Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 10 • diciembre 2002 • página 7
Ordinariamente no valoramos aquello que tenemos, que está cerca y es real, y nos subyuga aquello que nos falta, que está lejos y es posible... Frente a las huidas ofrecidas por el utopismo y el nihilismo, proponemos aquí un recorrido amable y desinhibido por algunas conquistas de la civilización occidental.
Frente al sentimiento de culpa y al desánimo, una propuesta:
¡Ten el valor de servirte de tu propia civilización!
A la memoria del filósofo norteamericano John Rawls
1
«El hijo de la moderna civilización occidental que trata de problemas histórico-universales, lo hace de modo inevitable y lógico desde el siguiente planteamiento: ¿qué encadenamiento de circunstancias ha conducido a que aparecieran en Occidente, y sólo en Occidente, fenómenos culturales que (al menos y como tendemos a representárnoslos) se insertan en una dirección evolutiva de alcance y validez universales?
Sólo en Occidente hay 'ciencia' en aquella fase de su evolución que reconocemos actualmente como 'válida'.»
Con estas palabras, célebres y memorables, comienza la Introducción del clásico de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo.{1} Como heredero, o sea, hijo, que soy de la moderna civilización occidental –de la que no me siento especialmente orgulloso, pues mi orgullo, cuando se manifiesta, concierne a lo que hago más que a lo que soy, a mi acción más que a mi ser, a mi circunstancia más que a mi identidad– me veo implicado en esta declaración y en las interrogantes que formula, las cuales si bien no prometo resolver, sí al menos procuraré ponderar en el presente artículo.
Fueron los antiguos griegos quienes descubrieron la ciencia y la filosofía al mundo y para el mundo, en efecto. Fue el veneciano Marco Polo quien se sintió atraído por China y Oriente, quien se desplazó hasta sus confines, quien se sintió fascinado por lo que allí encontró, tanto que a su vuelta contó maravillas de su viaje. Fue el genovés Cristóbal Colón quien se sintió atraído por las Indias, y no al contrario. Fueron occidentales quienes concibieron y desarrollaron las ciencias, como la etnología y la antropología cultural, cuya meta era y es conocer a los otros, y asimismo darse a conocer a todo el orbe. Fueron europeos quienes llegaron al corazón de África, descubrieron a la humanidad el nacimiento del río Nilo y quienes unieron simbólicamente a la Tierra las islas del Pacífico. Asimismo lo fueron los audaces navegantes que dieron la primera vuelta al mundo en un montón de días que sin duda lo conmovieron al tiempo que lo circunvalaron, consumando así una gesta que si bien no supuso la cuadratura del círculo sí resultó trascendental para la humanidad. Fueron norteamericanos los primeros en llegar a la Luna, aunque esto se pone hoy en duda –no que los americanos sean imperialistas sino que no haya sido todo más que un montaje de los americanos para demostrar que son imperialistas...–. Si de las otras culturas y de los otros pueblos hubiese dependido, el conocimiento que hoy tenemos del Planeta Tierra, de sus interiores y sus exteriores, creo que viviríamos muy lejos de una historia universal, pero, eso sí, más independientes y soberanos que las mónadas de Leibniz.
2
Confieso no sentirme especialmente preocupado ni fascinado por el enigma de la existencia de vida inteligente en el espacio exterior, en Marte y así; inquietud que, sin embargo, sí me embarga referida al espacio interior, es decir, a los habitantes de la Tierra. En el fondo, siempre he tenido la convicción de que si hubiese seres inteligentes en nuestro horizonte estelar, lo más probable es que ya hubiesen venido a visitarnos, y no precisamente para felicitarnos la Navidad, pues ellos tendrán, si tienen y existen, sus propias celebraciones y festividades. La guerra de los mundos, fantaseada por H. G. Wells, confieso que sí me cautivó y estremeció, aunque no tanto como a los radioyentes norteamericanos que escucharon en vivo y en directo la traviesa recreación que urdió Orson Welles. Pero la película E.T. de Steven Spilberg nunca llegó a impresionarme, entre otros motivos porque no podía creérmela. Hay, empero, otra clase de visitantes terrícolas tan inquietantes, o más.
