El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 204 · julio-septiembre 2023 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (7): El Imperio español contra Inglaterra (2): la toma y saco de Cádiz

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (XII). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (75)

Quijote

Hemos visto que en las dos canciones sobre la armada contra Inglaterra están presentes las dos mayores expresiones de la hostilidad entre Inglaterra y España en las últimas décadas del siglo XVI, la guerra mayor, cuya mayor manifestación fue la empresa contra Inglaterra, y la guerra menor, a la que Cervantes alude como una práctica habitual de los ingleses que condujo a la primera. Pues bien, en La española inglesa también están presentes ambas formas de guerra entre las dos potencias enemigas, aunque de modo diferente; la guerra mayor, como trasfondo histórico y literario de la novela, y, a la vez, desencadenante de la historia de la protagonista; y la guerra menor, en la forma de guerra del corso, que ocupa un lugar central en la trama literaria de la novela. Empecemos con la primera.

Desde el mismo arranque de la novela nos encontramos sumergidos de sopetón en la guerra anglo-española, tal como ésta se estaba desarrollando en los últimos años del siglo XVI. Pues aquélla comienza justo con uno de los episodios más importantes en esta fase final de la guerra anglo-española, que tuvo como escenario la ciudad de Cádiz: se trata de su toma y saqueo por los ingleses durante la primera quincena del mes de julio de 1596{1}. Fue este suceso terrible el que determinó el destino de la protagonista de la novela, la gaditana Isabel o Isabela, entonces una niña de unos siete años, de manera que sin ese suceso no se habría producido la singular historia de Isabela, que por ello merece ser contada por su narrador. Veamos cómo este describe el inicio de las peripecias de Isabela en el escenario del ataque, saqueo de Cádiz y toma de rehenes, uno de los cuales fue precisamente ella:

“Entre los despojos que los ingleses llevaron de la ciudad de Cádiz, Clotaldo un caballero inglés, capitán de una escuadra de navíos, llevó a Londres una niña de edad de siete años, poco más o menos, y esto contra la voluntad y sabiduría del conde de Leiste, que con gran diligencia hizo buscar la niña para volvérsela a sus padres, que ante él se quejaron de la falta de su hija, pidiéndole que, pues se contentaba con las haciendas y dejaba libres las personas, no fuesen ellos tan desdichados que, ya que quedaban pobres, quedasen sin su hija, que era la lumbre de sus ojos y la más hermosa criatura que había en toda la ciudad.”{2}

Cervantes, en razón de sus fines literarios, fija su mirada en la fase de pillaje de la ciudad y despojo de las haciendas, tras el ataque y el desembarco de las tropas inglesas, pero omite la consideración de los hechos que condujeron a ese estado de cosas y sin la exposición de éstos resulta incomprensible por qué de repente los ingleses se presentaron ante Cádiz y la tomaron para someterla al pillaje e incendiarla. Hemos aludido antes al marco histórico general de la guerra anglo-española de la que forma parte la expedición militar inglesa contra Cádiz, pero, para entender lo sucedido en esta ciudad y, con ello, lo descrito por Cervantes como inicio de la historia de Isabela, hemos de remitirnos, dentro de esa larga guerra, al contexto histórico inmediato a lo acaecido en la ciudad andaluza. Y el hecho crucial que define ese contexto inmediato es el plan de Felipe II, desde mediados de la última década del siglo XVI, de preparar una nueva armada contra Inglaterra y de enviarla en apoyo de la rebelión de los irlandeses católicos contra la Corona inglesa, los cuales habían solicitado la ayuda del rey español y éste prometió dársela, en abril de 1596, a los cabecillas de la rebelión, la cual había dado lugar a la llamada Guerra de los Nueve Años (1594-1603). Pero, enterados los ingleses de que los preparativos de la expedición militar española para intervenir en Irlanda en apoyo de los católicos irlandeses contra Inglaterra se estaban llevando a cabo en Cádiz, Isabel I, ante la inminencia de un nuevo intento español de invasión, ordenó reunir rápidamente una gran flota, formada por 150 naves, con casi siete mil marineros a bordo, y dividida en cuatro escuadras, bajo el mando supremo del almirante Howard, el mismo que había comandado la flota inglesa que se enfrentó a la primera armada española contra Inglaterra, aunque cada escuadra tenía su propio mando; la flota portaba una fuerza terrestre de algo más de siete mil soldados, a cuyo mando estaba el conde de Essex, al que en el párrafo citado Cervantes erróneamente llama conde de “Leiste”, en referencia al conde de Leicester, el favorito de la reina de Inglaterra durante gran parte de su reinado, pero que nada tuvo que ver con la expedición inglesa contra Cádiz; de hecho, hacía tiempo que había muerto, en 1588. A la expedición inglesa se sumó una flotilla de veinte naves de las Provincias Unidas de los Países Bajos, sometida al mando inglés; así que la toma de Cádiz tuvo también un cariz holandés y sobre ella planeó la sombra de la guerra de Flandes, pero, en el relato cervantino se ignora todo esto, para centrarse en la dimensión inglesa tanto de la toma de Cádiz como del desarrollo de la historia de Isabela, que se enmarca todo él en un contexto enteramente inglés.

La realidad histórica es que una poderosa flota anglo-holandesa se presentó ante la bahía de Cádiz el 30 de junio de 1596 y que las fuerzas españolas no pudieron hacer nada para impedir el asalto, desembarco y saqueo de la ciudad por los enemigos. A pesar de que ya el 29 de junio habían llegado a Cádiz avisos procedentes del Algarve portugués que advertían sobre la presencia de una flota inglesa, la pequeña flota de galeras españolas que zarpó de Cádiz para interceptarle el paso fue fácilmente derrotada por la inglesa al cabo de unas horas de batalla en la madrugada del uno de julio y se vio forzada a replegarse al interior de la bahía gaditana. Tras la fase naval del ataque inglés, dio comienzo, una vez acercadas las naves inglesas a la bahía gaditana, la fase terrestre del ataque con el desembarco de  los soldados ingleses, encabezados por el conde de Essex, que con escasa dificultad vencieron, en pocas horas, ese mismo día la resistencia de las tropas españolas desplegadas, en su mayor parte soldados bisoños  y mal armados, que había enviado en socorro el duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán, el mismo que había comandado la Armada española contra Inglaterra en 1588.

Cervantes nada dice sobre la fase de guerra marítima del ataque inglés, pero sí sobre la fase de guerra terrestre del asalto, no en La española inglesa, pero sí en su famoso soneto A la entrada del duque de Medina en Cádiz, un título inadecuado y desafortunado, no puesto por Cervantes sino por un editor decimonónico, que, como veremos, ha conducido a una errónea interpretación histórica del mismo y que debería titularse, de acuerdo con su tema central, soneto A la toma y saco de Cádiz, lo que además concuerda mejor con la manera como circuló en su época a jugar por los epígrafes con que figura en los manuscritos en que se ha transmitido{3}. En el escenario histórico, lo realmente ocurrido es que, cuando se produjo el desembarco de las tropas inglesas, encabezadas por una vanguardia  de unos 800 hombres, acaudillada por el conde de Essex, a pesar de haber en la ciudad miles de soldados, la mayoría encuadrados en milicias ciudadanas, de Cádiz sólo salieron, sin nadie al mando, unos 500 soldados milicianos a pie y unos 300 a caballo para combatir a los invasores, soldados profesionales que se acercaban a la ciudad en buen orden y a paso lento; la escasa guarnición gaditana mantuvo una corta escaramuza con los ingleses, tras la cual no pudieron resistir más, se desbandaron y se volvieron corriendo, presas del pánico, a refugiarse tras las murallas de la ciudad. Los enemigos apenas hallaron resistencia en el asalto a las murallas ni, una vez que los asaltantes las franquearon, tampoco hallaron oposición dentro de la ciudad, aunque, como hemos dicho, allí había varios miles de soldados. En todas las etapas de la toma de la ciudad: desembarco, asalto a las murallas y finalmente asalto a la ciudad, falló estrepitosamente la guarnición de las milicias ciudadanas. Con tan poca resistencia, no es de extrañar que lo invasores en pocas horas hubieran tomado la ciudad, la cual había empezado con el desembarco a las dos de la tarde del uno de julio y había acabado a las cinco de esa misma tarde, en que la vanguardia de los atacantes había cogido las riendas del control de la ciudad, aunque el fuerte de san Felipe aún aguantaría y no se rendiría hasta el día siguiente. Adueñados ya de la cuidad, unas horas después, la noche del uno de julio empezó el saqueo, que el conde de Essex autorizó, pero prohibió violentar u ofender a las personar y ultrajar a las mujeres, lo cual cumplieron escrupulosamente. De momento no diremos más sobre esta fase de pillaje, pues no es menester para la cabal comprensión histórica del soneto cervantino, en el que la alusión a ello es muy indeterminada, hasta que volvamos a ocuparnos, al final de este estudio, del citado primer párrafo de La española inglesa.

