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David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina

El milagro de Tetelcingo

En 1942 Guillermo Townsend apareció bajo seudónimo en un folleto sobre el protestantismo y la Revolución Mexicana. Alberto Rembao escribía para el Comité para la Cooperación en América Latina, un consejo liberal de misiones denominacionales con sede en Nueva York. La identidad de su héroe debía quedar encubierta, explicaba Rembao, porque él “está en medio de proyectos que algún día cercano, Dios mediante, pueden resultar en logros extraordinarios”. “James Warren” es un lingüista misionero de California y amigo del Presidente de México, un estadista no conocido por su simpatía hacia la religión o los Estados Unidos. Pero el Presidente está complacido con que Warren esté traduciendo el Evangelio para los indígenas. El norteamericano está en los pasos preliminares, “andando entre la gente de los valles, la sierra y la montaña, aprendiendo el idioma de la región, pero de manera científica”, y el presidente espera que su amigo llegue al corazón mismo del indígena.

El presidente también aprecia a James Warren por otra razón. “Los secretarios tenían órdenes de dejar pasar [a Warren] cada vez que [104] quisiera ver al presidente. La gente se preguntaba qué asuntos, qué misteriosos asuntos, tenía el americano con él. ¿Era posible que tuviera algo que ver con la controversia sobre el petróleo? Resultaba interesante, e incluso asombroso, que a una persona tan importante como el Ministro Plenipotenciario de… se le hubiera hecho esperar cuando el misionero apareció en la antesala”.

Pero mientras Warren es tema de especulación en los alrededores del Palacio Nacional a fines de los años treinta, éste no es ningún enigma para el director izquierdista de la Oficina de Asuntos Indígenas. “Sabe usted, señor Warren”, dice el funcionario, “usted no me está engañando. En lo que a mí concierne, yo sé el significado en última instancia de su actividad. Su interés no es científico per se… Yo sé lo que usted implica siendo 'evangélico'. Usted es un propagandista protestante, ¿no es cierto? Pero no tema. Me gustan los protestantes”. Warren es ciertamente un hombre flexible: en una de sus charlas de corazón abierto con el presidente, sostiene una nueva “filosofía de motivos” oponiéndola a la “filosofía de las reglas”. “Lo que importa es el contenido espiritual del mensaje”, propone Warren, y “la cuestión es que cuando uno tiene un buen motivo, las reglas se vuelven secundarias”.

El verdadero James Warren, Guillermo Townsend, siempre contaba la historia de cómo había conocido a Lázaro Cárdenas con un aire de milagro. Él decía que en esa época no tenía la menor idea de que el Presidente de México supiera de su trabajo. Después de dos años de fracasos que pusieron a prueba su fe, en 1935 la puerta de ese desaventurado país se entreabrió. Pero las bandas de Camisas Rojas socialistas y Camisas Doradas fascistas estaban aún apaleándose en las calles, y todas las iglesias estaban cerradas en trece estados. Luego, cuando Townsend se encontraba trabajando en el pueblo de Tetelcingo en enero de 1936, el propio Presidente de la República realizó una visita de sorpresa. Al oír la esperanza del fundador de traducir la Biblia a los idiomas indígenas de México, el serio y directo Cárdenas sólo preguntó si los lingüistas ayudarían a los indígenas de manera práctica, como lo estaba haciendo Townsend. Habiéndose asegurado que lo harían, el presidente dijo al fundador que trajera todos los asistentes que pudiera{2}.