Si Occidente ha ido hasta las montañas de la Luna fue porque ellas no venían a Occidente. Pero cuando ahora algunos grupos y caravanas bajan de nuevo desde las montañas de la Media Luna hacia Occidente, no se crea que es al objeto de devolvernos la visita sino con intención de quedarse en casa o de quedarse con la casa. ¿Por qué nos odian tanto? Occidente se ha movido siempre por el mundo por conocimiento e interés, de este modo concibió la ciencia con dimensión universal –si no fuese universal, no sería ciencia–. En ese aspecto ha sido muy humano, a veces demasiado humano. Y eso es algo que no se lo van a perdonar jamás los no plenamente secularizados de todo tipo de religiones y fundamentalismos ideológicos.
Pero, ¿qué se entiende por «valores occidentales»? S. P. Huntington los resumió francamente bien en el siguiente listado: individualismo, liberalismo, constitucionalismo, derechos humanos, igualdad, libertad, imperio de la ley, democracia, libre mercado, separación Iglesia y Estado.{2} Unos valores universales concebidos a la medida humana, no sólo a la medida occidental, que por desgracia, como precisa el profesor de Harvard, no siempre tienen la oportuna resonancia e influencia, o lo hacen en escasa medida, en las culturas confucionista, islámica, japonesa, hindú, budista u ortodoxa (de ahí su pesimismo al hecho de que se produzca un acercamiento de culturas, o como él las llama, «civilizaciones»). Dentro de estas culturas, los contactos se han circunscrito, tradicionalmente y por lo común, al interior de sus propios territorios, al comercio doméstico, a las guerras tribales combinadas paradójicamente con la solidaridad tribal (Liga Árabe), a los dominios de casta y caudillaje, acaso con la excepción de Japón y algunos países del sudeste asiático que procuran moverse en otra dirección, en buscar una salida al mundo, en explorar otros itinerarios, económicos y culturales, más allá de los internos, por los que transitar y progresar.
Cuando Occidente se ha hecho presente y patente en otras culturas, unos lo han recibido con recelo o prevención (amenazados sus poderes locales), otros, con indiferencia o displicencia (extrañados por la atención y el honor concedidos). Según el primer tipo, la menor crítica o reprobación que pudiesen recibir de los occidentales, se tomará ordinariamente como signo de agresión; mientras que la más tímida propuesta de contrastación, en el otro, se interpretará como rasgo de arrogancia, en realidad, un miramiento que simplemente no creen merecer, ni entienden por qué se molestan tanto en realizar tan largo viaje.
3
El encuentro de culturas, el intercambio, la cooperación, la negociación, el pacto, el contrato, el tratado y el compromiso son todas ellas pautas de conducta muy comunes y familiares en Occidente, en absoluto regaladas o inscritas en un fantasioso código genético-cultural, sino que ha habido que construir con gran esfuerzo. La historia misma de Occidente se muestra como un camino desde la barbarie a la civilización.{3} Y lo sigue siendo. Precisamente porque ha conocido lo peor de la humanidad –el fanatismo, las guerras de religión y civiles, el despotismo, la intolerancia, la explotación, el holocausto–, y porque constata y rememora dicha experiencia de la barbarie, puede reconocerla y enfrentarse a ella con autoridad y legitimidad. Porque teme y le angustia su regreso, su amenaza, sus consecuencias prácticas, porque ha aprendido la lección y ha interiorizado el nunca más, por todo ello se protege contra la insidia y la regresión, contra el odio y la reacción, el resentimiento y la involución.
Los valores occidentales han probado a lo largo del tiempo su superioridad económica, ética y política frente a las demás culturas; por ello son exportables y cabalmente universalizables.{4} Las culturas del resto del mundo no pueden decir lo mismo, y es el caso fenomenal que en realidad no lo dicen, ni lo piensan siquiera –lo más que se ha registrado de ellos en la Historia es expansionismo y conquista, pero no genuino universalismo, que es cosa occidental–. En riqueza, bienestar material, igualdad y justicia, en el pleno desarrollo de la individualidad, en el respeto a los derechos humanos, en los valores de libertad y dignidad de las personas, en máxima perfección de ordenamiento político, como es la democracia, no hay, desde luego, ningún otro modelo que ofrezca mejores alternativas ni mejor balance. No hablo de superioridad total, sino de superioridad económica, ética y política.
