Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 4 • junio 2002 • página 13
Del Corredor de las Ideas

Presentación del
Corredor de las Ideas

Desde su constitución en 1998 el Corredor de las Ideas se ha convertido en una de las iniciativas críticas más activas del Cono Sur americano, que desde este número cuenta con un espacio propio en El Catoblepas

Corredor de las Ideas El Corredor de las Ideas cuenta desde este número de El Catoblepas con un espacio propio en la revista. Planeado en 1997, el Corredor de las Ideas se constituyó en un encuentro celebrado en la ciudad de Maldonado (Punta del Este, Uruguay) en abril de 1998. En dicha oportunidad se nombró un primer equipo coordinador compuesto por cuatro personas: Mauricio Langón (Universidad de la República, Uruguay), Antonio Sidekum (Unisinos, Brasil), Hugo Biagini (Universidad de la Plata, Argentina) y Eduardo Devés Valdés (Universidad de Santiago, Chile). El II Encuentro, Identidade e Globalização, tuvo lugar en San Leopoldo (Brasil 1999), y en él se aprobó el conocido como «Manifiesto de San Leopoldo». El III Encuentro (Valparaiso, Chile 2000) se dedicó a Pensamiento latinoamericanos e historia de las ideas en el marco de la regionalización e integración, «A cien años del Ariel de Rodó», y el IV Encuentro (Paraguay 2001) a Pensar la mundialización desde el Sur. Para que el público de esta revista pueda conocer una iniciativa tan interesante como el Corredor de las Ideas, reproducimos el Manifiesto de San Leopoldo y una entrevista con uno de sus fundadores, el filósofo argentino Hugo Biagini.

Manifiesto de San Leopoldo

El Corredor de las Ideas –con su base operativa en la franja central de Chile, Argentina, Uruguay y el sur del Brasil– se propone dos metas principales: 1º) alentar los estudios sobre pensamiento y cultura latinoamericana, 2º) crear redes y grupos de trabajo para debatir nuestra propia integración desde tres principios insoslayables: democracia, identidad y derechos humanos.

Cuestionamos el presente Estado de Malestar y la reimplantada concepción sobre la rapacidad ingénita del hombre, así como la recolonización del orbe mediante deudas astronómicas, avasallamiento de legítimas expresiones regionales, manipulación informativa y domesticación de intelectuales –que asocian indisolublemente la racionalidad con el espíritu capitalista.

Nos pronunciamos por una integración que trascienda la unificación aduanera, el realismo político y el irrestricto alineamiento con los poderes mundiales; que asimile la estrategia de los países que han podido avanzar en la globalización por haber preservado sus valores más importantes, sus recursos naturales y su mercado interno; que adopte un perfil humanista, con justicia social y democracias participativas, hostiles a la corrupción y a los condicionamientos; que actualice un programa como el de la patria latinoamericana, con sus desvelos generacionales y su fuerte respaldo histórico.

Como fórmula positiva para la integración, propiciamos el innovador concepto de identidad, como unidad en la diversidad, que intenta superar nociones autoritarias o discriminantes –las del ser o el carácter nacional– para convertirse en un magno ideal civilizatorio por su alto grado de universalización. La identidad, como proceso de afirmación individual y colectiva, se aúna con la utopía, en tanto ambas tienden a modificar un ordenamiento maniqueo, compuesto por una casta privilegiada y una creciente masa de sumergidos. Desde una perspectiva utópica enraizada puede refutarse las versiones deterministas que le asignan una fuerza magnética a las oscilaciones bursátiles, a la concentración financiera, a la desregulación y a las privatizaciones, a los ajustes salvajes, al furor consumista o al triunfalismo nordatlántico que exhuma el discurso lapidario sobre los pueblos meridionales y clausura la historia como si se hubiera alcanzado el cese de los antagonismos y el reino celestial.

Entre los proyectos, plasmaciones y fuentes que nos toca recuperar a los iberoamericanos para la urdimbre de nuevas utopías, se encuentran nuestros mejores legados originales: desde el bolivarismo al modernismo martiano, desde el nacionalismo continental al movimiento reformista, desde la ensayística a la literatura ficcional, desde los planteos liberacionistas a la filosofía intercultural.

Una ardua tarea de revaloración que involucra no sólo a los letrados sino también a los bloques y partidos populares, a las organizaciones civiles autogestionarias; en definitiva, a quienes se rehusan a percibir como fenómenos cósmicos la dominación, la miseria, la desigualdad y los padecimientos planetarios. La historia de nuestras ideas emerge aquí como herramienta clave para activar la memoria, la conciencia y los emprendimientos sociales.

