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Capítulo 6

La masacre en la Embajada de España

“De entonces para hoy, los combatientes muertos han extendido en lo inmenso su metálica forma y nuestra acción ha seguido nuevos derroteros.” –Mario Payeras, El Trueno en la Ciudad, 1978{1}

Tomar rehenes en las embajadas y los ministerios del gobierno es una forma de protesta común en Latino América. Capta la atención aun de los medios de difusión más reprimidos o indiferentes. En 1978, los sandinistas capturaron a todo el congreso de Nicaragua para dramatizar su lucha contra la dictadura de Somoza. Un arzobispo aceptó mediar, Somoza puso presos políticos en libertad y los guerrilleros salieron heroicamente del aeropuerto hacia el triunfo internacional. Pero la táctica puede resultar terriblemente adversa. Cuando la guerrilla tomó la corte suprema de justicia colombiana en 1985, el ejército respondió con tanques. Murieron los cuarentiuno militantes, junto con doce jueces. Otra ocupación que acabó en desastre fue la del 31 de enero de 1980 en la Ciudad de Guatemala. Manifestantes enmascarados ocuparon la embajada de España para denunciar la represión del gobierno, con lo cual la policía tomó el recinto por asalto. Treintiséis personas murieron, todos a excepción de un ocupante y un rehén, en el curso de una conflagración misteriosa.

Hasta la fecha, no hay acuerdo acerca de quién empezó el fuego en la embajada española. Pero el holocausto no fue una derrota para el movimiento revolucionario. Puesto que la policía asaltó el edificio a pesar de las protestas del embajador español, el gobierno de Guatemala fue declarado responsable de violación de la inmunidad diplomática y de las muertes de las personas que estaban en el interior. Mejor que ningún otro suceso, el incendio capturó la brutalidad de las fuerzas de seguridad y la exhibió frente a las cámaras de televisión. La violación del derecho internacional fue tan flagrante que convirtió al gobierno de Lucas García en paria internacional. Dentro de Guatemala, la masacre se transformó en un símbolo poderoso para la coalición revolucionaria. Los manifestantes muertos fueron recordados como campesinos que luchaban para proteger a sus familias de los secuestradores del gobierno. Se convirtieron en víctimas ejemplares, mártires cuyas muertes presagiaban victoria. Entre ellos había seis personas de la aldea de Rigoberta, incluyendo su padre, Vicente Menchú. El tema de este capítulo es cómo murieron y porqué.

Chimel recibe su título de propiedad

“El helicóptero Alouette se posó en una nube de polvo en las afueras de la remota aldea indígena de Chimel y de su interior salió un reducido comité de funcionarios del Instituto de Reforma Agraria de la capital que haría la entrega de títulos de propiedad a 45 familias indígenas. Pero los nuevos propietarios no aparecían por ninguna parte. El alcalde de la aldea se acercó a los funcionarios y les tendió una nota laboriosamente escrita a mano. Debido a la “represión del ejército del gobierno”, decía, los indígenas tenían miedo de llegar al pueblo para recibir los títulos.” –Washington Post, 3 febrero 1980.

Según Me llamo Rigoberta Menchú, el ventajista Instituto Nacional de Reforma Agraria convence a los campesinos de Chimel para que firmen un documento que ninguno puede leer. Supuestamente es el título de propiedad de su tierra. Dos años después, cuando los grandes latifundistas renuevan sus ataques, el INTA revela que se trata de un acuerdo por el que aceptan irse. Luego de más persecuciones, la agencia ofrece vender a Chimel sus propio terrenos por la imposible suma de Q.19.000 (US$19.000, en aquel tiempo), lo cual equivalía a una orden de desalojo.{2} Sin embargo, de los archivos del INTA emerge una historia muy diferente, que es corroborada por los supervivientes de Chimel. Justo antes de que Vicente muriera en la embajada de España, había recibido el título de propiedad solicitado durante tantos años.

Bajo el acuerdo número 26-79, con fecha 20 de diciembre de 1979, la institución concedía a cuarenta y cinco hogares los títulos provisionales de 2.753 hectáreas por un precio total de Q.19.270.{3} Hay dos detalles importantes. En primer lugar, los nuevos títulos correspondían a los terrenos que INTA reconocía desde mucho antes. No incluían las 151 hectáreas en las que se levantaban las casas de Chimel. Esto contrariaba a Vicente y sus hijos, que no estaban dispuestos a irse. Además, las 2.753 hectáreas fueron concedidas a pesar de la inflexible oposición de los Tum de Laguna Danta, que sentían que el INTA estaba consolidando el poder de Vicente en las 151 hectáreas que ellos reclamaban suyas.

En segundo lugar, el INTA no haría entrega de los títulos definitivos hasta que los colonos hubieran terminado de pagar todo su precio, los términos acostumbrados en la adquisición de terrenos nacionales. Puesto que Chimel ya había dado un adelanto de Q.1.980, el resto de la deuda (Q. 17.290) podía ser pagado en 20 plazos anuales de Q.864,50. Estando aún el quetzal en paridad con el dólar, esto significaba una carga anual de US$20 por hogar. Según un miembro de la familia Menchú, la deuda era tan manejable que esperaban pagarla antes de tiempo.

Desgraciadamente, cuando llegaron los títulos, Chimel tenía tanto miedo del ejército que se negaron a presentarse en la municipalidad para recogerlos. “Llegó un mensaje citando a Vicente Menchú y sus compañeros para que recibieran al jefe del INTA que les haría entrega de sus documentos”, recordaba un funcionario municipal de entonces. “Pero ya había destacamento militar aquí y la gente se sentía amenazada. Ya había comenzado la violencia y ellos no vinieron por miedo al ejército. Temían que los iban a secuestrar”. Rubén Castellanos, el vice-presidente del INTA, que había volado en helicóptero desde la capital hasta la cabecera municipal, procedió a la entrega de los títulos de la aldea en una ceremonia tensa y triste celebrada el 28 de diciembre de 1979. “La gente se reunió para recibir los papeles, pero con miedo”. Según una versión, Vicente dijo: “Sabemos que si llegamos a Uspantán el ejército va a secuestrarnos”.

Sólo pocos días después, el 9 de enero, el ejército tuvo un enfrentamiento con San Pablo El Baldío, la aldea que había sufrido la mayoría de los secuestros en venganza por la incursión del EGP en agosto. A decir del ejército, una de sus patrullas fue atacada repentinamente por los rebeldes. Los sampableños cuentan una historia diferente. Según un comunicado escrito con la caligrafía y la gramática de un campesino y dirigido a la Federación de Trabajadores de Guatemala, los soldados acusaron a la aldea de pertenecer a la guerrilla. Obligaron a las mujeres a darles de comer, separaron a los hombres y empezaron a disparar. La gente agarró machetes, azadones, leña y piedras para defenderse. En la confusión los soldados dispararon a varios de sus propios hombres y uno de ellos resultó tan gravemente herido que el comandante puso fin a su sufrimiento.{4} Según crónicas posteriores publicadas por la izquierda urbana, el número de soldados muertos aumentó a tres, y el ejército hirió a dos sampableños y destruyó muchas casas.

Según decía un sampableño entrevistado recientemente, los disparos comenzaron con un altercado entre un soldado que pedía comida y el indignado dueño de una casa que blandía su machete en el aire. El soldado disparó una bala que sesgó un dedo del hombre. Esto asustó a los soldados, que retrocedieron disparando sus fusiles e hiriendo mortalmente a uno de los suyos. No destruyeron casa alguna, y ninguna habría de ser destruida hasta un año más tarde. Aun después del enfrentamiento, el ejército regresó a San Pablo varias veces “sólo para platicar”, me contó el sampableño. “Primero el ejército llegó para decir a la gente que no se meta con la guerrilla. Llegaron tres o cuatro veces. La gente decía que no tenían nada que ver con la guerrilla, pero el ejército no les creía... Quedaba la duda”.

