Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 171, mayo 2016
  El Catoblepasnúmero 171 • mayo 2016 • página 11
Artículos

Las falacias en Benito Jerónimo Feijoo

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Se hacen algunas consideraciones sobre la idea de falacia en B.J. Feijoo en el marco de una idea de argumentación muy amplia a partir del libro La fauna de las falacias de Luis Vega Reñón.

La fauna de las falacias de Luis Vega ReñónEste trabajo trata sobre la idea de falacia en Feijoo a partir de lo presentado en el libro La fauna de las falacias de Luis Vega Reñón. Dada el poco espacio de que dispongo, de la riqueza del material del que parto y de la amplitud, importancia y complejidad del tema muchas cosas imprescindibles quedarán sin mencionar. Espero aún así que el resultado no sea completamente infructuoso. El principio que sobrevuela y al cuál pretendo aproximarme es que sólo la filosofía es competente para tratar la idea de falacia, como una idea cardinal de todo sistema filosófico, y que por eso la filosofía de Feijoo se puede definir como una lucha contra las falacias, lo que supone, en el caso de Feijoo, la fundación del ensayo filosófico en español. Cabrían así tres lecturas posibles y complementarias de este trabajo. Por un lado un cuestionamiento de lo que creo que son los supuestos filosóficos que propone Luis Vega en su libro. Por otro la insinuación de ciertas líneas propias que articularían mi comentario influenciadas en lo principal por el materialismo filosófico. Y por último cabría también leer este breve ensayo como un modesto intento de aproximación a algunas facetas del pensamiento de Feijoo. Para ello voy a dividir el trabajo en cuatro epígrafes consecutivos. La teoría de la argumentación como disciplina: en la que se enmarcará la idea de falacia dentro de una idea de argumentación muy amplia. La situación histórica de idea de falacia de Feijoo: donde se tratará de ver la idea de falacia a través de una historia filosófica de la filosofía. La concepción de la falacia en Feijoo: donde se esbozará un análisis de los textos seleccionados por Luis Vega correspondientes a nuestro autor. Y por último: El combate ilustrado contra las falacias y la fundamentación del ensayo filosófico en español: donde se recapitulará lo alcanzado.

La teoría de la argumentación como disciplina.

Voy a empezar comentando lo siguiente:

De hecho, cualquier observador puede apreciar tanto la existencia de variaciones históricas en la orientación del tratamiento teórico de las falacias como de variaciones filosóficas o metateóricas en torno a la viabilidad de una teoría de la argumentación falaz. [(a), pág. 59.]

Me parece que esto se puede entender de dos maneras. En la primera hay un abuso de la idea de teoría. Por ejemplo cuando se habla en psicología de teorías de la depresión y se hacen artículos recopilatorios de las perspectivas de diferentes autores, se considera según me parece, como ciencia lo que debería llamarse técnica. Diferentes técnicas son igualmente de eficaces, según diferentes parámetros circunstanciales, a la hora de curar una depresión. Aquí la pluralidad técnica es deseable porque promueve una mayor adecuación a la complejidad circunstancial que rodea a los deprimidos. Es decir, se confunde el término teoría con el de técnica. Aplicado a la argumentación falaz esto equivaldría a decir que hay una pluralidad de técnicas, es decir esquemas, de análisis argumentativo sin que tuviera que darse una unidad metatecnológica entre ellas. La otra forma de entenderlo es suponer que existe una ciencia, que no sé encuentra, del análisis argumentativo que curiosamente se definiría como una pluralidad de teorías sobre los mismos problemas sin ninguna ambición de que prevaleciera una verdadera. En este caso la filosofía sería la encargada metateóricamente de unificarlas de algún modo. Aquí se desvirtúa el carácter de ciencia al aplicarlo en este caso a la argumentación falaz. Ambas soluciones son a mí entender igualmente equivocadas, ya que ambas involucran las relaciones entre técnica, ciencia y filosofía, y esto nunca puede ser un problema teórico sino estrictamente filosófico que debería ser tematizado en las discusiones sobre la argumentación falaz, incluso aunque estas soluciones fueran defendibles argumentativamente, es decir, filosóficamente hablando entendiendo ahora la filosofía como la crítica entre los sistemas filosóficos.

Este tipo de confusiones son muy habituales en las filosofías en la medida que se enfrentan al problema del lenguaje. Quizás lo más importante sea señalar la dimensión antropológica del lenguaje, esto es su papel en las instituciones como carácter definitorio de la naturaleza humana desde su origen. Podríamos definir una institución como la sistasis -organización, conjunto, conexión...- de unas determinadas formas materiales -materias transformadas por el hombre, incluidas las palabras- implantadas geográficamente y normativamente constituidas por medio del lenguaje escrito, lo que permite su reproducción y transformación, que regulan la vida de los hombres en el marco de las naciones políticas. Al conglomerado de todas las instituciones lo denominaríamos mundus aspectabilis y la característica más importante del mismo es que no puede ser sistematizado por ningún saber. Llegados a este punto quizás lo más sensato sea establecer la distinción entre filosofía esencial y filosofía aplicada o centrada. La primera estaría formada por una serie de ideas cardinales más o menos comunes en toda la tradición que caracterizarían de un modo suficientemente preciso a los distintos sistemas filosóficos. La filosofía centrada sería la utilización de esta filosofía esencial cuando se aplica al estudio de una institución determinada.

Esta tensión entre filosofía esencial y filosofía aplicada en cuanto interfiere con la idea de lenguaje, creo que es una constante de la historia de la filosofía, y se manifiesta muy claramente en la confrontación de las concepciones de la retórica por parte de Cicerón y Quintiliano respectivamente. Sobre todo si tenemos en cuenta que es la filosofía, según mi criterio, el único saber que tematiza en toda su generalidad la idea de argumentación.{1}

Entendemos por falacia una modulación de argumento, el argumento falaz. Por eso es imprescindible abordar las ideas de argumento, argumentar y argumentación. Esta última incluye, en cierta medida, a las dos primeras.

Por argumentar, en general, cabe entender la manera de dar cuenta y razón de algo a alguien o ante alguien con el propósito de lograr su comprensión y su asentimiento. La argumentación es la acción de argumentar o el producto de dicha actividad. Tratándose de una actividad discursiva e intencional, corre a cargo de un agente con una determinada pretensión -en particular, de dar cuenta y razón de algo a alguien-, y con un determinado propósito -en particular, el de inducir a los destinatarios del discurso a asumir o aceptar lo propuesto-. Según esto, la argumentación es una interacción discursiva e intencional, viva en una conversación o congelada en un texto, que involucra no sólo a un agente, sino a unos destinatarios reales, potenciales o imaginarios del discurso, amén de suponer cierto entendimiento e, incluso, cierta complicidad entre ellos, sea más bien expresa o sea más bien tácita -p.e. en los entimemas típicos-. [...] Esta noción discursiva no es, desde luego, la única acepción relevante del término argumento en el lenguaje académico usual. También se habla de argumentos en los estudios de literatura o de lógica formal, por traer a colación dos muestras bien dispares. Pero no son usos muy pertinentes aquí en la medida que no tienen que ver de suyo con las actividades de argüir o argumentar, ni por ende con la argumentación. [(b) págs. 66-67.]

