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Capítulo 1

La situación

“En Nebaj se encuentra Las tres hermanas (amigable, muy sencillo), se consigue buena comida por cincuenta centavos de dólar… Hay también un campamento militar… Se pueden hacer magníficas caminatas desde Nebaj a lo largo del río o en las colinas cercanas. A pesar de que el clima no es muy bueno a esta altitud, la vista de los Cuchumatanes es espectacular… A dos horas a pie desde Nebaj se encuentra Acul, uno de los nuevos poblados creados por el ejército para controlar la actividad guerrillera.” –South American Handbook, edición de 1988

En 1988-89, mi esposa, nuestro nene y yo pasamos un año en una zona de contrainsurgencia en Guatemala. Vivir en Nebaj no fue tan arriesgado como pudiera parecer, al menos para investigadores que disfrutan de las inmunidades usuales para los gringos y que son lo suficientemente cuidadosos como para no poner a prueba la sensibilidad del ejército de Guatemala. Diariamente llegaban turistas de mochila a la espalda, muchos de ellos en excursiones sociopolíticas por América Central. En nuestras conversaciones se hizo claro que ellos venían a Guatemala dispuestos a encontrar opresión, y a Nicaragua, todavía bajo el régimen sandinista, a encontrar liberación. Opresión había suficiente en Nebaj, pero nosotros encontramos también algo más. De la misma manera en que las revoluciones triunfantes pueden suscitar abrumadores nuevos problemas, las revoluciones que fracasan pueden alcanzar, en cierto modo, algunos de sus propósitos.

Nebaj es uno de tres municipios situados en la sierra de los Cuchumatanes habitado por hablantes de ixil-maya. Los ixiles han vivido en la muralla norteña más norteña del altiplano guatemalteco por mil cuatrocientos años o más.{1} Sus ancestros mayas construyeron los templos y tumbas cuyos restos todavía se encuentran en el área. Los tres pueblos llevan nombres que datan de la conquista española: Santa María Nebaj, San Gaspar Chajul, San Juan Cotzal. Cada uno está asentado alrededor de una impresionante iglesia colonial, cuya impresionante [28] fachada revocada de blanco es visible desde lejos. Los visitantes invariablemente perciben la calidad autónoma de la región ixil, étnicamente homogénea y encerrada por altas crestas montañosas. Aunque el área fue conquistada por el imperio español en 1530, no hubo asentamientos foráneos significativos hasta los últimos años del siglo XIX.

La tierra de los Ixiles ocupa la cintura de uno de los departamentos más pobres de Guatemala, Quiché, cuyas infértiles montañas se han convertido en un bastión de campesinos mayas minifundistas. Antes de la violencia de los años recientes, los Ixiles eran conocidos en el mundo exterior principalmente por el espectacular traje rojo que usan las mujeres de Nebaj y Chajul. Los antropólogos venían a consultar con los sacerdotes ixiles, que aún conservan parte del antiguo calendario maya.{2} La mayoría de la población vive en aldeas dispersas en los valles de terreno accidentado que rodean los tres pueblos. A excepción de las salidas periódicas a trabajar en las fincas, la mayoría de los Ixiles llevaba una existencia maya tradicional, sembrando maíz, criando animales y tejiendo mucha de su ropa en telares de cintura.

En los últimos años de los setenta empezaron a filtrarse desde el área noticias de secuestros y asesinatos misteriosos ordenados por el Gobierno, junto con reportes de un tal Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), que ocupaba aldeas y derribaba cárceles. De repente, los Ixiles aparecieron en los pronunciamientos del EGP como un pueblo revolucionario en armas. Diez años más tarde, los supervivientes servían de modelo a los programas de pacificación del ejército guatemalteco.

Cuando se les pregunta qué pasó, los nebajeños responden con vagas referencias sobre “la situación”, “el problema” o “la bulla”. Luego, tras ligera vacilación, muchos están dispuestos a corroborar los informes de derechos humanos. Cuando el EGP apareció en el área, la reacción de las fuerzas de seguridad fue tan furiosa que condujo a una gran parte de la población al movimiento revolucionario. El escenario se repitió en todos lados, al punto que la guerrilla parecía al borde de haber tomado el altiplano. En 1981-82 el ejército contraatacó con una ofensiva que devastó departamentos enteros y desplazó a un millón o más personas.{3} Ya que que la región ixil fue una de las primeras áreas organizadas por el EGP, fue considerada un “sólido bastión de la guerrilla”{4} y sufrió un castigo ejemplar.

Para desalentar a los campesinos ixiles de ayudar a la guerrilla, el ejército redujo a cenizas todas las aldeas fuera de las tres cabeceras. [29] Primero como una reacción a las emboscadas guerrilleras, luego como parte de un plan, los militares balearon, machetearon o quemaron a miles de hombres, mujeres y niños desarmados. Cuando los refugiados cayeron bajo el control del ejército, éste forzó a todos los hombres a integrar las ahora famosas patrullas civiles, que después fueron enviadas a luchar contra los insurgentes, quienes, a su vez, respondieron con masacres por su propia mano. La destrucción fue tan devastadora que dio credibilidad a la acusación de que el ejército guatemalteco era genocida. El increíble descenso en las estadísticas de población dramatizó la tragedia; mientras el censo nacional había estimado una población de 96.000 habitantes para los tres municipios ixiles en 1987, ese mismo año, los centros de salud locales pudieron contar solamente 50.000, es decir, una reducción del 48%. (Véase el Cuadro 8.3.)

Presidiendo varios episodios claves de este misterio demográfico estaba Efraín Ríos Montt, un general protestante que había tomado el poder en la ciudad capital. Anunció una serie de reformas y, al tiempo en que el ejército continuaba masacrando campesinos, exhortó a los guatemaltecos a salvarse ellos mismos y a su país cambiando su vida personal. Los sermones del general no eran muy convincentes a nivel internacional, donde su nombre se convirtió en sinónimo de violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, en Nebaj es recordado casi con afecto porque, a los cuatro meses de sus 17 meses en el palacio nacional, los asesinatos masivos en los tres pueblos Ixiles llegaron a su fin. Mientras Ríos Montt se dirigía a la población cada domingo por la radio, muchos ixiles interpretaron sus amonestaciones como un nuevo designio divino y, por miles, se declararon evangélicos. La iglesia católica, forzada a la clandestinidad después de que el ejército asesinó a tres sacerdotes españoles y a cientos de líderes locales, declaró que los Ixiles estaban abandonando la fe católica para salvar sus vidas.

Después de ser considerada como un bastión de la guerrilla, la región ixil se volvió parte de una cadena de “aldeas modelo” y “polos de desarrollo”. En estos reasentamientos, el ejército guatemalteco intentó demostrar lo bien que estaba tratando a los refugiados; la oposición los denunció como campos de concentración. Reconstruido a lo largo de las líneas contrainsurgentes, Nebaj vino a ser una parada común en la geografía de la guerra centroamericana, un lugar en donde los periodistas recogían historias trágicas y trataban de tomar el pulso de todo el país.{5} Con los insurgentes haciendo frente a cada contraofensiva, [30] el Quiché se volvió un símbolo de la guerra de guerrillas en Guatemala, como Chalatenango en El Salvador y Ayacucho en Perú. Pero a finales de los ochenta se hizo claro quien había ganado. El ejército controlaba a la mayoría de la población en un esquema contrainsurgente típico que consistía en asentamientos estrechamente vigilados, patrullas obligatorias para los hombres y ofensivas periódicas contra los refugiados y lo que quedaba de la guerrilla en la montaña. Si bien la guerrilla no pudo ser derrotada militarmente, no fue capaz de proteger a su base popular, lo cual la desacreditó a los ojos de la mayoría de los Ixiles. Los revolucionarios, que proclamaron dar supremacía a la lucha política sobre la militar, habían sido derrotados en su propio terreno.

