David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Desde el Día del Juicio Final hasta
el dominio en el evangelicalismo norteamericano

«Ya no cabe representarnos como a predicadores campesinos golpeando el púlpito. El cristianismo evangélica se ha convertido en el espectáculo más grande sobre la tierra. Hace unos veinte a cuarenta años, se encontraba al extremo de las cosas. Actualmente, se ha trasladado hacia el centro.»
—Dave Breese, televangelista.{1}

A primera vista, el «Club 700» de Pat Robertson parecería ser un programa de debate popular como cualquier otro. Pero este animador de televisión enfatizaba el poder de la oración para curar todo, desde dolores de cabeza hasta revoluciones. También urgía a sus televidentes para que se tomen los Estados Unidos. Robertson tenía mucha habilidad para vincular las preocupaciones cotidianas –enfermedad, deuda, riñas familiares– de sus catorce millones de televidentes con el gran objetivo, la campaña para salvar a los Estados Unidos. Norteamérica no estaba en peligro únicamente debido a la amenaza externa del comunismo, decía Robertson. El peligro más grave era una podredumbre moral sin precedentes. Detrás de los pecados más obvios, como la pornografía y el aborto, se encontraba un mal más profundo, aquel del humanismo secular. Presentado como la forma moderna de hacer las cosas, el humanismo secular era la idea de que los hombres podían resolver sus problemas sin Dios. Era la suma de todas esas filosofías –evolucionismo, relativismo, liberalismo, asistencialismo– que habían alejado a los [60] Estados Unidos de la Biblia. Es el momento de que Norteamérica se arrepienta, advertía Robertson. La guerra nuclear estallará en 1982, predecía, y Cristo regresará a la tierra.{2}

Cuatro años después de aquella fecha, Pat Robertson se encontraba de candidato para presidente de los Estados Unidos. Decía que deseaba continuar con el trabajo que Ronald Reagan había empezado, el de restaurar el país con los fundamentos bíblicos. Junto con otros tele-evangelistas, como Jimmy Swaggart y Jerry Falwell, Robertson era un nuevo centro de poder en el evangelismo norteamericano. Al igual que el resto de la televisión fundamentalista, durante la década de 1970 había insistido sobre el inminente fin del mundo. Pero a mediados de la década de 1980, él y el resto de la derecha religiosa pidieron a su audiencia reestablecer Norteamérica para sus hijos y nietos. Su destino no era el del fin del mundo, sino el dominio cristiano sobre el mismo.

Este podría parecer un cambio confuso. No obstante, era de esperarse del premilenarismo, la teoría más popular sobre el fin del mundo en el protestantismo evangélico. Los premilenaristas sostienen que, a medida que aumenta el mal, y la humanidad se vuelve más pecadora, Cristo regresará para establecer su reino milenario sobre la tierra. Ellos creen que la secuencia de eventos se encuentra trazada en la Biblia. La batalla final entre las fuerzas del Bien y del Mal se aproxima rápidamente. Tendrá lugar en la Tierra Santa, al este del Monte Carmelo, en el Valle de Armagedón, cuando los ejércitos soviéticos, islámicos, europeos, africanos y chinos converjan sobre Israel, sólo para ser destruidos por Jesucristo que vendrá del este sobre nubes de gloria.

Esta magnífica visión solía ser asociada con el desinterés político. Si el espiral del mundo que desciende hacia la perdición era parte del plan del Señor, ¿por qué tratar de detenerlo? Unicamente Jesús podía hacer realidad el Reino, no los endebles esfuerzos de los hombres. No obstante, el premilenarismo puede ser una doctrina tan dinámica e incierta como el calvinismo del siglo dieciséis. Al igual que un calvinista nunca podía saber si el Señor lo había puesto entre los elegidos, los pocos escogidos para ser salvados del castigo eterno, los premilenaristas tampoco saben cuándo regresará el Señor. De ahí que podría ser esta noche o [61] después de una generación. Pero regresará pronto, y al asumir roles fundamentales dentro del plan divino, los premilenaristas pueden convertirse en activistas con un tremendo sentido de misión.{3}

Para los de fuera, era fácil agrupar a todos los cristianos renacidos con una manifestación alarmante como Pat Robertson. Pero la derecha religiosa no dominaba todo dentro del evangelicalismo, incluso entre los cristianos que se consideraban como conservadores. Tales diferencias tienen importancia para este trabajo dada la continua influencia de los evangélicos norteamericanos sobre sus hermanos en América Latina. Por consiguiente, en este capítulo se considera a los evangélicos norteamericanos en términos de sus divergentes formas de organización, teología y política. Luego examina los conflictos de poder provocados por la campaña de la derecha religiosa para tomar el control del movimiento evangélico. Entender los desacuerdos entre los que se identifican como fundamentalistas, evangélicos, o cristianos bíblicos, clarificará cómo se están manifestando diferencias similares en América Latina, con el potencial para resultados diferentes.

Notas

{1} Bromley y Shupe 1984: 148.

{2} Este esbozo de Pat Robertson está en deuda con Sara Diamond y Richard Hatch, observadores del Club 700; Dick Dabney, «God's Own Network», Harper's Magazine, agosto de 1980, pp. 33-52; y John Fialka y Ellen Hume, «Pulpit and Politics», Wall Street Journal, 17 de octubre de 1985, pp. 1, 25.

{3} Acerca del premilenarismo, véase William Martin, «Waiting for the End», Atlantic Monthly, junio de 1982, pp. 31-7, y Weber 1983.

 

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