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Fortunata y Jacinta

Segunda República española. Elecciones municipales de 1931 y proclamación de la República

Forja 042 · 3 agosto 2019 · 34.42

¡Qué m… de país!

Segunda República española. Elecciones municipales de 1931 y proclamación de la República

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy presentaremos el panorama general en que se desarrollaron las elecciones municipales de abril de 1931 y sacaremos la lupa en algunos tramos para ir viendo los detalles.

Podría decirse que, tras las sublevaciones fallidas de diciembre de 1930 –recuerden sus Señorías el lamentable espectáculo de Jaca y Cuatro Vientos– el gobierno del general Dámaso Berenguer inauguraba el año 1931 con ánimo optimista. Podía percibirse una cierta recuperación del valor de la peseta, los sublevados estaban encarcelados, fusilados o huidos, y se apreciaba una revitalización en los apoyos a la Monarquía, de manera que el 30 de diciembre de 1930 el gobierno de Berenguer anunció que las elecciones generales legislativas se convocarían pronto. El 24 de enero se decretó el levantamiento del estado de guerra en toda España excepto en Madrid y Zaragoza, el 31 del mismo mes el Consejo de Ministros restableció el pleno ejercicio de las garantías constitucionales y el 18 de febrero el almirante Aznar fue nombrado por el Rey nuevo jefe de gobierno de la Monarquía.

Para hacernos una idea del ambiente que por entonces se respiraba, escuchemos este testimonio de Miguel Maura, monárquico converso al republicanismo tras la Dictadura de Primo de Rivera:

«El 23 de enero de 1931, con ocasión del santo del Rey, el desfile ante Palacio para firmar en las listas (de felicitación y adhesión) no cesó en todo el día y fueron las gentes modestas, clase media y hasta humilde, las que más nutrieron esta postrera manifestación de adhesión al trono. Al regresar dicho día don Alfonso a Palacio de la visita a la anciana infanta Isabel, el público estacionado en la Plaza de Oriente le hizo objeto de una manifestación de entusiasmo que se prolongó largo rato llevando el automóvil a rastras los manifestantes.»

Y ahora leamos al periodista Eduardo de Guzmán, redactor-jefe del diario republicano de izquierda radical “La Tierra”: “Nadie que piense con lógica puede esperar al comenzar 1931 un rápido hundimiento de la Monarquía. No lo esperaban ni siquiera los dirigentes republicanos que, en la cárcel, la clandestinidad o el exilio no habían conseguido reponerse del golpe sufrido con tan escasa trascendencia y limitadas repercusiones”. Se refieren, por supuesto, a los sucesos de Jaca y Cuatro Vientos.

El programa de la Monarquía consistía en convocar elecciones municipales entre el 5 y el 12 de abril de 1931 para que dos semanas después se eligiesen las cámaras provinciales y en mayo se eligiesen unas nuevas Cortes generales para el Parlamento nacional. Se trataba de unas elecciones municipales en las que había que elegir 81.099 concejales en todos los ayuntamientos de España (8.943); luego los concejales elegirían a los alcaldes. La noticia fue bien recibida, incluso por una parte importante de la prensa extranjera, como The Whitehall Gazette en Londres que daba por hecho el triunfo de las candidaturas monárquicas y lo interpretaba como “una gran victoria para toda Europa… ya que el establecimiento de la República en España habría de constituir un grave peligro bolchevique para la civilización europea”.

Era previsible que el levantamiento de la censura de prensa y actos públicos impulsaría la actividad en el frente antimonárquico: es en este periodo cuando empiezan a exaltarse los sucesos de Jaca y Cuatro Vientos y cuando sus protagonistas son presentados como héroes y mártires.

