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Fortunata y Jacinta

¡Qué m… de derechas!

Forja 036 · 18 junio 2019 · 35.30

¡Qué m… de país!

¡Qué m… de derechas!

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y, tal y como anunciamos en el capítulo anterior, hoy toca abordar la m… de las derechas.

Como viene siendo habitual en este canal, fundamentaremos nuestro análisis en una obra del filósofo español Gustavo Bueno: el libro “El mito de la derecha” publicado en 2008. Y lo haremos así no porque tomemos partido por el materialismo filosófico de manera dogmática o talmúdica, como si consideráramos a Gustavo Bueno una especie de dios o de santo, sino porque su filosofía está ejercitada desde un racionalismo sistematizado y dialéctico. Es decir, este tipo de filósofos no se limitan a opinar, sino que crean sistemas de razonamiento, razonan de forma sistematizada, realizando operaciones de discriminación, distinción y comparación.

La filosofía crítica de Gustavo Bueno es un ejercicio contra los mitos oscuros que nos envuelven: el mito de la izquierda, el mito de la derecha, el mito de la felicidad, el mito de la cultura, &c. Porque ustedes se habrán dado cuenta de que cada vez resulta más difícil distinguir a las izquierdas y a las derechas realmente existentes, históricas, de los mitos que las rodean, mitos que hoy día están funcionando a plena máquina.

Muchos recordarán que aquello de “yo soy de izquierda de toda la vida” o “yo soy socialista de toda la vida” se había diluido bastante durante la Transición, pero resulta que de un tiempo a esta parte este tipo de cosas se escuchan cada vez más, es decir, los mitos de la izquierda y la derecha se encuentran más operativos que nunca.

Además, ahora mismo las ideas de izquierda y derecha funcionan como ideas deícticas. Para que nos entendamos, la mayoría de la gente no dispone de la idea abstracta de lo que sean la izquierda o la derecha, sino que unas y otras se explican por aquello que se señala con el dedo: la izquierda es el Psoe o es Pablo Iglesias, la derecha es el PP y Pablo Casado y la extrema derecha es el partido Vox.

Y no se vayan ustedes a pensar que esto le ocurre a un puñado de personas indoctas, sin estudios: este infantilismo anega a la mayoría de los ciudadanos, pero también a los políticos y a las élites periodísticas e intelectuales. Así que, con el fin de poner orden en este tremendo embrollo, nosotros tomaremos partido por el método de análisis apagógico, es decir, dialéctico y comparativo, optando por la posición que menos contradicciones tenga y por ser más potente al tener la capacidad de reducir al absurdo y poder refutar a las demás. En nuestro caso optamos por el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, que encima es un sistema filosófico español y escrito en español, pese quien le pese.

He de advertirles, antes de nada, que este capítulo tiene su dificultad, pero yo les invito a hacer este esfuerzo técnico con buen ánimo porque si no, nos quedaremos en análisis groseros e insuficientes. Empezaremos explicando, por tanto, una característica muy particular del sistema filosófico de Gustavo Bueno para que quede bien claro desde dónde hablamos.

El socialismo genérico

El materialismo filosófico postula un socialismo genérico y decimos “genérico” porque no lo especificamos en ninguna especie de socialismo realmente existente, como pueda ser el socialismo comunista, el socialdemócrata o el socialismo capitalista. Vamos a explicar esto con un poco de detalle. Recordemos aquí que una de las tesis principales de Marx («la conciencia humana está determinada por el ser social del hombre») también está planteada desde un socialismo genérico y que, por ello, se enfrenta al individualismo metafísico.

Desde nuestras coordenadas entendemos que el individuo por sí sólo no es nadie, porque cada ego está codeterminado por otros egos, y desde luego por su entorno natural y cultural. Por lo tanto, no puede darse un ego aislado (hipostasiado) al margen de la familia, el municipio, la sociedad, la historia, así como tampoco es posible al margen de los animales y de la materia en general.

El materialismo filosófico entiende, por tanto, que la vida política es siempre socialista, que no cabe una vida política solipsista o autista y que, en dicho sentido, hoy día podría hablarse de un secuestro del término socialista por parte de ciertas autoproclamadas izquierdas que quieren dar a entender el socialismo como el progresismo de la izquierda frente a lo reaccionario de la derecha.