En la cabecera de Nebaj, donde mi familia y yo vivimos desde octubre de 1988 hasta septiembre de 1989, el ambiente era, a pesar de la ocupación por el ejército y los hostigamientos de dos columnas del EGP, casi tranquilo. La vida fuera de la cabecera, en las aldeas no “tan modelo”, era menos tranquila, y sus habitantes se sentían atrapados entre dos fuerzas que querían su cooperación. Otras zonas del departamento de Quiché no estaban tranquilas del todo. En la selva del Ixcán, al norte, la guerra era fuerte, con el ejército tratando de cortar las líneas de abastecimiento del EGP a la frontera mexicana. En el sur de Quiché, una lucha de diferente clase se llevaba a cabo. Ya que las columnas guerrilleras se habían retirado de la región, había desaparecido la razón del ejército para mantener las patrullas civiles obligatorias. Miles de campesinos mayas insistieron en su derecho constitucional de no servir a las patrullas. También hubo viudas que demandaron a las autoridades civiles la exhumación de los restos de sus maridos, enterrados en los cementerios clandestinos por sus asesinos. El ejército contestó a las peticiones de acuerdo a su estilo habitual: con amenazas y a veces hasta secuestros y asesinatos, al tiempo que las organizaciones internacionales de derechos humanos hacían denuncias no muy efectivas. En Nebaj, en contraste, ninguno desafió abiertamente al ejército y, a pesar de la presencia de la guerrilla, no hubo secuestros durante nuestra estancia en el lugar.{6}

Poco de lo anterior será nuevo para los lectores que conocen Guatemala; sólo documentar una situación bien conocida no me interesó. Lo que me impresionó más sobre la destrucción fue cómo los nebajeños parecían sobrellevarla. Centro América estaba exhausta al final de los ochenta, y los términos de la reconciliación estaban siendo [31] discutidos en pláticas de paz. Yo quería saber qué estaban haciendo los nebajeños para lograr la reconciliación a nivel local.

Aprender a vivir en un pueblo-guarnición empobrecido, tan representativo de una situación que abarcaba a toda Latinoamerica, me obligó a adoptar una perspectiva diferente de la de muchos de los informes sobre derechos humanos en la región. Este tipo de reporte se centraba en la violación de una concepción universal de derechos; pero yo estaba cara a cara con un modo de vida que los nebajeños habían logrado con el “ejército de los ricos” y el “ejército de los pobres”, en el que ellos no reclamaron sus derechos en las mismas vías visualizadas por los activistas de los derechos humanos. A pesar de los continuos abusos, los nebajeños fueron encontrando caminos, no sólo para sobrevivir a la confrontación entre guerrilla y ejército, sino para tomar ventaja de esa situación miserable. Poco a poco, fueron poniendo de nuevo su agenda sobre la mesa.

Viviendo entre dos ejércitos

“La guerrilla no se lleva nuestro maíz, nosotros no tomamos el suyo. Nosotros no sabemos porqué hay guerra.” —Líder de una patrulla civil, Nebaj, 1987

Mis primeras visitas a Nebaj en noviembre y diciembre de 1982 fueron breves. Yo estaba trabajando como periodista y quería evaluar al nuevo dictador evangélico de Guatemala, el general Efraín Ríos Montt. Los soldados ocupaban el centro del pueblo alrededor de la Iglesia Católica. Cada anochecer, largas líneas de patrulleros civiles, cargando viejos rifles, enfilaban hacia las montañas en donde mucha de la población estaba todavía escondiéndose de las represalias del ejército. Mil cuatrocientos campesinos que se habían entregado al ejército acampaban en refugios improvisados en la pista de aterrizaje al norte del pueblo. Allí eran visitados por misioneros norteamericanos quienes, a pesar de su admiración por el general vuelto a nacer, querían estar seguros de que sus subordinados habían dejado de matar no combatientes. En el pueblo, cientos de viudas hacían cola para recibir maíz. El comandante militar a cargo del pueblo reunió a los niños huérfanos en la plaza para celebrar una fiesta de Navidad. [32]

El “problema” había sido peor al principio del año, me dijeron los nebajeños. Ahora estaba tranquilo, los habitantes disfrutaban de un respiro de alivio, y esperaban fervientemente que el lapso de cinco meses sin secuestros y masacres se volviera permanente. Mis apreciaciones sobre Ríos Montt y la contribución evangélica a su plan de contrainsurgencia fue publicado en Cosecha de violencia, una colección de reportes antropológicos editados por Robert Carmack.

Cuando regresé a Nebaj, cinco años más tarde, el toque de queda había sido levantado, había nuevamente electricidad y muchos puestos de revisión estaban abandonados. Largas líneas de patrulleros todavía enfilaban fuera del pueblo, pero ahora el campo circundante estaba ocupado por reasentamientos, cuyos techos de lámina brillaban con el sol de la tarde; estaban controlados por el ejército. A las orillas del pueblo, las chozas de los refugiados se extendían por las laderas de las colinas, ahora sin árboles. Entre las casas, cada metro de tierra estaba sembrado con maíz, una señal de que los campesinos se estaban quedando sin tierra.

En ese momento yo estaba en la Universidad de Stanford, haciendo mis estudios de posgrado en el Departamento de Antropología, y buscaba un lugar para mi trabajo de campo. Como muchos de los extranjeros que llegaron antes que yo, estaba fascinado por Nebaj. Mis motivos para ir allí eran más bien románticos, de la clase que no se admite en un seminario universitario. Los ixiles encajaban perfectamente en la imagen nostálgica de un pueblo aparte, todavía protegido por sus montañas y resistiendo al siglo XX. El estrecho camino que conducía a la región ixil zigzagueaba hacia arriba hasta el borde de los Cuchumatanes, luego entraba a un banco nuboso y sobre el paso de montaña, llegaba hasta el borde de un valle verde y húmedo. A lo lejos se divisaba un pueblo de paredes blanqueadas y techos de teja, que bien podría ser de siglos atrás. Había procesiones religiosas que parecían sacadas de la Edad Media, rostros de hombres que no habían entrado a la edad del consumo moderno, y el efecto sorprendente de mujeres ixiles con sus faldas rojas y brillantes, sus huipiles ricamente bordados y sus desafiantes cintas de pelo.{7} Afortunadamente yo estaba casado, lo que me salvó del destino de los extranjeros que cortejaban a las mujeres ixiles con muy poco éxito. No importaban las casas quemadas que punteaban el campo, ni las horribles historias que se oían, o el evidente sentimiento de privación con el que los nebajeños recibían a los gringos en safari, [33] o su deseo de ir a trabajar a Estados Unidos para ganar dólares. Esto era lo más cerca que yo podía estar de Shangri-La.

Cuando busca un tema, el estudiante de posgrado modelo escoge un problema de teoría antropológica, construye una hipótesis y encuentra un lugar adecuado para probarla. Mi procedimiento fue el contrario, empecé por el lugar. Además de una vaga insatisfacción con las explicaciones usuales de la violencia, Nebaj era el único pueblo que conocía en donde hubo tantas cosas pasando a la vez, que yo bien podía pasar un año allí sin volverme loco de impaciencia. A diferencia de las aldeas modelo que lo rodeaban, Nebaj también podía ser un sitio confortable para mi pequeña familia. Podía ser más seguro que la capital, en donde los secuestros de infantes y asesinatos estaban a la orden del día, y más saludable que la costa sur, húmeda y plagada de enfermedades, a pesar de que tanto la costa como la capital eran prioridades en la investigación, a juzgar por los muchos estudios antropológicos sobre pintorescos pueblos indígenas.