La recua de intelectuales oportunistas –ingenua e imprudentemente embelesados por su utopía republicana– aprovechó el momento para predicar su evangelio antimonárquico y el periódico madrileño El Sol publicó el 10 de febrero de 1931 el famoso Manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República encabezado por Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Gregorio Marañón con el fin de «movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española». Ni que decir tiene que la perorata no presentaba un programa de acción política concreta, sino que se limitaba a asignar a la monarquía una serie de vicios constitutivos insalvables y a hermosear las frases con un lenguaje ágil, pregnante e irresistible.

—Estos son los que buscan hacer la sociedad en los gabinetes.

—Hija, se ve que no pierdes ocasión para decirle cuatro frescas a los lechuzos ilustrados.

—Ya ves truz.

Para ampliar un poco más el panorama sobre el ambiente que se respiraba en estos meses previos a la caída de la monarquía, echémosle ahora un vistazo a este interesantísimo documento publicado en marzo de 1931. Primero lo leemos y luego les desvelo quién lo firma, así apreciaremos mejor las distintas nebulosas ideológicas que por entonces andaban operativas: “La primera gran angustia que se apodera de todo español que adviene a la responsabilidad pública es la de advertir cómo España –el Estado y el pueblo español– vive desde hace casi tres siglos en perpetua fuga de sí misma, desleal para con los peculiarísimos valores a ella adscritos, infiel a la realización de ellos, y, por tanto, en una autonegación suicida, de tal gravedad, que la sitúa en las lindes mismas de la descomposición histórica. Hemos perdido así el pulso universal”. Pues bien, la cita la firma un aventajado discípulo de Ortega y Gasset, buen conocedor de Heidegger y colaborador, desde muy joven, en «La Gaceta Literaria» y en la «Revista de Occidente». Se trata de Ramiro Ledesma Ramos co-fundador, junto con Onésimo Redondo, del primer partido nacionalsindicalista de España: las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas).

En un artículo publicado el 11 de abril de 1931 en el semanario La Conquista del Estado, es decir, en la víspera de las elecciones que darían paso a la República, escribía Ramiro Ledesma con tan solo 26 años lo que sigue: “Asistimos sonrientes a la inútil pugna electoral. Queremos cosas muy distintas a esas que se ventilan en las urnas: farsa de señoritos monárquicos y republicanos. Contra cualquiera de los bandos que triunfe, lucharemos. Hoy nos persigue la Monarquía con detenciones y denuncias. Mañana nos perseguirá igual el imbécil Estado republicano que se prepara. Nosotros velaremos por las fidelidades hispánicas. Porque en la inútil pelea no surjan y especulen los traidores a la Patria. La organización de La Conquista del Estado prosigue y proseguirá su lucha en pro de un estado hispánico de novedad radical. Nuestros fines son fines imperiales y de justicia social. ¡Españoles! ¡Afiliaos a nuestras células de combate!”

Y ahora les propongo el reto de adivinar qué famoso político se expresaba en estos términos el 10 de abril de 1931: “Las juventudes españolas se hallan asqueadas no de la política, que en España aún no se practicó en toda su pureza, sino de los políticos que nos gobernaron, profesionales de la inmoralidad, que hicieron del Poder granjería y conculcaron una legalidad establecida por ellos mismos (…) Deseamos honradez, pulcritud, moralidad en la dirección del país. Esas cualidades no podemos encontrarlas en la monarquía. Reflexiónenlo los que voten. Porque el día de mañana votaremos nosotros. Y exigiremos responsabilidades a esas generaciones que no han tenido arranque para restablecer el honor y la libertad. Y las señalaremos con desprecio si en esta hora trágica, al jugarse nuestro destino, no saben ponerse a la altura de las circunstancias votando la candidatura republicano-socialista”.

Se trata de Santiago Carrillo quien, con tan solo 16 años, redacta este famoso artículo titulado Los que no podemos votar en el periódico de la Juventud Socialista Renovación. Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España. Militante desde el principio en la rama revolucionaria del partido socialista con Largo Caballero, el joven Santiago Carrillo no se afiliará al Partido Comunista de España hasta 1936.

