David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina
Las reubicaciones
“Señor, Tú nos das nuestra tierra
y aquí viviremos sirviéndote
con alegría.” – el primer himno de Dyuwi{46}.
Las misioneras pacificaron a la primera de cuatro bandas en su propio territorio. Los cristianos Aucas mantuvieron una economía de caza y horticultura, protegidos por su reputación tanto como por las misioneras. Para pacificar a los próximos dos grupos, las misioneras los desarraigaron de su tierra y convirtieron Tigüeno en un campo de refugiados, destruyendo un breve experimento en cristianismo primitivo. [421]
La reubicación se moldeó en la convergencia de los planes de corporaciones, gobiernos y un instituto lingüístico dedicado al servicio cristiano. Dado que el Ecuador carecía del capital para consolidar su frontera oriental, mucho antes de que los Huaorani aprendieran a rezar su recompensa fue amortizada al precio mundial del petróleo y a las listas de reservas petroleras internacionales de las transnacionales del ramo. Las corporaciones, cada una de cuyas ventas anuales individuales dejaba pequeño el producto nacional bruto del país en cinco veces o más, decidirían cuándo consolidaría el Ecuador su Oriente en el nombre de la seguridad nacional y el desarrollo.
Alrededor de Tigüeno las misiones protestantes habían acabado con las guerras de lanza contra escopeta, pero al norte y al este los colonos estaban penetrando el territorio Huao. Las represalias con lanza estaban en aumento y Tigüeno cargaba con la culpa. Al este, en el río Cononaco, el ejército decidió plantar la bandera; según Raquel Saint, ella advirtió al comandante{47}. En agosto de 1962 una nueva guarnición en Sandoval mató a un hombre Huao, uno de los dos que supuestamente estaban asediando y atacando el puesto. En noviembre, los Huaorani mataron a tres soldados y escaparon con sus propias bajas; la guarnición fue evacuada en un helicóptero{48}.
Desde el retiro del consorcio Shell-Standard en 1949, las transnacionales petroleras habían solicitado grandes trechos del Oriente en concesión, sólo para permitir que sus derechos caducaran. Cuando en junio de 1963 llegó un consorcio Gulf-Texaco para negociar, el gobierno estaba en manos de Carlos Julio Arosemena, un reformista nacionalista que disgustó a Estados Unidos en varios sentidos. Sus políticas fueron rectificadas un mes más tarde, cuando la embajada estadounidense arregló su derrocamiento{49}. Aparte de organizar el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (IERAC), la nueva junta militar dio al ILV de Ecuador su primer subsidio estatal para la educación bilingüe.
Cuando la junta viajó por la frontera el 12 de febrero de 1964, el Día del Oriente en honor a la colonización, ciudadanos y sacerdotes del asentamiento de Coca en el río Napo solicitaron a los generales protección de las incursiones Huao. Cuarenta kilómetros río abajo en la base del ILV [422] de Limoncocha, Huaorani de Tigüeno cantaron y soplaron sus cerbatanas para los generales. Solicitaron también una reserva. A cambio, Dayuma había ofrecido ayudar a traer a toda la tribu al área de Tigüeno, “abriendo así el resto de la selva al comercio”{50}. Tres semanas después de que los Huaorani cantaron para la junta, ésta concedió a la Texaco-Gulf 1,43 millones de hectáreas, y la exploración petrolera fue retomada en serio.
La Texaco comenzó a trabajar desde la pista de Limoncocha, que pertenece al gobierno. Pero la filial dice que sólo hizo un vuelo para el consorcio, a una pista de Helio-Courier donde había una escuela bilingüe Quichua{51}. Helicópteros introdujeron maquinaria pesada, y Santa Cecilia se convirtió en la primera base petrolera grande. En poco tiempo, la selva al norte del territorio Huao estaba bulliendo de aeronaves. El primer pozo dio frutos en Lago Agrio en 1967; la Texaco-Gulf construyó un oleoducto y una carretera a través de los Andes. Miles de colonos se aglomeraban en poblados de bonanza y trataban de arañar la tierra en terrenos próximos a las carreteras petroleras, rodeando pequeños bolsones de indígenas Cofán, Siona y Secoya. Consorcios representando a docenas de compañías tomaron concesiones por todo el Oriente.