Examinemos ahora, a la luz de los hechos históricos descritos, el soneto de marras, que Cervantes compuso en Sevilla, donde a la sazón estaba cuando acontecieron los sucesos terribles de Cádiz, que se convirtieron en el tema central del poema, como también hicieron otros poetas de la época; unos sucesos de los que debió de enterarse por las noticias que llegaban constantemente a Sevilla y es probable que leyera también alguna de las relaciones, que al poco tiempo empezaron a circular sobre tales hechos. El poema permaneció, sin embargo, inédito hasta finales del siglo XVIII. Fue publicado por vez primera en 1778 por Juan Antonio Pellicer en sus “Noticias para la vida de Miguel de Cervantes Saavedra”, incluidas en Ensayo de una bibliotheca de traductores españoles; lo volvió a reimprimir en 1800, sin ninguna variante, en su Vida de Cervantes, informando esta vez de que lo había tomado de un manuscrito de la Real Biblioteca. En ambos casos el soneto viene precedido por un epígrafe, obra de él y no de Cervantes, aunque esto no su supo hasta que en 1923 Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, en su publicación del soneto, pusieron en duda la autenticidad del epígrafe, que reza así: “El capitán Becerra vino a Sevilla a enseñar lo que habían de hacer los soldados, y a esto, y a la entrada del Duque de Medina en Cádiz hizo Cervantes este soneto”. Posteriormente, Agustín García de Arrieta, en su publicación de las obras completas de Cervantes en 1826, introdujo un epígrafe de su invención aún más largo, frecuentemente repetido en ediciones posteriores del soneto, que reza así: “A la entrada del Duque de Medina en Cádiz, en julio de 1596, con socorro de tropas enseñadas en Sevilla por el capitán Becerra, después de haber evacuado aquella ciudad las tropas inglesas y saqueándola por espacio de veinticuatro días al mando del conde de Essex.”{4} La mayoría de las ediciones modernas siguen ofreciendo el soneto con el epígrafe de Arrieta, hasta el punto de que el soneto se suele identificar por las palabras iniciales de aquél: A la entrada del Duque de Medina en Cádiz; además no se avisa al lector de que tal epígrafe no es obra de Cervantes, con lo cual se le induce a pensar que lo puso él mismo{5}. Incluso algunos comentadores del soneto, como Carlos Martín Induráin{6}, alimentan el error de hacer creer al lector la autenticidad cervantina de sendos epígrafes, el de Pellicer y el de Arrieta, pues menciona ambos dando a entender que Pellicer y Arrieta se los encontraron así, tal como ellos lo publican, en su fuente manuscrita, antepuesto al soneto, sin recordar al lector que no son de autoría cervantina, para atenerse luego, en su comentario, al soneto impreso de Arrieta precedido de las primeras palabras del epígrafe de éste.{7} Una excepción a todo esto es Francesca de Santis{8}, quien sí avisa al lector de que los verdaderos autores de tales títulos del soneto fueron Pellicer y Arrieta respectivamente y no Cervantes, pero comete el error, a nuestro juicio, de no impugnarlos, salvo el yerro de Arrieta de la datación de la duración del saqueo de Cádiz, sino que los acepta como válidos para interpretar el contenido histórico del poema. Pero, como se verá, ambos títulos, que pretenden orientar la comprensión del soneto, lo que hacen es inducir al lector a la confusión y al error, pues los dos parten de un errado enfoque de la interpretación histórica del poema, como más adelante se comprobará.

El tema principal, como decimos, es la toma y saco de Cádiz, pero el interés principal del autor se centra no tanto en esos hechos en sí, como en el comportamiento, durante la invasión inglesa, primeramente, de las tropas que combatieron, en segundo lugar, de las tropas de socorro que se adiestraban fuera de Cádiz y, finalmente, del jefe militar supremo, que era el duque de Medina Sidonia. Cervantes convierte en tema literario, una vez más, un hecho importante de su presente histórico y somete a juicio severísimo a los principales responsables de la tragedia gaditana en un soneto, magistralmente construido y verdaderamente mordaz e hiriente. Como vamos a ver, no deja a títere con cabeza: no se salva nadie, ni soldados ni menos aún el principal jefe militar, el duque de Medina Sidonia, a la sazón capitán general de Andalucía.

Los dos cuartetos del soneto están centrados en el tema principal de la toma y saco de Cádiz, que se aborda desde la perspectiva de la actuación de la parte española en el combate contra los ingleses, a quienes sólo se alude en función de la perspectiva española, esto es, del comportamiento de los españoles frente a ellos. He aquí los versos de estos cuartetos, para que el lector pueda seguir el comentario y cotejarlos con lo que hemos dicho y comentaremos:

Vimos en julio otra Semana Santa
atestada de ciertas cofradías
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta
que, en menos de catorce o quince días,
volaron sus pigmeos y Golías,
y cayó su edificio por la planta.

Ambos cuartetos son variaciones sobre un mismo tema: la denuncia de la desastrosa y cobarde actuación de las tropas españolas en la invasión inglesa de Cádiz. El primero de ellos arranca con un verso formidable que nos sumerge al instante en la tragedia vivida en Cádiz: la comparación de los terribles sucesos de Cádiz con la Semana Santa, un verdadero acierto poético de Cervantes. Primero de todo, para cualquier oyente o lector del poema en el presente inmediatamente posterior a los sucesos de Cádiz, tan recientes en la memoria de todos, nada más oír o leer Vivimos en julio otra Semana Santa no cabía duda de que esa Semana Santa en julio no podía ser otra cosa que la toma y saco de Cádiz, sin necesidad de nombrar el lugar donde se desarrolló tan singular Semana Santa. Esas palabras poseen la suficiente fuerza expresiva como para que escuchantes y lectores tuvieran claro lo que se les quería transmitir, tanto para identificar los hechos y el lugar donde acontecieron como para verse instantáneamente sacudidos por su evocación. Pues ¿qué sino una especie de Semana Santa fue lo acontecido en Cádiz?

Durante este periodo litúrgico los cristianos conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Cristo, pero en el símil que establece Cervantes entre lo sucedido en Cádiz y la Semana Santa, no hay lugar para la resurrección, sino sólo para la pasión y muerte. Pues la Semana Santa de pasión y muerte que se vivió en Cádiz, de la que el autor del soneto habla como un observador externo, fue la “Semana Santa” de la pasión y muerte de Cádiz, pasión y muerte de esta ciudad que no fue otra cosa que su toma (pasión) y saqueo y destrucción (muerte), pues, como resultado de su toma y saco, la ciudad, hecha un Cristo y muerta como él, quedó devastada y arruinada. Por ello, los cronistas de la época y todo tipo de gente solían resumir lo sucedido en Cádiz, y que tan certeramente evoca Cervantes como “otra Semana Santa”, en la lacónica expresión: “La pérdida de Cádiz” o, la menos lacónica, “la perdida y ruina de Cádiz”. El propio Cervantes pone la primera de estas dos expresiones en boca del padre de Isabela, cuando éste, al referirse a lo sucedido en Cádiz, lo describe como “la pérdida de Cádiz”.{9}

Después de ubicarnos con el acertado primer verso en el centro de los hechos rememorados, se entra ya, sin más dilación, a partir del segundo verso, en la acusación de cobardía a las tropas, cuya misión debía haber sido impedir la invasión inglesa (en realidad, como ya dijimos, angloholandesa) y defender la ciudad, pero lo que hicieron fue salir huyendo, tras una corta escaramuza, ante el ordenado empuje del enemigo. Y no porque fueran pocos. Pues, como dice Cervantes, en el segundo y tercer versos, había unas cuantas compañías de soldados: atestada de ciertas cofradías / que los soldados llaman compañías. Ya dijimos más arriba que había miles de soldados, aproximadamente unos 5.000, entre los que había ya en la ciudad y los enviados en socorro de las ciudades aledañas, como Chiclana, Jerez de la Frontera y otras partes, por el duque de Medina Sidonia. Pero el autor de los versos nos pinta muy despectivamente el carácter de esas tropas, a las que les echa en cara el que más que milicias de soldados son como las cofradías de devotos encargadas de los pasos en las procesiones de Semana Santa; y su sentido puede ser aún más despectivo, pues, dado que en germanía “cofradías” significa “muchedumbre”, pero también “junta de ladrones o rufianes”, lo que Cervantes parece estar queriendo decir es que las compañías de soldados de que habla  no eran realmente genuinas unidades organizadas de verdaderos soldados, sino más bien muchedumbres de gentes, desorganizadas e indisciplinadas, al estar compuestas por gente maleante o rufianesca. Obsérvese que no es el autor del poema el que habla propiamente de compañías en referencia a las agrupaciones de soldados presentes en Cádiz, sino que, fingiendo un cierto distanciamiento con sentido crítico, dice que son los soldados los que las llaman “compañías”, pero no él, dando así a entender que no se las puede considerar, en realidad, como verdaderas compañías militares.

