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El Catoblepas, número 156, febrero 2015
  El Catoblepasnúmero 156 • febrero 2015 • página 3
Artículos

¿El consumo nos salvará?

Emmanuel Martínez Alcocer

Consideraciones acerca de un reduccionismo, el «consumicionismo», y del «cierre» de la categoría económica.

Consume o muere

Se trata y critica, a través de un análisis de un texto de Marx y del estudio del estatuto gnoseológico de la Economía política, la máxima mantenida continuamente en nuestros días acerca de que lo que mueve la economía, su motor, y lo que nos sacará de la larga crisis que atravesamos es el consumo.

1. Planteamiento de la cuestión: el consumo y la precariedad del cierre económico

I. Desde el inicio de esta crisis económico-política de sobreproducción, años ha se viene oyendo muy repetidamente en los medios de comunicación, así como en las calles y en los lugares más variados y variopintos un lema que no es nuevo, pero que parece ya, desde el inicio de la crisis, haberse trocado en teorema, a saber: lo que mueve la economía es el consumo; es totalmente necesario y primordial el consumo, porque si no, la economía no funciona en absoluto, con lo que, y aquí es donde está el asunto, para salir de la ciertamente larga y penosa crisis –hay quien dice, quizá proféticamente, que el principio del fin ya ha comenzado–, lo que hay que hacer es sencillo: consumir y consumir, así como el fomento de ello –para lo cual la publicidad y la televisión juegan un papel muy importante–. Esta postura, que tiende a hipostasiar los procesos económicos y al reduccionismo nosotros vamos a llamarla, tomándonos la licencia, consumicionismo. Una postura que está ampliamente extendida, quizá por la fuerza de su simplicidad. No es sólo que se encuentre en un economista u otro –aquí renunciamos a hacer una crítica directa a uno u otro autor determinado, no es una crítica dirigida sólo a la «Academia económica» lo que pretendemos–, sino que se trata ya de una «concepción económica mundana», y, según juzgamos, un error común que podemos encontrar tanto en una editorial de un periódico, como en una tertulia radiofónica, como en una conversación entre amigos o en un blog; y en cuanto error común a desterrar vamos a tratar del consumicionismo y las tesis que lleva aparejadas.

II. En primer lugar, para no andar con rodeos debemos aclarar que, efectivamente, el consumo es un factor fundamental de la economía, por ello no debe entenderse este artículo como una especie de «alegato reaccionario» contra el consumo, una llamada al «consumo responsable» o algo por el estilo, ni mucho menos. Nosotros defendemos que, aunque una economía no se reduzca al consumo, sin el consumo de las mercancías y servicios no es posible que se produzca la recursividad del ciclo económico que la caracteriza. Pero tan importante es consumir esos bienes y servicios como es poder producirlos, por ejemplo. Del mismo modo, es igualmente necesario la distribución y el intercambio de los mismos así como de la masa monetaria. Sin estos elementos o factores en su conjunto, en su recursividad, no hay ciclo económico. Un ciclo que si se da podría llevar a un cierto cierre, siempre muy precario, en la Economía política como muestra Gustavo Bueno en su Primer ensayo sobre las categorías de la economía política.{1}

Que hablemos de un ciclo recurrente también es importante a la hora de tener en cuenta un elemento muy importante para la Economía política, esencial para entender el «comportamiento» de su campo, a saber: el tiempo. El tiempo es central por ejemplo dentro de la teoría del valor económico de Marx –para la noción de tiempo de trabajo socialmente necesario, por ejemplo–, o para el ciclo económico –cuanto más rápido sea el ciclo de producción, distribución, cambio, consumo, es decir, la circulación del capital, más gana el empresario–, para entender a los avances tecnológicos relacionados con la fabricación, y para muchos otros aspectos. Es así, afirma Bueno, que «la rotación sistemática recurrente como contenido mismo del cierre categorial, es un movimiento, y, por tanto, incluye el Tiempo. El Tiempo es, en efecto, un componente esencial de la razón económica categorial y del cierre económico.»{2}

