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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 32
Artículos

Bueno, sub specie aeternitatis

Luis Carlos Martín Jiménez

Supuestos de un escolar a la muerte de su maestro

Gustavo Bueno y Luis Carlos Martín Jiménez, 2010[De izquierda a Derecha, Carlos Martín Jiménez, Javier Delgado, David Alvargonzález y Gustavo Bueno, en la ceremenonia de lectura de la tesis de Luis Carlos, 2010]

No podemos concebir a Gustavo Bueno sino es sub specie aeternitatis, pues su idea implica «la esencia eterna e infinita de Dios». La cuestión está en determinar el modo que adquiere la implicación entre la idea de Bueno y lo que signifique «la esencia eterna e infinita de Dios». Como la idea de Bueno supone su cuerpo, es decir, el objeto de la idea de su persona, pero no se agota en él, pues la actividad o potencia del cuerpo afecta a otros cuerpos y paralelamente a las ideas que esos cuerpos tienen de sí mismos y de Bueno, hay que entender que su implicación con la esencia o idea eterna e infinita de Dios, supone alguna determinación o rectificación de esa esencia (por ejemplo como esencia negativa) a través de las modificaciones en los órdenes y conexiones de los cuerpos y sus respectivas ideas.

Este modo seudo espinosiano con el que me permito hablar, se puede expresar en román paladino diciendo que no podemos tener una idea de quién sea Bueno hablando de si hizo ésto o dijo lo otro, pues como trató de todo, de algún modo queda ligado o «com-prometido» con lo que dijo sobre ese «todo». Se diga cómo se diga, el problema sigue siendo el mismo, ¿cómo salvar la ruptura del principio de desigualdad en virtud de la cual una parte (un particular) lo alcanza todo (denominado como esencia eterna e infinita de Dios)? ¿Desde qué perspectiva puede hablarse de todo (pues no es algo más que se pueda añadir al resto)?, ¿acaso desde la perspectiva del «todo»? Desde luego, ¿pero eso qué significa? ¿Que tendremos que conocerlo «todo»? No lo creemos, pues se diluiría la parte en el todo, ya que conocer la parte (en este caso a Gustavo Bueno) implicaría conocerlo todo, cosa imposible. Acaso ¿reduciendo tal «todo» a una idea particular de Don Gustavo? Tampoco, pues al contrario, diluiría el todo en la parte, circunscribiéndolo a una mera idea particular, sin alcance ontológico alguno, lo que por otra parte tampoco nos permitiría conocer a Bueno, pues elaboró otras muchas ideas e hizo otras muchas cosas, tantas cuantas ocultó o guardó prudentemente. Es decir, desde la perspectiva de la duración, bajo la cual concebimos las cosas por «la presente y actual existencia del cuerpo» no podremos conocerlo, obligándonos a recurrir a la perspectiva según la cual «concebimos la esencia del cuerpo como necesario» (parafraseando a Espinosa), a saber, «bajo la perspectiva de la eternidad», modo que tal vez nos permita hacernos una idea del maestro, a quien le gustaba repetir con cierta ironía, que concebía las cosas «sub specie aeternitatis», lo que nos gustaría saber qué pueda significar.

Si la idea de Bueno implica la idea o esencia de Dios de modo necesario, no es porque afirme la esencia de Dios y niege su existencia, pues propiamente Dios, entendido como un ser cuya esencia implica la existencia es una pseudo-idea, sino porque entiende tal esencia o idea de Dios, como una idea negativa, no como la negación de la idea (si quitásemos el término Dios del enunciado evitaríamos cierta confusión, quedando la «esencia eterna e infinita» como idea negativa que identificamos con «M», pero nos interesa resaltar la rectificación sobre la idea del Dios tradicional). Negar el Todo, sea un ser de los seres, una unidad o un fundamento último de la realidad, en la medida en que es implicada por la idea de Bueno, adquiere toda su potencia al levantarse desde la necesidad de la idea del cuerpo, es decir, sub especie aeternitatis. Pero permítaseme decir que esto tiene graves consecuencias, pues tal necesidad se lleva por delante el monismo y el espiritualismo, y supone la negación de que algún vez pueda ocurrir el advenimiento del Todo, o siguiera que lo podamos concebir, prohíbe que pueda darse en el futuro o pueda haberse dado en el pasado, antes de perder su unidad o cuando la recobre. Niega las infinitas unidades espirituales y niega que se salve el hiato que separa los entes inconmensurables entre sí, que un día se rellene el corte, el abismo, el «infierno» que separa los entes, y que se suelden al desaparecer como una apariencia falaz, como un vacío inexistente que lo comunique todo. Pero, ¿por qué se niega que esto pueda ocurrir?, ¿cual es la necesidad bajo la cual podamos entender a Bueno, que obliga a los entes a congregarse a la vez que se dividen, a ayuntarse (por ejemplo en imperios o naciones) según se separan de otros? La respuesta que damos a tal necesidad es análoga a la que damos a la implicación entre la idea de Bueno y la esencia eterna e infinita de Dios (ya sabemos que negativa). Es decir, hay que explicar por qué no podremos entender a Bueno aquí o allá, ahora o antes, en un texto u otro, sino es, sub specie aeternitatis.

