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Capítulo 4

Las patrullas civiles, Ríos Montt y la derrota del EGP

“Hemos tomado más de once cabeceras municipales… Más de 250 aldeas son nuestras.” —Vocero del EGP en México, 1980

“Estamos en medio.” —Patrullero de Nebaj al autor, noviembre de 1982

Anochecía cuando llegué a Cotzal por primera vez, pocas noches antes de la Navidad de 1982. No había una sola casa habitada en todo el trayecto de una hora en camión desde Nebaj, y casi todo estaba en ruinas. Un pastor evangélico me señaló los lugares donde solía haber aldeas. En una escuálida oficina, un organizador de cooperativas del gobierno me explicó que de las veintinueve aldeas en su lista, sólo tres existían todavía. Un teniente entró, y mirando hacia todas partes menos hacia mí, arremetió contra los gringos que publicaban mentiras sobre el ejército. En la imponente alcaldía, en una galería cubierta encima de las celdas, una larga fila de patrulleros civiles, sentados en un banco bajo la débil luz de unas cuantas bombillas, asiendo la culata de sus viejos fusiles, contemplaban ceñudos la oscuridad. Dentro, en una habitación de altas paredes, el alcalde interrumpió una sesión para recibirme. Lo que la comunidad necesitaba, dijo, eran más armas. Describió la muerte de patrulleros civiles en esta y aquella confrontación y, a continuación, enumeró el armamento con que contaban: veinticuatro M-1s, veinte escopetas y tres rifles .22. “Con cien armas terminaremos con ellos”, aseguró.

Calle arriba, en un cuarto iluminado con candelas, encontré al hombre a quien buscaba, el pastor evangélico al que se atribuye la organización de la patrulla civil de Cotzal. [128] Nicolás Toma no sonrió una sola vez durante nuestra larga conversación; era evidente que sus experiencias lo habían marcado profundamente. Como muchos cotzaleños, era un hombre de buen aspecto, de ojos fijos y profundos. Su español era tan correcto que supuse se había graduado en un seminario. Resultó que solamente había terminado la primaria y se ganaba la vida como agricultor. Lo que más me sorprendió, sin embargo, fueron sus razones para colaborar con los militares. En ningún momento justificó su apoyo al ejército en términos ideológicos o religiosos. Habló en cambio de supervivencia, contándome cómo el ejército había matado a su hermano y a su cuñado, y cómo habían muerto “miles” de cotzaleños. Si no hubiera ayudado a los militares, afirmó, lo habrían matado también. “La guerrilla sólo provoca al ejército y se va”, dijo con amargura, “nosotros somos los que sufrimos las consecuencias”.{1}

Hablando de esta época, los pobladores de los tres pueblos Ixiles la llaman eufemísticamente “la bulla”. Esta fue el punto máximo de la violencia en el tiempo de desplazamiento que se extiende hasta el presente, al que se refieren de manera general como “la situación”. Dado que el ejército que arrasó los aldeas ixiles a principios de los ochenta es el mismo que está al mando en la actualidad, muchos observadores asumen que los guatemaltecos subsisten en un interminable estado de terror, resguardándose en sus hogares en las noches y preguntándose si verán la luz de un nuevo día. No obstante, muchos ixiles bajo el control del ejército afirman que este tipo de terror pertenece al pasado. Para explicar el cambio en la situación, invocan el nombre de Efraín Ríos Montt, el general convertido al evangelismo que tomó el poder en 1982.

No importa que el impacto de Ríos Montt sobre la conducta del ejército haya sido cuestionable, ni que los cambios que logró impresionaran a los guatemaltecos solamente cuando los comparan con el descarado terrorismo del régimen anterior. O que la rectitud personal que proyectaba sólo los haya hecho sentirse seguros debido al surgimiento de una nueva y más eficaz forma de coerción: las patrullas civiles. Sin importar cuán limitadas fueron las reformas de Ríos Montt, su significado está muy claro para la población de los tres pueblos Ixiles: “¡Mentiras, mentiras!”, gritaba un promotor ixil cuando insistí en que su amado general había encubierto masacres. “¡Si no fuera por Ríos Montt, nos hubieran desaparecido a todos! Antes había asesinos en cada esquina, no podías salir porque te mataban. ¡Pero Ríos Montt acabó con todo eso!” Otro de mis amigos, un católico, asociaba al general [129] con la Ley de Amistad, es decir, la Ley de Amnistía, que Ríos Montt ofreció a los refugiados.

Ríos Montt fue depuesto por otros oficiales tras sólo diecisiete meses en el poder, pero cuando se postuló para la presidencia de la República en 1990 fue el candidato más popular en la región ixil. En la sede de su partido en Nebaj me sorprendió encontrar en una borrachera feliz a los tres primeros activistas que se presentaron, pese a las muy conocidas opiniones del general sobre el alcohol. Era domingo por la tarde y los tres eran católicos de la vieja guardia. No les importaba que su candidato fuera un general evangélico, ni que se lo hubiera acusado de perseguir a la iglesia católica, ni que el ejército hubiera destruido cada aldea en su municipio. No: encontraban en Ríos Montt motivos de admiración que sus críticos todavía no logran entender. Aún después de que se lo eliminó de la elección por razones constitucionales, sus partidarios estuvieron a punto de ganar las elecciones en los tres municipios ixiles.

Este capítulo explora la cambiante actitud de los Ixiles hacia los bandos armados, que tuvo lugar en 1982. El tema del “apoyo” o la “lealtad” es espinoso, dados todos los elementos de coerción y ocultamiento que concurren en un conflicto guerrillero. En consecuencia, algunos lectores arribarán a conclusiones distintas de las mías. Aún así propondré que el apoyo ixil al EGP no se basó en reivindicaciones preexistentes, ni en una movilización ideológica, ni en una toma de conciencia, si bien todos estos factores tuvieron cierto papel. Más bien fue el resultado de la “violencia dual”, es decir, de la coerción surgida de una confrontación armada, que obligó a los civiles a alinearse en uno u otro bando para conservar la vida.

De hecho, muchos observadores consideran que el apoyo de los pueblos mayas a las guerrillas fue, en primer lugar, una reacción a la caótica violencia desatada por las fuerzas de seguridad. La novedad (si la hay) de mi análisis apunta en dos direcciones. En primer lugar, enfatizo el papel de la guerrilla en provocar la represión, para quitar el aura de un movimiento autóctono revolucionario. En segundo lugar, enfatizó la presión que ejercieron sobre los Ixiles ambas partes y no sólo el ejército. Ambas afirmaciones deberán contribuir a explicar por qué el apoyo masivo ixil al EGP fue pasajero. A diferencia de los campesinos que no tienen otra opción que defenderse de monopolistas de tierra despiadados –como los campesinos de Morelos que siguieron a [130] Emiliano Zapata durante la Revolución Mexicana– muchos ixiles pronto concluyeron que el aventurerismo de los insurgentes los había puesto entre fuegos cruzados. Si la guerrilla hubiera triunfado, o al menos logrado defenderlos, podrían haber perdonado tal ofensa. Sin embargo, el EGP nunca logró el dominio militar y se volvió vulnerable a una nueva estrategia contrainsurgente. Mientras el ejército imponía una nueva forma de control social expresada en las patrullas civiles, también ofrecía amnistía a los colaboradores con la guerrilla. Un creciente número de ixiles decidió probar suerte con la fuerza superior del ejército, que les ofrecía el regreso a una semejanza de su vida anterior.

La visita de Benedicto

“Lucho porque ví el cuerpo del viejo Catarino colgado de un árbol en el camino, castrado. Gracias a Dios que estaba muerto. Lucho porque los hermanos y la madre de Mec fueron obligados a desaparecer como muchos de mis familiares que los soldados desaparecieron. Y lucho porque no tengo otra. Si me quedaba en la casa, los soldados me hubieran matado de todos modos. Al menos así no moriré en vano.” —Combatiente del EGP, c. 1980; de las memorias no publicadas de un norteamericano que vivió en Nebaj durante este período

Los guatemaltecos atribuyen a la administración del General Romeo Lucas García (1978-82) un nivel de violencia e inseguridad sin precedentes. Antes de esta época, y después, los escuadrones de la muerte han aterrorizado a los disidentes, los campesinos han sido masacrados, ha habido robo de elecciones y del tesoro nacional, pero ningún otro régimen ha alcanzado la misma reputación de criminalidad y desorden. Nadie se sentía a salvo de los asesinos del gobierno, ni siquiera las familias más acomodadas de la capital. Fue de esos regímenes que alienan a casi toda la sociedad, incluida la clase alta, y por lo tanto, fue de los más vulnerables al derrocamiento por parte de un movimiento revolucionario.{2}

Considerados como uno de los bastiones del Ejército Guerrillero de los Pobres, los municipios ixiles padecieron el régimen al grado máximo. Al principio las fuerzas de seguridad persiguieron individuos, no a la población entera. Los blancos incluían supuestos miembros de [131] la red clandestina del EGP, gente traicionada por cuadros del EGP como Fonseca en Cotzal. También incluyen víctimas denunciadas por enemigos personales, o cuyos nombres revelaban bajo tortura los cautivos antes de morir. Después de la primera concentración pública del EGP en enero de 1979, fuerzas de seguridad ocuparon Nebaj e iniciaron una serie de asesinatos al azar. A veces sus abusos descontrolados eran interrumpidos por las visitas de unidades más disciplinadas, que enfatizaban la repartición de sonrisas y amistad, al estilo de las campañas de acción cívica norteamericanas.{3}

La combinación de fuerza y persuasión, de la más profunda brutalidad con dulces para los niños, no es nueva en la lucha por ganar mentes y corazones, pero no se trata solamente de una estrategia calculada. Los asesinatos que el ejército cometió también podrían ser reacciones emocionales a las emboscadas de la guerrilla, del tipo que hay que esperar cuando los combatientes irregulares se esfuman entre la población civil. En términos más técnicos, Timothy Wickham-Crowley habla de la estrategia insurgente como una fusión de combatientes, no de combatientes y logística,{4} lo que prácticamente garantizaba que las fuerzas de seguridad intentarían despedazarla por medio del terror. En la región ixil las masacres de pueblos se iniciaron en 1980 como respuesta a la muerte de soldados en emboscadas guerrilleras. El ejército asumió que los civiles de los alrededores habían sabido cuándo ocurrirían los ataques y no les habían advertido; por su parte, los nebajeños sostienen que, puesto que la guerrilla sólo advertía a sus colaboradores cuándo debían zafarse antes de una emboscada, los individuos que el ejército mataba eran inocentes. Uno de los peores incidentes de este tipo sucedió en Xecax alrededor de febrero de 1981, cuando la guerrilla voló un camión militar y los soldados quemaron cerca de cuarenta y cinco personas en sus propias casas.

Hacia principios de 1982 el ejército masacraba aldeas sin la provocación de una emboscada, simplemente porque algún informante los acusaba de ayudar a la guerrilla. Durante este período el EGP gozó de un amplio apoyo, aunque sólo fuera como reacción a la conducta del ejército, y los soldados veían enemigos por todos lados. “Tenía una fobia guerrillera en contra de todos los Ixiles”, observa un ladino. “Todos los Ixiles de Nebaj, Cotzal y Chajul eran guerrilleros para ellos. Tenían miedo hasta de sus propias sombras.” [132]

Se dice que el ejército no tenía control más allá de sus cuarteles. Según los nebajeños, las tropas estaban tan listas a disparar que, a cualquier señal de que se acercaba la tropa, la única reacción aconsejable era salir del lugar lo más rápido posible. El resultado de las represalias indiscriminadas fue crear una apariencia de apoyo total hacia el EGP, tanto entre los ladinos como entre los Ixiles. Tan grande era el rechazo hacia el ejército, que aún en la actualidad los nebajeños sólo discuten si la simpatía por las guerrillas era predominante o total.

Numerosos ladinos buscaron refugio en otras partes. Ninguno se atrevió a postularse para las elecciones municipales de 1980 y tampoco lo hizo ningún partido de derecha, dejando el campo libre a los Ixiles de la Democracia Cristiana y del Partido Revolucionario. El ganador fue el primer ixil electo por los demócrata-cristianos, pero descubrió que uno de sus deberes era recuperar los cadáveres de los líderes de su partido. El tesorero del pueblo –uno de los últimos sobrevientes de los reformadores ladinos que habían impedido el robo de las elecciones de 1976– fue abatido a balazos por asesinos del gobierno en frente de la alcaldía. El vicealcalde salió de visita al campo y sólo volvió tres años más tarde –después de haber sido capturado por el ejército–. Otro miembro del concejo municipal paso la mayor parte de un año con la guerrilla, mientras un tercero fue asesinado por el mismo bando. Después de un intento de incendiar la alcaldía, otros dos funcionarios ixiles huyeron a la montaña y uno llegó a ser un conocido líder del EGP. Muchos de los alcaldes auxiliares dejaron de reportarse al alcalde porque los guerrilleros se habían apropiado de sus varas.