La referencia cervantina a una multitud, cuantitativamente imprecisa, de soldados allegados a Cádiz, en realidad varios miles, en su mayor parte procedentes de milicias urbanas o ciudadanas, como meras muchedumbres sin orden alguno o bastante desordenadas, es algo que responde a la realidad histórica, como bien se puede percibir en el retrato de Adolfo de Castro del carácter de las fuerzas de socorro: 

“No de gente disciplinada y en orden, sino de mal compuestas bandas, o sin armas, o con algunas de ningún efecto, y ésas en manos acostumbradas a los instrumentos del campo, no a los de la guerra.”{10}

Evidentemente, la referencia a las múltiples compañías de soldados como gente maleante y rufianesca es una exageración, que no responde a la realidad histórica: ni aquéllas estaban formadas por maleantes, ni tampoco se comportaron como tales tras su derrota, sino que, después de ésta, fueron evacuadas de la ciudad junto a sus moradores sin que hubiera lugar a la comisión de actos de rapiña o violentos, los cuales tuvieron como exclusivos autores a los enemigos. Sugerimos que esta connotación de “cofradías” debe entenderse más bien como un refuerzo del hecho de que no se trataba de verdaderas compañías militares, sino que, al estar compuestas de soldados que podrían parecerse a maleantes o rufianes, serían más bien, como dice Castro, “bandas mal compuestas”, desorganizadas en el combate e indisciplinadas.

El último verso de este primer cuarteto (de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta) nos sitúa ya en medio del combate entre los enemigos y la multitud de compañías de soldados y se nos informa del comportamiento de éstos en él. E hicieron lo que cabría esperar de unas mal llamadas compañías de soldados: que esas gentes mal compuestas, desordenadas e indisciplinadas se comportaron de tal manera en el combate que los supuestos defensores de la ciudad resultaron más de temer para sus moradores o vecinos que para los enemigos. En vez de causar espanto al enemigo, se espanta a los propios. No cabe duda de que la escasa resistencia de los soldados ante el ataque enemigo y su retirada en desbandada y corriendo a refugiarse tras las murallas de la ciudad, poniendo de manifiesto lo que el previo aviso del autor de que no eran genuinas compañías de soldados anunciaba, tuvo que ser un espectáculo terrorífico para los moradores, que debieron de pensar que sus vidas y sus haciendas estaban en peligro, aunque luego sus vidas no fueron tocadas, pero ellos no podían saber entonces que los ingleses se comportarían, en ese aspecto, caballerosamente.

En resumen, el sentido del primer cuarteto se puede sintetizar así: hemos visto en julio una singular Semana Santa, la de la toma y saco de Cádiz a manos de los ingleses y todo ello porque no han sido defendidas por verdaderas compañías de soldados, sino por una multitud de bandas desorganizadas que se han comportado de tal manera que sus acciones han resultado más en espanto de los propios que de los enemigos.

El segundo cuarteto enlaza con el cuarto verso del primero, del que viene a ser una continuación y glosa. Ese cuarto verso, como venimos de ver, en realidad, más que describir el combate en sí mismo, anticipa el desenlace de la lucha entre ingleses y españoles al señalar que causó espanto a los gaditanos y no a los ingleses. Es en este segundo cuarteto donde se alude a la batalla entre ambos bandos más directamente, aunque de modo genérico y algo indeterminado, sin entrar en detalles históricos, salvo la alusión a las dos semanas de duración de la toma y saco de Cádiz (en menos de catorce o quince días). Este cuarteto, como veremos, es extremamente burlesco. Su primer verso arranca, de nuevo, con una referencia a los soldados cuya unidad el autor se niega a designar con conceptos militares, para describirla mordazmente como una gran muchedumbre, que otra vez sugiere desorden o carencia de una ordenación militar interna en función de un objetivo, de soldados cobardes, usando además un expresivo hipérbaton: hubo de plumas muchedumbre tanta. “Plumas” es una forma de referirse por sinécdoque a los soldados, pues uno de sus rasgos distintivos era portar sombreros con plumas de vivos colores. Al hablar de los soldados como si fuesen plumas, lo que le permite jugar con el verbo “volar”, podemos representarnos a los soldados como aves voladoras que reunidas en una gran muchedumbre, sin, al parecer, una ordenación o formación para la batalla, volaron, esto es, acudieron, como tenían plumas para volar, velozmente a combatir, lo cual se ajusta a la realidad histórica, pues, aunque luego ofrecerían una débil oposición al enemigo, no su puede negar que se aprestaron raudamente a hacer frente al enemigo cuando éste se dispuso a desembarcar.

Pero una vez iniciado el combate su actuación fue la propia de unos pigmeos y Golías, un sintagma muy apropiado, por una doble razón; primero, porque su sola mención nos sitúa en un contexto bélico, en la medida en que los dos términos que componen el sintagma remiten a combates, si bien pertenecientes al terreno de la leyenda: el combate de los pigmeos con las grullas y el de Golías (o Goliat) con David. Segundo, porque el parangón de los soldados españoles en combate con los pigmeos sugiere que los españoles se comportaron en la batalla como enanos, como seres física y militarmente inferiores (téngase presente que, según la leyenda, los pigmeos no eran como los miembros de los pueblos africanos llamados precisamente así, sino mucho más pequeños, de tan sólo un codo de estatura, según se recoge en el Tesoro de Covarrubias y en el Diccionario de Autoridades), lo que da a entender que la batalla fue muy desigual, con clara inferioridad de las “pigmeas” tropas españolas frente a las inglesas.

La burlesca comparación de los soldados españoles con “Golías” sigue un derrotero muy distinto. Recuérdese que el soldado filisteo Goliat es un gigante, pero se comporta como un fanfarrón o bravucón que se jacta de vencer a David antes del duelo entre los dos, aunque al final es el gigante y fuerte el que cae derrotado por el que es pequeño y parece más débil. Aplicado todo esto al caso del combate entre ingleses y españoles en Cádiz, el símil entre las soldados españoles y Goliat puede interpretarse de este modo: como una alusión burlesca al supuesto gigantismo o poderío de las tropas españolas, que no sería más que una apariencia, como se habría mostrado en su fácil derrota ante los ingleses, que habrían sido en este caso unos émulos de David: a los soldados españoles les precede la fama de ser valerosos y buenos militares, pero a la hora de la verdad en Cádiz se habrían comportado como bravucones. Nos parece que esta comparación es menos certera, desde el punto de vista histórico, que la anterior, pues en Cadiz no se enfrentaron unas tropas españolas gigantes y poderosas frente a unas enemigas más pequeñas y débiles; por el contrario, lo sucedido en Cádiz fue un ataque por sorpresa a España, en que ésta no pudo presentar unas fuerzas profesionales y bien armadas para combatir al enemigo, mientras que Inglaterra había planificado la invasión con unas fuerzas, tanto navales como terrestres, profesionales y bien armadas. Las tropas españolas enviadas a Cádiz eran numéricamente inferiores a las fuerzas conjuntas angloholandesas y además, en su inmensa mayoría, no estaban formadas por soldados profesionales, sino que se nutrían de milicias urbanas, con soldados de a pie y a caballo, muy mal armadas, poco adiestradas o nada, mal ordenadas o encuadradas y, para colmo de males, mal mandadas, pues no había mandos militares profesionales disponibles; podía haber ejercido ese mando el corregidor de Cádiz, pero ni tenía experiencia militar ni lo hizo, sino que prefirió quedarse dentro de la ciudad con su mujer y sus hijos. Así que, en este caso, por seguir con el símil bíblico, fueron los ingleses los Goliat, pero unos Goliat fuertes y triunfadores, y los españoles fueron los que desempeñaron el papel de David, de un David realmente débil y esta vez perdedor.

Así que por todas esas causas se produjo la derrota, que el último verso describe de forma muy gráfica con un símil arquitectónico: Y cayó su edificio por la planta, esto es, los soldados españoles cayeron derrotados ante los enemigos a la manera como un edificio se desploma o se derrumba. Ahora bien, dado que “planta”, amén de significar, en el ámbito de la arquitectura, cada una de las partes o altos de un edificio, tiene la acepción de aspecto o apariencia externa dicho de una persona, la analogía cervantina  podría estar jugando a la vez con esta segunda acepción para querer decir que las tropas españolas sólo de fachada tenían el carácter de fuerzas militares y que cayeron derrotadas precisamente por eso, porque no eran unas verdaderas tropas, sino una mera apariencia exterior, pura cáscara sin sustancia realmente militar.

