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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 10 • diciembre 2002 • página 15
polémica

Crítica al
«materialismo filosófico»
de Gustavo Bueno indice de la polémica

Gonzalo Puente Ojea

Este texto apareció publicado en el libro Opus minus. Una antología,
Siglo Veintiuno de España Editores, Madrid 2002 (mayo), páginas 62-71.
Escrito en 1998, permanecía inédito, y es el origen de la polémica
que se viene manteniendo en El Catoblepas

En términos generales, el materialismo filosófico de Bueno se me antoja algo así como una imponente combinatoria de aristotelismo bien filtrado por Kant y sutilmente dialectizado por Hegel, todo ello acompañado de una portentosa erudición de cátedra y apoyado en un gran talento. Se elimina la idea aristotélica de Acto Puro, se asume la liquidación del noumeno kantiano, y se acomoda la andadura dialéctica hegeliana al proyecto de deducir la MT [materia trascendental].

El punto inicial y decisivo radica en el sesgo metafísico que adquiere su discurso ontológico tan pronto como Aristóteles pasa a desempeñar el papel fundamental. Louis Rougier, en su libro La Métaphysique et le Langage (1973), ofreció una crítica demoledora de la ontología escolástica derivada del Estagirita que a mí me parece difícilmente refutable. «Un humorista –escribe Rougier– ha podido declarar: 'La historia de la filosofía no es más que una serie continuada de juegos con la palabra ser'. La ironía es en gran parte verdadera aplicada a la filosofía occidental. No lo sería aplicada a la filosofía china, pues en chino no hay signos para designar el Ser y la Nada. La ontología escolástica y el existencialismo serían allí cosas impensables.» Rougier recuerda la frase lapidaria del gran lingüista Émile Benvéniste: la idea del Ser «es un hecho de lenguaje». Transformando el uso del verbo ser (típico del lenguaje apofántico) en una forma sustantivada o pronominal, es decir, anteponiéndole el artículo definido, se comenzó a jugar con este lexema y a atribuirle alternativamente un triple sentido: como un ser concreto, como un siendo, o como la totalidad de los seres existentes en el mundo real despojados de sus determinaciones (el ser en tanto que ser). Parménides inventó esta fabulosa mercancía, Platón la dialectizó a su modo, y Aristóteles [63] la trascendentalizó. En rigor, cualquier lenguaje puede prescindir del verbo ser en cuanto que es cópula. La mera yuxtaposición cumple esta función. Si se sigue la senda de los griegos y, como Parménides, se sustantiva el ser y seguidamente se dice que «el ser es», consumamos la tentación de hablar mediante tautologías sin el menor valor informativo. Platón quiso evadirse del monismo contra natura que le legara Parménides, pero el realismo de las Ideas es una trampa facilona. Aristóteles imaginó un conjunto de soluciones para salir de la cárcel eleática, pero no menos falaces, pues se fundan en la sustantivación nominal del verbo ser. El Ser Trascendental (ST) no pasa de ser un garlito del lenguaje, un razonamiento en círculo, una petición de principio: el ser es. Es una tautología monumental y paradigmática que carece de sentido sintáctico y de sentido semántico. No posee sentido sintáctico, pues escribir (эx) f (x) –«hay al menos una x que verifica la función f»– es ofrecer una fórmula manifiestamente constructible. En cambio, escribir эx resulta que es una fórmula patentemente inconstructible, en la que si x representa el ser como trascendental, desaparece todo sentido. Pero tampoco posee sentido semántico, ya que no hay ninguna experiencia vivida que corresponda a una aprehensión del «ser en sí». Los humanos sólo aprehenden «siendos», entes determinados, existentes, con propiedades. Aristóteles, «engañado por la lengua», sólo «rechazó la teoría de la comunicación de las Ideas», y «le fue necesario imaginar otros subterfugios» (Rougier). En Parménides, el impasse era insuperable: «el Ser es, el No-Ser no es». Aristóteles construye cuatro teorías que funcionan como arbitrarios expedientes para salir del impasse. Rougier los enumera así: teoría de las categorías y de los trascendentales; teoría del acto y la potencia; teoría de la materia y la forma; y teoría de la substancia y los accidentes. Estas teorías, presididas por el ST, son los mismos anclajes, aunque pueda variar a veces la terminología, que emplea el materialismo filosófico de Bueno: la materia como generalización de la ontología.