Había consignas del EGP pintadas en las paredes de Nebaj y, en las noches, intercambio de disparos. En el camino colgaba una bandera, que el ejército no se molestó en bajar, conmemorando el segundo aniversario de la Revolución Sandinista. En julio de 1981 los nebajeños explicaron a los periodistas visitantes que en los tres pueblos Ixiles habían sido asesinados entre ochocientos y mil indígenas.{5} Muchas de las muertes se debían a peleas personales, cuando enemigos personales se denunciaban mutuamente como subversivos o informantes del ejército. Se dice que una mujer cobraba a los vengativos por transmitir sus denuncias al ejército, hasta que éste se dió cuenta del juego y se la llevó también. Incluso se baleaba a los tontos del pueblo cuando se los descubría rondando después del toque de queda y alarmando a los centinelas. Hubo tantos muertos que el pueblo se quedaba sin tablas para los ataúdes. [133] En las aldeas se envolvía a los muertos en cualquier material disponible y se los enterraba en fosas comunes.

Hacia diciembre de 1981, los guerrilleros confiaban tanto en el apoyo de la población que asesinaron en medio de una procesión a Sebastián Guzmán, el líder de las cofradías. La mañana siguiente desataron la mayor ofensiva vista hasta entonces contra los soldados acuartelados alrededor de la iglesia católica. El sonido de las ametralladoras y las granadas reverberaba por las calles. Cuando el fuego amainó, aterrizaron dos helicópteros. En uno de ellos llegaba Benedicto Lucas García, jefe del Estado Mayor. Benedicto, llamado invariablemente por su primer nombre para distinguirlo de su hermano mayor, el presidente, reunió a la población para un importante mensaje. Fue más o menos el mismo discurso que impartía en otros pueblos que visitó durante este período, pero la gente de Nebaj lo recuerda demasiado bien.

Tras desearles una feliz Navidad, les advirtió que si no se abstenían de apoyar a la subversión, reduciría el pueblo a cenizas. “¿Por qué apoyan a los subversivos?”, demandó. “¿Quiénes son ellos?”. Nadie respondió. “Si este pueblo no se compone en un mes”, prosiguió, “voy a ponerme al frente de cinco mil hombres, comenzando en Chimaltenango, y voy a acabar con la población entera si es necesario”. Los nebajeños son gente educada: celebrarían casi cualquier discurso, pero éste no lo aplaudieron. Cuando el helicóptero de Benedicto levantó vuelo, la guerrilla abrió fuego sobre él desde poca distancia.{6} Como había prometido, Benedicto envió miles de soldados que quemaron todas las aldeas circundantes. Pero Benedicto pensó un plan mejor que reducir Nebaj a cenizas: iniciar la patrulla civil.

La Patrulla Civil de Cotzal

“Para sorpresa del ejército, hubo pocas confrontaciones militares directas, porque las unidades guerrilleras [al sur del Quiché y en la región ixil] eran, en realidad, bases del CUC y de simpatizantes indígenas que habían tomado las armas recientemente. La población civil, en su mayoría indígena, se convirtió en el blanco principal. Luisa Frank y Philip Wheaton, Guatemala Indígena:” —El Camino a la Liberación, 1984 [134]

Generalmente se asocia a las patrullas civiles con el nombre de Efraín Ríos Montt, que en 1982 difundió este sistema por todo el altiplano. Sin embargo, las patrullas surgieron durante los últimos meses de la administración de Lucas García, bajo la dirección de su hermano Benedicto.{7} La organización de civiles para hacerlos luchar contra los insurgentes no es una idea nueva, pero la magnitud en que se puso en práctica en Guatemala es inusual. Eventualmente, el ejército afirmó contar con más de un millón de efectivos en las patrullas, lo que implicaría que participaban en ellas prácticamente todos los hombres entre la pubertad y la edad madura en el altiplano.{8} La coerción empleada era asimismo inusualmente descarada. Los investigadores se acostumbraron a las enormes discrepancias entre las declaraciones del ejército y lo que los patrulleros civiles tenían que decir al respecto. Si bien los militares declaraban que las patrullas eran voluntarias, los patrulleros afirmaban que se los forzaba a participar bajo amenaza de muerte.

Algunas de las primeras “patrullas de autodefensa civil” se organizaron en la región ixil entre diciembre de 1981 y enero de 1982. Los estrategas del ejército venían recomendando su organización desde muchos meses antes, en términos que sugieren que era un tema de discusión frecuente. Una de las razones para la demora fue el temor de que, tan pronto se entregaran rifles a los patrulleros, éstos se unieran a la guerrilla.{9} Quizás fue por esto que una de las primeras patrullas se formó en la finca La Perla, donde los jornaleros permanentes, hartos de las tribulaciones sufridas a partir del asesinato de su patrón por parte del EGP, parecían haber formado un islote de lealtad, o al menos de control. Otra de las primeras patrullas se formó en Nebaj, donde el ejército podía contar con la participación de una significativa población ladina. Sin embargo, había una forma obvia de evitar que los patrulleros dieran sus armas a la guerrilla: no entregarles armas hasta que hubiera corrido suficiente sangre –de guerrilleros asesinados por patrulleros y viceversa– para garantizar su apoyo al ejército.

En Cotzal, el ejército se había ganado la hostilidad de la población civil con mayor amplitud que en el mismo Nebaj. Las desapariciones, asesinatos y represalias se habían iniciado antes y los soldados sufrían emboscadas en pleno centro del pueblo con toda regularidad. Lo que sucedió a continuación del ataque del EGP del 28 de julio de 1980 permanece fijo con especial claridad en la memoria de los cotzaleños. Los soldados ocuparon los cantones de donde provino el ataque de la guerrilla, [135] arrastraron a todos los hombres que pudieron encontrar al destacamento, y los asesinaron en el campo trasero. Sesenta y cuatro hombres murieron. Un segundo grupo de cerca de sesenta hombres estuvo a punto de sufrir el mismo destino. “Todos ustedes son guerrilleros”, aulló un coronel, golpeando a los que se atrevían a hablar y estrellando a un joven contra una pared para matarlo luego de un balazo. Después de escuchar una discusión sobre cómo se los asesinaría, este grupo fue perdonado por otro oficial que llegó y dijo, “Los vamos a perdonar ahora, pero si pasa otra vez todos ustedes están muertos”. Tomándole la palabra, muchos cotzaleños abandonaron sus casas, algunos huyeron hacia la costa y otros hacia aldeas de la montaña. El pueblo quedó semidesierto.

Cuando el EGP atacó de nuevo el destacamento en Cotzal, en el décimo aniversario de su llegada al Ixcán, el ejército respondió de manera diferente, pese a que en el asalto del 19 de enero de 1982 murieron varios oficiales. Llegó un nuevo comandante, se identificó como el Capitán Alfredo, y reunió en la alcaldía a los líderes religiosos que quedaban. Uno de ellos recuerda sus palabras de la manera siguiente:

“Ahora les quiero hacer una pregunta. ¿Cómo se dejan ustedes engañar? Ustedes no son patojos. Ustedes son señores. Ustedes son líderes. ¿Y cómo se metieron ustedes en la guerrilla? ¿Cómo tomaron ustedes ese mal consejo, que… hoy no tenemos pisto, pero mañana y pasado ya somos ricos. Vamos a tener una riqueza: lo que tienen los finqueros?”

Ninguno de los líderes religiosos se atrevió a contestar.

“¡Pucha, no sean ignorantes, no sean babosos!”, gritó el Capitán Alfredo. “Ahora sí me van a contestar o no me van a contestar, yo me vine para preguntarles a ustedes y para saber qué piensan ustedes por su pueblo. Y qué piensan ustedes por su familia. Porque se van a morir, se va a acabar, sólo por ustedes, por la ignorancia de ustedes.”

“¿Porque mire, estos tres oficiales que se murieron hace cuatro días, y tantos soldados que se murieron, verdad? ¿Qué debe con ustedes? Muchá, ponga su mano en el pecho, ¿qué dice la Biblia? La Biblia dice que hay que amar al prójimo como a uno mismo. Entonces ustedes, siendo líderes en la iglesia, ¿cómo pensaron ustedes en matar a sus prójimos? ¡Pucha, contéstame! Yo soy un hombre, soy gente como ustedes, yo no tengo cacho, ni tengo cola. Ya no tengo pelo para que ustedes me tengan miedo. Lo que quiero es saber qué piensan ustedes.” [136]

Poco a poco los pastores evangélicos se animaron a hablar y el Capitán Alfredo empezó a calmarse. “Entonces, vamos a platicar como hombres”, dijo…

“¿La muerte quieren ustedes, o quedar con vida?”

Toda la gente dijo, “Mire mi capitán, por favor, ¿por qué no nos deja vivir? Porque nosotros no queremos morir”.

“Bueno”, se rió el Capitán Alfredo, “si ustedes no quieren morir, corrijan a su gente. Corrijan a sus miembros. ¿Cuántos evangélicos hay aquí que corrigen a su gente? ¿Cuántos católicos aquí que corrigen a su gente? ¿Cuantos costumbristas que corrigen a su gente? Lo que van hacer ustedes es clamar a Dios. ¡Recen! Pidan a Dios la misericordia y la paz”. Pero el Capitán Alfredo advirtió que él no prometía nada. “No voy a decirles de que están bien ustedes, no. Solamente si ustedes tienen fe en Dios. Eso es todo.” Pero después de llamar otra vez dijo: “Esta bien, nos quedamos. Pero dos cosas. Tal vez la muerte, o la vida…”

Unos días después se efectuó una ceremonia de lealtad en la plaza. “¿Están de acuerdo ustedes, para jurar la bandera, de sacar a los guerrilleros aquí en Cotzal?”, demandó el Capitán Alfredo, “¿Le prometen ustedes seguir a Guatemala?”

“¡Cómo no!”, respondió la gente, “¡Cómo no!”.

“¿Están seguros?”

“¡Sí!”, dijo la gente, “¡Sí!”.

“Bueno. Entonces, qué bueno, cierto, porque aquí empezó la guerrilla. Y aquí se va a empezar la paz también… Pero es fácil jurar lealtad a la bandera… Cualquiera lo puede hacer. Hasta el mero rey de los guerrilleros puede jurar porque la lengua todo lo puede hacer. Según los hechos de ustedes, si de veras que se van a arrepentir… entonces voy a ver.”

“Todos los que no se presentaron hoy, y los que de veras son guerrilleros, tráiganmelos para acá. Amarrados. Pero, por favor, no me traigan gente inocente. No me traigan gente honrada Y no me traigan gente de que ustedes tienen problemas por terreno, por vaca, por mujer, por pisto, por riqueza, nada… Pero si es guerrillero de veras, han visto ustedes con su arma, han visto ustedes entre los guerrilleros, pues, si no se presentó hoy, traíganmelo acá. Es el trabajo que van a hacer ustedes. Entonces, si ustedes me los traen, será seña de que Cotzal está apoyando a Guatemala y también apoya a su ejército.”

“¿Nos prometen ustedes traerme los guerrilleros?”

“¡Sí”, dijo la gente. [137]

“¿Y ustedes quieren jurar a Guatemala?”

“¡Sí!”, dijo la gente. “¡Juramos la bandera! ¡Afuera guerrillero! ¡Guerrilleros sinvergüenza! ¡No queremos nada aquí! ¡Queremos hacer paz, queremos nuestra Guatemala!”{10}

Así fue el inicio de la patrulla civil en Cotzal. El Capitán Alfredo había convocado tanto a católicos como a evangélicos, pero lo que les exigía tenía un tono evangelístico: una confesión de responsabilidad personal por la subversión (“ponga su mano en el pecho”), seguida por la adhesión al ejército (“corrige a su gente”). Los asesinatos de los líderes de derecha del pueblo por parte de la guerrilla y las atrocidades cometidas por el propio ejército habían destruido la capacidad de este último de comunicarse con la población. Esto obligó al Capitán Alfredo a recurrir, no a una estructura política despedazada, sino a una forma de organización social más básica: la congregación. Se ha puesto de moda halagar a las congregaciones para promover la cohesión a nivel local, pero en Cotzal lo que había era líderes a quienes se podía intimidar para obtener su colaboración.

