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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 5 • julio 2002 • página 9
Economía

Para la elaboración de un esquema histórico
de las doctrinas económicas

Javier Delgado Palomar

Primera entrega de unos apuntes que buscan
reconstruir la historia de las doctrinas económicas

Presentamos este mes la primera parte de unos apuntes (dado su carácter incompleto y meramente orientativo) para la elaboración de un esquema histórico sobre las doctrinas económicas. Entenderemos por doctrina económica, en general, a cualquier reflexión sobre la realidad económica misma, independientemente, en principio, de que este regressus desde las realidades de la producción e intercambio hacia las Ideas económicas pueda ser diagnosticado como religioso, científico o filosófico. Será en el progressus, que en la Teoría económica se realiza a través de la política misma, interviniendo, normalizando o domesticando la realidad económica, y también en las efectivas polémicas que mantuvieron y mantienen estas diferentes doctrinas entre ellas, donde cada una muestre su auténtico carácter y capacidad para analizar y transformar la realidad.

En este esquema también se pretende insinuar, desde una perspectiva materialista, que la reflexión económica surge de la praxis misma de la economía, y que esa praxis viene determinada por el desarrollo de políticas económicas imperiales (greco-romana, española e inglesa), cuando las mercancías se cambian de unas naciones a otras en un mercado internacional, codeterminativo.

Para ello, tomaremos como grandes hitos de la Teoría económica, en esta primera parte: el conjunto de teorías que se nos presentan en la Antigüedad, la doctrina escolástico-cristiana española, y las teorías pre-clásicas y clásicas francesas e inglesas.

Teorías de la Antigüedad

En este apartado se incluyen las reflexiones sobre economía que se encuentran, inevitablemente entretejidas con el mito, en el Antiguo y Nuevo Testamento{1} y en las obras de múltiples filósofos y científicos greco-latinos. Ya Zeferino González, en sus Estudios religiosos filosóficos, científicos y sociales{2}, se lamentaba de que debido a la gran popularidad de las obras de Adam Smith, David Ricardo y Thomas Robert Malthus, no se reconocía la existencia de una tradición antigua en torno a la reflexión económica, sustentada en obras clásicas como la República de Platón, la Política y la Ética Nicomáquea de Aristóteles, De officiis de Cicerón o algunos comentarios de Plinio{3}.

Teorías Escolástico-Cristianas

Es el mismo Zeferino González, en la obra citada, el que también sitúa, frente a la economía política liberal, la existencia de una doctrina económico política cristiana que, aún reconociendo los descubrimientos anglosajones en lo concerniente a las teorías sobre el trabajo, no habría segregado los componentes morales mediadores y determinantes en las relaciones humanas (circulares), espacio sobre el que se despliega la economía política, y que median precisamente condenando la esclavitud, la extrema riqueza y la extrema pobreza que ésta genera y santificando la «distribución conveniente y justa» de los bienes.

«Si el trabajo es, pues, el gran productor de las riquezas; si el trabajo es el elemento más poderoso y una de las condiciones más esenciales que han influido e influyen en la producción y desarrollo de la riqueza de las naciones modernas; si el trabajo, en fin, es el punto culminante de la Economía política y como la base fundamental de sus teorías y afirmaciones; bien puede decirse que esta ciencia no puede librarse de la nota de ingratitud e inconsecuencia, al prescindir del cristianismo y al renegar de sus máximas. Debiera no olvidar [Adam Smith] que el cristianismo, al traer al mundo el inestimable don de la propiedad del trabajo [frente al esclavismo], no solo restituyó sus derechos a la humanidad, sino que hizo posibles hasta cierto punto las condiciones de existencia y perfección de la Economía política, introduciendo en el mundo con la propiedad del trabajo un gran poder de producción.»{4}