No dudaré en ver en los saris, con los que se cubren las mujeres hindúes, una de las muestras de elegancia y belleza en el vestir más exquisitas del mundo; en reconocer que servirse de palillos para comer en lugar de cubiertos o de los simples dedos (de las manos) es muestra de más alta civilización; en apreciar en la religiosidad oriental las formas de mayor elevación en la espiritualidad; en descubrir en África los mejores sonidos de la Tierra; en encontrar en las pinturas y estampas japonesas sensaciones incomparables en la experiencia estética; en recibir de los versos y cuentos árabes intensas expresiones de sensualidad, como jamás haya encontrado en otro lugar de la literatura universal.
De hecho, en las grandes ciudades de América y Europa no es una quimera el ver cómo se produce el milagro del sincretismo cultural y de la civilización universal con un simple recorrido por restaurantes, tiendas, museos, librerías y espectáculos que contienen y expresan lo mejor y lo más variado del mundo. Y todo ello sin tener que sentirse culpabilizados por vivir en una forma de vida que permite eso y más –por ejemplo, viajar por el mundo para verlo más cerca–. Pero esas ciudades, y a la cabeza Nueva York, no son todo el mundo. ¿Vamos entendiendo ya por qué atacaron precisamente Nueva York el 11 de septiembre de 2001? ¿Y por qué tantos aman y odian especialmente Nueva York?
4
¿De qué manera articular e impulsar una idea de justicia mundial? Esta cuestión preocupa mucho en Occidente, no tanto en el resto del mundo. De Occidente brotan la mayoría de las invitaciones, de los ofrecimientos, no siempre agradecidos ni correspondidos. Es, por ejemplo, estímulo de gran categoría intelectual el formulado por el filósofo norteamericano, recientemente fallecido, John Rawls en su trabajo Law of people (El derecho de gentes), una sólida propuesta de encuentro entre el modelo liberal y los patrones no liberales de sociedad política, al objeto de asegurar un proyecto de convivencia y estabilidad mundiales desde el presupuesto de la constitución y sostenimiento de «sociedades bien ordenadas» (sociedades pacíficas y no expansionistas). Según Rawls, para lograr un paisaje mundial de justicia, y unas relaciones mundiales de justicia, no es lícito imponer ningún modelo único por la fuerza, a la sombra de una sola ideología dominadora (éste ha sido, por otra parte, el presupuesto clásico de la doctrina liberal: el fomento de la tolerancia y la diversidad), aunque ello no suponga sucumbir a las tesis suicidas del multiculturalismo y del relativismo, pues una condición elemental de entendimiento internacional es que se exija a todos los países el cumplimiento de unos principios básicos sin los cuales el acuerdo no sería posible, verbigracia, que sus actuaciones se ajusten a los límites de un Estado de derecho y que garanticen los derechos humanos fundamentales.
He aquí dos postulados, centrales y factuales de las sociedades liberales –Estado de derecho y respeto a los derechos humanos– que buscan la convergencia con el resto del mundo, desde luego, con una actitud de diálogo, pero a los que no se está dispuesto a renunciar por él, pues, contra la moda que parece impulsarse en los últimos tiempos, el valor formal del diálogo no puede imponerse sobre los bienes materiales de la democracia efectiva y las conquistas en libertades civiles, por ejemplo. Comoquiera que lo cortés no quita lo valiente, es posible combinar el trato con los países del resto del mundo –y acaso propiciar un contrato mundial– con la declaración de orgullo por ser lo que somos (lo que hemos llegado a ser) y defender lo que defendemos:
«La afirmación de la superioridad de una particular doctrina comprehensiva –declara Rawls– es enteramente compatible con la afirmación de una concepción política de la justicia que no impone aquella doctrina y, por tanto, con el liberalismo mismo.»{5}
La bruta negación o la enmienda avispada de esta declaración no serían en estos momentos de crisis en que vivimos una muestra de prudencia política sino de cinismo bárbaro. Y recuérdese que ya advirtió Ortega de la concurrencia de epidemias morales en tiempos difíciles: «Es curioso que toda crisis se inicia con una etapa de cinismo.»{6}
5
Pero, ¿quiénes son hoy los bárbaros? Respuesta: aquéllos que excitan y empujan ideas y culturas improductivas, destructivas y violentas que frenan u obstaculizan el desarrollo de la modernidad. La civilización, por el contrario, se identifica hoy, como siempre, con los anhelos de bienestar, estabilidad y democracia.