Yo también calculé que, a pesar de su estatus de zona de conflicto, Nebaj podía ser mucho más segura políticamente que otras áreas. Había un número de razones para esto, siendo la más importante la confianza del ejército en que controlaba la población. La presencia del ejército no sólo era relativamente limitada en el pueblo y sus alrededores: consideraba la región ixil como una muestra de sus esfuerzos de pacificación, al punto de tolerar la presencia de norteamericanos y europeos que quisieran residir allí. La colonia gringa en Nebaj no era nada nueva. Se remonta a más de medio siglo atrás, con la llegada de misioneros evangélicos provenientes de Estados Unidos; fue reforzada en los setenta con el arribo de los hippies. Todos tuvieron que marcharse debido a la violencia, el último de ellos, un residente que fabricaba minas claymore para la guerrilla, hasta que el ejército lo entregó a la embajada norteamericana. Durante mis visitas a Nebaj, al final de 1982, fui recibido como la primera señal de la primavera. Fui un signo de que los extranjeros estaban regresando, del retorno de la paz y la estabilidad.

En los últimos años de los ochenta, Nebaj era otra vez una parada popular para los turistas de mochila. Otros extranjeros tenían un mayor sentido de propósito. Había misioneros evangélicos y compradores de tejidos al por mayor; estudiantes de posgrado buscando un lugar para su investigación, periodistas tomándose un descanso de la guerra en El Salvador o haciendo un reportaje fácil, y parejas buscando [34] huérfanos para adoptar. Los que residían en Nebaj eran principalmente voluntarios involucrados en proyectos de ayuda. La mayoría trabajaba para Niños Refugiados del Mundo, una agencia francesa conectada con la mejor conocida Médicos sin Fronteras, y el Programa de Ayuda Shawcross, una organización dirigida por un empresario inglés en La Antigua Guatemala.Otro grupo que se autodenominaba “Asociación de Comandos Aéreos”, enviaba ocasionalmente un pequeño grupo de médicos, pero no tenía ninguno residente. Estaba representando por una enfermera de Texas que trabajaba en los destacamentos militares y era bien conocida por repartir tanto ideología como medicina. Ella iba en un helicóptero del ejército cuando fue herida en las piernas por fuego de tierra, incapacitándola de por vida.{8}

En 1966 mis antecesores, los antropólogos Benjamin Colby y Pierre van den Berghe, fueron recibidos con bastante respeto, como una verdadera expedición científica. Pero los antropólogos ya no pesaban mucho en Nebaj, a menos que llegaran en Land Rover y tuvieran algo concreto que ofrecer. Lo que impresionaba a los nebajeños contemporáneos era la “ayuda”, de la que se hablaba comúnmente en plural, con cierta voracidad. A pesar de que la avalancha de programas eran manejados por guatemaltecos, los gringos eran considerados la fuente de la abundancia. Como un líder evangélico observó, nadie se juntaba a su alrededor cuando bajaba del bus como lo hacían alrededor mío. “Ahora los gringos tienen más campo que cualquier otro grupo”, dijo un k’iche’ propietario de un camión, al referirse a nuestras respectivas identidades étnicas. Aplicando el dicho de “donde fueres has lo que vieres”, expliqué que yo estaba, además de estudiando los cambios sociales que se habían dado desde la época en que llegaron Colby y van den Berghe, evaluando necesidades de desarrollo. Era cierto: hice mis reportes fidedignamente. Pero ellos fueron mi pacto con el diablo. Hablar con la gente de sus necesidades inmediatas significaba que, a pesar de mis negativas, a menudo me consideraran un recaudador de solicitudes de ayuda.

Otra razón por la que Nebaj parecía un lugar seguro para el trabajo de campo eran las tres hermanas que operaban una de las instituciones más perdurables del pueblo, una pensión donde acostumbraban parar los gringos, en un recinto cerrado cerca del parque del pueblo. A pesar de que su padre español fue uno de los primeros finqueros de la zona, las hermanas eran, a juzgar por los precios bajos y su sencillo modo de vida, restos de una economía precapitalista. Ellas hablaban algo [35] de ixil y, a diferencia de muchos otros ladinos, nunca dejaron el pueblo, a pesar de la escalada de violencia. Allí estaban operando a la luz de las velas en 1982, y cuando yo llegué con mi esposa y nuestro hijo, ellas cuidaron de nosotros. Nos mudamos a un cuarto de adobe y tomábamos nuestras comidas en el corredor. También allí esperábamos que pasaran los aguaceros. Cuando la corriente de turistas empezó a distraernos, alquilamos una habitación para dormir en otra parte pero continuamos yendo a la pensión a comer y a pasar el día.

Además de hacer mucho por nosotros, las hermanas nos proveían de un lugar privilegiado para escuchar las noticias del pueblo. Desde la cocina, donde ellas y sus asistentes cocinaban en una estufa de leña, venía una corriente perenne de exclamaciones, historias de muertes y escándalos, contados en el español suave y resignado de los nebajeños. En un pueblo que había visto tanta violencia, las hermanas parecían estar más allá de la política. Su pensión estaba muy cerca de sucesos inesperados en el centro del pueblo, era una intersección para chismes de toda clase y un teatro en donde se presentaban diariamente pequeños dramas.

Los ixiles parecían sentirse relativamente confortables en la pensión, y yo terminé realizando muchas entrevistas allí. Pero este era un ambiente dominado por ladinos y gringos, no por ixiles. La vida en la pensión nos distanciaba de conocer los detalles íntimos de la vida ixil, particularmente a nivel familiar. También estaba dominado lingüísticamente por el español y el inglés, no por el ixil. Debido al bilingüismo ixil, especialmente en el pueblo, era tan fácil comunicarse en español que, al cabo de dos meses, abandoné el aprendizaje del idioma. Ello me dejó tiempo libre para entrevistar muchas más personas, con un traductor que me ayudaba cuando era necesario, pero con el costo obvio de no trabajar en la lengua nativa de la mayoría de la población.

Debido a la gran cantidad de cambios en la región ixil y a la facilidad para encontrar interlocutores, escogí para mi investigación un enfoque más extensivo que intensivo, distribuyendo mi tiempo entre los tres municipios ixiles. De los tres, San Juan Cotzal tenía el aire más obvio de represión. El control militar era más estricto que en los otros dos pueblos, y era fácil encontrar gente que se miraba y actuaba como si estuviera traumatizada por la violencia. Los cotzaleños, al contrario de los nebajeños y chajules, eran más inclinados a culparse a sí mismos por la violencia. Su pueblo parecía haber sido más sofisticado que [36] Nebaj en el siglo XIX;{9} en los años veinte y treinta los visitantes lo describieron como un pueblo próspero. Había una colonia de ladinos, pequeña pero activa, y los cotzaleños parecían haberse desarrollado más en el comercio, haber sido más fluidos hablando español y haber tenido un nivel de escolaridad superior al de los otros dos pueblos. Pero cuando el sistema de carreteras llegó a Nebaj en 1942, los cotzaleños se encontraron viviendo a su sombra, marginados del nuevo circuito comercial. La colonia ladina declinó, al tiempo que Cotzal había ido perdiendo mucha de su tierra municipal –al menos una tercera parte– a manos de los finqueros, fenómeno que no se dio en Nebaj y Chajul con la misma intensidad. El control de la municipalidad se decidía con amargas peleas entre facciones ixiles, que eventualmente llamaron a la guerrilla y al ejército para eliminarse unas a otras.

Seis años después del apogeo de la violencia, la atmósfera de Cotzal parecía estancada. Incluso el aspecto físico del pueblo, situado en un valle estrecho al contrario de Nebaj y Chajul, sugería un horizonte más restringido. A diferencia de los otros dos pueblos, nadie en Cotzal fundó un cuerpo de bomberos voluntarios, que en el área rural guatemalteca se encarga de las emergencias médicas y de recuperar a los muertos. El único vehículo de motor que pasaba la noche en Cotzal era un pickup Dodge que pertenecía a la municipalidad. Tenía las llantas desinfladas a fuerza de esperar un mecánico que lo reparara.

“Antes fueron amables y amigables, le daban casa y de comer”, nos dijo uno de los pocos ladinos que quedaban, “pero por cuenta de la violencia fueron matados, golpeados, maltratados, y ahora no confían en nadie. Entre los Ixiles ya no aparecerán dos o tres en cada familia. Los cadáveres eran dejados en las calles por los militares. Hubo familias donde sólo quedaban las mujeres para cargar a los muertos a la casa.”

