Orden del día del Führer al Ejército
31 de diciembre de 1941
El Führer y Jefe Supremo del Ejército ha dirigido a las tropas,
con motivo del Año Nuevo, la siguiente Orden del día:
Soldados:
Lo mismo que al final de la campaña de Polonia, y a pesar de amargas experiencias, también en julio de 1940, después de la gloriosa terminación de la guerra en el Oeste, me decidí a alargar una mano de paz a los enemigos que nos habían declarado la guerra el 3 de septiembre de 1939. Esta mano fue rechazada y mi ofrecimiento considerado como signo de nuestra debilidad.
Los hombres que ya antes de 1914 habían incitado a la Primera Guerra Mundial, estaban absolutamente persuadidos de poder vencer, desmembrar y con ello destruir definitivamente en 1941 al pueblo alemán y a los Estados aliados a él. Así, pues, no nos quedaba otro recurso que prepararnos para la continuación de la lucha.
La causa de que estos belicistas internacionales estuvieran decididos a no concertar la paz en ninguna circunstancia residía, aparte de en sus intereses económicocapitalistas, en la convicción de que con la entrada de la Rusia Soviética en la guerra contra Europa, preparada en secreto para el verano de 1941, podría ser definitivamente aniquilado el Reich.
¡El año 1941 ha transcurrido ya!
Fue un año de gravísimas decisiones y de sangrientas luchas. Pero entrará en la Historia como el año del mayor triunfo de todos los tiempos.
Los hijos de las diversas regiones alemanas han luchado gloriosamente, junto a los soldados de nuestros aliados, en los Balcanes y en Creta, en Africa, en el Mediterráneo y en el Atlántico. Pero desde el 22 de junio, en el campo de batalla del Este, desde las regiones árticas hasta las orillas del mar Negro, habéis participado vosotros, mis soldados, en combates que, por su extensión y dureza, os planteaban exigencias inauditas; pero que, por sus resultados, son los hechos de armas más gloriosos de la Historia.
Gracias a vosotros, soldados, la lucha, a la que tan a menudo se ha visto obligado nuestro pueblo para la conservación de su existencia, ha sido coronada por triunfos que están por encima de todo lo que hasta ahora conocía el pasado de los pueblos. Pero gracias a vuestro valor, a vuestro arrojo y a vuestra capacidad de sacrificio, toda Europa, y no sólo nuestra Patria alemana, ha sido salvada de un destino en el que no se puede pensar sin espanto. Las mujeres, los niños y todos los demás compatriotas nunca os pueden agradecer bastante, soldados del frente oriental, lo que habéis hecho por ellos.
Pero vosotros mismos veis con vuestros propios ojos, desde el 22 de junio, la clase de «Paraíso» en que quería transformar también a nuestra Alemania la conjuración de capitalistas y bolchevistas judíos.
¡Soldados!
Como Führer y portavoz de los millones de compatriotas, y como Jefe Supremo del Ejército, doy cordialmente las gracias a todos los hombres valientes por el heroísmo tan frecuentemente demostrado. Pero a vosotros, soldados del Ejército y de las S. S., especialmente a los del frente oriental, os saludo con la orgullosa alegría de ejercer ahora directamente el mando sobre la parte del Ejército que –aquí como en todas partes y en todo momento– tiene que soportar la carga más pesada de la lucha.
La Patria alemana entera contempla con ilimitada confianza a su Ejército, y querría ayudar a cada uno de vosotros en todo lo posible.
Pero todos nosotros, frente y pueblo, pensamos con profunda veneración en los camaradas que han tenido que sellar con la muerte su amor y su fidelidad a Alemania, así como en las víctimas de los aliados que luchan junto a nosotros por sus países y por toda Europa.
¡Soldados del frente del Este!
En el año 1941, en innumerables batallas, habéis rechazado al enemigo, preparado ya para el ataque, no sólo de las fronteras finlandesa, alemana, eslovaca, húngara y rumana, sino, además, a través de miles de kilómetros dentro de su propio territorio.
