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El Catoblepas, número 158, abril 2015
  El Catoblepasnúmero 158 • abril 2015 • página 8
El mundo no es suficiente

Capirotes y preservativos

Grupo Promacos

La oleada laicista y anticlerical arremete con virulencia sobre La Iglesia, una institución que ha renunciado a defenderse de una de sus principales herejías, la mahometana, confiándolo todo, recientemente se ha podido constatar, a los mismos Derechos Humanos que en su día no reconociera.

Capirotes y preservativos

En esta ocasión la noticia no fue esa inoportuna lluvia que a veces desluce el procesionar de los pasos por las calles españolas. Esta vez la lluvia tenía un impulso quirúrgico, toda vez que fue la mano de una viuda la que el pasado Viernes Santo se introdujo en una urna y arrojó un puñado de cenizas de su finado marido por la delantera del paso de la imagen del trianero Cristo de la Expiración, también llamado El Cachorro. El gesto, de tintes macabros, supuso una conmoción para los miembros de la Pontificia, Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Madre y Señora del Patrocinio en su Dolor y Gloria, algunos de los cuales hubieron de limpiar de cenizas los preciados capirotes colocados con el modesto fin de ocultar la identidad corpórea.

Los hechos ocurrieron apenas dos semanas después de que las elecciones andaluzas arrojaran unos resultados que en apariencia suponen un retroceso para los católicos. Celebradas en una Cuaresma cuyos preceptos son cada vez menos observados por una gran mayoría de católicos no practicantes próximos al teísmo o incluso al deísmo, los comicios regionales ponen en entredicho, al menos sobre el papel programático de los partidos –otra cosa será la política real-, la potencia futura de estas representaciones que tienen a las ciudades como escenarios, a las fuerzas públicas del orden como garantes del mismo, y en general a votantes de todo el espectro político como participantes de las diversas ceremonias. Sea como fuere, el nuevo equilibrio de fuerzas de la partitocracia andaluza mantiene, si no refuerza, la polémica que envuelve a la Catedral de Córdoba, controversia que ya ha sido analizada por el Grupo Promacos. No es extraño que aparezca esta controversia si se tiene en cuenta que el estatuto autonómico reconoce como padre de la patria andaluza a un muladí: Blas Infante. Con este nombramiento, los padres del estatuto andaluz reconocían como propia la tradición del romanticismo que, con sus impertinentes viajeros europeos, supuso todo un revival filomusulmán que, con el tiempo, ha propiciado la construcción de unas señas de identidad con un creciente componente vinculado a las reliquias mahometanas, en un momento histórico, el comienzo del siglo XXI, que ha constatado la inquietante emergencia de un ISIS que coloca a territorios como Andalucía en el entorno, más o menos lejano, de un Estado, acaso sedicente, en cuyo dintorno se trata de imponer la sharía como ley suprema, situación que obliga a reflexionar en relación con el papel que la religión católica puede jugar en una sociedad como la española.

La reflexión no es, ni mucho menos, nueva. Por citar una referencia, podemos aludir a la obra La influencia de la religión en la sociedad española{1}, libro colectivo en el cual Gustavo Bueno –«La influencia de la religión en la España democrática» (pp. 37-80)– distingue tres importantes tipos de influencia:

La primera, llamada gravitatoria, irá ligada a la influencia de la Iglesia en la sociedad ya a su propia recurrencia institucional, una recurrencia que ha ido perdiendo potencia al darse un deslizamiento, por parte de la grey católica, a terrenos propios de la psicología, las parafilias felicitarias o ciertas tendencias espiritualistas. La disolución de esta recurrencia, al margen del bastión que constituye Filipinas con sus hiperrealista crucificados de semana santa, deberemos hacerla extensiva a Hispanoamérica, donde se ha producido una profunda implantación, respaldada por programas políticos de los que a veces ha sido mera pantalla, de las iglesias evangélicas, cuyos frutos temporales bien pudieran comprometer la cohesión de dichas naciones.