Vicente da la vida por su hijo

Días después del incidente de San Pablo, los campesinos de allá, los de Chimel y los de otras aldeas se dieron cita en la iglesia católica de Uspantán. Luego se fueron a la Ciudad de Guatemala, tal vez vía Alta Verapaz en un autobús de alquiler para evitar los controles del ejército en el sur del Quiché. Luego de reunirse con delegaciones de las aldeas ixiles, los campesinos de Uspantán se alojaron en aulas de la Universidad de San Carlos. A lo largo de las próximas dos semanas, y guiados por estudiantes de la San Carlos, trataron a través de las ocupaciones de que los medios de difusión dedicaran un espacio a sus denuncias. Pero la respuesta de una prensa intimidada por el régimen de Lucas García se hacía esperar. Pocas horas después de que un abogado laboralista llamado Abraham Ixcamparí recibiera a los campesinos, era secuestrado y asesinado.

En la misma situación de peligro, los trabajadores en huelga habían conseguido ciertas concesiones de sus patronos luego de haber ocupado embajadas extranjeras. Para los campesinos de Quiché, la embajada de España era una opción atractiva ya que el Embajador Máximo Cajal y López acababa de estar en su departamento. Además de visitar una excavación arqueológica, había hablado con los sacerdotes españoles sobre las amenazas que enfrentaban. En la embajada los campesinos podían tener la esperanza de que serían escuchados con comprensión, lo que levantaría la acusación de que el propio embajador había aprobado el plan de ocupación.{5} Una coincidencia desafortunada se añadía a esta interpretación conspiracionista. Cuando los manifestantes ocuparon la embajada, entre las doce personas que atraparon en su interior se encontraba un ex vicepresidente de Guatemala, Eduardo Cáceres Lenhoff, y un ex ministro de Asuntos Exteriores, Adolfo Molina Orantes. Estaban allí para solicitar del gobierno español apoyo económico para una conferencia legal. ¿Habían sido invitados los manifestantes a hacer su aparición justo en el momento en que había rehenes valiosos?{6}

La embajada de España era una residencia sin protección en una calle suburbana. Con los rostros cubiertos, los ocupantes entraron por la puerta principal a las 11:00 a.m. Anunciaron que todos lo que se encontraban en el edificio eran rehenes a partir de ese momento. También llamaron a los medios de difusión para convocar una rueda de prensa a la 1:30. Antes de que la prensa pudiera entrar en la embajada, ésta fue rodeada por cientos de policías antidisturbios así como por judiciales vestidos de civil (policía secreta), que a menudo hacían horas extraordinarias en los escuadrones de la muerte. En el interior, el embajador Cajal y el secretario de la embajada trataban desesperadamente de evitar un enfrentamiento. Imploraron por teléfono al ministro guatemalteco de Asuntos Exteriores, al Palacio Presidencial y a su propio ministro de Asuntos Exteriores que ordenaran la retirada de la policía, hasta que la policía cortó la conexión. Las súplicas de los diplomáticos españoles fueron reforzadas con los llamados de Molina Orantes y Cáceres Lenhoff, los dos dignatarios guatemaltecos, pero también fueron ignorados, incluso cuando salieron a las ventanas con un megáfono.

La policía empezó a tomar la embajada hacia las 2 de la tarde. Las imágenes de televisión muestran la violencia del asalto, con las fuerzas de seguridad haciendo añicos puertas y ventanas. Los manifestantes retrocedieron hasta el segundo nivel, detrás de una verja de metal que bloqueaba la parte alta de las escaleras. Nerviosos pero desafiantes, se ofrecieron a caminar en parejas hasta la Universidad de San Carlos con sus rehenes, si primero se retiraba la policía. La policía se negó. Querían que los ocupantes salieran del edificio de uno en uno, ofrecimiento que ellos rechazaron, a sabiendas de cuántos detenidos habían reaparecido como cadáveres. Los ocupantes también pidieron al presidente de la Cruz Roja nacional que actuara como mediador. él se negó.

En el momento en que la policía irrumpía a través de la verja metálica, los ocupantes llevaron a los rehenes al despacho del embajador e hicieron barricadas con los muebles frente a la puerta de madera. Allí siguió un enfrentamiento verbal de quince minutos a través de una grieta de la puerta. Hacia las 3 p.m., la policía comenzó a derribar la puerta a golpes. Fuera del edificio, periodistas y otros espectadores oyeron una explosión dentro de la habitación, luego vieron humo y fuego a través de las ventanas. Puesto que éstas estaban enmarcadas en metal y protegidas con rejas de hierro, nadie podía escapar por ellas. Las llamas y los gritos pidiendo auxilio duraron varios minutos. Como la policía bloqueaba la entrada, los bomberos sólo podían lanzar agua desde afuera. Cuando finalmente entraron en la habitación, la mayoría de las víctimas estaba amontonada una sobre otra cerca de las ventanas. La mayoría parecía haber muerto asfixiada por el humo.{7}

Sólo había dos supervivientes, y pronto sólo quedaría uno. El embajador Cajal estaba en la puerta de su despacho, tratando de negociar con la policía cuando estalló el fuego. Con la ropa y el pelo en llamas, logró colarse al otro lado de la puerta. El otro sobreviviente era Gregorio Yujá Xoná de San Pablo El Baldío. Se encontraba debajo del montón, entre las docenas de cadáveres ennegrecidos por el humo y seguía respirando imperceptiblemente. Una noche después, Gregorio era secuestrado de su cama de hospital por hombres fuertemente armados. Pocos días más tarde, dejaban tirado su cadáver en la Universidad de San Carlos con una bala en la frente. “Correrá el mismo riesgo el Embajador español”, decía un letrero que dejaron a su lado.{8}

Al ignorar las protestas del embajador e invadir la embajada, el régimen de Lucas había cometido una violación grave del derecho internacional. El gobierno español le responsabilizó de todo lo que había sucedido y rompió las relaciones diplomáticas. Tres días después del fuego, la procesión fúnebre de los ocupantes atrajo a miles de simpatizantes. Siguiendo la augusta tradición de los funerales políticos, dos estudiantes y un policía murieron en un tiroteo, mientras que un comandante de policía resultaba herido y un manifestante era secuestrado.

Los mártires de la Embajada

“Elio fue para mi un hombre en todo sentido de la palabra: bueno, cariñoso, respetuoso, responsable. Aunque parezca exageración, jamás de él escuché un insulto; siempre me dio de él lo mejor y en ese sentido se convirtió para mí en el principio de mi vida verdadera. No digo el fin, aunque en este momento sin él no me gustaría vivir más, pero trato de aferrarme en que tengo un deber y es el de que nazca a su hijo al que tanto amó.”{9} –Epitafio por uno de los estudiantes que murió en la embajada, 1980.

El número exacto de personas que murieron en la embajada fue tema de confusión. El gobierno español culpó al régimen de Lucas García por la muerte de treinta y nueve personas. Pero la Cruz Roja informó que había encontrado treinta y seis cadáveres y sólo se publicaron treinta y seis nombres. Según la lista, los manifestantes muertos incluían seis campesinos de Chimel, tres de San Pablo el Baldío, dos de la vecina aldea de Macalajau y otro de la aldea de Los Plátanos, lo que suponía un total de doce uspantanos, más otros tres del pueblo de Chajul, en la región ixil.