La ficción ontologista mediante la cual los griegos inventan la metafísica –el pensamiento de Oriente prefirió la religiosidad mística enclavada en el Todo– descansa en la idea del Ser (Ens) como instancia única e indivisible o como instancia trascendental. En efecto, el Ser como noción trascendental es el camino real para erigir la noción [64] equivalente del Todo –o del Tao, como se complace en calificarlo Salvador Pániker en su libro Filosofía y Mística (1992)– en cuanto fundamento metafísico de la mística, que conduce a la noche oscura de la irracionalidad en que vienen a sumergirse todas las singularidades como tributarias de la fantasmagórica instancia llamada Espíritu. Ahora bien, si el ST no es ningún algo en particular, ni tampoco el conjunto de todos los posibles algos en particular –en cuyo supuesto se caería en las paradojas lógicas de las clases–, entonces no es sino una abstracción verbal sustantivada sin referente real: un nomen, un flatus vocis. Hipostatizar una abstracción es –usando el lenguaje de Bueno– el colmo de la especulación metafísica cuando se trata al ST como el Todo, porque es una clamorosa tautología que no produce conocimiento. Pero la OGM [ontología general materialista] en cuanto pura indeterminación equivale al ST (= ser indeterminado, lo no particular). Por consiguiente, huir de la hipostatización metafísica lleva inexorablemente a hacer del ST y de la OGM puras abstracciones tautológicas, tomadas, en definitiva, como soportes del Todo, y de todo, a través, al dialectizarlas, de su despliegue como negatividades.

El Ser, concebido como lo Trascendental por antonomasia, es la puerta real de la Metafísica, desde Aristóteles hasta Heidegger. La teoría del regressus, de Bueno, como vía del Ego Trascendental (E) hacia la constitución de la MT [materia trascendental], se sitúa en el cauce de una ontología de fundamento metafísico. La OGM se convierte en el horizonte imaginario del trabajo de la CT [consciencia trascendental] como demiurgo de la procesión de negatividades. También Husserl, que debutó con el lema zu der Sachen selben, acabó deslizándose desde la consciencia fenomenológica hasta la consciencia trascendental, es decir, en el puro idealismo. En mi opinión, el Ser Trascendental (ST) es mera entelequia –en el segundo sentido vulgar de la Real Academia Española, o sea, algo irreal, un producto de los sueños del pensamiento; y lo mismo ocurre con la MT [materia trascendental]–. Bueno no oculta que «la idea de Materia desempeña, en la Ontología General Materialista, las funciones que corresponden a la idea del Ser en la metafísica no materialista». En ambos casos, se propone algo indeterminado, del que no puede afirmarse que exista, como la Idea que se hipostatiza. Luego, por mecanismos de deducción trascendental, se va segregando el infinito mundo de las determinaciones ontológicas –que Bueno, en homenaje a su propuesta filosófico-materialista, denomina materialidades–. [65]

El verdadero materialismo afirma sin concesiones que la materia es siempre, por definición, materia determinada, incluso en sus niveles originales y más pobres (energía); lo mismo que el ser –lo que realmente existe– es siempre ser determinado. La naturaleza no conoce más que materialidades (energía congelada, como dijo Einstein), y el término materia es la generalización «lingüística» de la clase universal de las materialidades –al margen de la paradoja de si la materia debe ser o no considerada como miembro de su clase, aunque parece evidente que la clase no puede concebirse como materia porque no posee una particular determinación identificativa–. La materia sólo existe como positividad concreta, sólo así realmente es. Hablar de MT, como una especie de producto de la Consciencia Trascendental (E), como cadena sin fin de negatividades, equivale a recaer en una dialéctica de corte hegeliano, aunque el objetivo perseguido sea diferente. El Sujeto Trascendental [Ego] va almacenando y trascendiendo dialécticamente «lo que hay», pero en forma de Ideas, o de materialidades en forma de «contenidos de conciencia». Aristóteles, de modo parcialmente análogo, inventa la supercategoría substantia para poner en marcha las positividades y transformar en realidad el Ser espectral. Bueno se habría ahorrado la operación paralela de la MT si hubiese partido de la Materia como determinación, como positividad, haciendo así superflua su ardua lucha con la noción aristotélica de substantia. La física nada sabe de sustancias –a no ser que hablemos de sustancias físico-químicas en su sentido literal–, porque la noción metafísica de sustancia, o de esencia, pertenece a un mundo que no es el suyo. La filosofía de la ciencia nada tiene que hacer con una MT [materia trascendental].