Lo que tratamos de explicar es que socialismo es un concepto muy amplio que no se opone a capitalismo ni a fascismo, sino que se opone a individualismo y, ya en su fase de delirio más extremo, se opone a autismo, a solipsismo, a individualismo absoluto. Resumiendo, socialismo es universalismo, es todo lo que no es individualismo.

Es conveniente saber, además, que el materialismo filosófico se define, entre otras cuestiones que ya iremos desmenuzando en próximos capítulos, por su antignosticismo, es decir, por negar tajantemente toda revelación sobrenatural como fundamento de conocimiento. Se posiciona, en este sentido, contra todo irracionalismo que es un atributo de determinadas derechas. Más adelante veremos, por ejemplo, que la derecha primaria justifica su poder por una revelación divina, una fuerza sobrenatural: el rey es rey por gracia de Dios. Por tanto, el materialismo filosófico, aparte de su pluralismo ontológico antirreduccionista y antimetafísico y su pluralismo gnoseológico contra todo reduccionismo propio del fundamentalismo científico, también se define por su antignosticismo. Frente al gnosticismo esotérico, el materialismo filosófico se presenta como un socialismo genérico, en el que se postula que lo que es cognoscible para un sujeto operatorio tiene que ser potencialmente conocido por otro. Así, desde dichas coordenadas se niega tajantemente, sin la más mínima consideración, cualquier tipo de revelación sobrenatural o praeterracional, cualquier tipo de precepto caído de lo Alto dado a unos pocos privilegiados que se presentan como confidentes de la divinidad o de cualquier entidad numinosa (telúrica o extraterrestre). Para el materialismo filosófico esto es una impostura (y si el «iluminado», emic, se cree un bendito en realidad sería un idiota, en sentido etimológico, esto es, que permanece en lo propio siendo ajeno a la realidad material que lo envuelve como si fuese una sustancia megárica, aislada, cuando tal caso por metafísico es imposible).

El socialismo genérico que postula el materialismo filosófico viene a ser un socialismo filosófico. Como dice Gustavo Bueno, «no es un socialismo indefinido “a escala de género”, aunque lo sea “a escala de especie”{1} » También una de las tesis principales de Marx («la conciencia humana está determinada por el ser social del hombre») está planteada desde un socialismo genérico.

Por tanto, el socialismo genérico que postula el materialismo filosófico va contra todo irracionalismo, entendido como fideísmo o revelación sobrenatural dada de forma gratuita a un grupo, y también va contra todo particularismo, ya sea el particularismo individual o el particularismo grupal. Nos referimos, por ejemplo, al particularismo de ciertas élites cuyos planes y programas ya no son revelados por Dios sino calculados racionalmente para explotar a otros grupos e incluso a naciones enteras. Éste sería el caso de las multinacionales y de las instituciones globalistas financieras geopolíticas de ámbito anglosajón como es toda la trama Council on Foreign Relation-Royal Institute on Internacional Affair-Club Bilderberg-Club de Roma-Comisión Trilateral.

Ahora bien, aunque el materialismo filosófico postula el racionalismo frente al irracionalismo y el universalismo frente al individualismo, tampoco puede caer en el error en que cayeron muchos marxistas y marxistas-leninistas, esto es, en el error del universalismo abstracto.

Y así especifica Gustavo Bueno que “Universalista” significa, ante todo, el rechazo de todo particularismo, pero no la apelación a “un hombre universal”, a un “Género Humano” o a un “humanismo” en el sentido del Ideal de la Humanidad de Don Julián Sanz del Río, por ejemplo, que entendía a la Humanidad con mayúsculas, como una sola y toda igual que camina en pos de un destino común.

Dice Gustavo Bueno: “El universalismo procesual supone que los contenidos de una filosofía racionalista no proceden por emanaciones reveladas a un grupo o a un individuo sobresaliente, sino por la confrontación de un grupo dado con otros grupos afines o heterogéneos, amigos o enemigos”. El universalismo al que apela el racionalismo materialista no es tanto un presupuesto sustancial sobreentendido cuanto un proceso de recurrencia; una energeia y no una estructura, un ergon. Es el proceso que comienza reconociendo que la implantación política de la filosofía sólo es posible a partir de un grupo (una nación, un estado, un imperio), pero no a partir de un supuesto Género Humano con el que pudiéramos identificarnos. Pero, al mismo tiempo, el universalismo sugiere que es preciso desbordar continuamente el grupo de partida, evitando su interpretación como fuente de un saber exclusivo (“revelado” al grupo) y, por tanto, afirmando que todos los demás grupos han de ser tomados en consideración concreta, aunque sea para someterlos a una trituración crítica (por ejemplo, la crítica de Jenófanes al zoomorfismo de los etíopes). El universalismo procesual supone que los contenidos de una filosofía racionalista no proceden por emanaciones reveladas a un grupo o a un individuo sobresaliente, sino por la confrontación de un grupo dado con otros grupos afines o heterogéneos, amigos o enemigos»{2}