Lo primero que quiero resaltar es que la función de una argumentación puede ser no sólo cambiar el estado cognoscitivo del destinatario o destinatarios del argumento, sino que puede tener como finalidad realizar ciertas acciones u operaciones sobre determinadas cosas contextualizadas en el argumento. Así creo que en general la finalidad del argumento, en toda su amplitud, es coordinar la acción de los implicados en el mismo. Y esta coordinación puede abarcar como caso especial el asentimiento de lo expresado en el argumento, que indudablemente por la hipótesis que mantenemos de la dimensión antropológica del lenguaje, es evidente que este asentimiento nunca es neutro políticamente aunque la variabilidad de estas implicaciones sea enormemente variable. Esta definición coordinativa de la finalidad de la argumentación incluye tanto el caso límite del diálogo interior con uno mismo como la argumentación que se dirige a todos los hombres, a pesar de que siempre se tiene en mente aunque sea de manera difusa, en ambos casos, algo más concreto.

La informalidad y ambigüedad de seguirse o desprenderse, trata de hacer justicia al carácter informal y material o temático que tiene la ilación entre las premisas y la conclusión en el argumento usual, amén de recoger las múltiples variantes inferenciales (p.e. deducción, inducción, abducción, analogía, inferencia rebatible o inferencia práctica) que pueden darse en los diversos tipos de argumentos. [(b) pág. 70.]

El carácter ilativo que va de las premisas a la conclusión de la argumentación es un reflejo del carácter lineal de la verbalización y hunde sus raíces en el carácter consecutivo de las operaciones humanas guiadas por una finalidad. En este contexto tanto el aspecto literario como el lógico de la argumentación no quedan excluidos. En cuanto al literario, porque mediante la ficción o cualquier otra forma literaria, se construye una estructura narrativa, en la que se ve envuelto el lector, que posibilita su valoración, en este caso estética. En cuanto a la idea lógica o matemática de argumento, queda ligada a la idea de función como implicación desde el dominio de la función a su imagen y que no es una casualidad que en muchísimas ocasiones se represente y/o ejercite en la escritura mediante el dibujo de una flecha entre ambos.

Aunque no todos los enunciados sean argumentaciones, todas las frases, sin ninguna excepción, pueden utilizarse para formular un enunciado argumentativo. [...] Esa propiedad general de las lenguas...es empírica. [...] Resulta, pues, de cómo son las lenguas humanas, que su descripción semántica haya de dar cuenta de las potencialidades de uso de sus frases en enunciados argumentativos, o sea, que la descripción semántica haya de dar cuenta de las constricciones sobre los puntos de vista implicados en sus enunciados. Podría parecer una empresa desesperada el intentar tener en cuenta los puntos de vista en la descripción científica del significado: los puntos de vista, por definición son subjetivos y no se entiende por qué ni cómo podrían caber en una descripción científica. Lo mismo podría entenderse del sentido, entendido como resultado de la interpretación de un enunciado. [(b) pág. 598.]

No sólo toda frase se puede utilizar en una argumentación, sino que sólo dentro de una argumentación adquiere un sentido concreto, por muy implícito que sea el contexto de esta argumentación en la mayoría de interacciones conversacionales de la vida cotidiana. Creo que aquí reside el acierto del modelo de Toulmin como método de hacer explícito ese contexto argumentativo por medio entre otras cosas de su idea de garantía. Me parece, así, que la idea de argumentación cuando se combina con la idea de finalidad, entendiendo ésta a su vez como una implicación entre la finalidad proposicional y la finalidad propositiva es la manera más natural de abordar el problema hermenéutico del lenguaje.{2}

Las finalidades humanas en tanto que objetivas son desbordadas por el discurrir histórico no porque las niegue sino porque se neutralizan entre sí, a la manera como una distribución espacial de vectores libres no tiene por qué tener una suma nula, ni tal suma por qué coincidir con uno cualquiera. No estamos tan lejos del «espacio de razones» de Sellars o Brandom [(a) pág. 105 y también (f) IV Desarrollo de la estructura del ensayo, a partir de su concepto, #4.]. Dicho de otra manera, aunque la argumentación tiene una faceta psicológica evidente, la dinámica psicológica se fundamenta, por el contrario, en el intercambio material de los hombres con su medio entorno -y el lenguaje es también, según hemos dicho, material- guiadas, según Freud -con el que coincido en este punto- por el erotismo o la sexualidad, aunque visto así la continuidad con Aristóteles es enorme.{3}

La situación histórica de la idea de falacia de Feijoo.

Aquí entiendo «situación histórica» no como contexto social, que también, sino principalmente como situación dentro de la historia filosófica de la filosofía, es decir, como historia de los sistemas filosóficos que rebasa el ámbito, incluyéndolo, filológico o doxográfico. Además tal historia filosófica se ve necesariamente desde la perspectiva de un sistema filosófico concreto, por muy provisional e implícito que este sea. Por otra parte esto aparece insinuado en el libro de La fauna de las falacias al titular el capítulo dos de la sección segunda Una versión medieval de las falacias, como si hubiera cierta identidad de todos los sistemas filosóficos medievales. Pretendo extender esta manera de ver la situación que ya no se podrá entender como una simple variación de teorías, en este caso de las falacias [(a) pág. 59.].

La época clásica está dominada por el primer sistema filosófico de la antigüedad que es el de Aristóteles, con permiso de Platón. Quizás aquí lo más relevante para el problema que nos ocupa sean los libros que se conocen como Órganon o lógica aristotélica. Lo principal aquí es considerar, como ya hizo Al-Farabi, tal lógica en toda su amplitud{4}. El libro sobre el que convergen todos los demás son los Segundos Analíticos donde se propone la demostración o teoría de la ciencia como silogismo proposicional, donde los aspectos hermenéuticos y gnoseológicos están completamente mezclados y donde la geometría se toma como modelo esencial de ciencia. Sin duda esto habría que discutirlo en profundidad pero no es esta la ocasión para hacerlo.

Quizás la oposición principal sea la de dialéctico frente a retórico, que interpreto como la distinción que mencionamos antes entre Filosofía aplicada y Filosofía esencial{5} y que distingue lo tratado en Retórica frente a los demás libros. Aquí aparece la noción de entimema que nosotros ponemos en relación con la imposibilidad de sistematización del mundus aspectabilis en tanto que relacionado con las palabras. En Tópicos se establece la distinción entre Filosofía y Ciencia a través de la distinción entre argumentos plausibles, y demostración a partir de principios verdaderos.{6} .

Resumiendo mucho las falacias según Aristóteles tienen un carácter dialógico (refutación) y son un argumento erróneo (sofístico) que se basan en un doble plano, uno deductivo en el que se incumple lo expuesto en los Primeros Analíticos y otro intuitivo o evidente en el que entra en juego la verdad científica de los primeros principios (Segundos Analíticos) [(a) págs. 148-151.] Por otra parte la división de las refutaciones sofísticas en dependientes y no dependientes de la expresión la pondría en conexión con la forma y la materia proposicional respectivamente. El tema es inmenso.

En la Edad Media todo análisis argumental tiene como fin último la exégesis bíblica dónde se expresa el verdadero destino del hombre establecido por Dios. De ahí el interés por el significado -en tanto que sentido- y la referencia del lenguaje desarrollada sobre todo a partir de la idea de suppositio de los términos. [(a) pág. 164.] Tiene mucho interés como estas investigaciones están entroncadas con el problema de los universales y la eliminación o no de la aparente contradicción ante la negación de las proposiciones en la que figuran los términos. [(a) pág. 166.] Desarrollando además la distinción entre términos categoremáticos y sincategoremáticos. También me parece muy importante el establecimiento de las ideas de paralogismo -como no adecuación a la formulación silogística- y la de sofisma -como método de análisis de las proposiciones ambiguas que me parece nos puede remitir a la pluralidad de saberes-. [(a) pág. 167-168.]

