Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 160, junio 2015
  El Catoblepasnúmero 160 • junio 2015 • página 10
Libros

Un contramanual de Podemos

Carlos M. Madrid Casado

Reseña del Panfleto contra la filosofía de Pablo Iglesias y compañía de Miguel Ángel Castro Merino, Ediciones del Lobo Sapiens, León, 2015.

Miguel Ángel Castro Merino, Un contramanual de Podemos «Este libro nace muerto desde la imprenta.» Con estas palabras Miguel Ángel Castro Merino presenta su obra en público, remedando a Hume. El autor –profesor del IES Padre Isla, psicólogo, filósofo y moderador de una tertulia filosófica de notable éxito en la Biblioteca Pública de León- ha escrito un panfleto polémico a sabiendas de que probablemente pasará desapercibido. Pero que hay que leer, sobre todo si se quiere someter al donoso escrutinio, condenando el libro a la hoguera y tildando a su autor de fascista…

Hay dos palabras clave en el título: «panfleto» y «compañía». En ellas, más que en «Pablo Iglesias» está el acento del libro. Nos encontramos ante un «panfleto» de raigambre ilustrada, pero enterado de que después de los ilustrados vinieron los maestros de la sospecha. No en vano, el dibujo de la portada –obra, como el resto de las divertidas viñetas que pueblan el libro, del propio autor- es un guiño a las portadas de los panfletos ilustrados debidos a Holbach, Helvétius o Meslier que viene publicando la Editorial Laetoli. Precisamente, esta ilustración de portada, que representa a un Pablo Iglesias con corbata azul engaviotada y pepera, da una pista de que el autor no está pensando sólo contra Podemos, sino también contra PP, PSOE, IU, UPyD, Ciudadanos y «compañía».

Un puñado de ideas vertebra todo el opúsculo. La primera de ellas consiste en una vindicación de la filosofía crítica, destructora (algo a lo que el autor ha dedicado algún artículo en El Catoblepas: «¿Destruir la filosofía destructora?»). El lector poco avisado podría preguntar tras leer el título de la obra: «Pablo Iglesias, ¿filósofo?». La respuesta de Miguel Ángel Castro no deja lugar a dudas: «¡Todos somos filósofos!». Lo son los políticos, los periodistas, los que aparecen en televisión y hasta tú y yo. Pero se filosofa y se hace política de muchos modos y maneras. En esta línea, el autor del panfleto pretende ofrecer un cuaderno de preparación para la vida que viene, un oráculo manual de vida, una filosofía no basura. Esta es la cuestión.

Las coordenadas filosóficas desde las que está trazado el panfleto quedan explicitadas por la cuidada selección de citas que aporta el autor, a la que añade una retahíla de aforismos de cosecha propia que recuerdan los tropos escépticos. Demos algunos nombres para que el lector sepa de qué está hecho el paño: Epicuro, Séneca, Sexto Empírico y los autores del Barroco español –como Calderón, maestro del desengaño y dramaturgo de la escolástica- se dan la mano con Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Marx, Gustavo Bueno o Cioran.

La segunda idea vertebradora la constituye la comparación de Pablo Iglesias con Espartaco o con los cátaros, los puros. Hoy como ayer el pueblo, ese vulgo que incluso a veces habla latín, aguarda la llegada de un mesías incorrupto e incorruptible, de Pablo y sus correligionarios. Pero «sus fantasías redentoras no pueden ser más que el resultado de unas cabezas que reforzadas por la audiencia hagan creer a mis compatriotas que ya llegan los nuevos tiempos, como antaño cuando los hebreos esperaban a través de sus profetas» (página 19). Una semejanza entre política y religión apuntalada por el mensaje constante de cambio, así como por la creencia ingenua en la voluntad del pueblo. Como decía hace no mucho Juan Carlos Monedero: «Podemos acoge un Cristo humano, un Mesías hecho gente». No obstante, según se encarga de subrayar Castro, el advenimiento del reino de Podemos in terram puede generar peores consecuencias que las que ya soportamos.

No hay paraísos al alcance de la mano. «¡NOOO, NOOOO SE PUEDE!» (p. 34). En especial, porque «la democracia se conforma con los ciudadanos cuyos medios de aprendizaje son los periódicos interesados, las revistas y poco más» (p. 23). Unos votantes a los que en general no les falta lo imprescindible, que están lo suficientemente bien alimentados como para poder salir a manifestarse o que si están en crisis es porque ya no pueden tener el tren de vida anterior. «¿Quién no es casta de nosotros los españoles comparados con los que están manteniendo el equilibrio para no caerse en las verjas de Melilla?» (p. 18).