Enfocando el problema de la derecha, por tanto, desde las ideas de socialismo genérico y particularismo podríamos hablar de tres formas de derechas: una derecha racionalista particularista (que vendría a ser el capitalismo neoliberal de la élite globalista financiera), una derecha irracionalista particularista (las sectas fundamentalistas, como los cristianos fundamentalistas protestantes más individualistas que creen que el alma está sola ante Dios y que se toman al pie de la letra aquello de “muchos son los llamados, pocos los elegidos”, o las sectas satánicas que realizan sacrificios de niños) y una derecha irracionalista socialista (religiones civiles como el cristianismo o el islam).

El materialismo filosófico, al postular un socialismo genérico y al ser racionalista, no es, por tanto, compatible con ninguna modulación o forma de la derecha.

En resumen: no somos unos fachas, pese a que muchos vivan bajo el convencimiento de lo contrario, al ver que criticamos a las izquierdas definidas e indefinidas, o que defendemos la unidad de España, o al ver que no somos anticlericales (si no se trata del clero separatista, claro). A quienes nos llaman fachas les recomendamos que estudien, que lo mismo con eso no simplifican tanto. Aunque reconocemos que muchos de los fanatismos y dogmatismos no se quitan leyendo, hace falta algo más. No sé… un palo de realidad o algo así.

¿Qué entendemos por mito de la derecha?

Si en el capítulo anterior vimos que la idea de izquierda como unidad armónica es una idea pánfila, hoy advertiremos que tampoco puede hablarse de una unidad de la derecha: lo que realmente hay son distintas generaciones de izquierda y diferentes modulaciones de derecha, que unas y otras están enfrentadas entre ellas y entre sí y que el conflicto, por tanto, no es dicotómico, sino plural.

Dice Gustavo Bueno: «Llamamos mito de la Derecha a la creencia propia de muchas personas o grupos de personas, pertenecientes a una sociedad política compleja organizada en régimen de democracia parlamentaria, según la cual en tal sociedad política existe realmente un estrato social de individuos o grupos orientados y aun cohesionados por su tendencia, más o menos consciente, a mantener las características, improntas o prerrogativas heredadas del régimen anterior a la democracia (el Antiguo Régimen), frente a los intentos de otros grupos o partidos, denominados como izquierdas, orientados en el sentido de demoler tales características, improntas o prerrogativas».

Podríamos definir el mito de la derecha, por tanto, como la sustantivación del Antiguo Régimen: creer que la derecha es el pasado y las tinieblas, frente a las izquierdas que serían la luz, el futuro y el progreso. La distinción izquierda-derecha se plantea, además, como si el enfrentamiento se diera a escala eterna y trascendental in illo tempore a lo largo de la Historia.

En España esta dicotomía ha quedado fijada, como todos ustedes saben, en la contraposición izquierda-fascismo. Desde esta perspectiva, la izquierda adquiere un sentido cósmico, profundo, trascendente: ser de izquierda es estar dentro de un movimiento universal que ilumina al hombre. Es decir, tanto el mito de la izquierda como el mito de la derecha están envueltos en una especie de maniqueísmo metafísico que nos lleva a interpretaciones simplonas de la realidad y por eso es necesario triturarlos.

¿Qué es la derecha?

Como respuesta positiva diremos que la derecha es el Antiguo Régimen, pero hay que tener en cuenta que éste empieza a ser denominado como «la derecha» solo cuando se pone en marcha la Revolución Francesa, situándose la revolución a la izquierda del Trono y el Altar. La derecha, entonces, es anterior cronológicamente a la izquierda, pero empieza a ser propiamente derecha cuando surge la izquierda revolucionaria: al igual que el padre, siendo anterior al hijo, empieza a ser propiamente padre cuando tiene al hijo.