Ahora bien, «lo que hay» no es sólo entidad física detectable, sino también entidad física con las propiedades fenomenológicas peculiares de lo que tradicionalmente se llama «lo mental». Lo físico puede existir sin lo mental, pero lo mental no puede existir sin lo físico. La materia en movimiento es todo lo que hay. Esta afirmación es el núcleo definitorio del materialismo. La mente, el pensamiento, son manifestación de los más altos niveles de complejidad estructural de lo físico. En esta definición no se hipostatiza ningún elemento determinado de la materia, y aun menos la materia en general como fundamento común de lo que hay, sino que se interpreta la realidad como [66] un movimiento incesante de lo existente (la energía), sin principio ni fin conocidos. Si se desea calificar esta visión de lo real como materialismo vulgar, o como metafísica disfrazada, o como monismo cósmico, cada uno es libre de usar el lenguaje a su gusto, lo cual no significa que todos los enunciados sean fieles a la naturaleza de sus referentes. El materialismo monista (energía-materia) no sólo no es incompatible con el pluralismo epistemológico, sino que lo exige, pues la materia en movimiento (energía, vibración, masa, como indica Ignacio Careaga) entraña estructuras y niveles de complejidad que imponen relaciones o conexiones nuevas o cambiantes entre el objeto cognoscible y el sujeto cognoscente. Las facultades cognoscitivas de los seres vivos se despliegan con su propia evolución y se adecuan a los entes cognoscibles –también sometidos a procesos evolutivos–. El proceso gnoseológico no está regido por principio alguno de orden o armonía, no está constreñido por ningún despliegue ascendente o descendente de carácter jerárquico o cósmico. Las ciencias tematizan ciertas áreas de la realidad, y se constituyen, mediante su marco axiomático y metodológico respectivo, en sistemas regionales de conocimiento, obedientes a su legalidad categorial y a sus exigencias de cierre. El proceso causal de la materia configura estructuras y niveles de complejidad incesantemente diferentes, y que fenomenológicamente pueden presentarse como abiertos, diversos o contradictorios. Estas fracturas epistemológicas no quedan excluidas por la concepción del materialismo como monismo ontológico. La infinidad de materialidades en que consiste la materia son objeto del esfuerzo de explicación racional a partir de la observación, el análisis, y la experimentación, en el marco categorial de cada ciencia, sin perjuicio de que la capacidad de pensamiento reflexivo conduzca a la construcción y formulación de hipótesis especulativas (teorías, modelos) que permitan una más profunda y problemática comprensión de todo lo que hay. Pero, en esta tarea reflexiva –habitualmente entendida como «filosófica»–, los resultados de las ciencias son las pautas que marcan, a pesar de su posible problematicidad y revisibilidad, el camino del conocimiento.

El conocimiento científico no conoce la noción de una OGM como pura indeterminación y negatividad, ni la noción de una Materia Trascendental que pone en la Materia prima una ristra de negatividades interpretadas como materialidades o determinaciones. Al enfoque de la Materia-Energía como positividad en sí misma no parece lícito [67] objetarle que adolece del error de «identificar la negatividad absoluta de la Idea de Materia ontológico-general con la negación de la Materia como una Idea ontológico-general». El mero hecho de que Bueno tome la precaución de consignar esta réplica anticipada indica que se esconde aquí una grave aporía en su discurso, pues si la negatividad absoluta es lo que caracteriza a la Idea de Materia, esta última (la materia) queda finalmente nulificada al término de la arribada de un proceso en el que la Idea de Materia –y también la Materia– va perdiendo todas sus determinaciones. Así, la ontología materialista general resulta de hecho negada, y se transmuta en un referente nominal puramente imaginario de la Idea de MT. Estimo que si la Materia no es siempre y en sí misma positividad, determinación, detectable, al menos en principio, e investigable por las ciencias, entonces el materialismo carece de fundamento. La Idea de Materia indeterminada es el expediente ficticio que pone en marcha, como sucede con el ST, la especulación metafísica y la perversión idealista del ejercicio de la razón. Hegel pudo interpretar así el Ser en términos de Nada –y viceversa– mediante una confusión semántica que le venía servida desde Parménides y Aristóteles. Confundiendo el Ser en su función nominal o pronominal con el Ser en cuanto cópula predicativa, Hegel no tuvo escrúpulos en identificar el Ser con la Nada, como preludio del proceso dialéctico del Espíritu. Cuando Bueno dice que la Idea de Materia «se constituye como una idea dialéctica», los horrores de todo pensamiento metafísico se hacen de nuevo presentes.