Pero sigamos. A pesar de los enérgicos testimonios que acabamos de leer, lo cierto es que antes de las elecciones municipales del 12 de abril prácticamente todo el mundo estaba seguro del resultado: tanto monárquicos como republicanos. Y tan seguros estaban los monárquicos de que las elecciones favorecerían a sus candidaturas que se durmieron en los laureles y desatendieron la campaña electoral hasta el punto de que en Madrid había 10 carteles republicanos por cada cartel monárquico. El gobierno no hizo propaganda partidista, no defendió al régimen vigente, ni explicó a la opinión pública que las elecciones municipales no tenían carácter plebiscitario, es decir, que no se trataba de elegir entre monarquía y república. Se dio el caso, incluso, de que muchos monárquicos no acudieron el domingo 12 de abril a los colegios electorales y otros tanto votaron candidaturas republicanas en sus distritos.

Recordemos que a los comicios se presentaban un total de 81.099 escaños de concejales. Con el 22% escrutado (que fue el resultado que se conocía cuando se hizo el cambio de régimen y esto resulta de vital importancia), los monárquicos habían obtenido 22.150 concejales y las candidaturas republicanas (o antimonárquicas en general) 5.775. Gracias al artículo 29 de la ley electoral, a estos datos había que añadir los 14.018 concejales monárquicos y los 1.832 republicanos, que habían resultado elegidos automáticamente el 5 de abril, al no haberse presentado más que una candidatura en sus municipios. Pero estas contaban, como todos sabemos, con un amplio apoyo en las principales capitales de provincia y aunque éste fue el detalle que haría saltar todo por los aires, hay que tener en cuenta que en las primeras horas tanto monárquicos como republicanos coincidían en una cosa: la República ganaba en las ciudades; la Monarquía ganaba las elecciones con una mayoría absoluta de concejales.

Estas eran las cifras aproximadas que se conocían la noche del 12 al 13 de abril, cuando tiene lugar este suceso que nos narra Miguel Maura. Parece ser que, a la vista de estos resultados, ni Fernando de los Ríos ni Largo Caballero veían cerca el cambio de régimen y así Fernando de los Ríos declaró: “El triunfo de hoy nos permite acudir a las elecciones generales que se celebrarán en octubre y entonces el éxito, si es como el de hoy, puede traernos la República”. Así cuenta el ex-monárquico Miguel Maura su reacción: “Recuerdo la vehemencia con que les hice ver el error en que estaban, anunciándoles que antes de cuarenta y ocho horas estaríamos gobernando (…) Me llamaron iluso y nos despedimos (…) Puedo afirmar que durante todo el día 13, el único del Comité que creyó y obró seguro de la derrota definitiva [de los monárquicos] fui yo”.

Pocas horas antes de abrirse las urnas, el conde de Romanones había declarado: “Si de los ochenta mil concejales, cuarenta mil uno resultasen antidinásticos, acataríamos el fallo; pero el cómputo ha de hacerse por el número de concejales, pues no se pueden hacer distinciones entre los concejales del campo y los de las ciudades, ni clasificarse los electores en de primera, segunda o tercera categoría. Precisamente la soberanía del sufragio universal estriba en que cada hombre es un voto”.

Bueno, pues resulta que esta idea tan “democrática”, que había sido fijada con claridad durante todo el proceso preelectoral y que había sido aceptada por los republicanos, fue precisamente la que se obvió en la interpretación de los primeros resultados conocidos, considerando a los votos rurales como votos de segunda a pesar de ser mayoritarios en ese momento del recuento.