San Gaspar Chajul era el menos bilingüe de los tres pueblos, el único en donde mi ignorancia del ixil fue a menudo motivo de embarazo. Chajul era supuestamente el más conservador de los tres municipios; ciertamente, los fuereños lograron poco allí. Aunque los chajules perdieron terrenos valiosos, aptos para la siembra de café, a manos de los ladinos alrededor de la finca “La Perla”, en las cercanías del pueblo la mayoría de la tierra permanecía en manos ixiles. Gracias a su tierra relativamente abundante, los chajules permanecieron con una agricultura de subsistencia basada en el cultivo del maíz y son menos [37] dependientes del trabajo migratorio estacional que otros ixiles. Pero durante la violencia Chajul fue invadido por un nuevo movimiento religioso denominado renovación carismática. Debido a las consecuentes deserciones hacia el protestantismo evangélico, el pueblo contaba ahora con más o menos doce bandas musicales, con equipo electrónico, al servicio de las múltiples iglesias. Se podía oír a los niños cantando himnos negros de emancipación, como “Cuando los santos marchan ya”. Tres nuevos templos evangélicos rodeaban a la iglesia católica en el parque.

Después de pasar algunos días en Chajul, Cotzal, o en las aldeas, volver a Nebaj fue una experiencia cosmopolita. Al caer la tarde, las calles se iluminaban y se llenaban de gente. Era el París de la zona. Superficialmente, Nebaj era el menos ixil de los tres pueblos, el único que aún contaba con una población ladina significativa, hasta el 25 o 30 por ciento de diez mil personas en un radio de una hora de camino. Era fácil comunicarse en español. Sin embargo, era el único de los tres pueblos en donde se mantenía fuerte el sistema religioso tradicional, con sus distintivos cultos mayas a los santos.

Habiendo escogido hacer el trabajo de campo en Nebaj por razones emotivas, enfrentaba ahora el problema de cómo definir mi investigación. El conflicto armado era un tema obvio, e interferiría con cualquier otro tema, pero yo quería evitar enfocar mi trabajo en ella. Aunque Nebaj parecía tranquilo y amistoso, insistir en buscar información acerca de homicidios recientes, por ejemplo, podía cambiar esta situación. Yo podía levantar animosidades que a su vez podían poner en peligro a mi familia, a mí, y, lo más importante –debido al tratamiento deferente que los norteamericanos reciben usualmente en Guatemala– a la gente que me ayudaba. Además de los riesgos que suponía, yo estaba cansado del tema de la violencia y dudaba de mi habilidad para decir algo nuevo acerca de ello. Los grupos de derechos humanos habían dado tanta publicidad a los crímenes cometidos por el ejército guatemalteco, que yo podría terminar enfocando mi trabajo en el Ejército Guerrillero de los Pobres, cuyo record de derechos humanos no era tan malo como el de sus adversarios, pero no tan bueno como frecuentemente se suponía. Si sacaba a la luz la violencia guerrillera contra los civiles, mi trabajo podría apoyar la propaganda del ejército guatemalteco, una contribución que no quería hacer.

De ahí mi decisión de estudiar el proceso de reconstrucción. Este era un tema en que los nebajeños podían ver cierto valor, que podía ser [38] explicado al ejército guatemalteco según la necesidad, y que conllevaba un tópico de gran interés: cómo los nebajeños habían respondido a la violencia, elaborando una nueva clase de neutralidad para ellos mismos y recreando el espacio institucional para tomar sus propias decisiones.

Mi principal técnica de investigación fue la entrevista guiada, cuyas diferentes versiones fueron conducidas con los representantes de las aldeas, líderes religiosos, contratistas y otros grupos de interés. Hacia el final de mi trabajo de campo en 1988-89, contraté a una norteamericana y a cuatro ixiles, maestros y estudiantes, para que me ayudaran a hacer una encuesta. Preguntamos una gran variedad de cuestiones relativas a la composición y la economía familiar, trabajo migratorio, filiación religiosa, etnicidad y tradición. Decidí entrevistar dos niveles diferentes de la población ixil en Nebaj. El primero estaba compuesto por ciento sesenta y cuatro ixiles que desempeñaban un rol como líderes o empresarios. Incluía maestros y promotores bilingües, pastores evangélicos, catequistas católicos y principales de cofradías, contratistas y comerciantes. La segunda muestra estaba compuesta de virtualmente por todas las cabezas de familia (noventa y ocho de ellas) del cantón Xemamatze, un cantón en las orillas del pueblo que absorbió muchos refugiados provenientes de las aldeas destruidas. Si bien ninguno de los dos grupos es representativo de la población ixil en su totalidad, el primero ofrece un ejemplo de los Ixiles cuyas condiciones pueden considerarse las mejores, que se localizan en el centro del pueblo, y el segundo, de los Ixiles que fueron más afectados por el conflicto. Debido a la cantidad de información que recogí, y a las prioridades impuestas por la situación, sólo unos pocos de los resultados más sobresalientes de la encuesta se reportan en estas páginas. Después de regresar a Estados Unidos para la redacción del trabajo, pude retornar a Nebaj en cuatro ocasiones –en agosto y diciembre de 1990, julio de 1991 y junio de 1992– para dos meses de entrevistas de seguimiento.

Como cualquier estudio local, mi descripción de Nebaj no debe ser generalizada a otros pueblos sin tomar las debidas precauciones. Nebaj no es un microcosmos de Guatemala o una comunidad típica. La región ixil es económicamente marginal, aún para los estándares del altiplano. Los ixiles se han distinguido como un bastión de la tradición. A pesar de su reciente fama de colaboradores de la guerrilla, no son un parangón de la conciencia étnica o de clase, por lo menos a la manera en que ambas categorías son discutidas por académicos y activistas. [39] En comparación con el resto del país, fueron golpeados particularmente duro por la violencia. Desde entonces, han recibido una cantidad inusual de apoyo por parte de las instituciones de ayuda. En consecuencia, la política en la región ixil pudiera parecer atrasada, especialmente en comparación con regiones en donde el movimiento pro derechos humanos apareció más temprano. Pero debido a que la región ixil fue bastión de la más grande organización guerrillera, un análisis del porqué del fracaso de la guerrilla allá debe decirnos algo acerca de porqué el movimiento revolucionario fracasó en otras partes del altiplano. Supongo también que las experiencias de los nebajeños hablan de realidades más amplias, no sólo en Guatemala sino en otras partes del mundo, acerca de cómo los de fuera proyectan sus agendas en las poblaciones campesinas, cómo surge la violencia política, y de cómo los no combatientes responden a ello.

Un análisis revisionista de la violencia

“Hubo muchas emboscadas allá, entonces el ejército tomó venganza contra el pueblo. La gente llegaba con su carga y tenía que pagar con su sangre.” —Un relato sobre lo que siguió después de las emboscadas guerrilleras en Pulay

Para explicar el terror político por el cual Guatemala es tan conocida, los analistas acostumbran comenzar con el orden social, dominado por grandes finqueros, y el estado de seguridad nacional que lo protege. A pesar de cambios periódicos de régimen y anuncios de reforma, la vida política ha sido dominada por los finqueros y los oficiales militares desde el siglo XIX. La única excepción fue una década conflictiva de reformas, de 1944 a 1954, que terminó cuando un gobierno civil empeñado en la reforma agraria fue derrocado por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. El movimiento guerrillero surgió en la siguiente década. Irónicamente, fue iniciado por militares disidentes quienes, probablemente sin proponérselo, dieron a sus antiguos compañeros de armas una razón fundamental y perdurable para militarizar el país. [40]

Los regímenes controlados por el ejército no sólo suprimieron los primeros movimientos guerrilleros; además hicieron a la oposición política tan peligrosa que, en los últimos años de los setenta y los primeros de los ochenta, hasta el partido demócrata cristiano, de corte centrista, perdió cientos de sus líderes a manos de escuadrones de la muerte, coordinados desde un anexo del palacio presidencial. Mientras tanto, los sobrevivientes de los primeros movimientos guerrilleros se dirigieron al occidente. Allí es el hogar de los mayas, que son más o menos la mitad de la población del país. Fue allí en donde la jefatura guerrillera pensaba encontrar la base geográfica y social que necesitaba para una guerra revolucionaria prolongada.

