El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 188 · verano 2019 · página 9
Artículos

Apuntes sobre identidad y contradicción en política

Luis Carlos Martín Jiménez

Sobre la confluencia de múltiples identidades incompatibles entre sí

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El papel de la contradicción en política ha sido relegado al terreno de los discursos, o por lo menos se hace notar en el campo dialógico de la discusión. “Usted se contradice” suele ser una acusación recurrente en el Parlamento, buscando obtener una repercusión que no tiene. Aquí los políticos actúan como abogados en el campo del derecho, donde la contradicción en que “caiga” el acusado supone consecuencias que van a determinar la sentencia. Una sentencia que en política dicta el pueblo soberano cada cuatro años. Sin embargo, tal juicio popular no depende, a nuestro modo de ver, de lo que diga el político, ya se contradiga entre lo que promete y lo que cumple o entre lo que dijo en un momento y lo que dijo en otro.

Con esto no decimos que el pueblo soberano carezca de nociones lógicas mínimas para comprender el discurso de sus legisladores, es decir, no vemos estos problemas desde el plano subjetivo. Pero tampoco nos queremos referir al plano objetivo, donde todo el mundo comprende que la coherencia muchas veces es perjudicial, sobre todo cuando los principios de los que se parte son erróneos.

Si nos mantenemos en el orden inmanente de las manifestaciones políticas, es decir, en el plano lingüístico, por ejemplo, bajo la máxima según la cual es la razón dialógica la que dirige la acción comunicativa en que se mueve la política (el Parlamento es para “parlar”, no para el uso de la violencia), la contradicción no tiene fuerza, pero tampoco la tiene si incluimos la conexión entre el contenido de la declaraciones y el contexto “exterior” al lenguaje en que se emite.

Pongamos un ejemplo: en 2017 la vicepresidenta Carmen Calvo “salvaba la contradicción” en que caía Pedro Sánchez, quien al negar que hubiese delito de rebelión en Cataluña, se contradecía respecto del “creo que lógicamente lo es (delito)” que afirmaba meses antes.

Los periodistas, acostumbrados a moverse en el terreno comunicativo, entendían que la contradicción en que caía Pedro Sánchez se debía al cambio pragmático que suponía pasar de opositor a presidente. El periodista mandaba el mensaje siguiente: “Pedro Sánchez cambia de discurso al cambiar de intereses, luego no es fiable”.

Sin embargo, la supuesta causa “real” (pragmática) que explicaba el cambio de juicio, negando que Pedro Sánchez tuviera unas ideas o unos proyectos cuya potencia estuvieran por encima de las circunstancias, es decir, la subordinación de su juicio al campo de los intereses en que se emitía, era devuelto por la vicepresidenta reintroduciendo “el contexto exterior”, de nuevo al campo sintáctico, es decir, bastaba añadir un adjetivo para salvar la contradicción. En efecto, no había contradicción si añadimos adjetivos al nombre: “Pedro Sánchez” podrá contradecirse, pero “el presidente Pedro Sánchez” no lo hace, ya que es distinto del “opositor Pedro Sánchez”.

Naturalmente esto se puede llevar al infinito, sólo hay que añadir más adjetivos al nombre, por ejemplo, entre lo que pueda decir “el presidente en funciones Pedro Sánchez” y lo que diga “el presidente en ejercicio Pedro Sánchez”, ¿hasta dónde?, hasta llegar en el infinito al individuo puro, ¿cuál?, el espíritu independiente de toda circunstancia (pues el cuerpo nunca puede ser “independiente”, “absoluto”), lo que hacía Guillermo de Ockham cuando afirmaba que en el plano discursivo habría contradicciones, pero en el real, el ontológico, el de la hacceitas del individuo puro no las hay.

