El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 192 · verano 2020 · página 5
Voz judía también hay

Anatomía de la paz, o “Fly Emirates”

Gustavo D. Perednik

Israel y los Emiratos Árabes inauguran una nueva etapa histórica

paz

El eslógan publicitario de la aerolínea emiratí irradió un nuevo significado el 13 de agosto pasado, cuando los Emiratos Árabes Unidos e Israel anunciaron un mutuo tratado de paz cabal y abarcador. Es el tercero de estas características que rubrica el Estado judío con una nación árabe: el primero con Egipto en 1979 y el segundo con Jordania en 1994. En esta tercera ocasión, resulta obvio que no habrá que esperar cerca de dos décadas más. Para firmar los tratados de paz cuarto, quinto y sexto, hay varios países árabes candidatos probables. La ola de paz viene cimentada en el “Acuerdo  del siglo”, como dio en denominarse el plan del gobierno estadounidense.

El histórico anuncio fue confirmado pocos días después por medio de la anulación de la ley de boicot a Israel que data de 1972, y luego con el primer vuelo directo a Abu Dabi, y también con un evento no menos importante desde el punto de vista psicológico: el video producido por los Emiratos en celebración de la paz –hablado en hebreo y con el fondo musical de la popular canción judía “Hava Naguila” (“vamos a alegrarnos”).

Varias moralejas derivan del acuerdo. La más ostensible es que el Estado de Israel sigue consolidándose, y con ello aumentan proporcionalmente las posibilidades de paz. Como hemos venido sosteniendo en esta columna, la paz es función de la fortaleza de Israel.

Hasta la irrupción de la pandemia, la economía israelí era de las más firmes, y el país progresaba en las áreas más diversas. La paz consiste, precisamente, en que la fuerza del agredido termine disuadiendo al agresor para que abandone sus metas genocidas. Las otras explicaciones de la paz empujan a un debate estéril sobre quién tiene razón o quién es más moral.

La robustez que llevó al presente acuerdo no abarca sólo a Israel, sino también a su nuevo socio de la paz, ya que los países débiles suelen temer antes de cruzar el Rubicón para vincularse públicamente con el Estado judío. Al respecto, un refrán difundido en Israel sostenía que “el Líbano será el segundo país en firmar la paz”. Se insinuaba con él que no había motivos para el estado bélico entre ambos países, que durante varias décadas fueron las únicas dos democracias vibrantes de la región, hasta el momento en que el Líbano fue despojado de su soberanía, primero por palestinos en 1968, después por la consecuente guerra civil y la invasión del régimen fascista de Siria en 1976, y más tarde por los ayatolás iraníes en 1982.

Pero aún durante su etapa próspera y democrática, cuando la minoría cristiana conservaba sus derechos, la debilidad del Líbano no le permitía hacer paz antes de que otro Estado asumiera el riesgo de la hostilidad islamista generalizada. En rigor, los libaneses efectivamente fueron los segundos en firmar un acuerdo con Israel (1983), pero fue revertido al poco tiempo por los sirios invasores.   

A la luz de su trágica historia reciente, el Líbano es un ejemplo excelente de la opción entre abrazar con coraje el mundo de la libertad y del progreso, o despeñarse al medioevo. No casualmente, sólo un día después de la explosión en Beirut (4-8-20) debida a la presencia armada del Hezbolá que ha convertido al país en una trinchera, el presidente Michael Aoun insinuó la posibilidad de un acuerdo con Israel.

Además de la cuestión de la fortaleza estadual, hay una segunda moraleja del acuerdo con los Emiratos, que se relaciona al impacto que ha de tener en la región. “Un terremoto geopolítico” lo llamó Thomas Friedman en el New York Times. Si así se expresó un devoto “pro-palestino” (léase anti-israelí), la importancia del acuerdo recibió una coartada perfecta, y se confirma que Benjamín Netanyahu ha hecho historia una vez más.

La tercera moraleja de lo ocurrido puede leerse entrelíneas de la expresión “terremoto” que usó Friedman. Para la izquierda en general, de eso se trata. Acomodados plácidamente en una visión de paz cien veces fracasada, en la que  el futuro depende del permiso de los líderes palestinos, el terremoto de Dubai, en su expansión, vino a refutarlos una vez más. El acuerdo socava la ideología transnochada que les ha permitido actuar de secuestradores a los cabecillas palestinos (los cuatro que han habido: Amin Al-Husseini, Ahmad Shukeiri, Yasser Arafat y el actual Mahmud Abbás); secuestraron la política exterior de casi todos los países del orbe para supeditarla a la meta de que desaparezca el Estado hebreo.