Además de los quince ocupantes del norte del Quiché, había cinco activistas del Comité de Unidad Campesina, dos de organizaciones populares urbanas y cuatro estudiantes de la Universidad de San Carlos, hasta un total de veintiséis ocupantes que murieron en el fuego. Además del superviviente que moriría poco después, Gregorio Yujá, dieciséis campesinos del norte del Quiché y once activistas de organizaciones revolucionarias ocuparon la embajada, formando un total de veintisiete ocupantes. Entre los diez rehenes muertos se incluían los dos dignatarios guatemaltecos, siete miembros del personal de la embajada y un ciudadano español que había aparecido por allí en un momento muy inoportuno.

Me llamo Rigoberta Menchú dice que en el interior de la embajada había ocho personas de Chimel, “eran los mejores de nuestra aldea, eran compañeros muy activos”.{10} Pero durante mis entrevistas sólo surgieron seis nombres. Además de Vicente Menchú, había otro catequista llamado Mateo Sic Pinula. De unos treinta y tres años, trabajaba como carpintero además de ser agricultor, era el secretario de la filial de Acción Católica en la aldea y dejó tras él una viuda y tres hijos. Juan Us Chic era el tesorero de Chimel. Se ganaba la vida extrayendo madera y rondaba los treinta y siete años cuando murió, dejando una viuda y cinco hijos. Regina Pol Suy era una mujer soltera de poco más de treinta años que dejó dos hijos. Juan Tomás Lux era un joven emparentado con los Menchú a través de una hermana suya casada con Víctor, el hijo de Vicente. María Pinula Lux era una muchacha de catorce años.

Murieron cuatro hombres de San Pablo. Se dice que dos de ellos, José Angel Xoná Gómez y Gavino Morán Xupe, eran los hijos de Paulino Morán, el principal de la aldea que fuera secuestrado en agosto de 1979. Al igual que un tercero, un campesino de poco más de veinte años llamado Mateo Sis, eran miembros activos de la Iglesia Católica y dejaron viudas y huérfanos. Gregorio Yujá Xoná, el superviviente que fue secuestrado de su cama de hospital, era un catequista de mediana edad que le gustaba asistir a las reuniones de Acción Católica en Uspantán. Posiblemente nació en la propiedad de los Martínez en El Soch, creció como trabajador dependiente y más tarde ayudó a organizar el nuevo asentamiento en las montañas de San Pablo.

Dos de los muertos procedían de la aldea de Macalajau. Juan López Yac tenía veintiocho años y era miembro de la cooperativa que estaba a cargo del molino de maíz de la aldea, dejó una viuda y tres niños pequeños. Juan Chic Hernández era un joven de catorce años que estudiaba séptimo grado en la escuela de Uspantán. Un antiguo compañero de clase recuerda que en los últimos meses de su vida “tenían problemas, les estaban investigando, y él iba y venía de Básico, siempre acompañado de amigos, como si tuviera miedo de ser agarrado”.

Había un hombre llamado Francisco Tum Castro de la aldea de Los Plátanos en Uspantán, posiblemente era promotor de salud al igual que dos hijos de Vicente Menchú. Procedente del pueblo ixil de Chajul, era el catequista Gaspar Vi, al que nos referiremos de nuevo más adelante; así como dos hermanas que compartían el nombre de María Ramírez Anay, la mayor era catequista.

De los cinco activistas pertenecientes al Comité de Unidad Campesina, tres eran k’iche’s de los alrededores de Santa Cruz del Quiché, la cabecera departamental en la que se originó el CUC. Según datos de su organización:

—Victoriano Gómez Zacarías era de la aldea de Pamesebal. Tenía veinte años, acababa de terminar sexto básico, todo un logro dado el lugar y la época, y se estaba instruyendo como tejedor en la aldea de La Estancia, un bastión del CUC que pronto sería destruido por el ejército. Victoriano también trabajaba como organizador de aldeas. Era un co-fundador del CUC y pertenecía a la comisión coordinadora regional.

—Mateo López Calvo también era un hombre joven, procedente de la aldea Cucabaj, trabajaba como vendedor de pueblo en pueblo y como jornalero estacional en las fincas. Tras arduos esfuerzos aprendió a leer y escribir, era coordinador de aldea y miembro de la comisión coordinadora nacional del CUC.

—Salomón Tavico Zapeta, un joven de veintidós años de la aldea de Chitatul, también era miembro de la comisión coordinadora nacional del CUC. “Le faltaba agresividad e iniciativa”, pero había sobrevivido al arresto y la tortura por las fuerzas de seguridad.

Dos de los muertos del CUC eran hombres de más edad que se habían alejado del ámbito de la aldea:

—Francisco Chen Tecu era un maya achí de Rabinal, en el departamento de Baja Verapaz. Tenía treinta y dos años y había servido en el ejército al igual que Vicente Menchú y Gregorio Yujá Xoná. Desde entonces había trabajado en las fincas y viajado como pequeño comerciante. Dejó viuda y cinco hijos.

—Juan José Yos también rondaba los treinta, tenía una familia de seis hijos en Santa Lucía Cotzumalguapa, un semillero del CUC en la costa del Pacífico. Sus padres eran mayas kaqchiqueles de San Martín Jilotepeque, en el departamento de Chimaltenango. Trabajador de las fincas desde hacía muchos años, reclutaba en el CUC a gran parte de sus compañeros de trabajo, viajaba de un lado para otro como organizador y en el momento de su muerte dirigía la comisión coordinadora regional.

Otro activista que acompañaba a la delegación de campesinos era Felipe Antonio García (veintisiete años), hijo de una familia de campesinos indígenas que se había trasladado a vivir en la capital. Según un obituario, había empezado a trabajar a los doce años. Tras ser despedido de varias fábricas por sus actividades sindicales, se convirtió en organizador de la Federación de Trabajadores de Guatemala y en uno de los líderes del Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS) que coordinó la oposición sindical durante el régimen de Lucas. También participó en la ocupación del Congreso Nacional en septiembre de 1979.

Los cuatro estudiantes de la San Carlos eran miembros del Frente Estudiantil Revolucionario Robin García. Tres pertenecían a la escuela de derecho y el cuarto estudiaba económicas.

—Sonia Welchez (veintiséis años) provenía de una familia obrera de la capital y vivía una vida espartana en solidaridad con los pobres. Su padre era un sindicalista activo que dos años antes había sido acusado de pertenecer a la guerrilla. Fue secuestrado de su casa, torturado y encontrado muerto debajo de un puente. Poco antes de su propia muerte, Sonia decía que la realidad de los indígenas a los que estaba acompañando había ampliado enormemente su conciencia revolucionaria. “No hay redención sin dolor”, dijo también. Un rehén que escapó antes de los momentos finales pensaba que ella dirigía a los ocupantes.{11}

—Rodolfo Negreros Straube era de la ciudad costeña de Retalhuleu y jugó un papel destacado en las luchas partidistas de la Universidad de San Carlos. “Siempre fue inflexible con los que planteaban que nuestra lucha no podía estar dirigida por la firme alianza obrero-campesina. Siempre lo dejaba bien claro, nuestra lucha está dirigida por la lucha obrero-campesina”. También “se desesperaba cuando las tareas se dilataban en salir” y “era demasiado activista el compañero, siempre sacaba las tareas, sin importarle que éstas perdieran el carácter organizacional que deberían tener”.

—Leopoldo Pineda Pedroza (veinticinco años) era activo en teatro revolucionario. Hijo de campesinos ladinos, había crecido en Escuintla, en la costa, y apenas se estaba sobreponiendo de la muerte repentina de cuatro miembros de su familia. Estaba saliendo asimismo de una adolescencia desenfrenada y dominada por el licor en la que solía meterse en pleitos “con los finqueros, los comisionados militares y otros reaccionarios que no estaban de acuerdo con su ideología”. El grupo de teatro que organizó fue uno de los cimientos del Frente Robin García.

