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Fortunata y Jacinta

“FASCISMO: el 10N nos la jugamos”

Forja 055 · 9 noviembre 2019 · 35.55

¡Qué m… de país!

“FASCISMO: el 10N nos la jugamos”

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y aquí da comienzo este capítulo titulado “Fascismo: el 10N nos la jugamos”, tuit que la célebre periodista Julia Otero publicó recientemente en referencia a unas declaraciones del partido Vox. Resulta realmente entretenido observar los distintos usos que el término fascista ha ido generando a lo largo de los años: porque una cosa fue el fascismo histórico surgido en Italia en torno a los años veinte del pasado siglo y, tal y como nos recuerda el filósofo Daniel López, cosa muy distinta es el fascismo “entendido en sentido sustancialista metafísico, como si fuese la esencia del mal, que es como ingenua y míticamente lo entiende casi todo el mundo”. En la caja de descripción de YouTube dejaré el enlace a este jugoso artículo de Daniel López, publicado en la revista El Catoblepas en el año 2010 y subtitulado como “un intento de redefinir filosóficamente al fascismo y de aclarar y distinguir semejante fenómeno en el concurso de las ideas políticas” (“Redefinición de fascismo”). No obstante, desde la publicación de este artículo han pasado 9 años y durante este tiempo el autor sigue ampliándolo y corrigiendo detalles de cara a una futura publicación. Dicho artículo, por cierto, ha levantado auténticas ronchas en medios como el diario público.es, donde el periodista Danilo Albin ni siquiera intenta rebatir los argumentos de Daniel López, limitándose a señalarlos como abominables y punto. También les paso el enlace a la contundente contestación de Daniel López a Danilo Albin.

En su obra “Fascismo. Historia e interpretación” Emilio Gentile nos advierte que la imprudente extrapolación del término «fascismo» ha llevado a denominar «fascista» a regímenes tan distintos como el de «Juan Perón en Argentina, la república presidencial de Charles de Gaulle en Francia, los regímenes de partido único del Tercer Mundo, la dictadura de los coroneles de Grecia, la presidencia de Richard Nixon en Estados Unidos, los regímenes militares de América Latina (sic) e, incluso, las democracias burguesas y los propios comunistas. Se ha hablado, en efecto, de ‘fascismo rojo’ (…) y de “fascismo medio-oriental” para definir al régimen de Sadam Hussein en Iraq». (Emilio Gentile, Fascismo. Historia e interpretación, Alianza Editorial, Roma-Bari, 2002, págs. 52-53). También se ha llamado «fascista» a Felipe González, a José María Aznar, a Franco, a Carrero Blanco y a cualquier franquista en general, a Joan Tardá de ERC, a Manuel Fraga, a los asesinos etarras los cuales, a su vez, llaman «fascista» a todo lo que tenga que ver con España. Por supuesto, se llamó fascistas a los de la CEDA durante la Segunda República española; los separatistas en España llaman fascistas al resto de españoles y los del PSOE y Podemos llaman fascistas a sus oponentes políticos y a quienes lucimos una bandera de España en nuestro balcón.

Necesitaríamos una docena de programas para explicar a Julia Otero y demás antifascistas que eso que atacan tan apasionadamente no es un fascismo político o filosófico... En algunos casos, como mucho, estarían atacando a un fascismo etológico o estético, pero es que ni eso, oiga, porque curiosamente estos antifascistas no saben lo que es el fascismo y creen que a los fascistas se les identifica por una determinada gestualidad, no por el sistema de ideas que defienden en relación a la organización del Estado. De hecho, habría que explicarles una realidad obvia: “Antifascistas: el fascismo ha muerto. Murió en mayo de 1945”. Aunque, en rigor, y si ya nos ponemos súper estupendos, lo correcto sería decir que murió en julio de 1943 con la caída y encarcelamiento de Mussolini. Su impresionante rescate por Otto Skorzeny y la fundación de la República Social Italiana, más conocida como República de Salò, fueron más bien episodios y aventuras de la decadencia del Tercer Reich.

Pero de la muerte del fascismo está claro que muchos aún no se han enterado ni ganas tienen de hacerlo porque, parafraseando a Tomás de Kempis, más vale temer al fascismo que saber definirlo. El rebaño aplaudirá, señora Otero, pero este tipo de simplezas abochornan. A mí me parece que ya tenemos una edad como para andar jugando a las juventudes antifascistas.

