David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Segando la cosecha

«A partir de 1979, la iglesia ha crecido de 200.000 personas hasta 1.200.000 en el Salvador», afirmó un misionero de la derecha religiosa en 1986. «Piénsenlo: ¿Cuál ha sido el catalizador?... [son] las condiciones revolucionarias, la guerra... Ahora veámoslo fríamente, con lógica. Si nuestro objetivo principal es ganar almas para Jesucristo, y si nuestras iglesias evangélicas han sido las principales beneficiarias de la guerra en El Salvador, amigos ¿no creen que debemos hacer todo lo posible para que siga la guerra?... Eso es la pura lógica, ¿no?» El orador, Ted Ward, de Ministerios Paravida en Fort Worth, Texas, añadió rápidamente que no abogaba esa clase de lógica. Pero ésta le vino a la mente durante su ministerio para refugiados, en cooperación con los programas de pacificación del ejército salvadoreño.

«[La subversión] está hecha sólo de promesas», continuó Ward. «Tan sólo la promesa para estos pobres de que participarán de la riqueza de la nación, que tendrán una casa, que se proporcionará educación para sus hijos, que se entregará atención médica para la familia, tan sólo la promesa de estas cosas producía una reacción tan fuerte entre la gente.»

«Ahora les pregunto, ¿qué ocurriría si las iglesias evangélicas, manifestando un amor al prójimo honesto ante Dios, comenzaran a llegar a estos países con las promesas que hicieron los marxistas? ¿que ocurriría con la amenaza marxista en América Latina si las iglesias evangélicas, [390] las misiones y los grupos humanitarios relacionados con la iglesia utilizaran los principios justos de compartir la vida con estas personas?»{53}

Los misioneros como Ward se daban cuenta de que, para competir con la izquierda revolucionaria, tenían que responder a las necesidades de personas que se encontraban más empobrecidas que nunca. Predicar sobre la paz interior, el fin del mundo, y el gran reino en el cielo, no los llevaría muy lejos. Si los conservadores deseaban permanecer a la cabeza de la marcha de sus neófitos hacia Dios, tenían que ayudarlos en su lucha diaria por la supervivencia. Las nuevas iglesias no durarían a menos que detuvieran el derrumbamiento hacia la miseria.

La simple prohibición del alcohol, el tabaco y otros vicios ayudaba a los pobres a ajustar las economías de sus hogares. Pero aquello era sólo un respiro, a medida que su poder adquisitivo se desplomaba. Aún en Chile, la declinante economía parecía desilusionar a los colaboradores pentecostales del régimen de Pinochet e impulsar a la oposición, en un retorno hacia las iglesias políticamente divididas de los años setenta.{54}

La ideología del desarrollo afirmaba ofrecer soluciones a largo plazo. Pero aquí los evangélicos parecían estar reviviendo las ilusiones de generaciones anteriores de misioneros y expertos en desarrollo. De acuerdo a Guillermo Cook, un miembro de la Misión Latinoamericana, la crisis económica había neutralizado la capacidad de la ética protestante de «redimir y levantar» a los neófitos. Bajo condiciones menos hostiles, el protestantismo había ayudado a los neófitos a ascender en la escala social. Ahora, cree Cook, el dinamismo liberado por el protestantismo tendrá que ir en otra dirección.{55}

La historia de movimientos sociales está llena de cambios, desde un énfasis redentor (la salvación del alma) hacia uno transformativo (la transformación del mundo), o viceversa, con frecuencia después de la primera generación de participantes.{56} Un cambio así podría proporcionar una oportunidad para que los elementos de la teología de la liberación entren en juego con bases mucho más amplias que las actuales. En cuanto a las creencias pentecostales sobre la liberación, por lo menos en el Brasil claramente descienden de la tradición de movimientos [391] mesiánicos de aquel país. El sentido de urgencia que generan los pentecostales, su actitud adversaria hacia «el mundo», y su opinión de sí mismos como «los pobres de la tierra» se añaden a lo que Carlos Brandão ha llamado «el sentimiento de una guerra santa... junto con la esperanza de una lucha final que volverá a crear el orden social.» El énfasis dualista y maniqueo en la pureza, en la distinción radical entre este mundo pecaminoso y el bendito de más allá, ¿podría convertirse en una fuerza política?{57}

Se puede vislumbrar varios escenarios. Uno es el enfrentamiento directo con el estado latinoamericano, lo que implica que deberá ocurrir un cambio del énfasis redentor hacia el transformador. Salvo para insistir en la libertad religiosa, los evangélicos latinoamericanos rara vez han desafiado al estado. Los observadores como Jean Pierre Bastián y Rubem Alves piensan que el protestantismo ha fracasado, al ser asimilado por la tradición autoritaria de América Latina. Pero tal vez necesitamos tener paciencia: en Europa, el proceso social asociado con la Reforma duró siglos.