Y todo eso sucedió en menos de catorce o quince días. En realidad, el combate propiamente dicho entre las fuerzas terrestres de uno y otro lado no duró menos, sino muchísimo menos del tiempo indicado por Cervantes, ya que apenas pasaron tres o cuatro horas entre el inicio del combate en tierra y su final, y si contamos, desde el comienzo de las hostilidades con la batalla naval previa a las siete u ocho de la mañana, toda la contienda habría durado unas nueve horas. Así que la victoria inglesa fue mucho más fulminante de lo que las palabras de Cervantes sugieren, pero quizás, al hablar de menos de catorce o quince días, incluye también el tiempo que los ingleses dedicaron al saqueo y entonces sí salen esas cuentas. Otra posible explicación es que Cervantes tenga en cuenta, para alargar el cómputo de la duración del combate, un foco de resistencia que se mantuvo vivo, a pesar de ser dueño el enemigo de la ciudad desde la tarde del uno de julio, durante trece días en el castillo y puente de Zuazo (que unía la ciudad entonces conocida como Isla de León y desde 1813 San Fernando con Puerto Real y, por tanto, con el resto de la provincia de Cádiz y de España), un lugar estratégico heroicamente defendido por su alcaide, el capitán Martín de Chayde, que resistió valerosamente con su guarnición de soldados los sucesivos ataques de los enemigos a lo largo de todos esos días y que sólo se rindió, no sin  haber acabado con la vida de muchos de ellos, por falta de armas, de municiones, de provisiones y una parte de su gente herida. Este fue el único episodio verdaderamente heroico en el comportamiento de las tropas españolas, pero en un soneto, consagrado al curso general de los acontecimientos y a la actuación general de las tropas españolas en la defensa de Cádiz y en su deber de impedir su toma por el enemigo, no sobraba espacio para referirse a un episodio como éste, que, además, era irrelevante en relación con la toma de Cádiz, pues de Martín de Chayde y los soldados bajo su mando dependía sólo mantener la vía libre para la comunicación terrestre de Cádiz con el resto de España, no impedir la entrada de enemigos por vía marítima.

En resumidas cuentas, el segundo cuarteto, en estrecha continuidad con el anterior y de una forma similar, nos ofrece una imagen de las tropas españolas como una muchedumbre de soldados pigmeos y Golías, esto es, inferiores en comparación con los ingleses, que sin orden se disponen raudamente a combatir, para caer fulminantemente derrotados como si no fuesen verdaderos soldados animados de espíritu guerrero.

Con la tercera estrofa damos un salto y cambiamos de lugar y de escena: pasamos del escenario bélico de la invasión de Cádiz al muy dispar escenario en la retaguardia en Sevilla, donde asistimos a una escena del adiestramiento de tropas, una escena que el propio Cervantes pudo haber visto personalmente, puesto que, como ya dijimos, en ese tiempo residía en Sevilla. Podía haber elegido cualquier otro lugar, donde se preparaban fuerzas de socorro a Cádiz, sobre todo en las ciudades de la provincia homónima más próximas a su capital, pero Cervantes prefirió elegir, como símbolo de la actuación de las tropas de refuerzo, las reunidas en Sevilla, quizás por su experiencia personal. Sabemos, en efecto, que, en Sevilla, como en otras ciudades de Andalucía, particularmente, como hemos dicho, en las más cercanas a la ciudad de Cádiz, había afluencia de tropas y se formaban compañías, que diariamente formaban y se ejercitaban en el manejo de las armas{11}.  Con esto lo que Cervantes pretende es, por contraste entre lo que sucedía en Cádiz, que nos ha sintetizado en los dos cuartetos analizados, es denunciar con humor cáustico la inacción e ineficacia de las tropas que se preparaban como eventual socorro de Cádiz, transmitiendo así un mensaje desolador, pues lo que viene a decirnos, al yuxtaponer de una lado la imagen de la tragedia de Cádiz y de otro la de la apacible Sevilla, donde los soldados no hacían otra cosa que moverse en formación, es que, mientras se asalta Cádiz y las milicias encargadas de su defensa huyen en desbandada, sin que nuevas tropas acudan en auxilio, y luego se somete al pillaje y se incendia la ciudad, en Sevilla las tropas reunidas no hacen otra cosa que hacer ejercicios en formación. La imagen de los soldados de retaguardia, alejados del escenario real donde se desarrolla la tragedia, no es menos negativa que la de los combatientes. Véamoslo.

El primer verso del primer terceto: Bramó el Becerro, y púsoles en sarta, nos coloca de sopetón en un nuevo escenario, el de Sevilla, a donde muy tempranamente, desde antes de iniciarse la invasión de Cádiz, habían llegado noticias oficiales del avistamiento de una flota inglesa para que la ciudad se apercibiera y adoptase medidas de prevención{12}. Pues bien, a ese nuevo escenario de Sevilla, que se estaba preparando ante la eventualidad de una guerra contra el enemigo inglés con la afluencia a la ciudad de tropas de refuerzo, es al que apuntan inequívocamente las primeras palabras del verso con su referencia burlesca, a través del juego entre “el Becerro” y el apellido “Becerra”, al capitán Manuel Antonio Becerra, de quien sabemos que se dedicaba precisamente en Sevilla a formar y entrenar compañías de infantería, como ya identificó, en su momento, Pellicer. Justamente en este primer verso se sintetiza una parte de la labor del capitán Becerra en Sevilla relativa a la disposición de los soldados en orden militar. Pues el capitán Becerra “bramó” quiere decir que “dio órdenes”; “y púsoles en sarta”, que los puso en hilera, un modo típico de formación militar en línea. 

Algunos comentaristas o editores del soneto{13} van, a nuestro juicio, demasiado lejos al atribuir a “poner en sarta” la acepción superpuesta “sarta de galeotes o de delincuentes” por el hecho de que los galeotes iban en sarta a su destino. Pero Cervantes no necesita ir tan lejos, pues sencillamente es algo habitual que los soldados formen en hilera y eso solo, la alusión a los ejercicios de formación de los soldados, mientras Cádiz sufre su tragedia, le basta para conseguir el buscado efecto crítico y de burla. Además, ensañarse de ese modo equiparando a los soldados con simples galeotes o delincuentes tiene el grave problema de que es contrario a la realidad histórica, en la que los soldados, tanto los que combatieron en Cádiz como los enrolados como fuerzas de socorro, eran, al menos la inmensa mayoría de ellos, gente corriente, casi todos ellos de origen campesino; así que semejante exégesis le hace a Cervantes el dudoso honor de obligarle a falsificar la verdad histórica para poder despacharse a gusto con los soldados de refuerzo retratándolos como sartas de galeotes, y no como hileras de soldados.

Los dos versos restantes del terceto prosiguen el tono satírico del verso anterior elevando su nivel de burla hasta su consumación: tronó la tierra, escurecióse el cielo,/ amenazando una total ruina. El segundo verso compara los efectos de las tropas formadas en hilera, quizá porque al moverse tantos soldados en formación sonaba un estruendo, con las señales naturales extraordinarias acaecidas, según los relatos evangélicos{14}, tras la muerte de Cristo, lo que a su vez enlaza con los versos iniciales del soneto sobre la Semana Santa; quizá le recuerdan esas señales extraordinarias, tronar de la tierra (como el de un terremoto) y oscurecimiento del cielo, a causa respectivamente del estruendo producido por tantos soldados juntos al moverse en formación y de la polvareda levantada en su marcha que oscurecería el cielo. Pero mientras tales signos maravillosos en el caso de Cristo son anuncios de su divinidad, en el caso presente lo que se anuncia es una amenaza de ruina total y parece lo más lógico pensar que esa ruina sea la del enemigo, al que se supone que las tropas españolas de socorro querrían dejar destrozado.

Obsérvese que de nuevo Cervantes utiliza léxico arquitectónico: antes hablaba de “la caída de un edificio por la planta”; ahora de “ruina”, que es lo mismo, la caída o destrozo de un edifico, fábrica o cuerpo. Pero hay una diferencia entre los dos versos en que aparecen tales palabras: mientras en el primer caso era de las fuerzas enzarzadas en el combate en Cádiz de las que se decía que habían caído derrotadas o destrozadas ante el enemigo, ahora en referencia a las fuerzas de socorro se habla tan sólo de amenaza de ruina, por la sencilla razón de que no han entrado en combate, se espera que lo hagan y, en caso de hacerlo, se espera, al menos, que esas fuerzas sean la causa de la ruina del ejército enemigo. Pero, dado que las fuerzas de socorro sevillanas, y las de las ciudades adyacentes a Cádiz, no llegaron a combatir, la amenaza de ruina o derrota del enemigo por parte de las tropas de refuerzo españolas sólo puede entenderse como una ironía cervantina, en virtud de la cual en esas palabras no habría que ver más que una bravuconada. Una ironía aún más hiriente, si se entiende que lo que Cervantes quiere decir es que la amenaza de ruina total podría haberse visto cumplida en las mentadas tropas de auxilio, que podrían haber sido su propia ruina o caer vencidas en caso de haber sido convocadas a la guerra.             