La corrupción que tanto critica Pablo Iglesias es, a juicio del autor (que aquí se muestra deudor del Panfleto contra la democracia realmente existente o de El fundamentalismo democrático de Gustavo Bueno), inherente al sistema, permitiendo paradójicamente que funcione. «Querido Pablo, ¿vas a acabar con las loterías, con premios millonarios en los que un afortunado se forra mientras que los que no jugamos seguiremos currando toda la vida? […] ¿Sale en la tele Pablo Iglesias y no yo? Corrupción. […] En esta vida, en esta, en que aparecen los del PP, PSOE, Ciudadanos, IU, UPyD, etc., los que ocupan cargos de poder, sólo ya por hacerlo, necesariamente están impidiendo a otros el mismo desempeño» (pp. 30, 40 y 48).

Una tercera idea es que el mundo es más complejo de lo que pensamos, que la política no soluciona los problemas que no puede solucionar, porque «una pala no sirve para martillear» (p. 21). Miguel Ángel Castro carga contra ese oxímoron que es la «ciencia política». Empleando sus propias palabras: «El que solamente sabe de ciencias políticas ni de política entiende» (p. 24). Ciertos problemas no se arreglan con medidas económicas o sociales, ni con más densidad democrática. No basta con decir que se tiene un Programa, porque hay múltiples programas políticos, enfrentados muchas veces a muerte entre sí. Así, «los economistas de moda se nos presentan en la tele como si supieran algo fundamentado del asunto […] pese al espectáculo ridículo de que uno sostiene una tesis y el otro, la contraria» (pp. 44-45).

Para el autor, recurriendo en este punto al materialismo filosófico, «si no hubiese mercado, mercado de comprar y vender, todas las palabritas de democracia y afines si irían al traste» (p. 51). Exactamente igual que cada cuatro años asistimos a un mercado pletórico electoral. Al respecto, «Pablo Iglesias y sus acólitos gritan: “¡No nos representan!; pero ¿acaso lo vais a hacer vosotros? No podéis. Ni de iure ni de facto» (p. 51). Porque los destinos de Podemos y de España les son desconocidos por principio a sus propios agentes. Porque la realidad aparece distribuida en una pluralidad de categorías que no siempre casan entre sí. «Sospecho de ti, muchacho» (p. 56). «Sé que lees a Zizek, pero existe Cioran» (p. 59).

Con esto se llega a la parte más sesuda del panfleto, donde el autor subraya que por aquí han pasado Nietzsche, Freud y Marx entre otros. Es ahora cuando se captan mejor las virtudes, pero también los defectos, del género panfletario. No estamos ante un ensayo académico, sino ante un panfleto electrizante que sugiere más que prueba, que remueve más que construye. En ocasiones se escatiman argumentos, lo que a los lectores poco avisados puede hacerles pensar en un deslizamiento gnóstico. De todos modos, el autor reconoce que nos encontramos ante un texto escrito a vuelapluma, llevado por la urgencia del momento (como si dijéramos: «España no puede esperar») y con un punto caótico, incluso contra sí mismo. Sea como fuere, esta última parte de la obra se articula en torno a una muy acertada cita de Jung (pp. 60-61):

Nuestra civilización occidental también está aferrada por esa mitología. Inconscientemente, acariciamos los mismos prejuicios, esperanzas y anhelos. También creemos en el estado feliz, la paz universal, la igualdad de los hombres en sus eternos derechos humanos, en la justicia, en la verdad y (no lo digamos en voz demasiado alta) en el Reino de Dios en la tierra.

La triste verdad es que la auténtica vida del hombre consiste en un complejo de oposiciones inexorables: día y noche, nacimiento y muerte, felicidad y desgracia, bueno y malo. Ni siquiera estamos seguros de que uno prevalecerá sobre otro, de que el bien vencerá al mal o la alegría derrotará a la tristeza. La vida es un campo de batalla. Siempre lo fue y siempre lo será y si no fuera así la existencia llegaría a su fin.

Apoyándose en ella, Castro emprende una crítica de la «felicidad canalla» del votante medio, que cree que cualquier desigualdad natural o social es en el fondo corregible mediante medidas económicas más justas o igualitarias. Pero el dinero no lo es todo. Hay cosas que nunca se arreglarán. «La suerte de unos será irremediablemente la desgracia de otros. Es la vida» (p. 82). A lo que hay que añadir el aviso a navegantes que el autor introduce: «Creen que nuestra postura es cómoda o que nos sentimos cómodos ante la realidad tal y como es. Pero, ¿qué tienen que ver nuestros sentimientos con los hechos en sí?» (p. 48).

Y, entonces, Castro se pregunta como Lenin: ¿Qué hacer? Y responde: «Podemos filosofar, tratar de entender, y el que sea tonto que espabile» (pp. 96 y 104). Que no es poco.

 

El Catoblepas
© 2013 nodulo.org