La reacción del ejército guatemalteco fue tan brutal que ayudó a los insurgentes de varias formas. Las represalias del ejército empujaron a la gente al movimiento guerrillero, como una medida de autodefensa, al tiempo que la institución armada se desacreditaba nacional e internacionalmente. Cada torpe intento hecho por el ejército para encubrir sus atrocidades, parecía corroborar la versión de los eventos dada por la izquierda.

Para apreciar la respuesta internacional, debemos distinguir entre “el movimiento de derechos humanos” y el “movimiento de solidaridad”. Estrictamente hablando, las organizaciones de derechos humanos, como Americas Watch y Amnistía Internacional, se ocupan de levantar cargos contra el Gobierno de acuerdo a la ley internacional, mientras que las organizaciones de solidaridad, como la Red en solidaridad con el pueblo de Guatemala (Network in Solidarity with the People of Guatemala, NISGUA), proporciona apoyo político y humanitario a los movimientos de oposición. Para personas como yo, involucradas con ambas clases de organización, puede parecer que no hay contradicción entre ambas. Sin embargo, sus objetivos pueden y de hecho chocan: mientras que una organización de derechos humanos espera que un gobierno cumpla con la ley, una organización de solidaridad puede apoyar una insurgencia que acaba con las posibilidades de cumplir con la ley.

En la práctica, además, las campañas a favor de los derechos humanos y las de solidaridad pueden ser difíciles de diferenciar. Los activistas de los movimientos de solidaridad encuentran que los derechos humanos atraen a un público más amplio que ningún otro tema, y ellos proporcionan uno de los más importantes constituyentes para las [41] organizaciones de derechos humanos. De hecho, los últimos pueden reforzar perjuicios propios de los solidaristas, al centrarse exclusivamente en los abusos oficiales e ignorar la violencia de los insurgentes. Cuando las organizaciones internacionales de derechos humanos hacen una alianza con organizaciones locales, lo hacen típicamente con grupos que están en la oposición. En el caso de Guatemala, estos grupos son de izquierda, más o menos simpatizantes del movimiento guerrillero y “solidarios” con su ideología y retórica. Por lo tanto, no hay una línea muy clara entre las campañas a favor de los derechos humanos y las de las organizaciones de solidaridad. Tal vez es inevitable debido al traslape de sus objetivos. Ambos movimientos toman posición contra los regímenes estatales en el nombre del “pueblo”. Los activistas de solidaridad van más allá al asumir que “el pueblo” alcanza su mejor representación en un movimiento revolucionario, una identificación que las organizaciones de derechos humanos han preferido frecuentemente no cuestionar.

En Latinoamérica, situaciones variadas han forzado a los activistas de solidaridad y derechos humanos a ordenar sus prioridades. La guerra Contra, en oposición a los Sandinistas, fue uno de tantos esfuerzos de Estados Unidos para voltear las tácticas revolucionarias de los gobiernos izquierdistas contra sí mismos, apoyando a los “luchadores de la libertad”. La administración de Ronald Reagan (1981-1989), imitando a la izquierda, usó el lenguaje de derechos humanos para promover insurgentes que aterrorizaban a los civiles. Al defenderse de la Contra, el gobierno sandinista se vio implicado en sus propias violaciones de derechos humanos, para vergüenza de los movimientos de solidaridad en el extranjero.

Otra situación llamativa ha sido la de Perú. El terrorismo de Sendero Luminoso ha sido tan flagrante que las organizaciones de derechos humanos se han visto forzadas a tomarlas en cuenta, al lado de los crímenes del Gobierno. Otros baños de sangre como los de El Salvador y Colombia no han polarizado a los activistas al mismo grado. Tampoco Guatemala. Su guerrilla no se ha hecho famosa por matar no combatientes, como es el caso de Sendero Luminoso. Mientras tanto, los secuestros y asesinatos oficiales, ligeramente disimulados, han mantenido la reputación de Guatemala como un Estado de terror institucionalizado. Con el ejército como un claro violador de los derechos humanos, y la guerrilla que se ha abstenido de realizar matanzas flagrantes [42] de civiles, la interpretación de los movimientos de solidaridad continúa siendo una manera muy difundida de entender la situación, especialmente en las universidades.

La declaración mejor conocida de la posición de solidaridad en Guatemala –y también la manera más popular de entender la violencia desde el punto de vista de los mayas– es, Mi nombre es Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, la historia de una sobreviviente K’iche’,{10} de la misma sierra de los Cuchumatanes habitada por los Ixiles. El testimonio de Rigoberta fue grabado por una antropóloga en enero de 1982, justo en el momento en que el ejército le estaba ganando la mano a la guerrilla. Forzada al exilio debido al asesinato de sus padres y su hermano, Rigoberta estaba convencida de que las masacres del ejército estaban impulsando a su pueblo a la militancia revolucionaria. Debido en no poca medida al contundente relato de Rigoberta, muchos activistas de derechos humanos han continuado asumiendo que la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG){11} tiene un amplio apoyo popular porque representa las aspiraciones populares.{12}

Hay, sin lugar a dudas, campesinos mayas que concuerdan con los planteamientos de Rigoberta, especialmente entre los que están con la guerrilla en las montañas, o refugiados en México. Pero entre la gran mayoría de la población ixil que está bajo el control del ejército, por no decir sobre la mayoría de la población del altiplano, las expectativas levantadas por Mi nombre es Rigoberta Menchú, estaban destinadas a ser defraudadas. Desde las terribles masacres de los primeros años de los ochenta, Nebaj se ha vuelto un pueblo sumamente cauteloso, que ha guardado profundos resentimientos contra el ejército pero que, en lo que toca a la guerrilla, estaba firmemente del lado del ejército. Cuando el ex-dictador Ríos Montt fue candidato a la presidencia en 1990, sus partidarios casi consiguieron ganar las tres alcaldías municipales, a pesar de que bajo su mando, ocho años atrás, los soldados redujeron a cenizas muchas aldeas ixiles.

La popularidad de Ríos Montt era difícil de entender para muchos investigadores y periodistas porque habían sido influenciados profundamente por las campañas de derechos humanos y solidaridad. De hecho, los estudios académicos pueden ser tan difíciles de distinguir de los informes de solidaridad y de derechos humanos como éstos lo son uno del otro. La literatura más influyente sobre Guatemala ha sido escrita por activistas, la mayoría de ellos también académicos. [43] Generalmente, esta literatura ha sido lenta en admitir la derrota de la guerrilla en 1982, su consecuente falta de apoyo popular, y las contradicciones en el movimiento de derechos humanos. En el caso específico de los antropológos, los lazos personales con las comunidades nos llevaron a aceptar las suposiciones de derechos humanos y de solidaridad en diversos grados. Sin embargo, nuestra habilidad para comunicarnos con las víctimas de la violencia nos ha puesto en una posición apta para indagar esas suposiciones.

Identificar los movimientos revolucionarios con las aspiraciones populares ha sido una extendida premisa de disidencia con la política exterior estadounidense. Guatemala es un caso clásico del uso de la fuerza norteamericana en el Tercer Mundo: cuando en 1954 la administración de Dwight Eisenhower derrocó un gobierno popularmente electo, el estado contrarrevolucionario que estableció se volvió un éxito vergonzoso. Para las universidades norteamericanas, mientras tanto, la cuestión de la revolución vino a ser urgente debido a la Guerra de Vietnam. Para acuerpar la intervención militar, los políticos norteamericanos y sus asesores académicos enfatizaron la manipulación y coacción involucradas en los movimientos revolucionarios, dramatizadas por el papel de agentes externos. El Viet Cong (y los insurgentes en general), se volvieron infiltrados y terroristas. Para argumentar en contra de la intervención estadounidense, los opositores universitarios explicaron el conflicto en términos sociales. La revolución fue el resultado del colonialismo y la explotación. El Viet Cong (y los insurgentes en general), se volvieron movimientos populares.