Su intento de cambiar el destino en el invierno de 1941 a 1942, para marchar de nuevo contra nosotros, tiene que fracasar, y fracasará.
En el año 1942, por el contrario, con todos los preparativos adoptados, volveremos a coger a este enemigo de la Humanidad y le golpearemos hasta tanto que se haya roto la voluntad de aniquilamiento del mundo judaicocapitalista y bolchevique. Alemania no quiere ni puede ser arrojada por los mismos criminales, cada veinticinco años, a una nueva guerra por el ser o no ser.
Tampoco Europa quiere ni puede desgarrarse eternamente sólo para que un grupo de conspiradores anglosajones y judíos pueda satisfacer sus manejos comerciales en la discordia de los pueblos.
La sangre derramada en esta guerra debe ser –ésta es nuestra esperanza– la última que se derrame en Europa durante generaciones.
¡Quiera Dios ayudarnos en el año que empieza!
Proclama del Führer con motivo del año nuevo
31 de diciembre de 1941
Pueblo alemán:
Nacionalsocialistas:
Camaradas del Partido:
Cuando, el 3 de septiembre de 1939, Inglaterra y Francia declararon la guerra al Reich, no lo hicieron para oponerse a ninguna exigencia planteada por Alemania que amenazara la existencia o el futuro de estos Estados, pues el único requerimiento que hacía yo, año tras año, tanto a Londres como a París era el de una limitación de los armamentos y una inteligencia de los pueblos. Todos los intentos alemanes de llegar a un arreglo razonable y pacífico de los intereses mutuos con los dirigentes de entonces, fracasaron, en parte por el odio de aquellos que veían en la Nueva Alemania un mal ejemplo del progreso social, y en parte por la codicia de los que se prometían mayores ganancias con el armamento para la guerra, que con el trabajo de paz. En los países responsables de que estallara la guerra no hay un solo hombre de Estado dirigente que, como poseedor de acciones de la industria de armamentos, no se beneficie con la guerra y sea, por tanto, uno de los principales interesados en ella. Y detrás de todos se encuentra, como fuerza motriz, el judío errante, que desde hace milenios es el eterno enemigo de todo orden humano y, por tanto, de una verdadera justicia social.
La ausencia de justificación del ataque contra Alemania se desprende también claramente de la falta de todo motivo claro de guerra que pudiera ser aducido por ellos mismos.
Pues ¿por qué declararon la guerra a Alemania en 1939?
«Porque no quieren vivir en un mundo de la clase que nosotros deseamos», declaró, junto a la chimenea, el mayor belicista de nuestro tiempo: el señor Roosevelt. Ahora bien: el mundo alemán tiene tan poco que ver con América, como el americano con nosotros. A nadie se le ocurriría invitar a la señora Roosevelt a vivir a la manera alemana; lo mismo que el pueblo alemán nunca se adaptará a las normas de vida o a los principios americanos.
O ¿es que es cierta la afirmación de que Inglaterra y Francia nos tuvieron que declarar la guerra porque queríamos conquistar el mundo? ¿Era Dantzig el mundo? Pero, en general, ¿quién ha conquistado el mundo? A 85 millones de alemanes, ni siquiera se les concedió nunca un espacio vital de 500.000 kilómetros cuadrados escasos de extensión. Las Colonias adquiridas por nuestros antecesores por medio de tratados, compra o cambio, nos fueron arrebatadas con pretextos falaces; 45 millones de ingleses pueden dominar 40 millones de kilómetros cuadrados de la Tierra, y tienen, con ello, el derecho de oprimir a pueblos, uno solo de los cuales, el pueblo indio, es siete veces más numeroso que el inglés.
¡No! Esta guerra fue comenzada, exactamente igual que la de veinticinco años antes, por los mismos hombres y por los mismos motivos.
