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El Catoblepas, número 162, agosto 2015
  El Catoblepasnúmero 162 • agosto 2015 • página 5
Voz judía también hay

La policía mental invadió el reggae

Gustavo D. Perednik

La prohibición de Matisyahu en el Festival Rototo. Este artículo fue escrito un día antes de que las autoridades del Festival en cuestión se disculparan ante Matisyahu y volvieran a invitarlo a participar

Matisyahu

En su libro Gobierno omnipotente (1944), Ludwig von Mises se refirió a la devastación generada por el odio en su época: «De nadie puede decirse algo más honroso: que los enemigos mortales de la civilización tienen fundadas razones para perseguirlos».

Hoy en día conservamos una honra similar: los judeófobos se revelan una y otra vez como fascistas empedernidos.

Los hechos hablan por sí solos. El 15 de agosto los organizadores del festival de música reggae Rototo Sunsplash, exigieron del artista judío y estadounidense Matisyahu que firmara una declaración en contra de Israel. Como se negó, suplantaron su programada presentación con la de la jamaiquina Shauna McKenzie, a quien aparentemente no le avergüenza despojar al judío desplazado.

En el pasado, los cómplices de la judeofobia medraban con la confiscación de las propiedades de los judíos, con la posibilidad de eliminar su competencia profesional, o con apoderarse de sus obras de arte. Similarmente, hoy la rescisión unilateral y arbitraria de contratos con artistas judíos promueve profesionalmente a otros artistas carentes de escrúpulos.

Los rotosos no sintieron siquiera la necesidad de ocultar la oprobiosa discriminación. A los artistas no-judíos no les instaron a expresarse sobre nada, ni siquiera sobre la inmaculadísima lucha para borrar a Israel del mapa (posiblemente reserven tal medida para los próximos festivales, ya que la causa es tan noble que justifica arruinar el arte en el camino).

Es interesante imaginar qué habrían hecho los rotosos con otro artista jamaiquino: Ziggy Marley. El hijo del fundador del reggae tiene inclinaciones judaicas, y ha visitado amistosamente Israel, vaya descaro. Sí, sí, al país demoníaco, al único del planeta sobre el que está prohibida toda expresión de simpatía, so pena de que la policía mental del Rototo te cancele contratos si te niegas a firmar que la inquisición está bien y la santísima trinidad, y el pueblo palestino cuya milenaria historia existe sólo en su imaginación.

Hay varios aspectos a destacar en el caso de Matisyahu. Uno es cómo España sigue sobresaliendo en la judeofobia europea. Valga informar que en otros países del continente se permite cantar sin exigir del artista que se bautice ni que se coloque una estrella amarilla. Por ello el talentoso Matisyahu continúa con su gira de rock por Polonia, Bélgica, Alemania, Ucrania y la República Checa. Acaso habría que condenar a estos cinco países en los foros internacionales, por haber facilitado la penetración sionista.

Admito que no me ha sorprendido que precisamente en Valencia se haya reinaugurado la Inquisición. Guardo un agrio recuerdo de febrero de 2006 cuando la Universidad de Valencia me canceló unilateralmente una conferencia, sin disculpa ni nada. Se me había invitado a disertar en la «Cátedra de las Tres Religiones», pero previsiblemente a los organizadores les pareció que con dos alcanza y sobra.

Un segundo aspecto notable es cómo la campaña del boicot contra Israel se reafirma como la forma más visible de la judeofobia actual. No critica al Estado judío; lo deslegitima. No pide que Israel modifique políticas cualesquiera, sino que se suicide. No razona ni debate: boicotea y cancela.

De las muchas aristas en cuestión, empero, quisiera centrar esta nota en dos puntos que son ilustrativos de la activa amenaza. El primero se refiere a la ceguera de los portadores del odio; el segundo revela la índole de la judeofobia y su historia.

La conducta rotosa

Los policías mentales valencianos se parapetan tras una autoimagen de progresistas que les exime de pensar. No boicotean a los países que decapitan homosexuales, que permiten el maltrato a las mujeres y coartan la libertad de pensamiento y de expresión, sino que dirigen su boicot sola, única y exclusivamente contra el país del progreso y la democracia –democracia para árabes y judíos, digo.

Boicotean al país de las universidades abiertas y de avanzada, al de los Premios Nobel y de las artes florecientes, al de la inclusión social y el Estado de derecho, al que tiene palestinos como diputados, periodistas y jueces (curioso apartheid).

