David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Reinterpretando la invasión de las sectas
como un despertar evangélico

«Aquellos americanos son los franciscanos y dominicos de nuestro tiempo. Ellos podrán no verlo de esa manera, pero son el arma religiosa de un sistema económico, político y cultural.» –Salomón Nahmad, Instituto Nacional Indigenista de México.{1}

«Una iglesia es solamente una estructura. Depende de cómo se la llena.» –R. Dayton Roberts, Misión Latinoamericana y Visión Mundial.{2}

En febrero de 1988, Jimmy Swaggart llevó el evangelio a la capital de la revolución sandinista. Fue una semana antes de que saliera del aire, después de confesarse a su teleaudiencia un domingo por la mañana, de un pecado que resultó ser adicción a la pornografía. Algunos se preguntaban si la repentina confesión le había sido exigida como represalia por su viaje a Nicaragua. Al ir, había permitido a los sandinistas que demostraran su respeto por la libertad de culto, incluso para un partidario de los contras como él. Durante la cruzada, la televisión sandinista pasó sus propagandas y se transmitió una reunión en vivo a través de la radio nacional. Unos pocos días después, las fotos que lo implicaban en el pecado llegaron a su denominación, las Asambleas de Dios.{3}

La visita de Swaggart fue planeada por dos empresarios texanos, quienes habían organizado banquetes de oración para los comandantes sandinistas en 1980. Año tras año, Newman Peyton Jr. y Glen Norwood, este último uno de los más grandes constructores de viviendas en [364] el sur de los Estados Unidos, habían recorrido América Central y el Caribe, algunas veces hasta América del Sur, dando testimonio a los presidentes y hombres fuertes de la región. Algunas veces llevaban consigo a su buen amigo el General Charles Duke, el decimoprimer hombre en la Luna. Estos dos hombres se habían sentado con George Price en Belice, Forbes Burnham en Guyana, Alfredo Stroessner en Paraguay, Ríos Montt en Guatemala, cinco presidentes en Honduras, presidente tras presidente en Costa Rica, sin hablar de los comandantes sandinistas Tomás Borge y Daniel Ortega. Cualquiera que fuese el tema, se habían sentado con estos líderes y lo habían discutido: la salvación eterna –el mismo mensaje para todos, desde Stroessner hasta Borge–; convertir a Jonestown en un centro para los refugiados Hmong; negociaciones fronterizas entre países; solicitar a los generales del Pentágono que trataran a los muchachos sandinistas como a seres humanos; incluso un intento de razonar con Pat Robertson, sin éxito. Y esta vez, llevar a Jimmy Swaggart a Nicaragua.

Desde fuera, las excursiones evangélicas de Glen Norwood y Newman Peyton podrían parecer una especie de conspiración, otro tentáculo del gran pulpo del norte. Pero si ésta era una conspiración, no tenía mucho éxito. El galanteo con los sandinistas era totalmente inaceptable para su organización, la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo. Newman había sido el director de la Fraternidad para América Latina, operando desde Houston. No obstante, no podía prevalecer contra los generales de la Fraternidad, hombres cuya respuesta final era siempre que ellos tenían su información, por supuesto clasificada, la cual probaba que Nicaragua era una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Una vez un general estalló frente a su sugerencia contraria. Por lo tanto, era una liberación estar fuera de allí, ser liberado de la Fraternidad del Evangelio Completo por demostrar fraternidad con los comandantes sandinistas.

Para aquellos de nosotros que no somos creyentes, las excursiones evangelísticas de Glen Norwood y de Newman Peyton podrían parecer extrañas. No a todos se les pasaría por la mente que los sandinistas pudieran estar interesados en el testimonio de un astronauta norteamericano. O que Daniel Ortega pudiera orar por Ronald Reagan. O que un paladín de la derecha religiosa pudiera decir a los nicaragüenses que [365] Dios ama a su presidente sandinista. Pero ese fue el resultado de otro de sus banquetes de oración, esta vez para los comandantes sandinistas y los empresarios norteamericanos a finales de 1987. Después, la gente de Swaggart se acercó a los sandinistas, sólo para ser rechazados por la junta. Newman Peyton se comunicó con Daniel Ortega, quien únicamente pidió que Swaggart se mantuviera alejado de la política.

No es difícil adivinar los cálculos políticos, los costos y beneficios para cada grupo en esta negociación. Para los sandinistas, sería un estímulo para sus recalcitrantes ciudadanos pentecostales, al igual que el año anterior cuando permitieron una cruzada del sanador por la fe Yiye Avila, para consternación de los cristianos pro-sandinistas. A cambio, una vez que los conservadores norteamericanos pudieran ver en televisión a Jimmy Swaggart en Managua, quizás ya no verían la necesidad de apoyar a los contras. Esto esperaban los sandinistas más optimistas; otros rechazaban la idea de dar la bienvenida a una figura que había apoyado la guerra en su contra. Pero había otro beneficio irrefutable, un aspecto típico de las visitas estatales por parte de evangelistas importantes, el de recordar a la jerarquía católica que ya no tenía un monopolio religioso. Para Jimmy Swaggart, ésta era su oportunidad para predicar en un país en donde le habían llevado a creer que el evangelio estaba prohibido. Y, por supuesto, más filmación de América Central para las fauces insaciables de su programa de televisión y donantes. Por supuesto, surgiría la acusación de que había permitido dejarse manipular para fines políticos izquierdistas. «Esto le costará a Jimmy su credibilidad», observó Newman Peyton, pocos días antes de que el ministerio de Swaggart fuera prácticamente destruido. «El sabe que se va a dar una reacción.»