A lo largo de los años, en homilía tras homilía a los miembros, Townsend nunca halló una confirmación más decisiva de que el Señor había creado Wycliffe. La cadena de milagros que llevaba a Tetelcingo había empezado cinco años antes, en un encuentro supuestamente casual, [105] cerca al Instituto Bíblico Robinson en Guatemala. El nombre de Moisés Saenz ha sonado siempre en relación al origen del Instituto Lingüístico: incluso el cronista de James Warren toma a este personaje como otro ejemplo de su tema central, “la infiltración del espíritu cristiano en muchas empresas que exteriormente parecen de carácter exclusivamente laico”{3}. Educado por misioneros norteamericanos, el presbiteriano Saenz acababa de terminar una memorable gestión como Sub-secretario de Educación. Su hermano menor, el General Aaron Saenz, era un hombre de confianza del caudillo más poderoso de México, el ex-presidente Plutarco Elías Calles. De manera providencial, Townsend acababa de presentar su Nuevo Testamento Cakehiquel cuando se tropezó con Moisés en el pueblo de Panajachel. El educador estaba tan impresionado por los experimentos pedagógicos del fundador que le ofreció respaldo oficial para hacer lo mismo en México{4}.

Como un precursor de lo que pronto sería llamado indigenismo, Saenz esperaba usar la antropología para incorporar a los indígenas a la nación. Pero para principios de los treinta, él y sus colegas estaban empezando a desilusionarse con sus esfuerzos de castellanizar a los indígenas. La educación bilingüe parecía una solución prometedora. Era defendida por una “extraña variedad de sujetos”, señala una autoridad, incluyendo a Townsend y a admiradores de la política de las 'pequeñas nacionalidades' de la Unión Soviética. En 1913 José Stalin había propuesto la política de bilingüismo iniciada bajo Lenin: permítase a una minoría utilizar su propio idioma, argumentaba Stalin, “y el descontento desaparecerá por sí mismo”{5}. El descontento que preocupaba a los indigenistas mexicanos persistía entre los campesinos, que estaban acudiendo a la Iglesia Católica como a un aliado contra el régimen robatierra de Calles. Saenz mismo había promovido las escuelas rurales y los “maestros-misioneros” itinerantes como un arma contra la superstición católica popular{6}. Los devotos católicos de la rebelión Cristera habían sido sofocados sólo un año antes que él visitara el Instituto Bíblico Robinson. Esta era una lucha en la que Townsend estaría más que feliz de inmiscuirse.

Pronto Moisés Saenz estuvo peleando otro tipo de batalla, contra sus propios colegas en la Secretaría de Educación. Los Camisas Rojas habían [106] demostrado que arrasar con las iglesias y cazar a los sacerdotes católicos no significaba que la tierra estuviera siendo repartida. Sin embargo, bajo la consigna de Educación Socialista, los marxistas estaban convirtiendo las amadas escuelas de Saenz en un medio para organizar a los campesinos, por ahora contra el clero católico, pero en el futuro tal vez contra prósperas familias como la suya. Cuando Narciso Bassols fue nombrado Secretario de Educación en marzo de 1932, estaba menos interesado en teorías idealistas de integración indígena que en modificar “los sistemas de producción, distribución y consumo de la riqueza” que los oprimían{7}. Saenz renunció a la Secretaría en enero de 1933, alegando diferencias filosóficas con la dirección{8}.

Al mes siguiente, según los Hefley, Townsend decidió trabajar en México. Pero para cuando llegó a la frontera, en noviembre de 1933, el gobierno se había enterado de sus planes a través de una revista{9}. Sólo la invitación de Saenz le permitió cruzar. Como quien lo respaldaba estaba en desgracia y dictando un curso en la Universidad de Chicago, Townsend se dio con una fría recepción en la capital. Rafael Ramírez, rival de Saenz y Director de Educación Rural, se oponía a la educación bilingüe y gustaba aún menos de los esquemas evangélicos. Pero gracias a Frank Tannenbaum, el historiador de la Universidad de Columbia y cercano amigo de Saenz y Ramírez, este último permitió a Townsend de mala gana estudiar las escuelas rurales.

De regreso a los Estados Unidos para organizar el primer Campamento Wycliffe para mediados de 1934, el fundador tomó varias decisiones trascendentales para facilitar su próxima visita a Ciudad de México. Una de estas resoluciones, mencionan Wallis y Bennett, fue publicar artículos periodísticos demostrando que él apoyaba a la Revolución Mexicana. Otras dos, añaden los Hefley, fueron desde entonces 1) presentarse como un lingüista en lugar de un misionero y 2) explicar que estaba financiado por “individuos” y no por la Agencia Misionera Pionera{10}.

