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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 3 • mayo 2002 • página 20
Libros

Sobre la normalización lingüística:
una vuelta al pasado

José Manuel González Portilla

Reseña del libro «El universo políglota», de Juan Ramón Lodares,
Editorial Taurus, Madrid 2000, 290 págs.

El libro El universo políglota es un ensayo en el que, entre otras cosas, se analiza el origen y actual protagonismo que a lo largo de estos últimos años –principalmente desde la Constitución de 1978– han ido adquiriendo las llamadas «lenguas nacionales» –catalán, gallego, vasco, &c.– en el estado español. La intención del autor, doctor en filología hispánica, es clara desde las primeras líneas: denunciar los abusos, cuando no las mentiras o «verdades a cuentagotas» que se utilizan para justificar los procesos de inmersión o normalización lingüística a los que se está sometiendo en estos momentos a 16 millones de españoles. No puede ocultar el temor de quien esta modesta reseña escribe –desde Asturias– a que esta marea también nos acabe llevando.

En el libro desde sus inicios cobra importancia la dimensión política e histórica del asunto y no siendo nuestro autor amigo de perder el tiempo enseguida se mete en harina: España nunca ha sido un estado centralista o, si lo ha sido, de una forma tardía e incompleta. ¿Cómo? El mundo al revés: donde unos hablan de modernidad –desde la izquierda– para apoyar la recuperación lingüística, el señor Lodares defiende que con tal proceso casi volvemos a la Edad Media. Donde otros defienden derechos históricos –los nacionalistas– aquí se desvela una vuelta al más rancio conservadurismo. ¿Cómo es posible la vinculación entre la «España de los pueblos» y una España de Dios, patria y rey? Vayamos a las más ilustrativas palabras del autor:

«Lo que se planteó en 1978 es una situación que viene mucho más allá de Franco y de mucho más allá de la Segunda República: es la restauración lingüística de una España foral muy vieja, en la que los movimientos hechos para comunicar e igualar a los naturales han tenido siempre difícil ejecución» (pág.18.)

A partir de aquí, y no sin ciertas dosis de cabreo, nuestro autor trata de desmontar algunas de las creencias más arraigadas –algunas llevadas al nivel de «evidencias» no sujetas a discusión– en nuestro suelo político actual. Sin pretensión de ser exhaustivo vamos a ver como se «trituran» algunas de ellas.

Educación

Las leyes educativas nunca prohibieron las lenguas minoritarias. El español no llegó a ser lengua oficial del estado hasta la II República. Por el contrario, el castellano se utilizó –y nadie se opuso a ello– como una lengua de instrucción pública necesaria para combatir el rampante analfabetismo. Ahí se entienden los esfuerzos de las Cortes de Cádiz, de Jovellanos, de la Junta de Instrucción Pública, &c. Avanzando en esta línea, algunas de las previsiones que adelanta nuestro autor son muy preocupantes: el bilingüismo es propio de capas reducidas y muy formadas de la población, con lo que la inmersión en una lengua minoritaria hará que las capas proletarizadas de la sociedad dominen sólo una lengua... minoritaria.

Iglesia

El interés de la iglesia en defender las lenguas minoritarias es constante. En el caso del vasco Lodares habla de que fue utilizado como «cordón sanitario» contra ideas y costumbres ajenas al tradicionalismo y las creencias religiosas. Los nuevos desarrollos económicos, el capitalismo y la proletarización de la sociedad asustó a más de uno: «Un aire tradicional y cristiano: quizá esa concepción de una sociedad tranquila y estática, donde los ricos y los pobres lo son por naturaleza... explique la ambivalencia, muy notable, que ha seguido la iglesia respecto de la distribución sociológica de las lenguas en España» (pág. 95).

Franquismo

Tienen mucho interés, a mi juicio, los análisis que se hacen acerca de algunos tópicos que rodean la interpretación del franquismo. Con este fenómeno lingüístico los demócratas se reconocen por su defensa del multilingüísmo reprimido; mientras que los conservadores defenderán todo aquello basado en el español. Sin embargo, nuestro autor entiende que la línea seguida por el franquismo y su mística de lo «español» emparenta con la actual mística que rodea al catalán, al gallego o el asturiano: «Esto es, que son lenguas de identificación de un pueblo, de una raza, de una cultura y de un destino en lo universal... mística general pero sobresaliente en los partidos nacionalistas» (pág. 120).