Llegamos así al terceto final, en el que culmina la sátira feroz de Cervantes: en los dos cuartetos se había ensañado con las fuerzas combatientes; en el primer terceto, con las de socorro y uno de sus mandos inferiores; ahora le toca el turno a la máxima autoridad militar en la zona, el duque de Medina Sidonia, pues, como ya señalamos, era el capitán general de Andalucía{15}, cargo que venía desempeñando desde hacía ya bastantes años. Lo que Cervantes censura es la actuación del duque durante la toma y saco de Cádiz, pues permitió que los ingleses campasen por sus respetos en la ciudad durante dos semanas dejándola devastada e incendiada, sin hacer nada de provecho para impedirlo, ni siquiera hostigarlos. Los versos son demoledores: el general del ejército de tierra inglés, el conde de Essex, se fue de Cádiz “sin ningún recelo”, sin haber sido inquietado por las milicias de socorro del duque, el cual sólo entró en la ciudad, también sin ningún recelo, cuando ya el enemigo se había puesto a la vela. En realidad, todo lo que hizo el duque desde que le llegó la noticia de la presencia de la armada inglesa hasta que todo pasó fue escribir cartas al rey y a las autoridades de la zona, dirigir, normalmente desde Jerez, la afluencia de milicias y personal militar y distribuirlas por otras ciudades cercanas a Cádiz, a algunas de las cuales también se desplazó, por si los ingleses decidían atacarlas, lo cual parecía preocuparle más que lo que realmente estaba sucediendo en Cádiz, de lo que tenía puntual noticia por los contactos, que mantenía, a pesar de todo, con las autoridades de la capital gaditana; llegó incluso a ver arder desde Puerto Real las naves de la flota de Indias, que él mismo había ordenado quemar para que los ingleses no se adueñasen de ellas. En suma, hizo de todo, menos lo principal, menos organizar sus tropas, para entrar al ataque en Cádiz o por lo menos hostigarlos. Ni siquiera pasó por su cabeza hostigarlos después de que la población civil fuese evacuada de la ciudad, a partir del dos de julio.

El duque, sin haber hecho nada de provecho para la defensa de Cádiz, no osó entrar en la ciudad hasta haber sido abandonada por los enemigos y, justo por eso, Cervantes es sumamente hiriente con él al ridiculizar su entrada en Cádiz presentándola como una entrada triunfal, con vana ostentación de pompa y majestuosidad: triunfando entró el gran duque de Medina. En realidad, no hubo tal entrada triunfal, como algunos comentaristas parecen creer absurdamente; el presentarla así es sólo una licencia literaria de Cervantes para poner en ridículo a quien Cervantes pensaba, como muchos otros en su época, que había obrado pésimamente en la toma y saco de Cádiz, incluso cobardemente, ya que no se había atrevido a entrar en la ciudad hasta su abandono por el enemigo. Ni siquiera fue el primero en entrar en la ciudad devastada. El primero en hacerlo fue Sancho Martínez de Leyva, oficial curtido en la guerra de Flandes, nombrado teniente general por el duque y enviado por éste con doscientos soldados tras la marcha de los ingleses en la madrugada del 16 de julio: se encontraron una ciudad en gran medida destruida y pasto del fuego, así que lo primeo que hicieron es apagar el incendio{16}; al día siguiente, llegó a la ciudad, por orden del duque, don Antonio Osorio, en calidad de gobernador, con 700 hombres con misión de limpiar, reparar y establecer una guarnición en la ciudad{17}. Y sólo cuatro días después de la marcha de los ingleses, el 20 de julio, el duque se decidió a entrar en la ciudad y, luego de verla, se retiró a Sanlúcar, donde tenía su residencia familiar. Nuestra fuente histórica más completa y detallada, la relación de fray Pedro Abreu, no dice nada sobre si la entrada tuvo lugar con tropas; pero el silencio al respecto parece apuntar a que la entrada debió de ser bastante modesta, dadas las circunstancias{18}. Siendo éstos los hechos, que Cervantes no podía ignorar, la manera como presenta la entrada del duque en Cádiz no puede, por consiguiente, entenderse como una descripción realista, sino como una caricatura de la conducta real del duque, una caricatura satírica con la que, como hemos indicado, se propone ridiculizar, no simplemente el hecho en sí de la entrada del duque en Cádiz, sino su actuación global durante todo el proceso de la toma y saco de Cádiz, la cual distó mucho, al parecer de Cervantes, de estar a la altura de las circunstancias.

No obstante, ha habido quienes han intentado justificar la actitud y conducta del duque de Medina Sidonia. Adolfo de Castro, por ejemplo, sale en su defensa y censura expresamente a Cervantes (del que cita el terceto final del soneto que estamos analizando) y demás escritores contemporáneos en cuyas recriminaciones al duque hay, según él, más pasión que verdad. Identifica dos acusaciones en las mentadas recriminaciones: en primer lugar, la falta de energía en el duque para acudir en socorro de Cádiz, pues tiempo tuvo de reaccionar desde la aparición del enemigo frente al puerto; y, en segundo lugar, su lentitud, tras la ocupación inglesa de Cádiz, para allegar fuerzas militares con que atacar a los invasores y arrojarlos{19}. La respuesta de Castro a tales acusaciones, que él cree están tras los versos del soneto cervantino, es que el duque no contaba con fuerzas militares formadas y adiestradas para poder emprender un ataque contra los invasores, que sí contaban con soldados bien formados y entrenados:

“En Sevilla, como en otras partes de Andalucía, en tanto que los ingleses robaban y quemaban Cádiz, se habían formado compañías, las cuales diariamente se ejercitaban en el manejo de las armas. Ésta era la milicia con que podía contar el duque para asaltar a Cádiz […] No podía oponer el duque a los soldados, soldados aguerridos, ni aun soldados sin experiencia en la guerra, sino hombres que apenas sabían gobernar las armas”.{20}

En unos términos parecidos, se ha pronunciado una descendiente actual del duque de Medina Sidonia y cabeza o titular de la casa de Medina Sidonia, la duquesa historiadora Isabel Álvarez de Toledo, quien cita con aprobación las palabras de un anónimo defensor de su antepasado contra quienes entonces llegaron a decir en la corte que el duque habría podido desalojar a los ingleses. Contra ellos alegaba la carencia de tropas suficientes y de armas, y que el haber ido a la guerra contra los ingleses, que, apoderados de Cádiz, se podían defender eficazmente allí con sólo reparar la muralla, con tan poca gente, mal armada y además desanimada, no se podía fundar en razones militares, por lo que, en caso de haberlo intentado a pesar de todo, sólo podría haber conducido a perder Cádiz sin remedio y a animar al enemigo, vista la flaqueza española, a emprender otras conquistas{21}; añade la duquesa que Felipe II no ignoraba las razones esgrimidas por el anónimo defensor de su antepasado. Pensando de este modo, no es de extrañar que la duquesa rechace las acusaciones de incapacidad y cobardía por no haber el duque dirigido las tropas contra los invasores de Cádiz y que las tilde de calumnia, una calumnia de la que sorprendentemente hace responsable a Felipe II, del que acaba de decirnos que no ignoraba que el duque no estaba en condiciones de ir a la guerra contra los ingleses, y también a Cervantes, un instrumento de la maquinaria real para desacreditar al duque con su soneto burlesco, que se constituye así en vehículo de tal calumnia, aunque admite que ridiculiza con razón a las milicias de Sevilla y al capitán Becerra; reprocha también a Cervantes el que al final del soneto ponga al duque al frente de las milicias allegadas o llegadas de Sevilla, cuando no tuvo más relación con aquella tropa que recibirla a su llegada a Jerez, demasiado tarde para ser útil.{22}

La imagen que presenta de Felipe II, como alguien que al mismo tiempo comprende las razones del duque para no ir a la guerra contra el inglés y como alguien que está dispuesto a desacreditar al duque permitiendo y alentando la acusación contra él de incapacidad y de cobardía es absurda. Si entendía las razones del duque para obrar como lo hizo, ¿por qué el rey iba después a alentar lo que según él mismo sería una falsa acusación contra el duque? La duquesa metida a historiadora no da ninguna prueba de tal supuesta conducta de Felipe II ni tampoco de que Cervantes se hubiese prestado a ser instrumento de la maquinaria propagandística del rey. Pero tenemos pruebas históricas de que lo que dice la duquesa sobre Felipe II en relación con la conducta del duque durante la invasión inglesa de Cádiz es falso. En efecto, concluido este suceso, un enojado Felipe II exigió responsabilidades y mandó encausar a treinta de los principales mandos españoles, que salieron condenados con diversas penas, pero entre ellos no estaba el principal jefe militar, el duque de Medina Sidonia, quien no sólo se libró de ser encausado, sino que el rey, sorprendentemente, aprobó su conducta y le agradeció el celo con que había actuado,{23} lo que desmiente la acusación de Álvarez de Toledo a Felipe II de haber desacreditado a su antepasado permitiendo y alentando la calumnia contra él de incapacidad y cobardía. 