Las compañías, el gobierno y el Instituto Lingüístico encontraron uno para el otro la solución a un problema compartido. En la medida que se multiplicaran los contactos con los Huaorani, la respuesta de éstos incrementaría la presión en favor de una solución militar. Pero aunque exterminar a los Huaorani era una idea popular entre sus vecinos, incluso las bombas y bacterias hubieran garantizado solamente que los numerosos sobrevivientes lucharan hasta el último hombre. Además, con su banda de cristianos Aucas, el ILV estaba más que dispuesto a proporcionar una alternativa humana. Para ahorrarse el gasto de obreros aterrorizados, las compañías petroleras darían a los misioneros horas de vuelo gratis. El gobierno, que podía ver la conveniencia de juntar a los Huaorani en un solo lugar, daría al ILV derechos exclusivos sobre el grupo, quizá hasta tina reserva.
Ahora que el lustre evangélico se ha esfumado, la decisión de si intervenir o no en la crisis del día es un tormento para aquellos pocos miembros del ILV en escena. Pero como recordó Sam Padilla el hijo de Dayuma en 1976, al principio la filial estaba llena de entusiasmo por la reubicación. Los calendarios de prospección eran la vía para traer al resto de los Auca [423] al Señor, no menos que porque los cristianos Aucas, quienes según la experiencia tendrían que hacer los contactos terrestres, no eran exactamente ardientes evangelistas. A principios de los sesenta dijeron a Saint que, si Dios los enviaba, ellos irían, pero pareciera que las órdenes de marcha del Señor nunca llegaron{52}. Las exploraciones petroleras se convirtieron en una excusa para aguijonear a los reticentes cristianos de Tigüeno a cumplir con su deber para con la Gran Comisión.
“No en tantas palabras sino de manera oculta, o a través de otros [Dayuma]”, explicó Sam Padilla, “Raquel diría, 'Mi hermano murió por ustedes, y yo he sacrificado mi vida por ustedes por el amor a Dios. Sería tan bueno si ustedes pudieran ir donde los otros para salvarlos también”. Aunque Tigüeno veía las ventajas de extender la prohibición de lancear a sus enemigos Huao, los pocos cristianos impresionados pronto lo pensarían mejor: podrían no vivir para disfrutar de la nueva época. “Y aquí, continuó Sam, “entrarían los lingüistas. 'No, no se preocupen, eso no es problema, podemos darles un radio, podemos lanzarles comida y medicinas, podemos lanzar este aparato y registrar sus nombres, pueden hablarles desde el aire'. Los Aucas no entendían radios o cómo funcionaba todo esto, pero no importaba, los lingüistas hacían todo eso por ellos… La compañía petrolera dijo, 'vendremos en tres meses', y esta era la gran oportunidad” del ILV{53}.
Mercancías, lazos de parentesco y romance –bandas buscando parejas en otras bandas– eran el anzuelo que atrajo al resto de los Huaorani a la dependencia. Manipulados por los misioneros, estas atracciones y estos vínculos eventualmente dieron a las reubicaciones su propio impulso Huao en la medida que la gente aprendió a valorar el clientelismo y la paz. Mas para iniciar la campaña, Saint decidió que necesitaba otra Dayuma, o mejor aun una mejor Dayuma, quien no sólo estuviera separada de su parentela sino estuviera ansiosa por volver a verla. Ya tenía docenas de refugiados de la banda río abajo en Tigüeno, pero ninguno estaba interesado.
Mientras Saint formulaba sus oraciones a principios de 1964, Huaorani y colonos Quichua estaban emboscándose mutuamente en el río Napo alrededor de Coca. La misión capuchina cree todavía que los responsables de varios ataques eran rebeldes de Tigüeno: según se informó, algunos incursores lucían trajes de baño, conduciendo a rumores de que Dayuma [424] había jurado destruir el asentamiento católico{54}. El ILV atribuye toda la culpa a la banda río abajo, la que varios años después sería la primera en atravesarse en el camino de las compañías petroleras. Un mes antes de que la junta militar visitara Coca, en enero de 1964, incursores Huao mataron a tres personas y raptaron a otra. Dos semanas después que la junta se marchara, atacantes Huao ensartaron a una mujer en su casa. “AUCAS CONTINÚAN AVANZANDO A REGIÓN DEL COCA”, voceó El Comercio en agosto, “COLONOS ABANDONAN SUS PROPIEDADES”{55}.