Imaginemos que un periodista le hubiera preguntado al opositor Pedro Sánchez: “¿cuando usted esté en el gobierno seguirá creyendo que hay delito de rebelión?”, y respondiese, “sí, claro, ya le he dicho que “lógicamente lo es”, y yo no tengo esquizofrenia, mantendré mi palabra”. En este caso, Carmen Calvo, o cualquier otro, podría seguir diciendo lo mismo, pues se sitúa por encima del plano “lingüístico”, por ejemplo, en el plano del ejercicio que exige el rol social que se desempeña, el del papel o personaje que se interpreta. Así podría responder, “el papel del candidato Sánchez le obliga a ser coherente hasta dónde llega su condición “real” de candidato, y no mentiría pues realmente lo creía así, ahora, la obligación de presidente le obliga a ser coherente con la posición contraria”.

Como se ve, la “identidad” se mueve con la contradicción, de modo que de Pedro Sánchez “persona” se pasa a la identidad de “Pedro Sánchez presidente”, o a “Pedro Sánchez parlamentario” o “Pedro Sánchez mujer”, en último término se supone la “identidad” como un “ser abierto”, no fijado, el yo como una “nada”, un proyecto, una mera posibilidad suareciana pendiente de la libre elección. Se trata de una metafísica que se ha “positivizado en el sentido común” a través del consumidor del mercado pletórico democrático, donde la identidad del yo queda fuera de cualquier determinación “impuesta”, y por así decir, del propio mundo que le rodea, es decir, de las mismas circunstancias.

Estos problemas los enunció Fichte en El destino del sabio cuando decía: “el Yo puro jamás puede estar en contradicción consigo mismo, pues no hay en él diversidad alguna, sino que es continuamente uno y el mismo. Sin embargo, el Yo empírico, determinado y determinable por las cosas exteriores, puede contradecirse: y si esto ocurre es un signo seguro de que no está determinado según la forma del Yo puro, y por tanto no está determinado por sí mismo, sino por las cosas exteriores”.

Algo parecido a lo que dijo Zapatero cuando obligado por la crisis de deuda cambio la Constitución Española de un día para otro, congeló las pensiones y bajo el sueldo de los funcionarios: “las circunstancias -decía- han cambiado, yo no”.

Podríamos deducir que el yo en la social-democracia permanece ajeno el mundo, pues las contradicciones, como decía Kant, se dan en el plano del conocimiento del Alma, el Mundo o Dios, en el plano de la fundamentación de los juicios, no en el yo de la persona, que ya no es cognoscitivo, sino práctico.

Pero la contradicción se volvió a introducir con Hegel en la realidad y en su conocimiento haciéndola gradual. Como la lógica hegeliana supone, las contradicciones y las identidades se van reabsorbiendo y superando mutuamente de modo indefinido en las sucesivas “figuras del espíritu” que nos conducen a lo largo de la historia de la libertad hacia la idea absoluta.

Sin embargo, la llamada izquierda hegeliana, en concreto Carlos Marx, vio la idea hegeliana trabajando en el campo intelectual, no en el real, es decir, en la inmanencia del discurso filosófico, por ejemplo al hacer logomaquias, lo que identificó como la posición general del filósofo (el que trabaja sólo con ideas del intelecto, mentales), y lo que había que hacer era “dejar de interpretar el mundo” y pasar a “transformarlo” (tesis XI sobre Feuerbach), ¿cómo? ¿con discursos?, no, con la revolución armada, eliminando la contradicción “real” entre los que poseen y los que carecen de los medios de producción, y así, afirmar la identidad del género humano, el proletariado universal triunfante final. Una identidad última que acabará con las contradicciones.

Sin embargo, al conservar el núcleo dialéctico, el esquema hegeliano permanece intacto en la metodología marxista: la contradicción es el motor de la identidad, y así se concibe el desarrollo y evolución gradual de los sistemas productivos.

A nuestro modo de ver (desde el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno), el núcleo de la dialéctica no está entre la contradicción y la identidad, tal y como se desarrollan en el monismo alemán, sino en la confluencia de múltiples identidades incompatibles entre sí. Es decir, entre una pluralidad de partes y el todo en que confluyen de modo conflictivo. Y esto es lo que se produce entre instituciones (lingüísticas o no) cuya estructura procesual choca, según el contexto, dada la incompatibilidad de sus normas, de sus fines o de su misma materia. Por ejemplo, es incompatible el culto, las instituciones y las ceremonias religiosas desde la idea de un Dios incorpóreo (como pueda ser Ala) de las que se lleven a cabo bajo la idea de un Dios corpóreo (como el de la segunda persona de la trinidad), o más claro, entre la institución del “jamón de Jabugo” y la institución del Halal islámica.