La persecución religiosa estaba llegando a su cumbre cuando, a fines de 1934, la maquinaria de Calles instaló al General Lázaro Cárdenas como [107] su próximo presidente. Townsend pasó dos meses en la ciudad natal de los hermanos Saenz, el reducto protestante de Monterrey, cuyos industriales tenían razones para temer al nuevo jefe de Estado. Aquí el fundador comenzó a escribir su apología de la conspiración contra-revolucionaria, la novela de Tolo, que terminó a principios del año siguiente en Dallas{11}. Del interludio en Monterrey se informó que “el Señor utilizó al Sr. Townsend de una manera muy real”. La visita había sido una “piedra de toque” en la campaña para entrar a México{12}.

El Señor mostraba ahora su don para la ironía. En junio de 1935 Cárdenas purgó a los que un observador del Campamento Wycliffe calificó como “los ateos fanáticos”: Calles y aquellos secuaces que no reconocían la supremacía del nuevo Presidente{13}. Aaron Saenz se quedó en su puesto, pero pronto renunció debido a su estrecha vinculación con Calles y a una antigua diferencia con Cárdenas. En la medida en que el presidente consolidó el apoyo para sus reformas, mantuvo las medidas legales contra la religión pero desalentó la agitación anticlerical, en la convicción de que la reforma agraria y las escuelas erosionarían al clero católico de manera más efectiva. Adoptó también la propuesta de Moisés Saenz para establecer un Departamento de Asuntos Indígenas, dando una bienvenida oficial a indigenistas para planificar una metodología científica para la educación indígena. A dos meses de la purga de junio de 1935, en el amanecer de la era heroica del indigenismo, un Profesor Townsend había obtenido permiso para traer al país a media docena de estudiantes de lingüística{14}.

Los nuevos académicos hicieron su debut en septiembre de 1935, en el Congreso Científico Interamericano en la capital. El profesor Townsend presentó a sus seguidores como “investigadores lingüísticos” y “mencionó en cada oportunidad los resultados laudables de la Revolución Mexicana”. Explicó que su estudio sobre las escuelas rurales había revelado la necesidad de lingüistas para estudiar los idiomas indígenas, su nueva escuela de verano de lingüística estaría dispuesta a proporcionarlos. Para “algunos” de sus nuevos amigos indigenistas, añaden los Hefley, mencionó que sus lingüistas también deseaban traducir la Biblia. Según Wallis y Bennett, esta reunión fue el nacimiento del Instituto Lingüístico de Verano{15}. [108]

Para demostrar lo que sus lingüistas podían hacer por México Townsend se mudó a Tetelcingo, Morelos, un pueblo azteca empobrecido: a pocas horas de la capital. En esta región, menos de una década antes guerrilleros campesinos de la revolución de 1910-19 habían reanudado su lucha por la tierra durante la rebelión Cristera. Y aquí, otra vez, Townsend demostró su habilidad para ganarse el favor presidencial. Como han explicado escritores Wycliffe: “consciente de que… los líderes… revolucionarios creían que 'la religión era el opio de las masas, y que los trabajadores religiosos eran parásitos', tenía más en mente que la horticultura al ampliar la dieta de los Aztecas”{16}. Después de un mes organizando mejoras estilo Potemkin, Townsend comenzó por regresar a Ciudad de México para informar sobre los éxitos, llenarse la boca con la Revolución que había hecho posible tal progreso, y solicitar otros requisitos como plantones en árboles y tuberías de agua. Más tarde, Townsend recordó que su famoso huerto vegetal murió pronto, “pero era hermoso mientras duró y tuvo su efecto”{17}.