La conjuración financiera judaico anglosajona no combate por ninguna democracia; sino, sirviéndose de la democracia, por sus intereses capitalistas. Y el señor Roosevelt no busca un mundo de otra clase, sino una clase mejor de negocios con los cuales espera acallar, sobre todo, la crítica de la mala administración que a su Gobierno debe el pueblo americano.
Pero, sobre todo, constituía la preocupación común el que en el curso de los años pudiera quizá Alemania, por su eficaz política económica y social, abrir también los ojos a los otros pueblos sobre las verdaderas causas de su creciente miseria, pues en la misma época en que se lograba en la Nueva Alemania que desapareciera la legión de los sin trabajo, surgida bajo la democracia y la desorganización general a ella unida, en los otros países se producía el proceso inverso: aumentaba el número de millonarios, pero descendía el de las personas que encontraban trabajo.
Al cabo de pocos años de gobierno de Mr. Roosevelt, había en América 13 millones de parados, y la Hacienda se encontraba en descomposición. Al mismo tiempo comenzaron a sucederse las crisis sociales en este país, el más rico del mundo.
Entonces Mr. Roosevelt hubiera debido rogar a Dios que le iluminara para poder dirigir mejor y más provechosamente a su propio pueblo. Pero en estos años, los Roosevelt, Churchill, Eden, &c., no sabían nada de ningún ideal de los pueblos, ni mucho menos de la Humanidad: no conocían más que objetivos económicos exclusivamente. Unicamente cuando creyeron poder reconstruir su desorganizada economía con el florecimiento de una nueva industria de armamentos, comenzaron a orar. A orar, pidiendo que la alianza entre el capitalismo judío y el bolchevismo igualmente judío, pudiera, con el aniquilamiento de los demás pueblos, hacer triunfar sus ideales; esto es, conducir a la guerra, a su prolongación y, con ello, a negocios lucrativos.
Compatriotas: Este es el motivo por el cual tenían que fracasar todos mis intentos de llegar, con esta insensible Sociedad financiera internacional, a una inteligencia sobre los intereses de los pueblos.
Querían la guerra, porque veían en ella una inversión remuneradora para sus capitales. Y detrás de ellos se encuentra, como fuerza motriz, el judío, que se promete, como último resultado de esta guerra, la dictadura mundial judía, enmascarada con el manto del bolchevismo. Por esta razón fueron siempre rechazadas mis proposiciones de desarme y paz formuladas desde 1933 hasta 1939. Por esta misma razón fue el Sr. Chamberlain acometido de un ataque de terror cuando, terminada la campaña de Polonia, hice un nuevo ofrecimiento de paz.
Y por igual motivo fui calificado de cobarde cuando finalizada la lucha en Occidente, en 1940, intenté por tercera vez demostrar la sinrazón de esta guerra, y mostré al mundo la voluntad de paz de Alemania. Todos ellos vieron en el hombre que aspiraba a la paz, al enemigo de sus capitales invertidos en industrias de guerra. Por idéntica causa, jamás pudieron tampoco declarar la verdadera razón de la guerra, teniendo que apelar y escudarse tras una nube de pretextos, frases e hipócritas mentiras, con la que pretendían encubrir la verdad los capitostes de las industrias bélicas, los grandes accionistas de estas Compañías dedicadas a la fabricación de armamento, los Sres. Chamberlain, Churchill y Eden, y, por encima de todos, Roosevelt; a saber, los negocios.
Mas si en 1940, derrumbado ya todo el frente occidental, el Sr. Churchill veía aún en la continuación de la guerra la posibilidad de un beneficio, lo hacía no con la esperanza de poder ganar la guerra utilizando al efecto fuerzas inglesas, sino contando con la ayuda americana y, sobre todo, teniendo muy presente su acuerdo ya concertado con la Rusia Soviética.
¡Camaradas del Partido!