El mercado de candidatos

Para empezar este bloque quiero leerles esta cita del filósofo español Gustavo Bueno del 25 de enero de 2004: “La libertad de elegir en las urnas es como la libertad de elegir en el mercado. Hace falta mercado, de bienes o de candidatos. Para eso hacen falta industrias trabajando y ofreciendo bienes”. Y en eso están los distintos medios de comunicación, sus periodistas, sus ministroperiodistas y tertulianos, nuestros cineastas y otros sujetos de autoridad del mundo del arte que ejercen como comisarios políticos, también politólogos, sociólogos, los creadores de contenido en redes sociales, youtubers y twitteros llamados “influencer”, esto es, habilidosos prescriptores que tratan de persuadir a sus clientes sobre la bondad de sus productos: sobre los beneficios de determinados programas políticos o sobre la excelencia de tal o cual candidato a la Presidencia del Gobierno, a la Alcaldía o lo que venga al caso. Y hasta tal punto esto es así que, hoy día, sencillamente, la democracia sería imposible sin televisión o sin redes sociales. Hablar de democracia es tanto como hablar de mercado pletórico de bienes y servicios.

Y a nadie se le escapa que en el actual mercado de candidatos para el futuro Gobierno de España es la ideología democrática la que está funcionando a todo tren: esta ideología exalta a la democracia como valor supremo, nos la presenta como la forma de gobierno definitiva con la cual se ha llegado al “fin de la historia”, quedando superados, moral y políticamente, los arcaicos gobiernos “no democráticos”. En España esta ideología democrática presenta como contrafigura diabólica al fascismo, etiqueta ideológica que jamás se define y cuya función reside en desacreditar moralmente al contrario. De manera que si el partido Vox declara que la actual situación política en España exige prudencia política y que dicha prudencia política exige a su vez ilegalizar a los partidos separatistas, inmediatamente saldrán los predicadores de éxito como Julia Otero para persuadir a su parroquia de que Vox es el sumun del fascismo y que ni siquiera hay que entrar a valorar su propuesta política porque a Satán no se le escucha (dentro foto).

Mentalidades como la de Doña Julia están hundidas en la caverna teológica porque su interpretación de la realidad tiene todos los componentes de una historia teológica: existe el bien absoluto, que por supuesto es la democracia, que es atacado por el mal absoluto, que es el fascismo. Su idea es que, con Franco el “fascista”, la democracia cayó arrastrando hacia el mundo de las tinieblas al Género Humano (en este caso a los españoles). Pero de repente, por emergencia metafísica, resurgió la democracia y ésta, escatológicamente y en fulminante ascenso, venció con sus luces ilustradas a las tinieblas del oscurantismo fascista. Y aquí paz y después gloria: mercado pletórico, Coca-Cola para todos y algo de comer.

Este canal de Fortunata y Jacinta nació, precisamente, contra los separatismos en España, fundados todos ellos sobre un delirio hispanófobo muy agresivo, así que comprenderán ustedes que esta propuesta de Vox nos parece de lo más acertada: ¿ilegalizar a los partidos separatistas? ¡Lo antes posible, por favor! Lo que sorprende es que dicha propuesta no haya brotado de las “izquierdas”… curiosísimo. Más que nada porque, como muy bien ha señalado Pedro Insua (filósofo nada afecto a Vox, por cierto) se trataría de “una ilegalización que esos mismos grupos políticos sediciosos están reclamando a gritos, al ser sus programas incompatibles con el Estado (...) y dado que su naturaleza separatista está explicitada formalmente en sus programas”. Y continua: “Porque, en efecto, se da el caso de la existencia de formaciones políticas que, con asiento en las Cortes (Congreso y Senado), ejercen la representación de una soberanía nacional -la española-, cuya legitimidad y existencia, sin embargo, estos mismos grupos no reconocen. Este fenómeno contradictorio, absurdo, solo es sostenible bajo la ficción jurídica de considerar a esas formaciones, en efecto, como “partidos políticos”, cuando por su naturaleza separatista no lo son ni pueden serlo (serán más bien “grupos de interés” o “de presión”, o incluso “bandas facciosas”, como decía Gustavo Bueno, pero no partidos políticos)”. Abajo les dejaré el enlace a este interesantísimo artículo de Pedro Insua donde, entre otras cosas, nos explica que la ley del 14 de junio de 1976 por la que se aprobaban, frente al franquismo, las asociaciones políticas, “preveía la posibilidad de la suspensión de las asociaciones políticas si estas desarrollaban actividades que persiguieran fines ilícitos”, entendiendo por fines ilícitos “el ataque por cualquier medio a la soberanía, a la unidad e independencia de la patria, a la integridad de su territorio o a la seguridad nacional”. También explica Pedro Insua “cómo en las sucesivas reformas del Código Penal se fueron retirando poco a poco estos supuestos y que, en el nuevo art. 173, ya no se contemplan el ataque a la soberanía, a la independencia, a la unidad ni a la integridad territorial como fines ilícitos que motiven la suspensión de una asociación política”. (“El separatismo en campaña y el Estado sin atributos”)