En una de sus incursiones en la capital, Townsend conversó son Josephus Daniels, Embajador de Estados Unidos, quien según Wycliffe se convirtió en uno de sus “mayores respaldos” durante los primeros años{18}. El Embajador Daniels sugirió que Townsend escribiera un informe de sus actividades algo favorable a la Revolución, para enviarlo a Washington. “Porque él quería mostrarse abierto y honrado ante los funcionarios mexicanos” según los Hefley, Townsend envió una copia a su nuevo amigo el General Genaro Vásquez, Secretario de Trabajo, quien la mostró al Presidente Cárdenas{19}. Y así llegamos al milagro de Tetelcingo de 1936 –aquel señuelo para los anticlericales incautos– a través de un informe enviado al Departamento de Estado norteamericano que los amigos de Townsend hicieron notar a Cárdenas, hombre conocido por sus inspecciones sobre el terreno e interés especial en los indígenas.

“Nuestro proyecto encajaba maravillosamente en sus esquemas”, escribió Tonwsend después de la visita del presidente{20}. Estaba [109] introduciendo una nueva institución en México, el equipo de lingüistas especializados en idiomas indígenas. Moisés Saenz y otros indigenistas estaban fascinados por la posibilidad de que la lingüística descriptiva pudiera salvarlos del problema del monolingüismo indígena. Townsend recomendó primero enseñar a los indígenas a leer y escribir en sus propios idiomas (creando así un público para sus Biblias traducidas); después los indígenas podrían hacer una fácil transición al español en las aulas{21}. Sus lingüistas analizarían los idiomas y producirían cartillas científicas utilizando el método sicofonémico que él había desarrollado en Guatemala{22}. Armados con sus primeras investigaciones, los norteamericanos se convirtieron en participantes estimados en todos los seminarios, conferencias y proyectos dedicados a la educación indígena: sus servicios fueron solicitados por la Universidad Nacional Autónoma, el Instituto Politécnico Nacional, la Secretaría de Educación y el Departamento de Asuntos Indígenas.

Después de su propio peregrinaje a Tetelcingo, un educador anticlerical no precisado afirmó al presidente que él estaba “prácticamente convencido de que el poder de la fe espiritual es mayor incluso que el de la educación, y que por medio de éste puede ser lograda una más rápida transformación de los indígenas”{24}. Cárdenas envió a Townsend una nota solicitando más estudios y alabando sus “valiosas enseñanzas”{25}. Sus enseñanzas eran para Townsend sinónimo de “la expulsión de la sólida y unida maldición del catolicismo de las tierras al sur”{26}. Este era un encuentro de mentes que tenía que ser explicado cuidadosamente. En 1940, tal vez por primera vez en público, Townsend expuso el programa triple de su Instituto –investigación lingüística, servicio práctico y espiritual. Un orador de la Universidad Nacional respondió que el mensaje del grupo estaba “muy por encima del catolicismo y del protestantismo; era el mensaje del amor de Dios en servicio, sin sectarismos”{27}. [110]

Townsend también habría de encajar en el esquema mexicano de otro modo que probablemente no había previsto. En el diario presidencial unos pocos meses antes del encuentro en Telelcingo, vemos a Cárdenas dando vueltas al problema de la propaganda católica contra su gobierno en Estados Unidos{28}. Este era un problema que habían enfrentado sus predecesores. Cuando Cárdenas leyó el halagüeño informe de Townsend para Washington, podría habérsele ocurrido que la opinión misionera protestante había tenido peso anteriormente. En los años veinte, el Presidente Calles había utilizado el Comité para la Cooperación en América Latina para desarmar las demandas católicas de una intervención militar norteamericana. Pero ahora que Calles había permitido que los protestantes alimentaran el molino anticlerical, resultaba difícil conseguir este tipo de apoyo. Si Cárdenas hubiera visto los favorables artículos de Townsend en el Dallas Jorning News, podría haber pensado que el fundador tenia acceso a quienes formaban la opinión norteamericana. La idea aun podría haber sugerido que en 1914, el ahora Embajador Daniels, entonces sub-secretario de la marina estadounidense, había ordenado la ocupación de Veracruz por los Marines. Aunque Daniels se opondría a la intervención militar durante la crisis del petróleo de 1938, un presidente interesado en poner bajo control a los inversores norteamericanos debía considerar tal posibilidad.