Ahora bien, el Antiguo Régimen en la actualidad no existe y ni siquiera puede existir. Resultaría en todo punto absurdo en la actualidad un retorno al Antiguo Régimen, primero porque es imposible y segundo porque ningún Estado estaría dispuesto a ello. La situación actual difiere mucho de los tiempos en que se llevaba a cabo la Gran Revolución, donde la resistencia del Antiguo Régimen, esto es, el statu quo monárquico-clerical-aristocrático, tenía algún sentido.

¿Quiere decir esto que la derecha ya no existe en la actualidad? Si por tal entendemos las fuerzas que quieren reeditar el Antiguo Régimen (el Trono y el Altar), entonces lo que es la derecha (derecha primaria o absoluta, la llamada «derechona») está actualmente desarticulada o disuelta una vez impuestas las repúblicas socialistas y las democracias liberales (aun siendo algunas de ellas, como en España, monarquías constitucionales).

Siguiendo la clasificación crítica que Gustavo Bueno lleva a cabo en El mito de la derecha, existen varias modulaciones de la derecha. Hablaremos, junto a Don Gustavo, de modulaciones de derechas como géneros plotinianos, es decir, como una idea histórica. Parafraseando a Plotino: las derechas pertenecen al mismo género, no porque se asemejen entre sí, sino porque todas descienden de un mismo tronco, el Estado del Antiguo Régimen en descomposición.

Las diferentes modulaciones de la derecha combaten a través del tiempo histórico a las distintas generaciones de izquierdas que surgen desmantelando la sociedad política estamentaria del Antiguo Régimen: izquierda jacobina, izquierda liberal, izquierda anarquista, izquierda socialdemócrata e izquierda comunista.

Por tanto, la derecha muta en el tiempo según el modo de combatir a la izquierda (y, como veremos en el caso del liberalismo, también permuta, pues lo que en un contexto era izquierda, en otro era derecha). No será lo mismo la disputa en la época de la Revolución Francesa entre la derecha primaria contra la izquierda jacobina, que la disputa entre la derecha socialista franquista contra la coalición de izquierdas formada por liberales, anarquistas, socialdemócratas y comunistas en la Guerra Civil española; o, en los tiempos de la Guerra Fría, la disputa por la hegemonía mundial entre el bloque capitalista de la derecha liberal o neoliberal estadounidense contra el bloque comunista soviético en cuyo suelo fecundó la quinta generación de izquierda o izquierda comunista.

A continuación, clasificaremos las derechas realmente existentes, que son tres modulaciones de la derecha que surgen en el marco del desmoronamiento del Antiguo Régimen.

Las modulaciones de la derecha

Gustavo Bueno distingue entre derecha tradicional y derecha no tradicional. En este programa trataremos a las derechas tradicionales y dejaremos para el siguiente programa a las derechas no tradicionales, no alineadas, como son el fascismo, el nacionalsocialismo, las derechas secesionistas o las nuevas derechas. Veremos entonces si estas derechas se pueden identificar sin más con eso que llaman «extrema derecha».

Las derechas tradicionales son aquellas que pueden considerarse herederas de las fuerzas de la reacción del Antiguo Régimen (una vez que ha surgido el Nuevo Régimen). Estas derechas irían modulando su posición en la rivalidad contra las izquierdas que procuran desmantelar el Antiguo Régimen en todos sus aspectos. Las derechas tradicionales son las siguientes: derecha primaria, derecha liberal y derecha socialista.

La derecha primaria

La derecha primaria es fundamentalmente la derecha restauradora, esto es, la derecha cuyas prolepsis (sus proyectos, planes y programas) se basan en la anamnesis (el recuerdo) del Antiguo Régimen. No se trataba del Antiguo Régimen sino del proyecto de su reproducción. Un proyecto, al fin y al cabo, utópico, pues -como decimos- volver a estas alturas de la historia al Antiguo Régimen es una empresa descabellada además de absurda e imposible.

Ejemplos de derecha primaria son los serviles de Cádiz, los apostólicos de la regente María Cristina y los carlistas. También el integrismo de Ramón Nocedal sería una reorganización de la derecha primaria al inspirarse en el carlismo. Asimismo, las columnas de requetés en la Guerra Civil eran derecha primaria, en tanto resurrección del tradicionalismo dentro del bando nacional. Decía Indalecio Prieto: «No hay nada que tema más que a un batallón de requetés recién comulgados». También el PNV, dentro del bando republicano o frentepopulista, era un exponente de la derecha primaria, por aquello que decía Sabino Arana de la fantasiosa república del «Sagrado Corazón de Jesús» y otros irracionalismos no menos absurdos.