Hay que subrayar que el resultado total de las elecciones de abril de 1931 no se publicaría hasta un año después en el Instituto Anual de Estadística, pero que la República no publicó jamás los resultados electorales oficialmente. Es decir, durante la República solo conocieron los datos “oficiales” quienes tuvieron la curiosidad de indagar en los archivos del Instituto Anual de Estadística. Sigue abierta, por tanto, una intensa polémica en torno a la fiabilidad de los datos publicados por el gobierno republicano. Si ustedes rebuscan se percatarán de que pocos historiadores recogen los resultados totales en sus investigaciones: no lo hace Gabriel Jackson, por poner un ejemplo de tendencia favorable a la República, que se limita a hablar de las cifras correspondientes al 22% del escrutinio y a responsabilizar de ello al sistema de los caciques. A Ricardo de la Cierva, de tendencia monárquica, sencillamente no le cuadran las cuentas… le faltan votos. El historiador Shlomo Ben Amí intentó reconstruir los resultados reales recurriendo a los telegramas que los gobernadores civiles enviaron al Ministerio de la Gobernación con los datos de cada provincia. Javier Tusell también investigó a fondo los resultados de estas elecciones municipales y extrajo unos resultados muy parecidos (pero no exactos) a los que publica la Wikipedia. De hecho, si ustedes se asoman a la Wikipedia, observarán que el apartado “Resultados globales” tiene una llamada a nota a pie de página que remite a la fuente de la que se han extraído los datos. Dicha fuente es la página web publicada en español y en catalán (historiaelectoral.com), de un autor particular (un tal Carles Lozano con una cuenta hotmail de correo electrónico). Ustedes pueden observar que la gráfica visual es más que amateur y que no aparece ninguna referencia a las fuentes de las que se extrae la información. En fin, ahí lo dejo.

Juan de la Cierva, inventor del autogiro y monárquico leal a Alfonso XIII hasta el último momento, declarará: “Yo nunca pude pensar que se les diese a las elecciones carácter de plebiscito y aun así era seguro el triunfo numérico general. Confieso por ello que aun preocupándome el resultado nunca creí que pudiera tener verdadera trascendencia política”.

Ahora bien, ¿de dónde surgió la idea de que sólo importaban los votos de las ciudades y que las elecciones tenían carácter plebiscitario? Pues verán, sus Señorías, aunque todo esto suene un poco a chufla resulta que los lumbreras fueron los propios monárquicos, ni más ni menos: el desmoralizado Duque de Maura, que interpretó los resultados como una declaración antialfonsina en toda regla, el general Sanjurjo y la figura más influyente del gabinete del gobierno monárquico y a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, el incontenible conde de Romanones, quien el día 11 había declarado a la prensa: “lo que se ventila el domingo es el porvenir de España y la forma de gobierno”. Poco tiempo después añadiría el conde: “¿Qué iban a pesar los ocho mil Ayuntamientos menores de diez mil habitantes ante el resultado de todas las capitales de provincia? (…) se habían convocado las elecciones para conocer el estado de opinión y con esto bastaba”. Recuerden que pocas horas antes este mismo señor había declarado que no se podían hacer distinciones entre los concejales del campo y los de las ciudades. Y al terminar la noche del mismo día de los comicios dijo que éstos eran una «derrota monárquica absoluta». Así lo fue en las capitales de provincia, pero no en el entorno rural donde los monárquicos arrasaron… Como contestación a esta interpretación arbitraria y suicida, el Marqués de Hoyos declararía tiempo más tarde: “La que en realidad quedó derrotada fue la doctrina democrática; triunfó el derecho restringido y la fuerza contra el sufragio universal y el derecho”.

Hasta la mañana del día 13 los líderes republicano-socialistas, con excepción de Miguel Maura como hemos visto, no interpretaron la victoria en las capitales como un plebiscito a favor de la república. Pero el día doce por la tarde Dámaso Berenguer, entonces ministro de la Guerra, envió un telegrama a los Capitanes generales que sugería que el Ejército reconocía la victoria de la república. El Cuerpo de Telégrafos, dominado por los republicanos, descifró la misiva y la transmitieron a los líderes de la Conjunción republicano-socialista y a las redacciones de los periódicos. Es importante señalar que, solo cuando ya era voz populi, Berenguer informó al consejo de ministros de la acción que había tomado por su cuenta.