—Luis Antonio Ramírez Paz (veintiséis años) procedía de una clase social más alta que la de los otros estudiantes que murieron en la embajada. Había hecho teatro revolucionario con Leopoldo pero era más conocido como el fundador de un periódico radical universitario, y también como líder en el CNUS, el Frente Democrático Contra la Represión y el Frente Robin García. Según un obituario, él lideraba la delegación estudiantil en la embajada.{12}

El testimonio del embajador

“A las 15 horas, los comandos habían logrado romper la puerta y habían logrado arrojar la primera bomba química incendiaria. Este preciso instante fue aprovechado por el embajador Máximo Cajal para salir corriendo con grandes quemaduras. Luego la puerta se cerró.” –Rigoberta Menchú y el CUC, 1992.{13}

El movimiento revolucionario evoca invariablemente el carácter pacífico de la ocupación. Desde luego, la forma en que los manifestantes tomaron la embajada no fue violenta si se compara con el asalto de la policía. Pero el personal de la embajada no opuso resistencia, de modo que los ocupantes no tuvieron un motivo para recurrir a la fuerza, y lo que vino a continuación difícilmente estuvo exento de intimidación. Los veintisiete manifestantes estaban armados con machetes, tres o cuatro pistolas y cócteles Molotov. Y no estaban haciendo teatro cuando tomaron rehenes, a los que tuvieron estrechamente vigilados. Mientras se tramaba el enfrentamiento, los ocupantes nunca dieron a sus prisioneros –entre los que se incluían cuatro mujeres guatemaltecas que trabajaban en la embajada y una española– oportunidad para ponerse a salvo. En vez de ello, los rehenes fueron conducidos en manada a punta de pistola y utilizados como escudos.

La izquierda acusó a las fuerzas de seguridad de haber utilizado alguna sustancia incendiaria como napalm o fósforo blanco para incinerar a las víctimas. “Grupos estudiantiles de oposición afirman que están acumulando “datos sorprendentes” sobre la matanza de la embajada, capaces de contradecir la versión oficial de que la muerte se produjo por “auto-inmolación”, informaba El País de Madrid. “Un portavoz del Frente Estudiantil Revolucionario Robin García dijo que “la policía probablemente empleó napalm”. También afirmó que existe una grabación de un jefe de la policía en la que se da la orden de “entrar y acabar con todos”. Pero estas pruebas no fueron presentadas a la prensa. También afirmaron que los cócteles molotov que llevaban los ocupantes eran sencillos, de gasolina con mecha de pólvora, e incapaces de provocar la matanza que se produjo.”{14}

A partir de este momento, casi todos los relatos sobre el incendio han sido el eco de las fuentes revolucionarias y culpan a las fuerzas de seguridad de haberlo iniciado. El testimonio de Rigoberta de 1982 es una excepción que deja abierta la cuestión. Pero una década más tarde, el CUC y ella se unieron al consenso general y culparon al gobierno, alegando que quería desviar la atención de “su imagen deteriorada.”{15} Resulta difícil de entender cómo se puede desviar la atención quemando vivas a treinta y seis personas dentro de una embajada extranjera, no obstante es cierto que el régimen de Lucas García era de una brutalidad temeraria.

Elías Barahona y Barahona, un agregado de prensa del Ministerio del Interior que desertó al EGP, afirmó que sabía personalmente que el presidente y sus compinches habían decidido inmolar a los ocupantes. “Cuando parecía que la situación nunca se iba a terminar, el presidente Lucas llamó al Ministro del Interior, Donaldo Alvarez Ruiz, para preguntarle qué estaba pasando, por qué no había solucionado el asunto. él le dijo que la situación estaba difícil porque según el derecho internacional el territorio de la embajada era inviolable. Lucas le dijo que se dejara de babosadas, tenía que zanjar el asunto en seguida. Le informaron que el ex vicepresidente Cáceres Lenhoff y el ex ministro de asuntos exteriores, Molina Orantes, también estaban dentro.

“Entonces, recuerdo muy bien lo que le contestó Lucas: No importa. Resuelve el problema. Ahí el ministro le pidió que definiera la orden con más precisión y el respondió: Sácalos como puedas. En ese instante, la policía irrumpió en la embajada lanzando granadas, disparando todo tipo de proyectiles, pero los compañeros que estaban dentro de la embajada subieron hasta la última oficina, que era el despacho del embajador, y se refugiaron allí. El espectáculo era espantoso... desde la calle, miles de personas pudieron ver cómo treinta y nueve seres humanos se retorcían y morían quemados”.{16}

Barahona corrobora la versión de los hechos preferida de la izquierda, pero ambas se contradicen con la del único superviviente del incendio: el embajador Máximo Cajal y López. “Cuando los policías entraron en mi despacho”, declaró el embajador a Radio Nacional de España un día después del incidente, “..uno de los campesinos lanzó un cóctel molotov. El fuego prendió rápidamente y el despacho se transformó en un auténtico brasero”.{17} “La policía tiró abajo la puerta de mi despacho. Los ocupantes, que estaban desesperados, lanzaron un cóctel molotov y sonaron unos disparos”, declaró por teléfono a una emisora de radio de Bogotá. “Yo era el que estaba más cerca de la puerta y conseguí escaparme de uno de los ocupantes, que me apuntaba con una pistola”{18} “A pesar de mis intentos de dialogar”, le citaba El País de Madrid desde su cama de hospital, “la policía comenzó a destrozar con hachas la puerta. En ese momento se produjo una gran confusión, sonaron algunos disparos, no puedo precisar de quién, y uno de los ocupantes lanzó un cóctel molotov contra la puerta. Yo estaba muy cerca de la salida y salté afuera, con las ropas ardiendo, como los leones en los circos”.{19}

¿Pudiera ser que Cajal tuviera ciertos prejuicios en contra de los manifestantes? No, su simpatía hacia ellos era tan evidente que fue acusado de planear la ocupación. Garantizó sus intenciones pacíficas y suplicó a las autoridades que detuvieran a las fuerzas de seguridad. Desde el momento en que logró escapar, denunció a la policía, tratándolos de “bestias” y “brutos” y en ningún momento tuvo dudas en cuanto a responsabilizar al gobierno guatemalteco de las muertes. Sin embargo, atribuyó reiterativamente el inicio del fuego a los manifestantes. Aún así, ¿es posible que fuera citado erróneamente? No, en un informe oficial que se hizo público una semana más tarde, el ministro español de asuntos exteriores transmitió la siguiente conversación sostenida con el embajador mientras éste seguía en su cama de hospital.

“Cuando la policía asaltó la embajada, los ocupantes y rehenes se refugiaron en el despacho del embajador, a quien uno de los ocupantes mantenía encañonado por una pistola en esos momentos. Cajal insistió en que no entraran (los policías). La policía empezó a derribar la puerta y un ocupante lanzó una bomba de gasolina, que no explotó y que derramó el líquido por el suelo. Otro lanzó una cerilla, buscando la llamarada, y fue el propio Cajal quien consiguió apagarla con un pie. Más tarde, otro ocupante lanzó una segunda bomba de gasolina, que explotó y prendió fuego en todo el mobiliario de la habitación. Cajal se zafó de su guardián, saltó por la puerta a través de las llamaradas, escuchó disparos dentro y se revolcó en el suelo de una habitación contigua para apagar el fuego de su ropa. Según el embajador, no cree que la policía guatemalteca disparara en el momento de incendiarse la habitación”.{20}

Cuando contacté al embajador Cajal quince años después, confirmó haber visto a un ocupante enmascarado que lanzó una botella de gasolina y derramó el combustible. También confirmó que había apagado con su pie una cerilla arrojada con la intención de prender el combustible, pero este episodio sucedió mucho antes de la explosión y de su huida a través de la puerta. El punto más importante que deseaba aclarar era que, al no tener ojos en la nuca, no había visto cuál había sido el origen real del fuego, por lo tanto no podía afirmar con toda certeza que lo hubieran iniciado los manifestantes.