La segunda influencia, la instrumental, podremos equipararla con la religión civil. En este aspecto se observa un acusado descenso en cuanto a la celebración, con envoltura católica, de algunos ritos de paso. La cifra de bautizos, comuniones o bodas, a la que hemos de sumar la importante ceremonia de la confesión, se ha aminorado considerablemente, en ocasiones por la irrupción de extravagantes ceremonias que tienen mucho de emulación vergonzante de las citadas. Queda, dentro de esta lista, una asignatura pendiente para esa suerte de religión laica que trata de abrirse paso, aquella que tiene que ver con la muerte.

La tercera es la llamada intercalar, y es la que más tiene que ver con el asunto de este artículo y pone en cuestión, entre otras, las complejas relaciones entre el Estado y las religiones en su aspecto fisicalista, pero también las contradicciones surgidas en relación a la transformación del viejo Reino de la Gracia y el luminoso Reino de la Cultura, mito bajo cuya luz se salvan celebraciones como las aludidas. La religión, convertida en Cultura circunscrita, podrá de este modo continuar ocupando calles y arrojando, cuestión nada baladí, importantes dividendos, los que dejan los espectadores que hacen compatible la contemplación del silencio y recogimiento de algunas procesiones con el consumo de ocio, a despecho del carné de afiliado político que se aloje en su cartera. En definitiva, la Semana Santa, más allá de la anécdota, muestra hasta qué punto el asunto es complejo e involucra cuestiones ajenas a la fe.

Hoy, no son los errores de Lutero, por más que el influjo del protestantismo sea patente, los que amenazan a la Iglesia Católica, sino una oleada laicista y anticlerical que arremete con virulencia sobre una organización que ha renunciado a defenderse de una de sus principales herejías, la mahometana, confiándolo todo, recientemente se ha podido constatar, a los mismos Derechos Humanos que en su día no reconociera. A esta pasividad, disimulada frecuentemente bajo el llamado diálogo entre religiones tan caro para la socialdemocracia española, se suma, en el terreno político, un afán por borrar especificidades religiosas que pretende relegar las cuestiones de fe al ámbito de lo personal.

Sin embargo, quienes a tales argumentos se acogen, incurren en contradicciones de difícil resolución como las ya señaladas. Si la religión debe circunscribirse a la esfera individual, ¿qué sentido tiene paralizar una ciudad para que unas imágenes la recorran?¿por qué excluir el nutritivo cerdo de los menús escolares?

Tan graves obstáculos para mantener esta forzada perspectiva en torno a las relaciones política-religión, quedan, no obstante, aparcados estos vacacionales días. Eludiendo un debate que se podrá retomar más tarde, los cofrades pueden seguir siendo de derechas o izquierdas en la intimidad de sus capirotes, del mismo modo que otros, también a mediados de abril y con grandes dosis de nostalgia de un pasado tricolor aplastado por la bota militar, mantienen intacta la virtud teologal de la esperanza. Esa que les permite confiar en el siempre aplazado regreso de aquellos días. Mientras tanto, al igual que ocurre con los costaleros, podrán sostener su íntimo fervor viviendo como discretos criptorrepublicanos en el interior, no de un cucurucho, sino de nuestra democracia coronada.

Finalicemos. Si hace dos siglos un clérigo ceutí, aterrado ante la perspectiva de la implantación en España de impías y ultrapirenaicas doctrinas, escribía el Preservativo contra la irreligión o los planes de la Filosofía, dos centurias después, el realismo que debe caracterizar el análisis de estos fenómenos obliga a considerar si las procesiones andaluzas, con sus primorosas figuras de bulto inscritas en unos pasos pletóricos de componentes paganos propios de la de la fase secundaria de la religión, dramáticamente diseñados para oponerse al áspero monoteísmo iconoclasta del turco; esas vírgenes y cristos que provocan a su paso reacciones análogas a las de los fans de la música pop; esa, en definitiva, antesala del ateísmo que son las religiones terciarias, no constituyen acaso el más firme dique, el más impermeable preservativo ante la amenaza de aquellos hombres que, ceñidos por cinturones bombas y manejados por el entendimiento agente, amenazan con barrer los ídolos, convirtiendo en cenizas eso que llamamos Occidente, allí donde la geometría sentó las bases de lo que más tarde se convertiría en Filosofía.

Notas

{1} Gustavo Bueno, Amando de Miguel, Gonzalo Puente Ojea, Javier Sádaba y Gabriel Albiac, La influencia de la religión en la sociedad española, Ed Libertarias, Madrid 1994.

 

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