De modo que, hechas estas consideraciones y sin negar la importancia decisiva del consumo en el ciclo recurrente de la economía, nos preguntamos, ¿es el consumo el centro o «el motor» de una economía? Nosotros creemos que no, pues tan importante como el consumo es por ejemplo la producción (entendida como fabricación históricamente institucionalizada, a escala de M1 y siempre de distintos tipos o clases de bienes), tan importante es la oferta como la demanda. Es así que quienes, ante algunos datos positivos, anuncian jubilosamente el fin de nuestra crisis económica no plantean en los términos en que debieran que, por ejemplo, para que el consumo crezca debe hacerlo a su vez la producción (fabricación) y el empleo, lo cual es muy difícil sin unas bases energéticas adecuadas y sin un tejido industrial amplio, diversificado, fuerte y, sobre todo, con vistas a futuro. Algo con lo que España no cuenta en la medida en que requeriría, evidencia de lo cual son los millones de parados con los que cuenta, ya que si contase con tan necesario tejido industrial y energético (junto con todo lo demás que esto conlleva), éste podría haber absorbido y reorientado a buena parte de dichos parados, una cantidad que también, por otro lado, seguramente no habría sido tan grande. Al mismo tiempo, por la recurrencia cíclica que caracteriza a cada economía y la cantidad de elementos políticos, geopolíticos, filosóficos, sociales, tecnológicos, históricos, etc., que atraviesan y constituyen también a toda economía, consideramos que ésta es algo sumamente complejo y es un reduccionismo simplificador y distorsionador poner el acento de la cuestión en sólo uno de los tantos elementos que intervienen en dicho ciclo –que constituiría el núcleo de toda economía–.

III. ¿De dónde vendría esta centralización de la actividad económica sobre el consumo que muchos miembros de nuestra sociedad establecen? Creemos que este consumicionismo –acompañado siempre de ideologías que afirman que lo que importa es consumir y «ser feliz», hay que aumentar la «calidad de vida» (la capacidad de consumo) y sentirse culpable o des-graciado si uno no «disfruta de la vida»– tiene ciertas raigambres en el keynesianismo, y especialmente en las teorías liberales del mercado pletórico y la ideología consumista que estas expanden –unas ideologías, como decimos, necesarias para que el consumo, junto con la producción, se incremente indefinidamente, lo que suele llevar a las crisis de sobreproducción–. También en los últimos tiempos grupos políticos que dicen vestirse de izquierdas, cuya última incorporación es Podemos, parece que, al menos en manifestaciones de algunos miembros de tan diverso y disperso grupo, se han sumado al carro del consumicionismo. Un consumo tal que, por otra parte, requiere de técnicas, incluso médicas, de manipulación y control de los sujetos consumistas, e implica una desigualdad a veces abismal entre unos países y otros, o entre unas clases y otras. Algo que no parecen haber tenido en cuenta, o por lo menos lo callan, los adalides de la igualdad y la libertad.

Aunque todas estas posturas comparten el pilar del consumicionismo, sobre todo las teorías liberales y/o anarcoliberales tienden además a interpretar la economía, o al mercado, como un ente autónomo, indefinido (respecto del Estado), sin tener en cuenta o rechazando que toda economía es economía política, que la capa basal de un Estado es fundamental para el mismo y que por tanto no existe un mercado –ni una supuesta sociedad civil, también supuestamente separada de la sociedad política– que funciona según unas leyes independientes. Por ello es tan importante para un Estado mantener el control y gestión –que no la soberanía, pues ésta no puede cederse– de su política monetaria o/y su política industrial. Los mercados no se reducen a, pero están sustentados en y por los Estados, por ello no puede hablarse de crisis económica sin hablarse de crisis política –lo que no significa que estemos diciendo que son exactamente lo mismo, son distinguibles, por supuesto, pero no separables–. De modo que lo que podría llamarse la categoría económica, por su propia dialéctica, atravesada continuamente por factores «no estrictamente económicos» pero tampoco ajenos al campo económico, se «rompe» continuamente. Así lo muestra Gustavo Bueno cuando dice: «El cierre proporcionado por la Ley de Le Say conduce a una política no intervencionista (o, viceversa, la política no intervencionista, se expresa académicamente como Ley de Le Say), cuyo desarrollo, cíclicamente distorsionado por crisis de superproducción, amenazan con quebrar la estabilidad del sistema. Este «reacciona» modificando los postulados de su cierre, introduciendo nuevos functores de cierre, incluidas las guerras, el New Deal, el fascismo (que deja de ser simplemente una etapa interna de desenvolvimiento del capitalismo para convertirse en una rectificación dialéctica ante la experiencia socialista, o ante la crítica de Marx a la propia Ley de cierre de Le Say), el keynesismo. En rigor, siempre que se habla de «desplazamientos» de curvas, se está reconociendo una quiebra de los cierres categoriales y se está apelando a factores extraeconómicos.»{3}