Este denominador social en los pueblos Ixiles no se revistió necesariamente de un tinte protestante, como veremos en el caso de Chajul. Pero en Cotzal estaba representado principalmente por la Iglesia de Dios del Evangelio Completo, la denominación evangélica predominante en el municipio. El pastor era medio hermano de Gaspar Pérez Pérez, el hombre fuerte del MLN/PID que invitó al ejército a Cotzal y fue asesinado por el EGP. Pero los hermanos se habían distanciado por asuntos de herencias y el pastor no era un activista político. Antes de dejar el pueblo, designó al diácono de la iglesia en su reemplazo. Nicolás Toma había sido candidato a alcalde por el PID en 1980, pero la Democracia Cristiana había ganado las elecciones. Después del ataque del EGP al destacamento en enero de 1982, Toma y unos cuantos miembros de su iglesia, desesperados, ayudaron al ejército a rastrear a los insurgentes en retirada, con lo cual aplacaron al Capitán Alfredo y convencieron a otros miembros de la congregación de que podían sobrevivir apoyando al ejército.

Desde lejos observaban con aprobación misioneros evangélicos del Instituto Lingüístico de Verano y la Iglesia del Verbo, de Ríos Montt. Consideraban a Nicolás Toma líder espiritual de las patrullas civiles. De su congregación provino el primer comandante de la patrulla, un ex sargento del ejército que también llegó a ser representante del [138] pueblo ante la administración de Ríos Montt en la capital. Cuando el ejército necesitó un nuevo alcalde para Cotzal, recurrió al Pastor Nicolás, que recomendó a otro miembro de su congregación, un aliado de Gaspar Pérez Pérez que había sobrevivido a varios intentos de asesinato. Pronto el Pastor Nicolás se convirtió en el director de la ayuda que la Iglesia del Verbo mandó a Cotzal, en vicealcalde en el concejo municipal, y, aún, en comandante de la patrulla civil. Desempeñaba todos estos puestos cuando fue emboscado y muerto el 12 de marzo de 1983, cuando se dirigía a una congregación vecina.

La Patrulla Civil de Chajul

“Reunía toda la gente, les decían que iba a haber una clase. Cuando la gente estaba así reunidos, les hacían una fila, lo despojaron las ropas y los llevaron a un puente. Les colgaban del puente y le mataban por machete. Y de allá les tiraron en el río. Juntaron un montón de hombres, mujeres y niños en el salón comunal, sacaron a los hombres y les dispararon con toda la aldea mirando. Dejaron ir a las mujeres y los niños, sólo para encontrar que los soldados estaban pegando fuego a sus casas mientras enterraban a los muertos. De todos los que mataron, sólo eran culpables tres o cuatro.” —Las masacres en Chel e Ilom, aldeas de Chajul, en los primeros días de abril de 1982, según versiones de siete años más tarde

En Chajul el ejército recurrió también al liderazgo religioso para la organización de las patrullas civiles, pero aquí no acudió a los evangélicos porque la única congregación existente tenía pocos años de formación y aún era pequeña. En su lugar, los colaboradores fueron líderes de Acción Católica que, temiendo por sus vidas y poseídos por el Espíritu Santo, se unieron a un movimiento llamado La Renovación. Se trataba de una renovación del tipo carismático, nueva ala de la iglesia Católica. Al igual que Acción Católica, los carismáticos rechazan la adoración de imágenes que priva en las cofradías, pero persiguen los mismos dones espirituales que los pentecostales –el de lenguas, el de curación por la fe y el de la profecía– de donde proviene su caracterización como cripto-protestantes. Tras recibir reprimendas de los curas católicos opuestos al movimiento, muchos se han unido a iglesias evangélicas. [139]

Efraín Ríos Montt se cuenta entre los católicos de clase alta de la capital que se convirtieron en carismáticos a finales de los setenta; entre los grupos evangélicos a los que se unieron está la Iglesia del Verbo, a la cual se convirtió finalmente el general. En el medio rural, sin embargo, la renovación carismática fue un movimiento campesino estimulado por el miedo y la dislocación causados por la violencia. En el norte de El Quiché fue alentado por la acción del párroco norteamericano Maryknoll de Barillas, Huehuetenango, y emergió al principio en algunos de las cooperativas de Ixcán que el EGP estaba visitando. En junio de 1980 el ejército asesinó al párroco de Chajul, y los líderes de Acción Católica huyeron a las colonias del Ixcán, donde hallaron refugio entre otros catequistas católicos, ya convertidos al movimiento carismático. Cuando aparecieron otra vez en la cabecera de Chajul, su mensaje era trascender los enfrentamientos políticos.

“En lugar de enfurecerse [por los asesinatos del ejército]”, explica un líder carismático, “la gente vio que Dios los estaba castigando. En lugar de enojarse por tanto sufrimiento, pidieron perdón a Dios”. El movimiento prendió en el pueblo. Los carismáticos aseguran que su posición ante el ejército y la guerrilla era neutral, así que ambos bandos los dejaron en paz. De acuerdo a un misionero evangélico, los carismáticos dirigían las patrullas civiles, pero también se oponían al ejército.{11} De acuerdo a otras fuentes, los carismáticos utilizaron la renovación espiritual para definirse en contra de la guerrilla. El ejército lo vio así, por cierto: mientras sembraba con cadáveres las calles de Chajul, permitió a los carismáticos ir de puerta en puerta con su mensaje de arrepentimiento. Por atreverse a entablar relaciones con el destacamento, ciertos líderes carismáticos ganaron rápidamente influencia como mediadores y fuente de salvación, en el sentido más inmediato y físico del término. Cuando el comandante local del ejército reunió a la población para organizar la patrulla civil, el elegido para dirigirla fue el más destacado de los líderes carismáticos, un ex-catequista llamado Domingo Rivera Asicona. Tanto impresionó al ejército que pronto lo nombró alcalde.

Sobre lo que pasó después, algunos chajules dicen: “Se enredó el diablo… Perdió la mente”. Otros dicen que sucumbió a la misma tentación en que cayeron algunos otros jefes de patrulla: extorsionar dinero y eliminar enemigos personales. Entre las muchas acusaciones contra el profeta carismático de Chajul –incluyendo abusos relativamente comunes, [140] como cobrar multas ilegales y encarcelar gente sin causa– la más seria es que fue el responsable de que los soldados colgaran del balcón del edificio municipal a una serie de prisioneros en 1982. Cuando los chajules salieron en la mañana, allá estaban las víctimas colgadas del cuello.{12} Habiéndose dedicado al trago, violando los principios de su religión, Domingo Rivera fue objeto de tantas quejas que, en diciembre de 1982, el gobierno de Ríos Montt lo reemplazó con un pastor evangélico.

“Todo se paga en esta vida”, moraliza un chajul recordando el fin de Domingo Rivera. Todavía jefe de patrulla, aún después de su remoción como alcalde, se dice que se quedó atrás para tomar cuando la patrulla salió en rastreo con el ejército y cayó en una emboscada devastadora. Se lo acusó de haber alertado a la guerrilla y fue llevado a la zona militar en Santa Cruz del Quiché. Existe una versión más favorable que afirma que, tras su sustitución como alcalde, volvió a su religión y dirigió la defensa de las tierras municipales en Juil, en contra de un plan del ejército para redistribuirlas. Supuestamente esta fue la razón de que fuera agarrado por el ejército, y nunca volviera, como tantos otros.

La Patrulla Civil de Nebaj

“Vamos, Lasho, ayudá al comandante, colaborá con él. Decile lo que sabés. Yo le conté que antes colaboraba con los guerrilleros porque me amenazaron y no me hizo nada. Vamos, nos van a dar armas para que salgamos en la noche y matemos a esos comunistas pisados. Vamos a usar máscaras y así nadie va a saber quiénes somos, los soldados nos van a proteger. Mirá, Lasho, ¿no querés seguir viviendo aquí, no te caemos bien?
Lasho, yo estuve en la reunión comunal. El Presidente nos prometió construir una carretera nueva al pueblo. Cuando acabemos con esos rebeldes malnacidos nos vamos a hacer ricos, nuestra tierra va a valer mucho dinero. Pensalo, no sos estúpido, sos listo. Ayudanos a acabarlos, va a ser divertido, como una película de guerra.” —Ladino de Nebaj, a principios de 1982; de las memorias no publicadas de un norteamericano que vivió en Nebaj durante este período.

Por los casos de Chajul y Cotzal cabe suponer que el ejército guatemalteco reconocía el valor contrainsurgente de la religión carismática. Sin embargo, en Nebaj el ejército organizó la patrulla civil con un [141] segmento de la población, los ladinos locales, que casi habían desaparecido de los otros dos pueblos. Inmediatamente después de la visita de Benedicto Lucas, el 14 de diciembre de 1981,{13} un militar reunió a ciertos hombres, les informó que los habían elegido por ser “honrados”, y los hizo responsables de la seguridad del pueblo. “Esto es voluntario, la puerta siempre está abierta para quien quiera salir”, arengó el oficial a uno de los convocados que quiso excusarse. “Pero le digo una cosa. Aquí no hay rosado. Hay sólo blanco y rojo. O está con nosotros o está con ellos. Pero si está con ellos, se muere.”

Pronto el ejército obligó a los primeros patrulleros, la mayoría de los cuales eran ladinos, a secuestrar a sospechosos de participar en la guerrilla, todos, al parecer, ixiles. Si un sospechoso no estaba en su casa, uno de los miembros de su familia servía como chivo expiatorio. Para demostrar a uno de los escuadrones lo que su trabajo implicaba, un soldado acuchilló a la primera víctima –un muchacho de catorce años cuyo padre no se encontraba en la casa.“Ustedes saben quiénes son los subversivos”, dijo uno de los oficiales a los patrulleros, “así que ustedes son los que van a ir a traerlos. Queremos dos o tres por noche. Ahora todos vamos a mancharnos las manos”. Para que los patrulleros superaran sus vacilaciones en matar a las primeras víctimas, un oficial les ordenó elegir a los verdugos por sorteo. Después, comenzaron a amarrar las víctimas a un árbol y todos los miembros de la patrulla los mataban a machetazos por turno. Al poco tiempo, algunos patrulleros comenzaron a ofrecerse voluntariamente para matar.

La patrulla civil original de Nebaj constaba de varios escuadrones, cada uno con veinticinco miembros. Cada noche operaba uno de ellos, en turnos rotativos de cuatro o cinco días. Entraron en acción pocos días después de que el ejército acorraló en el centro comunal católico a los supuestos subversivos (como se describe al principio del tercer capítulo), demostrando especial interés en aquellos sospechosos que habían evadido esta ocasión. Sólo cuando en esta forma se había “limpiado” el pueblo y mientras los supervivientes huían aterrorizados hacia la montaña, el ejército se sintió en condiciones de ampliar la patrulla civil. Fue entonces cuando se realizó la primera de las muchas reuniones en el parque del pueblo: el ejército convocaba a todos los hombres, les preguntaba si estaban dispuestos a colaborar, y les enseñaba a vociferar su acuerdo al unísono, como tropas uniformadas. Sólo en este momento la patrulla civil se convirtió en una institución predominantemente ixil, [142] comenzó a operar a la luz del día e incorporó a la totalidad de la población masculina.

Una de las señales de que la guerrilla era vulnerable a esta nueva estrategia fue el descubrimiento de buzones de almacenamiento en las afueras del pueblo. Los había por cientos, afirman los nebajeños, llenos de jícaras de barro con arroz, piedras de moler, jabón, estufas de gas, café y máquinas para molerlo, documentos personales de militantes –todo lo necesario para la vida en la montaña–. Supuestamente, algunos de estos almacenes fueron descubiertos gracias a las confesiones obtenidas de los prisioneros torturados en el centro comunal, otros delatados por patrulleros civiles. Cuando el ejército prometió entregar el contenido de estos almacenes a los patrulleros que los encontraran, comenzó la carrera por descubrirlos antes que cualquier otro.

El General que volvió a nacer

“Estoy confiando en Dios, mi Señor y mi Rey, de que me ilumine, porque solamente Él pone y solamente Él quita autoridad, estoy confiando en mi Dios… Hace ocho años fui defraudado, hace cuatro años nos defraudaron… yo espero que Dios, nuestro señor, tienda su manto de misericordia y de gracia sobre Guatemala, espero que Dios nuestro Señor nos ilumine… No aparecerán asesinados en las orillas de las carreteras: se irá a fusilar a quien esté en contra de la ley, pero asesinatos ya no, queremos respetar los derechos del hombre… La paz de Guatemala no depende de un quehacer de armas, la paz de Guatemala depende de usted señor, de usted señora, de usted niño, de usted niña, sí, la paz de Guatemala está en su corazón, una vez que haya paz en su corazón, habrá paz en su casa y habrá paz en la sociedad.” —General Efraín Ríos Montt, jefe de la nueva junta militar, 23 de marzo de 1982

Es difícil emitir un juicio equilibrado sobre el caso de Efraín Ríos Montt. Si se consideran los miles de hombres, mujeres y niños desarmados asesinados por el ejército mientras el general sermoneaba a la nación sobre moralidad, hablamos de un monstruo. Los guatemaltecos a quienes espantaban sus despliegues de fervor religioso lo comparaban con el Ayatollah Khomeini y lo llamaban, en términos irónicos, Dios Montt. [143] Si se considera que muchos guatemaltecos, incluidos campesinos católicos pobres, pusieron en él sus esperanzas, se convierte en un héroe de proporciones míticas.