Tal como lo ha expresado esta semana la periodista israelí Irit Linor (quien hace unos años abandonó su larga y ruidosa militancia en la izquierda), los “pro-palestinos” (léase anti-israelíes) son incapaces de admitir siquiera sus errores más elementales.   

Más allá de la fortaleza de los que siembran paz, y del terremoto conceptual expansivo que impactó en la izquierda, una cuarta consecuencia del acuerdo se refiere a un reposicionamiento geopolítico. Es notable que en la década del 1950-60, Israel, a fin de protegerse de la agresión árabe, debió acercarse a Turquía e Irán (las dos potencias musulmanas no-árabes en la región). Hoy en día se da el fenómeno inverso: los árabes se acercan a Israel en aras de detener mancomunadamente la agresión expansionista de Irán y Turquía.  

La quinta enseñanza: los palestinos

La quinta lección que se desprende de esta paz es atinente a la situación de los líderes palestinos, que han sido despojados de su principal arsenal: el veto que imponían sobre el mundo para aislar a Israel. Mahmud Abbás tiene razón en que el acuerdo constituye “un puñal por la espalda”. Un puñal a su corrupta casta gobernante, pero no al pueblo palestino, que podrá empezar a focalizarse en  construirse en democracia en vez de dedicarse a la destrucción. La frustración en Teherán y Ramala ante el acercamiento israelo-emiratí debería ser causa suficiente para estimular a quienes procuran paz genuina.

Así lo entendieron el árabe israelí Jalal Bana y el politólogo palestino Mohammed Dajani, ambos entusiastas defensores del acuerdo. Dajani, después de haber sido  profesor de Ciencias Políticas en la universidad palestina Al-Quds, fundó el movimiento Wasatia para la moderación del Islam.

A modo de síntesis de la novedad de la que somos testigos, se trata de un triunfo de la verdad por sobre el engaño de un siglo. Ya el 11 de febrero de 1937 lo expuso en Londres el escritor y líder sionista Zeev Jabotinsky ante la Comisión Peel que indagaba sobre la Palestina británica: “Hay un solo modo de transigir: decid a los árabes la verdad, y entonces los veréis razonables, inteligentes, justos”.

En efecto, el único plan de paz realista para el Medio Oriente es el Acuerdo del Siglo que, en abandono deliberado de todas las recetas fracasadas que sólo produjeron derramamientos de sangre, procede de modo inverso al habitual. No comienza por exigir renuncias a Israel, sino una transformación de la dirigencia palestina que ha venido enloqueciendo al mundo por un siglo en su meta genocida de destruir Israel. La vieja estrategia había dado como frutos los acuerdos israelo-palestinos de Oslo (1993) y de El Cairo (1994). Así, los líderes palestinos recibieron el control de la ciudad de Jericó y de dos tercios de la Franja de  Gaza, a cambio de comprometerse a desmantelar el andamiaje terrorista. No lo hizo. Y nadie se los exigió. Siguieron firmándose vanos acuerdos en Sharm-el-Sheik, Hebrón y Wye, por los que Israel entregaba más territorio, dinero y prestigio, y se contentaba a cambio con la vana esperanza en el fin del terrorismo.

Los palestinos se comprometían una y otra vez a aceptar el Estado judío (según la decisión de las Naciones Unidas de 1947) y a renunciar a la violencia. En ninguna etapa de su breve historia nacional cumplieron con alguna de esas dos condiciones. Los acuerdos firmados no tenían importancia, porque se intercambiaban concesiones concretas israelíes por volátiles promesas. Nunca se superó ese estadio, porque de hecho los palestinos rechazaron todo plan que incluyera la legitimidad de Israel. En su miopía, normalizar las relaciones con el Estado hebreo es sinónimo de aceptar la narrativa sionista. Y nunca se permiten pensar que esa narrativa es historia cierta, ergo su aceptación terminará siendo inevitable.

El acuerdo de Israel con los Emiratos lleva a volar, y no sólo aviones, sino la imaginación en un futuro de reconciliación y progreso. Ante nuestros ojos está construyéndose un nuevo Medio Oriente. Fly Emirates.

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