En la época moderna con la revolución científica iniciada por Galileo la lógica tradicional como método científico es sustituida por las matemáticas y se alcanza el verdadero camino de la ciencia natural con lo que la filosofía queda cómo método general de la razón -lógica de Port-Royal- en los que prima la consideración descriptiva y la evaluación informal, que descansa en ejemplos concretos, de las falacias. [(a) pág.186.] Se da preferencia a cuestiones gnoseológicas, dentro de un marco naturalista y se destaca los motivos y principios que guían los juicios. Es muy interesante el tratamiento de las falacias como ídolos de Francis Bacon en el que se resalta su carácter objetivo -quizás sea más preciso decir no psicológico- como «prenociones de la naturaleza» {7}. También me parece fundamental que los ídolos del teatro sean estrictamente filosóficos, aunque la filosofía sea entendida de manera peyorativa referida a la filosofía medieval{8} .

En John Locke se resalta la doble dimensión del razonamiento de las ideas: el antropológico y el hermenéutico pero aparecen fusionados por medio de su caracterización como ideas claras y distintas [(a) pág. 190.]. Por otra parte la infinita variedad de argumentos ad no hace sino poner de manifiesto el carácter crítico y dialógico de toda argumentación. Por otra parte, la consideración de los argumentos ad personam como falaces en cualquier caso, no es correcta, sobre todo, si tenemos en cuenta, además del carácter proposicional, el carácter propositivo, ya que puede darse la circunstancia de lo que se cuestiona sea precisamente la autoridad de quien propone el argumento [(a) pág. 192-193.].

El caso de Jeremy Bentham es un caso claro de Filosofía aplicada de la idea de argumentación a la política, más en concreto al parlamentarismo británico de principios del XIX [(a) pág. 205.]. Señala la falacia como práctica institucional perniciosa. Destacando las que violan el principio de pertinencia para la cuestión considerada y las maniobras de dilación que bloquean la resolución de un argumento [(a) pág. 212.]. Me parece también muy importante resaltar el hecho de que envuelven tanto productos, como procedimientos [(a) pág. 206.]. Si a esto le añadimos la responsabilidad política de las mismas, así como la necesidad de mantenerlas en el tiempo, no nos queda más remedio que considerar también el aspecto procesual de las mismas.

Con Richard Whathely entramos en la fase de la Postmodernidad que conducirá a la delimitación de la lógica como álgebra formal y a su constitución como saber riguroso que acabará fundiéndose con la matemática. Whathely defiende por un lado el carácter de ciencia de la lógica como la encargada de estudiar los procesos deductivos y por otro la íntima conexión entre la lógica y el lenguaje que definitivamente la aleja de las concepciones «epistemológica» modernas{9} . Desde mi punto de vista que sea un saber riguroso no significa que sea científica. Por otro lado esta íntima conexión con el lenguaje promueve si tenemos en cuenta el establecimiento paralelo de la lingüística como ciencia histórica favorece las concepciones complejas y multidimensionales del lenguaje. Eso no es más que un aspecto particular de un movimiento más profundo de delimitación de diversas ciencias y en general de saberes que conllevará como signo más espectacular la ampliación y precisión de la mecánica newtoniana desde la relatividad y la mecánica cuántica símbolo máximo de los logros modernos... Pero volviendo a Whathely, éste considera el silogismo como esquema inferencial puramente formal dispuesto para determinar la validez de cualquier argumento basado en la predicación de términos distribuidos. Aunque también señala que esta fórmula no es aplicable en todos los casos, o mejor dicho que la aplicación a tales casos conduce a conclusiones absurdas [(a) págs. 215, 217.]. En esta línea, sin embargo, distingue entre falacias lógicas -por ejemplo, inferir la verdad de la premisa a partir de la verdad de la conclusión...- y las falacias no lógicas -la petición de principio, la no pertinencia de conclusión obtenida, la atribución de una falsa causa, la falacia de objeción...- [(a) págs. 219-220.]. También me parece muy interesante que también trata la estrategia falaz de desplazamiento de la cuestión, lo cual nos aproxima a las consideraciones de la eficacia de la argumentación [(a) pág. 221.].

Schopenhauer pone de manifiesto que para que una argumentación sea eficaz tiene que haber una voluntad de cooperación [(a) pág. 227.], es decir, alguna finalidad o coordinación compartida, sino la argumentación será ineficaz e incluso, me parece, contraproducente moralmente. Si esta voluntad fuera negada sistemáticamente por todos los individuos de una sociedad ésta se disolvería [(a) pág. 229.], lo cual no significa que la argumentación haya de discurrir por cauces completamente ingenuos, ni que haya que mantener una concepción fatalista o negativa de la misma, afirmando, por ejemplo, que no hay que conceder nunca la razón al adversario para poder así mantener el propio interés argumentativo.

La idea de falacia de John Stuart Mill aparece en su libro A System of Logic, concebido dentro de una filosofía del error, donde el objeto propio de la Lógica es la prueba caracterizada consecutivamente como observación, generalización y observación [(a) pág. 231.]. «Las falacias son errores muy frecuentes y extendidos, que se cometen de modo natural y resultan difíciles de corregir e imposibles de erradicar» [(a) pág. 233-234.]. «El error radica en una garantía falsa o infundada de la conjunción entre las evidencias o elementos de juicio y la conclusión de la pretendida prueba» [(a) pág. 235.]. A pesar de que reconoce que no cabe una clasificación de las falacias establece cinco tipos. Las tres primeras son debidas a la inferencia y son una prueba aparente. Se dividen en falacias inductivas cometidas en la observación -debido al influjo de opiniones preconcebidas sobre la consideración selectiva o arbitraria de datos- o en la generalización -pueden provenir de una concepción falsa del método inductivo o de la incomprensión del método empírico y pueden dar lugar, por ejemplo, a atribuciones causales falsas o a analogías improcedentes- y falacias deductivas que violan las leyes del silogismo o en general del razonamiento -serían los tradicionales argumentos inválidos-. Luego vendrían las falacias de simple inspección o a priori que predeterminan el curso de la realidad de acuerdo con el curso del pensamiento y se refieren principalmente a los supuestos científicos y filosóficos, cuya dificultad reside no en su falsedad sino en que no son puestas en discusión opuestas a prueba. Por último estarían las falacias de confusión que incluirían entre otras las falacias de ambigüedad, las peticiones de principio o la ignorancia de la cuestión. Su fuente de error reside no tanto en su falsa apreciación del valor probativo de la prueba dada, como en la concepción vaga, indeterminada y flotante de lo que es una prueba. Estas falacias tienen la particularidad de que un vez esclarecidas resultarán ser de algún otro tipo, serían una especie de estado provisional de las restantes falacias. [(a) págs. 235-238.].