De modo que, a nuestro modo de ver, las contradicciones y las incompatibilidades no se pueden erradicar en una identidad final de la historia, su realidad nos obliga a tratarlas en cada caso, y el tratamiento institucional que lleva a cabo la política sería el último modo de “resolver” tales incompatibilidades.

Si esto es así, y aquí vamos, el problema más serio que se le plantearía a un político es el de la incompatibilidad entre sus planes, fines y programas y la estructura misma del Estado en que está inserto, el todo del que es parte.

Una de las razones para que esto ocurra, con frecuencia deriva de que la “ideología” donde se mueve el Partido se sustenta en ideas que trascienden el plano estrictamente estatal (por ejemplo, ideas como igualdad, libertad, sociedad, humanidad &c.), y sin embargo sólo adquieren su fuerza y se aplican en el campo político de un Estado (es así que todo sindicato y todo partido político pertenece a un Estado).

Si nos limitamos al campo de problemas que se tratan en la actualidad política española, la cuestión sobre las “identidades y las contradicciones” se manifiesta en que muchas de las ideas comunes a los diferentes partidos políticos tienen un significado, no sólo distinto, sino contrapuesto: por ejemplo, lo que se entienda por “mujer” o por “feminismo”, lo que se entienda por “Estado”, o por “nación”, o lo que se entienda por “libertad”, & c. De hecho, nos parece que el desacuerdo es total y el entendimiento imposible (puramente pragmático). El problema aparece cuando se producen contradicciones entre instituciones estatales proyectadas desde “ideologías” distintas. El ejemplo más claro que padecemos es la de aquella parte “autonómica” que se considera un todo “estatal”, pero hay muchos otros casos, la institución “salvamento marítimo” (parte) entra en contradicción con el todo, la humanidad, que en la cantidad de miles o millones de personas serían objeto, en su caso, de salvación. Por ejemplo, la institución “alta inspección educativa del Estado” entra en contradicción con la institución “observadores de incógnito” en los patios catalanes. Por ello decimos que la altura del político se mide en la previsión de líneas contradictorias que pueden llegar a ser críticas para la Eutaxia y la misma supervivencia del Estado.

Lo que buscamos con estos “apuntes” (en la acepción de señalar algo con el dedo), es referirnos a un problema sobre “contradicciones” o incompatibilidades internas a la estructura del Estado de especial relevancia para España.

Es manifiesto que hasta hace poco no se había denunciado en el Parlamento español la contradicción entre planes y programas de partidos “secesionistas” que buscan la división de España y la unidad que está obligado a defender cualquier partido político en cuanto “parte” del Estado. Y no porque pueda haber instituciones enfrentadas sobre la división y la unidad de España, cosa normal en todo Estado, sino porque tal incompatibilidad se da en el seno de una de las instituciones más básicas de la estructura del Estado: el poder legislativo. No puede estar en el parlamento español quien busca destruirlo. Las analogías que se puedan hacer, como pueda ser la del huevo del cuco, en tanto es incompatible con los fines del nido donde se pone, son más o menos indicativas.

Sin embargo, la incompatibilidad que queremos resaltar aquí es la contraria, a saber, la que se produce dentro de los partidos que defienden la unidad (de mercado, tributaria, sanitaria, escolar, & c.) del Estado (España) en la medida en que choca con la disgregación del partido en las partes que integran el Estado: las estructuras autonómicas que tienen tales competencias.

