David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Adventistas, Mormones, Testigos

Un misionero conocía pocas aflicciones mayores que el ser confundido con otro grupo al que él consideraba como una secta falsa; que, en el mismo aeropuerto en donde encontraba a un solo nuevo asistente de los Estados Unidos, dejaba a una docena de estos ayudantes; y esto era algo que estaba creciendo mucho más rápido que su propia iglesia. A medida que los protestantes introducían la secta en América Latina, otros disidentes seguían sus huellas. Los más numerosos eran los pentecostales, con quienes otros evangélicos gradualmente se pusieron de acuerdo. Pero las más visibles eran tres iglesias de los Estados Unidos, a las que los evangélicos encontraban tan difíciles de aceptar que, en diversos grados, las clasificaron como religiones distintas. Estas eran los Adventistas, los Testigos de Jehová y los Mormones.

Durante la década de 1970, los Adventistas del Séptimo Día parecían ser la iglesia no-católica más grande en México, Honduras, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.{6} La iglesia creció tan rápidamente en América Latina y en Africa que únicamente el 15% de sus 4,4 millones de miembros en 1984 eran norteamericanos.{7} De acuerdo a un estudio de iglecrecimiento, una razón para su éxito fue transferir el liderazgo hacia los neófitos. Otro era un programa médico y educacional estrechamente ligado al evangelismo.{8} Para los campesinos que deseaban una escuela para sus hijos, un profesor adventista con salario era un aliciente poderoso; a cambio, él los organizaba en una congregación.

Los adventistas eran particularmente controvertibles debido a dos doctrinas basadas en el Antiguo Testamento. La primera, que prohibía toda actividad mundana el sábado, desorganizaba muchos días de trabajo comunitario. La segunda, que prohibía comer cerdo y ciertos otros tipos de carne, fomentaba la desnutrición cuando los neófitos carecían de otras fuentes proteínicas. Sin embargo, idiosincrasias como éstas no impidieron [130] su crecimiento: en el Perú, un grupo disidente conocido como los Israelitas llevaron dichas reglas aún más lejos, hasta el punto de regresar a los sacrificios, barbas largas, y túnicas blancas del sacerdocio aarónico. Identificando a la Amazonía como la Tierra Prometida, los Israelitas fundaron colonias y para los años ochenta, rivalizaban en tamaño con las denominaciones evangélicas más grandes.{9}

Regresando a los adventistas ortodoxos, su obsesión con la pureza ritual y con el fin del mundo les dio un reputación autoritaria. Rechazaban como apóstatas a otros fundamentalistas, quienes correspondían la opinión con el fundamento de que los adventistas daban una importancia no-bíblica a las visiones de su fundadora, la profeta Ellen G. White (1827-1915). No obstante, muchos adventistas deseaban ser aceptados como cristianos evangélicos. Durante las décadas de 1960 y 1970, surgió una tendencia más «bíblica», una que deseaba dejar a un lado las enseñanzas adventistas si éstas contradecían las escrituras. A pesar de que ciertos partidarios de esta tendencia fueron purgados, ésta ayudó a los adventistas a ganar una medida de aceptación entre los evangélicos.{10}

En cuanto a los mormones y a los Testigos de Jehová, no tenían la menor posibilidad de ser admitidos en la fraternidad evangélica, pero esto no evitaba que los católicos les agrupasen a todos juntos. Según un estudio realizado en Costa Rica, las dos clases de evangélicos más familiares para los católicos eran los mormones y los Testigos, sugiriendo que éstos eran los más influyentes en formar las percepciones que los católicos tenían de los protestantes.{11} Sin duda, esto se debía a su asombrosa capacidad para visitar puerta a puerta, lo cual eran censurado por otros evangélicos por la mala imagen que les proporcionaba. En Costa Rica, un historiador evangélico se quejó de que los Testigos «acabaron con la venta de literatura religiosa puerta a puerta debido a sus métodos rústicos y descarados».{12} En cada país que visité hace algún tiempo, pensé haber visto al mismo par de norteamericanos altos y jóvenes, vestidos con trajes oscuros con sus nombres en el pecho, dando pasos largos uno junto al otro en la calle. Estas apariciones eran misioneros mormones, y solo unos pocos de los treinta mil que pasan dos años de sus vidas yendo de puerta en puerta alrededor del mundo. [131]

Debido a la reciente fundación del mormonismo –formalmente la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días (LDS)– sus afirmaciones sobrenaturales han sido sujetas a pruebas y revelaciones históricas en un grado mucho mayor que el cristianismo ortodoxo, debido a los orígenes más distantes de este último. El fundador de la iglesia, Joseph Smith (1805-1844), creció en una parte de la frontera norteamericana conocida como el «distrito quemado» por sus incesantes avivamientos. La mofa comenzó después de que Smith informó que un ángel lo había visitado y lo había dirigido hacia una serie de tablas de oro enterradas cerca de Palmyra, Nueva York. En las tablas se encontraban las escrituras de la nueva fe, el Libro de Mormón. De acuerdo a este libro –que tenía cierta semejanza con la Biblia del Rey Jaime y otros trabajos religiosos populares a principios del siglo diecinueve– las tribus perdidas de Israel llegaron a América alrededor del año 600 A.C., fueron visitadas por Cristo en el año 34 D.C., y subsecuentemente se convirtieron en indígenas americanos.{13}