Townsend ha admitido que “nadie sabe cómo le hubiera ido a México sino fuera porque el General Cárdenas tenía un amigo evangélico”{29}. Nadie sabe tampoco qué le hubiera pasado al instituto de Townsend si, ante la cortés pero firme sugerencia presidencial y considerable costo para su reputación fundamentalista, éste no hubiera cabildeado en Washington y Nueva York para defender la nacionalización, por parte de su amigo, de diecisiete compañías petroleras norteamericanas. En La verdad sobre el petróleo de México, un folleto distribuido a los miembros del Congreso en 1940, Townsend increpa a su país por no cumplir con la política del Buen Vecino del Presidente Roosvelt. Golpea a las compañías petroleras por robar los recursos mexicanos, explotar a los trabajadores y manipular a los gobiernos. Detrás de las cortinas, Townsend se puso a disposición de Cárdenas y del Embajador Daniels como caja de resonancia. El significado de esos esfuerzos no es claro: los Hefley dicen que las gestiones en Washington y Nueva York fueron un fracaso. Pero según Cárdenas, Townsend “sirvió a mi gobierno en forma importante” durante la campaña de las compañías petroleras en su contra{30}. [111]

En 1939 la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas adoptó el método sicofonémico del fundador como el estándar mexicano para cartillas en idiomas nativos. Los únicos lingüistas disponibles eran norteamericanos, mayormente miembros del Instituto Lingüístico. Antes de que Cárdenas dejara su cargo al año siguiente, ayudó a sus indigenistas a organizar el Instituto Indigenista Interamericano (III) en una conferencia hemisférica. Entre las metas recomendadas para las políticas indigenistas de cada país se encontraba la educación bilingüe. Moisés Saenz se convirtió en el primer director del III y antes de su muerte, en 1941, presentó el Instituto Lingüístico a los indigenistas peruanos. Utilizando su amistad con el muy admirado Cárdenas para disipar toda sospecha de estafa norteamericana Townsend hizo del III un canal oficial para sus lingüistas en Sudamérica.

El gobierno siguiente estabilizó a México para asegurar la exportación a Estados Unidos. La reforma agraria redujo su ritmo y los proyectos indigenistas fueron atacados como ejemplos privilegiados de subversión. Los antropólogos encargados de organizar la burocracia indigenista de post-guerra decidieron que las reformas de Cárdenas habían sido fútiles, porque el conflicto social y económico sólo era síntoma de una división cultural más fundamental. La única solución al problema indígena era la aculturación de los indígenas a la sociedad mexicana, y no el pluralismo étnico y la igualdad predicada bajo Cárdenas. Esa era una fórmula que gustaba a los que estaban en el poder{31}.

Lázaro Cárdenas, demócrata mexicano de Townsend, publicado en 1952, llevaba un mensaje muy distinto de su polémica en contra de las compañías petroleras norteamericanas llevada a cabo doce años antes. Enbalsamó los logros de la era cardenista y, no casualmente, la reputación de Buen Vecino anti-trust del propio fundador, para el consumo de la Guerra Fría. En la visión llena de esperanzas de Townsend, la corrupción de los millonarios de Calles había sido sólo un preludio para las reformas cardenistas, que habían sentado las bases para un México más feliz, libre de pobreza y lucha de clases. Pero para pesar del ex-presidente, no resultó así. El 'Tata Cárdenas' de los indígenas se convirtió en el lloroso Cárdenas en la medida en que vio sus promesas traicionadas por sus sucesores. Después de unirse entusiastamente a la Guerra Fría, Townsend tuvo que contar con afirmaciones como la siguiente del hombre que admiraba tanto, en una conferencia de 1961, un mes antes de la invasión estadounidense a Cuba en el Bahía de Cochinos. “La fuerza fundamental que bloquea el [112] desarrollo en América Latina”, declaró el demócrata mexicano, “es el imperialismo de los Estados Unidos. Su estrecha alianza con las oligarquías nacionales, los funestos efectos de su penetración económica y cultural son la causa principal del estancamiento que reina en la escena latinoamericana. La derrota del imperialismo es una condición fundamental para cualquier plan de desarrollo para nuestros países”{32}.