«Este pasaje puede considerarse como una demostración concreta y palpable de lo que antes hemos consignado, a saber, que el cristianismo y las máximas del evangelio, al condenar el vicio y el exceso en los goces materiales, al aconsejar los ahorros y la economía, impidiendo a la vez por medio del espíritu de caridad y de desprendimiento en favor del menesteroso y desvalido, que degeneren en egoísmo y avaricia, al preconizar, en una palabra, ennoblecer y santificar el trabajo y la previsión, contribuye eficazmente a fomentar y desarrollar la producción de la riqueza, así como también su distribución conveniente y justa.»{5}

Aunque ya anteriormente se había escrito sobre el tema económico en el ámbito cristiano occidental{6}, fue en el siglo XVI español cuando comenzó la reflexión económica en torno a ciertos conceptos clave de la economía, como el precio justo, el origen de los cambios, el esclavismo, la usura, los préstamos...

Esto fue así debido principalmente al carácter imperial de la economía española, es decir, debido al tremendo impacto económico (y en todos los ordenes) que supuso descubrimiento de América a finales del siglo XV. España se convirtió en la primera mitad del siglo XVI , en el escenario de los fenómenos económicos internacionales, siendo el real de a ocho, la moneda utilizada para los intercambios globales, ejerciendo las funciones de equivalente universal que hoy observamos en el dólar estadounidense{7}. La entrada de una cantidad ingente de metales preciosos, especialmente plata{8}, y de multitud de mercancías de la más diversa índole, influyeron en la economía de la metrópoli, planteándose la necesidad de la reflexión filosófica (moral) sobre la economía. Esta entrada de dinero y mercancías provocó en el primer mercado global (Primus cirumdedisti me) un problema que es precisamente una de las preocupaciones actuales de la economía y que ya plantearon estos autores españoles: ¿Cómo influye la cantidad global de dinero existente en el mercado, sobre los precios de las mercancías? Martín de Azpilcueta ensayó en su Comentario resolutorio de cambios (1556) una respuesta a ese problema:

«En las tierras do ay gran falta de dinero, todas las otras cosas vendibles, y aun las manos y trabajos de los hombres se dan por menos dinero que do ay abundancia del; como por la experiencia se vee que en Francia, do ay menos dinero que en España, valen mucho menos el pan, vino, paños, manos, y trabajos; y aun en España, el tiempo, que avia menos dinero, por mucho menos se davan las cosas vendibles, las manos y los trabajos de los hombres, que despues que las Indias descubiertas la cubrieron de oro y plata. La causa de lo qual es, que el dinero vale mas donde y quando ay falta del, que donde y quando ay abundancia.»{9}

Pero no sólo el Doctor Navarrus se dedicó a la reflexión filosófica en torno a la Economía política. Un cuerpo importante de autores y obras se ofrecieron a trabajar en estas cuestiones económicas, cuando nadie más lo hacía en toda Europa{10}: Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Luis de Molina, Domingo de Soto y en general toda la Escuela de Salamanca, pueden dar cuenta de la importancia del siglo XVI español en Filosofía en general y en Economía en particular, como una de sus partes{11}.

Sin embargo, nos referiremos en esta ocasión a la figura, más desconocida que las anteriores, del dominico (y por ello tomista) sevillano Tomás de Mercado{12} (1530-1576). Tomás de Mercado escribió obras filosóficas, no en vano, recibió su formación en Salamanca, pero su trabajo más famoso es Suma de Tratos y Contratos, escrito en lengua vulgar y no en latín, principalmente, por su finalidad didáctica{13}. Aunque la obra se ocupa de los temas típicos de su tiempo, como señalábamos más arriba, el justiprecio, la usura, la esclavitud, la subida constante de precios durante el siglo XVI en toda Europa, que Mercado atribuyó correctamente a la entrada de capital de América, la originalidad de ésta estriba en que contiene también, y al margen del aparato metodológico escolástico, análisis empíricos de las entradas y salidas de barcos, y la manera de comerciar e intercambiar en las ferias comerciales de Sevilla, Burgos y Medina del Campo. También contiene reflexiones originales acerca de la teoría del valor{14} (en la que en algunas ocasiones lo diferencia del precio y otras no), comercio interno{15}, comercio de Indias{16}, oposición al monopolio{17} (que se opone a la teoría del justiprecio), una explicación y defensa de la pragmática sobre la tasa del precio del trigo promulgada por Felipe II{18} (en polémica con Luis Mejía Ponce de León), críticas al tráfico de esclavos caboverdianos en el puerto de Lisboa{19} y análisis sobre las fluctuaciones de la moneda{20}. Todo ello en función de la razón natural y el ejercicio de la virtud en los intercambios (Libro I), que no es otro que la «aplicación de la justicia» en aras de la «igualdad en el contrato».