Veamos los términos de la relación implicados bajo la perspectiva de la eternidad, sin ánimo de alargar este pequeño homenaje y traduciendo siempre que podamos este modo de hablar al lenguaje popular.

La idea que tenemos de Bueno depende del modo en que hemos sido afectados por él. Es decir, la potencia de obrar de Don Gustavo ha producido efectos y afectos (pasiones y emociones) muy distintos según el modo de ser del entendimiento de cada cual. Como hay órdenes y conexiones entre las ideas muy distintos según su claridad y distinción, el materialismo filosófico, es decir, el orden y conexión entre las cosas y las ideas elaborado por Bueno, confluirá o divergirá en mayor o menor medida con otros modos hasta el límite de la identidad o la incompatibilidad absoluta, por ejemplo con quien piense que ser y pesar son lo mismo (holismo), o quien piense que no hay relación ninguna (atomismo, escepticismo). Expresado en lenguaje popular, que Bueno no ha satisfecho ni a Griegos ni a Troyanos (exceptuando a Platón entre los primeros).

Ahora bien, una idea, un yo, un entendimiento, no es más que un cierto orden y conexión entre las partes del cuerpo y los cuerpos con que es afectado. Luego la idea de Bueno no es la que él pudo tener ni la que tengamos los demás, sino la idea adecuada al orden y conexión entre las partes del cuerpo y los cuerpos que afecta y es afectado, es decir, será una «noción común» (no particular) que solo se puede formar a la vista de tales procesos en su conjunto. Lo que se quiere decir al denominarlo desde una clase que acote ese conjunto, por ejemplo como «gran filósofo», como «hispano», o al definirlo por la intersección de clases, como «ateo católico», como «el gran filósofo de la hispanidad», o llevado al infinito, como representante de la clase única, como cuando se dice que es «inimitable». Esto último pensaron los defensores de la accessitas, una cuasi-forma que define al individuo como único, realmente aquello de lo que únicamente podemos tener idea, pues cada idea es un individuo, reduciendo la idea de Bueno a su ser individual. Pero nosotros pensamos en symploké. En la idea de Bueno hay algo más que no nace de su individualidad única (y como tal igual a todas las demás), pero que tampoco necesita el «argumento ontológico» para alcanzar el Todo, sino que suponiendo algunas «nociones comunes» (los axiomas y postulados de las ciencias según cierres y límites internos) no se agote en ellas, es decir, no se agote en un conjunto de conceptos distributivos.

Pero si negamos la sustancialización de alguna esencia eterna e infinita, concebir a Bueno supondrá necesariamente alguna determinación que niegue tal sustantivación, lo que conseguimos al apoyarnos en la necesidad de la idea del cuerpo, es decir, en la «conjugación» entre el objeto de la idea y la idea o persona de Bueno. Cabe preguntarse entonces, ¿hasta dónde alcanzan sus efectos y sus determinaciones?, pues como tales procesos no han hecho más que empezar, su conjunto permanecerá indefinido y no podremos formarnos la idea de quien sea Bueno (igual que la idea de Marx no se limita a su individualidad corpórea, pues alcanza a todo un sistema político que se implica de un modo u otro con su sistema). El problema se agravaría si negásemos la posibilidad del agotamiento de sus efectos, según la cual se sucederían eterna e infinitamente, ¿será éste el sentido de la implicación entre la idea de Bueno y la esencia eterna e infinita de Dios?, no lo creemos, pues entonces sería imposible tener una idea de Bueno, nos sería desconocido en el modo en que imposible de determinar adquiriría todo tipo de formas y como Proteo sus nombres se sucederán con la difusión de sus figuras «ad infinitum».

