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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 9 • noviembre 2002 • página 19
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Los Estados Unidos
y el «culto» a las armas

Miguel Ángel Navarro Crego

Se ofrecen unas notas históricas y sociológicas que pueden ayudar
a comprender la «polémica devoción» por las armas de fuego
en los Estados Unidos de Norteamérica

si vis pacem, para bellum

«A well regulated Militia being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed.»
Second Amendement to the Constitution.

«Una Milicia bien organizada es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y llevar armas no será infringido.»
Esto es lo que viene a decir la segunda enmienda
a la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica.

Introducción

Los actuales asesinatos del francotirador de Washington han puesto de nuevo ante la opinión pública estadounidense y europea una de las caras menos amables del país americano, una lacra contradictoria de la nación más poderosa e influyente del orbe. Nos referimos, como es obvio, a la violencia urbana ejercida con armas de fuego de cierta sofisticación. Esto es algo que a muchos europeos les resulta moralmente incomprensible y a buena parte de la sociedad americana cada vez más insoportable.

Pero como comprender algo e intentar entender no es justificar, hemos considerado necesario registrar una de las enmiendas a la Constitución de los Estados Unidos que más ríos de tinta está haciendo correr en los últimos lustros dentro del país americano.

El fenómeno de la violencia urbana con diferencias de matiz importantes en función de su desarrollo económico y social está presente en casi todas las naciones. El problema de la delincuencia preocupa a todos los gobiernos democráticos y en todos los países desarrollados existen medidas legales y policiales para su prevención.

Lo que llama poderosamente la atención de los EE.UU. es la posibilidad de que un ciudadano (supongamos que sin vinculación a un grupo armado terrorista ni al «crimen organizado», mafia, &c., lo cual nos pondría ante supuestos distintos e hipótesis diferentes) pueda sembrar el terror con sus asesinatos y poner en jaque a las más altas instancias policiales, F.B.I., &c. Luego entonces es aquí donde la reflexión sobre el tándem armas de fuego-pueblo americano cobra sentido.

Dentro de los países occidentales, los Estados Unidos pasan por ser los que tienen una legislación más permisiva sobre la compra, tenencia y uso de armas de fuego. En el lado opuesto se encuentra Japón cuyas leyes son las más restrictivas. Gran Bretaña también ha pasado ha desarrollar leyes restrictivas y prohibitivas.

Por otra parte Francia, en su más pura tradición ilustrada, cívica y republicana tenía una legislación bastante ponderada donde se aunaban y conciliaban los derechos individuales de cazadores, deportistas de las diversas modalidades del tiro, coleccionistas, anticuarios, &c., con las medidas de protección y seguridad del Estado. Respecto de este país vecino de España hablamos en pretérito porque, a raíz de las crecientes tasas de violencia y delincuencia armada, el debate sobre el endurecimiento de la normativa legal en este tema también se ha planteado en las más altas instancias.

La herencia de la frontera

En EE.UU. toda esta problemática se fragua en la misma génesis de las colonias europeas en Norteamérica, es decir, antes de que surgieran los EE.UU. como nación o lo que es lo mismo desde el momento en que los puritanos que iban en el Mayflower llegaron en 1620.

Los primeros colonos de Virginia llevaron con ellos el uso europeo de la época, según el cual sólo los hidalgos (gentlemen) tenían derecho a tener armas, pero el hecho de tener que adaptarse a un medio hostil para sobrevivir (cazar, defenderse de los ataques indios, &c.) terminó muy pronto con este privilegio heredado de la Europa feudal.

En los cuatro años que siguieron a la llegada todos los colonos recibieron armas y municiones para servirse de ellas, teniendo tal obligación por «Decreto Real». Según el experto francés Dominique Venner resurgía una nueva concepción de la responsabilidad cívica fruto de la necesidad, en la que se renovaba la vieja tradición europea del ciudadano grecorromano y del hombre libre germánico, por la cual su rango se simbolizaba en el derecho y la obligación de llevar armas.

Hasta tal punto esto es así que los dirigentes de Massachusetts en 1637, tuvieron problemas con las sectas puritanas disidentes por pacifistas (por ejemplo, los cuáqueros).