En cuanto a Vaz Ferreira sólo voy a indicar muy brevemente dos aspectos que me parecen muy importantes y que reinterpretados podrían apoyar, me parece, mi punto de vista. Luis Vega a la hora de valorar la importancia de la concepción de Vaz Ferreira para el futuro la sintetiza en tres puntos:

(a) la referencia al lenguaje común y a casos concretos en distintos ámbitos del discurso público (académico, político, cotidiano) como campo de aplicación del análisis;

(b) el carácter lógico informal de este análisis y de sus medios reflexivos y ponderativos de detección y evaluación de confusiones, errores y malentendidos («paralogismos»);

(c) los propósitos educativos, no sólo críticos sino terapéuticos de esta empresa que, a su vez, ha sido calificada como «analítica del error», «semiótica del error» y «terapéutica del lenguaje». [(a) pág. 243.]

Estos tres puntos los reconstruyo como la caracterización del argumento como procedimiento -apartado (c) -, como producto -apartado (b) - y como proceso en cuanto utiliza la expresión «lenguaje común», y en cuanto filosofía aplicada cuanto habla de «distintos ámbitos». En el fondo es mi manera de resaltar la amplitud del tratamiento de Vaz, y a la vez de situarlo en la postmodernidad, ya que se ve abocado a tratar la eficacia del discurso verbal, lo que nos lleva a su idea de paralogismo que es un desarrollo muy interesante de las falacias de confusión de John Stuart Mill. Los paralogismos «no constituyen una clase de falacias sino un modo de caer en ellas, sea cual sea su clase»...»habrá diversos modos psicológicos»:

...su comisión no revelaría solo incompetencia, poca inteligencia o falta de instrucción, pues tales paralogismos también pueden darse de forma «incipiente, indecisa, subdiscursiva» en mentes preparadas. Estas observaciones lleva a reconocer diversos modos de incurrir en usos -o de hallarse en estados- paralogísticos, en particular: a) un modo explícitamente discursivo, b) un modo confuso pero explicitable; c) un modo confuso e irreducible al discurso expreso o, al decir de Vaz, «subdiscursivo» o «prediscursivo», que sería el más común y característico. [(a) pág. 247.]

Si abandonamos el psicologismo, los paralogismos no son otra cosa, me parece, que el efecto falaz de los signos no verbales. Recapitulando lo dicho, al proponer una fundamentación antropológica de la filosofía, y una idea de argumentación como implicación proposicional?propositiva no salimos del ámbito discursivo, o mejor, situamos tal ámbito del discurso verbal, en la semiótica que ha tratado con profusión signos no verbales como la moda, la publicidad... y toda clase de signos como modos de significar que hemos ligado a la idea de finalidad lo que nos proporciona una historia filosófica de la filosofía, siendo ésta el único saber que tematiza la idea de argumentación y por tanto de argumentación falaz, en toda su amplitud y profundidad.

Falacia como argumentación filosófica aparente, es decir,
como falsa filosofía

La argumentación (escrita) como producto.

Fase clásica 

La argumentación (escrita) como proceso.

Fase medieval

La argumentación (escrita) como procedimiento.

Fase moderna

Platón, Aristóteles, Estoicos (recogidos por Sexto Empírico), Galeno.

Pedro Hispano, De fallaciis (Sto. Tomás?), Ramón Llull

Francis Bacon, Lógica de Port-Royal, John Locke, B.J. Feijoo, Jeremy Bentham

La eficacia de la argumentación escrita (producto, proceso y procedimiento) y no escrita.

Fase posmoderna

Richard Whately, Arthur Schopenhauer, John Stuart Mill, Vaz Ferreira

La concepción de la falacia en Feijoo.

Feijoo fue y es un español de su tiempo, en el mejor sentido de la expresión. Una época moderna en la que se estaban conformando los estados nacionales europeos tal como hoy los conocemos y en el que el avance de las ciencias naturales y por tanto de las matemáticas parecía imparable. Una época en que, como dijimos al hablar de la lógica Port-Royal, promueve la enseñanza en estos idiomas nacionales así como -por lo que atañe a nuestro tema- una concepción simplificada o metodológica de la Lógica como arte o técnica de dar razones{10}.

Tanto sus discursos como sus cartas pertenecen al género literario del ensayo filosófico que recoge la tradición de los distintos géneros de crítica filosófica que confluyen en la forma del ensayo. [(f), III Construcción analítica del ensayo, a).] Gustavo Bueno caracteriza con tres propiedades fundamentales esta forma: su amplitud temática -sólo expresable en el idioma nacional-, su carácter teorético pero no científico -que a nuestro juicio definiríamos como la presencia de la propia idea de argumentación en el propio asunto de los discursos y cartas que proporciona rigor y consistencia, más o menos explícita, a la ilación filosófica, en tanto que analogía como una de sus formas-, y por último, su carácter personal que se manifiesta en la propia selección y organización de la amplitud temática. [(f), IV, #7.] De aquí la importancia de la idea de falacia como argumentación filosófica aparente.

Quien considerare, que para la verdad no hay más que una senda, y para el error infinitas, no extrañará que caminando los hombres con tan escasa luz, se descaminen los más. Los conceptos, que el entendimiento forma de las cosas, son como las figuras cuadriláteras, que sólo de un modo pueden ser regulares; pero de innumerables modos pueden ser irregulares, o trapecias, como las llaman los Matemáticos. Cada cuerpo en su especie, sólo por una medida, puede salir rectamente organizado; pero por otras infinitas puede salir monstruoso. Sólo de un modo se puede acertar: errar, de infinitos. Aun en el Cielo no hay más que dos puntos fijos para dirigir los navegantes. Todo lo demás es voluble. Otros dos puntos fijos hay en la esfera del entendimiento: la revelación, y la demostración. Todo el resto está lleno de opiniones, que van volteando, y sucediéndose unas a otras, según el capricho de inteligencias motrices inferiores. Quien no observare diligente aquellos dos puntos, o uno de ellos, según el hemisferio por donde navega; esto es, el primero en el hemisferio de la gracia, el segundo en el hemisferio de la naturaleza, jamás llegará al puerto de la verdad. Pero así como en muy pocas partes del globo terráqueo miran derechamente las agujas magnéticas a uno, ni a otro Polo, sí que las más declinan de él, ya más, ya menos grados; ni más, ni menos en muy pocas partes del mundo atina el entendimiento humano con uno, ni otro Polo de su gobierno. Al Polo de la revelación sólo se mira derechamente en dos partes pequeñas; una de la Europa, otra de la América. En todas las demás se declina, ya más, ya menos grados. En los Países de los herejes, ya tuerce bastante la aguja: más aún en los de los Mahometanos: muchísimo más en los de los idólatras. El Polo de la demostración sólo tiene inspectores en el corto pueblo de los Matemáticos; y aun ahí se padecen a veces algunas declinaciones. [(c; 2) #5.]

Aunque la Filosofía de Feijoo no es explícitamente sistemática, diríamos que se dedica más a lo que antes denominamos filosofía aplicada que a la filosofía esencial [(c; 3)], no puede dejar de adoptar ciertos rasgos sistemáticos de la tradición, que él refiere a las grandes obras de Teología escolástica. El más importante, a mi juicio, es el que toma de la obra Locis Theologicus de Melchor Cano, hablando de los argumentos de autoridad o de la fuerza de ciertos argumentos debidos a su autor -luego volveremos sobre ellos-, donde se propone, según Feijoo:

...distinguir tres clases de cuestiones, o materias; la primera de las que tocan a la Fe: la segunda, de las Teológicas; pero inconexas con los Dogmas revelados: la tercera, de las que pertenecen a las Ciencias Naturales; en seis conclusiones va señalando el grado de autoridad, que tienen los Santos Doctores, ya unidos, ya divididos, respectivamente a cada una de estas clases. [(c; 7) #10.]