El primer presidente protestante de Guatemala procede de una familia de pequeños propietarios de Huehuetenango, no muy distintos a los ladinos que llegaron a Nebaj, donde tiene parientes. Cuando su padre perdió su tienda, su hijo mayor sobreviviente se alistó en el ejército y llegó rápidamente a oficial. Al relacionarse por matrimonio con una importante familia de militares, los Sosa Avila, ganó valiosos contactos, incluyendo su nombramiento como director de la Escuela Politécnica, la academia militar guatemalteca. Llegó a la cúspide de su carrera militar en 1973, como jefe de estado mayor. Dado que obtuvo esta posición durante la administración del presidente militar Carlos Arana Osorio, “el carnicero de Zacapa”, que centralizó bajo el control del ejército a los escuadrones de la muerte, sus críticos asumen que Ríos Montt comparte la responsabilidad por los miles de secuestros políticos ocurridos durante este período. Pero su carrera como jefe de estado mayor fue breve. De acuerdo a una biografía publicada por la Iglesia del Verbo, su rectitud ofendió a los correligionarios de Arana y se lo despachó a la Escuela Interamericana de Defensa en Washington, D.C.

Es en este momento, resentido por el exilio, cuando Ríos Montt asume el papel de reformador militar y acepta una invitación a postularse para presidente, como candidato de la Democracia Cristiana, para la elección de 1974. Por supuesto, es posible que el rompimiento con Arana Osorio fuera una patraña para minar al partido opositor de mayor importancia. Pero aún si este fuera el caso, su campaña fue tan convincente que interfirió los resultados esperados. Los primeros recuentos de la votación demostraban que iba ganando con un amplio margen, lo que obligó al alto mando del ejército a cometer un flagrante fraude electoral para dar la presidencia a su candidato, el General Kjell Laugerud. En lugar de alcanzar la presidencia, Ríos Montt partió al exilio una vez más, esta vez como embajador en España. Fue entonces, cuando amargado y desilusionado, de acuerdo a la biografía elaborada por sus correligionarios, que Ríos Montt se convirtió a la religión evangélica. En realidad toda su vida refleja el hambre “protestante” de disciplina y superación que ha sido siempre una de las corrientes del catolicismo latinoamericano. Ríos Montt se encontraba entre los católicos devotos pero espiritualmente insatisfechos, que a finales de los setentas, [144] experimentaron con la renovación carismática. Pronto se unió a la nueva Iglesia del Verbo, organizada para miembros de la élite por hippies californianos convertidos en misioneros evangélicos.{14}

Durante los primeros meses de 1982, nadie alcanzó a prever el impacto que este general retirado estaba a punto de lograr. Su súbita resurrección como figura política siguió el guión del “golpe reformista”, una forma de teatro político conocido dondequiera que haya una dictadura que se hunde. Tras años de alabar al régimen por su avance hacia la democracia, los diplomáticos estadounidenses comenzaron a emitir pronósticos pesimistas. De repente, jóvenes militares idealistas derrocan al gobierno. Entre discursos acerca de eliminar de raíz la corrupción e instaurar la democracia, lanzan a las fuerzas de seguridad al gran enfrentamiento con la izquierda.

En Guatemala, el alto mando acababa de robarse otra elección presidencial cuando fue depuesto, el 23 de marzo de 1982, por un grupo de oficiales jóvenes. Para encabezar a la nueva junta, éstos eligieron a su antiguo director en la academia militar. Su conocimiento de la reciente conversión religiosa del general era vaga, pero se hizo clarísima cuando, la misma noche del golpe, Ríos Montt informó a la nación que Dios lo había puesto en el poder. Sus gestos maniáticos y sus curiosos discursos eran fáciles de ridiculizar, pero su insistencia en la restauración del imperio de la ley y el orden tranquilizaron a los guatemaltecos aterrorizados por las fuerzas de seguridad. Prometió terminar con los abusos para que los ciudadanos respetuosos de la ley no tuvieran nada qué temer. Se trata de la retórica común a todos los golpes reformistas, pero Ríos Montt añadió a su discurso esperanzas evangélicas que le valieron un carisma adicional. En un clima de caótica violencia ante el cual la población se sentía indefensa, Ríos Montt afirmó que las cosas podían ser diferentes. Afirmó que el mismo pueblo podría traer la paz a Guatemala si cambiaba en su corazón.

El general confirmó su fama de defensor de la ley y el orden poniendo un alto a los judiciales y a la policía nacional que aterrorizaban a las clases media y alta. Declaró la amnistía general, tanto para la izquierda como para la derecha, y obligó a todos los empleados públicos a jurar que no mentirían, robarían ni cometerían más abusos. En vista de que los otros dos oficiales de la junta militar obstaculizaban sus iniciativas, los purgó del gobierno el 9 de junio y se autoproclamó presidente. Anuló a los partidos políticos que habían apoyado el golpe de estado, [145] prometiéndoles elecciones sólo tras treinta meses de mandato autoritario, que pronto incluyó la restricción de las libertades civiles, censura a la prensa y tribunales de fuero especial. Sus intentos de reforma autoritaria del ejército no agradaron a los políticos civiles, pero estos últimos tenían tal reputación de corrupción que su imagen de dictador militar recto –una antigua tradición en Guatemala– parece haberle ganado más partidarios que antagonistas. Su administración trató de implementar cambios muy necesarios en hacienda y el cambio internacional de divisa. Incluso se atrevió a abordar el tema prohibido de la reforma agraria, ganándose la ira de las clases altas.{15}

En los mismos meses en que anunció sus reformas, las organizaciones guerrilleras –incluidas el EGP, la Organización del Pueblo en Armas (ORPA), las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) y el Partido Guatemalteco de los Trabajadores (PGT)– se ocuparon en combinar sus fuerzas en una nueva organización, la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Predeciblemente, la URNG rechazó la amnistía, dado que las comandancias departamentales del ejército no habían sufrido cambios, y tampoco sus estrategias. Los militares se habían embarcado en una política de tierra arrasada durante los últimos meses del régimen anterior y, durante los primeros cuatro meses del mandato de Ríos Montt, la violencia prosiguió su escalada. Las aldeas que colaboraban con la guerrilla eran destruidas sistemáticamente. Los supervivientes huían para cruzar la frontera con México o, mientras Ríos Montt imponía su política, se los concentraba en campamentos. Para dar una idea de la devastación en curso, la Iglesia Católica ha estimado que entre 1981 y 1982 fue desplazado un millón y medio de personas, una quinta parte de la población del país.{16} La violencia rural declinó a partir de julio de 1982, pero probablemente esto se debió en mayor medida a la retirada y reagrupación de la URNG que a cualquier orden de Ríos Montt, quien durante los últimos meses fue incapaz de evitar que las fuerzas de seguridad reanudaran los secuestros urbanos.

Cuando las organizaciones de derechos humanos consideran los diecisiete meses que Ríos Montt ocupó el palacio presidencial, hasta agosto de 1983, lo que ven son las continuidades con el régimen anterior y su ofensiva contrainsurgente.{17} Pero para los supervivientes, incluida la mayoría de la población que vivía bajo control militar en los tres pueblos Ixiles, lo que cuenta es una diferencia crucial: Ríos Montt reemplazó la violencia caótica con una serie más predecible de [146] garantías y castigos, es decir, con lo que dado el nivel normal de represión en el país podía pasar por el imperio de la ley y el orden. Según la amnistía, propagada por la radio, aquellos colaboradores de la URNG, que ya no podían soportar más la presión del ejército, podían aceptarla bajo dos condiciones: 1) que se presentaran voluntariamente al ejército, y 2) que colaboraran con él en adelante. La amnistía, y el hecho de que aminorara la represión caótica, son las razones por las cuales muchos nebajeños le atribuyen haber terminado con los baños de sangre en su pueblo. “Bajo Lucas sólo mataban a la gente”, me dijo un líder de aldea. “Bajo Ríos Montt se los llevaban a Nebaj”. Otro ixil observa: “Él trajo la paz a Guatemala, no? Ríos Montt era parejo con todos, ricos y pobres”. Un tercero rememora: “Antes el ejército mataba gente como si fueran pollos, en fila. De repente todo era ‘buenos días’, ‘buenas tardes’. Antes sólo disparaban.”

Como suele suceder, la memoria popular no refleja fielmente las crónicas de las violaciones de derechos humanos. Resulta que el advenimiento al poder de Ríos Montt no alivió inicialmente la violencia armada en la región ixil, pese a su inmediata visita a la misma en abril de 1982. Por el contrario, elementos del ejército destacados en La Perla, acompañados por la patrulla civil de esta finca, cometieron una serie de masacres sin precedente en Ilom, Estrella Polar, Covadonga, Chel, Juá y Amajchel en los primeros días de abril.{18} Estos asesinatos, que ascendieron a un total de varios cientos, no fueron fruto de reacciones impetuosas a ataques a soldados: fueron propiciados por simples acusaciones de colaboración con la guerrilla. Más adelante, en abril, el ejército ejecutó en Acul a cuarenta y seis hombres, muchos de ellos señalados por un prisionero encapuchado.{19} Otra masacre ocurrió cerca de Nebaj el primero de mayo, cuando los soldados degollaron a veintinueve hombres, mujeres y niños en Tu Chobuc, cerca de Tzalbal, tras descubrir en los alrededores un buzón de la guerrilla.{20}

Cuando llegaron los misioneros del Instituto Lingüístico de Verano, a principios de julio, encontraron a sus conversos aterrorizados por el comandante militar más amenazador de todos los que habían llegado, un teniente coronel dado a accesos de furia cada vez que alguien se atrevía a hablarle.{21} Su traslado se obtuvo solamente después de peticiones por varios pobladores valientes, y tras un reporte que los misioneros del Instituto Lingüístico enviaron a Ríos Montt. Sólo entonces, el ejército cambió su método de ejercer la autoridad en Nebaj. [147] El nuevo comandante no era uno de los oficiales jóvenes que habían derrocado el régimen de Lucas García, pero el Mayor Tito Arias{22} era el epítome de la imagen reformista. Los nebajeños afirman que “la situación se calmó” bajo el mando de este oficial sensible. Por supuesto, su sentido humanitario era relativo a la situación: para escarmentar a aquellos que evadían patrullar, instauró la práctica de tirarlos a la pila del pueblo. Pero a diferencia de comandantes previos, Tito asumió que se estaba ganando a la gente. Los secuestros cesaron. Y, como veremos más adelante, la recompensa a sus métodos fue la repentina llegada de dos mil refugiados de un aparente reducto guerrillero: las cercanías de la aldea de Salquil Grande.

Este fue el cambio estratégico crucial (si bien no necesariamente típico) que hizo de Nebaj un conveniente ejemplo de los resultados del programa de “fusiles y frijoles” de Ríos Montt. Este slogan se lanzó después de que los asesores del presidente comprendieron que se avecinaba una crisis de refugiados que los obligaría a refutar los informes adversos de las organizaciones de derechos humanos. Por recomendación de los misioneros del Instituto Lingüístico de Verano, el ejército trató de guarecer y alimentar a los refugiados provocados por las ofensivas del ejército (los frijoles) al mismo tiempo que los organizaba para luchar contra la guerrilla (los fusiles). En julio los ancianos de la iglesia de Ríos Montt anunciaron la formación del International Love Lift (más o menos, “Puente Internacional de Amor”) para supervisar lo que el presidente afirmó sería una contribución de mil millones de dólares de iglesias evangélicas norteamericanas. La ayuda canalizada por Love Lift por medio de su Fundación de Ayuda a los Pueblos Indígenas (FUNDAPI) nunca sumó más que unos cuantos cientos de miles de dólares, pero la mayor parte de las donaciones se asignaron a la región ixil, donde los misioneros del ILV supervisaron su distribución.