Sorprende ver hasta qué punto una parte importantísima de la sociedad española ha normalizado el hecho de que defender a la Nación política es cosa de fascistas o que defender a la patria es cosa de fachas. Y así dice Gustavo Bueno: “En este punto podemos encontrar una diferencia importante entre el mercado de bienes y el mercado de candidatos: en las campañas publicitarias es casi una regla ética, o simplemente de estilo, que, sin perjuicio de encarecer el producto anunciado en los términos más hiperbólicos, y aun engañosos, sin embargo no se descalifique a la competencia, al menos de un modo explícito; las descalificaciones tendrán lugar en un terreno muy sutil, que incluso pasa desapercibido a los compradores. Pero en las campañas electorales, sobre todo en las legislativas, los insultos y descalificaciones ente los partidos en competencia son la regla y no la excepción”. Y continua: “Esto es debido a que, en una democracia, los partidos constitucionalistas, al no poder reconocer una oposición ‘de fondo’, tienen que atribuirse diferencias fingidas para justificar su intento de sustituir al partido en el gobierno o de mantenerse en el gobierno…”

¿Las elecciones como la fiesta de la democracia? Más bien, las elecciones como una guerra a muerte entre partidos y entre votantes… Volvemos a poner como ejemplo a Vox, partido al que podrían cuestionarse muchos de sus componentes políticos, filosóficos e ideológicos. Pero es que las reacciones que suscita son de traca: puro irracionalismo colectivo o caza de brujas al estilo protestante, para que me entiendan. El éxito de Santiago Abascal en el pasado debate electoral ha activado todas las alarmas entre las distintas fuerzas de poder político y económico en España lo que, a dos días de las elecciones significa dar luz verde a todo tipo de acciones con tal de desacreditarle de cara a los votantes. El periódico El País publicó un editorial el pasado día seis en el que declaraba que “La presencia de una fuerza como Vox en un debate electoral en el que se dirimía el inmediato futuro político de España, así como la escalofriante naturalidad con la que los argumentos xenófobos e intolerantes de su líder se codearon impunemente con los del resto de los partidos, debería encender sin más demora todas las alarmas”. Sin embargo, lo de Cataluña es normal… El problema es que en dicho debate no se vieron claramente tales “argumentos xenófobos e intolerantes” y así pudieron comprobarlo millones de espectadores. Tan milagroso fenómeno sugeriría que el líder de Vox opera una especie de sugestión hipnótica sobre sus contrincantes políticos y sobre los telespectadores, despojándolos súbitamente de toda capacidad crítica: “Al no recibir la respuesta contundente que merecía por parte de los demás participantes en el debate, el líder ultraderechista pudo llevar la manipulación hasta el extremo de hacer pasar por solución a los problemas del país planteamientos que, en realidad, son los que los están provocando”. Quizás también fue culpa de Abascal la lamentable actuación que nos brindó Pedro Sánchez durante este espectáculo televisivo de la “democracia” quien, incapaz de levantar la vista del atril durante horas, se negó a entrar en el debate y a responder a las preguntas que se le hacían. A lo mejor los de El País tendrían que haber dicho directamente que el líder de Vox dispone de sienes magnéticas con poder de irradiación paralizante y que expele fuego por las narices.