Durante años he combatido el marxismo, no porque fuera socialista y socialismo, sino porque un socialismo financiado y apoyado por el antiguo «Frankfurter Zeitung», y con él, por toda la aristocracia plutocrática judía, y no judía, sólo podía ser y representar una mentira.
Si mi afirmación de que el marxismo conduce a los pueblos a la más espantosa de las miserias es o no cierta, pueden decirlo todos aquellos que entretanto han conocido personalmente el paraíso de los experimentos bolcheviques. Así, durante decenios hemos combatido la alianza judaica de intereses financieros y marxismo, en el interior del Reich.
Lo que entonces se alió en nuestro propio pueblo contra el Movimiento Nacionalsocialista, se ha unido ahora en el mundo, en proporciones infinitamente mayores, contra Alemania: los más reaccionarios capitalistas, Churchill o Roosevelt, se han ligado a Stalin, el jefe del «Paraíso de los Obreros y Campesinos».
Cuando Churchill, en julio y agosto de 1940, rechazó con gesto de repugnancia la mano que le tendiera en actitud de paz, fue apoyado al límite en su actitud por Mr. Roosevelt.
Mas lo decisivo no fue para Churchill el apoyo que América le ofreciera con el envío de armamento, sino la seguridad que la Rusia Soviética le formulara de entrar en la guerra.
Llegó, pues, el año 1941; y con él, la mayor de las guerras que el mundo ha vivido.
No es necesario, al finalizar este año, que aluda a todos los sucesos que nos han conducido a resultados de grandeza única en la Historia. Mas cuando el 22 de junio casi toda Europa se levantó, demostró al hacerlo que reconocía la existencia de un peligro de una magnitud como jamás otro alguno amenazó nuestro Continente.
Una vez que aquella coalición decidió llevar a cabo la guerra contra Alemania, pensé que constituía un deber para mí afianzar la seguridad del Reich, procurar la conservación de nuestro pueblo y, en un sentido más amplio, cuidar del porvenir de Europa. Para ello no podía perderse una hora más. Procediendo rápidamente, podrían ahorrarse sacrificios inevitables procediendo de otro modo.
El pueblo alemán me creerá si digo que hubiera preferido la paz a la guerra. Aquélla supone para mí la realización de cuestiones gratas. Todo lo que, gracias a la Providencia, y también a un número considerable de magníficos colaboradores, pude hacer en los escasos años de 1933 a 1939, en favor del pueblo alemán, en el terreno de la cultura, de la instrucción y también del resurgimiento económico y de la nueva estructuración social de nuestra vida, podrá apreciarse en sus justas dimensiones si lo comparamos con lo que en igual tiempo hicieron mis enemigos.
Durante los largos años de lucha por el Poder, lamenté con frecuencia que se cruzaran en el camino de la realización de mis proyectos fenómenos que no sólo eran mezquinos en sus propósitos, sino insignificantes en sí mismos. No lamento esta guerra sólo por las víctimas que ocasiona, tanto a Alemania como a los demás países, sino también por el tiempo que roba a aquellos que se han propuesto realizar una gran obra social y una acción civilizadora.
Lo que el Sr. Roosevelt es capaz de hacer, ya lo ha demostrado. Lo que el Sr. Churchill pueda realizar, es cosa que todo el mundo ignora. Pero lo que esta guerra evita que hagamos en años el Movimiento Nacionalsocialista y yo, me llena de dolor.
Es lamentable no poder impedir que un inepto o un holgazán nos roben el tiempo que esperábamos consagrar al mejoramiento cultural, social o económico de nuestro pueblo.
Lo mismo podríamos decir de la Italia Fascista, en la que un hombre ha eternizado su nombre, promoviendo una revolución civilizadora y nacional de proporciones seculares que nada tiene de común con las turbias actividades políticodemocráticas de los especuladores y cazadores de dividendos de los países anglosajones, dedicados a consumir las fortunas heredadas de sus mayores o a levantar otras apelando para ello a los negocios sucios. Precisamente porque esta Joven Europa se afana en la solución de grandes misiones, no puede dejarse arrebatar por los representantes de un grupo de Potencias que ellos definen en forma harto indelicada como los Estados poseedores, lo que hace la vida del hombre digna de ser vivida; a saber, el valor de su propia nacionalidad, su libertad y su existencia social y humana.