Este texto señala un elemento muy característico de la tradición de la filosofía española que se remonta a Avicebron y a Domingo Gundisalvo y es su carácter materialista, es decir, la aplicación generalizada de la distinción materia/forma que en Aristóteles tiene también un carácter objetual [Física, II, 7, 198a 26-31.] y que aquí se torna en una distinción gnoseológica y que propicia me parece una concepción materialista del lenguaje. En definitiva, el uso de la palabra «materias» no es absoluto ingenua. Esto por otra parte está presente en las teorías de la suposición y de la apelación, medievales. La idea es que el lenguaje al ser material no es una transformación neutra de la realidad externa a la que se refiere, sobre todo si la propia idea de argumentación se tematiza en el discurso filosófico. Y esto no es una cuestión puramente abstracta porque sirve para explicar la apariencia de ciertos sofismas: por ejemplo: Ratón es una palabra bisílaba, pero una palabra bisílaba no come queso; luego un ratón no come queso; o para distinguir el diferente uso de la palabra hombre en «el hombre es un animal racional» de «el hombre es un lobo para el hombre» [(b) págs. 297-298.]. Lo cual no quita para que la apreciación de la incorrección de tales sofismas necesite de la aplicación metodológica exhaustiva de tales teorías.

Lo mas, pues, que pueden servir las reglas al Escolástico, es para dar la razón del vicio del silogismo, cuando el Arguyente se la pide. Mediante la luz natural, y precisamente por ella, luego que ve un defectuoso silogismo [(c; 4) #6.]

Matiza aún más:

Confieso, que si se pudiesen dar reglas para desenredar todo género de Sofismas, sería utilísimo aprenderlas, y conservarlas prontas en la memoria, aunque fuese a costa de mucho estudio. Pero el mal es, que todas las que dan los que con más prolijidad escriben las Súmulas{11} , no alcanzan a manifestar, ni aun la centésima parte de las trampas de que se puede usar en la disputa. [(c; 4) #8.]

Esta necesidad de una infinitud de reglas para explicar todos los sofismas está en íntima conexión, me parece, con la imposibilidad de sistematizar el conglomerado de todas las instituciones que mencionamos al principio. Por otro lado, el interés de Feijoo es puramente pedagógico, y aún así defiende el estudio de ciertas reglas que son precisamente las que definen la fuerza del silogismo -pues considera que esta es la estructura profunda de la argumentación-como tal.

Rarísimo es el Escolástico, que tiene presentes todas las reglas. A este rarísimo no se le da espacio para reflexionar lo que es menester, para ver a qué regla se falta en el silogismo; con que ya por falta de tiempo, ya por falta de memoria, solo a unas poquísimas reglas generales se recurre en la disputa; pongo por caso, si se varió la apelación, si se varió la suposición, si se infiere la consecuencia de dos proposiciones negativas, si se deduce de dos particulares, si hay algún término en el consiguiente, que no parezca en las premisas, &c. Luego convendría instruir solo en estas reglas generales, que son las que han de tener en uso, y no descender a tanta menudencia, cuya enseñanza consume mucho tiempo, y después no es de servicio. [(c; 4) #7.]

Ahora bien no toda incorrección silogística es una falacia, sólo las que se deben a la ambigüedad de los términos es propiamente tal. Esta conceptualización se remonta a Galeno como estrategia de reducción de las trece falacias que Aristóteles presentó en Sobre las refutaciones sofísticas, en dónde una de ellas era precisamente la ambigüedad de los términos. Esta estrategia reductora se considera segura en cuanto a la fundamentación.

De aquí infiero lo primero, que no es silogismo falaz, o sofístico aquel, donde la ilación ciertamente es mala, por faltarse notoriamente a la forma; como este: El hombre es animal: el asno es animal: luego el hombre es asno: La razón es, porque aquí falta enteramente la apariencia de ser la raciocinación buena. Infiero lo segundo, que tampoco es propiamente argumento sofístico aquel, que no por defecto de la forma, sino por alguna proposición falsa, infiere un consiguiente notoriamente falso. [(c; 6) #3.]

Lo que propongo es que el primer caso es una cuestión que hoy llamaríamos lógica, -paralogismos- y en el segundo una cuestión que es muy probable que se refiera a un saber que no sea ni filosófico - ya que está sujeto a opiniones diversas- ni lógico -primer caso-, es decir científico, técnico... -sofismas-. Por tanto la equivalencia entre apariencia y apariencia de validez, es decir, invalidez nos desvía de la intención netamente filosófica de Feijoo [(e); {12}]. Lo cual no anula la posibilidad de que las fórmulas lógicas sean de gran ayuda para poner de manifiesto la ambigüedad de los términos, y por tanto de la ambigüedad de la ilación o argumentación filosófica. Dicho de otro modo, hablando de su estilo, Feijoo mantiene que la filosofía es un saber sustantivo.

Y si en lo que mira a hablar, o escribir con exornación, gula, y agudeza, basta el genio, y sobra el estudio, como me parece dejo bastantemente probado; con más razón se podrá asegurar lo mismo en orden a la parte más importante, y esencial de la elocuencia, que es la persuasiva. ¿Quién no ve, que ésta meramente es obra de un entendimiento claro, de una perspicacia nativa, la cual representa las razones más oportunas, y eficaces para mover, atentas las circunstancias, a los oyentes, o lectores, sobre el asunto que se propone? Supongo que conduce mucho para ello la claridad, y el orden. Pero estoy siempre, en que esto lo hará mucho mejor el genio que el estudio. Lo mismo digo de las expresiones patéticas para excitar los afectos. Aunque pienso, que en cuanto a la eficacia de éstas están algo engañados, no sólo los Oradores comunes, mas aun los mismos Maestros de la Oratoria. Lo que queda subsistente en el espíritu de los oyentes para moverlos a obrar, cuando llegue la ocasión, aquello que se les ha procurado persuadir, es la fuerza substancial de las razones. Hace sin duda mucho al caso, que las razones se propongan con fuerza, y energía, porque penetran así, y hacen más profunda impresión en el ánimo; pero la virtud excitativa de los afectos, que consiste precisamente en las voces, es de un influjo muy pasajero, que apenas espera para disiparse a que los oyentes desocupen el Teatro. [(c; 8): La elocuencia es naturaleza y no Arte, #21, negrita nuestra.]

La palabra «Teatro» hace resonar en nuestros oídos los ídolos del teatro de Francis Bacon como crítica de las doctrinas filosóficas que vimos antes. Por otra parte Feijoo afirma que la autoridad de las doctrinas se debe accidentalmente al número de seguidores que las mantienen y esencialmente a la profundidad y consistencia del filósofo que las mantiene [(c; 7) #18.], diríamos al carácter sistemático de la doctrina filosófica. De esta manera el único método para aprender verdadera filosofía y evitar en lo posible las falacias -ya que es imposible evitar completamente la ambigüedad de los términos [(c; 6) #7.] - es frecuentar los autores clásicos de la tradición.