El conocimiento es el producto de la interacción entre los objetos del mundo externo y las facultades que despliega el sistema nervioso –que es el resultado evolutivo de la más alta complejidad estructural de la materialidad física–. Este resultado evolutivo conoce discontinuidades, saltos, &c., que son investigados y categorialmente integrados por las ciencias correspondientes. La conexión de los hechos se apoya en relaciones de causalidad –que sólo obedecen al principio de condicionalidad lógica en términos contrafácticos– interpretadas en el sentido de que, a parte de la energía, nada procede de la nada sino de la existencia de la energía en movimiento y estructurada en cuantos de acción que producen cambios al azar (pero sujetos a leyes de probabilidad). Como argumenta Careaga, la oscilación vibratoria energía-masa-materia (en los límites de las leyes de la termodinámica) es el fundamento último de la realidad, como previó Einstein. Este [68] movimiento incluye oposiciones, saltos, mutaciones, &c., que no ponen en cuestión la omnipresencia de la materia-energía en sus diversos niveles de complejidad. En la investigación de todo lo que hay prima el principio del reduccionismo, aunque se cuente con dificultades insuperables para realizarlo plena y satisfactoriamente en todas las áreas y niveles de las ciencias. El éxito del conocimiento científico se medirá por el grado de capacidad reductora de propiedades emergentes que rompen sólo aparentemente el principio de conexión de los hechos en el proceso de su generación. Vivimos hoy en una rápidamente creciente era de la complejidad, porque en breve tiempo se han detectado potentísimos generadores de orden y de desorden, cuya acción se resuelve con frecuencia en nuevas complejidades estructurales creativas de orden. Estos nuevos mecanismos derivan del «comportamiento» de interacciones no-lineales, que se asocian a factores de orden mucho más clásico, como subraya el Prof. Juan Antonio Aguilera. Las contradicciones que aparecen en el estudio de la estructura de la materia, y que Bueno pone legítimamente de relieve en su notable teoría del cierre categorial en las ciencias, deben interpretarse en el contexto de la complejidad y no en el marco tradicional de un determinismo de tipo laplaciano. Ahora, el problema de la «predicción» no es sólo un problema de conocimiento y medida de las «condiciones iniciales», pues hay que añadir otras dos fuentes de incertidumbre: las descubiertas por la mecánica cuántica en las estructuras subatómicas, y las derivadas de la «impredecibilidad a gran escala», que nada tienen que ver con el principio de Heisenberg: algunos fenómenos a gran escala son predecibles y otros no lo son. Como lo expresa Aguilera, «algunos sistemas deterministas muy simples (esto es, dadas unas condiciones iniciales exactas, el futuro está absolutamente prefijado), con unos pocos elementos, pueden generar comportamientos impredecibles. La no-predecibilidad es fundamental, en el sentido de que la información no la suprime. A la no-predecibilidad así generada se le llama hoy caos». Pero se da la paradoja de que «el caos es determinista, pues está generado por reglas fijas que no encierran ningún elemento de azar... Hay que insistir en que, en principio, el futuro está enteramente determinado por el pasado, pero en la práctica la más pequeña incertidumbre se agranda, de manera que, aunque la evolución de un sistema sea predecible a muy corto plazo, no lo es en un plazo más largo». La causa de esta aparente quiebra de las predicciones deterministas [69] reside en las mencionadas interacciones no-lineales y en el crecimiento exponencial de los errores –aun mínimos– en el transcurso del tiempo. «Haría falta, para evitar [sólo en lo posible] la aleatoriedad, un conocimiento perfecto de las condiciones iniciales, cosa imposible no sólo desde un punto de vista práctico.» «En resumen –concluye Aguilera–: la mecánica cuántica afirma que las mediciones iniciales no pueden ser totalmente precisas, y el caos asegura que las imprecisiones darán muy pronto al traste con la capacidad de predecir.» Estudios matemáticos recientes indican con certeza que bajo el comportamiento errático subyacen elegantes formas que generan apariencias de azar. El determinismo inherente en el caos muestra que muchos fenómenos reputados como aleatorios son, a veces, predecibles. La teoría de los atractores explica el orden generado por procesos aleatorios, sin perjuicio de que estos mismos atractores sean también caóticos, de modo que nunca se producen exactamente los estados, casi cíclicos, previos.