Desde entonces, los científicos sociales han escrito una literatura considerable en la que debaten las causas estructurales de las revoluciones campesinas y los motivos de los participantes. De ahí la pregunta de Theda Skocpol: “¿Qué campesinos están más inclinados hacia la revolución?”{13} Si Eric Wolf señaló a un amenazado “campesinado medio” con la suficiente “movilidad táctica” para unirse a un movimiento revolucionario, Jeffrey Paige argumentó a favor del proletariado rural, desplazado por la agroexportación y el terrorismo estatal.{14} Cuando los especialistas en Guatemala aplicamos la tradición a nuestra propia área en los primeros años de los ochenta, enfatizamos las raíces sociales de la violencia y del movimiento revolucionario. Heredamos, entre otras cosas, la suposición de una clase revolucionaria única, una clase social (o una fracción o coalición de varias) que estaba respondiendo a [44]las condiciones sociales como un grupo definido e impulsando la insurgencia por su fuerza popular.

Los especialistas en Guatemala también heredamos la suposición de que el movimiento revolucionario era “popular”. Si seguimos a James Scott, los campesinos guatemaltecos se unieron a la guerrilla después de que la penetración capitalista interrumpió su “economía moral” (es decir, una economía tradicional) de agricultura de subsistencia. Por otro lado, si seguimos a Samuel Popkin, los Ixiles eran “campesinos racionales” que se unieron a la insurgencia después de haber calculado sus costos y beneficios. Pero ya sea que la participación se explique en términos de la lógica de la maximización (como Popkin) o como un intento de recuperar una visión puesta en peligro del bien colectivo (como Scott), la suposición es que los insurgentes representan las aspiraciones populares.{15}

¿Cómo logran los insurgentes eso? Las organizaciones de solidaridad ponen mucha fe en los postulados revolucionarios. Suponen que un movimiento revolucionario representa a “el pueblo” en términos de ideología revolucionaria. Pero los estudiosos deben tener en cuenta brechas ideológicas sustanciales entre los intelectuales revolucionarios, sus cuadros y bases, así como una amplia variación en el apoyo local a los insurgentes. De ahí que Popkin señalara que el movimiento revolucionario ha de proveer a los campesinos de beneficios inmediatos y tangibles para ganar su apoyo, como por ejemplo liberarlos de las exacciones de los terratenientes.{16}

Theda Skocpol está de acuerdo en que una organización revolucionaria debe “satisfacer las necesidades campesinas” y “proveer… beneficios.”{17} La misma observación fue hecha por Joel Migdal, quien argumentó que los campesinos se unen a una organización política no por ideología{18} sino por “intercambios materiales inmediatos … que superan algunas de las deficiencias de las redes institucionales.” Según Migdal, sólo cuando los revolucionarios se las arreglan para institucionalizar intercambios de beneficio mutuo con los campesinos, éstos se vuelven revolucionarios.{19}

Tal vez esto explica porqué, en Guatemala, el movimiento revolucionario que parecía tan popular al principio de los ochenta, no lo era al final de la misma década. A excepción de una población de alrededor de 23.000 en las comunidades de población en resistencia, el Ejército Guerrillero de los Pobres falló en la institucionalización de [45] intercambios de beneficio mutuo. De hecho, en la literatura académica se lee frecuentemente que, para alcanzar el éxito, los revolucionarios deben defender a sus partidarios campesinos de la represión estatal. La guerrilla guatemalteca falló en esto. El único beneficio que el EGP brindó a la mayoría de los Ixiles fue protegerlos del ejército, pero no muy efectivamente ni por largo tiempo.

El beneficio de estar protegidos por el ejército se vuelve todavía más paradójico si, como argumentaré en el capítulo 3, la única razón por la que el ejército atacó a los Ixiles fue por la llegada del EGP. Esto sugiere la pregunta de ¿qué vieron los Ixiles en primer lugar en el movimiento guerrillero? Sin lugar a dudas, los conflictos por la tierra, los contratos de trabajo y las elecciones locales eran motivos de queja a los que la guerrilla podía dirigirse. Sin embargo, mantendré que los conflictos étnicos y de clase no explican porqué tantos ixiles se aliaron con el movimiento revolucionario, al menos por un tiempo, ni por qué surgió la violencia política. A juzgar por sus historias, la principal razón por la que los Ixiles echaron su suerte con la guerrilla fueron las presiones coercitivas creadas por los golpes y contragolpes de las dos fuerzas militares, un dilema que los nebajeños describen como vivir “entre dos fuegos.”{20}

La popularidad de esta expresión corrobora la tesis de Timothy Wickham-Crowley en un análisis comparativo entre el terror estatal y el de los movimientos guerrilleros. Una vez que un conflicto armado se inicia, la violencia ejercida por ambos lados viene a ser el factor más importante en el reclutamiento. La gente puede unirse a un movimiento revolucionario no porque comparta sus ideales, sino por salvar su vida, debido a un conjunto de presiones coercitivas que reciben desde ambos lados, a la que llamaré “violencia dual”.{21} De ahí, el hecho de que la insurgencia crezca rápidamente no significa que represente las aspiraciones populares y que tenga un amplio apoyo popular, un hecho que está siendo notado por los especialistas sobre Guatemala.{22}

Obviamente, la represión limitó los testimonios que yo pude recoger. Los ixiles que habían liderado en alguna medida el movimiento revolucionario estaban muertos, en las montañas, o en el exilio en México. Estaba entrevistando sobrevivientes que habían decidido rendirse al ejército en los primeros años de los ochenta, habían sido agarrados en las ofensivas del ejército desde entonces, o habían sido presionados para rendirse por esos mismos ataques. Los ixiles medían sus [46] palabras con cuidado, sin lugar a dudas. Aún en situaciones menos extremas, James Scott ha subrayado la importancia de distinguir entre transcripciones “públicas” y “ocultas”, entre lo que los subordinados dicen a los que tienen el poder y lo que se dicen entre ellos.{23} ¿Cómo puedo saber si los Ixiles están compartiendo sus sentimientos reales cuando dicen ser neutrales?

No lo sé por seguro. Pero su disposición a condenar al ejército que tenía demasiado poder sobre ellos, parecía validar su repudio simultáneo de la guerrilla. Tantos ixiles parecían francos al decir lo que sentían{24} que eso me convenció de tomar sus condenas para ambas facciones como genuinas.{25} No hacerlo parecía aún más problemático. En comparación con lo que los Ixiles le dicen a un oficial del ejército, yo estaba oyendo la transcripción oculta o al menos mucho de ella. ¿Pero, cuánto del espectro de la opinión ixil estaba oyendo? Un amplio margen de la gente de la región ixil, incluidos refugiados recién llegados y ex-combatientes, me dijeron que la guerrilla los había engañado. Esta clase de declaraciones no sólo se escuchaban en la zona controlada por el ejército. En 1991, por lo menos algunos visitantes a la población desplazada en las montañas recogieron las mismas expresiones de neutralismo que los refugiados declaraban después de su traslado a Nebaj.{26}

¿Revolución en la contrarrevolución?