Si lo que dice sobre Felipe II es falso, no menos lo es, en consecuencia, el que Cervantes a través de su soneto burlesco haya sido un instrumento para destruir la reputación militar del duque. Lo que Cervantes dice, en el soneto, equivocado o no, lo dice por cuenta propia, como así lo pensaron otros escritores, también por cuenta propia. Tampoco es correcta, a nuestro juicio, su interpretación del terceto final del soneto, en el que no se afirma que el duque vaya al frente de las milicias sevillanas, ni de ningunas milicias, sino sólo que entró triunfalmente, esto es, con vana ostentación en Cádiz, cuando ya las tropas inglesas se habían ido. Como ya hemos dicho, lo que Cervantes está haciendo es enjuiciar, a la vista de todo lo que ha dicho de las tropas españolas en todos los versos anteriores, la conducta del duque durante todo el tiempo que duró la invasión y ocupación de Cádiz y su juicio es muy negativo, tanto como el que le merecieron lo soldados combatientes (primera y segunda estrofas) y los soldados de refuerzo (primer terceto). Lo está enjuiciando porque el máximo responsable militar de lo hecho por las tropas combatientes y de lo hecho y no hecho por las de refuerzo era el duque como principal autoridad militar en la zona.

También hemos de decir algo sobre las razones generales exculpatorias del duque, alegadas por Castro y Álvarez de Toledo, que entrañan, en caso de ser ciertas, la descalificación o desautorización del sumarísimo juicio negativo de Cervantes sobre la conducta del duque. Es cierto, como ya dijimos más atrás, que las tropas de que disponía eran soldados de milicias, mal armadas, poco adiestradas y con poca o nula experiencia en la guerra. No es cierto que fueran poco numerosas, como sugiere el anónimo defensor del duque y también la duquesa de Medina Sidonia que se adhiere a su criterio, pues, de acuerdo con las fuentes históricas, eran miles los efectivos disponibles por el duque{24}. El problema principal no es el de su número, sino su falta de buenas armas, de destreza en su manejo y de formación militar. Ciertamente en esas condiciones, podía parecer poco prudente plantar batalla a los ingleses, pero, al menos, si no eso, podía haberlos hostigado. Y, en cualquier caso, ¿no tenía el duque responsabilidad en que, en el momento de la verdad, no dispusiese de unas tropas en condiciones y de armas para combatir? Hacía muchos años que el duque era capitán general y, ¿en todos esos años no tuvo tiempo de preparar y entrenar a las milicias, dotarlas de mandos profesionales y de tenerlas bien armadas, equipadas y adiestradas?

Y en el caso de Cádiz, ¿no sabía de sobra y hasta por propia experiencia, que se trataba de un punto geoestratégico que requería una protección especial frente a eventuales ataques enemigos? Recordemos que había un precedente de ataque a Cádiz, el de Drake en 1587, donde la actuación del duque entonces al mando de las milicias impidió que las tropas inglesas pudiesen desembarcar y saquear la ciudad. Y, sin embargo, casi diez años después, en el momento de un nuevo ataque inglés, Cádiz estaba mal guarnecida; la artillería fue un desastre, falló durante la batalla naval y más aún durante el desembarco en que las dos únicas piezas de artillería de que pudieron disponer quedaron inutilizadas sin haber hecho ningún disparo; y las tropas de infantería y de caballería, salvo alguna excepción, apenas ofrecieron resistencia al enemigo.{25}  En fin, a la vista de lo expuesto quizá pueda parecer algo exagerado el duro veredicto de Cervantes sobre la actuación del duque, al que presenta como un cobarde que sólo se atreve a entrar en Cádiz cuando ya ha desaparecido todo peligro; pero si se entiende su reprensión al duque en el sentido de que no reaccionó ante la invasión como era menester y que si no pudo hacerlo fue por su falta de previsión y su omisión de haber realizado durante los años anteriores todo lo necesario para estar preparados ante un eventual ataque enemigo, es imposible negar que en las acusaciones de Cervantes hay un fondo de verdad.

Para terminar el análisis del soneto cervantino como espejo satírico de la realidad de la invasión de Cádiz, un elemento del presente histórico de Cervantes, dediquemos unas palabras a la interpretación consagrada o habitual del soneto. Esta interpretación, sugerida por los epígrafes ya mentados que Pellicer y Arrieta antepusieron a su impresión del soneto, pivota unas veces sobre el entrenamiento de las tropas en Sevilla por el capitán Becerra y la entrada en Cádiz del duque de Medina Sidonia, en los casos más influidos por la edición de Pellicer,  y otras veces sólo sobre ésta última, como sucede en los casos que se atienen al epígrafe de Arrieta, que son los más influyentes, hasta el punto de que, para gran mayoría de los estudiosos y lectores, el poema cervantino viene a ser conocido como el soneto A la entrada del duque de Medina Sidonia. Así que, mientras según nuestra interpretación el soneto gira en torno a la toma y saco de Cádiz como tema principal y las otras cuestiones, como el entrenamiento por el capitán Becerra de las tropas en Sevilla y la entrada en Cádiz del duque se examinan a función de ese tema central, de acuerdo con la interpretación dominante hasta ahora es justo al revés: la entrada del duque en Cádiz es lo principal y la toma y saco de Cádiz pasa a un segundo plano al que sólo se alude para comentar la sátira cervantina de la ridícula entrada del duque. Y como los seguidores de este género de exégesis no suelen echar mano de la historia como guía para la comprensión del poema, se ven conducidos a cometer diversos atropellos precisamente con aquélla, en gran medida inducidos especialmente por la glosa histórica que contiene el largo epígrafe de Arrieta, que, aunque reproducido más atrás, vale la pena recordar para guiar al lector: “A la entrada del Duque de Medina Sidonia en Cádiz, en julio de 1596, con socorro de tropas enseñadas en Sevilla por el capitán Becerra. Después de haber evacuado aquella ciudad las tropas inglesas y saqueándola por espacio de veinticuatro días al mando del conde de Essex”.

Bien, dejando aparte el error de los veinticuatro días de duración del saqueo, la lectura de esa glosa induce al lector a pensar que el duque de Medina Sidonia entró en Cádiz a la cabeza de las tropas de socorro provenientes de Sevilla como si no se hubiese enterado de la retirada de los ingleses y entrase con afán de combatir, un error en el que incurre, como ya vimos, la propia duquesa historiadora, que, sin duda, desorientada por esa glosa de Arrieta, se ve conducida a ver en el soneto lo que no dice y a atribuir semejante error al propio Cervantes, en vez de al glosador, aunque ella al menos se da cuenta de que se trata de una falsedad histórica.

Un ejemplo relevante de semejante interpretación del soneto y de los errores y distorsiones a que induce es el de Carlos Mata Induráin, quien, como indica el propio título de su artículo “El soneto de Cervantes ‘A la entrada del Duque de Medina en Cádiz’…”, se adhiere a ella. Mata Induráin se molesta al menos en conocer los hechos históricos relativos al saqueo de Cádiz, si bien con la única guía del relato histórico de Adolfo de Castro en el libro ya citado. Esa cautela le salva de incurrir en el error de hacer entrar al duque en Cádiz al mando de sus tropas, pero no le salva de otros, como el de atribuir al duque el haber mandado a Cádiz los refuerzos, reunidos en Sevilla por su lugarteniente el capitán Becerra, tropas de socorro que llegaron demasiado tarde a Cádiz, cuando ya los ingleses se habían largado{26}; pero ni el duque tuvo nunca intención, como ya hemos visto, de enviar tropas de socorro a defender Cádiz, ni los refuerzos de Sevilla, capitaneados por Becerra, entraron en Cádiz; y las primeras tropas entrantes en esta ciudad, bajo el mando de Leyva, no lo hicieron como refuerzos para el combate, pues eran sólo una pequeña hueste de doscientos soldados y ya estaban enterados de la marcha de los ingleses, sino sólo por precaución y para hacer lo que más urgía en ese momento, que era apagar el gran incendio que, como despedida o recuerdo, habían dejado los ingleses. Pero todo esto es poco con el disparate en que incurre en su comentario del primer cuarteto al afirmar que las tropas de socorro entrantes en Cádiz se dedicaron a saquear la ciudad:

“Esas tropas [se refiere a las de socorro organizadas en Sevilla para acudir en ayuda de Cádiz], lejos de dedicarse al socorro de la ciudad gaditana […], se dedican a la rapiña y otros actos violentos, causando más daño a la propia población que deberían defender que al enemigo”.{27}

Pero nada de eso sucedió. ¿Cómo iban a rapiñar una ciudad ya saqueada en la que no quedada nada de valor, pues todo lo que lo tuviese ya se lo habían llevado los ingleses? ¿Y cómo iban a causar daño a la población, si ésta había sido evacuada por los ingleses y la ciudad estaba desierta? ¿Y cómo iban a causar más daño al enemigo, si éste ya había zarpado? Pero como el epígrafe de Arrieta dice que las tropas de socorro enseñadas en Sevilla, mandadas o no por el duque, entraron en Cádiz, hay que hacerlas entrar, sea como sea y al precio que sea, que no es otro que el de una grosera falsificación histórica. Obsérvese cómo la errónea lectura de los dos tercetos, que es en los que se basa tanto el epígrafe de Pellicer como el de Arrieta, distorsiona por completo la exégesis de los cuartetos. Todo esto se podría haber evitado, con sólo advertir que el tema del soneto no es la entrada de las tropas de socorro en Cádiz, mandadas o no por el duque, sino la toma y saco de Cádiz y de eso es de lo que tratan los dos cuartetos, donde no se habla de lo que hicieron los soldados de refuerzo, como sostiene Mata Induráin, sino de los soldados combatientes durante la toma de Cádiz y entonces las piezas sí encajan. En esos cuartetos Cervantes censura el comportamiento indigno de los soldados españoles en el combate contra los ingleses y se habla explícitamente de ese combate. Pues bien, ¿cómo en ese contexto de enfrentamiento bélico iban a encajar las tropas de refuerzo, que llegaron a Cádiz cuando ya no había enemigos que combatir? Sorprende que todo esto no haya inducido a sospechar a los diversos comentaristas del soneto que algo iba mal en las glosas de Pellicer y Arrieta, condensadas en sus respectivos epígrafes, una sospecha, que sólo podía salir adelante si se acompaña con un buen conocimiento histórico de los hechos realmente acaecidos, algo que nadie se ha molestado en hacer hasta ahora.