En resumidas cuentas, nos convoca el anhelo de incidir en todos los espacios disponibles y, fundamentalmente, en nuestro propio ámbito laboral, el universitario, para que éste asuma su gravitante función en el Mercosur del Conocimiento, oriente a sociedades tan dispares e inermes como las nuestras, hasta transformarse en un baluarte para el desarrollo alternativo frente al pensamiento único y la modernización conservadora.

Brasil, Mayo 1999
Antonio Sidekum (Unisinos, Brasil)
Mauricio Langón (Universidad de la República, Uruguay)
Hugo Biagini (Universidad de La Plata, Argentina)
Sergio Vuskovic (Universidad de Playa Ancha, Chile)
Vicente Sarubbi Zaldíbar (Universidad del Cono Sur de las Américas, Paraguay)
 

Potenciar la función del intelectual
Entrevista con Hugo E. Biagini

El cómo y el porqué de un espacio como el Corredor de las Ideas,
destinado al pensamiento cuestionador y propositivo.
Entrevista con Hugo E. Biagini realizada por Rosario Blefari,
publicada en Última Hora (Paraguay, 10 de febrero de 2002)

Hugo Biagini En 1997 un grupo de intelectuales hicieron la luz en un Corredor para que el pensamiento crítico y las ideas circulen ágilmente. Desde entonces, cada año nuevos estudiosos de distintas áreas asisten a ese foro internacional porque no quieren ser testigos mudos en momentos en que se imponen preguntas y algo más que opiniones superfluas. Las ideas necesitan estar en movimiento, ser comentadas, discutidas y expuestas para mantenerse vivas; es la manera en que el diálogo se abre para tratar de comprender a qué nos enfrentamos e idear un futuro que si no se avizora antes, jamás resultará ni siquiera parecido a como nos gustaría que fuese.

—Hay antecedentes históricos de encuentros como éste. ¿Qué son las redes intelectuales? ¿Cuáles fueron las primeras?

—Una red intelectual puede caracterizarse como un conjunto determinado de personas –escritores, artistas, científicos, docentes– que mantienen lazos sostenidos y participan de proyectos educativos, políticos o culturales comunes desde la sociedad civil y hacia extramuros, más allá del ámbito Estado-nación. Estas redes se proponen compartir y potenciar el conocimiento, todo aquello ligado a los requerimientos corporativos endogámicos. Otra acepción acota y a la vez amplía la función del intelectual y sus organizaciones a la crítica del poder y al enrolamiento con las causas populares. Tales orientaciones, la técnico-profesional y la impugnadora del orden estatuido, han prosperado en los últimos tiempos –tanto con el boom informático como con las múltiples demandas ante un sistema excluyente mediante la recreación de nuevos sujetos, utopías y variantes identitarias–. Sin embargo, en ambas direcciones se verifica una construcción de redes, que atraviesan todo el siglo XX; por ejemplo, en el plano comunicacional, el intercambio de la generación española del 98 con los modernistas latinoamericanos y, en materia de compromisos, el frente intelectual que originó el affaire Dreyfus o el arielismo y sus secuelas antiimperialistas –como el movimiento de la Reforma Universitaria–, hasta llegar a las más cercanas articulaciones producidas por el exilio. Aludimos a un ciclo envolvente de rebeldía y solidaridad; de campañas, proclamas y mensajes. Extremando la interpretación, cabría visualizar un mundo-mapa compuesto por redes de relaciones interindividuales o grupales y estructuras vinculantes. Uno de los fundadores del Corredor, el investigador chileno Eduardo Devés, se ha ocupado de los circuitos intelectuales y ha pergeñado un plan exploratorio sobre el devenir de esas redes en nuestro continente.

—¿El Corredor es una herramienta de comunicación para producir conocimiento científico en el plano de las ideas?

—Nuestros propósitos principales consisten en impulsar los estudios sobre pensamiento y cultura latinoamericanos y replantear la integración regional desde tres principios ineludibles: democracia, identidad y derechos humanos. En esa doble intención, de aunar ciencia y conciencia, análisis y pronunciamiento, tomamos la historia de las ideas en su dimensión académica, pero también como instrumento para incentivar la memoria nacional y las realizaciones sociales, alejándonos así de una pretendida neutralidad objetivista. De ahí que el año pasado hayamos rendido un homenaje público en Buenos Aires a dos grandes exponentes de nuestro filosofar, Arturo Ardao y Arturo Roig, quienes abordaron nuestras mejores tradiciones reflexivas con una metodología innovadora y un civismo ejemplar.