“Esto es lo que queremos: que el mundo sea libre para todos. Que todos hagan lo que quieran pero que haya paz. ¿Por qué tener peleas por religión? Sólo cuando viene el Juzgador lo vamos a saber.” —Pastor evangélico en Cotzal, 1989

A pesar de la victoria del ejército, Nebaj ha pasado por cierta clase de revolución. Usualmente, se concibe a la contrainsurgencia como una defensa a lo establecido; sin embargo, la contrarrevolución puede requerir de algunos de los mismos cambios que busca la revolución. En el caso de la región ixil, mucha de la tierra en manos de individuos de fuera está retornando a manos de agricultores locales, una nueva clase de mayas profesionales se ha hecho cargo de las municipalidades, y los Ixiles están expandiendo sus actividades comerciales a actividades que [47] en el pasado estuvieron dominadas por fuereños, incluyendo puestos permanentes en el mercado, la contratación de trabajo y el transporte pesado. Los contratistas y los finqueros más abusivos han dejado la escena, sus sucesores tejen más fino. Pero la mayoría de las ganancias paradójicas de la violencia han ido a los Ixiles mejor educados y mejor colocados que viven en el pueblo, reforzando tendencias que ya se venían dando desde antes de la violencia. Las relaciones de clase no han cambiado en ningún sentido fundamental en Nebaj. Si algunos ixiles han sacado algunas ventajas de la última década de destrucción, como educación para sus hijos o un empleo en el gobierno, en los reasentamientos casi todo el mundo está peor que antes.

Esto trae la temática más cruel que los Ixiles enfrentan en su lucha por reconstruir sus vidas; data de antes de la violencia, los mira a la cara todos los días y no será resuelta nunca por la negociación política. Me refiero a su relación con sus amadas montañas. Como otros mayas contemporáneos de Guatemala y México, los Ixiles siguen apreciando el cultivo del maíz, su preciosa milpa, que ha sido la base material de su cultura por milenios. Ya en los años sesenta era obvio que los Ixiles enfrentaban una crisis profunda en ecología campesina porque el crecimiento de la población estaba sobrepasando la capacidad productiva de la tierra. La escasez fue paliada por migraciones estacionales masivas a las fincas de café y caña de azúcar, donde los Ixiles trabajaban por el equivalente de un dólar al día, o menos. La productividad de la tierra siempre puede ser expandida, por supuesto, y en este caso el nivel de tecnología empleado por los Ixiles –azadón y monocultivo del maíz, principalmente– parece abierto a una vasta mejora. En los primeros años de los setenta, hubo una escalada en la productividad por el uso de fertilizantes químicos, hasta que un alza en el precio del petróleo los lanzó fuera del alcance de la mayoría de los campesinos. Ahora, la innovación técnica está siendo obstaculizada por la fragmentación de la propiedad y el empobrecimiento de la población, justo cuando los Ixiles siguen teniendo más hijos, para quienes la tierra tendrá que dividirse aún más.

Hay poca evidencia de que los Ixiles están haciendo frente a su crisis ecológica, pero “la situación” puede tener la consecuencia paradójica de darles más espacio político para hacerlo. Si hubo algo que los mayas de Guatemala querían con toda claridad al principio de los años noventa, fue el suficiente espacio de maniobra para tomar sus propias decisiones. [48] En el sur del Quiché, los campesinos mayas organizados en el Concejo de Comunidades Etnicas Runujel Junam (CERJ), rehusaron servir a las patrullas civiles, lo que más de unos cuantos pagaron con su vida.{27} Alrededor del lago de Atitlán, varios pueblos echaron a la Policía Nacional y, en el caso de Santiago Atitlán, expulsaron un destacamento militar responsable del secuestro y asesinato de cientos de personas.{28} Pero la lucha por el espacio político no iba dirigida solamente contra el estado de Guatemala, aunque éste fuera el principal objetivo. En Santiago Atitlán, el pueblo sentó un precedente al pedir a la guerrilla que también se retirara. En el caso del norte del Quiché, los Ixiles, tratando de reestablecer el espacio para la toma de sus propias decisiones, pudieron, con gran renuencia, apoyar a las patrullas civiles del ejército como un modo de protegerse de ambos lados.

Una manera de entender la lucha para abrir un espacio político es en términos de “la sociedad civil”, una categoría amorfa, casi residual, que se define por lo que no es.{29} La sociedad civil existe más allá de los niveles de grupos de parentesco, pero no es el estado o una organización económica: incluye organizaciones religiosas y otras formas de asociación aun cuando éstas no sean completamente autónomas. En las comunidades mayas, señala David McCreery, la sociedad civil acostumbraba ser definida principalmente por la costumbre, la base moral de las jerarquías cívico-religiosas que se desarrollan alrededor del culto a los santos católicos, es decir, las cofradías.{30} Pero los tiempos han cambiado. Con la llegada de colonos ladinos y una nueva economía basada en las fincas, las jerarquías cívico-religiosas se han roto, muchos mayas han repudiado la costumbre y han proliferado nuevas formas de organización social. En consecuencia, la sociedad civil en los pueblos mayas debe ser interpretada en términos de formas de asociación más voluntarias que antes.

En la región ixil, la primera de éstas fue Acción Católica, un movimiento pastoral que iniciaron sacerdotes españoles para convertir a los mayas en católicos ortodoxos. Sus catequistas organizaron “centros” en las aldeas, grupos cuasi-congregacionales que se ocuparon de metas sociales más amplias, como construir escuelas y sistemas de agua potable. Cuando el ejército destruyó las aldeas y quebrantó la Acción Católica, en los primeros años de los ochenta, proliferaron otras dos clases de grupos, frecuentemente guiados por ex-catequistas. Las iglesias evangélicas habían sido, hasta la violencia, islitas en un mar católico. [49]Después, engrosaron sus filas con los Ixiles que huían de la represión militar en contra de la iglesia Católica. Muchos ixiles más se unieron a la renovación carismática, un movimiento cuyos líderes eran ex-catequistas que continuaban identificándose como católicos, pero que habían sido influenciados por el protestantismo pentecostal.

Junto con los catequistas que quedaban, los evangélicos y los carismáticos representaban una reforma religiosa en la tradición ixil. Todos repudiaban la costumbre, acudían a la Biblia en mayor o menor grado, y tenían una organización más o menos congregacional. En 1989, cerca de la mitad de la población decía pertenecer a estos grupos. La mayoría eran dirigidos por ixiles, empleaban formas pentecostales de culto y, en una notable separación de las normas tradicionales, propugnaban una estricta abstención del alcohol. Su dirigencia era prominente en proyectos de desarrollo, activa en política electoral y se movía hacia arriba en el comercio y las profesiones.

Esto era sólo una parte de un cambio más amplio en la sociedad civil de la región ixil. El sistema de autoridad basado en la autoridad de los ancianos principales estaba siendo suplantado por una esfera, más fluida y competitiva, de catequistas, pastores y promotores. El promotor era una figura que había sido alentada por escuelas estatales y agencias de desarrollo para educar y organizar a los Ixiles en nuevas formas. Las obligaciones de servicio comunitario en las jerarquías cívico-religiosas estaban siendo reemplazadas por congregaciones, comités cívicos, cooperativas y partidos políticos. En una sociedad reprimida, estas eran formas de organización social obviamente delimitadas y subordinadas, hasta el punto –en el caso de las patrullas civiles y los comités de desarrollo– de parecer meros instrumentos del estado. Aún así, las más subordinadas, las patrullas civiles que eran denunciadas en los informes de derechos humanos, estaban sirviendo para abrir espacios entre dos ejércitos. Usando un lenguaje ambiguo de neutralidad y salvación, los Ixiles estaban comprometidos en una lucha de baja intensidad para reestablecer el espacio necesario para tomar sus propias decisiones.

Notas

{1} Arqueólogos norteamericanos (Smith y Kidder 1951:78) fecharon las tumbas del clásico temprano que excavaron en Nebaj en 600-1000 d.C.

{2} Para una descripción del calendario sagrado ixil, véase Colby y Colby 1981.

{3} Rodolfo Paiz Maselli, director del Comité de Reconstrucción Nacional en 1982-83, estimó que el 80 por ciento de la población de Quiché, Huehuetenango, Chimaltenango y Alta Verapaz –más de 1.3 millones de personas– fueron forzadas a dejar sus hogares. Según Paiz Maselli, alrededor del 70 por ciento de los desplazados regresaron a sus hogares amparados en la amnistía de Ríos Montt (1982-85) (AVANCSO 1990:11, 19).

{4} Black 1984:81.