Mientras Cárdenas llegaba a esa conclusión, el Instituto Lingüístico estaba ganando el respaldo de cada uno de los presidentes mexicanos hasta López Portillo. Tres de ellos, ha revelado Philip Agee, fueron enlaces con la CIA en los años sesenta{33}{34}. Con la ayuda de Cárdenas, el ILV había forjado una duradera alianza con una de las oligarquías nacionales que finalmente condenó. Para refutar las acusaciones de imperialismo, el ILV todavía hace referencia al folleto anti-trust y a la biografía de Townsend. Una obra más reciente, escrita a pedido del fundador y publicada el año que Cárdenas murió, forma con las otras dos una trilogía. Es un retrato halagador de un sostenedor financiero y político de mucho tiempo, Aaron Saenz, el capitalista revolucionario de México. Su autor James Hefley informa que en 1970 la fortuna de Saenz, financiada por el Estado, estaba muy por encima de los 150 millones de dólares, llamándolo el “rey del azúcar” de México{35}.

Notas

{2} Wallis y Bennett 1966. 88-90.

{3} Rembao 1942: 5, 10, 15-6, 19, 31, 57.

{4} Wallis y Bennett 1966: 58-9, Hefleys 1974: 72-3.

{5} Heath 1972: 107, 110.

{6} Rembao 1942: 30.

{7} Raby 1974: 36-7, 51.

{8} Saenz 1936: 126-7, 295-6 y Novo 1933: 55, 67-8.

{9} p. 7 Wycliffe Associates Newsletter noviembre 1977.

{10} Wallis y Bennett 1966: 54-61, Heath 1972: 102-3, Hefleys 1974: 75-83, y Bravo 1977: 97.

{11} Wallis y Bennett 1966: 68, Hefleys 1974: 85.

{12} p. 5 Annual Reports of the Pioneer Mission Agency, setiembre 1934-agosto 1935.

{13} p. 1 Camp Wycliffe Chronicle enero 1936.

{14} p. 5 Pioneer News noviembre 1936.

{15} Hefleys 1974: 87-9, Wallis y Bennett 1966: 76, Heath 1972: 103, 11.

{16} Hefley y Steven 1972: 23.

{17} Townsend y Pittman 1975: 45.

{18} Hefley y Steven 1972: 26. A través de Daniels, el grupo obtuvo un informe favorable de la American Foreign Service Journal (1939), revista del cuerpo diplomático estadounidense.

{19} Hefleys 1974: 93.

{20} p. 2 Camp Wycliffe Chronicle junio 1936.

{21} Bravo 1977: 97.

{22} El método sicoforiémico se apoyaba fuertemente en la linguistica descriptiva. Según Heath, “sílabas simples compuestas de letras con contrastes marcados eran introducidas antes que las sílabas complejas que contenían letras con contrastes sutiles”{23}.

{23} Heath 1972: 117-8.

{24} Wallis y Bennett 1966: 113, Townsend y Pittman 1975: 36.

{25} p. 1 Camp Wycliffe Chronicle junio 1936.

{26} p. 2 ibid enero 1936.

{27} Wallis y Bennett 1966: 114.

{28} Cárdenas 1973: vol. 1 p. 225.

{29} Townsend y Pittman 1975: 37.

{30} Hefleys 1974: 102-10 y Cárdenas 1973: vol. II p. 201.

{31} Rus sin fecha.

{32} Aguilar 1968: 166.

{33} Agee 1975: 606-7, 613.

{34} Philip Agee es un ex-funcionario de la CIA que desenmascaró las actividades de la agencia en México, Ecuador y Uruguay.

{35} Hefley 1970: 14, 87. Para una referencia sobre los métodos de negocio de la familia Saenz, ver WeyIs 1939: 259.

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