Estos factores extraeconómicos también destruyen continuamente dentro del campo económico toda posibilidad predictiva, que suponían, por ejemplo, los planes quinquenales soviéticos o los modelos matemáticos realizados por economistas que, puesto que ellos mismos ya han desbordado o roto el campo económico insertándolo, o pretendiéndolo, en un plano a2, quedan inmediatamente invalidados, obsoletos, e incapaces de rectificación ante los cambios imprevistos provocados en los ciclos económicos, ya que estos siguen cursos en gran parte impredecibles; son en gran medida, como el tiempo atmosférico que estudia la meteorología, un caos determinado. Lo cual nos lleva a pensar que estos factores llamados extraeconómicos no lo son tanto, digamos: no son factores nucleares pero sí esenciales. Dicho de otra forma, no pertenecerían al núcleo de la economía –el ciclo económico, resultado de la producción, distribución, intercambio y consumo, que siempre se da a escala b–, pero sí a su cuerpo. Tanto es así, que casi nos atreveríamos a decir que, dada la riqueza de la actividad económica de los Estados y también por supuesto de las «iniciativas privadas» que en estos se dan, dicha actividad no podría ser reducida o estudiada únicamente por una ciencia, la ciencia económica, como pretenden algunos economistas –como los adscritos al Instituto Juan de Mariana–, sino que, por decirlo así, no existiría la ciencia económica precisamente porque habría múltiples ciencias económicas. Los procesos sistemáticos y recurrentes de los ciclos económicos, dependientes de las operaciones humanas, estudiados por la Economía política, junto a esos factores no tan externos, también darían cabida a una Historia de la economía, una Psicología de la economía, una Geografía de la economía, una Sociología de la economía, etc., incluso a una Teología de la economía. Y también, por supuesto, a una Filosofía de la economía. Pero dejaremos esto por ahora, puesto que para determinar su fertilidad y/o su viabilidad requeriría de una discusión y un análisis mucho más elaborado y mucho más completo del que podemos ofrecer aquí.

IV. Así pues, muchos de los defensores del consumicionismo y del aureolar «libre mercado»{4} obvian a menudo en sus estudios toda esta riqueza y complejidad que involucran los procesos económicos –que no son reductibles por tanto a decisiones y/o valoraciones subjetivas, ni aun planteando estas como agregados–, obvian que todo mercado necesita, por ejemplo, unas regulaciones jurídicas sostenidas por un Estado, así como también obvian muchas veces que para que el mercado capitalista haya surgido, ha sido necesario previamente el desarrollo histórico de sociedades en las que se diese producción industrial, comercio mercantil, diferenciación entre la tasa de gastos y de ingresos, capacidad de acumulación de capital e intercambio, etc. Por tanto, centrándonos en el estatuto científico de la Economía política y en el objetivo de este artículo, y para decirlo de una vez junto con Javier Delgado Palomar, frente al consumicionismo y a las pretensiones de hacer de la Economía una ciencia categorial estricta cerrando su campo, desde el materialismo consideramos que «la Economía es aquella ciencia cuyo campo incluye los cursos operatorios y cierres que se dan o pudieran darse entre las personas y las cosas que ellos producen y consumen, entre las personas en cuanto módulos, y entre las cosas, en cuanto mercancías, en un marco económico real dado. Observamos que los sujetos operatorios (junto con las mercancías) pertenecen al campo económico, de forma constitutiva, es decir, son sujetos temáticos que no pueden ser barridos del campo de la disciplina sin que esta se evapore. Quizá por ello se ha tendido a interpretar la Economía como una «Ciencia Humana», clasificación que desde nuestras posiciones necesita fuertes rectificaciones críticas»{5}. Toda economía, por tanto, está siempre inserta en y atravesada por un contexto político, histórico, geopolítico, etc., en definitiva, en planos beta donde aparecen sujetos temáticos, que hacen imposible su separación o cierre completo, el jorismós de su campo, y por ello la Economía política como disciplina cuenta con un cierre muy precario, muchas veces inexistente. Por ello consideramos que tanto el consumicionismo como posturas de signo contrario que ponen el centro en la producción (como las que se pueden derivar de la mencionada Ley de Say) tienden a hipostasiar los ciclos económicos al no tener en cuenta el plano real en que toda economía está inserta y que también constituye.