Después del asesinato de Smith, sus seguidores fueron perseguidos hasta el otro lado de los Estados Unidos, hacia su inhóspito Zion, el Gran Lago Salado, en donde erigieron uno de los grandes experimentos utópicos del siglo diecinueve. Desde entonces, mucho ha cambiado: el comunalismo de los primeros años abrió paso al capitalismo; la poligamia se abandonó para convertirse en estado de los Estados Unidos; y en 1978 a los hombres negros, previamente excluidos del sacerdocio por llevar la marca de Caín, se les concedió la igualdad. Lo que no cambió fue el énfasis de la iglesia sobre la autoridad patriarcal, el trabajo duro, y la unidad familiar.

A finales de los años setenta, los valores de los mormones atrajeron a la derecha religiosa en su búsqueda de una nueva «mayoría moral». Entre otras cosas, la derecha religiosa admiraba la estrecha alianza entre iglesia y estado en el fuertemente mormón estado de Utah.{14} Pero muchos fundamentalistas no querían tener nada que ver con los mormones por sus doctrinas tan heterodoxas. También temían sus tasas de crecimiento, las más altas de las principales denominaciones norteamericanas. Para 1985, con 3,8 millones de miembros en los Estados Unidos y otros 2 millones en el extranjero, los logros de la iglesia en el sur [132] de los Estados Unidos provocó una reacción fuerte por parte de los Bautistas.{15}

En América Latina, las tasas de crecimiento mormón eran incluso superiores, y fomentaban la misma clase de reacción evangélica. «Un templo de la oscuridad se abrió el mes pasado en Guatemala», informó Gospel Outreach sobre una ceremonia mormona.{16} El primer templo mormón en América Latina –algo así como una catedral católica en significado ritual– no fue abierto hasta 1978. Pero a mediados de la década siguiente, siete más fueron consagrados. Desde 1965 hasta 1975, la membrecía latinoamericana se triplicó a 337.000. Durante la década siguiente ascendió a 1,2 millones, con las más grandes concentraciones en México, Brasil, Chile, Argentina y Perú.

A pesar de la esperanza de que los indígenas americanos de ascendencia israelita están predispuestos a sus enseñanzas, la iglesia tiende a encontrar sus neófitos en otros lugares, como entre los habitantes urbanos en ascenso.{17} Aparentemente, el evangelismo de puerta a puerta no es muy productivo, pero el reclutamiento por las redes sociales de los ya convertidos sí lo es.{18} Sociológicamente, los mormones latinoamericanos son difíciles de distinguir de los evangélicos más ortodoxos. Pero se dice que sus fenomenales estadísticas de crecimiento han sido exageradas por la competencia entre las diócesis mormonas (llamadas «stakes») y la presión para llenar cuotas. En Oxapampa, Perú, una pareja que me contó eran mormones trabajaban como cantineros.

Aún así, su esfuerzo misionero es impresionante. En Colombia, otros evangélicos acusaron a los mormones de alarmar a las autoridades al solicitar quinientas visas a la vez, hasta el punto de que éstas llegaron a restringirlas.{19} En toda América Latina, 8.136 misioneros estaban sirviendo en 1985 –únicamente un 27% menos que los 11.196 misioneros protestantes no mormones de América del Norte.{20} Tal vez debido a los informes de que los reclutadores de la CIA favorecían a antiguos misioneros mormones por su patriotismo, por su estricta moralidad, y por su experiencia en ultramar,{21} la iglesia atrajo una cuota de persecución mayor a la acostumbrada. En Chile los lugares de reunión fueron el blanco de veinte y dos ataques de bombas y de incendios premeditados en dieciséis meses. Los perpetradores dejaron panfletos acusando a los [133] mormones de ser agentes del imperialismo yanqui.{22} No obstante, el conservadorismo político de la iglesia no protegía a miembros de la misma clase de represión experimentada por otros latinoamericanos. En Guatemala, un líder laboral asesinado en 1980 por los escuadrones de la muerte era un obispo mormón.{23}

El segundo gran paria del cristianismo evangélico en América Latina eran los Testigos de Jehová. Su fundador Charles Taze Russell calculó que el mesías regresaría a la tierra en 1914. Tras muchos años de desilusión y varias predicciones pospuestas –incluyendo la de 1975 y la del 2 de octubre de 1984– el liderazgo se encontraba luchando contra una nueva herejía. Era que el mesías había regresado en la persona del cantante Michael Jackson, que fue criado como Testigo y que decía seguir siéndolo todavía.{24}