El regreso a la Caverna

Hemos llegado a un punto en el que ya no importa lo que fuera o dejara de ser el fascismo histórico, porque fascismo es aquello que los predicadores de la ideología democrática señalan con el dedo: fascismo es esto. Quizá sería excesivo pedirles una definición del palabro más allá del infantil «Franco, facha, caca, culo, pedo, pis». ¡Menuda escandalera se ha montado estos días con Santiago Abascal por citar a Ramiro Ledesma! Pero nadie dice que el eslogan de Vox "la voz de la España viva" está extraído de la declaración del Comité Revolucionario del 13 de abril de 1931, cuyos miembros eran Alcalá-Zamora, Largo Caballero, Miguel Maura, Fernando de los Ríos, Azaña, Lerroux, Casares Quiroga, Martínez Barrio, Prieto, Marcelino Domingo, &c. ¡Virgen del Rosario! ¿Significará eso que Vox es un partido antimonárquico? ¿Acaso los del Comité Revolucionario también eran fascistas? Bueno, según Mussolini, que sabía un poco de estas cosas, Azaña era lo más parecido al fascismo en España… por su autoritarismo… Aunque es cierto que lo dijo en 1932, un año antes de la fundación de Falange. ¿Será que los de Vox son unos cachondos mentales? Primero citan descaradamente a un falangista y luego a los del Comité Revolucionario que instaló la República en España ¿es que ya no respetan nada? Una cosa nos parece incontestable: los jefes de campaña de Vox logran dejar al descubierto la estulticia mental y la miseria moral de la mayoría de sus detractores… Por cierto que, tal y como nos recuerda Miguel Ángel Quintana Paz, Cristina Morales, recientemente laureada con el Premio Nacional de Narrativa, ya había citado profusamente a Ramiro Ledesma en su novela de 2013 “Los Combatientes”… ¡Pobre fascista antifascista!

El caso es que la filosofía, si pretende ser crítica, no puede caer en la comodidad de lo políticamente correcto… Si no quiere ser “la criada de la democracia”, como en otro tiempo se quiso que lo fuera de la teología, la filosofía ha de regresar a la “caverna” para denunciar ante los ciudadanos las ilusiones que la ideología democrática genera. Así lo hicieron Platón, Rousseau, Lenin y otros nobles críticos de la democracia y así lo haremos nosotros, conscientes de que los “indignados” nos tirarán piedras, tal y como advirtió Platón, y de que nos llamarán fascistas, como es de rigor. De la mano del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, bajaremos a la caverna (por ejemplo, a las redes sociales) para decir bien alto y claro que la democracia se corrompe como cualquier otra forma de gobierno; que definir la democracia metafísicamente como la realización de la “Voluntad del Pueblo” significa reconocer no solo que sabes que estás siendo engañado, sino que estás dispuesto a dejarte engañar; habrá que recordarles, por cierto, que la democracia siempre está referida a una sociedad política dada y que si en España se quita precisamente la referencia de España entonces desaparece la democracia, del mismo modo que desaparece la materia si se suprime la forma, que también es material; habrá que advertir que en modo alguno la democracia hace autónomos y libres a los seres humanos porque, entre otras cosas, la democracia exige el control ideológico de las masas y el uso de la mentira política, es decir, posibilita un sistema en el que los ciudadanos no siempre se guían por criterios racionales y críticos a la hora de depositar su confianza en los políticos. ¡Y esto sucede sobre todo en democracia! ¡Mucho más que en aristocracia e incluso que en tiranía! Tampoco la democracia trae necesariamente la paz, ni garantiza la justicia social, ni erradica la violencia, la manipulación, la censura o las guerras… Estas condiciones no son déficits de la democracia, sino que son rasgos constitutivos de la democracia y no hay más que ver lo que ocurre cuando tu voluntad o la voluntad de tu partido no resulta vencedor en unas elecciones… Esto, sobre todo, habría que recordárselo a los del PSOE, partido que históricamente ha tenido serias dificultades para reconocer la alternancia política como base fundacional de esa democracia que tanto predican. Porque no hay que olvidar que a muchos de estos a los que se le llena la boca de democracia, de justicia social y de libertad, les interesa más el botín que la justicia social y que la libertad. No es necesario que entremos aquí en los casos de corrupción delictiva del partido de la «honradez centenaria», ni en su corrupción no delictiva. Ya le dimos un buen repaso en su momento y seguiremos haciéndolo si es necesario. En fin, la crítica a la democracia tiene varios milenios de historia y, obviamente, los problemas que genera se harán cada vez más evidentes. Llegados a ese punto la ideología democrática perderá prestigio y pasaremos a otra cosa mariposa y los analfabetos aplaudirán con las orejas como siempre hacen.