Como decimos, el campo gnoseológico de la Economía, está atravesado de una gran pluralidad de elementos procedentes de otras categorías, prácticas y saberes (la historia, la psicología, la filosofía, la sociología, la política, etc.) que hacen imposible rebasar el estado b-operatorio sin perder los fenómenos de referencia y por tanto realizar un cierre completo. Es decir, la Economía política, igual que otras ciencias b-operatorias, no es capaz de rebasar el capo fenoménico y regresar a unas estructuras o relaciones necesarias de identidad sintética que le permitan cerrar dicho campo –debe limitarse a una reconstrucción operatoria o al establecimiento de unas relaciones contingentes, lo que ya es bastante–. No porque no haya alcanzado aún «el seguro camino de la ciencia», sino porque, por su propia estructura, no puede darse el cierre. Es esta una muestra de la tensión o dialéctica continua existente en las ciencias categoriales ampliadas, en continuo tránsito entre las situaciones b2 y a2, pasando por el intermedio estado b1.

Por otra parte, la Economía es una disciplina cuyos mejores resultados los produce en los análisis reconstructivos de los «hechos económicos» ya sucedidos, dado que en estas situaciones los elementos a estudiar ya están de algún modo dados (aunque pueden seguir teniendo influencia en situaciones presentes, y de ahí su interés). Sin embargo, para realizar análisis sobre las situaciones económicas inmediatamente presentes y sobre todo futuras la disciplina económica muestra su mayor debilidad, es incapaz de realizar predicciones más allá de meros modelos matemáticos o de meras tentativas que pueden ser invalidados con facilidad por los sucesos posteriores. Y ello por su situación b-operatoria y el contexto histórico-político en el que se desarrollan siempre los sucesos sobre los que la Economía se interesa. Esto es algo fundamental, pues es lo que determina que ninguna teoría o corriente económica tenga la solución definitiva; ninguna teoría económica puede darnos una solución permanente dado que el núcleo de toda economía, el propio ciclo económico recurrente, nunca es estático, sino que, como toda esencia, dicho núcleo desecha y recoge conjuntos de materiales a lo largo de sus cursos, de sus desarrollos temporales o históricos, y en dicho desarrollo va generando un tremendo número de elementos que, a su vez, lo determinan continuamente y constituyen su cuerpo. Es decir, la propia esencia de la economía hace que las soluciones que una teoría o corriente económica puedan darnos como efectiva en un determinado momento, en un momento posterior pueda mostrarse totalmente errónea, cuando no desastrosa. En economía, como en política, resulta absurdo ser por ejemplo un liberal, un socialista o un keynesiano «de toda la vida», es mucho más prudente e inteligente atender a las circunstancia y adoptar medidas adecuadas al presente –aunque siempre sin perder de vista, y en la medida en que sea posible, el tiempo futuro–.

V. Pues bien, siendo esto así, desde nuestras coordenadas, y dirigiéndonos a los ciudadanos-consumidores de nuestras sociedades actuales, pero también a economistas y políticos, creemos que una «una economía no intervenida» que se regulase «por sus propias leyes» y que se mueva principalmente por el consumo no es posible. Porque, además de lo ya dicho, la capa basal de un Estado, donde se desarrolla su actividad económica, es esencial para dicho Estado, y éste no puede dejar de «intervenir», aunque quisiera, en el funcionamiento del ciclo económico. Así, toda economía debe analizarse siempre teniendo en cuenta la situación histórica y política del Estado o los Estados en cuestión. Porque tampoco hay un «ritmo económico común», una «economía global» sino que, sin perjuicio del constante y necesario intercambio de bienes y capital de diverso tipo entre diferentes Estados, entre diferentes economías, cada una cuenta con unos ritmos propios, determinados por las circunstancias señaladas. Ritmos que unas veces van a la par y otras a la contra.