Por si esto fuera poco, en la madrugada del 13 de abril, el general José Sanjurjo, responsable militar de la Guardia Civil, declaró que no ofrecería resistencia ante una posible sublevación republicana. A la mañana siguiente se reunieron en la casa del Doctor Gregorio Marañón el Conde de Romanones (que iba en representación de Su Majestad Alfonso XIII) y Alcalá-Zamora, el cual ordenó a Romanones que se asegurase de que el Rey abandonaba Madrid antes de la puesta de Sol.

En la mañana del día 13, el conde de Romanones comunica al Rey su sueño en relación el asesinato de la familia imperial rusa e insiste, junto con el duque de Maura, para que el Rey abandone inmediatamente España. A las cinco y media de la tarde de ese mismo día se convoca un Consejo especial de ministros. Es entonces cuando el almirante Aznar, jefe de gobierno en funciones, suelta a los periodistas la famosa frase: “¿Crisis? ¡Qué más crisis quieren ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y amanece republicano!”

Justo en ese momento, el Comité Revolucionario, reunido en casa de Alcalá-Zamora realiza la siguiente declaración: “La votación de las capitales españolas y principales núcleos urbanos ha tenido el valor de un plebiscito, desfavorable a la Monarquía y favorable a la República, y ha alcanzado a su vez las dimensiones de un veredicto de culpabilidad contra el titular supremo del Poder (…) A todos es forzoso someterse a la voluntad nacional, que en vano pretenderá desfigurarse con el silencio o el voto rural de los feudos. El día 12 de abril ha quedado legalmente registrada la voz de la España viva”.

Pero sigamos, porque, mientras tanto, en la reunión del comité de ministros, Romanones acepta la interpretación plebiscitaria y concluye que el gobierno debe dimitir y dejar la decisión final al Rey, conclusiones a las que Juan de la Cierva y el conde de Bugallal se opusieron rotundamente. Finalmente se decidió no emprender la dimisión, no reconocer el carácter plebiscitario de las elecciones y pedir al Rey que “ofrezca en el más breve plazo posible a la voluntad nacional ocasión de pronunciarse más segura y eficazmente en unas elecciones parlamentarias”. Pero el almirante Aznar, encargado de entregar la nota al Rey, no lo hizo y estuvo ilocalizable el resto del día.

En la tarde del 13 empezó el movimiento de las masas y la agitación por parte de diarios como La Tierra o la Casa del pueblo. El gobierno se negó a reprimir las manifestaciones y el Duque de Maura declaró: “Yo tengo el sentimiento de manifestar que después de la elección de ayer me parece ilegítima la Monarquía en España”.

El Comité Revolucionario había tomado la siguiente decisión, así expresada por Miguel Maura: “Acordamos que Niceto exigiera, sin paliativos, la salida inmediata de Don Alfonso de España”, con traspaso de poderes “antes de la noche” y que la República se proclamaría “antes de la puesta de sol”. Es decir, en teoría no habría abdicación sino resignación del poder real en el gobierno de la Monarquía que se lo transmitiría al de la República, pero de hecho no hubo ni abdicación ni trasmisión de poderes.

El ministro de Hacienda, Juan Ventosa, ofreció al Rey varios caminos: el primero era negar el valor plebiscitario de las elecciones y utilizar la fuerza material para cerrar las Universidades y destituir a los ayuntamientos que se rebelasen. Contestó el Rey: “Yo no voy por ese camino; porque después de lo ocurrido en las elecciones del domingo y de las otras circunstancias múltiples y diversas que se han producido en los últimos tiempos, yo no tendría fuerza moral para utilizar la fuerza material. Y si quisiera hacerlo habría muchos dispuestos al sacrificio de la vida por mí; pero habría muchos que no, provocándose una guerra civil y derramamiento de sangre del que yo no quiero asumir la responsabilidad. Yo tengo la sensación de que he perdido, aunque sea inmerecidamente, el amor de mi pueblo. Esta es la realidad y a ella hay que atenerse”.