La influencia de Mercado fue enorme. No sólo influye en otros escolásticos españoles como Molina, el cardenal Lugo, Salas, Rebelo y otros... que le citan frecuencia, sino que el alcance de la Suma de Tratos y Contratos de Tomás de Mercado, se prolonga, según algunos autores, después de los siglos XVI y XVII hasta llegar a influir al mismísimo Adam Smith{21}. Sin embargo, con el ocaso de la nueva escolástica y el surgimiento de la economía clásica inglesa, la obra se pierde en el recuerdo, inclusive entre los autores españoles.

Teorías Pre-clásicas y Clásicas

Como consecuencia del florecimiento del mercantilismo burgués en Francia, Alemania y sobre todo Inglaterra, el centro gravitatorio de la teoría económica, se desplaza a esos países, donde florece otro tipo de imperialismo económico de corte depredador{22} e inmoral, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, paralelamente al nacimiento de los estados europeos y sus expansiones por Norteamérica, Asia y Africa. Este imperialismo surgía como contrafigura del español, que no atravesaba, precisamente, sus mejores momentos.

Dentro de este apartado se recogen generalmente a diversos grupos que se incluyen a continuación:

a) Mercantilistas (ingleses). En estos tratados destacaba la norma fundamental de que cada país debía incrementar todo lo posible su riqueza nacional. Este objetivo, se lograría al mantener un balance positivo en el comercio exterior, es decir, tratando de que las exportaciones siempre superasen a las importaciones, con lo que el país recibiría metales preciosos en pago de este excedente e incrementaría sus existencias de dichos metales.

b) Cameralistas (alemanes): Reciben este nombre un conjunto de tratados sobre normas de buena administración pública, sobre problemas fiscales y de organización del estado, realizados por funcionarios.

c) Fisiócratas (franceses): Esta doctrina surgió en torno al médico Francisco Quesnay, inventor del tableu economique, antecedente del moderno análisis input-output. Los fisiócratas defendieron el gobierno del orden natural y el desarrollo de la actividad económica en el marco de unas normas elementales en las que se incluye la propiedad privada, exaltándose el derecho y la libertad del individuo. Dieron especial importancia a la agricultura, como actividad productiva auténtica frente a la industria. Su momento de máxima influencia fue cuando Turgot, miembro de la escuela fisiocrática, ocupó el cargo de contrôleur general, de 1774 a 1776{23}.

En 1776 se publicó La Riqueza de las Naciones; su autor es, curiosamente, un antiguo profesor de teología moral en la Universidad de Glasgow , llamado Adam Smith. La línea de pensamiento de Smith se ve seguida en Gran Bretaña por estudiosos de gran relieve como David Ricardo{24}, Thomas R. Malthus{25} y John Stuart Mill. Sintonizan en esta línea ideológica, en Francia, de Jean B. Say y, en España, A. Flórez de Estrada. Este conjunto de autores componen las principales figuras de la llamada «Escuela Clásica», que intentaremos resumir a continuación: Smith, define a cada uno de los sujetos participantes de su modelo económico como unos «pequeños egoístas» que actúan en pos de su beneficio particular con plena libertad, en un marco al que también concurren todos los demás sujetos con idéntico comportamiento y donde la única limitación de cada uno está donde empiezan los derechos de los demás. El papel del estado queda ahí limitado al de vigilante (de la armonía) que hace guardar a todos los agentes económicos las reglas del juego (laissez faire, laissez passer). Pero Smith, además incluyó dos ideas fundamentales para conseguir su propósito de enriquecer a la nación. División racional del trabajo (sin pérdidas de tiempo) y acumulación de capital por parte de los empresarios. La conclusión de Smith en su obra es que, en el marco por él establecido y siguiendo sus pautas de conducta, aparecerá una «mano invisible» que armonizará los diferentes intereses privados en lucha y conducirá a todos, al bien común y al interés social (enriquecimiento general y colectivo. En resumen: la lucha entre egoísmos individuales incomunicables, bajo el presupuesto de una armonía preestablecida, ejercidos en el marco de unas regla de tolerancia civilizada , conducirán al óptimo estado de bienestar a todos y cada uno de los integrantes de la comunidad.