Sucedió que un activista de derechos humanos se encontraba en el pueblo a principios de 1983, cuando el Mayor Tito dió su discurso de despedida. El Mayor dijo que sabía que muchas de las personas que lo escuchaban aún lloraban la muerte de sus familiares, pero que el ejército también había perdido miembros, y por cada soldado muerto había también una familia enlutada. El visitante se sorprendió al ver que parte de la multitud lloraba.Muchos nebajeños consideraban que, de no ser por Tito, también estarían muertos, y no sabían con certeza si su sucesor volvería a los secuestros y masacres. Por suerte los comandantes subsecuentes siguieron su precedente. [148] Sin embargo el ejército estaba simplemente racionalizando el uso de la fuerza, haciéndola más predecible y por lo tanto más eficaz. En las áreas circundantes las ofensivas seguían obligando a los pobladores de las zonas controladas por el EGP a concentrarse en asentamientos, a los que pronto se comenzó a llamar aldeas modelo.

Las cosas no habían cambiado tanto como los apologistas del ejército hubieran deseado hacer creer, ya que los constantes ofrecimientos de amnistía se veían acompañados por el castigo rutinario de aquellos que se negaban a aceptarlos. Aunque disminuyó la magnitud y la frecuencia de las masacres a cargo del ejército, no cesaron por completo. De acuerdo a un habitante de Parramos Grande, los soldados cortaron las milpas y quemaron casas en junio, julio y agosto de 1982, y otra vez en mayo de 1983, asesinando en este último ataque a un hombre y seis mujeres que no consiguieron escapar. Durante la siguiente ofensiva, en septiembre de 1984, soldados del nuevo destacamento en Salquil Grande mataron otras veinte personas de Parramos Grande, algunos a balazos mientras huían, a otros a machetazos, estrangulando a los niños con lazos. A juzgar por las experiencias vividas por los campesinos en la montaña, aún había mucho que temer del ejército guatemalteco.

De las Patrullas Civiles a la guerra civil

“Desde 1980 han cambiado dos cosas: el ejército ya no confía en los indígenas, y los indígenas se han concientizado. En este último proceso han cruzado un umbral mucho más importante: el paso hacia una conciencia política que incluye la unidad indígena y el conocimiento de que el ejército trata de destruir el modo de vida indígena. A partir de esta toma de conciencia no puede haber retorno, ni siquiera si se los obliga a cometer atrocidades contra su propia gente y aún cuando vivan bajo condiciones totalmente controladas.” —Luisa Frank y Philip Wheaton, Guatemala Indígena: El Camino a la Liberación, 1984

Al amanecer del 15 de junio de 1982, una fuerza armada rodeó la aldea de Chacalté, cayó sobre las familias que aún despertaban y asesinó a todos los que pudo. [149] El incidente tenía todas las características de una masacre del ejército. Por cierto, no hay otro caso en que la guerrilla guatemalteca haya matado a cien hombres, mujeres y niños, más 35 heridos. Aún así el comunicado del ejército culpando al EGP fue inusualmente detallado: en él se pinta a Chacalté como un modelo de cooperación con la nueva patrulla civil. La aldea había sido “la primera en organizarse en patrullas de autodefensa” que, según el comunicado, habían logrado trece bajas en la guerrilla, incluyendo la muerte de un tal “Comandante Alvaro”. Además la patrulla de Chacalté había ayudado al ejército a encontrar un campamento guerrillero y matar a siete insurgentes más –todo antes de la masacre de junio–.{23} Es significativo que los chacaltecanos y chajules culpen también a la guerrilla. La aldea se había arrepentido de colaborar con el EGP, de acuerdo a su versión, y luego matado a varios guerrilleros, antes de que el EGP decidiera hacer de ellos un ejemplo.

No era la primera masacre que los chajules atribuyen a la guerrilla. Un mes antes, el 18 de mayo, varios individuos que parecían soldados entraron a toda prisa a la aldea Batzul, anunciaron que la guerrilla estaba destruyendo un puente cercano y ordenaron a los patrulleros civiles que entraran en acción. Algunos afirman que, tan pronto se formaron, los patrulleros fueron ametrallados; otros dicen que se los condujo a una emboscada. Catorce hombres murieron, de acuerdo a Amnistía Internacional.{24} Los chajules insisten en que los responsables fueron guerrilleros disfrazados de soldados, no verdaderos soldados. Ese mismo día, o el siguiente, supuestos guerrilleros disfrazados de soldados asesinaron siete patrulleros más en la aldea de Chichel.{25}

¿Debemos creer a los chajuleños cuando culpan al EGP? No sería extraño que los soldados se hayan disfrazado de guerrilleros, para desacreditar al movimiento revolucionario. El ejército utilizó esta táctica en el oriente guatemalteco en los sesenta, y también en Sacapulas en 1980, cuando aparecieron hombres usando botas militares y manejando vehículos del tipo escuadrón de la muerte en la aldea Parraxtut. Afirmaron ser del EGP y secuestraron a quince hombres.{26} ¿No sería posible que los chajules estuvieran confundidos o temieran decir la verdad? Pero en la región ixil es usual que la gente asigne, con pocas muestras de duda, la responsabilidad por las matanzas en gran escala, y en la mayoría de los casos las atribuyen al ejército.{27} [150]

Sólo inmediatamente después de la organización de las patrullas civiles existen testimonios locales de masacres atribuidas a la guerrilla, no antes y no después de ese período. Hasta ese momento, los Ixiles describen los asesinatos de no combatientes a cargo del EGP como selectivos –un comisionado militar por aquí, un par de supuestos “orejas” ixiles por allá–. Otro dato interesante es que en tanto que el EGP rechazó toda responsabilidad por la masacre de Chacalté, se atribuyó otra ocurrida nueve días antes. El 6 de junio de 1982 la guerrilla bajó de un bus a trece líderes de la patrulla civil de Cotzal y a sus esposas, los mató uno por uno con balazos en la cabeza y ordenó al conductor pasar el vehículo sobre los cadáveres. El Informador Guerrillero del EGP describió esta acción como la ejecución de “trece líderes de bandas paramilitares.”{28}

Los testimonios locales sugieren que la creación de las patrullas civiles se convirtió, de una guerra entre ixiles y ejército, en una guerra civil entre ixiles. Como informó un militar a los primeros patrulleros de Nebaj, “ahora todos vamos a mancharnos las manos.” Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Bajo órdenes del ejército de cooperar o morir, los patrulleros comenzaron a participar en el arresto, interrogatorio y ejecución de sospechosos de simpatizar con la guerrilla. A algunos se los obligó a participar en los episodios más sangrientos de la guerra. Quizás la masacre más grande en la región ixil fue la ocurrida el 13 de febrero de 1982, cuando el ejército ordenó a los cotzaleños bajo su control castigar a la aldea de Chisis. Esta aldea, ubicada en la sierra que rodea Cotzal, se había convertido en refugio para aquellos que escapaban de las represalias del ejército. Supuestamente el día anterior la guerrilla había entrado a la aldea y quemado una bandera nacional. Cuando la patrulla civil de la aldea de Santa Avelina se negó a participar, el ejército envió desde la cabecera patrulleros que mataron a más de doscientos hombres, mujeres y niños. Tiempo después, se decía que las calaveras en el río lucían como las piedras pulidas del río de Sacapulas. Un desolado patrullero afirmó que antes de matar a alguien hacía la señal de la cruz.

Tales eventos facilitan comprender por qué la guerrilla podría haberse dedicado a la caza de patrulleros, para vengar a cientos de sus muertos. A juzgar por las historias sobre líderes ixiles del EGP degradados o ajusticiados por abusos de autoridad,{29} es posible que algunos de los asesinatos puedan atribuirse a militantes locales que violaban las órdenes recibidas de sus superiores. En cualquier caso, no era difícil [151] para la guerrilla tomar venganza, porque el ejército enviaba a las patrullas casi desarmadas, sin siquiera los rifles Mauser y M-1 que más tarde les entregó. En diciembre de 1982 el alcalde de Cotzal me dijo que, desde enero, habían muerto setenta y seis de los novecientos miembros de su patrulla.

Muchos de las muertes ocurrieron en Xeputul, en una zona ocupada por pequeños agricultores sobre la Finca San Francisco. Hacía tiempo, el municipio había reclamado estos terrenos cálidos y fértiles a la familia Brol. Sus habitantes disputaban las tierras a los agrimensores de la finca y habían apelado a la municipalidad en busca de apoyo. Finalmente, a principios de los setenta y poco tiempo antes de ser asesinado por el EGP, el hombre fuerte de Cotzal, Gaspar Pérez Pérez, logró estabilizar los mojones y conceder la tierra a sus paísanos. Sin embargo no fue este el final del conflicto: en un municipio pequeño, intensamente poblado y dominado por las fincas, Xeputul constituía la última zona de tierra libre, apta para la siembra de café y para producir dos cosechas anuales de maíz. Los reclamos de tierras nunca son más difíciles de resolver que cuando se trata de montañas vírgenes, y, por tal motivo, pronto surgieron hostilidades entre los reclamantes. A los conflictos entre facciones evangélicas puede incluso atribuirse el asesinato de un pastor metodista y dos acompañantes.{30} Después de 1979 Xeputul se convirtió además en el corredor para los ataques de la guerrilla a San Francisco. Cuando la guerrilla se hizo factor en las relaciones sociales locales, aquellos vecinos que se consideraban perjudicados en la distribución de las tierras encontraron una nueva forma de tomar venganza.

Cuando visité Xeputul en 1989, el único indicio que encontré de la antigua población era un gran templo descuidado de la Iglesia de Dios del Evangelio Completo, rodeado por los ranchos de paja de los sobrevivientes que recién habían vuelto. Al norte había una zona de refugio del EGP, escenario de emboscadas cada vez que el ejército intentaba penetrar. Coincidiendo con mi llegada, alguien había acusado al alcalde auxiliar y al comisionado militar de Xeputul de proporcionar sal a la guerrilla. Ahora tendrían que presentarse al ejército para un interrogatorio. Tan mala era la reputación de Xeputul que, a pesar de que numerosos cotzaleños poseían tierras allí, pocos habían vuelto para cultivarlas. La municipalidad estaba ansiosa por repoblar el área para proteger las tierras de los colonos rivales K’iche’ de Uspantán y Cunén, y así estaba ofreciendo tierras a los nebajeños. En cuanto a la posibilidad de [152] que sus anteriores dueños pudieran oponerse, se me aseguró que se habían ido con la guerrilla –y por lo tanto no contaban– o habían muerto.

Un líder de la patrulla civil me mostró el registro escrito a mano que el ejército le exigía llevar. En el correspondiente al 4 de marzo de 1982, se reportaba que la patrulla de Xeputul había desmantelado un campamento guerrillero consistente en dos mujeres, cuatro niños, y setenta y nueve artículos de uso común, como comida, sal, ropas femeninas, petates y mantas. Estas fueron solamente algunas de las cuarenta y dos personas que la patrulla de Xeputul capturó el año siguiente. Pero a los patrulleros les costó mucho entregar al ejército a los familiares de guerrilleros. El 10 de mayo de 1982, de acuerdo con un superviviente, veinticinco patrulleros armados con siete pistolas y rifles .22 se toparon con una columna guerrillera que les causó doce bajas, hirió a cuatro patrulleros más y capturó a otros seis que nunca volvieron a aparecer. Pocos días después el ejército arrestó a diez patrulleros más, bajo la sospecha de colaborar con la guerrilla: nunca se los volvió a ver. El mes siguiente la guerrilla hizo desaparecer cinco patrulleros civiles más. De los cuarenta y nueve miembros originales de la patrulla de Xeputul, de acuerdo a este recuento, habían desaparecido o estaban muertos treinta y tres.

¿Cuánto apoyo tenía el EGP?

“Durante los meses de mayo y junio, las fuerzas guerrilleras de nuestro Frente Ho Chi Minh llevaron a cabo una exitosa serie de operaciones militares, que se desarrollaron a pesar del gigantesco dispositivo contrainsurgente que el ejército genocida de los ricos, encabezado por el fanático Ríos Montt, lanzó contra nuestra fuerza y especialmente contra la población civil, en un intento desesperado por frenar lo que ya es imposible: el creciente proceso de guerra popular revolucionario que día a día avanza en nuestro país.” —Ejército Guerrillero de los Pobres, junio de 1982

La creciente visibilidad del EGP alimentó la idea de que la región ixil era un bastión de la guerrilla. El EGP afirmó contar con amplio apoyo y el ejército coincidió, al igual que los observadores religiosos, periodistas y diplomáticos.{31} El poder de los rumores, de las suposiciones y de las supuestas conspiraciones es tal, que pueblos enteros tenían [153] la reputación de simpatizar con la guerrilla antes de que sus habitantes tuvieran contacto con el EGP, mucho menos tomado posición al respecto. Tan pronto el ejército inició los secuestros en Cotzal en 1976, el pueblo pasó a ser considerado guerrillero. Lo mismo sucedió con Nebaj apenas el EGP comenzó a incursionar en las aldeas en 1979. Eso asumió el ejército, cuyas reacciones influyeron mucho para que los Ixiles se convirtieran en guerrilleros; de la misma manera que el EGP les trajo la guerra simplemente por aparecer en el lugar y declararse a favor del pueblo.

