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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 4 • junio 2002 • página 4
Desde Ultima Thule

Levitación en el siglo XXI

Fernando Flores Morador

Ante el estreno de otro capítulo de la saga futurista «La Guerra de las Galaxias», esta vez con el título «El Ataque de los Clones», del director George Lucas, nos preguntamos: ¿De dónde proviene el manantial ideológico que en nuestros días alimenta la mayoría de las sagas futuristas acerca de la vida?

Vitalismo

En general se ha dado el nombre de «vitalistas» a las personas que poseen la «capacidad» –digámoslo así con animo de simplificar– de ver en los fenómenos vitales la acción de una fuerza oculta. Esta fuerza, actúa a través de los tejidos orgánicos y en marcada oposición a la fuerza gravitatoria, generando entre otras cosas, la forma del cambio o movimiento que llamamos «crecimiento». Los cuerpos orgánicos y con ellos el proceso de crecimiento, están sometidos a las leyes de la gravedad, pero son de alguna manera su negación. El hecho no es de ninguna manera evidente y debe por lo mismo ser «exagerado» en las sagas futuristas. Si bien cada momento del crecimiento, es una confirmación de las leyes físicas en general y de la gravitación en particular, la «fuerza», es decir el «principio» o la «razón» que hace posible la organización vital, carece –todavía hoy– de una explicación convincente.

La gran originalidad de Newton y su coraje teórico, radicó en el hecho de asociar el fenómeno cotidiano de la caída de las cosas, con la fuerza que mantiene orbitando a los planetas en torno al sol. La diferencia entre «caer» y «orbitar», se redujo con Newton, a una cuestión de tamaños y distancias. La idea de «masa» como distinta del «peso», había así quedado establecida.

¿Pero que habría pensado Newton, si hubiera sido capaz de ver a las cosas alzarse, en lugar de caerse? ¿Habría pensado que una fuerza también invisible y de alguna manera comparable a la gravitación, se hallaba detrás de un fenómeno tan remarcable? Desde el origen de los tiempos, esa fuerza ha sido identificada con Dios y su obra, pero al impulso de la modernización, iniciada hace un par de milenios por los griegos, se nos aparece más y más como una fuerza natural independiente. Del vitalismo arcaico y religioso, se ha pasado a un vitalismo secularizado y filosófico. Este nuevo vitalismo, no debe reducirse a las corrientes filosófico-científicas del vitalismo clásico, que acerca de la naturaleza de la vida, florecieron durante buena parte del siglo XIX y que culminan en la obra de Bergson. Este último tipo de vitalismo, no surge como reacción a los desarrollos en el campo de la biología científica, como fuera el caso del vitalismo clásico. Por el contrario, crece al margen de la investigación biológica, siendo en realidad consecuencia de los desarrollos en el área de la informática y otras tecnologías asociadas. El punto de partida de este nuevo vitalismo «informático» puede relacionarse a la obra de Alan Mathison Turing y sus escritos acerca de la capacidad «pensante» de las máquinas y a la ciencia «cibernética» de Norbert Wiener. El proceso se continúa en la filosofía autopoiética de Maturana y Varela. Dentro del espectro de la ciencia cognitiva, se constituye un grupo de teóricos que sostienen la posibilidad de desarrollar formas de «vida artificial», –grupo conocido bajo el nombre de «A-life» o también «AL»– el cual sigue muy de cerca los objetivos de la temprana cibernética y el ideal formulado por la reflexión de Maturana y Varela. Christopher Langton –una de las figuras centrales en AL– define la vida de una manera similar a la de los latinoamericanos: «a property of the organization of matter, rather than a property of the matter that is so organized.» De esta manera, el fenómeno de la vida puede surgir de la combinación de materia «simple» (en el sentido físico-químico del término) y «complejidad». Lo importante aquí es que la vida, a pesar de poseer una esencia material, no es una propiedad de la materia. La vida es una propiedad emergente de la complejidad. Es un producto informático que se da o no en la naturaleza, independiente de las condiciones materiales subyacentes. De allí que la vida pueda ser generada en máquinas suficientemente complejas.