La derecha liberal

El liberalismo es una especie de embrollo, pues sería la segunda generación de izquierda y pasaría a la derecha en tanto derecha burguesa una vez que aparezcan en el escenario político los partidos involucrados con el movimiento obrero: anarquistas, socialdemócratas y comunistas. Aunque no sólo por esta razón.

En la encíclica Quanta cura y su complemento de 80 proposiciones, el Syllabus, del 8 de diciembre de 1864, Pío IX condenó al liberalismo. Veinte años después Félix Sardá y Salvany publica su célebre El liberalismo es pecado. Con el Syllabus el liberalismo, al ser condenado por la Iglesia, parecía que se deslizaba definitivamente hacia la izquierda. Pero en seguida aparecieron católicos liberales, como aquellos que escribieron entre 1870 y 1871 en el periódico La armonía del Catolicismo y la Libertad. En diciembre de 1874 Alfonso de Borbón (futuro Alfonso XII) embrollaba más el asunto al decir que en su reinado «ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal».

Y nuestro creador, Benito Pérez Galdós, pondría en boca de uno de sus personajes: «¿Liberal y católico? ¡Pero si el Papa ha dicho que el liberalismo es pecado! Como no sea que el Príncipe Alfonso haya descubierto el secreto para introducir el alma de Pío IX en el cuerpo de Espartero…»

No obstante, si se lee el Syllabus con atención, caeremos en la cuenta de que Pío IX no condenó el liberalismo en bloque, sino simplemente algunos de sus errores. De hecho, puede leerse en el punto LXXX: «El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización».

Paulatinamente el liberalismo iría infiltrándose en corrientes tradicionalmente consideradas de derechas. Cánovas del Castillo, el ideólogo de la Restauración, se autodenominó liberal, pero al mismo tiempo decía que era conservador; de ahí que muchos le atribuyesen la acuñación de la expresión «liberal conservador», lo que era tanto como considerarse «izquierdista derechista», es decir, izquierdista (liberal) y derechista (conservador).

Como ejemplos de derecha liberal podremos incluir a todas las variantes del liberalismo español decimonónico: los liberales de Cádiz (que, a su vez, fueron la segunda generación de izquierda), los liberales exaltados y progresistas como Espartero, o moderados como O’Donnell, el liberalismo conservador de Cánovas o el de Sagasta (que emic se autoproclamaba de izquierda). La práctica totalidad de la derecha española que no es derecha primaria ni derecha socialista es derecha liberal. Y esta fue la derecha que, salvo algunos paréntesis, gobernaría España entre 1812 y 1912. Durante este siglo la derecha liberal estuvo flanqueada por la derecha primaria (hubo hasta tres guerras carlistas) y por las generaciones de izquierda (anarquistas y socialistas) que no consiguieron el poder pero que, indudablemente, influyeron en él.

Puede considerarse este liberalismo como de derecha porque era fiel a la institución del trono, es decir, no se trataba de un liberalismo republicano. Asimismo, en el siglo liberal que va de 1812 a 1912 se reprodujeron el número de marquesados y condados, que casi alcanzó un tercio de la nobleza del Antiguo Régimen. A su vez, los liberales reconocieron en todas sus constituciones al catolicismo como religión oficial del Estado.

La derecha socialista

La derecha socialista vendría a ser una serie de tendencias dadas en España de manera gubernamental, como fueron el maurismo, el primorriverismo y el franquismo. También podemos incluir al olvidado, por historiadores y cuentistas, Partido Socialista Monárquico Obrero Alfonso XIII, cuya existencia se prolongó de 1916 a 1931. Partido que no fue una iniciativa marginal sino que contó con el apoyo de Sus Majestades los Reyes, el Gobernador Civil de Barcelona, el capitán general de Cataluña, el Jefe superior de Policía o el Comisario general de seguridad.

Puede resultar chocante unir los términos «derecha» y «socialista». El problema con el término «socialismo» está en la constante tendencia de anegar a la especie en el género y en la no menos constante tendencia de secuestrar o circunscribir el género en una de las especies. Esto último es lo que Bueno llama secuestro ideológico, como el secuestro del término «socialismo» que se hizo en la Unión Soviética, donde sus ideólogos se apropiaron del nombre negando la condición de socialista a los demás partidos o regímenes que no estuviesen dentro de su esfera de influencia, hasta el punto de denominar al socialismo alemán como un caso específico de fascismo («socialfascismo»). Es decir, el socialfascismo era un concepto que usaban los soviéticos para designar a la socialdemocracia alemana.