En medio de este torbellino de suposiciones vueltas realidad, cualquier afirmación sobre la posición de los Ixiles es aventurada. La gente reacciona de maneras muy variadas cuando se encuentra en medio del terror; es probable que sólo aquellos comprometidos ideológicamente logren definir con precisión su postura. Es cierto que muchos ixiles tenían motivos de queja contra finqueros y contratistas. Casi todos, si no todos, comprendían su desventajosa posición en la estructura social. De manera que cuando se presentó armas en mano un “ejército de los pobres” para predicar la igualdad con los ricos, encontró partidarios. La llegada de escuadrones de la muerte, orientados por políticos locales asociados con la finca San Francisco, en Cotzal, y con ciertos contratistas de Nebaj, subrayó las prédicas guerrilleras. También lo hizo la forma en que los secuestradores del gobierno victimizaban a los políticos reformistas, catequistas y cooperativistas que buscaban alternativas a la dependencia de los contratistas.

En las colonias de Ixcán en el norte, donde el EGP contaba con una trayectoria más larga de organización, los observadores detectaron una creciente simpatía por la guerrilla hacia finales de los setenta, antes del inicio de la represión masiva. Los líderes de estos nuevos asentamientos veían frustradas sus esperanzas por la explotación de los intermediarios y los obstáculos institucionales. En su mayoría estos líderes eran catequistas que, gracias a los esfuerzos educativos católicos, se estaban concientizando de la forma en que se los explotaba. Al igual que el “campesino medio” de Eric Wolf, contaban con la movilidad táctica suficiente para convertirse en disidentes; como los “campesinos racionales” de Samuel Popkin, consideraban que tenían algo que ganar con el apoyo a la guerrilla; y, como postula Joel Migdal, el EGP estaba aparentemente en capacidad de instituir con ellos intercambios de mutuo beneficio.{32} [154]

Como pueblo de larga historia en el altiplano, los Ixiles parecen haber recibido a la guerrilla con mayores precauciones que los multiétnicos habitantes del Ixcán. Podemos inferir al menos dos etapas en la participación ixil en el movimiento revolucionario. Al principio, el EGP atrajo activistas políticos frustrados, sobrevivientes de secuestros políticos, comerciantes que buscaban ganancias y jóvenes en busca de acción, categorías que no necesariamente se excluyen entre sí. En tanto que el EGP ampliaba su red clandestina, las represalias se hicieron mucho más indiscriminadas y el número de reclutados aumentó, con los dos antagonistas trabajando a la par para crear el movimiento. Una segunda etapa se inició en 1979 en Nebaj (y posiblemente antes en Cotzal), en tanto la guerrilla se convertía en una presencia militar de cuidado. Las fuerzas de seguridad respondieron con ataques todavía más indiscriminados, provocando que amplios grupos de habitantes se identificaran con la guerrilla.

Un viejo ladino populista observa que la guerrilla “tenía una buena organización”. Es decir, podía dar la impresión de contar con un apoyo más amplio del que tenía en realidad, especialmente en comunidades indígenas en las que los observadores ajenos suponían más solidaridad que la existente.{33} La práctica del EGP de sostener mítines comunitarios daba la impresión de que confiaba en la persuasión ideológica. Estas reuniones también se presentaban como evidencia de que los pobladores apoyaban entusiastamente a la guerrilla. Muchos ixiles admiten que lo que la guerrilla les ofrecía los atraía –un mundo en el que tendrían luz eléctrica y nuevas carreteras a sus aldeas, en el que recuperarían las fincas y disfrutarían de los mismos lujos que los ladinos ricos. Pero simpatizar con un discurso no es lo mismo que unirse a una insurrección, y las técnicas de organización del EGP eran coercitivas, si bien más sutiles que las del ejército. De acuerdo a un pastor evangélico que cerca de Salquil encabezó una deserción masiva al ejército en 1982, los militantes colgaban banderas rojas durante la noche. Después de que los soldados llegaban para quitarlas, aparecían otras, advirtiendo que su remoción significaría oposición a la guerrilla. Cuando el ejército demandó saber quién estaba colgando las banderas, la gente no sabía, o tenía miedo de decirlo. “Como resultado, se queja el pastor, el ejército pensó que todos colaboraban con la guerrilla”.{34}

Cuando el EGP organizaba una aldea, la inevitable reacción del ejército obligaba a sus habitantes a tomar partido. [155] Para la guerrilla la neutralidad no era más aceptable que para el ejército, y el EGP no podía tolerar los riesgos de seguridad que suponía una seria disensión con sus planes. “Los guerrilleros dijeron que los que no hablaban, los que no se portaban bien con ellos, los que no tenían palabra, eran orejas”, me dijo un hombre de Xoloché. Por lo general el EGP no reportaba lo que sucedía después, si bien uno de sus comunicados describe la ejecución de once colaboradores del ejército y cuatro ladrones en un solo día de diciembre de 1981.{35} Durante mis entrevistas los Ixiles, a menudo mencionaron los nombres de parientes o vecinos que el EGP había ejecutado aduciendo razones de seguridad.

Timothy Wickham-Crowley atribuye a dos factores el asesinato de no combatientes por parte de movimientos guerrilleros. Uno es la vulnerabilidad de un movimiento revolucionario clandestino a las “filtraciones de información”. Esta es la razón que Mario Payeras aduce para la ejecución de dos camaradas descarriados del EGP en Los Días de la Selva. La otra razón es que un movimiento guerrillero sostiene siempre representar “al pueblo” y por lo tanto gozar de autoridad legítima. Cuando los disidentes contradicen tal afirmación, la guerrilla tiende a responder, al igual que los gobiernos que desafía, con lo que Wickham-Crowley llama equilibradamente el terror.{36} En el caso del altiplano guatemalteco, la competencia entre la coerción estatal y la guerrillera se inclinó inicialmente a favor de esta última porque, como concluye Wickham-Crowley en su estudio comparativo, es más selectiva y eficaz. La guerrilla tiende a estar más cercana al pueblo que la contrainsurgencia y logra distinguir con mayor facilidad entre simpatizantes y antagonistas. De acuerdo a los drásticos estándares del ejército guatemalteco, en contraste, cualquiera que regalaba una tortilla a un guerrillero era culpable de colaborar con la subversión. El ejército era tan indiscriminado en la asignación de las culpas, que supe de casos en los que incluso familiares de blancos de la guerrilla huían hacia ella en busca de protección, dado que el EGP era mucho más selectivo en la definición del enemigo. En la competencia planteada entre la coerción del ejército y la de la guerrilla, las torpes represalias del ejército empujaron a muchos civiles hacia la insurgencia.

Habitualmente, se concede al EGP crédito por trascender la concepción de foco de la lucha guerrillera “embarcándose en un prolongado proceso de organizar a los civiles”.{37} Es cierto que organizó civiles, pero, ¿en qué medida los enrolamientos se debieron a la situación coercitiva ya descrita? [156] ¿En qué medida la colisión de dos ejércitos creó una engañosa impresión de apoyo? Carol Smith ha señalado la falta de información sobre las relaciones entre la dirigencia de la guerrilla y su base social.{38} Las publicaciones del EGP arrojan escasa luz sobre este punto. El único indicio de que el total de la población no apoya al EGP son las referencias ocasionales a la ejecución de reaccionarios y líderes paramilitares (jefes de patrulla civil). El desastroso año de 1982 se resume como un “reforzamiento de la base social de la revolución”.{39} Las retiradas se convierten en consolidación de fuerzas, y las derrotas en avances en la concientización popular. La falta de información es tan evidente que sugiere que los militantes del EGP fueron derrotados por la profunda neutralidad que caracteriza a los campesinos ixiles de hoy.

Dejando al EGP

“Lo primero fue en 1978 cuando los guerrilleros empezaron a organizar la gente clandestinamente. Decia que los ricos, los millonarios, los españoles, nos tenían esclavizados y eso no queremos. Decían también que las fincas pagaban menos. La gente decía que estaban bien. La guerrilla prometió ayudarles económicamente cuando triunfara la guerrilla, que les regalaría pisto, casa y carro, y que acabaron con los españoles, los ricos pues… Realmente toda la gente se dejó ser organizada, pero era un engaño. Porque la guerrilla les prometió todo, y por ignorancia la gente se permitía ser organizada. Cuando las [combatientes] guerrillas ya salieron, parecían como militares. Ya empezaba atacar los ejércitos. Pero cuando no eran capaces, huían a la montaña, salen, y llega el ejército para vengarse con la gente civil, gente incapaz de huir, por ser anciano, niño, mujeres.
Un tiempo fue… en el año 1980, cuando la guerrilla tomó un destacamento militar en Cotzal. Allí cuentan que murieron todos los soldados… Por cólera, el presidente mandó helicópteros para bombardear todas las carreteras y casas. Llegó el ejército para matar gente en Cotzal, subió a Pexla y Bipulay. Allá en Bipulay encontraron gente que había salido huyendo de la carretera de Pulay por miedo. Allá en Bipulay mataron como 45 personas. Tres días más tarde ayudé a recoger los cadáveres. Sólo mujeres y niños, viviendo en pequeños ranchos… A los quince días el ejército volvió a subir a Cotzal y mató a como quince personas en la aldea Pulay, por puro machete y quemaban en la casa, ancianos y niños. Así fue…
Allá en Pulay hubo gente estudiada, civilizada que daba cuenta que la guerrilla mintió, que el ejército mataba pero por culpa de la guerrilla. [157] La guerrilla dijo que iba a proteger la gente y no cumplía, llegó el momento y huían, y la gente reclamaba. [Los guerrilleros] decían que así es la guerra. La gente de Pulay se enojó, le dio la espalda y fue al pueblo para informar al ejército. El ejército no se daba cuenta, pensaba que toda la gente era guerrillera.” —Por qué parte de la población de Pulay se entregó al ejército en 1982, según una versión de diez años más tarde.

No se puede negar la movilización ideológica ocurrida en el norte del Quiché. La guerrilla reclutó allí cientos de militantes y combatientes ixiles, muchos de los cuales todavía siguen su lucha en la montaña. Lo que cuestiono es su relación con el resto de la población, es decir, la presunción del movimiento de solidaridad de que el movimiento guerrillero representó al “pueblo”. Las corrientes de refugiados en 1981 y 1982 ilustran los límites de esta interpretación. Si bien muchos ixiles se jugaron a la causa del EGP, un número sorprendente prefirió quedarse cerca de los destacamentos militares o se reubicó allí pese a los evidentes riesgos.{40} Este patrón se hace aún más evidente a partir de la amnistía de Ríos Montt. De acuerdo a un asesor, entre 1982 y 1984 el ejército asistió en el Triángulo ixil a cuarenta y dos mil personas,{41} cifra que representaría casi la mitad de la población de acuerdo a las proyecciones del censo nacional. El resto permaneció con la guerrilla, se exilió en otros lugares de la república, o murió.

En los alrededores de la finca La Perla, ni siquiera las repetidas masacres cometidas por el ejército a principios de abril de 1982 decidieron a los sobrevivientes a unirse a la guerrilla. Los habitantes de Ilom abandonaron su aldea quemada y se dirigieron a la cercana Finca Santa Delfina; varias semanas más tarde se dejaron organizar en patrullas civiles. Recuérdese que Ilom era la aldea que, de acuerdo a Los Días de la Selva, había celebrado con marimbas el asesinato de Luis Arenas siete años antes. Los chajuleños de Ilom eran en su mayoría jornaleros estacionales en las fincas, y sus padres y abuelos poseían las tierras circundantes antes de que los finqueros las expropiaran. Si alguna vez existieron ixiles con motivos para favorecer al EGP, eran ellos. Sin embargo, en este momento crítico del conflicto hubo escasas evidencias de su apoyo a la guerrilla. Por supuesto es posible que cuando el ejército ejecutó entre ochenta y siete y noventa hombres en Ilom, eliminara con mortal exactitud la red que la guerrilla había establecido. [158] Aún si este fue el caso, sin embargo, una masacre semejante no dice mucho en favor del nivel de organización o preparación del EGP. Al otro lado del Río Xalbal en Covandonga, colonos q’anjob’ales arrestaron tres elementos de la guerrilla cuando los advertían sobre la necesidad de huir a la montaña. En lugar de seguir el consejo, los colonos los entregaron al ejército. Esto ocurrió poco antes de que el ejército y la patrulla civil de La Perla llegaran, reunieran a los hombres de Covadonga y mataran a todos los que no lograron escapar.