Esta constelación de teorías, muchas veces enfrentadas entre sí, francesas e inglesas y llamadas por la historiografía económica pre-clásicas y clásicas, son las que Zeferino González criticaba en su obra citada al principio, como teorías contrarias a las teorías económicas cristianas. Siendo el problema o desajuste fundamental entre ambas, el hecho de que la teoría económica clásica anglosajona no incluye la moral, ni el ejercicio de la virtud, sólo el interés y el egoísmo individual. Veamos, para finalizar, cómo lo explicaba el mismo autor español:

«Empero, aparte de los defectos y errores en que abunda la doctrina de Smith, aun bajo el punto de vista literario y científico, para nosotros el error grande del sistema económico de Smith y el defecto [8] capital ante el cual desaparecen todas las bellezas y méritos que suponerse quieran en sus escritos, es ese espíritu de egoísmo práctico, y esa indiferencia moral y religiosa que domina su sistema; espíritu de egoísmo y de indiferencia que el cristianismo no puede menos de condenar como opuesto a su enseñanza, a su historia y a su misión divina sobre la tierra en favor del hombre y de la sociedad. En medio de sus extensas teorías sobre la producción y distribución de las riquezas, sobre el consumo de las mismas y sobre las ventajas de la división del trabajo, Smith no halla ni busca nada para impedir la degradación moral del hombre, no parece preocuparle en lo más mínimo la suerte de esa clase infortunada de obreros que caminan rápidamente al embrutecimiento y la inmoralidad, sepultados en las fábricas y talleres; en una palabra, en la teoría de Smith el hombre moral y religioso no significa nada, y desaparece por completo ante el hombre material, ante el hombre máquina, ante el hombre productor de la riqueza. Por eso vemos a los partidarios de su escuela definir al hombre «un capital acumulado, que no tiene valor sino según la masa de este capital en el interés de la producción.» Por eso vemos a Say, principal representante y propagador en el continente de las teorías de Smith, afirmar osadamente que «la equidad no prescribe los socorros públicos.» Por eso vemos, en fin, a esa escuela encerrarse en el estrecho circulo de los intereses materiales, y prescindir enteramente de los intereses morales y religiosos del hombre; investigar sin descanso los medios de llegar a una producción ilimitada de riquezas, sin ocuparse del bien moral de los individuos.»

Por no cansar más, dejamos aquí unos puntos suspensivos en nuestra relación esquemática de las diferentes teorías económicas que en la historia han sido. Esperamos, como mínimo, haber dejado sugerida la importancia de la escolástica española, como contexto determinante, en la formación de la llamada Economía política clásica y dejamos para próximos números de El Catoblepas los comentarios de las doctrinas marxista-soviética,y sus críticos marginalistas y keynesianos.

Notas

{1} Véase la conferencia de Norbert Lohfink, «Reino de Dios y Economía en la Biblia», Revista Communio, Año 8, marzo/abril II, 1986, págs. 112-124.

{2} Versión electrónica en http://www.filosofia.org/zgo/zgecop1.htm cuyo texto ha sido tomado directamente de Zeferino González, Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales, Tomo segundo, Imprenta de Policarpo López, Madrid 1873, páginas 1-121.