Así pues, para mostrar lo simplificado y distorsionante del lema consumicionista, hemos decidido recurrir a un texto del filósofo y economista Carlos Marx, su Contribución a la crítica de la economía política. Y esto por dos motivos. En primer lugar porque entendemos que es con Marx cuando la categoría económica adquiere un «cierre» –repetimos, siempre precario– más importante desde su aparición y es un texto fundamental para entender los análisis económicos que Marx haría en El Capital; y en segundo lugar porque, recurriendo a Marx creemos poder mostrar que estas posiciones actuales y comunes sobre el consumo no son algo que nadie, y mucho menos un economista o un político, puede plantear de forma ingenua, acrítica, y sin tener en cuenta lo que ya en el siglo XIX había planteado Marx. Casi nos atreveríamos a catalogar de una negligencia, un error de bulto, el no tener en cuenta estos planteamientos (incluso aunque no se compartan) del filósofo y economista alemán, sabiendo de la antigüedad e importancia de los mismos.

2. Marx, análisis de su Contribución a la crítica de la economía política

I. Una de las ideas principales a lo largo de la obra de Marx es la historicidad, pero en un sentido materialista, el del materialismo histórico, es decir, teniendo en cuenta los procesos concretos, no la generalidad abstracta, así como las estructuras internas en las que se apoyan los procesos sociales y económicos.

La sociedad que Marx estudia aparece como algo «orgánico», vivo, y como algo estructurado. El concepto de orgánico en el siglo XIX, sobre todo después de Darwin, ya está muy desarrollado y en boga, de hecho muchas veces se ha hablado del siglo XIX como el siglo de la biología (aunque no hay mayor motivo para ello, a pesar de la importancia de las teorías biológicas surgidas entonces, que para llamarlo el siglo de la termodinámica, o el siglo de la sociología, o de tantas otras disciplinas que se desarrollan entonces). Sin embargo, el concepto de estructura no estaba tampoco claro, por ello Marx dice: cuando se habla de lo social, no se puede hablar de forma general (Comte). Así, el alemán no comenzará por la sociedad, sino por la población. Ésta, dice, se nos muestra estructurada orgánicamente. Entonces, ¿en qué consisten las leyes de estas estructuras? En la determinación económica. Y ¿qué significa esto? Significa la determinación de la posición del sujeto en el sistema productivo, uno es lo que es en el sistema económico. Como podemos ver, esta no es una clasificación estrictamente social o política, sino económica, aunque una lleva a las otras. La determinación económica es el principio que estructura la sociedad, es decir, las relaciones sociales de producción son inducidas por la determinación económica. Y ¿qué son las relaciones sociales de producción? Las relaciones sociales dependiendo de la renta y del puesto respecto a los medios de producción.

Así, Marx establece una tipología social en la que hay un proletariado, una clase media y una burguesía. La sociedad, dice Marx, no puede pensarse abstractamente, hay que hacerlo de forma diferenciada, en clases, hay que atreverse a pensar la sociedad en términos orgánico-estructurales. Esta estructura no la piensa Marx como si fuese un positivista, él no diría que esta estructura es el resultado de un proceso natural, ya dado, sino que dirá que es un hecho político, histórico. A su vez, desde su perspectiva, las relaciones sociales de producción configuran el espacio de poder político. Aunque no siempre es así, para Marx quien tiene el poder económico es quien tiene el dominio político (la burguesía en ese momento). Por tanto, la estructura es un resultado histórico-político y está relacionada intrínsecamente con el poder (unas ramas y capas de poder están imbricadas con otras, diríamos nosotros). Bajo la estructura social, dice Marx, se encuentra el poder y podemos así entender la estructura social dialécticamente, de forma conflictiva, entre poder y estructura de clases. Esto no es otra cosa que lo que ha venido en llamarse lucha de clases.

II. Una vez establecido esto, Marx ya tiene las bases y el método para comenzar su crítica a los análisis históricos y económicos que le preceden. Una muestra perfecta de dicha crítica, como señalamos antes, es su Contribución a la crítica de la economía política. Esta obra está dividida en tres partes. La primera está dedicada a señalar los errores de los economistas políticos clásicos, la segunda está dedicada a asentar las bases conceptuales esenciales que hay que tener en cuenta a la hora de realizar un análisis económico, y resalta la importancia y la interrelación de la producción por encima de, pero también junto a, la distribución, el cambio y el consumo. Por último, en la tercera parte culmina la crítica a los economistas políticos clásicos indicando cuál es el método que tendrían que haber seguido estos, que no es otro que el materialismo histórico.