Es, por tanto, comprensible que también el Japón, cansado de eternas presiones y descaradas amenazas, haya tenido que apelar a su propia defensa frente a los agitadores belicistas de todos los tiempos.
Así, se ha constituido un formidable frente por los Estados nacionales, que alcanza desde el Canal de la Mancha hasta el Asia Oriental, dirigido contra la coalición judaicocapitalistabolchevique.
El primer año de esta lucha está ya detrás de nosotros.
Ha sido éste el año de las mayores victorias en la Historia del Hombre.
Lo realizado por los soldados alemanes y por aquellos procedentes de otros pueblos aliados a nosotros, es único e imperecedero.
Durante milenios se hablará de estas batallas y triunfos, y se admirarán estos hechos como los mayores exponentes del afán de autoconservación de naciones conscientes de su honor.
La magnitud de los sacrificios, del espíritu de abnegación y, sobre todo, del valor, que posibilitaron estas victorias, sólo la puede apreciar quien en esta guerra o en la anterior luche o haya luchado por su país.
¡Jamás podrá pagar la Patria a sus hijos lo que éstos hicieron por ella!
Pues ésta sólo conoce las consecuencias de las victorias; es decir, la seguridad que, pese a todos los ataques aéreos, existe en la misma, su actual existencia y la futura vida de sus hijos. Mas no puede aquélla darse cuenta exacta del terrible infortunio que se extendería por Alemania y por Europa entera si el bolchevismo judío aliado de Churchill y Roosevelt lograra la victoria; ¡pues Churchill y Roosevelt han entregado Europa a Stalin!
En estos momentos hablo con la fe puesta en una justicia superior:
El monstruo bolchevique, al que ellos querían entregar las naciones europeas, acabaría por devorarlos a ellos y a sus propios pueblos. El judío no exterminará a los pueblos europeos, sino que será la víctima de su propia acción. La Gran Bretaña y los Estados Unidos no podrán destruir a Europa por medio del bolchevismo; pero sus propios pueblos caerán, antes o después, víctimas de esta peste.
Aun oscila el frente en el Oriente europeo bajo el derroche sin escrúpulos de vidas de esclavos soviéticos, hasta su estabilización.
Pero en el Asia Oriental acaba de empezar la lucha. Y así, mientras los ofensores de Dios ruegan por sus negocios, las naciones van rompiendo sus cadenas.
El año próximo exigirá de nosotros grandes esfuerzos. ¡El frente y la Patria los realizarán!
En la Patria, como Comunidad popular nacionalsocialista, realizarán todos, si es necesario, hasta el último sacrifico. Hombres y mujeres trabajarán en ella para el abastecimiento de nuestro pueblo y para garantizar y aumentar nuestro armamento. Al frente le llegará la hora de terminar lo que fue empezado.
Al trasponer el año presente nos dirigimos al Todopoderoso rogándole que dé al pueblo alemán y a sus soldados la fuerza necesaria para poder realizar con entusiasmo y valor lo que sea necesario para garantizar nuestra libertad y porvenir. Si todos fielmente unidos cumplimos con nuestro deber, la suerte nos deparará lo que la Providencia decidió. El que luche por la vida de su pueblo, por su pan cotidiano y por su porvenir, ¡triunfará! El que en esta guerra intente, poseído de un odio judaico, destruir a los pueblos, ¡caerá derrotado!
El año 1942 traerá, y para ello rogamos al Todopoderoso, la decisión que salvará a nuestra Patria y a las demás naciones aliadas con nosotros.
Firmado: Adolf Hitler
Transcripción íntegra de un pliego de cuatro páginas
ampliamente difundido en lengua española en 1942
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