El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 12
Artículos

Taiwán y el coronavirus

Iker Izquierdo Fernández

Un curioso caso de fundamentalismo democrático

Taiwán

La pandemia de SARS-CoV-2 está dejando, entre otras cosas, una curiosa ristra de respuestas ideológicas a las situaciones diversas en las que se encuentran los países. La “ideología ambiente” o mayoritaria de un país intenta salir reforzada de la crisis provocada por la pandemia, en caso de que la estrategias del gobierno de turno tengan éxito; e intentará salir indemne o no demasiado dañada en caso de que la situación se haya descontrolado. España es ejemplo de lo segundo, pero si hay un ejemplo palmario de lo primero, ese es el de Taiwán.

La República de China que fundara el doctor Sun Yat-sen, reducida a la isla de Formosa y algunas islas adyacentes a partir de 1949, se convirtió desde los inicios de la Guerra Fría, y hasta hoy día, en un satélite o satrapía del imperio de los Estados Unidos; el único que hoy día puede reclamar el título de “universal” (aunque, como todos, este “título” sea necesariamente intencional).

Tras una primera etapa de suspensión de garantías constitucionales y ley marcial que duró hasta 1987, la República de China hizo una exitosa transición a la democracia homologada (con los EE. UU y Europa occidental), poco estudiada por los transitólogos hispánicos, pero que llena de orgullo a los taiwaneses. El fin de la Guerra Fría no ha supuesto, como bien es sabido, el fin de los conflictos territoriales por ella generados, siendo el caso del estrecho de Taiwán y el de la península coreana, los más conspicuos en el continente asiático. El antagonismo ideológico capitalismo vs. comunismo ha dejado paso a una nueva confrontación: la democracia contra la tiranía; algo que la presidenta Tsai Ing-wen, recientemente reelegida por abrumadora mayoría, no deja de remarcar continuamente en sus discursos (aunque sea para inaugurar un planta de fabricación de yogures).

Esta necesidad de diferenciarse ideológicamente del enemigo, siguiendo el patrón de la lógica binaria de las ideologías, surge efectivamente en las situaciones más dispares, conectando partes de la realidad a las que difícilmente se les ve conexión alguna, salvo en el envoltorio (“pack ideológico”, según la feliz expresión de Javier Pérez Jara{1}) que las contiene.

La situación creada por la pandemia de SARS-CoV-2 no podía escapar a este mecanismo, que en el caso de Taiwán ha cobrado la forma del fundamentalismo democrático, merced al éxito del gobierno sinorrepublicano en la contención de la epidemia (195 casos en el momento en el que se escribe este comentario). La efectividad de una serie de medidas de corte técnico introducidas por el director del Centro de Operaciones para la Prevención de Epidemias y ministro de Salud, Chen Shih-chung, y la celeridad y anticipación demostradas, no se han conectado ni con la propia habilidad del ministro, ni con la fortaleza de las instituciones estatales ni con la experiencia histórica reciente de la sociedad taiwanesa (epidemia del SARS en 2002-2003), sino con el sistema político democrático y la libertad de expresión (nada más y nada menos).

La serie de medidas técnicas puestas en marcha para frenar la epidemia no tienen, al parecer, sentido sino se ligan a la ideología ambiente: han surtido efecto porque Taiwán es democrático. No es que en países “no democráticos” (como China o Irán) no hubiesen surtido efecto, sino que ni siquiera se les hubiese pasado por la cabeza (tan atrofiada la tienen por no ser demócratas). Resumiendo: China fracasó por ser una “dictadura” [sic], y Taiwán triunfó frente al virus por ser una democracia.

El fracaso palmario de las democracias europeas y americanas en la contención de la epidemia no parece hacer mella en esta curiosa asociación, ni entre los fundamentalistas democráticos sinorrepublicanos ni entre los fundamentalistas democráticos hispánicos.