Así, comienza señalando cómo los economistas políticos se equivocaron al centrarse en una explicación de la sociedad únicamente desde el punto de vista burgués y, lo que es más grave para él, por hacerlo de forma general, abstracta. En ellos la producción aparece como si fuese producto de un solo individuo, la sociedad (burguesa) al ser tratada de forma abstracta aparece como un individuo aislado. Pero eso es un error.

«[…] este individuo parecía conforme a la naturaleza y respondía a su concepción de la naturaleza humana, no se presentaba como un producto histórico, sino como puesto por la naturaleza. Toda época nueva ha compartido hasta ahora esta ilusión.»{6}

Así, dice Marx, lo economistas políticos clásicos se confunden por completo a la hora de hablar de la producción. Esta es causada por la conjunción de los diferentes ámbitos de la sociedad, los cuales tienen leyes y formas de funcionamiento distintos, pero que intervienen unos en otros. Así pues, aunque tomar la producción en general puede ser bueno, ya que pone de relieve el carácter común de la producción y evita repeticiones, las determinaciones de la producción general deben separarse «a fin de que no se pierda de vista la diferencia esencial en razón de la unidad, la cual se desprende ya del hecho de que el sujeto, la humanidad y el objeto, la naturaleza, son los mismos. En este sentido reside la sabiduría de los modernos economistas políticos que demuestran la eternidad y armonía de las condiciones sociales existentes»{7}. Para dar al análisis y la explicación un carácter científico, o lo que es lo mismo, correcto, es necesario para Marx hacer una distinción de los diferentes grados de la productividad que se pueden encontrar dentro de una misma sociedad y, además, en los diferentes períodos históricos. De este modo se evita caer en abstracciones erróneas e inútiles que no explican ningún grado histórico real de la producción.

Una vez aclarado este punto, Marx pasa a criticar el mal empleo por parte de los economistas políticos de conceptos como la producción, la distribución, el cambio y el consumo. La producción para los economistas políticos clásicos (como para muchos en la actualidad) es algo regido por leyes cuasinaturales generales. La distribución, sin embargo, es infravalorada al ser considerada como una simple contingencia social. Por su parte, el cambio pasa casi desapercibido y sólo es considerado como una forma intermedia entre los dos anteriores que se manifiesta como movimiento social. Finalmente, el consumo no es visto como objeto, sino simplemente como el fin de la producción. Pero esto para Marx es un mal análisis, pues estos factores están todos relacionados, aunque para él la producción prima sobre los demás, en la medida de que todos ellos hacen referencia a distintos momentos de la misma. En primer lugar, dice Marx, la producción es también inmediatamente consumo, un consumo que es doble, pues es objetivo por un lado y subjetivo por otro.

«El individuo que al producir desarrolla sus facultades, las gasta también, las consume en el acto mismo de la producción.»{8}

Producir significa también consumir los mismos medios utilizados para la producción, los medios de producción y la fuerza de producción. Por otro lado, el consumo también puede ser, y es, una forma de producción. Si la producción crea los objetos de consumo, el consumo, a su vez, crea nuevos sujetos y objetos de consumo (esto permite la recursividad del ciclo económico). Y estos sujetos de consumo, junto con sus necesidades históricas, tendrán unas características que determinarán qué tipo de mercancías se consumen, y, por tanto, qué tipo de mercancías se producen. La producción es, en definitiva, consumo, y el consumo es, a su vez, producción. Producción y consumo se implican, se codeterminan, mutuamente. Marx corrige de este modo la relación errónea entre consumo y producción que establecía la Economía política clásica, relación que es considerada, debido a que la sociedad es tomada como individuo, como una igualdad entre lo producido y lo consumido por la sociedad, en lugar de como un momento interno de la producción (fabricación). Pues, primeramente, el objeto no es considerado objeto hasta que no es considerado de este modo por el consumo, y, en segundo lugar, es el consumo el que permite la producción en tanto en cuanto es éste el que crea la necesidad de una nueva producción. Sin la producción no habría consumo, y sin consumo no habría producción. Además, la sociedad no es un sujeto, sino que es una multitud de ellos (que además están enclasados y la mayor parte de las veces en conflicto), ni tampoco consume de forma neta todo lo producido.