No le perdonan nada al país más antirracista, y le disculpan casi todo a los premodernos que desprecian los Derechos Humanos, a aquellos que practican verdaderos apartheids en los que los no-musulmanes son perseguidos y discriminados.

Con las anteojeras provistas por la judeofobia, los rotosos saltean su propio racismo y nunca profundizan en la oscura índole de sus motivaciones.

Es de celebrar que, curiosamente, el diario El País, que practica regularmente el mismo estilo judeofóbico que los fascistas valencianos, ha condenado la exclusión de Matisyahu. Su encomiable condena podría inaugurar algún tipo de autocrítica que en Europa se requiere como oxígeno.

Me despido con una reflexión derivada de lo antedicho. Estos judeófobos confunden «judeofobia» con «nazismo» y por ello niegan serlo.

Pero no son lo mismo, señores. La primera es la acción y el efecto de demonizar a los judíos, de calumniarlos en su religión, en sus derechos, en su Estado. Consiste en sostener que los judíos (o Israel) constituyen un ente peligroso y poderoso al que hay que limitar, boicotear o eliminar.

El segundo, en contraste, fue un estallido de sadismo demencial europeo después de la batería bimilenaria de acusaciones de deicidas, sanguinarios, dominadores y belicistas.

Ahora bien: en la larga historia de la judeofobia, el nazismo dista de ser el mejor ejemplo; es una expresión excepcional. A lo largo de las generaciones los judeófobos pusieron condiciones para aceptar al judío. Las condiciones muchas veces eran incumplibles, pero allí estaban para dotar al odio de un fingido estatus de racional. Seréis aceptados si os convertís, si emigráis, si os asimiláis, si firmáis declaraciones rotosas.

Ante esta condicionalidad, los nazis perpetraron una salvaje escalada: incluso el último bebé judío de Kenia o de Malasia, aun si fuera leal a la engañosa «causa palestina», sería enemigo del Estado -sin que siquiera importara lo que hicieran o pensaran sus padres.

No fue ni es así la judeofobia más típica, que se jacta de ofrecer condiciones que, de ser cumplidas, eximirían al blanco del odio de un atropello inmediato.

Antes como ahora, decimos, las supuestas condiciones son habitualmente incumplibles. Así lo fue imponer a quien había sido educado en la tradición judía que sostuviera la redención mesiánica de la crucifixión, y la transubstanciación, y la inmaculada virginidad. Así lo es hoy, cargar a un judío con que debe apoyar la destrucción del único país judío, en el que viven la mayoría de ellos, el único que celebra sus fiestas y su calendario, su idioma y su libro nacional.

Peor aún, ello acaba de exigírsele a un mero cantante. Que firme una declaración de lealtad al Estado palestino. Se saltea la verdad objetiva de que tal ente no existe, y que dicha lealtad es el eufemismo por «arrasar a Israel».

Y reiteremos que si el Estado árabe palestino no existe, es porque los líderes palestinos nunca lo aceptaron (ya que ello les habría requerido aceptar el Estado judío).

El intransigente rechazo, financiado por la Unión Europea, fue establecido por su primer líder, el pro-nazi Haj Amin al-Husseini, y continuado por sus tres sucesores: Ahmed Sukairi, Yasser Arafat y Mahmud Abás, quienes nunca se distanciaron de la postura genocida de su fundador, y siguen considerándolo maestro y mentor. (Nótese también la hilacha histórica: el «milenario pueblo palestino» ha tenido sólo cuatro líderes en toda su historia).

Para avalar la cancelación rotosa del contrato con Matisyahu, esta vez se ha achacado al artista «promover el apartheid y la limpieza étnica». Sólo la policía mental ha notado semejante dislate. El apartheid está en las monolíticas dictaduras islamo-fascistas, no en la abierta sociedad israelí. La limpieza étnica es de los fascistas valencianos, no del dinámico pueblo judío.

Mienten y calumnian, porque todo está permitido para la causa. Como la militante antiisraelí alemana Irena Wachendorff, quien hace tres años confesó haber cabalmente inventado haber servido en el Ejército de Defensa de Israel y haber sido testigo de atrocidades. Nunca se arrepintió de su farsa, porque ésta le permitió difundir su sagrada causa de destrucción.

La misma espada hoy levantada por el festival Rototo en su página web, por medio de un video de una hora y media en el que se demoniza a Israel por haber osado defenderse de los misiles del Hamás. Muy artístico, muy democrático, muy propalestino y nauseabundo.

 

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