Cuando defender a la nación es cosa de fascistas

Verán ustedes, cuando se habla de la unidad indisoluble de la nación se habla de una realidad positiva: ser español es un hecho objetivo, no subjetivo. No es algo opinable o propio de la doxa, dicho sea en términos platónicos. En nombre del idealismo político se dice que las fronteras son cuestiones secundarias pero es que la apropiación del territorio es el acto originario del Estado y esto es algo que, sorprendentemente no supo ver Marx: el territorio y la defensa de las fronteras son el fundamento de cualquier Estado e implica la riqueza de la nación. Y esto lo saben muy bien los separatistas quienes, a la caza de un estado propio, lo primerito que intentan hacer es secesionar una parte del territorio español, esto es robar descaradamente territorio, población y recursos a la nación canónica a la que pertenecen: España.

Por cierto, que el derecho que tengan estas fuerzas separatistas es la fuerza que demuestren en la resistencia o en la negociación. Todos los inquilinos de la Moncloa, incluido Franco, que residía en el Palacio Real de El Pardo, han sido condescendientes con el nacionalismo catalán, pero es obvio que ciertos equipos de gobierno lo han sido más que otros y ahí está el icetizado o icetizante programa electoral del PSOE donde se cita la Declaración de Barcelona de 2017. Abajo les dejo el enlace a otro nutritivo artículo de Daniel López quien nos informa de lo siguiente: “La Declaración de Barcelona es un documento que firmaron la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE y la Comisión Ejecutiva del PSC justo después de la victoria de Pedro Sánchez contra Susana Díaz (...) El subtítulo de la Declaración no puede ser más explícito y revelador: «por el catalanismo y la España federal»”. Hay que recordar que el federalismo asimétrico que pregona el PSOE no es una mera táctica electoralista, sino que forma parte de los planes y programas de este partido político desde hace décadas y que es la forma más ruin y escandalosa de depredar legalmente a un Estado en pos de los privilegios de determinadas regiones y en detrimento del principio de igualdad entre españoles. (“Crítica a la Declaración de Barcelona incluida en el programa del PSOE”)

Pero no vayamos a echarle toda la culpa al PSOE y al Grupo Prisa. Abajo les dejo también otro interesante artículo publicado en azperiodistas y titulado “Expediente Pedro Jota: La siniestra idea de España que posee el más fiel periodista del constitucionalismo”. Otros periodistas como David Jiménez han clasificado a estas súper estrellas como «ministroperiodistas» para referirse a cierto tipo de “reporteros provenientes de la Transición que hoy tratan de fusionar periodismo y política, la mayoría de ellos muy bien avenidos con la flor y nata del poder económico que les da cobijo”. En dicho artículo se da buena cuenta de los devaneos con el catalanismo del ex director del Diario 16, fundador del periódico El Mundo y de El Español. Les dejamos aquí algunas muestras: «Hay que entender que España necesita reforzar su carácter federal (ya que) no se ha entendido la realidad plural de España ni el federalismo como la suma de cosas muy diferentes”. Y también quedan claras sus simpatías por el nacionalismo vasco: «Sostenemos que en el Estado español confluyen muy diversas fuentes de soberanía, lo que viene a subrayar el derecho inalienable a la autodeterminación de los pueblos». Y también: «Yo no tengo una idea ontológica de la unidad de España, por lo que pienso que lo mismo que una vez empezó a construirse como nación, en un momento determinado también se podría destruir». Como si los que defendemos la unidad territorial tuviéramos una idea esencialista de España… Buenos materialistas estaríamos hechos. Verá, señor Pedro Jota, ni la patria ni la nación política son ideas místicas, sino realidades palpables, materiales y objetivas. La patria, por ejemplo, es el territorio donde están las casas, las riquezas, los metales, el ganado, es el lugar donde vivieron nuestros abuelos y donde viven nuestros hijos. (http://www.azperiodistas.com/expediente-pedro-jota-la-siniestra-idea-de-espana-que-posee-el-mas-fiel-periodista-del-constitucionalismo/6343)