—¿A qué situación se había llegado en el panorama del pensamiento para verse impulsados a crear el Corredor?

—Cuando lanzamos el Corredor de las Ideas, a mediados del 97, comenzaban a trastabillar la concepción neoconservadora y el pensamiento único, los cuales no responden solo a un modelo económico –privatista y depredador– sino a una cosmovisión basada en el interés, el provecho y el espíritu posesivo que resulta incompatible con los valores democráticos inspirados por la ética de la equidad. Nuestro primer encuentro fue convocado bajo un leit motiv permanente: «Alternativas a la globalización en el marco de la integración», y se llevó a cabo en Maldonado (Uruguay), donde, además de enunciarse los propósitos principales de nuestro emprendimiento junto a la crisis y a la crítica de la globalización, se encararon otros asuntos: los intelectuales y el poder, multiversidad y redes sociales, interculturalidad y convivencia de los pueblos, estrategias para el Mercosur y para la educación, nacionalismo y neototalitarismo, o la presencia africana en nuestra identidad.

—¿Qué ventajas a nivel de libertad intelectual e ideológica permite el hecho de no estar convocados por ninguna institución ni oficial ni privada?

—No renegamos del alineamiento institucional por no tener vocación de francotiradores. Sin desmerecer la fuerza vital del underground, preferimos debatir en cónclaves formales. Nos hemos reunido en Unisinos (Brasil) o en otras universidades como la de Playa Ancha (Chile), la Católica de Asunción, y el próximo lo efectuaremos en la benemérita de Río Cuarto. Procuramos evitar, en cambio, la dependencia financiera oficial para acceder a una plena libertad de opinión; cada participante procura solventarse por su cuenta, y para evitar grandes erogaciones hemos ubicado el escenario del Corredor en un espacio relativamente equidistante: de Valparaíso a Porto Alegre. En síntesis, que no pretendemos encapsularnos sino servirnos de nuestra red, para bregar por una mayor idoneidad y militancia pública dentro de los mismos feudos del saber.

—A partir del último encuentro en Asunción el crecimiento se hizo evidente. ¿Hay intenciones de extender los límites de la franja sur de la que habla?

—El mitin realizado este año en Paraguay se desarrolló bajo el lema «Pensar la Mundialización desde el Sur», y fue un punto de inflexión en nuestro desenvolvimiento, por su poder de convocatoria y por la participación de figuras destacadas del pensamiento latinoamericano actual que elevaron el nivel de las discusiones –como Yamandú Acosta, Fernando Ainsa, Carmen Bohórquez, Juan Andrés Cardozo, Horacio Cerutti, José Luis Gómez Martínez, Mauricio Langón, Bartomeu Melià, Javier Pinedo, María Luisa Rivara, Antonio Sidekum, Bernardo Subercaseaux, Alejandro Serrano Caldera o Sergio Vuskovic, entre quienes residen fuera de nuestro país. Los debates culminaron con una declaración firmada en el antiguo territorio ocupado por la República de las Misiones Guaraníes, donde se denunciaron las grandes asimetrías imperantes, se adhirió a los movimientos de resistencia contra una política antihumanista y se exhortó a los intelectuales a superar la pasividad académica posmoderna mediante la elaboración de un pensamiento vigoroso que permita concebir otro mundo en este mundo para todo el mundo. Finalizado el evento, tratamos un megaproyecto ideado por nuestro cofrade el filósofo cubano Pablo Guadarrama, en cuya redacción colaboraremos entusiastamente: «El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana»; un proyecto cuyo Comité Científico está presidido por Arturo Andrés Roig, eximio integrante del Corredor. En efecto, varios colegas de otras latitudes que han acudido a este llamado se han propuesto extender el Corredor de las Ideas fuera del Cono Sur.

—Los intelectuales que participan pertenecen a distintas disciplinas. ¿Hay espacio también para las divergencias ideológicas? ¿Cuál es el límite de esa diversidad?