Pero ya sabemos que la marcha del Rey no evitó la guerra civil.

Cuando minutos más tarde el Rey se entrevista con Juan de la Cierva y el conde de Bugallal añade: “He decidido marcharme formando cuanto antes un gobierno casi nacional en el que figuren personas como, por ejemplo, el marqués de Lema, que dirijan las elecciones en Cortes Constituyentes a fin de que resuelvan si España quiere Monarquía o República. De esto modo, estando ausente, nadie dirá que he influido en esas elecciones. He citado esta tarde a los constitucionalistas para que formen gobierno”. A lo que Juan de la Cierva respondió, entre otras cosas: “Esa ausencia sería la renuncia a la Corona que no es de Vuestra Majestad más que en un momento histórico, que es de su estirpe y que, por representar a la Institución secular de España, a esta en realidad pertenece”.

Al amanecer del día 14 el Comité Revolucionario está seguro de su victoria moral: los concejales republicanos de Eibar izaron la bandera tricolor y también hubo agitación en las vascongadas a cuenta del por entonces minoritario PNV. Pocas horas más tarde se iza la bandera tricolor en el Palacio de Comunicaciones de Madrid y en el Palacio de Correos y multitud de personas se van congregando en torno a la Cibeles y la Puerta del Sol sin reacción de la Guardia Civil. Los miembros del Comité Revolucionario que, poco a poco, fueron saliendo de sus escondrijos, se dirigieron al Ministerio de la Gobernación vitoreados por las masas que colmaban las calles de Madrid: no hubo transmisión oficial de poderes, llegaron al edificio, pidieron el paso al “Gobierno de la República” y ocuparon, sin ningún tipo de resistencia, los sillones de los despachos.

La nota esperpéntica, sin embargo, tuvo lugar en el Ayuntamiento de Barcelona donde, en primer lugar, Companys proclama la República española: “Los representantes del pueblo acaban de proclamar la República en Cataluña”. Pero pocos minutos más tarde aparece Francesc Macià y declara el “Estado Catalán bajo el régimen de una República catalana”. “Catalanes: Interpretando el sentimiento y los anhelos del pueblo que nos acaba de dar su sufragio, proclamo la República Catalana como Estado integrado en la Federación Ibérica [¿se consultó para esto a las autoridades portuguesas? Nasti de plasti, me temo] (…) Todo aquel pues, que perturbe el orden del nacimiento de la República Catalana, será considerado un agente provocador y un traidor a la patria”. Y ahora viene el despiporre metafísico total: “Esperamos que todos sabréis haceros dignos de la libertad que nos hemos dado y de la justicia que, con la ayuda de todos, vamos a establecer [¿libertad para qué y contra quién? ¿Justicia para qué y contra quién?]. Nos apoyamos sobre cosas inmortales como son los derechos de los hombres y los pueblos, que ni muriendo perderíamos [los derechos de los hombres son mortales: todo lo que empieza acaba… querido]. Al proclamar nuestra República, hacemos llegar nuestra voz a todos los pueblos de España y del mundo, pidiéndoles que espiritualmente estén de nuestro lado y en contra de la monarquía borbónica que hemos abatido, y les ofrecemos aportar todo nuestro esfuerzo y toda la ilusión de nuestro pueblo renaciente para asegurar la paz internacional [y lo dice como si fuese el Papa de Roma… Pues lo llevas clarinete]. Por Cataluña, por los otros pueblos hermanos de España, por la fraternidad de todos los hombres y todos los pueblos, Catalanes, sabed haceros dignos de Cataluña”. Sí, claro, dignos de Cataluña y dignos de todos los pueblos hermanos de España y de todos los pueblos del mundo mundial. Y, ya puestos, de todos los seres habidos y por haber para que la fraternidad sea universal: y aquí paz internacional y después gloria catalana.