Incluso más que los Mormones, los Testigos debían su omnipresencia no a los vastos números –en 1982 afirmaban tener 2,4 millones de miembros alrededor del mundo, de los cuales 392.000 estaban en América Latina– sino al evangelismo compulsivo. Se espera que cada miembro pase gran parte de su vida golpeando las puertas y distribuyendo las publicaciones de su casa editorial «Atalaya». De acuerdo a las estadísticas celosamente mantenidas por el grupo, solo 172.859 miembros dedicaron al evangelismo un total de 384.856.662 horas únicamente en 1981. Unas 2.000 a 3.000 horas se dedicaban para cada neófito bautizado, en contraste con la proporción mormona de unas 710 horas para cada bautismo. Al golpear en tantas puertas –un promedio de unas 740 por cada bautismo de acuerdo a unos cálculos de 1976– los Testigos encontraban a personas que enfrentaban crisis y no tenían a nadie a quien acudir. Ellos ofrecían a los afligidos un hombro en el cual apoyarse, luego los estimulaban a identificar al «mundo» como el origen de sus problemas, y a tomar refugio en su grupo sectario. Los críticos acusaban a los Testigos de volver a los neófitos demasiado dependientes de ellos. Sin embargo, introducían un cierto orden a sus desorganizadas vidas.

En cualquier lugar que surgían los «salones del reino» de los Testigos, atravesaban una época de dificultades con las autoridades. Una razón era el rechazo de éstos a aceptar transfusiones sanguíneas, basándose en una prohibición del Antiguo Testamento de comer sangre. [134] Pero el asunto principal era su rechazo a saludar a las banderas nacionales, a cantar himnos naciones, al votar, o a someterse a la conscripción militar porque consideraban a dichas actividades como formas de idolatría. «Creemos que el nacionalismo es una perversión de la lealtad a Dios», me dijo un miembro. En los Estados Unidos, esta posición condujo a decisiones judiciales ampliando el derecho a la libertad de conciencia. En veinte y ocho países esto le significó su interdicción (1982). A finales de los años setenta, el gobierno militar de Argentina prohibió a los Testigos realizar cultos en público, una medida que fue derogada después de un tiempo. En 1980, Fidel Castro envió a muchos de sus miembros en las embarcaciones «Mariel» hacia la Florida. Parecían estar creciendo más rápidamente en América Latina que en cualquier otro lugar.{25}

Notas

{6} Johnstone 1982.

{7} George Colvin, «Adventists Balance Gains, Challenges,» Christian Century, 14 de agosto de 1985, pp. 738-739.

{8} Read et al. 1969: 58-60,109-111.

{9} Read et al. 1969: 114 y K. D. Scott 1985.

{10} Joan Craven, «The Wall of Adventism», Christianity Today, 19 de octubre de 1984, pp. 20-25.

{11} Molina Saborío 1984: 12,16.

{12} Nelson 1963: 129.

{13} David Brion Davis, «Secrets of the Mormons», New York Review of Books, 15 de agosto de 1985, pp. 15-20.

{14} Ralph C. Chandler, «The Fundamentalist Heritage of the New Christian Right», en Bromley y Shupe 1984: 52-53.

{15} Kenneth L. Woodward, «Bible-Belt Confrontation», Newsweek, 4 de marzo de 1985, pp. 65-66.

{16} Frontline Report (Eureka, California: International Love Lift) 10(2), 1985.

{17} Beekman 1972: 3, 5, 7.

{18} Albrecht y Rogers 1987: 9.

{19} James C. Hefley, «In Bogotá, a Banquet of Hope», Christianity Today, 18 de noviembre de 1977, pp. 44-46.

{20} Número de misioneros mormones proporcionado por Don Le Fevre, Comunicaciones Públicas de los Santos de los Ultimos Días, Salt Lake City, mayo de 1986. Número de misioneros protestantes no mormones de S. Wilson y Siewert 1986: 584.

{21} Heinerman y Shupe 1985: 162-168.

{22} El Nuevo Diario, 2 de agosto de 1985, p. 3.

{23} «Guatemalan Journalists in Exile», Guatemala (Oakland, Guatemala News and Information Bureau), mayo-junio de 1984, p. 3.

{24} Religious News Service, «Do Jehovahs Witnesses Still Hold to Their 1984 Doomsday Deadline?», Christianity Today, 21 de septiembre de 1984, pp. 66-67; Marvin Millis, «Watchtower World View», Christianity Today, 22 de noviembre de 1985, pp. 43-44; Arthur Jones, «Michaels 'Victory Tour' Spawns Cult», National Catholic Reporter, 14 de diciembre de 1984, p. 4.

{25} Estadísticas de Mike Creswell, «Jehovah's Witnesses: Challenge on the Mission Field», Commission, enero de 1984, pp. 45-55; Ruth Tucker, «Foreign Missionaries with a False Message», Evangelical Missions Quarterly, octubre de 1984, pp. 332-334.

 

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