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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 76
Artículos

Una anécdota de D. Gustavo

José María Fernández González

El autor narra algunos detalles de un encuentro entre varios filósofos españoles.

[Conferencia de José María Fernández González en los XXI Encuentros de filosofia, Oviedo, 2016.]

Es natural que el dolor por la desaparición de una persona que ha despertado la admiración de muchos, como es el caso del Profesor Bueno, de pie a que a nos acudan algunos recuerdos a propósito de los mismos.

Por mi parte ya he tenido ocasión de manifestar públicamente algunos de los hechos y circunstancias que determinaron, primero mi reconocimiento intelectual y luego el trato personal de D. Gustavo. Me refiero a la presentación que hice el día 13 de diciembre de 1995 en el antiguo Café Español de Oviedo con motivo de las jornadas organizadas por la Fundación Municipal de Cultura y Miguel Munárriz bajo el rótulo de «50 propuestas para el próximo milenio».

El acontecimiento tuvo una duración de varios días y su formato era de cinco conferencias pronunciadas respectivamente por Gustavo Bueno, Luis Racionero, Antonio Escohotado, José Saramago y Gabriel Albiac, cada uno de los cuales formularía diez propuestas, siendo presentado cada conferenciante por una persona diferente, ya fueran profesionales, escritores o profesores. En mi caso, hice la presentación de D. Gustavo, el cual formuló sus conocidas propuestas (circunscritas a España) sobre la eutanasia para los autores de crímenes horrendos o sus ideas sobre la reorganización institucional de España (Jefatura del Estado, autonomías, etc.), alguna de las cuales, por otra parte, dio lugar a un incidente sobradamente conocido y todas siguen dando que hablar al día de hoy.

Durante esos días los distintos intervinientes, tanto presentadores como los proponentes, coincidimos en varias ocasiones, ya fuese para tomar un café o comer. Así pues, en un momento en que algunos de los intervinientes (Bueno, Saramago, Escohotado, Racionero, y yo mismo) estábamos en el desaparecido Restaurante «Logos» esperando la llegada del resto de los participantes para iniciar la comida, se apreció una cierta reserva y silencio iniciales por parte de todos los presentes, quizá debida al desconocimiento mutuo.

Quizá para romper el silencio, Escohotado inició una conversación con Racionero (ingeniero y supuesto pensador, que estaba sentado a su lado), acerca del estado actual de la Filosofía de la Ciencia, acaso suponiendo que se trataba de una materia en a que su interlocutor estaba ducho, si bien a mi me pareció que, tanto por su actitud física como por el tono de su voz, en realidad trataba de abrir un diálogo con todos los presentes. La cosa duró poco, por lo que voy a decir, pero la iniciativa partía de Escohotado y su interlocutor se limitaba a corroborar sus aseveraciones.

Afirmada Escohotado con severidad y seguridad que si bien había algunas aportaciones de carácter relevante, pero más modesto, como serían las de Bunge, consideraba que la cuestión había quedado cerrada con la obra de Kuhn «La estructura de las revoluciones científicas», llegando a emplear el término «paradigma», tan de moda a partir de esa obra.

Mientras hablaba Escohotado yo no dejaba de mirar para D. Gustavo, ya que -pensaba- se estaba creando una situación explosiva, pues no entendía como ambos interlocutores pudieran ignorar (por supuesto, ese pensamiento no iba con Saramago) que estaban ante el creador de la Teoría del Cierre Categorial y en aquellos momentos se encontraba embarcado en el proyecto de redactar varios volúmenes relativos a la ontología de su sistema filosófico.

Y lo que tenía que pasar pasó, quizá porque mi papel marginal en esta cuestión me impidió entrometerme para romper la conversación y evitar lo que vino, por lo que, después de dos o tres intervenciones de cada interlocutor (lo cierto es que escuetas, quizá como medida de su nivel de conocimientos), ocurrió lo esperado y D. Gustavo interrumpió la conversación reprochándoles el atrevimiento de hablar en tales términos y desconocer cual era precisamente el hallazgo de su pensamiento que tenía un mayor reconocimiento público.

Creo ahora que lo ocurrido era inevitable, no ya por el asunto concreto que se debatía en ese momento, sino por la posición etérea de los interlocutores (como se puede apreciar por sus propuestas, publicadas las cincuenta en volumen por el Ayuntamiento de Oviedo), quizá catalogables como alguna de las distintas modalidades de la indefinición o el relativismo.

Dicho lo anterior, no me cabe otra cosa que desear larga vida a la Escuela Filosófica de Oviedo, que ya está dando prometedores brotes verdes.

 

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