Cuando un pelotón de soldados y colonos hirieron y capturaron a una muchacha Huao el 19 de mayo de 1964, ésta fue encargada a las Hermanas de Madre Laura en Coca. Después de alguna resistencia, informó la madre superiora, la paciente comenzó a jugar con niños desde la cama. Un enfermero capuchino atendió su muslo herido, tras lo cual se dijo que comió y durmió bien.
Tan pronto como Saint supo de la cautiva, probablemente a través de la radio militar, la reclamó. “Desde el principio supe que [la muchacha] podía ser la clave para un contacto exitoso”, escribió ella. Desgraciadamente, la misión católica tuvo la misma idea. Al anochecer del 21 de mayo, el Servicio Selvático de Aviación y Radio trajo a un médico militar y a Saint a Coca. Ella dice que encontró a Oncaye en un estado deplorable: habiendo rechazado toda comida por días, la muchacha estaba con fiebre, dolor y llena de odio. A su llegada, según el informe de la madre superiora, Saint anunció que se llevaría a la paciente al hospital militar en Shell Mera. Las monjas protestaron, el médico del ejército cedió a su formidable acompañante, y las discusiones hicieron imposible partir esa noche.
Continuando con la versión católica, las relaciones intercredos arrancaron con mal pie a la mañana siguiente cuando Saint declaró que, en su opinión y la de Oncaye, era inminente otra incursión. Una hermana sugirió que tal vez Saint estuviera orquestando los ataques. No obstante se acordó que el doctor, Oncaye y una monja tomarían el primer vuelo a Shell Mera, mientras Saint esperaría el segundo. Pero Oncaye puso resistencia en el camino a la avioneta, y Saint entró tras ella. Según el director del colegio de Coca, señor Flores, toda la población de Coca se voleó a la pista de [425] aterrizaje para bloquear el despegue. El médico militar ordenó a Saint abandonar el avión.
En el hospital militar de Shell Mera, la marea se volvió contra los católicos, según la madre superiora gracias a la amistad de Saint con el comandante, Coronel Jaime Paz y Miño Salas. Alrededor de la medianoche los contrincantes se sorprendieron mutuamente en la habitación de Oncaye, Saint armada con dos Tigüeñas emparentadas con Oncaye, las monjas con dos sacerdotes capuchinos que esperaban arreglar el asunto “al estilo racional y europeo”. Cada bando acusaba al otro de tratar de robar a Oncaye. Para la madre superiora, la llegada de la parentela de Oncaye confirmaba que Saint era responsable por los ataques de Coca. Cuando el Coronel Paz y Miño llegó a la mañana siguiente, Saint acusó a sus adversarios de tratar de robarse a la paciente, después de lo cual el coronel expulsó a las hermanas del hospital para siempre.
Este fue el “secuestro” de Oncaye, una historia bien conocida en el Ecuador pero no entre los lectores de Wycliffe, ya que la relación de su llegada omite convenientemente toda referencia a los católicos. Después que el obispo capuchino apeló dos veces al coronel, la misión recurrió a generales, al ministro de defensa, al nuncio papal y a embajadores extranjeros; todo en vano. El 20-21 de junio de 1964 Saint se llevó a Oncaye a Tigüeno. La exhortación católica final fue rechazada por la junta militar{56}. Aunque el ejército tenía razones para preferir al ILV, no era cosa así de simple burlarse de la Iglesia Católica tan groseramente. La composición de la junta militar no venía mal al ILV: Philip Agee menciona a dos de las figuras que mandaron a los capuchinos al desvío, los Generales Aurelio Naranjo y Gándara Enríquez, como enlaces con la CIA el año anterior{57}.
En Tigüeno, Oncaye se unió a los otros memorizando versículos Bíblicos. Aprendió a rezar y vivió con Saint, quien “ganó su total lealtad” y oró porque el Señor la guiara como lo había hecho con Dayuma. Se nos habla de largas horas planificando la expedición para traer a la madre de [426] Oncaye a Tigüeno. Pero en febrero de 1965, cuando a Saint y Catherine Peeke ya les parecía tiempo de comenzar, una cosecha de plátanos estaba seduciendo a los cristianos a una deliciosa ronda de fiestas de canto y baile.
“Todo el pensamiento de los grupos salvajes estaba perdido en los placeres del momento”, escribió Saint. “Cuando se hacía alguna mención al asunto, era evidente que la gente estaba empezando a calcular el costo”. Primero, como advirtió ella, tenían miedo de que los maleantes de río abajo les robaran sus nuevas posesiones de afuera. Segundo, incluso los leales estaban atemorizados de que pudieran ser muertos. Nadie conocía la trocha y Dayuma decía: “cuando tu estés lista, tú mandas a Oncaye”. Una reunión de oración cambió la actitud de todos y zarpó una expedición por tierra. Algunos días después regresaron cabizbajos diciendo que a Oncaye la herida le dolía demasiado, les había caído un árbol y habían perdido la trocha{58}.