En la «guerra» francesa e india entre 1754-1763 y en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos (1775-1783), el pueblo en armas organizado en milicias fue decisivo en la constitución misma de la historia y es ese «espíritu» el que pasa a la Constitución (junto con las diez primeras Enmiendas) y a la Declaración de Derechos.

Asimismo los EE.UU. fueron una nación que a lo largo del siglo XIX recibió grandes masas de población que emigraba de una Europa convulsa por las sucesivas guerras y revoluciones industriales que a su vez depauperaban a amplios sectores de la sociedad.

La conquista de los territorios hostiles del Oeste (allende el Mississippi y el Missouri) fue posible por la penetración en sucesivas oleadas de una población heterogénea –tramperos, cazadores, mineros, pequeños granjeros, barones del ganado, &c.–conocida con el genérico nombre de pioneros. Sobra decir que todo este proceso se hizo con las armas en la mano. En todo esto hay que señalar que el gobierno facilitó con creces la compra de armas excedentes de la contienda civil, pues esta fórmula resultaba mucho más barata que mantener un gran ejército. Al dar cabida a tanta emigración se ampliaban los límites de la «frontera oeste», pacificándola sin poner en peligro la estabilidad socio-política de los ya estables estados del Este.

Más aun, en el período posterior a la guerra de Secesión, entre 1865 y 1890 el código caballeresco de los estados del Sur y del Oeste, alimentado por la tradición cultural hispano-mexicana y por las guerrillas de excombatientes confederados, da lugar a la gran aventura de los «cowboys» para los que el revólver es junto con el caballo el máximo símbolo de su estatus, que será relevante aunque efímero.

Las armas son pues una herramienta de defensa, de supervivencia frente al salvajismo de la naturaleza y al salvajismo de otros hombres en unos vastos territorios donde no hay legislación y la presencia de guarniciones militares es muy escasa.

Allí donde la justicia no existe las armas pasan a ser el salvoconducto y la forma equilibradora de darse a respetar. Por eso a los que representaban a la débil estructura policial (los «sheriff» del condado y los «marshall») no se le exigía principalmente honestidad sino temple, aplomo, fuerza física y una destreza con las armas que inspirase respeto y tranquilidad. Es el caso de tantos personajes, algunos de ellos con un pasado oscuro y una vida poco honrada, pero mitificados por las novelas, el cine y la televisión como «Wild» Bill Hickok, Wyatt Earp, Henry Brown, Ben Thompson, Bat Masterson, Chirs Madsen, Bill Tilgham, Pat Garrett entre muchos otros.

En el Este y en 1871 se fundaba la National Rifle Association (N.R.A.) para desarrollar el tiro como base de la defensa nacional, siendo una forma de mantener y preservar los privilegios de los blancos frente a la «liberada» población negra.

Sus efectivos crecen con rapidez y en la actualidad, junto con muchas otras asociaciones, constituyen junto con las grandes empresas (Winchester, Colt, Smith & Wesson, Remington... por citar sólo las más conocidas de índole privada) potentes lobbys.

Precisamente estas asociaciones, auténticas esferas de poder económico, político y cultural tienen como emblema la segunda Enmienda a la Constitución que citábamos al comienzo de este artículo. Se oponen al control y registro de las armas. En la actualidad el presidente de la N.R.A. es el actor cinematográfico Charlton Heston que se presenta como un ciudadano ejemplar, buen marido, buen padre, coleccionista de armas y amante de la vida al aire libre y la acampada.

La historia y los mitos

En el desarrollo de la historia de los Estados Unidos tanto las armas como los buenos tiradores tienen nombre propio y han sido mitificados formando un referente cultural. En la guerra de la Independencia destaca Timothy Murphy, miembro de la compañía de rifles del coronel Daniel Morgan (Tiradores de Morgan) que mató a la increíble distancia de 300 metros al general inglés Simon Fraser. Su arma era el famoso y mitificado rifle largo de Pennsylvania o «Kentucky», cuyo antepasado directo es el Jäger centroeuropeo. Para muchos americanos este disparo cambió el curso de aquel conflicto bélico, pues poco después el general Burgoyne se rindió en Saratoga a los independentistas. El propio general del ejército británico George Hanger contribuyó a difundir las proezas efectuadas con estos primitivos rifles de chispa. En la batalla de Nueva Orleans durante la guerra con los británicos de 1812, de nuevo los tiradores de Kentucky se cubrieron de fama.