En Europa el término «socialismo» fue finalmente secuestrado por la socialdemocracia; pero aun así siguieron usándolo los soviéticos, que de hecho nombraron al país de la Revolución de Octubre «Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». En la España del Régimen del 78 el término socialismo está secuestrado por el Partido Socialista Obrero Español, y es vox populi identificar a un socialista con un miembro o un simpatizante o votante del PSOE.

Dice Gustavo Bueno: «El “secuestro”, por contracción interesada, del término socialismo (tanto por los comunistas partidarios de la dictadura del proletariado, como por los socialdemócratas partidarios de la vía democrática y pacífica hacia el socialismo), llegó hasta el extremo de considerar como no socialistas, por tanto, en el fondo, como no humanos, o como “hombres alienados”, a los mismos adversarios “capitalistas”, como si una sociedad anónima capitalista no fuera una “agencia de socialización”, tanto o más efectiva de lo que pudiera serlo un sindicato obrero».{3}

Pues bien, por paradójico que suene, cuando hablamos de derecha socialista se trataba de una derecha con proyección socialista al tratarse, y aquí estaría el quid de la cuestión, de una «revolución desde arriba», enfrentada a anarquistas y comunistas, que reivindicaban la «revolución desde abajo». Sería el presidente español Antonio Maura el que emplearía el lema «revolución desde arriba».

Con la derecha socialista no estamos ante los intereses contrarrevolucionarios de los capitalistas. La derecha socialista sólo sería contrarrevolucionaria en la medida en que se enfrentaba a las intenciones revolucionarias de anarquistas y comunistas. Es decir, la revolución desde arriba era contrarrevolucionaria en su enfrentamiento a la revolución desde abajo.

Hemos señalado al primorriverismo como un ejemplo de derecha socialista. La dictadura de Miguel Primo de Rivera recibió el apoyo del sindicato socialista UGT y la colaboración del ala izquierda del PSOE, haciendo a Francisco Largo Caballero el director del consejo de Estado. Al terminar la dictadura la UGT había sumado durante la misma a cien mil nuevos afiliados y la CNT anarquista quedó un tanto mermada, aunque se recuperaría durante los años de la república. De hecho, de 1919 a 1923, año en el que Primo de Rivera dio el golpe de Estado y se hizo con el poder, los anarquistas llevaron a cabo 1.259 atentados terroristas, y durante los años de la dictadura (desde 1923 hasta 1930) sólo pudieron llevar a cabo 51. Es decir, objetivamente, y pese a caer en la incorrección política, tan en boga en nuestros días, la dictadura primorriverista introdujo orden y seguridad, además de un desarrollo industrial relativamente considerable.

En la dictadura de Primo de Rivera y aún más durante el régimen franquista se llevaron a cabo proyectos políticos como la red de carreteras o la construcción de pantanos, creación y desarrollo del parque automovilístico. Así como la seguridad social.

Propio de estas derechas socialistas es que no eran democráticas ni aceptaban la monarquía absoluta, lo que las diferenciaba de la derecha liberal y de la derecha primaria. Asimismo, hay que señalar la confesionalidad del Estado que defendían las derechas socialistas, así como el reforzamiento del ejército; aspectos que la aproximaban al Antiguo Régimen.

La leyenda negra se prolonga con el franquismo

También el franquismo es un ejemplo de derecha socialista. La ecuación España = Franco es para algunos algo así como E = mc2. Y es que, sus Señorías, aunque sea políticamente incorrecto decirlo, la concepción del franquismo que tienen nuestras malogradas izquierdas supone una prolongación de la Leyenda Negra: y ya saben que la metodología negrolegendaria consiste en exagerar lo malo y negativo y hablar únicamente de toda clase de atropellos y omitir todos los aciertos y cosas positivas. Desde el colmo del negrolegendarismo retroantifranquista se ha llegado a decir que el franquismo empezó con los Reyes Católicos. Sobre el franquismo se ha llegado a decir todo tipo de majaderías, sobre todo en estos tiempos de «Memoria Histórica» o, más bien, desmemoria histérica. Incluso las asociaciones de dicha Memoria se quejan en sus manifiestos de que se hable de Franco como «jefe del Estado» sin adjetivar. Claro, habrá que decir «qué m… de jefe del Estado fue Franco».