Una de las razones para el apuro en febrero de 1965 fue probablemente la actividad católica, principalmente capuchina, con el mismo objetivo. Saint dice que ella estaba “percatada” de esas empresas{59}. Hubiera sido difícil no estar al día ya que muchas de estas fueron lanzadas desde la Misión de Pompeya, a una hora de camino de la base del ILV. Los informes capuchinos remiten las primeras señales de interés a 1957, después que Dayuma se fue a Hollywood. Hasta este punto, parece que los esfuerzos católicos respecto a los Huaorani se habían limitado a encargarse de uno que otro niño cautivo, que a menudo moría pronto de alguna enfermedad. Ahora en el río Cononaco, bien al sudeste frente a otra banda Huao, la misión josefina culpó a la patriotería sangrienta del ejército de su fracaso. Picado por la pérdida de Oncaye, en setiembre de 1964 el obispo capuchino guió la primera expedición de su misión en búsqueda de la banda río abajo. Mientras las primeras expediciones terrestres del ILV estaban acabando igual de rápido, los capuchinos se prepararon para otra ronda: tres expediciones en junio, julio y agosto de 1965 desde Pompeya. En enero de 1966, justo antes de que el ILV entrara nuevamente en acción, los capuchinos hicieron otro intento. Y como los protestantes recurrieron a tecnología aérea, los capuchinos también treparon a los cielos. Desde marzo de 1966 hasta abril de 1967 la misión registró treinta horas de vuelo, lanzando ropa, semillas, aves y otras cosas a los claros Huao. Todo lo que necesitaban ahora, opinaban los capuchinos, era un helicóptero, el mismo que el [427] gobierno y las compañías nunca les proporcionaron{60}. Más cerca del meollo, los católicos no tenían ni un solo Huao para escudarlos.
El Instituto Lingüístico enfrentaba dos problemas, cristianos reticentes y la aversión Huaorani de río abajo a la vigilancia aérea. Más tecnología, más exhortación y los vínculos familiares de Oncaye resultaron ser la solución. Cuando SSAR descubrió el nuevo claro hacia el cual había huido la parentela de Oncaye, en febrero de 1966, su furiosa reacción reforzó las dudas entre los cristianos de Tigüeno. A pesar de las mejoras tecnológicas –radio para las expediciones terrestres, alto-parlantes instalados en las alas, lanzamientos de comida coordinados por radio– las próximas expediciones no llegaron a nada. Aunque las voces desde el cielo hablaban Huao, la banda río abajo continuaba quemando sus casas y huyendo. Las partidas terrestres siguieron corriendo de regreso a Tigüeno con enemigos reales o imaginarios tras sus espaldas. Para entonces la exploración petrolera era inminente, y los Quichua del río Napo estaban perdiendo la paciencia. Para justificar al ILV en el escándalo de Oncaye, se había hablado de un rápido alivio de las incursiones Huao.
De modo que Oncaye pudiera precisar sus invitaciones aéreas a Tigüeno, SSAR empezó a lanzar radiotransmisores para conversación aire-tierra. Como los Huao hicieron pedazos los primeros transmisores, SSAR tejió los siguientes en canastas de doble fondo cargadas de regalos. En febrero de 1968 el hermano de Oncaye exigió un hacha; cuando esta cayó a sus pies, él aceptó partir río arriba al día siguiente. Mientras la sexta expedición terrestre salía de Tigüeno, equipada con radio y medicinas, la familia de Oncaye engañó al resto de la banda y huyó. Desde el aire, SSAR reunió a los dos grupos. Cuando la docena de fugitivos de río abajo llegaron a Tigüeno, se espantaron al descubrir ahí a uno de afuera. “En la excitación”, explica Wallis, “Oncaye se había olvidado de informar a su familia acerca de la foránea que vivía justamente entre ellos”. La mayor parte del resto de la banda río abajo –noventa y dos personas– bregaron hacia Tigüeno en julio de 1968, enfermos y desnutridos. En el intervalo, asesinatos con lanza habían dejado en pedazos al grupo, probablemente vinculados –como el hambre y la enfermedad– con la campaña del ILV. Diez personas huyeron en otra dirección. Para 1980 éstos eran los últimos Huaorani que rechazaban todo contacto con gente de afuera. [428]
El Instituto Lingüístico había acosado, sobornado y engañado a los atacantes del Coca fuera del camino de las compañías petroleras hacia Tigüeno, duplicando allí la población a más de doscientos. Saint “nunca había soñado que tanta gente de río abajo viniera a la vez”. La epidemia inicial duró seis semanas, la comida escaseó, y hombres de río abajo querían lancear a los Quichua y los de río arriba. Saint proscribió los aterrizajes de SSAR, el abastecimiento de comida fue lanzado y los leales forzaron a la gente de río abajo que ya salían para su tierra a regresar a Tigüeno{61}. La fiebre matrimonial que campeaba en las dos bandas implicaba que la poligamia debía ser desalentada. Muchachas cristianas trataron de ahogar a sus bebés 'ílegítimos', y una cristiana embarazada se mató{62}.