{3} «Prescindiendo de las ideas emitidas sobre esta materia por los buenos escritores de la Edad Media, y dejando también a un lado los ensayos más o menos completos, publicados a últimos del siglo XVI y principios del XVII, es incontestable que los filósofos y legisladores de la antigüedad pagana se ocuparon bastante de estas materias. Si no escribieron tratados especiales y exclusivos, fue porque esta ciencia se hallaba entonces como embebida en la Economía y la Política, y si no abordaron todos los problemas de que se ocupa hoy la ciencia , fue porque la organización social de los antiguos, diferente esencialmente de la nuestra, hacía cambiar necesariamente las condiciones de muchos de los problemas que pertenecen a la Economía política. Pero dejemos la Economía política de lo antiguos tiempos, y volvamos la vista hacia nuestra época.» Zeferino González, o. c.

{4} Zeferino González, o. c.

{5} Ibíd.

{6} «Si quisiéramos hacer alarde de erudición, y no lo consideráramos innecesario al objeto principal que nos hemos propuesto al escribir estos artículos, no nos sería muy difícil comprobar con numerosas citas que no pocos escolásticos de los siglos XIII y XIV sabían algo de Economía política. La obra de santo Tomás De Regimine Principum, y la que con título igual escribió el agustiniano Egidio Romano, contienen pasajes notables sobre no pocos de los problemas a que se refiere la ciencia económica de los Estados.» Z. González, o. c.

{7} «Pero sí hubo una especie de imperio monetario castellano, basado en la abundancia de oro y plata que se recibía de las Indias y en la excelente calidad de su moneda , que la hacía apreciada en todo el mundo . Este imperio monetario fue más extenso y duradero que el político. Los doblones de oro y los reales de a ocho de plata (llamados también pesos duros y piastras) eran recibidos y apreciados en todas partes , como ahora lo es el dólar y antes lo fue la libra esterlina [...] Asia seguía siendo la esponja que chupaba los metales nobles de Occidente; Ahora ya no eran los denarios romanos sino la plata de Potosí, la que se derramaba por Turquía, Persia, Sumatra... y terminaba su largo recorrido en la China , donde se llamaba al rey de España 'el rey de la plata'.» A. Domínguez Ortiz, Desde Carlos V a la Paz de los Pirineos, 1517-1600, Barcelona 1974, citado por Carlo M. Cipolla, La Odisea de la plata española, Crítica, Barcelona 1999, pág. 111.

{8} He aquí una relación de la entrada de oro y plata (en toneladas) a lo largo de los siglos XVI y XVII, tomada de Carlo M. Cipolla, o. c., pág. 53:

AñosOroPlata
1503-15105 
1511-15209 
1521-15305 
1531-15401486
1541-155025178
1551-156043303
1561-157012943
1571-158091.119
1581-1590122.103
1591-1600192.708
1601-1610122.214
1611-162092.192
1621-163042.145
1631-164011.397
1641-165021.056
1651-16600,5443

Aunque en esta tabla no se recogen las entradas «no declaradas» de metales preciosos, que según algunos estudiosos, fueron importantes, puede servir para hacerse una idea aproximada de las cantidades de oro y plata que desembarcaron en España procedentes de las Indias.

{9} Citado por Jesús Huerta de Soto, Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos, Unión Editorial, Madrid 1998.

{10} «En cuanto a las obras extranjeras, solo existen dos de carácter económico o mercantil que destaquen en su época, son las Responses aux paradoxes de Monsieur Malestroit, de Jean Bodino, año 1568, y el Tractatus de Mercatura seu Mercatore, del jurisconsulto italiano, Buenaventura Straccha, publicada en Venecia en 1553.» R. Sierra Bravo, «Estudio introductorio», a Suma de Tratos y Contratos, pág. 58.

