoria individual o familiar, o bien en nombre de planes y programas políticos o científicos. Esto explica por qué la llamada «memoria histórica» no es propiamente memoria, sino selección partidista; por qué se eclipsa de modo funcional, y por qué la «memoria histórica», paradójicamente, derriba las estatuas de Lenin o de Franco. Dicho de otro modo, la memoria histórica sólo puede aproximarse a la imparcialidad cuando deje de ser memoria y se convierta simplemente en historia.

Las memorias de José María Laso, en torno a las cuales estamos todos reunidos aquí hoy, son por tanto unas verdaderas memorias históricas. Y esto es debido a que las memorias de Laso son auténticas memorias personales y no meramente memorias individuales. En las memorias de José María Laso figuran tanto los episodios de sus detenciones como los incidentes de la batalla de Kursk; porque la batalla de Kursk, por ejemplo, sin perjuicio de que haya sido objeto ulterior de las investigaciones históricas del propio Laso, constituyó no sólo un acontecimiento histórico fundamental del final de la Segunda Guerra Mundial, sino un acontecimiento que ya figuraba en la biografía de José María Laso, en los años de su formación personal y política. Estas memorias de Laso, como memorias auténticamente personales, tienen por ello un interés general, por así decir, público y no solamente privado. Una vez más podemos ver a propósito de José María Laso, un estoico de pies a cabeza de nuestros días, como lo más valioso de su vida privada o íntima es al mismo tiempo lo que ella tiene de vida pública, histórica.

 

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