Las bajas y las refriegas empezaron a producir dudas en la filial. “Supongo que todos estamos muy conscientes”, escribió Catherine Peeke en su diario en octubre de 1968, “de que no estarnos ofreciendo a la gente ninguna vida mejor desde el punto de vista material. ¿Qué valen unos pocos machetes y teteras comparadas con la reserva de caza ilimitada de la que siempre han disfrutado? Y nosotros les estamos ofreciendo un territorio desconocido a cambio del conocido, una tierra extranjera en vez de su hogar, dependencia por auto-subsistencia, sujeción a poderes de afuera en lugar de resistencia, y hambre donde ha habido todo. Es un milagro que el grupo de Oncaye llegara a aceptar esto, incluso estando ella aquí”.
“Hay algo patético”, añadió Peeke cinco meses más tarde, “en la condición de aquellos que, habiendo fallado en encontrar aislamiento por medio de la distancia, se ven forzados a esconder sus chozas de palma bajo los árboles, exponiéndose así a los peligros naturales (serpientes y ramas quebradas en las tormentas de viento) que ellos normalmente evitarían. ¿Cómo pueden confiar en [nuestra] buena voluntad cuando los cazamos tan implacablemente, acercándonos desde el mismo cielo, la esfera que ellos no controlan? Están desesperados por esconderse de fuerzas que no entienden, ¡pero cuánto más desesperados estarían si realmente entendieran! El tragarse sus recursos, su libertad, hasta su identidad es inevitable. Y ellos enfrentarán las frustraciones aún más grandes del hombre moderno”.
Quedaban dos bandas al este y en el camino de las compañías petroleras. A pesar de la desilusión con las reubicaciones, incluyendo lo que Peeke llamó “la resistencia de casi la totalidad de la comunidad cristiana [429] [Huao] a nuevas avanzadas”, el temor a los ataques de lanza y a una solución militar mantuvo a la operación en marcha{63}. Las amonestaciones bombardeadas desde las avionetas enfurecieron a los Huaorani en tierra, pero a través de los transmisores escondidos aprendieron a pedir “tírame un hacha… un machete… algunas chaquiras”. Helicópteros de las compañías petroleras aceleraron el paso. Cuando sus equipos se acercaban y dieron un ultimátum a mediados de 1969, familiares lanzados desde un helicóptero persuadieron al grupo de Baiwa de ir a ver a su parentela en Tigüeno{64}. Pero antes de que el ILV pudiera dirigir toda su atención al cuarto y último grupo Huao, perdió el control sobre los tres que ya tenía.
Dos semanas después de la llegada de la banda de Baiwa, en agosto de 1969, la primera persona cayó enferma de polio. Dos personas murieron y docena fueron contagiadas antes de ser diagnosticadas. Contra las recomendaciones de los médicos misioneros. Saint había decidido que la vacunación inmediata y sus efectos laterales perturbarían demasiado a la nueva gente{65}. Luego decidió que no podría introducirse a un doctor (hombre) hasta que los asesinos potenciales estuvieran demasiado paralizados como para tirar sus lanzas. Prácticamente todos los refugiados contrajeron polio, y Saint misma cayó enferma con él.