Considérese ahora el área al oriente de Nebaj –alrededor de Río Azul, Xoncá y Pulay–. Se trataba de aldeas donde los ladinos se habían apropiado de las tierras, los escuadrones de la muerte estaban activos y el EGP había ejecutado al comisionado militar Santiago López y a su aliado Catalino Urizar. Estas eran también las aldeas de las que habían partido cientos de mujeres para enfrentarse al ejército el 3 de marzo de 1980. El año siguiente, el ejército cometió al menos dos grandes masacres en el área: en Bipulay (cuarenta y cinco o más muertos) y Cocop (sesenta y ocho), así como otras en cantidad suficiente que sólo investigaciones adicionales permitirán distinguir.{42} A inicios de 1982, el ejército dió a elegir a la gente que quedaba entre morir o aceptar la evacuación hacia el pueblo y muchos lo hicieron, desdeñando las peticiones de la guerrilla de internarse con ellos en la montaña. Los testimonios recogidos en Pexla Grande sugieren que su población había tenido escasos contactos con la guerrilla antes de que las masacres del ejército los obligaran a elegir entre la huida hacia la montaña o el pueblo. La organización del EGP y las reacciones del ejército habían partido en dos a estas aldeas, como lo demuestra la contribución que aportaron a las primeras patrullas civiles. Poco después de la organización de las patrullas a principios de 1982, dos hombres de Pulay y Río Azul condujeron al pueblo a entre quinientas y seiscientas personas –una cuarta parte de sus habitantes– y llegaron a ser dos de los primeros jefes de patrulla en Nebaj.{43}

La señal más clara del descontento con el EGP fue una deserción masiva que partió de la muy organizada zona de Salquil, donde el control de la guerrilla era claro. A principios de 1982 pocas personas habían respondido a las demandas del ejército de presentarse en Nebaj. Mientras el ejército intensificaba sus ataques, la población, de acuerdo a los planes defensivos del EGP, se esfumó obedientemente en las montañas. Luego, en agosto de 1982, un pastor de la Iglesia de Dios del Evangelio Completo, el mismo grupo que había jugado un papel sobresaliente en Cotzal, encabezó en una estrategia masiva al ejército. [159] Un comentario del EGP describe al Pastor Miguel (seudónimo) como un compañero, un hombre colaborador cuyo hermano era combatiente, pero más acomodado que la mayoría, debido a su ocupación como sastre y carnicero. La organización comenzó a tener problemas con Miguel cuando sus cultos se hicieron tan prolongados que interferían con sus tareas revolucionarias, es decir, con las asignaciones de la guerrilla a los Salquileños, especialmente ahora que estaban bajo sitio del ejército.{44}

De acuerdo a Miguel, la guerrilla asesinó a cuatro miembros de su iglesia por rellenar trampas que el EGP había excavado para la defensa. Los evangélicos no querían que los culparan cuando los soldados cayeran atrapados. Dos meses más tarde, en mayo, el propio ejército asesinó a veintinueve miembros más de la iglesia de Miguel, tras descubrir en las cercanías un buzón del EGP. Como resultado, Miguel y su congregación se sentían cada vez más “en medio” de los dos bandos. Los guerrilleros habían dicho que ganarían la guerra por marzo de 1982, la fecha de las próximas elecciones. Pero todas eran mentiras, dijo Miguel, cuando lo entrevisté a finales de año; en lugar de eso, había muerto más gente. Mientras tanto, escuchaba por la radio cómo Ríos Montt usaba el discurso evangélico para prometer la amnistía. Además, es posible que “espías” del pueblo le hayan transmitido garantías de seguridad de los misioneros del ILV, que acababan de regresar a Nebaj bajo la protección de Ríos Montt y durante esas semanas habían pensado en cómo convencer a los evangélicos de Salquil de que la amnistía era genuina.

El 3 de agosto, durante la noche para evitar la detección, el Pastor Miguel sacó de Salquil por un desvío a 237 hombres, mujeres y niños, en su mayoría evangélicos. La deserción tomó por sorpresa al EGP. Los guerrilleros se alarmaron aún más cuando varios hombres del primer grupo de desertores volvieron acompañados por soldados y se llevaron a otros 1.740 salquileños, incluidos muchos católicos. A juzgar por las declaraciones del EGP, que denunció la acción de “infiltrados” que habrían convencido a los refugiados de rendirse, muchos de éstos se entregaron más o menos voluntariamente.{45} Mientras el ejército los escoltaba a Nebaj, montó un espectáculo de fraternidad para los miles de salquileños que seguían escondidos, con soldados cargando niños a hombros. El debate sobre si convenía o no rendirse se extendió, alentado con solicitudes grabadas por el Pastor Miguel, ofreciendo por la radio seguridad, alimentos y medicinas.{46} [160]

Durante mis conversaciones con el pastor y otros refugiados de Salquil escuché justificaciones ideológicas para abandonar la guerrilla –como el amor al prójimo y la obediencia al gobierno porque el poder proviene de Dios– acompañadas por vívidas descripciones de las tribulaciones sufridas. Habían bajado de la montaña porque, en sus propias palabras, estaban “sin ropa, sin medicina, y muchos muertos entre nosotros. Ya no tenemos comida y ya no tenemos casa”. Tampoco podían ya bajar a la costa para ganar sus ingresos acostumbrados, porque la guerrilla les había quitado sus documentos de identidad. Tras varios años de guerra política, la preocupación prevaleciente entre esta gente era la seguridad física. Cuando los entrevisté en el nuevo asentamiento en la pista de Nebaj, denominado Campamento Nueva Vida, manifestaron su satisfacción con un despliegue ceremonial de fuego por parte del ejército.{47} Lo que deseaban era estar del lado del más fuerte.

Obviamente, la derrota de un movimiento revolucionario no ofrece las mejores condiciones para la evaluación de la conciencia popular, pero tampoco las proporciona una victoria revolucionaria. La coerción y el ocultamiento que acompañan a este tipo de conflicto armado, impiden asegurar que las declaraciones de neutralidad o alineación con el ejército sean algo más que declaraciones tácticas, de la misma manera que la “transcripción pública” de James Scott se opone a la “trascripción oculta” del apoyo a la guerrilla. En realidad no es posible alcanzar certezas absolutas al respecto, pero los nebajeños pueden expresarse en mayor medida a finales de la década que al principio, y lo que dicen contradice a la vez las declaraciones del EGP y las del ejército.

En el nivel más público, es decir, de cara al ejército, los Ixiles imitan su retórica, como cuando los patrulleros civiles afirman que “estamos protegiendo nuestras comunidades de los subversivos”. Casi de manera tan pública, es decir, dichas a cualquiera, excepto a oficiales del ejército, surgen declaraciones de neutralidad por el estilo de “estamos entre dos fuegos”. No es una coincidencia el hecho de que pueda escucharse el mismo tipo de declaraciones en Perú, donde tanto los insurgentes como el ejército son notorios por su brutalidad. Se trata de la presentación más segura posible de la postura personal, la menos comprometedora en las muchas situaciones en las que se desconoce la orientación política del interlocutor.{48} Bajo la superficie, ocioso es decirlo, operan sentimientos más intensos que solamente se expresan en lo que James Scott llama la “transcripción oculta”. [161] Si bien algunos ixiles se declaran mayormente en contra de un bando u otro, lo más frecuente son expresiones de que ambos abusaron de ellos. El sentimiento que más se reservan es la identificación con el EGP en uno u otro nivel, por ejemplo, cuando expresan su simpatía hacia aquellos parientes que aún se encuentran en las filas de la guerrilla, cuando manifiestan orgullo por la capacidad de los guerreros ixiles para desafiar al ejército y cuando declaran su atracción por la idea de una sociedad justa.

No obstante, llevar a la práctica tales simpatías, colaborar con el EGP, contradice los sentimientos claros y preponderantes que los Ixiles de los tres pueblos expresan en la actualidad. Suponer que hay cantidades de ixiles que desean el resurgimiento de la guerrilla significa suponer que están dispuestos a experimentar otra vez un período como el de inicios de los ochenta, idea que me parece difícil de creer. Es por eso que he decidido aceptar llanamente lo que dicen los Ixiles: desean la paz. Traducir la expresión de sus deseos en términos de “resistencia” o “transcripción oculta”, o alegar que la paz sólo se alcanza con la justicia, como afirma el movimiento guerrillero, puede ser utilizado para imponer una agenda que mantenga la guerra.

Por qué el EGP perdió apoyo

“Lloramos un poco, sufrimos bastante… Pasamos dos años en la monte. Cada vez que el ejército llegaba, murieron gente. Mujeres, chiquitos, ancianos. Si nos quedamos aquí, dijimos, morimos. Si vamos al pueblo, morimos también. De todos modos, morimos. No estamos vivos, no estamos muertos, sólo contamos con Dios.” —Anciano evangélico de la aldea Xoloché, 1989

El EGP jamás ha reconocido que fue derrotado en 1982, pero, dos años más tarde una facción disidente dejó la organización y, bajo el nombre de Revolución de Octubre, el alzamiento popular de 1944, comenzó a ventilar lo que había ocurrido. Uno de estos disidentes fue Mario Payeras, quien describió la destrucción de la red urbana del EGP en un segundo libro más ominoso que el primero, por lo tanto menos bienvenido y menos conocido. De acuerdo a Payeras, la intensidad de la represión cogió al EGP fuera de guardia. No contaba ni con el armamento ni con la suficiente capacidad organizativa para integrar los [162] miles de reclutas que buscaban su protección y liderazgo.{49} En palabras del escritor de solidaridad Philip Wheaton, el EGP “sabía que no se había prestado suficiente atención a la seguridad; que no se había enseñado a las comunidades desarmadas a defenderse; comprendieron que no habían tomado las medidas necesarias para integrar a los nuevos simpatizantes indígenas a las filas de las unidades guerrilleras armadas. Aún así, la responsabilidad de las matanzas masivas no fue suya”.{50}

Si esta es la explicación, apunta principalmente al fracaso sufrido por el EGP al abrir tantos frentes nuevos a principios de los ochentas, sólo para verlos sucumbir.{51} Se aplicaría menos al caso de la región ixil, donde, supuestamente, el EGP estaba sólidamente afincado. Gradualmente han surgido nuevas críticas reveladoras sobre la forma en que el EGP impuso prioridades militares a los activistas políticos, exponiéndolos a represalias mortales hasta destruir sus organizaciones populares.{52} Un ejemplo lo constituye el Comité de Unidad Campesina (CUC), surgido de los esfuerzos de concientización católicos, que perseguía lograr mejores salarios en las fincas. Gracias a los cuadros guerrilleros y a los secuestros por parte del gobierno, la agenda del CUC llegó a incluir la organización de las masas para la insurrección, a tal punto que hacia 1980 era prácticamente un ala del Ejército Guerrillero de los Pobres y fue casi destruido.

Se impone con toda claridad una crítica del militarismo, trátese de un “ejército de los ricos” o de un “ejército de los pobres”. El tono más bien esperanzado del Informador Guerrillero, a finales del horrible año 1982, sugiere que el EGP contaba con la reacción popular ante las masacres militares. “Son vivencias sentidas en carne propia, son escenas vistas y oídas con odio desde los refugios y las trincheras. La esperanza y el deseo de luchar no se pierde, al contrario, renace como los granos de maíz que dan la vida a nuestra familias, a nuestro pueblo, a nuestra Revolución.”{53} Es cierto que las masacres que el ejército cometió multiplicaron el apoyo a la guerrilla, pero ésta no fue la única respuesta de los Ixiles. Otra, fue culpar a la guerrilla por poner a las víctimas en peligro. “Fue por los canches que murieron”, cuenta un hombre de la aldea Bijolóm, cerca de Salquil, “porque cuando hubo choques con el ejército muchos murieron.”{54} Tales reacciones contribuyen a explicar por qué, aún antes del mandato de Ríos Montt, ciertos supervivientes se alineaban con el mismo ejército que había masacrado a sus vecinos. [163]

Otra ecuación que precisa una revisión crítica es lo asumido entre las organizaciones populares católicas –Acción Católica en la región ixil– y la organización guerrillera. Si bien los planes de la guerrilla contemplaban este tipo de radicalización, si bien el ejército lo daba por hecho, y si bien algunos líderes católicos laicos siguieron la misma trayectoria, esto describe solamente una parte del liderazgo católico local. Los catequistas que sobrevivieron insisten en que Acción Católica nunca fue un movimiento subversivo. Es cierto que numerosos catequistas se negaron a unirse a la revolución; algunos, como en el caso de los líderes en Acción Católica de Chajul, se afiliaron al movimiento carismático, que pronto se convirtió en la base para la organización de la patrulla civil.