Obreros y capitalismo

El origen del «malestar» vasco hay que buscarlo en el rechazo que produjo en la burguesía la proletarización de la sociedad así como la llegada de inmigrantes. Por todo ello el idioma se va a convertir en un «ídolo de la tribu» que desde posiciones xenófobas va a tratar de defender los restos del naufragio en que se encuentra tras la industrialización, las leyes viejas, la religión y la lengua. No debe extrañarnos, pues, que los movimientos obreros en el siglo XIX utilizasen el español como lenguaje de comunicación ya que a través del mismo se privilegiaba la común condición de clase, por encima del origen geográfico o étnico.

Vasco, catalán y gallego

Los últimos capítulos los dedica Juan Ramón Lodares a analizar los procesos de normalización lingüística que se están llevando a cabo en algunas comunidades autónomas de España. Del caso vasco se resalta el intento de imponer una lengua hasta hace muy poco tiempo minoritaria, sin usos administrativos ni tradición literaria, y aquejada de «una diversidad dialectal recalcitrante» (pág. 143). La única explicación se encuentra en la vía política que arrancando en apologistas como Campión, Arriaga o Sabino Arana –ninguno de ellos vasco hablante–, enlaza con la desconcertante actividad de Federico Krutwig, del que Lodares extrae perlas como esta «El vasco es el euskaldún y quien no habla euskera es un "euskaldún-motz", un vasco cortado, castrado, en esto no hay discusión posible» (pág. 150). Sin comentarios.

Del caso catalán se destaca el fondo económico que han regido las relaciones entre el español y el catalán: «La aparición del español en la Cataluña moderna responde, esencialmente, al interés del medio mercantil, industrial y urbano por apropiarse de la lengua moderna de comercio que era el español.» América, en todo este asunto tuvo mucho que decir.

La pérdida de las colonias también. Lo curioso del asunto, se denuncia en este texto, es que algunas armas arrojadizas que se utilizan contra la eterna imposición del español frente al catalán, como los Decretos de Nueva Planta de Felipe V, se vuelvan contra quienes los utilizan: en el fondo fueron los comerciantes catalanes y valencianos quienes exigieron uniformidad –es decir, el español– en los campos de la judicatura y el comercio.

El gallego es también analizado desde las mismas coordenadas lingüísticas, históricas y políticas. De ellas yo resalto unas conclusiones finales que también pueden aplicarse a los dos casos anteriores: «En fin, los gallegos tendrán que ver si prefieren la aventura de educar a los niños para desenvolverse en una comunidad lingüística diminuta e inestable, aprendiendo una lengua que les va a servir para poco –y enfrentada a la permanente presencia de un español, cuyo atractivo no es previsible que cese– o si prefieren algo distinto. Por fortuna, dadas las actuales circunstancias políticas en que vivimos, lo que pase –que el gallego perezca, mantenga su precaria situación de siglos, o desborde al español entre el júbilo oficial, sindical y progresista de izquierdas–, sea lo que sea, no podrá achacarse en el futuro a la centenaria represión castellana y otros tópicos al uso. No es poco. Eso habrá ganado la historia lingüística de España que se escriba en el futuro: claridad» (pág. 210)

Final

El penúltimo capítulo trata de poner un poco de orden en torno a la persecución que las lenguas minoritarias tuvieron durante la posguerra. Hagamos un resumen fácil: el problema, antes y después de la guerra para ciertos vascos, catalanes y españoles en general estaba en ciertas ideas y movimientos políticos que había que parar como fuese y en la lengua en que se hablasen. Solventado el problema, el franquismo nunca puso demasiadas trabas a la difusión de las lenguas minoritarias. El libro termina con una crítica a la imposición de un bilingüismo aplicado «según planes de ingeniería social diseñados por consejerías y comités de expertos, que orientan "científicamente" a las masas» (pág. 267). Una crítica, en resumidas cuentas, a la utilización política e ideológica de las lenguas (también en democracia) como instrumentos de control social.

 

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