Para octubre, dieciséis Huaorani habían muerto, otros dieciséis estaban inválidos de por vida. Se culpó a la brujería: dos “rebeldes” de Tigüeno de hacía tiempo, al menos uno bautizado cristiano, fueron responsables de las dos muertes con lanzas por venganza. Hambriento y dejando atrás tres muertos, Baiwa y la mitad de su banda escaparon a su tierra. Según Saint, los hubiera dejado en paz si el ejército no la hubiera llamado un año más tarde. Se dice que ellos mataron a seis personas antes de ser acorralados.
Los calendarios de prospección exigían una rápida pacificación de la última banda Huao, la más oriental. Entre ellos el ILV perdió su primer mártir Huao, Toña el maestro de Tigüeno. Su familia había estado reticente a recibirlo; y en junio de 1970, le partió la espalda con un hacha de regalo. Más tarde explicaron que habían sido “llevados a creer que él era un foráneo”. Al año siguiente la gente de Toña abrió un helipuerto y luego una pista de aterrizaje, permitiendo la introducción de mujeres de Tigüeno. [430] Como había demasiada gente en el este –casi trescientos o alrededor de la mitad del grupo idiomático– como para llevar a todos a Tigüeno de una vez, se contrajeron matrimonios, se hizo vuelos médicos, y se dio instrucciones de comportamiento correcto hacia los equipos petroleros. En cuanto a los helicópteros petroleros, regalaron tantas cosas que los Huaorani orientales compusieron canciones mágicas para atraer más de éstos. Las trochas petroleras eran apreciadas también: hacían más fácil la caza. La filial empezó a transportar a los Huaorani oriental a Tigüeno, una docena o más cada tantos meses{66}.
Varios años después, en 1975, la evacuación estaba casi acabada cuando un antropólogo del ILV convenció a la filial de detenerla. Para entonces, los misioneros contaron sólo unos setenta y cinco Huaorani todavía en el este, con 525 en el área de Tigüeno. Dos años más tarde, el hijo de Dayuma impidió que la filial completara la reubicación para desagrado de su madre y de Raquel Saint. En su lugar, Sam Padilla reubicó a una de las dos concentraciones sobrevivientes del este para sus propios propósitos. Los únicos otros Huaorani que se sabía existían eran los diez a doce fugitivos de la reubicación de río abajo en 1968. En su antiguo territorio al norte de Tigüeno, ahora abandonado por los Huaorani excepto para cazar, se estaba construyendo carreteras de acceso para servir al nuevo campo petrolero Auca. Las actividades madereras estaban en marcha, así como también colonos asentándose a lo largo de los ríos.
Notas
{46} Wallis 1973: 25.
{47} Entrevista del autor, Quito, 9 de diciembre 1976.
{48} Parreño Ruiz 1975: 39-40.
{49} Galarza 1974: 158-66.
{50} Wallis 1973: 25.
{51} John Lindskoog, entrevista del autor, Quito, 12 de noviembre 1976.
{52} p. 7 Translation invierno 1961/62 y Saint 1965: 288.
{53} Entrevista del autor, Quito, 9 de junio 1976.
{54} Santos Ortiz 1980: 29-30, 41-5.
{55} p. 1 Comercio 16, 17 y 20 de agosto 1964.
{56} La versión de Saint en Saint 1965: 293-4 y Wallis 1973: 26-8. La versión católica: de documentos de la Prefectura de Aguarico (en Coca) incluyendo “Informe de la madre superiora, Madre Cesarina…” 24 de mayo 1964. Y Feliciano de Ansoain, “Qué hay de la entrega de la auca 'Onkay' a la Misión Capuchina”, 11 de julio 1964 y “Por la reducción y evangelización de las tribus aucas del Napo”, 6 de julio 1965.
{57} Agee 1975: 609, 615.
{58} Saint 1965: 294-302 y Wallis 1973: 30-7.
{59} Entrevista del autor, Quito, 9 de diciembre 1976.
{60} Blomberg 1956 y Spiller 1974: 26 1-2. Santos Ortiz (1980: 59-78}, quien también describe los ataques contra Coca y el asunto de Oncaye. Y documento de la Prefectura de Aguario, “Operación aucas para la reducción y evangelización de estas tribus salvajes”, 8 de septiembre 1967.
{61} Wallis 1973: 36-7, 47-71 y SIL-Ecuador 1969.
{62} Kingsland 1980: 127.
{63} James Yost, comunicación personal.
{64} Wallis 1973: 73: 73-9, 85-93.
{65} Entrevistas del autor.
{66} Bledsoe 1972: 151-2, Wallis 1973: 80-4, 94-121 y Yost 1981: 688.
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