{5} Por lo menos siete autores (Marnhan 1985; Sheehan 1989; Daniels 1990; Mc-Guire 1991; Wright 1991; Canby 1992; Perera 1993) han incluido viajes a Nebaj en sus libros.

{6} Después de nuestra partida, en diciembre de 1989 y enero-febrero de 1990, dos hombres y uno de sus hijos, que vivían cerca de la cabecera municipal, fueron asesinados en una ejecución nocturna al estilo de las practicadas por el ejército. Una víctima, se dice, había declarado que las patrullas civiles eran inconstitucionales; la otra vivía a las orillas del pueblo y se dice que había comerciado con la guerrilla.

{7} Las mujeres ixiles se han convertido en las “chicas de la portada” de la guerra centroamericana. Su iconografía aparece en trabajos como los de Simon 1987, Manz 1988, y Carmack 1988, así como también en innumerables publicaciones de solidaridad y tarjetas postales. Los fotógrafos más conocidos incluyen a Jean-Marie Simon, Patricia Goudvis, Derrill Bazzy, y Gianni Vecchiato.

{8} Tanner 1988. Dos asociados que visitaban Nebaj me dijeron que la embajada de Estados Unidos había sido de mucha ayuda al pagar las cuentas médicas de Jody Duncan. Ella no fue la única extranjera que encontró su destino en la región ixil. En 1979, tres “mochileros” ignoraron las advertencias sobre el peligro de ir caminando a Cotzal; fueron víctimas de un robo y despachados con una bala en la cabeza. Sus atacantes posiblemente eran hombres armados por el EGP. Uno de los turistas sobrevivió. En 1985 dos norteamericanos fueron emboscados y ejecutados por patrulleros civiles del asentamiento ladino de Llano Grande, al oeste del territorio ixil. En este caso el motivo también parece haber sido el robo. A pesar de estos infortunios, la mayoría de los turistas parecían llevar una existencia agradable. Esto es especialmente sorprendente en vista de la especulación causada por su incauto comportamiento. Afortunadamente, ninguno de los tres grupos armados parecía esperar de ellos un comportamiento de acuerdo a los estándares normales en una zona de conflicto. Cuando pregunté a un Capitán del ejército si él consideraba seguro caminar a Sumal Grande, me respondió que los gringos podían hacerlo, pero no él o cualquier otro que vistiera un uniforme del ejército. Se dice que la guerrilla suspendió la emboscada de un camión cuando se dio cuenta de que un gringo viajaba en la parte trasera.

{9} Según el censo de 1880, Cotzal tenía 66 alfabetas en una población de 2.825 mientras que Nebaj tenía alrededor de la mitad de ese número (31) en una población de más del doble (5.945). Setenta y cuatro estudiantes estaban inscritos en la escuela en Cotzal y sólo veinticuatro en Nebaj. Cotzal tenía un total de ciento veinte artesanos (tejedores principalmente) y Nebaj sólo 7 (cifras cortesía de Pierre van den Berghe).

{10} De acuerdo con la nueva ortografía de la Academia de las Lenguas mayas de Guatemala, en este trabajo se cambia la escritura de los idiomas mayas como sigue: quiché a k’iche’, cakchiquel a kaqchikel, kanjobal a q’anjob’al, kekchí a q’eqchi’, tzutujil a tz’utujil, y aguacateco a awakateko.

{11} Un grupo coordinador que, desde 1982, ha incluido al Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), la Organización del Pueblo en Armas (ORPA), las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), y una fracción del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT).

{12} Burgos-Debray 1983. Sería difícil exagerar la influencia de Mi nombre es Rigoberta Menchú, que se ha convertido en el testimonio personal más popular de Latinoamérica en años recientes. El libro ha levantado un interés considerable en los estudios multiculturales y feministas, así como también en antropología, parece que se mueve hacia un estado de canonización, y ha catapultado a la autora al Premio Nobel de la Paz de 1992. Para un ejemplo de la literatura crítica sobre el trabajo, véanse los ensayos en Latin American Perspectives en sus números de Verano y Otoño de 1991, especialmente los de Doris Sommer y Marc Zimmermann.

{13} Skocpol 1982:353.

{14} Wolf 1969:291; Paige 1983.

{15} Popkin 1979; Scott 1976; Paige 1975. Mi propósito es sólo cuestionar la premisa de que la participación en un movimiento revolucionario refleja las aspiraciones populares, no tratar con las teorías en sí. Jeffrey Paige (1983:731-33) es el único de estos teóricos que habla sobre Guatemala, cuando el país estaba en la cima de la violencia (y de la confusión) en los primeros años de los ochenta. El concluye que los campesinos mayas se unieron al movimiento revolucionario porque estaban siendo proletarizados rápidamente por los terratenientes, una posición basada en concepciones erradas prevalecientes en los ochenta, sobre lo cual hablaré en el capítulo tercero.

{16} Popkin 1979:262.

{17} Scott 1976; Popkin 1979; Skocpol 1982:365.

{18} En el caso de Guatemala, Richard Adams (Newbold 1957) también encontró una falta de compromiso ideológico cuando entrevistó líderes campesinos aliados de los comunistas que fueron arrestados después de la caída de Arbenz en 1954.

{19} Migdal 1974:211-12, 228, 247, 247-48.

{20} En el vecino pueblo q’anjob’al de Santa Eulalia, Huehuetenango, Shelton Davis (1988:26) escuchó la expresión parecida “entre dos espinas”. Roland Ebel (1988:188) notó la misma percepción de la violencia en el pueblo mam de San Juan Ostuncalco, lo mismo hacen los diarios de Ignacio Bizarro Ujpán, un tz’utujil del lago de Atitlán (Sexton 1992:41-43).

{21} Wickham-Crowley 1990.

{22} Compárese con Earle 1991:798, Smith 1992:32, y van den Berghe 1990:262-63, 280-81.

{23} Scott 1990.

{24} Compárese con la descripción de Berryman (1991:104) de una parroquia en el altiplano en donde cuatro o cinco mil personas fueron asesinadas, los trabajadores de la iglesia católica que regresaron al área “encontraron gente sorprendentemente dispuesta a hablar sobre la violencia”. De hecho, la violencia era un punto de referencia común en su conversación. Ellos … podían mencionar ‘nos trataban peor que a perros’ refiriéndose a cómo el ejército actuaba si sospechaba que tenían lazos con la guerrilla. Sin embargo, tan pronto como la discusión se dirigía hacia cualquier clase de organización, ellos podían resistir: “Ah, esto es como las reuniones que ellos acostumbraban hacer en la noche” en referencia a cómo la guerrilla organizó a la población.

{25} Si los Ixiles simplemente maldecían a la guerrilla, sus declaraciones podrían ser fáciles de explicar como una postura retórica para complacer al ejército. Pero cuando ellos critican al ejército en el mismo tono, a pesar del poder manifiesto del ejército en sus vidas, se vuelve aparente que ellos no están simplemente diciendo lo que el ejército quiere que digan.

{26} Para una explicación de esta situación, véase la sección acerca de las Comunidades de Población en Resistencia en el capítulo 9.

{27} Americas Watch 1989. Runujel Junam significa “todos somos iguales” en k’iche’. En los tres primeros años de existencia del CERJ, quince de sus miembros desaparecieron o fueron asesinados (Hockstader 1991).

{28} Loucky y Carlsen 1991.

{29} Muchas gracias a Jo-Marie Burt por recordarme este concepto en el momento oportuno.

{30} McCreery, de próxima publicación. Segín Robert Bocock, citado por McCreery, la sociedad civil consiste de “otras organizaciones en una formación social que no son parte de los procesos de producción material en la economía ni parte de las organizaciones fundadas por el estado, pero que son instituciones relativamente de larga duración apoyadas y dirigidas por personas que está afuera de las otras dos esferas mayores. Un componente principal de la sociedad civil así definida pueden ser las organizaciones e instituciones religiosas.” Para una colección de artículos sobre el concepto de sociedad civil en la filosofía política contemporánea, principalmente en el contexto europeo, véase Keane 1988.

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