Si alguna cosa puede aprovechar en esta materia, es, en mi dictamen, el frecuentar buenos ejemplares, así en la lectura, como en la conversación. Pero esto no se haga con la mira de imitar a alguno, o algunos, de que resultarían los inconvenientes que he expresado. Tampoco se ha de poner estudio en mandar a la memoria las voces, o frases, que se oyen, o leen. Sucederá que éstas, en el contexto del que las profiere, están colocadas de modo, que hacen un bello efecto; y traspuestas a otro, tendrán mal sonido. ¿Pues qué fruto se puede sacar de los buenos ejemplares sin este cuidado? No será muy mucho; pero será alguno. Insensiblemente se va adquiriendo algún hábito para hablar con orden. Sirven también las voces, y frases de los buenos ejemplares, que se frecuentan, no poniendo cuidado en estudiarlas, ni usar de ellas. Sin eso se quedarán muchas veces en la memoria, y como espontáneamente se vendrán a veces, sin llamarlas, a la lengua, o a la pluma. De este modo vendrán bien, y caerán en su lugar, como si fuesen producciones del proprio fondo. Este es, en mi sentir el único medio, que hay para ayudar en el estilo la naturaleza con el arte; porque en él toma el arte el modo de obrar de la naturaleza. Es cuanto sobre el asunto puedo decir a Vmd. cuya persona guarde Dios, etc. [(c; 8) #24.]

Sin embargo, a pesar de que Feijoo no es un ingenuo con respecto a la argumentación filosófica [(c; 5) #1.], mantiene un concepto naturalista muy típico, me parece, de la ilustración que luego el pensamiento romántico pondrá en sus verdaderos quicios históricos.

La senectud de los hombres puede hacer los hombres más sabios; pero no a los Escritos la senectud de los mismos Escritos. En ningún libro se hallará más Ciencia, diez siglos después que se escribió, que la que contenía en aquel momento, en que acabó de formarle su Artífice.
Es pues, conforme a razón, que a la doctrina de los hombres grandes, que florecieron en los siglos anteriores a nosotros, concedamos toda aquella diferencia, que merecen como grandes; pero acordándonos siempre de que fueron hombres. La antigüedad nos lo ha deificado. Pudieron errar algo, como hombres, cuando escribieron; y si dejaron tal cual yerro en sus Escritos, cuando salieron de esta vida, es cierto, que no le enmendaron después. [(c; 7) #5,y #6.]

Veamos el ejemplo que Feijoo hace de la falacia llamada «Sorités» [(c; 6) Epígrafe: Diálogo: Dialéctico-Crítico.]:

Hoy, en términos postmodernos, recogiendo una tesis de Engels titularíamos «Diálogo: Idealista-Materialista»{13} . Está escrito en forma de diálogo, algo que no sólo es una cuestión estilística -ya que mantiene una concepción dialógica de argumento- donde el materialista trata de convencer y lo consigue al idealista. Siendo además un método general para resolver falacias, lo que en definitiva lo convierte en un análisis material de la idea.

Este Diálogo, que para materia de tan poca importancia parecerá a primera vista prolijo, se hallará ser utilísimo, si se considera, que no sólo puede servir para resolver muchos dolosos Sofismas, que se forman en el mismo molde del Sorites; mas también puede tomarse como una especie de modelo general, para usar de distinción, y claridad en las disputas, quitando toda confusión a las expresiones vagas, indeterminadas, o equívocas, las que frecuentísimamente enredan de tal modo a los disputantes, que no sólo los imposibilitan a aclarar la verdad, más aún estorban que uno a otro se entiendan. [(c; 6) Diálogo.]

Podemos expresar el sofisma utilizando el siguiente silogismo:

Un grano de trigo no es un montón.
Si añadimos otro grano a ese, tampoco es un montón
Concluimos, por tanto, tomando la deducción como proceso recursivo:
Cualquier cantidad finita muy grande de granos tampoco es un montón.

Primero se afirma que el análisis argumentativo es más que una técnica para disolver cualquier argumentación, sino que su fin último es la búsqueda de la verdad y que su uso para engañar es siempre un abuso y en ciertos contextos como en la jurisprudencia, se torna dramático.

Segundo, que lo que afirma es que: «...por más y más granos que se junten, jamás llegará a formarse un montón de trigo». Este argumento, además, se puede generalizar a multitud de casos y en todos ellos se percibe su falsedad.

Tercero, pasa a analizar le expresión «montón de trigo» mediante la distinción materia/forma, asignando la materia a «montón» y la forma a «trigo» para deshacer la ambigüedad. Y entonces propone un análisis formal de la idea de montón mediante la distinción de pequeño, mediano, grande y las ideas de máximo y mínimo de cada uno de ellos, lo que hoy llamaríamos lógica borrosa [(b) Lógica borrosa, pág. 83.]

Cuarto, no conformándose con ello, y por boca del dialéctico, este le reclama el uso constante del término «montón» y entonces se establece una definición que desplaza la ambigüedad a otro término que diluye las tratadas en el punto tercero -que hoy las calificaríamos de aproximación estadística de la vaguedad-: «un montón de trigo es una colección de muchos granos de trigos» donde el término «muchos» es más general que el término «montón», y en el que se aprecia mucho mejor su diversidad de significados con respecto a la materia a la que se aplica. Aquí se ha producido una inversión, entre la materia y la forma de la que partíamos. «¿Qué cantidad numérica es menester, y basta para dar la denominación de muchos, dentro de cualquiera especies de individuos?»

Quinto, gramaticalmente «uno» en la mayoría de las lenguas se opone a «muchos», aunque en algunas como la griega por «muchos» se entiende más de dos. Metafísicamente en cambio «uno» se opone a «muchos».

Sexto, se constata que en el uso vulgar y civil, «muchos» se opone a «pocos» y que varía según las distintas especies a las que se aplica -joyas, doblones-, e incluso dentro de las mismas especies según las diferentes circunstancias -gente en una sala, soldados de un ejército-. Con esto queda demostrada la ambigüedad del término «montón de trigo». Se ha recurrido a un análisis lingüístico, de doxografía filosófica y de práctica social.

Séptimo, -este punto es muy interesante- invierte las tornas y estipula una definición precisa del término «muchos», por ejemplo gramatical o metafísica y demuestra que el carácter recursivo de la deducción es falso. Entonces a su oponente no le queda más remedio que recurrir a la acepción vulgar quedando de manifiesto el carácter no ingenuo, dialógico, de la argumentación: «Esto os digo, porque veáis, que también sé, si quiero, usar de zancadillas».

Octavo, dicho de otro modo más pragmático, el silogismo se deshace preguntando al que lo propone: «¿cuántos granos son menester para hacer un montón?», pregunta que no puede responder sin deshacer el silogismo.

Noveno, propone que la ambigüedad surge de las dos determinaciones materiales de la idea de «montón de trigo» con respecto a la idea de «grano de trigo»: divisive y collective. Con esto concluye Feijoo.

Utilizando terminología del materialismo filosófico: la totalidad «montón de trigo» se puede tomar en sentido distributivo en el que cada grano participa de la totalidad de igual modo e independientemente, o por el contrario, los granos participarán en dicha totalidad en sentido atributivo cuando se diluyan en la misma según se van incorporando a ella. En el primer caso el número de granos no determina la idea de montón y en el segundo el montón no está compuesto de granos sino que tiene una determinación propia, no relacionada con ellos. Es evidente que estas dos situaciones en rigor no se dan y que ambas remiten una a la otra de manera conjugada y de ahí la necesaria ambigüedad del término «montón de trigo», y en general de cualquier término.