¿Pueden pensar las máquinas?

En los orígenes de la noción de inteligencia artificial y otras ideas emparentadas se halla la obra del matemático inglés Alan Mathison Turing. La contribución teórica más importante de Turing data de 1936 cuando publica su trabajo On computable Numbers with an Application to the Entscheidungsproblem. Este es un trabajo sobre matemáticas dirigido a matemáticos profesionales y de poca incidencia fuera de los círculos especializados. Hacia 1950 publica «Computing Machinery and Intelligence» en la revista de filosofía Mind. En este artículo su pensamiento trasciende los limitados círculos de los especialistas y se lanza a la fundación de una filosofía de la conciencia que a falta de un mejor nombre llamaremos artificialismo o robotismo. En esas páginas históricas Turing se pregunta: «¿Piensan las máquinas?». Su respuesta es afirmativa, llegando a la misma a través de una serie de sustituciones pragmáticas a la pregunta inicial. Comprueba que la pregunta «¿piensan las máquinas?», es de difícil precisión y propone sustituirla por otra. Para ello propone una situación ideal, un juego al que llama de «imitación». El juego propuesto, es para nosotros hoy fácil de comprender, dado que lo practicamos a diario en la comunicación electrónica. En el diario intercambiar de correo electrónico, se nos presenta muchas veces la duda acerca de quién es la persona con la que nos comunicamos: ¿es un hombre o una mujer?; ¿en qué país, ciudad vive?; ¿cual es su educación?; ¿qué edad tiene?; &c. Suponiendo que alguien conectara una máquina a la red postal, ¿sería posible engañar a los comunicantes acerca de la naturaleza mecánica de este interlocutor? ¿Podrían confundirse las respuestas de la máquina con las de una persona? Turing sustituye entonces la pregunta: «¿piensan las máquinas?» por esta otra: «¿es posible distinguir una máquina de una persona en el momento de la comunicación no presencial?» Turing responde negativamente a esta pregunta y asegura que con el progreso de la técnica de programación será cada vez más difícil distinguir entre una máquina y una persona en el momento de la comunicación.

Autopoiesis

Las ideas fundamentales de los biólogos Maturana y Varela fueron desarrolladas en dos trabajos mayores: Autopoiesis and Cognition (1980) y The Tree of Knowledge (1987). A partir de entonces cada uno parece haber seguido su propio camino, sin dejar de seguir una misma línea, por ejemplo en The Embodied Mind (1991) de Varela, Rosch y Thompson, y en Science and Daily Life: the Ontology of Scientific Explanations (1991) de Maturana.

Maturana realizó originalmente investigaciones en el terreno de la fenomenología y la biología de la visión, lo que le transforma en uno de los pioneros del campo científico hoy denominado «ciencias de la cognición».

La pregunta central que estos autores se hacen es ¿cómo están organizados los seres vivos? Desde el primer momento de su reflexión, es clara su orientación: la vida no ha de ser explicada mediante la abstracción de aquellas propiedades comunes a todos los seres vivos. La clase de los seres vivos no esta definida por propiedades comunes esenciales, sino por una forma organizativa particular.

Una explicación del fenómeno de la vida podría lograrse entonces, si se consiguiera aislar un «mecanismo generativo» el cual en caso de «presentarse», nos enfrentaría a la experiencia del fenómeno que se trata de explicar. En otras palabras, si se pudiera especificar una determinada forma de organización, la cual una vez realizada no pudiera ser diferenciada de la organización del fenómeno al que entendemos como «vida», contaríamos entonces con una «explicación de la vida». Algunas preguntas surgen de lo dicho. Si se logra desarrollar el mecanismo generativo buscado, por ejemplo un programa de computadoras, ¿será es te mecanismo generativo, además de una «explicación de la vida», también un «ejemplo» de vida, de forma tal que la fenomenología del mecanismo generativo sea indistinguible de la fenomenología de la vida «real»? Si esto se cumple, la vida «artificial» será indistinguible de la vida «en general».