—Claro que alentamos las disidencias enaltecedoras. Nuestro perfil medio no coincide con el de esos intelectuales comeflores que mucho dicen pero poco hacen. Contamos en nuestras filas con quienes poseen la actual levadura juvenil y con los que la tuvieron muy alto en los sesenta y tantos. Además del aporte científico-social, prevalece una vertiente filosófica que, sin abjurar del pensamiento de la liberación, se abre a las últimas corrientes de los estudios culturales y la poscolonialidad. Los límites ideológicos lo marcan nuestros principios-guía de los que hablamos antes y de los cuales se desprende el rechazo a posturas ultrarreaccionarias.

—Suele haber escaso contacto entre estas actividades y las personas que no pertenecen al medio académico. ¿Cuál es la forma de alcanzar estas reflexiones a quienes no se especializan en el tema?

—La difusión de nuestros planteos constituye un elemento clave, y por ello hemos dado a conocer nuestro manifiesto original tanto en castellano y portugués como en lengua guaraní. Por otra parte, nuestras deliberaciones en Paraguay suscitaron un fuerte impacto público a través de la prensa, que les dedicó un espacio generoso. Diversos expositores trataron en las entrevistas con los medios cuestiones muy candentes, como las nuevas formas de dominación que debilitan la conciencia de clase y la misma ciudadanía, la necesidad de movilizarnos para que la democracia deje de ser un cheque en blanco destinado a políticos venales y que la representación se legitime en el mandar, obedeciendo las decisiones mayoritarias sin echarlas en saco roto. A ese éxito contribuyó la apoyatura de la delegación UNESCO en Paraguay y de su titular, Edgar Montiel, quien poco antes había organizado un Forum del Mercosur, donde tuve el privilegio de compartir la tribuna con personalidades de la talla de Bernard Cassen o Francisco Weffort.

—En el caso de que presenciemos el surgimiento de un nuevo ímpetu con aires románticos, ¿qué formas cree que tomaría o está tomando en el área de las ideas? ¿Qué actitudes se darían por superadas con respecto al pasado y cómo sería la revolución a la que se plegarían hoy en día los intelectuales del Corredor, por ejemplo?

—Parecen emerger auténticas utopías poscapitalistas: de Seattle a Génova y del zapatismo a los piqueteros. Más allá de las reivindicaciones identitarias sectorizadas –genéricas, étnicas, sindicales, idiomáticas, religiosas–, aflora el reclamo por cuestiones estructurales, la búsqueda de una efectiva universalización del derecho a los bienes sin afanes mercantiles. Todo ello se da en un contexto desprovisto de la certeza sesentista de que la revolución –entendida como un año cero de la sociedad perfecta, el hombre nuevo y un mundo transparente– se hallaba al alcance de la mano, sin mayores mediaciones. Existe la convicción de un largo camino a recorrer, que no implica forzosamente el asalto al poder y la instauración de un paraíso terrenal no siempre sembrado de buenas intenciones. Por lo demás, están apareciendo una sucesión de sintomáticos trabajos en torno al fenómeno revolucionario, como los que acaban de salir en la revista Ciudadanos, dirigida por un miembro activo del Corredor: Osvaldo Alvarez Guerrero.

—¿Cómo se afectó en las últimas semanas este Corredor, qué ideas están circulando en estos días tan especiales?

—Como tantas otras agrupaciones a las que les importa el primado axiológico de la verdad y la justicia, el Corredor de las Ideas no deja de preocuparse por el desencadenamiento de la primera guerra de la mundialización –con todas sus miserias– y por la posibilidad de que la escalada belicista incentive la tendencia a criminalizar los movimientos civiles con los que nos sentimos mancomunados. Deseamos que no se libre contra ellos una represión sin cuartel como la que se ha declarado prácticamente a los inmigrantes y marginales, y que las protestas antiglobalización no sean juzgadas como subversivas y terroristas. Con todo, difícilmente podrán reducirse las expresiones idealistas en ciernes a la situación de un testigo impávido de los conflictos por el predominio planetario.

PERFIL. Hugo Biagini. Historiador de las ideas y miembro fundador del Corredor, es catedrático en la Maestría en Integración Regional-Mercosur (Centro de Estudios Avanzados UBA). Estuvo en nuestro país el año pasado para el Primer Foro del Mercosur: «La diversidad cultural frente a la globalización» y luego para el IV Corredor de las Ideas. Entre sus libros destacan Filosofía americana e identidad, Historia ideológica y poder social, Fines de siglo, fin de milenio, La generación del Ochenta, La Reforma Universitaria y Utopías juveniles: De la bohemia al Che.

 

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