“Todos los ocupantes estaban enmascarados, de modo que no sabría decir quién era quién”, dijo. “No tengo idea de cuál de ellos era Vicente Menchú. Algunos llevaban pistola; muchos otros llevaban machetes; lo se porque me pusieron un machete contra el cuello. Al principio la ocupación fue bastante civilizada, pero cuando la policía tomó la embajada, los ocupantes se empezaron a poner cada vez más nerviosos, más excitados. Rechazaron mi sugerencia de que salieran de la embajada y que yo haría públicas sus reivindicaciones; no creían que yo me solidarizaba con ellos. Llevaban cócteles molotov; lo sé porque los vi, botellas de Coca Cola taponadas con trapos. Incluso sugerí que dejaran los molotov en mi despacho, para que cuando salieran de la embajada la policía no las viera y les hicieran problemas por ellas.”

“Desde el otro lado de la puerta, la policía me acusaba de haberme aliado con los ocupantes, de comunista y de hijo de puta. La policía estaba derribando la puerta con hachas y machetes hasta que hicieron un agujero muy grande y sólo había unos cuantos muebles amontonados frente a éste, como cuando uno está mudándose de casa. De repente hubo una explosión, un ruido y fuego. No sabría decir dónde empezó. Yo estaba completamente aturdido. A mis espaldas, (dentro de su despacho) oí uno, dos, tres disparos... Repito que no se quién empezó el fuego. Detrás de mi no vi a nadie (que iniciara el incendio) ni tampoco frente a la puerta, puesto que no podía ver a través de ella, a pesar de que estaba en ruinas. La policía se amontonaba delante de ella. No podría decir con sinceridad si fue un lanzallamas o un cóctel molotov”.

¿Por qué nadie logró escapar por la puerta?. “No lo sé... Mi única explicación es que la policía, que se había retirado unos metros hasta el rellano de la escalera... tal vez sorprendida por el fuego y los disparos, que procedían del interior de mi despacho ya que los oía pasar silbando a mi lado, se reagrupó y regresó al segundo nivel. Allí me rodearon (yo estaba en otra habitación , frente a mi despacho) y me condujeron hasta un radio patrulla... Todo sucedió en cuestión de segundos. Estoy firmemente convencido de que la policía impidió la salida de todos o de algunos de los que se vieron atrapados. Parece imposible que nadie más pudiera hacer lo que yo hice, aunque me quemara en el proceso”.{21}

¿Quién inició el fuego?

“La mera verdad ni yo ni los compañeros podríamos decirla, ya que nadie de los que ocuparon la embajada se quedo vivo. Todos, todos se murieron; tanto los compañeros que coordinaban esa actividad como incluso los compañeros que hacían la vigilancia. Después de lo de la embajada, fueron ametrallados por otros lados.” –Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 211 (ed. Arcoiris)

Ante la ausencia de una investigación oficial, mostré a dos investigadores de California, expertos en incendios premeditados, las fotos del suceso que habían sido publicadas en la prensa. A juzgar por las apariencias, dijeron, las ropas y cadáveres relativamente intactos sugieren un fuego de intensidad media. El fósforo blanco arde tan violentamente que hubiera incinerado los cadáveres y abierto un agujero en el edificio. En vez de ello, el fuego se extinguió rápidamente y dejó intacta la estructura. El napalm sería una hipótesis más plausible. Pero como es una gelatina que se pega a la piel, habría dañado más los cadáveres. Según las conjeturas de mis dos expertos, lo que estaban viendo era un incendio instantáneo que bien podría haber sido provocado por gasolina. A pesar de que las notas necrológicas de la izquierda ridiculizaron la idea de que unos cuantos cócteles molotov hubieran matado a tantas personas, la gasolina es muy volátil y se vaporiza inmediatamente, más aún con el calor humano de una habitación llena de gente. Las marcas de quemaduras en una de las víctimas, la cabeza abrasada y pocos daños por debajo de ella, sugieren que las llamaradas de gas pudieron haber explotado en la parte superior del recinto. Quienes no murieran por las llamas es posible que lo hicieran por inhalación de humo, incluso junto a las ventanas abiertas, ya que por ellas salía aire irrespirable a causa del fuego. Las heridas mortales provocadas por la inhalación de fuego o humo no hubieran impedido a las víctimas que se revolcaran y gritaran durante unos minutos, como hicieron muchas de ellas.{22}

Por supuesto, la versión oficial de los hechos atribuyó el incendio a los ocupantes. Sólo eso fue una razón suficiente para adjudicar la responsabilidad al régimen de Lucas García. Ya en muchas ocasiones había dado pie a la incredulidad. Ahora alegaban que el secretario de la embajada había pedido a la policía que interviniera (puesto que había muerto, no podía dar su versión), que los ocupantes eran principalmente terroristas armados y acompañados por unos cuantos campesinos, y que eran un escuadrón suicida que había decidido autoinmolarse para avergonzar al gobierno.{23} No toda la versión oficial era absurda. Incluso la izquierda admite que los ocupantes iban armados con cócteles molotov. No era insólito que amenazaran con utilizarlos. Tres días antes, algunos de estos mismos manifestantes tomaron una estación de radio, esgrimieron bombas de gasolina y amenazaron con prenderlas.{24} Cuando los miembros del CUC ocuparon la embajada brasileña en mayo de 1982, también llevaban cócteles molotov.

Este último episodio merece un comentario, puesto que su objetivo fue el mismo que el de la embajada española dos años antes, llamar la atención sobre las atrocidades del ejército. La diferencia fue que los siete ocupantes vivieron para contar su historia, incluyendo cómo esperaban utilizar sus armas. El líder era el co-fundador del CUC, Domingo Hernández Ixcoy, que dice que estaban dispuestos a morir. Cuando las fuerzas de seguridad irrumpieron de noche en el edificio, los ocupantes se encerraron con sus rehenes en una habitación pequeña, al igual que habían hecho sus antecesores en la embajada española.

“Si muestras miedo, te alteras mucho, no puedes tomar las decisiones” dijo Hernández en relación al ambiente de crisis. “Por eso un compañero que andaba con nosotros estuvo a punto de tirar un molotov cuando el helicóptero empezó a tirar los sacos de arena (en el techo, para simular la llegada de tropas de asalto). Entonces le dije: 'No, compañero, todavía no es el momento. El que tiene que dar la orden para hacer cualquier cosa soy yo. Todo está bien. Guárdala en tu cartera, quizás la usemos de un momento a otro'. Es que si uno se muestra demasiado nervioso en estas actividades, fácilmente comete un error. Por ejemplo, también dentro de la embajada a un compañero se le fue un tiro”. En resumen, aun después del desastre en la embajada española los militantes estaban dispuestos a utilizar bombas de gasolina bajo circunstancias similares.{25} No las habían llevado sólo para agitarlas en el aire.