Muchos españoles creen, están convencidos, de que el franquismo fue la reencarnación misma del Antiguo Régimen y, por tanto, de la derecha más reaccionaria: lo que nosotros llamamos derecha primaria, vulgarmente conocida como «la derechona». Pero como dice Gustavo Bueno, «La dictadura de Franco hizo el “trabajo sucio” necesario para cualquier acumulación capitalista. Al menos ésta es la única explicación, desde una perspectiva materialista con suficientes ecos marxistas, que puede tener el llamado “milagro español” que se produjo en España durante la época de Franco».

Paráfrasis de La vida de Brian

Nos han machacado los franquistas. Nos han triturado. Nos han desangrando. Y sobre cosas buenas… a ver, qué hizo el franquismo por nosotros.

Los pantanos.

¿Los pantanos? Ah sí sí… los pantanos. Bueno, reconozco que durante el franquismo se construyeron los pantanos. Pero, aparte de los pantanos qué más hizo el franquismo.

Las carreteras. Gobernar, aunque digan lo contrario, también es asfaltar.

Bueno vale, pero aparte de los pantanos y las carreteras, ¿qué más nos ha dejado el franquismo?

Las viviendas de protección social. La seguridad social. Mejoró la tasa de escolarización y combatió el hambre. La reforma agraria. La industrialización. El Seat Seiscientos. La paga del 18 de julio. El turismo. Llegó la televisión. Volvió a jugarse la liga de fútbol, ¡y empezaron a retransmitirse los partidos por televisión formal, y le ganamos la Eurocopa a los rusos pérfidos comunistas! Y este m… de país se transformó en el noveno país involucrado en los problemas industriales.

Bien, pero aparte de los pantanos, las carreteras, las viviendas de protección social, la seguridad social, la mejora en la tasa de escolarización y la lucha contra el hambre, la reforma agraria, la industrialización, el Seat Seiscientos, la Lotería, la paga del 18 de julio, el turismo, la televisión y el gol de Marcelino, ¿qué más nos ha dado el franquismo?

Nos ha dado cuarenta años de paz, a los que hay que sumar los cuarenta años de paz de la democracia.

Bien es verdad que, como no queremos caer en el maniqueísmo, reconocerle determinados méritos al franquismo no impide que se pueda hacer una crítica racional al mismo. Es decir, tampoco se trata de caer en la leyenda rosa o empalagosa de un franquismo aplacible y dorado en donde omitiésemos todos los atropellos y exagerásemos sus aciertos.

Por nuestra parte no pretendemos hacer apología del franquismo ni caer en el maniqueísmo, pues desde nuestro pluralismo ontológico volvemos a la caverna muy conscientes del pluralismo político y de la diversidad de las generaciones de izquierda y de las modulaciones de la derecha en la disputa entre las diversas instituciones, es decir, la dialéctica de clases que se codetermina con la dialéctica de Estados y con la dialéctica de Imperios de la geopolítica real.

Y es pertinente una crítica al franquismo porque de aquellos polvos estos lodos, pues Franco prefería una España rota antes que roja. Y ese fue su error. Con la política anticomunista los franquistas dejaron hacer mucho en España a los servicios secretos estadounidenses y de otros países. Entre otras cosas, lo que hicieron fue fortalecer a los partidos separatistas (porque mejor rota que roja). De hecho, a tales potencias no les interesaba una España fuerte y unida, como ya lo dijo Henry Kissinger. Fue una imprudencia del gobierno franquista dejar hacer demasiado a estos servicios secretos que, al fin y al cabo, junto a los franquistas, organizaron la transición del régimen centralista franquista al régimen descentralizado de las autonomías. Y ahí está el germen de buena parte de nuestros problemas actuales.

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.

Notas

{1} Gustavo Bueno, «Notas sobre la socialización y el socialismo», El Catoblepas, nº 54, pág. 2, http://www.nodulo.org/ec/2006/n054p02.htm, Agosto 2006.

{2} Gustavo Bueno, «Notas sobre la socialización y el socialismo», El Catoblepas, nº 54, pág. 2, http://www.nodulo.org/ec/2006/n054p02.htm, Agosto 2006.

{3} Gustavo Bueno, «El socialismo como idea fuerza política, ética y moral», El Catoblepas, nº 144, pág. 2, http://www.nodulo.org/ec/2014/n144p02.htm, Febrero 2014.



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