Se podría decir: «la ambigüedad tiene que ver con el uso de las palabras» [(d), #3.] pero esto es impreciso si por uso se refiere uno sólo a la dimensión pragmática del lenguaje, lo que dejaría abierto la posibilidad de un lenguaje sin ninguna ambigüedad. Pero esto es imposible porque las dimensiones del lenguaje: sintáctica semántica y pragmática, son inseparables -hemos supuesto que su naturaleza es hilemórfica- y la ambigüedad de las palabras es ineludible. Otra solución aparente es fundamentar el lenguaje con la distinción lógica: lenguaje objeto/metalenguaje [(b), págs. 348-352.], pero esto además de ser una fundamentación muy cercana a una petición de principio, recae en un fundamentalismo lógico incompatible con la autonomía de los demás saberes. En definitiva hay una continuidad entre la idea de signo y la idea de palabra, de manera que la perspectiva idealista iría de la palabra al signo, y la materialista del signo a la palabra.

El combate ilustrado contra las falacias y la fundamentación del ensayo (filosófico) en español.

La idea central que hemos propuesto es que no existe una supuesta ciencia de la argumentación y que es la filosofía entendida en sentido tradicional el único saber que tematiza las completas condiciones materiales de la argumentación. Por otro lado también proponemos una idea multidimensional de argumentación que ha sufrido un proceso de desvelamiento en la historia de la filosofía. Así mientras la necesidad inferencial de los cálculos lógicos ha estado mezclada con la idea de finalidad argumentativa, la distinción entre lógica y filosofía no ha estado bien delimitada y los distintos saberes no han visto reconocido su autonomía dominados por una falsa ciencia, donde además la filosofía como saber de segundo grado ha quedado ocultada bajo una imagen ontoteológica. Así en la fase clásica, la geometría como ciencia física ha configurado a la filosofía como producto argumentativo natural o inmanente, en la fase medieval la ciencia teológica ha configurado a la filosofía como proceso argumentativo trascendente, en la fase moderna la ciencia política ha configurado a la filosofía como procedimiento de clarificación social, en un primer momento ilustrado como versión naturalista, y en un segundo momento romántico como versión historicista. En la fase posmoderna se cierra o completa el ciclo -pero no se acaba el discurrir ni histórico ni filosófico- con la constitución de la lógica como saber de primer grado, con la apreciación de la pluralidad de las ciencias -entre ellas también la lingüística- y con la delimitación de la filosofía como saber de segundo grado en el que la argumentación se enfrenta a la eficacia de sistemas semióticos de signos no verbales, es decir, argumentativos en sentido oblicuo o incompleto, como modos de significar que envuelven a la palabra y que establecen la fundamentación antropológica, institucional, de la filosofía.

Cuando un saber no consigue sus objetivos estaríamos ante un saber falso. Hablaríamos así de fallo tecnológico, incongruencia artística o religiosa, contradicción lógico-matemática, equivocación científica y falacia filosófica. Hablaríamos de error de aplicación cuando a partir de una disciplina bien establecida no se realizaran las operaciones del saber adecuadamente con lo que el fin del mismo quedaría frustrado total o parcialmente. También se habla de error de medida en los saberes tecnológicos y científicos. Las disciplinas que explican los saberes de primer grado caerían en sofisma si no se ajustaran al saber del que se nutren, por lo que deberían precisar su lenguaje explicativo y deshacer el sofisma restableciendo la sintonía entre saber y disciplina. Análogamente definiríamos el sofisma filosófico cuando un sistema filosófico perdiera su conexión con los saberes contemporáneos o no de primer grado de los que debe nutrirse. La falacia filosófica sería la inconsistencia de un sistema filosófico cualquiera. Hablaríamos de paralogismo cuando una disciplina de un saber cualquiera utilizara un cálculo lógico de manera contradictoria, ya sea por su inadecuación al tema disciplinar o filosófico que se tratara, o aunque sea adecuado porque se formula tal cálculo incorrectamente lo que nos llevaría a la contradicción. Así mismo hablaríamos de equivocación lingüística cuando en una disciplina o en un ensayo filosófico se cometiera un desajuste con las normas lingüísticas comúnmente aceptadas por una comunidad idiomática dada.

Feijoo es un filósofo moderno en el que la Lógica no se ha se ha constituido completamente como disciplina autónoma de la filosofía, proceso del que hablamos en el epígrafe segundo al tratar de Richard Whately. Tampoco se ha producido de modo definitivamente claro la determinación de la Lingüística cómo ciencia histórica. Esto dificulta la apreciación nítida de la filosofía como saber de segundo grado y por tanto, me parece, de una teoría de la ciencia materialista. Pero acierta de pleno, sin embargo, en su delimitación de la filosofía como la lucha contra las falacias y en su determinación como ambigüedad de los términos{14}.

Por otra parte, propongo la tesis, que habría que analizar más despacio, de que la filosofía de Feijoo se constituye como filosofía aplicada por patriotismo, es decir, porque considera que es la mejor forma de que en España haya una penetración más profunda del desarrollo de las ciencias que se está produciendo en esos momentos en el resto de Europa. Hablando de nuevo de la enseñanza de la lógica y de la metafísica dice:

¿Dejan por eso en las demás Naciones de adelantar tanto en todas las ciencias Teóricas, como en España? Antes pueden adelantar más, porque no consumiendo tiempo, o consumiendo poquísimo en lo superfluo, le queda más espacio para emplearse en lo útil. [(c; 9) #3.]

Los grandes hombres son acreedores, no sólo a que respetemos sus virtudes, mas a que disimulemos, cuanto sea posible, sus faltas. No es este a la verdad, el común estilo del mundo; antes aquellos, que el Cielo más llenó de resplandores, son en quienes la envidia, y la emulación suelen dar realce a los defectos...
Como una especie de milagro literario se celebra la dicha del subtilísimo Inglés Isaac Newton, que habiendo introducido tantas novedades en la Filosofía, o por mejor decir, habiéndola innovado toda, todos los Filósofos de su Nación se le rindieron al momento, y se constituyeron Discípulos, y Sectarios suyos. Los demás Ingenios eminentes, por mucho que lo sean, padecen mil oposiciones mientras viven; y sólo empiezan a gozar los aplausos, cuando ya no los gozan. [(c; 7) #1 y #3.]

En definitiva, Feijoo pone de manifiesto, me parece, el desgarro del imperio español como la separación falaz entre filosofía y teología, como crisis poética, en tanto que la filosofía media entra la teología dogmática -verdad revelada- y las ciencias naturales -verdad demostrativa- que mencionamos al principio cuando interpretamos la tradición filosófica española como materialista.{15} Este desgarro es, en el fondo, la manía o trastorno bipolar de Don Quijote{16}. (16) En la postmodernidad el problema ya no es poético, sino retórico, es decir ecológico, en términos literarios, estamos inmersos en el problema epocal del destino de Moby Dick. Quizás ha llegado el tiempo de Oriente, ¿quién sabe?

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:

(a) La fauna de las falacias, Luis Vega Reñón, Editorial Trotta (2013).

(b) El Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica, Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez (eds.), 2ª edición, Trotta (2012).

(c) Teatro crítico universal y Cartas eruditas y curiosas, Benito Jerónimo Feijoo, tomados del Proyecto Filosofía en español: http://www.filosofia.org/

(1) Prólogo al lector, Tomo I.

(2) Tomo I, Discurso 1, Voz del pueblo.

(3) Prólogo no al lector discreto, y pío, sino al Ignorante y Malicioso, Tomo IV.

(4) Tomo VII, Discurso 11, De lo que conviene quitar a las súmulas.

(5) Tomo VIII, Discurso 1, Abuso de las disputas verbales.