Levitación

Aceptemos por un momento que una fuerza levitante existe. Pensamos que una fuerza de esa naturaleza no podría ser –a riesgo de arriesgar el orden cosmológico– tan fuerte como para neutralizar la fuerza gravitatoria. De lo dicho deducimos que una fuerza de este tipo no podría en magnitud ser la copia exacta pero negativa de la fuerza gravitatoria. Pensamos que, en caso de existir una fuerza de este tipo, las cosas seguirían cayendo y quedándose en donde caen. A pesar de estas limitaciones, permítasenos seguir jugando con la idea de que de alguna manera débil pero efectiva, existe una fuerza, a la que llamaremos levitación contraria a la fuerza gravitatoria. En ese caso: ¿cuáles serían sus características físicas? Lo que buscamos es la explicación racional, capaz de encajar en el corpus científico vigente, que nos permita encontrar un modelo de conducta de los cuerpos, inverso a la conducta generada por la gravitación.

Para comprender la problemática subyacente, se hace necesario primero reflexionar un momento acerca de la relación entre gravitación y entropía. Aceptemos que la fuerza gravitatoria actúa sobre el universo siguiendo un proceso homogeneizador (la llamada ley o principio de la entropía).

Supongamos ahora que existe un proceso inverso que por su naturaleza es «organizador» de cuerpos.

La fuerza «levitatoria» podría estimarse groseramente como complementaria a la gravitación del siguiente modo:

Levitación = 1 – Gravitación

Aquí tenemos the force, de Lucas en la saga «La Guerra de las Galaxias». Una fuerza que se manifiesta como consecuencia de un principio «trópico», es decir si llamamos tropia{1} a esta ley o principio ordenador.

Renacentismo contemporáneo

Ya en los años 50, contemporáneos a Turing, Wiener y Maturana, reaccionaron críticamente, calificando a estas nuevas formas de vitalismo como nuevas expresiones de «renacentismo». El calificativo «renacentista», era usado para expresar algo similar a «ocultismo» o a «hermetismo». Entre los críticos se hallaba Mario Bunge, cuyas palabras pueden leerse en el British Journal of Philosophy de agosto del año 1956 con el título «Do computers think?». Allí escribe:

«Una característica que distingue a los cibernéticos es la de que aman las metáforas. Por lo mismo ellos suelen expresar que los artefactos piensan, conocen, reciben y dan información, aprenden, desean, y hasta se enferman. Este el problema mayor de la cibernética, es decir que no distinguen entre identidad y semejanza, entre el modelo y el retrato (...)»{2}

Sin duda se trata de una nueva ola renacentista, pero no parece que ésta, pueda ser tan fácilmente descartada como otras anteriores. Bien enmarcada en el contexto correcto, la teoría de una fuerza levitatoria se presenta inaccesible al ataque de la ciencia tradicional en general y de la biología en particular. Creo que el éxito de biólogos como Maturana y Varela confirman lo dicho. En el fondo, se erige el problema de una definición de «vida». Según Michel Foucault, la noción moderna de «vida» nace en el siglo XIX, como objeto de estudio de las recién nacidas ciencias biológicas{3}. Muchos años han pasado desde entonces y grandes han sido los avances de las ciencias biológicas. A pesar de ello todavía nos hace falta consenso acerca de los alcances y límites del fenómeno al llamamos «vida». De allí que las definiciones aceptables puedan ser muchas. ¿Será que la «vida» es en realidad un concepto vacío que denota una realidad que no existe? ¿Será que en realidad nos hace falta visualizar la levitación detrás de la simple «masa orgánica»? ¿Será que masa orgánica no es lo mismo que masa inorgánica?

¡Que la fuerza esté con vosotros!

Notas

{1} Del griego trópo, «voltear» (inglés «to turn»). También conocida com «entropía negativa».

{2} Mario Bunge, obra citada, pág. 217, mi traducción.

{3} Michel Foucault, Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines. NRF, Éditions Gallimard, 1966.

 

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