Para salir del atolladero en que nos hemos metido, nos apoyaremos en la máxima según la cual «toda determinación es una negación». En efecto, suponer que no hay un todo implica que no puede haber una determinación por importante que sea que pueda «condicionarlo» de modo metafinito (el todo comprendería una idea de sí mismo como parte identificada con él), pero también que al no haber un todo, no hay una negación absoluta, y por ello, nunca se podrán negar las «partes» (de las que «partimos» in media res), que permanecerán desprendidas unas de las otras, aunque conectadas con el resto en función de su dialéctica, es decir, en función de su afirmación como «universales», y por ello, con capacidad de enfrentarse a otras del mismo tenor. Tal enfrentamiento nos acercaría a la idea de Bueno en la medida en que aparece como un paso, un eslabón, un capítulo necesario en la disputa sobre la configuración de las partes del mundo. Lo que se quiere decir cuánto se le tacha de «dialéctico», de «infatigable polemista», de «crítico» con toda la tradición. Lo que si es así, parece arrastrar una idea que nos viene rondando insistentemente desde hace tiempo, la de ser una particular determinación del ego trascendental.

Quizás así podamos comprender que su implicación con la «esencia -negativa- eterna e infinita de Dios», en virtud de la misma «infinitud» que aparece como el límite de los regresus a partir de cada materia determinada (mundana), se desarrolla como un ejercicio que sólo puede ser corpóreo, razón de la necesidad de la idea del cuerpo y de la perspectiva de Bueno, sub specie aeternitatis.

Sospechamos que la idea por la que concebimos a Bueno, al modo de una institución, tiene un componente o «signo formal», que antes que un mensaje o una sabiduría que haya que entender (mito), nos remite a un ejercicio o una actividad (rito) imposible de representar, a un límite revertido, es decir, a la afirmación de una parte con potencia suficiente para mirar al resto de partes que también se afirman sub specie aeternitatis, la mirada hacia todo imperio universal como esencialmente inexistente, nos remite a la imposibilidad de ningún fin último, de ningún «mapa mundi» definitivo, es decir, a la perspectiva de un cuerpo finito cuya idea no es parte de un entendimiento infinito divino, y por tanto, necesariamente libre, un entendimiento o idea sostenida sobre unidades históricas por las que se recortan las causas próximas y sus efectos, la que se expresa por la lengua de los imperios.

La idea de Bueno supone entender que su actividad va vinculada a la realidad en marcha, de modo que la influencia que tenga el pasado en el presente, sea actualizado y entendido desde ese presente indefinido y abierto. Una realimentación que supone líneas de confluencia o divergencia a distinguir y clasificar en géneros y especies, un ejercicio que suponemos ligado esencialmente a la idea de Bueno, pero que al representarla la traiciona en una doxografía sin vida, pues sólo existe al ejercitarla sobre los materiales del mundo.

La filosofía crítica y actualista bajo la que concebimos la idea de quien sea Gustavo Bueno permite que tengamos una idea de él sin «ensimismarnos» (el error filosófico por excelencia) e impide el círculo vicioso en que caeríamos al considerarlo encerrado en su propio sistema, pues tal sistema no podrá existir sino es actualizándose como la realidad que busca entender, sub specie aeternitatis.

Acabemos ya. Sostendremos por fin que se tiene una idea de Bueno al emularlo, es decir, en el ejercicio de destrucción de las ideas míticas, oscuras y confusas, desde la esencia-negativa eterna e infinita de Dios, cuya necesidad deriva de las operaciones de los cuerpos y las verdades categoriales que nos definen como amantes del saber.

Concluimos afirmando la idea de Bueno, en la medida en que implica la esencia-negativa eterna e infinita de Dios, es decir, en la medida en que podemos concebirlo sub specie aeternitatis.

 

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