Según hemos aprendido por los estudios, entre otros, del sociólogo Norbert Elias sobre el proceso de la civilización, la civilización crece superando los estadios de barbarie, merced a un ideal principal: la eliminación de la regla de la violencia como guía de conducta dominante de los hombres y los pueblos; arma de primera instancia, hecha posible por medio de la sustitución, sublimación y transformación de los mecanismos e instrumentos violentos de comportamiento por otros menos violentos, o no violentos en absoluto.{7} Mas ¿bajo qué circunstancias concretas se favorece este objetivo civilizador?
Benjamin Constant enunció estas circunstancias con gran convicción en su célebre contraposición entre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos.{8} Son estas tres:
1) Cuando la guerra cede su puesto al comercio: «porque uno y otro no son sino medios diferentes de conseguir el mismo objeto, que es el de poseer aquello que se desea.»{9}
2) Cuando los éforos y el asambleísmo dan paso a los gobiernos representativos: porque aquéllos se apoyan en «la sujeción completa del individuo a la autoridad de la multitud reunida.»{10}
3) Cuando el sistema colectivo, autoritario y coactivo de gobierno se ve sobrepasado por los sistemas políticos democráticos que protegen la individualidad y la privacidad: «por grande que sea el interés que tomen por nosotros, supliquémosles que se contengan en sus límites, y que éstos sean los de ser justos: nosotros nos encargaremos de hacernos dichosos a nosotros mismos».{11}
Siendo esto que acabamos de referir cosa muy razonable, no obstante, yo pregunto: cuando desde tribunas de los medios de comunicación, desde aulas universitarias, desde determinados grupos políticos y sociales, desde calles de Occidente se vocifera contra el comercio mundial, contra las democracias representativas y contra las libertades individuales, ¿se sabe verdaderamente lo que se está cuestionando y lo que al mismo tiempo se está conjurando? Cuando en Oriente autoridades, mandarines, jefes tribales, dictadorzuelos, mulás, demagogos, estudiantes de Teología (talibanes), intelectuales formados en Occidente y vueltos al origen para difamarlo, anatemizan y demonizan esos valores, ¿saben sus pueblos a quiénes perjudica y a quiénes beneficia el alegato, a quiénes les sale caro los efectos del discurso y a quiénes barato?
Notas
{1} Max Weber, Ensayos sobre sociología de la religión, tomo I, Taurus, Madrid 1992, pág. 11.
{2} Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones: y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona 1997.
{3} Cf. Norbert Elias, El proceso de civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, Fondo de Cultura Económica, México 1993
{4} Sobre las formas de calificar la civilización occidental, Huntington hace esta interesante matización: «la civilización occidental es valiosa, no porque sea universal, sino porque es única.», en Samuel P. Huntington, op. cit., pág. 373.
{5} John Rawls, «El derecho de gentes», Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política, nº 16, mayo 1996, Madrid, pág. 36. El texto de Rawls ha sido editado asimismo en español en un libro misceláneo del autor titulado El derecho de gentes y «Una revisión de la idea de razón pública, Paidós, Barcelona 2001.
{6} José Ortega y Gasset, En torno a Galileo, Revista de Occidente, El Arquero, Madrid 1976, pág. 98.
{7} Véase nota 2.
{8} Benjamín Constant, «De la libertad de los antiguos comparada con la libertad de los antiguos», Del espíritu de conquista, Tecnos, Madrid 1988 [1819].
{9} Ibíd., pág. 71.
{10} Ibíd., pág. 68.
{11} Ibíd., pág. 90.