En pocas horas, los representantes de la recién inaugurada Segunda República lograron aplacar el ardor separatista de Maciá, pero como todos ustedes saben, esta gente aprovecha cualquier crisis nacional para proclamar la independencia y volverían a intentarlo en 1934… y en 2017, claro. Aunque no se trataba de la independencia tal y como la entienden los recientes sediciosos del 1 de octubre, pues Macià hablaba de la República Catalana como Estado integrado en la Federación Ibérica, y en el 34 Companys hablaría del Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Claro que este tipo de ocurrencias pueden desembocar fácilmente en el separatismo puro y duro.

A las nueve de la noche del día 14 Alfonso XIII tomó rumbo hacia Cartagena y desde allí a Francia para no volver a pisar la piel del toro jamás en los días de su vida. Al menos no perdió la cabeza… o no del todo. El 16 de abril se publicaba un comunicado en el que declaraba: «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo». Pero hoy sabemos que la cosa no fue exactamente así.

El caso es que la República se instauró y lo hizo, además, por la vía legal al abandonar la Monarquía el poder: es decir, no lo hizo a través de una insurrección violenta o atendiendo al resultado de las elecciones. Si se dio un golpe de Estado éste no lo dieron los republicanos (aunque sí lo intentaron en diciembre de 1930 con las vergonzosas sublevaciones de Jaca y Cuatro Vientos), sino que tal golpe de Estado lo dieron los monárquicos contra su propia forma de Estado al abandonar el poder.

Los únicos disturbios a consecuencia del cambio de régimen se produjeron en Madrid y en Tetuán, donde la represión mató a siete izquierdistas e hirió a casi cincuenta. A primera hora del día 14 se destrozaron varias estatuas de reyes de España y la sede del minúsculo Partido Nacionalista Español fue saqueada. Las enormes manifestaciones que se produjeron durante el día se desarrollaron de forma pacífica.

Con todas las reservas que ya hemos manifestado, les ofrecemos las cifras que la Wikipedia da por válidas en relación al resultado de las elecciones de abril de 1931: 40.324 concejales para los monárquicos; 36.282 para la Conjunción Republicano-Socialista; 3.219 para la Izquierda Republicana de Cataluña; 1.014 para la Liga Regionalista de Cataluña; 267 para el Partido Nacionalista Vasco; 67 para el Partido Comunista 67 y 267 para otros partidos independientes. Estos datos apuntan claramente hacia un empate entre monárquicos y antimonárquicos (atención: decimos “antimonárquicos” y no republicanos, son dos cosas distintas). Podríamos argumentar, como ya dijimos en el capítulo anterior, que los partidos republicanos, salvo el Partido Radical de Lerroux, eran casi (o sin casi) testimoniales en la mayoría de los municipios, lo que también explicaría los resultados. Este reparto de votos también explicaría, por cierto, la tremenda división del país durante los años posteriores… En fin, posiblemente los resultados reales, positivos, de las elecciones de abril de 1931 seguirán siendo una incógnita para nosotros, pero lo importante es cómo se desenvolvieron las circunstancias tras conocerse el 22% del escrutinio.

Y las circunstancias confirman que fueron las derechas las que más empeño pusieron en la instauración de la República (ya por acción, ya por omisión). Los factores verdaderamente determinantes para la llegada de la Segunda República fueron los monárquicos alfonsinos (acobardados ante la posibilidad de una guerra civil), la derecha liberal republicana de Maura y Alcalá-Zamora (ambos monárquicos recién convertidos al republicanismo) y la Guardia Civil (con Sanjurjo a la cabeza). Y esto ya lo reconoció Maura, al decir que los monárquicos «nos regalaron el poder». Para que luego la izquierda reivindique tanto la Segunda República cuando ésta, básicamente, la trajeron, el Rey, los fachas y la benemérita… Alucinas pepinillos.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”. Damos las gracias a nuestros mecenas y colaboradores y recuerda “Si no conoces a tu enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.



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