En consecuencia, dilemas como o bien causalidad o bien indeterminismo, o como o sistemas abiertos o sistemas cerrados, nada tienen que ver con el principio fundamental del monismo materialista en cuanto monismo de la energía física, el cual no resulta afectado en su validez general por el pluralismo gnoseológico o epistemológico necesarios para investigar la materia. Ahora parece resucitar, en un más alto nivel del conocimiento científico, el ideal realista, causalista y determinista del pensamiento de Einstein. La energía-materia en movimiento es la realidad globalmente infinita, pero investigable como un conjunto de finitudes con sus propias legalidades naturales. Una decisión metafísica sobre si el mundo está ordenado (cosmos) o desordenado (caos), sobre si es abierto o es cerrado, sería un atentado (idealista) contra las inagotables potencias generadoras de la materia. Se trata de cuestiones que hay que resolver sin tregua en la investigación empírica, sometida a métodos científicos cada vez más refinados. Pero el principio inspirador que debe guiar el esfuerzo para conocer la naturaleza es el reduccionismo ontológico, a partir de una progresiva lectura interteorética que permita ir explicando las propiedades de los sucesivos niveles de la realidad como factores emergentes en conexión causativa con estructuras subyacentes de la materia. El emergentismo como principio que afirma la supuesta «ruptura» de la unidad fundamental de la materia no me parece válido. [70] Como es sabido, la hipótesis de las propiedades emergentes encuentra sus más furibundos defensores en quienes propugnan una visión dualista de la realidad. El binomio mente-cerebro es la forma más común de afirmar esta escisión metafísica del universo. En los últimos años, los científicos han abandonado en su inmensa mayoría los esquemas dualistas: «Es improbable –escribe el moderado filósofo Heinz R. Pagels– que exista una teoría profunda del conocimiento, a no ser que se base directamente en la estructura material real del cerebro o del ordenador». El monismo es un holismo reduccionista.

El cerebro es un sistema alejado del equilibrio, con interacciones y retroalimentaciones claramente no-lineales. Debe ser analizado, por consiguiente, desde el enfoque de la termodinámica del no-equilibrio. Como escribe el biólogo Aguilera, «en el cerebro, con multitud de 'componentes' (1011-1012 neuronas –no iguales–, cada una de las cuales viene a ser un microprocesador analógico...) y multitud de interconexiones sinápticas estructuradas entre ellas (en promedio, 103-104 conexiones por neurona), las señales se procesan en muchas redes de forma simultánea: es un sistema de procesamiento masivo de información en paralelo». El PDP (Proceso Distributivo en Paralelo) de la fisiología cerebral le otorga un poder fascinante característico de la no-linealidad. Las dificultades de simulación en el laboratorio se deben al hecho de que los ordenadores ordinarios son secuenciales y trabajan en forma seriada. Stuart Kauffman, que desarrolló las redes aleatorias de Boole, explicó las propiedades autoorganizativas de la materia. Son redes de procesamiento en paralelo (RPP). Lo cual tiene un valor mayúsculo para el origen y la evolución de la materia viva y la actividad mental. Cuando un sistema de sustancias químicas sencillas alcanza cierto grado de complejidad o interconexión, el sistema neuronal, sináptico, experimenta un cambio de fase, y las moléculas comienzan a combinarse espontáneamente, creando moléculas de creciente complejidad... Por estos mecanismos de la materia se desarrolló el sistema nervioso central y surgió la mente humana como función biológica del cerebro. Así, la explicación materialista del mundo alcanzó una cota teórica ya inexpugnable, aunque aún estemos en el comienzo de la explicación plenamente satisfactoria de la naturaleza materialista de la mente como función pensante. En definitiva, para conocer tanto las estructuras primordiales de la materia y sus componentes energéticos fundamentales, como las estructuras [71] de la mayor complejidad y su funcionamiento, son las ciencias físico-matemáticas los instrumentos indispensables. El hecho de que el sistema categorial de cada ciencia delimite las peculiaridades de una área de la realidad no comporta la necesidad de introducir el concepto metafísico (kantiano-hegeliano) de una MT (Materia Trascendental) que se despliega dialécticamente en un progressus-regressus que transita por negatividades que reconstruyen a contrapelo la Idea de la OMG como indeterminación y pasividad. El método empírico-constructivista moderado, connatural a la formalización de las ciencias, cumple una función gnoseológica que deriva de la necesidad de la razón científica de ir revelando la inagotable riqueza estructural que genera la materia en cuanto movimiento incesante de la energía, y abierta a procesos en los que caos y orden, previsibilidad e imprevisibilidad, continuidad causal y relaciones de conexión de los hechos mediante saltos y mutaciones se alternan o combinan infinitamente en un cosmos que se estructura y desestructura, y del que no puede dictaminarse filosóficamente el estado de orden o de desorden en tiempos concretos de su devenir. El monismo materialista no prejuzga respuestas a preguntas que sólo tienen sentido desde un lenguaje metafísico convencional, que es, en gran parte, la herencia intelectual de los griegos, pese a su decisiva ruptura con las concepciones mítico-religiosas del mundo.

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