Hasta ahora, desde la puesta en marcha del estado autonómico nunca se ha puesto en primer plano este problema, siempre se ha visto como perfectamente compatible: una cosa es el partido a nivel nacional y otra en sus órganos autonómicos. De hecho, la vida “democrática” española ha transcurrido entre los acuerdos de Estado con los “nacionalistas vascos y catalanes”, y la defensa de la descentralización autonómica, por ejemplo, el caso de Manuel Fraga Iribarne con el gallego &c. Sin embargo, tanto en un caso como en otro, los partidos nacionales como el P.S.O.E., o el P.P., no dejaron de acusarse mutuamente de caer en incompatibilidades programáticas cuando en un foro decían una cosa y en otro foro decían la contraria.

Pero la contradicción más interesante se manifiesta cuando entre los planes y programas de un partido político (como es el caso de VOX) aparece en primerísimo lugar la eliminación de las autonomías: “Punto 1. Reforma constitucional y un nuevo modelo de Estado. 1.1. Eliminación de las Autonomías “. ¿Y por qué es más interesante o intensa esta contradicción?, pues porque el partido debe asumir en su misma estructura la estructura autonómica del Estado (lo que no tiene porqué constar en los estatutos del partido, ya que no es federal o con-federal como el P.S.O.E.). De modo que ahora, un diputado o un concejal autonómico tendrá que hacer sus funciones en la medida en que su objetivo es eliminarlas, es decir, trabajar desde su cargo para la supresión de su propio cargo y con él, de su puesto de trabajo. Tal autosacrificio puede ser desinteresado o puede suponer una recompensa futura dentro del partido, ese no es el problema.

El problema aparecerá cuando tal incompatibilidad afecte al propio partido, es decir, cuando con el tiempo, al reproducirse como un “fractal” la estructura del Estado dentro del partido, las estructuras o cuadros autonómicos tengan tanto peso o más que la dirección central, o cuando la dirección del partido (o su comité o Asamblea general) esté compuesta o influida por representantes autonómicos, no tanto porque se nieguen a “desaparecer” (lo que también podrá ocurrir), sino porque la desaparición de las autonomías implicaría la desaparición del partido. Lo que llevará a un proceso de anástasis (ver Las figuras de la dialéctica) o detención del proceso.

El proceso sería el siguiente: el todo, el partido nacional, se disgrega en las partes (autonómicas) donde adquieren poder “de hecho”, a diferencia del núcleo central, que no tocará poder real, de modo que la práctica de ese poder tendrá que ejercerse, aunque se dirija, en el fondo, en teoría, hacia su auto supresión. Ahora bien, como vemos a la política antes como una praxis prudencial que como una “teórica” o “programática”, la vuelta al todo originario y su programa (la desaparición de las autonomías) quedará comprometida, sino eliminada en su ejercicio. En cuanto desfallezca la posibilidad de tocar poder central, la realidad política autonómica será la realidad del partido. Preguntamos entonces ¿la identidad del partido se moverá con la identidad autonómica? O ¿la identidad autonómica se moverá (se suprimirá) con la identidad del partido?, el problema que plantea el segundo caso para partidos como VOX, cuando toca poder con pactos o acuerdos de gobierno autonómicos, es que contribuyen al mantenimiento de aquello cuya destrucción fue el motivo de su existencia. Preguntamos de nuevo ¿cómo se destruye lo que se acuerda dirigir?, ¿Sabe alguien cómo manejar esta contradicción? ¿Serán capaces de mantener la tensión dialéctica? Por lo que parece, su puesta entre paréntesis a la espera o en busca de otros objetivos afirma el primer caso, a saber, que aceptar poder autonómico suprime la identidad del partido.

Lo que tratamos de advertir, es que las contradicciones son objetivas, y que la necesidad de “salvar las contradicciones” también, pues las incompatibilidades obligan a mover las instituciones (identidades) involucradas en ellas.

Sin duda, ya habrá sido advertido el peligro que indicamos, que la estructura “autonómica” del Estado (el todo) imposibilita el proyecto de una parte (un partido) para su transformación, aquí sólo queremos resaltar que la esencia de la política, donde se demuestra su importancia, es en la resolución de las contradicciones, las reales, no las de los discursos.

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