(6) Tomo VIII, Discurso 2, Desenredo de sofismas.

(7) Tomo VIII, Discurso 4, Argumento de autoridad.

(8) Tomo II, Carta 6, La elocuencia es naturaleza y no arte.

(9) Tomo VII, Discurso 12, De lo que conviene quitar y poner en la Lógica y Metafísica.

(d) La crítica de Benito Jerónimo Feijoo a la lógica, Juan Manuel Campos Benítez, Revista de Filosofía Nº53 (2006).

(e) Fray Jerónimo de Feijóo y las falacias aristotélicas, Edgar Gonzalez Ruiz Mauricio Beuchot, Estudios. Filosofía-historia-letras (1987).

(f) Sobre el concepto de «ensayo», Gustavo Bueno (1964), El Padre Feijoo y su siglo, Ponencias y comunicaciones presentadas al Simposio celebrado en la Universidad de Oviedo (1966), tomo I, págs. 89-112.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA:

{1}Diccionario de filosofía, Ferrater Mora, Círculo de Lectores (2001), entrada Retórica, págs. 3083-3089. Aquí estoy suponiendo que este resultado de la retórica se puede generalizar de la idea de persuasión a la idea de argumentación. Que el lenguaje escrito puede reducir cualquier otra forma semiótica. Y que sería la retórica precisamente la encargada de establecer la eficacia de cualquier argumentación, y sobre todo, de cualquier otra forma semiótica no escrita con palabras. De esta manera la Filosofía es el único saber que tematiza la propia materia, en toda su amplitud, del lenguaje en general y del lenguaje escrito en particular que es el que nos interesa filosóficamente hablando.

{2}La idea de finalidad tiene también una gran importancia en la teoría de la ciencia, y por tanto está en íntima relación con la idea de verdad. Y esto no es algo anecdótico para las consideraciones que estamos haciendo ya que la filosofía como saber de segundo grado debe partir de los demás saberes, y se constituye críticamente en tanto que los sistemas filosóficos se confrontan argumentativamente entre sí. Para esto pueden verse en www.fgbueno.es/act/efo.htm las conferencias Sobre la finalidad y la teleología, de Gustavo Bueno, correspondientes al Curso 2012-2013 de la Escuela de filosofía de Oviedo.

{3} De este modo la clasificación en dos de la historia de las concepciones de la falacia: tradición discursiva y tradición cognitiva [(a), págs.60-62.] aparece como secundaria dada la concepción de argumentación que propongo. O dicho de otro modo, he ampliado como si dijéramos las competencias de la tradición discursiva para incluir los aspectos antropológicos o socioinstitucionales, y he dejado separados los aspectos estrictamente psicológicos, para convertirlos prácticamente en casos estrictamente singulares y que si tienen alguna importancia es únicamente por el papel que estos individuos particualres, por medio de sus argumentaciones, puedan desempeñar en alguna institución con relevancia histórica. Es decir, el aspecto cognitivo es indirecto. Aunque sería imprescindibles en el caso de que fueran útiles para una terapia psicológica concreta.

{4} Según Al-Farabi el Órganon estaba compuesto de ocho libros: Categorías, Peri Hermeneias, Primeros Analíticos, Segundos Analíticos, Tópicos, Refutaciones Sofísticas, Retórica y Poética. En la Edad Media, a partir de Avicena se le anteponía la Isagogé de Porfirio, donde se planteaba el problema de los universales que dominó toda la Edad Media y que tanta importancia tuvo y tiene para establecer una idea filosófica de lenguaje, y por tanto de argumento y por tanto de falacia. Historia de la lógica, Julián Velarde Lombraña, Universidad de Oviedo (1989), pág. 120.

{5} Retórica, Aristóteles, Alianza Editorial (2012), décima reimpresión, Libro I, Capítulo I, 1354a-1355b.

{6} Tratados de Lógica (Órganon), Aristóteles, Editorial Gredos (2010), Tópicos, Libro I, 100a-100b.

{7} Novum Organum, Francis Bacon, Ediciones Folio (2002), Libro I, #25, #26 y #28, pág. 30.

{8} Creo que se podría, aceptando la consideración de la filosofía como saber de segundo grado, considerar los ídolos del teatro como un apoyo de que las falacias están ligadas a la mala crítica filosófica, dónde además si suponemos que todo sistema filosófico se compone de las disciplinas: Antropología, Filosofía especulativa y Filosofía práctica, se corresponderían con los ídolos del foro, de la tribu y de la caverna respectivamente. Con lo que sería un apoyo extra para afirmar el carácter estrictamente filosófico de las falacias.

{9} Historia de la lógica, Julián Velarde Lombraña, Universidad de Oviedo (1989), págs. 244-245.

{10} Luis Vega señala con precisión a Pedro Simón Abril y a Andrés Piquer como precedentes de Feijoo. [(a), págs. 196-198.]

{11} Luis Vega las define: «Súmulas», esto es, tratadillos o compendios que se impartía en el curso de Artes, en una enseñanza preparatoria en las Escuelas menores para el estudio en las Facultades o Escuelas mayores (Derecho, Medicina, Teología). Solían ser versiones elementales y menguadas de los tratados medievales de Lógica escolástica, en las que buena parte de este legado ya se había trivializado en rosarios de reglas, o simplemente había desaparecido. [(a) pág. 297, nota 1.]

{12} Sería muy interesante analizar cómo cada una de las falacias del elenco aristotélico se reduce a la de ambigüedad y entrar más a fondo en el artículo de Mauricio Beuchot [(e).], pero nos extenderíamos demasiado. La interpretación de la reducción de las falacias que otorgamos a Feijoo es muy radical: todas las aristotélicas y todas las que pudieran aparecer, suponiendo que las aristotélicas no tuvieran un carácter sistemático.

{13} Esta distinción -idealismo/materialismo- la hacemos prácticamente equivalente a la de falsa/verdadera filosofía. La primera tiene una tendencia más histórico-ontológica y la segunda una tendencia más gnoseológica. Ensayos materialistas, Gustavo Bueno, Taurus (1972), pág. 80, nota 40.

{14} Incluso aún hoy no conozco una teoría materialista de la doble articulación de la palabra, es decir, de la distinción significante/significado que no caiga en el psicologismo. Aunque esto no es decir mucho si se tiene en cuenta que estas palabras son las de un recién llegado a la filosofía.

{15} Utilizo la noción de imperio propuesta por Gustavo Bueno en España frente a Europa, Alba Editorial (1999), pero modificando la distinción de imperio generador/imperio depredador [págs. 465-466.] en el sentido de que ahora es una distinción interna a todo imperio -«el lado oscuro de la fuerza» si se me permite el homenaje cinematográfico-. Ahora el poder civilizatorio de un imperio se mide por la extensión geográfica de su influencia, su mantenimiento en el tiempo y la profundidad o intensidad de la misma. Si tenemos en cuenta esto y las fases de la historia occidental que hemos sugerido podríamos establecer un imperio predominante o típico en cada fase de la misma. Tendríamos como imperio clásico al romano que denominaríamos hermenéuticamente imperio gramatical, como medieval al imperio poético español, como prototipo de moderno al británico que denominaríamos sofístico y por último como el primer imperio postmoderno al estadounidense que calificaríamos específicamente de retóricos.

{16} Don Quijote, el poder del delirio, Francisco Alonso-Fernández. La hoja del Monte SL (2015).

 

El Catoblepas
© 2016 nodulo.org