Personajes como Daniel Boone, David Crockett, Henry Chatillion, Buffalo Bill, Billy Dixon son para la iconografía norteamericana expertos cazadores y tiradores certeros. Durante la guerra de Secesión y entre las filas nordistas, destaca el regimiento de «sharpshooters» (tiradores de precisión) mandado por el coronel Hiram Berdan.

Tanto en un bando como en otro existía la figura del tirador de élite, «sniper» o francotirador. Dicho elemento militar se consolidó en todos los ejércitos occidentales en el siglo XX.

En el terreno deportivo destacan las competiciones de tiro con rifle a larga distancia, organizadas por la N.R.A. en el campo de Creedmoore (Long Island). En 1874 compitió por primera vez un equipo americano frente a un equipo inglés, disparando sobre blancos situados a 800, 900 y 1000 yardas; los primeros con rifles de retrocarga, cartucho metálico y fuego central prácticamente recién inventados y los ingleses con precisas armas de avancarga. Este «Match» concitó la atención de la clase media americana.

Por todo lo dicho hasta el momento y más aún, la sociedad estadounidense rinde de forma genérica culto a las armas. Las grandes asociaciones y empresas tienen por supuesto sus intereses económicos, pero intentar entender este fenómeno desde el reduccionismo economicista sería un craso error. Es algo más profundo y complejo. La interpretación que hacen (no solo los juristas de la N.R.A. y esto es lo que se debate) es que la segunda enmienda significa que el pueblo se constituye como totalidad en cada uno de los ciudadanos, con independencia del Estado. Los individuos son partes formales y el «pueblo» se realiza distributivamente en cada uno de ellos. Cada ciudadano tiene la obligación de velar por la libertad y las garantías constitucionales que soportan la democracia. La tenencia de armas es para muchos estadounidenses una forma de ejercer sus derechos civiles, incluso frente a un eventual Estado tiránico que tendrían la obligación de derrocar. «Ordo essendi» la idea de «pueblo» y «milicia» es previa, para ellos, a la de Estado y sus organismos (p. e. el ejército de tierra, el cuerpo de marines, la Guardia Nacional, la policía federal, &c.)

Asimismo el viejo «código del Oeste» sigue vigente en la mentalidad de muchos americanos. Como la policía no está en todas partes, los abusos cometidos con las armas se conjuran con las armas. La autodefensa es un instrumento de justicia para muchos. Por eso en las filas de la N.R.A. y asociaciones afines se forman infinidad de instructores y monitores de «tiro práctico» que después imparten sus clases por todo el territorio nacional, como se puede averiguar visitando sus páginas en internet. Incluso hay quien defiende que a más armas menos delincuencia, como antesala de la necesidad de repeler una agresión sino de tomarse la justicia por su mano.

La ficción cinematográfica, casi siempre superada por la crónica diaria, ha mostrado hasta la saciedad este «paradigma sociocultural». Así Un justiciero en la ciudad dirigida en 1974 por Michael Winner y protagonizada por Charles Bronson que ha tenido una secuela de subproductos inferiores. En un sentido hipercrítico cabe citar la ya clásica y excelente Taxi Driver de Scorsese (1976).

Cuando Charlton Heston aparece en calidad de presidente y conferenciante en las convenciones de la N.R.A., lo hace blandiendo un «plains rifle» o rifle Hawken de avancarga. Se trata de un icono inconfundible de la era de los tramperos y montañeses también representados por él en la pantalla (véase Mountain Man, El valle de la furia, dirigida por R. Lang en 1979).

Mito y realidad se siguen confundiendo, pues el actor, hábil comunicador, apela a esa doble tradición de la defensa de los derechos civiles del contribuyente y del «código del honor» del cowboy.

(Nota: Esperando que se nos disculpe, omitimos dar una bibliografía detallada por ser ésta muy extensa, pero llamamos la atención sobre la fertilidad de la gnoseología materialista desarrollada por Gustavo Bueno, a la hora de analizar la conjugación de ideas tan complejas como «pueblo», «milicia», «derechos civiles», «Estado», &c. Es muy importante la lógica de clases y la teoría de los «todos y las partes» principalmente, pero aplicadas a la Filosofía del Derecho.)

 

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