{11} «La economía del bienestar propia de los doctores escolásticos se enlazaba con su economía pura por medio del concepto axial de esta última, el concepto de valor, el cual se basaba también en 'las necesidades y su satisfacción'. Este punto de partida no era, desde luego, nuevo en sí mismo. Pero la distinción aristotélica entre valor de uso y valor de cambio se profundizó y desarrolló hasta desembocar en una teoría subjetiva o utilitarista del valor de cambio o precio, de un modo que no presentaba analogías con nada contenido en la obra de Aristóteles , ni de Santo Tomás, aunque sin duda existía en una y en otra, una indicación en ese sentido.» J. A. Schumpeter, Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona 1971, pág. 136.

{12} Para hacerse una idea de la vida y obra de Tomás de Mercado puede consultarse a Sergio Lucio Torales, «Moral económica en Suma de Tratos y Contratos de Fray Tomás de Mercado: estado actual de la cuestión», El Basilisco, nº 26, págs. 14-15.

{13} «Mi intento principal es instruir cumplidamente a un mercader en todo lo que con su ingenio puede entender en reglas [...] porque viven tan mezclados en sus contratos mercaderes, cambiadores, que no basta ya al mercader caudaloso , mercar y vender , sino también cambiar, para hallar en todas partes dineros de que tiene suma necesidad.» Tomás de Mercado, Suma de tratos y Contratos, Editora Nacional, Madrid 1975, pág. 90.

{14} Ibíd. Libro II, cap. VI, VII y VIII.

{15} Ibíd. Libro IV cap. VIII.

{16} Ibíd. Libro II cap. XV, XVII y XXI.

{17} Ibíd. Libro II cap. VIII.

{18} Ibíd. Libro III completo.

{19} Ibíd. Libro II cap. XX.

{20} Ibíd. Libro IV cap. I-VI.

{21} «El profesor de Economía R. De Roover (Scholastic economics: Survival and lasting influence from the sixteenth to Adam Smith, 'The Quarterly Journal of Economics', 69, 2, 1955, pág. 176) abunda en la misma opinión al afirmar que 'considerar la economía escolástica (que estudia especialmente la escuela de Salamanca) como medieval es simplemente un error' y que la misma se difunde paralelamente al mercantilismo y alcanza en el siglo XVIII, conectando los economistas ingleses y aun A. Smith con Santo Tomás. 'En el caso de Adam Smith –escribe– la ascendencia que le liga con el escolasticismo pasa a través de su maestro, F. Hutcheson, S. Puffendorf y H. Grotius'.» R. Sierrra Bravo, o. c., pág. 61.

{22} Para la distinción entre imperio generador e imperio depredador puede verse, por ejemplo, el glosario que figura al final del libro de Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999, pág. 465.

{23} «El antiguo sistema mercantil había ido desapareciendo poco a poco de las naciones de la Europa, y sobre sus ruinas levantábase el sistema agrícola de Quesnay, Dupin, Turgot y demás economistas franceses, cuando en 1771, aparecieron las Meditaciones sobre la Economía política del conde Verri, el cual dio un golpe mortal al sistema agrícola de los economistas franceses. [...] Verri sólo había destruido; faltaba un hombre capaz de edificar. Desgraciadamente realizó esta empresa Adam Smith con sus Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones.» Zeferino González, o. c.

{24} David Ricardo, autor, casi medio siglo después de la publicación de la obra de Smith, de Principios de Economía política y tributación, agente londinense de bolsa y heredero de judíos sefarditas, llegó a unas conclusiones mucho menos optimistas que las de Adam Smith. Quizá fuese porque vivió una época en la que presenció los problemas sociales (miserias de los trabajadores) generados por la Revolución industrial. Entre sus aportaciones figuran la teoría del valor trabajo y la del salario del bronce, que serían luego reformuladas y utilizadas por el gran crítico de la economía política clásica: Carlos Marx.

{25} Sacerdote anglicano contemporáneo de Ricardo. Su obra más famosa es Ensayo sobre la población (1798). Aseguró que el crecimiento de la población sigue una progresión geométrica, mientras que la cantidad de alimentos necesarios para mantenerlos depende de la tierra cultivable y crecen en progresión aritmética.

 

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