Otro, y último, ejemplo de la interpretación consagrada del soneto cervantino y de los errores y distorsiones a que conduce a sus comentaristas es el que encarna Francesca de Santis, quien, sin embargo, contaba con un importante elemento a su favor para salir de la prisión de la interpretación consagrada y haber sido la primera en derruirla. Ese elemento a su favor se lo habían proporcionado las fuentes manuscritas del soneto. Buena conocedora de éstas, le había llamado la atención el que, en la mayoría de ellas, como ya dijimos más atrás, se presenta el soneto como dedicado a la toma y el saco de Cádiz, lo que conduce a una interpretación muy diferente, tal como la que hemos expuesto. Tanto le llama la atención que, en vez de identificar el poema, como se venía haciendo, por la entrada del duque de Medina Sidonia en Cádiz, pasa a identificarlo tomando como referencia el saco de Cádiz, como bien se refleja en el título mismo de su artículo, “El soneto de Cervantes al saco de Cádiz ‘Vimos en julio otra Semana Santa’…”, aunque, a nuestro juicio, es más exacto aún presentarlo como dedicado a la toma y saco de Cádiz. Pero desgraciadamente de nada le sirve su hallazgo, pues a la hora de la verdad, se deja llevar por las tradicionales glosas recogidas en los epígrafes de Pellicer y Arrieta, que la conducen a despeñarse incurriendo en fatales errores históricos y, en la consiguiente, distorsión o falsificación de la comprensión del soneto en sus justos términos históricos. Véanse, como muestra, algunas de las perlas que nos obsequia. Una de ellas es un párrafo en el que encadena varios errores garrafales:

“En esa circunstancia [la del saqueo de Cádiz] el duque de Medina Sidonia, encargado por Felipe II de mandar los refuerzos para contrarrestar el ataque de las tropas inglesas, en vez de intervenir tempestivamente y dirigirse a Cádiz para defender la ciudad, por cobardía, decidió seguir en Sevilla entrenando, con la ayuda del capitán Antonio Becerra, un ejército formado por galeotes y soldados mal armados”.{28}

El duque ni recibió la orden de Felipe II de atacar a los ingleses, ni, por tanto, la desobedeció, lo que, caso de ser así, le habría costado muy caro, ni estuvo jamás en Sevilla, durante el tiempo que duró la toma y saqueo, entrenando al ejército, sino en las ciudades más próximas a Cádiz, sobre todo en Jerez, ni ese ejército estaba formado por galeotes, error éste último al que le conduce, como ya señalamos más arriba, una errónea lectura del primer verso del primer terceto. Por si esto fuera poco, nos regala otra perla en la que presenta al ejército español de refuerzo, encabezado por el duque, desfilando por las calles de Sevilla como si fuese una procesión de Semana Santa, lo que constituye una mezcla de error histórico y, a la vez, de incomprensión, por no decir distorsión, literaria del soneto:

“El soneto cervantino sobre el saco de Cádiz […] describe el ridículo desfile del ejército del refuerzo español por las calles de Sevilla parecido al de las procesiones de la Semana Santa”.{29}

En cuanto a la parte histórica, conviene advertir que las tropas de refuerzo en Sevilla no se dedicaban a desfilar, sino a entrenarse por si habían de entrar en combate; y, en cuanto a la parte literaria, que Cervantes no compara los entrenamientos de las compañías de soldados en Sevilla con las procesiones de Semana Santa, sino el comportamiento de las compañías de soldados españoles en Cádiz en el combate contra los ingleses durante la toma de la ciudad por los enemigos. Es a ello y a la tragedia de la toma y saqueo de la ciudad a lo que Cervantes califica como otra Semana Santa vivida en el mes de julio.

Mientras el soneto aborda ante todo la toma de Cádiz y el enfrentamiento a que dio lugar entre las tropas invasoras y las españolas, de forma que el saqueo, aunque se alude a él, se refleja de una forma indeterminada y queda en un segundo plano, en cambio, en el pasaje de la La española inglesa citado al inicio, sucede al revés: se centra la atención en la fase del saqueo, del que se alude a los principales hechos que lo caracterizaron. Para medir el grado de fidelidad histórica de la narración cervantina, nos referiremos brevemente a lo que, desde el punto de vista histórico, sabemos del asunto. Luego de adueñarse de la ciudad en la tarde del uno de julio, los ingleses, ese mismo día, iniciaron el pillaje metódico de ésta. La catedral y otras iglesias, almacenes, casas y personas fueron despojados de sus bienes; hasta registraron las tumbas en busca de tesoros supuestamente ocultados; los templos además fueron profanados y sometidos a actos de iconoclastia, en lo que se ensañaron especialmente, según las relaciones de la época, los soldados calvinistas holandeses; de la población, el sector más afligido por la rapiña de los ingleses fue el de los mercaderes, de cuyas haciendas y bienes se apoderaron dejándolos arruinados y sumidos en la más completa pobreza, un hecho que Cervantes, se encarga de reflejar en su novela.

No obstante, las vidas de las personas, como ya dijimos, fueron en general respetadas, pues el conde de Essex dio órdenes estrictas, bajo pena de muerte, de no ofenderlas, ni tampoco molestar a las mujeres. Los ingleses evacuaron a todos los habitantes y defensores de la ciudad a cambio de un rescate de 120.000 ducados, un rescate difícil de reunir porque no lo podían pagar con sus bienes y dineros confiscados, y la entrega de 51 prisioneros ingleses. Como los gaditanos no podían pagar el rescate, se tomaron unos 60 rehenes entre las autoridades civiles (el corregidor Antonio Girón, que tan mal había defendido la ciudad, doce regidores, el presidente de la Casa de Contratación), religiosas (ocho cargos de la catedral), ciudadanos de alto rango y mercaderes flamencos e italianos, que fueron llevados a Londres, donde permanecieron presos, sin que el rescate de los rehenes llegase nunca a cobrarse, hasta la firma del tratado de paz con Inglaterra, en 1604, tras el ascenso al trono de un nuevo rey, Jacobo I, sucesor de Isabel I.

El texto cervantino de La española inglesa naturalmente no recoge todos estos hechos; sólo registra aquellos que le son más útiles para enmarcar la historia de la heroína de la novela, pero entre ellos están los principales que definen los actos de la rapiña exhaustiva y minuciosa a que se entregaron de forma implacable los ingleses. Ya en la primera línea del pasaje se alude al saqueo con la referencia a “los despojos que los ingleses llevaron de la ciudad de Cádiz” y más abajo se mientan “las haciendas” como objetivo principal del pillaje.

En segundo lugar, también se alude al mandato del conde de Essex, “Leste”, escribe Cervantes,{30} de respetar las vidas de los gaditanos cuando se dice que “se contentaba con las haciendas y dejaba libres las personas”; precisamente a ello se acogen los padres de Isabela, en ese momento una niña de siete años, para reclamarla ante el conde, ante el que se quejan del secuestro de su hija; y el general inglés, del que el narrador alaba su voluntad y sabiduría por no permitir atropello alguno contra las personas, y menos aún el arrebato a unos padres de su hija, pone todo su empeño en buscar, si bien infructuosamente, a la niña ordenando, bajo pena de muerte, su devolución.

En tercer lugar, el hecho mismo del secuestro de la niña por el caballero inglés Clotaldo, quien se la lleva consigo a Londres, donde en su casa va a vivir tratándola, tanto él como su esposa, como si fuese una hija suya, es un reflejo del hecho de que los ingleses tomaron rehenes que se llevaron consigo a Inglaterra. Es este hecho histórico de la toma de rehenes conducidos a Londres lo que inspira o está detrás del relato cervantino sobre la hija de los padres gaditanos también conducida a Londres y lo que le otorga verosimilitud, aunque Cervantes se permite la licencia de alterar la verdad histórica, pues entre los rehenes de los ingleses no hubo niños ni niña alguna, sino sólo adultos escogidos entre la gente principal de Cádiz.