Todos sabemos que para justificar sus ambiciones de cara a los de fuera, el separatismo catalán y su inmensa maquinaria propagandística señala al Estado español como un Estado fascista. ¿Qué mejor que llamar a los españoles “ñordos fascistas” y a los mozos de escuadra “putos perros de mierda”? Y los más cándido dirán: “¡No, hombre, no. No nos odian, no odian a los españoles, sino al Estado. Mira, mira esta pancarta…” Y entonces te enseñan, profundamente enternecidos, esta pancarta separatista (dentro foto). «ESPAÑOLES. LOS catalanes OS QUEREMOS. ES AL ESTADO AL QUE ABORRECEMOS». Acompañado con el hashtag #quenoosengañen.

Una se queda pasmada viendo a tantos españoles conmovidos por esta “muestra” de cariño y solidaridad separatista… Para ver hasta qué punto se ha normalizado la idea de que Cataluña es algo más que una región española basta con hacer este pequeño experimento: “Españoles, los madrileños os queremos. Es al Estado al que aborrecemos”. O, por ejemplo: “Españoles, los extremeños os queremos”, como si los extremeños fueran una parte separada de España... Pero, verán, parte separada de España son los alemanes o los japoneses; sin embargo, catalanes, vascos, gallegos, cántabros, ceutíes o andaluces son parte constitutiva de España.

La ley de normalización lingüística, apoyada por todos y cada uno de los partidos políticos en el poder, ha conseguido que la amplia mayoría de los medios de comunicación de ámbito nacional rotulen “Catalunya” en lugar de Cataluña y pronuncien “Girona” en lugar de Gerona. ¡Los periodistas son peores que los políticos! Todos observamos, sin embargo, que por muy implantada que esté la lengua del imperio realmente existente, el inglés, solo a los más recalcitrantes se les ocurriría decir cosas como “El fin de semana pasado viajé de Lisbon a London” o “Estuve destinado en Switzerland pero ahora trabajo en Firenze”. Claro, el PSOE tiene mucha responsabilidad en esto de hacer creer que Cataluña es algo más que una región española… que es algo más que una parte formal de España... que es algo así como una nación. De hecho, si el PSOE sigue apostando por el federalismo es con el único objetivo de validar la idea de que España es una “nación de naciones”, idea impulsada por Zapatero y rubricada por Pedro Sánchez quien, preguntado hace dos años, contestó que en España al menos habría cuatro naciones: España, Cataluña, País Vasco y Galicia. Y luego se preguntaba a sí mismo, al parecer: “¿La nación es un concepto uniforme o puede ser complejo?” Querido Presidente del Gobierno en funciones, ese es precisamente el problema: que usted no maneja una Idea filosófica de nación que le permita definir y clasificar, de manera que todo lo confunde y embrolla no quedando claro si se refiere a naciones étnicas o a naciones políticas.

Estos señores sencillamente no saben lo que dicen, porque si lo que queremos decir es que España es una nación política de naciones políticas, entonces el sintagma “nación de naciones” es en primer lugar, falso, dado que ni Cataluña, ni País Vasco, ni Galicia son naciones políticas y eso es una realidad objetiva y constatable. De hecho, el objetivo del secesionismo es fundar una nueva nación política, es decir, un Estado nacional; por tanto explícitamente están reconociendo que no lo son. En segundo lugar sería contradictorio, porque “la nación política, en tanto soberana, pide la unicidad: la nación política es una e indivisible”, así que no podría haber una nación política de naciones políticas… (un Franco de Francos, una jirafa de jirafas, un Portugal de Portugales). En cambio, “si por «nación» entendemos nación política y por «naciones» entendemos naciones étnicas entonces España, como cualquier nación política, es una nación de naciones, porque no hay nación política que albergue en su seno una sola nación étnica”, por mucho que hayan ensayado la pureza étnica o racial. En relación a este tremendo embrollo de la “nación de naciones” que tan lúcidamente supo triturar Gustavo Bueno, Daniel López nos recuerda lo siguiente: “Como es difícil determinar qué y quiénes son los catalanes (dada la cantidad de andaluces, extremeños, murcianos y gentes de otros lugares del mundo que residen en dicha región) es problemático afirmar que Cataluña es una nación étnica… Reivindicar tal cosa destaparía el racismo que hay detrás de todo esto. Por eso los ideólogos separatistas apelan al mito tenebroso de la Cultura, encubridor del mito de la raza. Y se postula, aunque no hayan leído a Juan Teófilo Fichte, que una cultura pide un «Estado de cultura» y que, por tanto, Cataluña, como tiene una cultura propia, tendría derecho a tener un Estado propio. Claro, que los del pueblo de mi abuelo en Las Hurdes también tienen una cultura propia, vaya que sí… ¿Acaso serán llamados los de Las Hurdes a formar parte de esa Europa de los Pueblos que ya pretendían los nazis? Lamentable es que el mito de la Cultura, que justifica todo los atropellos y estupideces que quepa imaginarse, está bien arraigado en la «izquierda española» (cabría decir «izquierda nini: ni izquierda ni española»); y de ahí que se solidaricen con los separatistas contra España, a la que ven como una «prisión de naciones»”.