Por lo general, se concibe a las patrullas civiles como formas coercitivas que el ejército ha impuesto a una población renuente. Se trata de una concepción verídica, como lo atestigua la terrorífica forma en que se las estableció en la región ixil. Pero las patrullas civiles son algo más que eso. Los ixiles no atribuyen “la situación” exclusivamente al ejército, culpan también a la guerrilla, y no consideran que las patrullas sean una obligación impuesta sólo por el ejército. Unirse a las patrullas se convirtió en una forma de protegerse a sí mismos, a sus familias y a la comunidad de los contactos con la guerrilla, que provocaban tantas masacres por el ejército. De aquí la preocupación que se podía advertir a finales de los ochenta, cuando las patrullas comenzaron a desintegrarse.

Notas

{1} Entrevista del autor, 21 de diciembre de 1982.

{2} Wickham-Crowley (1992:290) aduce que este tipo de “mafiocracia” (o más técnicamente, de “patrimonialismo pretoriano”) –como el régimen de Batista en Cuba y el de Somoza en Nicaragua–, es la única vulnerable a los movimientos revolucionarios en la Latinoamérica contemporánea.

{3} “Sebastián Guzmán: Principal de principales” s.f.

{4} Wickham-Crowley 1990:225-230.

{5} Coffin 1981:6, 8, 17.

{6} Esta versión se basa en el diario de Michael Christian (1982), de una visita a Nebaj en diciembre de 1981, y de las entrevistas realizadas por el autor en 1988-89.

{7} Nyrop (1984:215) indica que las patrullas de autodefensa civil datan de una orden de Benedicto Lucas García, en septiembre de 1981.

{8} Americas Watch 1986:26.

{9} Cifuentes H. 1982:47, 49-53. Americas Watch (1984:71) indica que la idea de formar las patrullas de autodefensa civil es atribuible a Mario Sandoval Alarcón en 1970.

{10} Esta es una versión resumida de un testimonio mucho más extenso que fue presentado al autor en forma de grabación. En diciembre de 1982, el alcalde de Cotzal me dijo que las patrullas de autodefensa civil fueron formadas el 25 de enero.

{11} Entrevista del autor, Nebaj, noviembre de 1982.

{12} Según las diferentes estimaciones de los chajules, el número total de personas asesinadas en esta forma oscilaba entre una docena y sesenta.

{13} Esta es la fecha identificada por Christian, 1982. Según los recuerdos de un nebajeño siete años más tarde, ocurrió el 12 de diciembre.

{14} Anfuso y Sczepanski 1983.

{15} Handy 1984:265-272.

{16} AVANCSO 1990:19.

{17} Americas Watch 1983, 1984; Amnesty International 1987.

{18} De manera extraña, las masacres en Ilom y Estrella Polar están bien establecidas por los testimonios locales, pero al igual que otras masacres importantes en Bipulay (Nebaj), Xecax (Nebaj) y Chisis (Cotzal), nunca aparecieron en los reportes sobre derechos humanos, como si los supervivientes hubieran estado más allá del alcance de la red de los grupos católicos y revolucionarios recogiendo información. El Comité de Unidad Campesina reportó que había sido masacrada “toda la población” de Chel, Juá y Amajchel en Abril 3-5, junto con la masacre de treinta y cinco personas en Covadonga (CGUP 1983:57). Las fuentes locales indican que los asesinados en Covadonga fueron de treinta y cinco a cuarenta y cinco personas, en Ilom de ochenta y cinco a noventa, en Estrella Polar noventa y seis, y en Chel los mismos o más. Este recuento haría ascender la cifra de muertes a trescientas o más, sin contar las masacres en Juá y Amajchel.

{19} Entrevistas de Nairn (1983:17) y del autor, 1988-89. El prisionero encapuchado era un joven de la localidad que más tarde sirvió en el ejército, retornó a la vida civil, y en febrero de 1990 fue muerto mientras servía en la patrulla de autodefensa civil, final que algunos nebajeños consideraron merecido.

{20} Entrevista del autor, refugiado del campamento La Pista, 22 de noviembre de 1982.

{21} Un líder de patrulla civil que entrevisté a finales de 1982 culpó al teniente coronel por la muerte de noventa y siete personas, incluyendo la de su propio padre.

{22} Tito Arias era el seudónimo de Otto Pérez Molina, que más tarde fue ascendido al Ministerio de la Defensa y al palacio presidencial, hasta jugar papeles importantes como jefe de la G-2 y del Estado Mayor Presidencial bajo los presidentes Jorge Serrano Elías y Ramiro De León Carpio.

{23} “Informa RR.PP. del Ejército: Comandante Alvaro, de Guerrilla, pereció en acción en Chacalté, El Gráfico, 16 de junio de 1982. Esta noticia proporciona estimaciones de 100 y 112 muertos en la matanza. CGUP (1983:66) reporta 120 muertos.

{24} Un comunicado de Amnistía Internacional (1982:viii) atribuye estas muertes a desconocidos que atacaron la aldea. El Informador Guerrillero del EGP (nº 19 [1983], p. 4) se atribuyó un combate en el que la guerrilla causó catorce bajas ese mismo mes en Chajul, sin especificar la fecha.

{25} Aunque el comunicado del ejército en la noticia mencionada de El Gráfico indica que las masacres de Batzul y Chichel ocurrieron el 18 de mayo, Aministía Internacional (1982:viii) señala que el incidente de Batzul sucedió el 19 de mayo.

{26} “Hechos”, documento mimeografiado de dos páginas, 5 de mayo de 1980.

{27} Cuando los Ixiles, bajo control gubernamental, usan el pronombre indefinido “ellos” para atribuir la responsabilidad por las matanzas, la confianza adicional por lo general revela que se refieren a las fuerzas de seguridad. Cuando los Ixiles culpan a la guerrilla, por otra parte, no vacilan en nombrarla. Donde parecen auténticamente inciertos es en lo que respecta a homicidios individuales para los que no existen testigos.

{28} Informador Guerrillero, nº 10 (16 de junio de 1982), p. 2.

{29} El caso más sonado es el del nieto ixil de un finquero muy conocido, que fue ejecutado por el EGP alrededor de 1983. Existen muchas discrepancias y especulaciones sobre su verdadera culpa, pero su nombre se asocia (quizás equivocadamente) con el asesinato de tres promotores bilingües ixiles, un maestro ixil, un concejal ixil, y un líder católico ixil muy conocido. La lista incluye a uno de sus propios hermanos y a un cuñado a quien el ejército obligó a declarar en su contra, la que puede ser la única razón por la cual algunos lo consideran responsable por sus muertes. Por lo general, los nebajeños coinciden en que se buscó la muerte por haber organizado el robo de ganado y de café en su propio beneficio, no por los supuestos homicidios de 1981-82.

Indian Guatemala: Path to Liberation (Frank y Wheaton 1984:76), quizás la interpretación solidarista en inglés más detallada de la violencia, reconoce que “aún antes de que se organizara a la gente en patrullas de autodefensa civil, ocurrían confrontaciones violentas entre indígenas que apoyaban la resistencia y aquellos que ahora apoyan al ejército. En efecto, hubo unas pocas atrocidades cometidas por ciertas unidades del EGP en contra de grupos de indígenas sospechosos de colaborar con el ejército. No obstante, no hay punto de comparación entre estos incidentes aislados –emanados de errores y de conflictos interétnicos– y el genocidio que el ejército perpetró”.

{30} Característico de la confusión que rodea a tales incidentes, el crimen fue también atribuido a la Policía Militar Ambulante que operaba desde la finca San Francisco.

{31} Para una discusión característica, véase Gillespie 1983.

{32} Agradezco a Richard Wilson por señalarme en una carta estos puntos, corroborados por el testimonio de uno de los primeros reclutas del EGP en el Ixcán, una mujer ladina, y publicado en Compañero 1982:27-30. Para un recuento de la guerra entre los q’eqchi’es de Alta Verapaz, donde se dice que los primeros en unirse a las guerrillas fueron los catequistas, consúltese Wilson 1991:38.

{33} De acuerdo a una estimación sorprendentemente baja del ejército, que data de principios de 1980 o 1981 (Cifuentes H. 1982:31), cien o menos cuadros del EGP habían logrado reclutar a cerca de mil doscientas personas.

{34} Entrevistas en el Campamento Nueva Vida (el campo de refugiados en Nebaj), 21-22 de noviembre de 1982.

{35} “Parte de Guerra”, enero de 1982. Las bajas del 22 de diciembre incluyeron dos guías del ejército en Chajul, tres reaccionarios de la Finca Estrella, tres reaccionarios y cuatro ladrones “que robaban a la población cuando ésta se iba en plan de emergencia” en Bisiquichum, y tres colaboradores del ejército en Juá, todas aldeas de Chajul en la ruta al Ixcán. La fecha señalada hace posible que tales matanzas fueran una reacción a la formación de la patrulla de autodefensa civil.

{36} Wickham-Crowley 1990:215-217, 225. En otras palabras, sin el tipo de procedimiento judicial que reconoce la ley internacional, la guerrilla ejecuta a los no combatientes sospechosos de colaborar con el enemigo.

{37} Simon 1989:54.

{38} Smith 1990a:266.

{39} Informador Guerrillero, nº 19 (1983), p. 4.

{40} Contar si había más gente en la montaña o bajo control del ejército se complica ante la tarea, aún más difícil, de cuantificar a la gente que partió hacia la costa o hacia pueblos mayores.

{41} Citado en AVANCSO 1990:22. Los centros de salud del gobierno contaron solamente 27.078 personas entre 1983 y 1984, pero estas cifras no incluyen cierto número de aldeas bajo control del ejército en Chajul y Cotzal. Poco antes de la ofensiva del ejército contra Sumal en 1987, los centros de salud contaron 49.619 personas bajo administración gubernamental.

{42} Al parecer, la única que apareció en los reportes sobre derechos humanos fue la de Cocop (16 de abril de 1981), como reacción a una emboscada del EGP (Coffin 1981:13, 19-20; Davis y Hodson 1982:50). La masacre de Bipulay, que se describe en el epígrafe anterior, siguió al ataque del EGP el 28 de julio de 1980, en contra del cuartel en Cotzal.

{43} Otro despliegue de apoyo hacia el ejército provino de las “compañías ixiles” organizadas en los tres pueblos, cada una integrada por 100 a 120 jóvenes ixiles. A diferencia de otras unidades del ejército, las compañías ixiles hablaban el mismo idioma que la población indígena y conocían el terreno. Si bien algunos de sus miembros habían pertenecido a unidades regulares del ejército, otros eran voluntarios. De acuerdo a un voluntario que se unió a ellas a los catorce años, “me decepcioné porque por dos años este pueblo casi era abandonado. Era medio vacío. Casi la mayoría del pueblo se fueron con la subversión. Y la guerrilla perseguía a mi padre” –un contratista a quien trataron de asesinar–. El pillaje del EGP en su casa causó una fuerte impresión a este joven, que llegó a ser sargento y a quien se le ofreció la oportunidad de convertirse en oficial.

{44} Falla 1983a:37-41.

{45} Falla 1983a:39.

{46} Falla 1983a:40.

{47} Entrevistas del autor en el Campamento Nueva Vida en Nebaj, 21 a 22 de noviembre de 1982.

{48} Agradezco a Orin Starn por esta observación.

{49} Payeras 1987.

{50} Frank y Wheaton 1984:100.

{51} Los frentes del EGP incluían el Marco Antonio Yon Sosa al oriente, en Verapaz; el Augusto C. Sandino en el sur del Quiché, Sololá y Chimaltenango; el Luis Turcios Lima en la costa sur; el 13 de Noviembre en el oriente, y el Otto René Castillo en la capital (Informador Guerrillero, nº 8 [16 de mayo de 1982]).

{52} Véase Berryman 1991:68 y la carta de Arturo Arias publicada en Report on Guatemala (Oakland, California), Verano de 1991, pp. 12-13.

{53} “Como en Vietnam, nos preparamos para lo peor”, Informador Guerrillero, nº 18 (Diciembre de 1982), p. 10.

{54} Compárese con la siguiente narración de lo que sucedió en el oriente de Guatemala en los sesentas: “Muchos eran los campesinos que, entre la espada y la pared, se volvían contra los guerrilleros y les reprochaban su comprometedora presencia, que atraía contra ellos y sus familias la ira de la represión, mientras que los guerrilleros siempre tenían la posibilidad de huir. Es un hecho que los colaboradores civiles de los pueblos y los campesinos sujetos en su terruño, sufrían evidentemente mucho más el terror que la misma guerrilla, de efectivos ligeros y móviles”. El autor es Regis Debray (1975:298-99), el conocido teórico sobre focos guerrilleros, en colaboración con Ricardo Ramírez, fundador del Ejército Guerrillero de los Pobres.

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