Según el segundo escenario, los evangélicos se extienden desde las clases bajas hacia las medias y altas hasta fundirse en influyentes estructuras evangélicas a nivel nacional –un proceso que ya está en camino– y que logran imprimir sus valores en la sociedad –un proceso que todavía tiene mucho que recorrer, a juzgar por la subida y caída de Ríos Montt–. Al renegociar gradualmente su posición con las clases dominantes, sectores emergentes de la clase media podrían fomentar un sistema más abierto e igualitario, minando a las antiguas estructuras de poder en lugar de derrocarlas.

Aunque ésta puede parecer una visión utópica, las misiones e iglesias evangélicas están por lo menos produciendo nuevos líderes para los movimientos populares. Un ejemplo es el Instituto Lingüístico de Verano en el Perú. A pesar de que el SIL puede ser criticado en muchos aspectos, gran parte de los líderes de las actuales organizaciones indígenas en la amazonía peruana surgieron de sus escuelas bilingües. Al igual que la teología de la liberación en términos más obvios, las nuevas organizaciones e instituciones que resultan del evangelismo pueden [392] colocar nuevas presiones sobre las elites y es concebible que puedan redefinir la cultura política.

«Se debe adoptar una perspectiva amplia» me dijo el antropólogo y misionero presbiteriano David Scotchmer, «porque a corto plazo, sí, la religión evangélica es reaccionaria. Pero gran parte de la segunda y tercera generaciones pierden su espiritualismo y comienzan a presentar distintas preguntas a la Biblia.»{58} Mientras las iglesias evangélicas crezcan rápidamente, estos efectos se encuentran cubiertos por el continuo influjo de nuevos miembros. Pero el crecimiento tiene sus límites. Las generaciones subsecuentes generalmente no logran mantener el fervor de las primeras, pero se encuentran a sí mismas en nuevas y desafiantes situaciones, en las cuales utilizan su herencia protestante en nuevas formas.

Existe, por supuesto, un tercer escenario: que los evangélicos no lograrán ser una fuerza importante para el cambio social. El fuerte sectarismo de tantos evangélicos, su evasión a los asuntos políticos y el aislamiento de «reformadores dentro de la reforma» hacen de éste el escenario más defensible al momento. «Déjame hacer lo mío, si de esto resulta una revolución social, depende de Dios... no de mí»,{59} es la actitud típica. El aparente agotamiento del protestantismo en el Caribe de habla inglesa y holandesa –Jamaica, las Bahamas, Belice, Barbados, Guyana, y Surinam– sugiere que aún el surgimiento de mayorías protestantes podría tener poco impacto en las estructuras sociales que estimulan la pobreza y la violencia en la vida latinoamericana. Bajo tales condiciones, los evangélicos bien podrían seguir con su política conservadora, como la más adecuada para la supervivencia en economías que se deterioran sin alternativas políticas convincentes.

Aún así, los evangélicos están dando a los latinoamericanos una nueva forma de organización social y una nueva forma de expresar sus esperanzas. El grado hasta el cual pueden proporcionar a los conversos los corolarios terrenales de gracia –liberación del hambre, seguridad personal y superación– es probablemente muy limitado. Pero para millones de latinoamericanos que luchan para sobrevivir al desarrollo capitalista y a los experimentos sociales fracasados, las iglesias evangélicas se han convertido en lo que Richard N. Adams llama vehículos de supervivencia.{60} [393] En donde la organización social tradicional se está resquebrajando, las iglesias evangélicas constituyen grupos más flexibles en los cuales la participación es voluntaria y el liderazgo es carismático. Por lo tanto, son más adaptables a los cambios rápidos. Lo que tengan guardado para el futuro es una pregunta abierta.

Notas

{53} C. Edward Ward, Coalition on Revival, 2-4 de julio de 1986, Washington, D.C.

{54} Chacón Herrera y Lagos Schuffeneger 1986: 48-49, 59.

{55} Cook 1985: 280-281.

{56} Aberle 1966: 315-333.

{57} Carlos Rodrigues Brandão, según se le cita en la reseña de su Os Deuses do Povo (Rio: Editorial Brasilense, 1980) por Guillermo Cook, Missiology, abril de 1982, págs. 245-256. También Endruveit 1975: 150-151.

{58} David Scotchmer al autor, 4 de octubre de 1986.

{59} David Scotchmer al autor, 4 de marzo de 1987.

{60} Adams 1981b.

 

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