“El fundamentalismo democrático”, nos dice Gustavo Bueno, “supone que la sociedad democrática es el sistema de organización de la sociedad política más perfecto e irreversible. Por ello precisamente la democracia ha podido ser considerada como el estadio final de la organización política de la humanidad, como el fin de la historia política”.{2} Así, cualquier estroma antropológico de un país democrático tendrá valor en cuanto ligado a este sistema político, dando como resultado, sintagmas extravagantes y ridículos como “música democrática” o “ejército democrático”. Pero también supone pasar por alto contradicciones constitutivas de la propia democracia que se hacen pasar como contradicciones accidentales, susceptibles de ser corregidas con “más democracia”; o también, como es nuestro caso, decisiones puramente técnicas, ligadas a la prudencia política, se hacen pasar por decisiones posibles gracias a la democracia.

Cuesta creer que el ministro Chen Shih-chung sometiese a referéndum cada una de las decisiones técnicas (aislamiento de contagiados, racionamiento de mascarillas, cierre de aeropuertos, etc.) necesarias para contener la epidemia, de la misma manera en que el director de una orquesta sinfónica sometiese a votación de los integrantes de la misma cada pentagrama de una composición. Por el contrario, dichas medidas, fueron decididas y puestas en marcha por un comité técnico de expertos (como en todos los países, sean democráticos o sean aristocráticos, etc.), y seguidas a rajatabla por los distintos eslabones de una cadena de mando jerárquica hasta llegar a la población, y cuyo incumplimiento por parte de la población de destino no está sujeto al albur de la libertad democrática de cada individuo, sino que está castigado con multas, e incluso la cárcel (pero bueno, si la cárcel es democrática…).

El primer ministro sinorrepublicano, Su Tseng-chang, prefería ser, a principios de marzo, más fino, y aseguraba que el éxito de su gobierno se debía a que eran los más democráticos y los más transparentes, una vez más, ligando una cuestión técnica (la mayor o menor “transparencia” de un gobierno) a la democracia. China, Irán, Rusia, etc. no son transparentes en su gestión de la epidemia (y de otras realidades) porque no son democráticos.

La transparencia de un gobierno en un momento dado y sobre una situación o materia dada se corresponde con la prudencia política que los gobernantes consideren necesaria, en el mejor de los casos, para el mantenimiento de la recurrencia de la sociedad política; y para sus propios intereses, en el peor de los casos.

Poca transparencia están demostrando algunos gobiernos democráticos europeos y americanos con las cifras de infectados y muertos por coronavirus (probablemente por estar desbordados por la epidemia); pero también poca transparencia mostró el gobierno de Tsai Ing-wen declarando secreto de estado durante 30 años todo lo concerniente al más que dudoso título de doctorado de la propia presidenta. Poca transparencia muestra también el estado sinorrepublicano (y todos los estados) en la información sobre las rentas, propiedades e impuestos de los multimillonarios, probablemente porque la magnitud de la desigualdad real en riquezas y rentas por parte del 1% más rico con respecto al resto de la población podría provocar una reacción popular que dejase al país en llamas.

El gobierno taiwanés, gracias a una serie de decisiones técnicas tempranas, al desarrollo de las infraestructuras estatales y a la experiencia de la población en situaciones parecidas anteriores, ha tenido éxito hasta ahora en la contención de la epidemia de SARS-CoV-2, por lo que se puede permitir ser “transparente” sobre la situación, revelando toda la información sobre cada caso (excepto la identidad de los contagiados; ahí se detiene la “transparencia democrática”). Otros países, democráticos o no, no han tenido tanta suerte, por incapacidad de sus estructuras estatales, o por imprevisión de sus gobernantes, y se ven obligados, por prudencia política, a dosificar la información pública.

No obstante, estos análisis caerán siempre en saco roto ante la realidad de las ideologías ambiente y la maquinaria propagandística de los estados, hoy día magnificada por las redes sociales de Internet, las cuales contribuyen a la sobreabundancia de informaciones y opiniones, obligando al ciudadano medio a refugiarse en los brazos cálidos y simplificadores de la ideología de turno. Y frente a esta realidad, no queda sino batirse con las armas de la crítica materialista y la serenidad estoica (muy poco democráticas ellas).

Martes, 24 de marzo de 2020.

——

{1} J. Pérez Jara, “Meditatio mortis y filosofía: sobre el legado de Gustavo Bueno”, El Catoblepas, nº 174, 2016, p. 44.

{2} G. Bueno, El fundamentalismo democrático, Temas de Hoy, Madrid, 2010, p. 159

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