Otro aspecto de los acontecimientos de la embajada española es el plan de ocupación encontrado por la policía. Desgraciadamente, sólo explica cómo sería tomada la embajada y controlados los rehenes y no cómo responderían los ocupantes ante un ataque, parece que dieran por hecho que estarían protegidos por el santuario diplomático. Este plan se refiere a las bombas de gasolina simplemente como “materiales para la auto-defensa”, y no detalla cómo pensaban utilizarlas.{26} ¿Cómo se podrían usar bombas incendiarias en el interior de un edificio? Presumiblemente, se podrían lanzar por una ventana, o a un vestíbulo, o a través de una puerta para mantener a raya a la policía, tal y como se usan en las manifestaciones de la calle. En el mejor de los casos es posible que impidieran el ataque de las fuerzas de seguridad, y al llevarlas consigo al menos se ampliarían las alternativas de los ocupantes.

La opinión general atribuyó a los estudiantes de la Universidad de San Carlos el liderazgo de la ocupación. Tres de los cuatro habían sido activos en un enfrentamiento laboral que tuvo lugar en 1978, cuando los trabajadores despedidos por la fábrica de Duralita, propiedad de capital suizo, ocuparon la embajada suiza durante tres días. Esto apunta a la posibilidad de que la toma de la embajada en la que fallecieron no fuera su primera acción de este tipo.{27} Un testimonio cándido de la izquierda sería inestimable, pero es posible que nunca lo tengamos debido a la muerte de todos los ocupantes y de un número nada despreciable de sus compañeros, ya que las fuerzas de seguridad desarticularon sus organizaciones a lo largo del siguiente año.

Los estudiantes han sido el elemento más consistente de los movimientos revolucionarios de América Latina. En Guatemala, ellos y sus profesores encabezaron el levantamiento popular en contra de Ubico en 1944, fueron un baluarte de la resistencia frente al gobierno de derechas después de 1954 y mantuvieron vivo al movimiento guerrillero desde finales de la década de los 60 hasta finales de la década de los 70. En el agresivo mundo de la política guatemalteca, se esperan e incluso se perdonan las protestas violentas de los estudiantes. Una de las pocas plataformas para el movimiento guerrillero en la capital fue la Universidad de San Carlos. Al igual que muchas otras universidades públicas de América Latina, tiene una administración autónoma. Los estudiantes y la facultad eligen a las autoridades académicas; los campus están legalmente protegidos de la incursión de las fuerzas de seguridad. Eventualmente, las elecciones para autoridades universitarias permitieron que los partidarios de la guerrilla tomaran el control. Ya en enero de 1980, como reacción al terror de Lucas, San Carlos era un hervidero de células guerrilleras recién organizadas y poco disciplinadas, especialmente en las facultades de sicología, sociología y derecho.

El Frente Estudiantil Revolucionario Robin García (FERG) era una organización clave en este medio. Recibió este nombre en homenaje a un estudiante de secundaria secuestrado por las fuerzas de seguridad en 1977. Robin García era un líder de un instituto de estudiantes de magisterio en el cual los estudiantes, de escasos recursos económicos y descontrolados, salían con frecuencia a las calles y causaban alboroto. Independientemente de que él colaborara con el Ejército Guerrillero de los Pobres, como presumen muchos, la organización que llevaba su nombre si lo hacía. En 1980 los activistas del FERG se rebelaron no sólo contra la dictadura sino también en contra de una administración universitaria controlada por el partido comunista local. Al igual que otros grupos latinoamericanos que seguían la línea de Moscú, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) consideraba que la izquierda radical era inmadura y autodestructiva. Dirigido por intelectuales de más edad y de clase media, el PGT se oponía a la sublevación por la que apostaba el EGP. Se dice que sus cuadros rechazaron los planes de ocupación de la embajada, y hasta la fecha la izquierda todavía discute esta acción.

La autodefensa es una razón plausible para usar bombas incendiarias, pero no encaja en el escenario reconstruido por un bombero municipal que ayudó a recuperar los cadáveres. Esto es lo que él dice que encontró en la escena. En contra del escenario imaginado por mi investigador californiano, es decir que la gasolina podría haber explotado a la altura de las cabezas, el bombero dijo que no había encontrado marcas de fuego en la parte superior de la pared. En vez de ello, encontró marcas de fuego más abajo, a menos de un metro de distancia del piso, lo que indica que el fuego comenzó desde abajo. Recuerda que lo que olió cuando entró en la habitación no era gasolina, sino queroseno. Si esto es lo que olió (otro bombero sólo recordaba el tufo de los cuerpos calcinados), contradice la suposición de que fuera lanzada una bomba incendiaria sólo para evitar la entrada de la policía.

El queroseno produce un denso humo negro, igual que el de este incendio, y es menos volátil que la gasolina, por lo que cuesta más prenderlo. Es por esto que la gasolina es el combustible preferido para los cócteles molotov, incluido en varias bombas incendiarias sin utilizar que los bomberos y las fuerzas de seguridad sacaron del edificio. Pero el olor más penetrante del queroseno habría enmascarado el olor de la gasolina, cuya volatilidad podía haber sido utilizada para prender la llama. “Nadie provocó el incendio desde afuera”, fue la conclusión del bombero. “Parecía que regaron combustible desde adentro y después prendieron fuego. Regaron antes el kerosene, después le prenden fuego. Me dio la impresión de que las gentes murieron asfixiadas. Allí todo fue premeditado”.

Además de la composición química del fuego, otro tema que merece más investigación es la condición de la puerta de madera del despacho, específicamente si estaba o no intacta. Desgraciadamente, los recuerdos de mis tres fuentes no son consistentes. El embajador Cajal recuerda que la puerta había sido destrozada por las hachas de la policía y por lo tanto no podía haber sido un obstáculo importante. Desde su punto de vista, la puerta estaba lo suficientemente abierta como para que la policía hubiera sido capaz de ayudar a escapar a algunas de las personas que se encontraban dentro de la habitación, y al no hacerlo incurrieron en negligencia criminal.

Pero según los dos bomberos que entrevisté, la puerta estaba lo bastante intacta como para dificultar el acceso al otro lado, a decir de uno de ellos debido a que estaba cerrada por dentro y según el otro porque la entrada estaba bloqueada con muebles. Según el segundo bombero, la primera persona que entró en la habitación, era difícil pasar al otro lado ya que desde el interior de la habitación habían atravesado un sofá contra el marco de la puerta. Si es cierto que la puerta estaba cerrada por dentro o que el paso había sido bloqueado, se explicaría porque nadie más pudo seguir al embajador Cajal hasta el pasillo. La policía antimotines tampoco pudo bloquear la puerta desde el interior, puesto que ellos estaban del otro lado. Alguien tuvo que hacerlo desde dentro. ¿Pudiera ser que en el forcejeo de las víctimas, tratando de escalar los muebles amontonados, los empujaren involuntariamente contra la puerta y bloquearan su propia salida? Ciertamente esta es una posibilidad, en un momento de pánico todo es posible.

¿O fue uno de los manifestantes, en la última decisión de su vida, quien canceló la salida a través de la que acababa de escaparse el embajador? En el momento en que la policía invadía la embajada, un ocupante gritó: “Estamos dispuestos a morir si no se retiran”{28} Puesto que la policía todavía no había recurrido a la fuerza letal, no resulta difícil interpretar esta declaración como una amenaza de suicidio, así como otra declaración reportada por Mario Aguirre Godoy, otro rehén que logró escapar justo antes de la ocupación final del despacho del embajador. “Si entran”, le dijo a la policía uno de los ocupantes, “los rehenes correrán la misma suerte que nosotros”.{29} Puesto que desde la calle nadie vio que la policía lanzara un artefacto incendiario en la habitación, y dado que las llamas salían de las ventanas, una interpretación entre los espectadores horrorizados fue que los manifestantes se estaban suicidando.