El evangelista entregó su mensaje desde la Plaza de la Revolución en el centro de Managua. Detrás de él se encontraban las ruinas de la catedral católica que había sido destruida en un terremoto. Desde arriba lo miraban inmensos retratos de santos políticos sandinistas Qué situación para una predicador pentecostal de pueblo chico. Aunque el protestantismo evangélico sea un santificador atolondrado de los poderes de este mundo, en este caso Swaggart solicitó oración para un Cesar poco probable. Sólo le costó un pequeño giro en su acostumbrado mensaje. Medio mundo culpa a los sandinistas por los problemas de Nicaragua, [366] dijo a una multitud de veinticinco mil personas en la Plaza de la Revolución. Pero la culpa no era de los sandinistas. La otra mitad del mundo decía que la culpa era de los contras, continuó. Pero la culpa tampoco era de ellos. La causa de los problemas de Nicaragua era el demonio. Esta era la hora de Dios para Nicaragua e iba a hacer cosas potentes.{4}

Preferiría finalizar con una escena enigmática como ésta. Otras también podrían servir. Pero es mejor concluir con una revisión de las principales interrogantes que han surgido y la dirección hacia la cual apuntan. Cuando concebí este proyecto, pretendía lograr dos objetivos. En primer lugar, quería explicar el despertar evangélico en América Latina para los no-creyentes, entre los cuales me incluyo. ¿Era realmente una función de los dólares y evangelistas norteamericanos, como lo han asumido muchos críticos de la izquierda y de la Iglesia Católica? En segundo lugar, quería advertir a los evangélicos, por lo menos a aquellos que valoran la independencia de sus iglesias con respecto al estado, para que no permitan que sus misiones sean sobornadas por las políticas militaristas e inmorales que emanan desde Washington.

Ninguno de estos problemas era muy profundo, por lo menos al nivel que yo quería tratarlos. Solo registrar las disputas y los debates en el mundo evangélico –entre los expertos del iglecrecimiento, los misioneros que adoptan una imagen corporativa transnacional, los patriotas de la derecha que se presentan para la última operación de la CIA, y los disidentes que piden una reforma dentro de la reforma– hizo mucho para clarificar el tema. No fue difícil demostrar cómo la derecha religiosa ha tratado de convertir al trabajo misionero en un instrumento para el militarismo norteamericano. Tampoco es difícil demostrar que, aún en sus manifestaciones más sectarias y reaccionarias, el protestantismo latinoamericano presenta adaptaciones vitales de los pobres a circunstancias abrumadoras.

Sin embargo, las preguntas simples conducen hacia otras más complejas. ¿Por qué una religión que parece estar en contra de los intereses de los pobres los ayudaría en su lucha por la supervivencia? ¿No es paradójico el que un hombre como Jimmy Swaggart, percibido por muchos como un fanático, tuviera un atractivo tan poderoso en América Latina? ¿Por qué los pobres buscan milagros en las figuras religiosas [367] que los dicen que se sometan a gobiernos opresivos? ¿Podía la sorprendente marejada evangélica afectar el curso de los eventos en América Latina?

Hasta donde puedo ver, la pregunta fundamental es la dirección tomada por la reforma religiosa en América Latina. Hasta hace pocos años, el discurso evangélico sobre transformar América Latina en protestante me causaba gracia. Ahora ya no lo hace. El protestantismo evangélico tiene tanto éxito que pone en tela de juicio a su gran rival, la teología de la liberación. Por mucho que se haya hablado de las comunidades de base de la teología de la liberación, las iglesias del protestantismo evangélico se encuentran mucho más extendidas e incorporan a un número de gente bastante mayor. De lo que he visto de las competencia entre las dos, la religión evangélica lleva las de ganar.

Notas

{1} Citado en Simons 1982: 117.

{2} Entrevista del autor, 24 de enero de 1985, Monrovia, California.

{3} Funcionarios de las Asambleas negaron que existiera conexión alguna entre los dos eventos.

{4} Tom Jelton, informe desde Managua, Nicaragua, para «All Things Considered», National Public Radio, principios de febrero de 1988. Richard Boudreaux, «U.S. Evangelist Preaches to 25.000 in Managua», Los Angeles Times, 15 de febrero de 1988, págs. 1, 18. Entrevista telefónica del autor con Newman Peyton, Jr., 23 de marzo de 1988. Para el relato de Swaggart, véase «From Me to You», The Evangelist (Baton Rouge, Louisiana: Jimmy Swaggart Ministries), abril de 1988, págs. 24-26.

 

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