Retomemos el análisis de la pancarta de estos adorables separatistas catalanes y fijémonos ahora en la segunda parte de la proclama: “Es al Estado al que aborrecemos”. Verán ustedes, la esencia y la existencia de la nación española, así como su unidad e identidad, en tanto nación política, se sustenta en el Estado. Algo parecido le sucedería a Cataluña en el hipotético caso de que el separatismo alcanzara sus objetivos: la existencia de una Cataluña “independiente” se sustentaría en un Estado, pero el pensamiento Alicia de estos seres de luz les hace creer que su Estado sería puro, armónico e incorruptible, todo lo contrario al fascista Estado español que les han vendido en el mercado de las ideas políticas. Conviene recordar a los separatistas catalanes y más aún a las sedicientes izquierdas cómplices del separatismo, lo que Lenin escribía en 1914 en su obra “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”: «En la Europa occidental, continental, la época de las revoluciones democrático-burguesas abarca un intervalo de tiempo bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Ésta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, la Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados nacionalmente homogéneos. Por eso, buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas de los socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo».

Que se enteren muchas luminarias que hablan en nombre de las izquierdas, de que apoyar al separatismo desde un supuesto comunismo es no comprender el abecé del marxismo. Una nación no la hacen unos individuos porque les venga en gana. Harán como mucho una secesión, pero no una nación, por muy voluntaristas que se pongan y por mucho que lo certifique un Parlamento o una Constitución, porque una nación requiere de una realidad histórica: la nación se va haciendo históricamente.

España no es un mito, y ni mucho menos una entelequia. España es un Estado nacional canónico, como también lo son Francia, Italia, Alemania, &c. Sin el Estado español los españoles no podrían ser ciudadanos libres e iguales, pues es precisamente el Estado el que hace eso posible y es de risa oír hablar, como muchas veces se dice, de «ciudadanía del mundo», que es tanto como hablar de la Ciudad de Dios. Los derechos no caen del cielo como producto de una Gracia santificante, ni tampoco son fruto de una hipostasiada Humanidad como si esta fuese una totalidad atributiva que tiende hacia la paz perpetua en una especie de plenitud de los tiempos. Los derechos son sólo posibles mediante la realidad de un Estado determinado que los sanciona y que dispone de la fuerza de obligar para que se respeten. ¡Que no os engañen!

El enunciado de la pancarta tiene un tufillo anarquizante, pues el anarquismo (concretamente el anarcosindicalismo, tan numeroso y ruidoso en el siglo pasado en Cataluña) aborrece toda forma de Estado, inclusive el Estado democrático; pues todo Estado -según pensaban estas eminencias- es despótico. Como si la anarquía no fuese el caos.

Cataluña jamás podría actuar de facto, como un Estado libre y soberano, sino que sencillamente sería presa de las potencias (de los Estados realmente existentes) y de las multinacionales que se disputarían las riquezas de Cataluña; lo cual iría en contra de los intereses de los catalanes y, por ende, del resto de españoles. Y contra eso parece que no quieren defendernos los políticos españoles. Tal vez lo más sensato sería darle la vuelta a la pancarta de estos nacionalistas fraccionarios y decir: «CATALANES. LOS demás españoles OS QUEREMOS. ES AL SECESIONISMO AL QUE ABORRECEMOS».

Y hasta aquí este capítulo de Fortunata y Jacinta. Agradezco su apoyo a todos los amigos mecenas y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla.”



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