Estudiantes y campesinos

“Cubiertos sus muros con pintadas revolucionarias (Universidad de San Carlos), resulta una zona virtualmente liberada en las afueras de la ciudad, y un punto de reunión para las organizaciones clandestinas. A lo largo de una larga orgía de violencia de cuatro meses de duración, morirían 400 estudiantes y profesores.” –George Black, Garrison Guatemala, 1984{30}

Sólo porque algunos de los manifestantes llevaran bombas incendiarias, no se debería asumir que todos sabían que se usarían dichas armas, que estuvieran de acuerdo en cómo iban a ser utilizadas o tan siquiera que comprendieran lo que eran. Me llamo Rigoberta Menchú convierte a los cócteles molotov en parte del repertorio de autodefensa de las aldeas revolucionarias, pero esto es algo que jamás oí en el norte del Quiché.{31} El plan de ocupación que encontró la policía menciona la importancia de manejar correctamente los “materiales de autodefensa”, distribuyéndolos y orientando a los compañeros acerca de su utilización y “guardando una cierta discreción con respecto a su uso”. Estas frases sugieren diferentes niveles de conocimiento entre el heterogéneo grupo de manifestantes. El texto del plan, “Además debemos mantener presente que quienes deben de hablar fundamentalmente son los compañeros campesinos”, subraya que fue escrito para personas estudiadas, entre las que no se incluían los campesinos.{32} Aun si los campesinos quichelenses sabían que estaban llevando gasolina, no es probable que entendieran sus implicaciones. En la atmósfera de pánico del despacho del embajador, mientras se acercaba el fin, no había tiempo para discutir planes de contingencia, y mucho menos para aplicar procedimientos democráticos, especialmente con compañeros que hablaban poco español.

No todos los campesinos que llegaron a la capital con Vicente Menchú entraron en la embajada. Algunos regresaron días antes a sus hogares. Otros esperaron en la calle afuera de la embajada y desfilaron dos días más tarde en la comitiva fúnebre antes de huir desapercibidos. Años después, cuando empecé a preguntar por los sobrevivientes de la delegación, la primera respuesta fue que habían muerto todos durante la violencia. Algunos sí murieron, pero no todos. ¿Qué tienen que decir hoy día? Una mujer de la expedición dijo que no había entendido su finalidad, pese a que le costó la vida a su marido. Según esta viuda, el viaje se originó en una fiesta nupcial en la iglesia católica de Uspantán. Dos días después de la ceremonia, la comitiva nupcial se puso en marcha sin revelar objetivo o destino, ni siquiera a ella. “Los señores dijeron que iban a ir a la costa, pero llegaron a la capital”, nos dijo a Barbara Boceck y a mí en k'iche'. Barbara y yo no podíamos creerlo: ¿No les habían explicado a todos la razón del viaje? “Tal vez a los hombres, pero no a las mujeres”, insistió la viuda. “En pueblo San Carlos [la universidad] nos dieron posada. Los estudiantes dieron clases pero en puro castellano, yo no entendía”.

Otra viuda de la embajada, que no había ido a la capital, afirmaba que su esposo simplemente “fue con el Comité para arreglar papeles. Dijeron que tenían que arreglar el título de Chimel. Como nosotras las mujeres no sabemos, como es aparte el trabajo de las mujeres y los hombres. El trabajo de afuera de la casa es de los hombres, no sabemos de eso. El hombre va a su reunión y cuando vuelve no preguntamos. Es cierto que en una sesión Vicente dijo que ahora es el momento de reclamar nuestros derechos. Pero sólo el habló, porque sólo él era el líder, no mi esposo”.

Obviamente, las dos viudas podían estar temerosas de admitir lo que recordaban.{33} Pero sus negativas también sugieren que algunos de los seguidores de Vicente, campesinos monolingües que visitaban la gran ciudad por primera vez, posiblemente se sintieron desconcertados por el contexto al que habían sido llevados. Esto lo sugiere un sobreviviente que aunque mostraba una idea más clara de la situación, también expresó su asombro por el rumbo que tomaron los acontecimientos. “Al llegar a San Carlos, Vicente nos platicó: Ya hemos llegado, y vamos a reclamar nuestros derechos en la embajada. La gente no sabia que es embajada ni lo que es España, solo escucharon la palabra: “Ahora vamos a reclamar nuestros derechos en la embajada de España.”

“Es verdad que los líderes no eran indígenas”, me contó un estudiante que acompañó a la delegación en la universidad, “pero entraron en la embajada por desesperación. Supongo que los campesinos no entendían dónde pararía todo. Vicente Menchú no era dirigente, era dirigido. Los campesinos actuaron más que nada por euforia, por incitación. Tal vez se daban cuenta de que era peligroso, pero se sentían respaldados por sus planteamientos [es decir, por que su causa era justa]. Cuando uno está desesperado, en crisis, uno se apoya en el primero que se encuentra, y fueron ellos [los estudiantes] quienes se aprovecharon”.

Según dice esta fuente, Vicente Menchú no era el único líder entre los campesinos, pero “era el líder al que se dirigían los estudiantes. Don Vicente se hizo portavoz del FERG y muy poco del CUC. Dijeron a Don Vicente, diga 'el pueblo unido jamás será vencido,' y Don Vicente dijo 'el pueblo unido jamás será vencido.' Dijeron a Don Vicente, 'levante su mano izquierda cuando lo dice', y levantó su mano izquierda”. Acomodaron a los campesinos en el tercer nivel de un edificio universitario. En el segundo nivel, en una sala pequeña, se llevaron a cabo sesiones de estrategia que incluían al FERG y al CUC, pero no a los campesinos de Uspantán. Cuando un estudiante de la San Carlos, oriundo del Quiché, pidió permiso para incorporarse a las deliberaciones, los representantes del CUC accedieron, pero no así el FERG.

El testimonio de otro sobreviviente de Uspantán sugiere el contraste ideológico entre estudiantes y campesinos. Entonces tenía apenas trece años, me contó que se había unido a la expedición por juego, para ver cómo era viajar en camioneta. En la capital el viaje se convirtió en algo serio. Fueron a muchos lugares para protestar, según lo decidían Vicente y los estudiantes. Nunca se habló de armas ni de violencia, me contaron él y otro superviviente. Pero él regresó pronto a Uspantán, junto con otros veinte vecinos. Uno de los motivos fue la violencia de sus nuevos aliados urbanos: Cuando los carros se negaban a detenerse para dar paso a las manifestaciones, los estudiantes destrozaban sus vidrios. Otro de los motivos fue el aviso de que la ocupación de la embajada española sería peligrosa. “Los que quieren venir, vienen, pero los que no, no hay nada obligatorio” les decían antes de cada acción. “Vamos a reclamar nuestro derecho, y si morimos, morimos.”, decían Vicente y los estudiantes.

Poco después de la masacre en la embajada, el régimen de Lucas aplastó las redes de la San Carlos. El terrible destino de las víctimas del régimen, tradicionalmente torturadas antes de ser asesinadas, sugiere un motivo obvio para un suicidio revolucionario. Además de temer una muerte lenta y horrible, los militantes no querían traicionar a sus compañeros. De ahí la práctica guerrillera de suicidarse para evitar ser capturados, reforzando el culto por el martirio que se hizo tan evidente en la izquierda guatemalteca.

En la embajada española, es posible que los manifestantes que decidieron prender gasolina en un pequeño espacio interior ignoraran las consecuencias de esto. Tal vez sólo querían obligar a la policía antimotines a abandonar el edificio. Otra posibilidad es que pretendieran inmolarse ellos mismos y a todos los presentes en la habitación. El embajador Cajal sigue dudando que éstas fueran sus intenciones. él observa que nadie hubiera muerto si el régimen de Lucas hubiera estado dispuesto a negociar con él. Sin embargo, sigue latente una posibilidad terrible: la masacre de la embajada española pudo haber sido un suicidio revolucionario que incluyera la muerte de los rehenes y de los compañeros manifestantes.