Por último, la novela refleja fielmente un aspecto ya referido del saqueo de Cádiz: el de la singular saña con que los invasores se cebaron en los mercaderes por la obvia razón de ser los más ricos de la ciudad y, por tanto, de ellos podían sacar el más valioso botín. Escribe Abreu que “el hambriento enemigo” halló las casas de éstos “llenas de riquezas, dineros, joyas, doseles costosísimos y muebles, sin las vajillas de oro y plata que eran de grande valor”.{31} Este hecho lo aborda Cervantes a través de los padres de Isabela, de los que ya en el párrafo citado se dice que “quedaron pobres” como consecuencia de la rapiña inglesa, pero más adelante conoceremos las verdaderas dimensiones de las pérdidas sufridas que les han dejado en tal grado de pobreza al enterarnos de que el padre de Isabela, según su propio relato, había sido un rico mercader de Cádiz, incluso el más rico de la ciudad, cuya hacienda, contando sólo la de puertas adentro de su casa, valía más de cincuenta mil ducados, pero todo ello se lo robaron los ingleses durante lo que él denomina, como era costumbre en la época, “la pérdida de Cádiz”.{32} Al final, tras una serie de peripecias, amén de recobrar a su hija, volverá a ejercer su oficio de mercader, esta vez en Sevilla, y a restaurar su hacienda.{33}

——

{1} Una relación resumida de estos sucesos se puede leer en el historiador decimonónico Adolfo de Castro, Historia de Cádiz y su provincia, desde los remotos tiempos hasta 1814, Imprenta de la Revista Médica, Cádiz, 1858, págs. 394-415, accesible también en www.books.google.es; y en el historiador actual Agustín Ramón Rodríguez González, Mitos desvelados: Drake y la “Invencible”, Sekotia, 2011, págs. 229-237, que, aunque el título del libro no permita sospecharlo, cubre la historia de la contienda anglo-española más allá de Drake, hasta la guerra entre ambos bandos en 1625-1630; y en “La toma de Cadiz”, Wikipedia, muy documentada, basada tanto en fuentes históricas españolas como inglesas. Asimismo es útil consular las principales fuentes históricas disponibles, fácilmente accesibles en el franciscano fray Pedro de Abreu, Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596, Imprenta de la Revista Médica, 1866, disponible en www.books.google.es, obra en realidad escrita en1596 por su autor, que fue testigo ocular, con el título de Suceso del saco y toma de Cádiz por el Inglés, pero, censurada en su época (por lo mal que quedan el corregidor de Cádiz y demás autoridades locales, así como la defensa española), permaneció inédita hasta 1866, en que se publicó en el libro citado, prologado por Adolfo de Castro, en el que también se recogen otras cuatro relaciones coetáneas, de las que las más valiosas, también obra de testigos oculares, en este caso anónimos, son las dos primeras, muy similares entre sí, salvo el final de la segunda; y accesibles también en Real Academia de la Historia, Documentos relativos a la toma y saco de Cádiz por los ingleses en julio de 1596, págs. 205-435, accesible en www.books.google.es.

{2} Novelas ejemplares, I, pág. 243.

{3} En efecto, en los manuscritos conservados del tiempo de Cervantes el soneto estaba dedicado “Al saco de Cádiz año de 1596”, “A la toma de Cádiz”, “A la destrucción y saco de Cádiz el año 1596” o a “Cuando el inglés entró en Cádiz”, datos que tomamos del excelente artículo de Francesca de Santis, “El soneto de Cervantes al saco de Cádiz ‘Vimos en julio otra Semana Santa’. Edición crítica y notas filológicas”, 2015, págs. 203-223, especialmente pág. 209 para los datos citados, disponible en www. academia.edu. Publicado originalmente en Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, Vol. 35, Nº 1, 2015, págs. 203-223.  

{4} Cf. Carlos Mata Induráin, “El soneto de Cervantes ‘A la entrada del Duque de Medina en Cádiz’. Análisis y anotación filológica”,Cervantes y Andalucía: biografía, escritura, recepción. Actas del Coloquio Internacional “Cervantes en Andalucía”, 3, 4 y 5 de diciembre de 1998, ed. Pedro Ruiz Pérez, Ayuntamiento de Estepa, 1999, págs. 143-163; y sobre todo Francesca de Santis, Op. cit., págs. 204-5 y 207-9.

{5} La más reciente impresión del soneto, la que ofrece Adrián J. Sáez como parte de su edición del conjunto de la obra poética de Cervantes con el título precisamente de Poesías, Cátedra, 2016, es un buen ejemplo de ello, pues mantiene el epígrafe de Arrieta, sin ni siquiera advertir del error que contiene en su referencia a las veinticuatro días de saqueo, cuando, como dice el propio Cervantes en el sexto verso, duró unas dos semanas, y no se avisa al lector de que su autoría no es de Cervantes, sino puesta por Arrieta más de dos siglos después de la composición del poema.

{6} Op. cit., pág. 155.

{7} Op. cit., pág. 156.

{8} Op. cit., pág. 205.

{9} “La española inglesa”, Novelas ejemplares, I, pág. 257.

{10} Op. cit., pág. 396.

{11} Cf. Adolfo de Castro, Op. cit., págs. 410-411.

{12} Cf., Real Academia de la Historia, Op. cit., pág. 220, donde se puede ver que el aviso, enviado a las seis de la tarde del 30 de junio, debió de llegar a Sevilla o a últimas horas del 29 de junio o a primeras horas del día siguiente y que fue el propio duque de Medina Sidonia el encargado de enviarlo a Sevilla y a las ciudades circunvecinas de Cádiz, según el testimonio del duque en una carta al rey.

{13} Como Carlos Mata Induráin, Op. cit., pág. 152 y Adrián J. Sáez, Op. cit., pág. 199, n.9.

{14} En realidad, sólo uno de ellos, el evangelio de san Mateo, habla a la vez de temblor de tierra y oscurecimiento del cielo; el de Lucas sólo menciona la oscuridad sobre la tierra; los otros dos evangelios no aluden a ninguna de estas dos señales.

{15} En realidad, lo era sólo de la Andalucía occidental, pues la Andalucía oriental, el reino de Granada, tenía su propio capitán general, quien, en ese momento, era, según Abreu, Op. cit., pág. 151, el duque de Arcos.

{16} Cf. fray Pedro Abreu, Op. cit., pág. 148.

{17} Cf. Abreu, Op. cit., pág. 149; Adolfo de Castro, Op. cit., pág. 409, que se supone conocía la relación de Abreu y otras, pues, como ya se dijo, las publicó con un prólogo suyo, yerra al presentar a don Antonio Osorio como el primero en entrar en Cádiz tras la marcha de los ingleses, un error al que arrastra a Carlos Mata Induráin, Op. cit., pág. 145-6, quien utiliza a Castro como única guía histórica en su comentario del soneto sobre la toma y saco de Cádiz.

{18} Cf. Op. cit., pág. 150.

{19} Cf. Adolfo de Castro, Op. cit., pág. 410.

{20} Op. cit., págs. 410-411.

{21} Cf. “El saco de Cádiz”, www.fcmedinasidonia.

{22} Cf. “Las secuelas”, www.fcmedinasidonia.

{23} Rodríguez González, Op. cit., pág. 236.

{24} Adolfo de Castro, Op. cit., pág. 405, escribe que “llegaban continuamente socorros de muchas ciudades y villas al duque de Medina Sidonia. Era inmenso el número de tropas que había juntas y esparcidas por todas estas costas para impedir en ellas el desembarco de ingleses; pero la gente no estaba diestra en el manejo de las armas”.

{25} Por lo que respecta a la defensa interior de Cádiz, la responsabilidad del duque puede ser compartida con la del corregidor, quien era, dentro de la ciudad, un jefe militar encargado de su defensa; de hecho, según las propias fuentes, la falta de coordinación entre el corregidor y el duque fue otra de las causas de la derrota.

{26} Véase Mata Induráin, Op. cit., pág. 145.

{27} Op. cit., pág. 149

{28} Francesca de Santis, Op. cit., págs. 203-4.

{29} Op. cit., pág. 204

{30} Lo confunde, como ya dijimos, con el conde de Leicester; pero no fue el único en incurrir en esta confusión; en una de las relaciones históricas de la toma y saqueo de Cádiz también se le nombra así; véase “Relación de la Ruina y Pérdida de Cádiz. Procedente de un manuscrito del Archivo de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla”, en Abreu, Op. cit., pág. 33.

{31} Op. cit., pág. 80.

{32} Cf. Novelas ejemplares, I, pág. 257.

{33} Op. cit., págs. 273-274 y 282-283.


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