Notas

{1} Traducción del autor. Payeras 1987:9.

{2} Burgos-Debray 1984:108-111.

{3} Archivo del INTA, nuevo paquete 139, págs. 75-78. Los títulos figuran en singular y en plural porque cada hogar recibe un documento separado, sin embargo todos comparten los derechos de la misma tierra.

{4} “Campesinos denuncian masacre de Chajul”, Noticias de Guatemala 34, 21 de enero de 1980, págs. 505-507, 512.

{5} “Embajador de España acusado de facilitar toma de la embajada”, Prensa Libre, 5 de febrero de 1980, pág. 2, y Alvaro Contreras Vélez, “Apuntes para la historia: Toma de la Embajada de España”, Prensa Libre, 5, 6, 7, 8 y 9 de febrero de 1996.

{6} Es posible que los estudiantes de derecho que coordinaron la protesta se enteraran a través de la facultad de derecho de la San Carlos que los dos dignatarios tenían una cita con el embajador. Molina Orantes era miembro de la facultad. Es más, él y Cáceres iban acompañados de un catedrático de leyes llamado Mario Aguirre Godoy, que escapó en el momento en que los rehenes eran conducidos a la oficina del embajador (Aguirre Godoy 1982). El plan de los ocupantes (véase más adelante la nota 26) especifica que proyectaban tomar los nombres de los rehenes “para averiguar si había entre ellos un prisionero más destacado, un rehén que fuera una mejor garantía”.

{7} Entrevista del autor con un bombero municipal, 5 de julio de 1996. Según un empleado de la morgue metropolitana, debido a las malas condiciones de los cadáveres no se pudieron hacer autopsias.

{8} Danilo Rodríguez, “La masacre de la embajada de España y la necesidad de la Comisión de la Verdad”, Tinamit (Guatemala), 10 de febrero de 1994, págs. 8-10.

{9} “Semblanza de los caídos el 31 de enero”, Noticias de Guatemala 37, 8 de marzo de 1980, págs. 609-612.

{10} Burgos-Debray 1984:195.

{11} “Comunicado oficial sobre sucesos en la Embajada de España”, Prensa Libre, 1 de febrero de 1980, pág. 11. El escapado era el abogado Mario Aguirre Godoy. Según su testimonio de 1982, los manifestantes le pasaron por alto cuando condujeron a los otros once prisioneros a la oficina del embajador.

{12} Para las notas necrológicas de los mártires, véase “Semblanza de los caídos el 31 de enero”, Noticias de Guatemala 36, 18 de febrero de 1980, págs. 579-582; 37, 8 de marzo de 1980, págs. 609-612; y 39, 1 de abril de 1980, págs. 658-659. Es posible que haya más en el ejemplar número 38, que no logré conseguir. El CUC publicó las notas necrológicas de sus cinco miembros en el Comité de Unidad Campesina 1980.

{13} Menchú y el Comité de Unidad Campesina 1999:59.

{14} “Los sucesos de la embajada española, un duro golpe para el régimen”. El País (EFE), 5 de febrero de 1980, pág. 3.

{15} Burgos-Debray 1984: 186-187, Menchú y el Comité de Unidad Campesina 1992:59.

{16} Foreign Broadcast Information Service, 5 de febrero 1982, citado por Nancy Peckenham en Fried & al. 1983:205-206.

{17} “Ataque Injustificado: El Embajador Español”, Ultimas Noticias (Agence France Presse), 1 de febrero de 1980, págs. 1-ss.

{18} Citado en “Spain Cuts Relations With Guatemala, Blames Police For 39 Embassy Deaths”, Miami Herald, 2 de febrero de 1980, págs. 1-3.

{19} “Treinta y siete muertos en el asalto e incendio a la sede de la embajada de España en Guatemala”, El País, 8 de febrero de 1980, pág. 13.

{20} “La comisión de exteriores del congreso apoyó la actuación del embajador Cajal en Guatemala”, El País, 8 de febrero de 1980, pág. 13. Véase también la declaración del embajador Jesús Elías de Venezuela, que se hizo cargo de los asuntos del estado español (“Incidentes en incendio de la Embajada a Luz, revelados por el Embajador Cajal y López”, El Imparcial, Ciudad de Guatemala), 7 de febrero de 1980, págs. 1-2).

{21} Entrevistas telefónicas con Máximo Cajal y López, 17 de octubre de 1995, y 18 de enero de 1996, completadas con una carta, 31 de enero de 1996. El embajador también aclaró que:

— fue un machete y no una pistola lo que le puso un ocupante en el cuello;

— los ocupantes sólo lanzaron un cóctel molotov dentro de su ángulo visual. La bomba no iba dirigida contra la puerta y fue lanzada pocos minutos antes de que estallara el fuego. Fue en este momento cuando él apagó con su pie un cerillo encendido, y no más tarde cuando la explosión y el fuego le propulsaron por la puerta

— vio que la policía llevaba hachas, revólveres y ametralladoras, pero ningún otro artefacto

— no recuerda que la habitación tuviera un tragaluz, contrariamente a lo que dicen los informes de que la policía irrumpió y prendió el fuego a través de uno.

{22} Según los dos investigadores, el gas pudo ser encendido de varias maneras: una cerilla o encendedor de cualquiera de los dos lados, una chispa de un arma de fuego o un aparato eléctrico, o la detonación de una granada antimotines. El tipo de granada de humo o de gas lacrimógeno que la policía pudo haber llevado –llamado, en inglés, detonador de fuego– está cayendo en desuso en los Estados Unidos ya que el mecanismo detonante puede producir suficiente calor como para iniciar un fuego involuntario. Si bien es posible que la policía llevara dichos artefactos, los periodistas que estuvieron en la escena no detectaron su uso.

{23} “Comunicado oficial sobre los sucesos en Embajada de España”, Prensa Libre, 1 de febrero de 1980, págs. 11,59.

{24} “Grupo supuestamente de campesinos de El Quiché ocupó radio Rumbos y radio Favorita para transmitir mensaje”, Diario El Gráfico, 29 de enero de 1980; Rarihowats 1982:46.

{25} Lartigue 1984:330-333.

{26} “Plan de Subida”, reproducido en La Nación, 1 de febrero de 1980, págs. 6-7.

{27} Asociación de Investigación y Estudios Sociales 1995:582-583.

{28} “Pavoroso genocidio ayer”, La Nación, 1 de febrero de 1980, págs. 4-5. “Ataque Injustificado”, Ultimas Noticias, 1 de febrero de 1980, cita del embajador al respecto: “Los campesinos habían precisados que estaban dispuestos a morir con nosotros en el despacho.”

{29} Aguirre Godoy 1982, 19 de junio. Se encuentra la misma expresión en el plan de ocupación: “Si el enemigo quiere reprimir, todos los que van a estar dentro correrán la misma suerte”. La implicación es un destino impuesto por los manifestantes y no por la policía, que presumiblemente tratarían a los rehenes que liberaran mejor que a los manifestantes que capturaran.

{30} Black et al. 1984:98

{31} Burgos-Debray 1984:136-137, 231.

{32} “Plan de Subida”, 1 de febrero de 1980.

{33} “Aquí nadie habló de una fiesta”, nos contó otro miembro de la delegación. “Vicente dijo que muchas personas iban a reunirse en la iglesia, pero no para un casamiento, sólo que nos íbamos a reunir allá. Los que fueron con ellos iban a defender sus derechos y los que no fueran, no los defenderían, eso es lo que Vicente dijo a la gente”.

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