Si tenemos en cuenta que la relación entre la producción y lo producido tan pronto como éste último ha sido producido es una relación externa, aparece inmediatamente otra noción que va a hacer de entronque entre la producción y el consumo, la distribución. Así pues, Marx explicita la relación realmente existente entre la producción, consumo y la distribución. Los economistas políticos clásicos consideraban a ésta como dependiente de la producción. Según fuese la producción, así sería la distribución. Pero

«Imaginada de esta manera superficial, la distribución se presenta como distribución de los productos y como si estuviera más alejada de la producción y casi independiente de respecto de ella. […]. Aquí aparece de nuevo el absurdo de los economistas que consideran la producción como una verdad eterna, mientras relegan la historia al dominio de la distribución.»{9}

Como dice Javier Delgado Palomar, «en la esfera de la circulación, en el mercado, las mercancías no se venden solas, eso sería caer ya en el colmo del fetichismo, el empresario necesita un cuerpo de asalariados, que se encarguen de acelerar la circulación de las mercancías, éstos son los vendedores. Para el capitalista, tan importante como producir es vender y esto guarda estrecha relación con la magnitud tiempo»{10}. Pero es que, tenemos que añadir nosotros, la distribución, antes incluso de ser distribución de productos producidos, es distribución de los medios de producción, de la masa monetaria y es distribución de los miembros (enclasados: obreros, compradores, etc.) de la sociedad entre los diferentes géneros de producción. La distribución de los productos será por ello resultado de esta distribución primera, que muy lejos de ser independiente, está incluida en el proceso de producción y determina también la organización de la producción y del consumo de esta. De esta manera, y muy al contrario que los economistas políticos, Marx establece una relación de precedencia entre distribución y producción. Toda producción es precedida por la distribución en tanto en cuanto el hecho de la producción es consecuencia de que previamente se ha hecho una distribución que la permite. Pero, señala Marx, también hay que tener otra cosa en cuenta: aunque la distribución determine en un principio la producción, el modo de producción, la distribución misma es a su vez consecuencia de la producción, por el hecho incuestionable de que sin producción no hay distribución (y sin estas dos no hay consumo). El modo de producción aparece entonces como decisivo a la hora de la distribución, previa y posterior. Aunque ésta sea una condición previa de la producción, es ella misma un producto de la producción, y no sólo de la producción histórica en general, sino de una producción histórica determinada.

Por último, Marx atiende a la relación existente entre el cambio y la circulación. Desde la postura de Marx, la circulación será un momento determinado del cambio o el cambio considerado en su totalidad. En la Economía política clásica el cambio es algo independiente respecto a la producción, indiferente a ella incluso; en ella el producto es simple e inmediatamente para el consumo (de ahí vendría también, según nuestro análisis, esta tendencia de nuestros días a hipostasiar el consumo y considerarlo el motor de la economía y a hipostasiar el mercado económico como si fuese algo independiente del Estado o los Estados de referencia). Sin embargo, para Marx, el cambio también se relaciona con la producción en tanto que sin producción no habría cambio. Como es lógico, si no hay nada que cambiar, el cambio y consumo es imposible. Una evidencia que estos economistas pasan por alto. Queda claro entonces que el cambio, que tiene como objetivo destinar los objetos producidos al consumo, es un elemento mediador entre la producción y la distribución y entre la producción y el consumo. Así, en la medida en que el consumo y la distribución se relacionan con la producción, también el cambio lo hace.

Todas estas relaciones nos llevan a que estos factores del proceso productivo no tienen una relación de identidad (sintética) que los hace indistinguibles, los confunde, como ocurría en la Economía política clásica, sino que todos son elementos diferenciados aunque no independientes, disociados pero no separados, pues todos ellos forman el conjunto dialéctico del proceso de producción, del ciclo económico.

«El resultado al que llegamos no es que la producción, la distribución, el cambio, el consumo, son idénticos, sino que todos ellos son miembros de una totalidad, diferencias en una unidad.»{11}

La producción sería finalmente para Marx tanto sí misma como el resto de los momentos que la componen. Comenzando el proceso una y otra vez a partir de ella.

III. Una vez hecha esta crítica demoledora de la Economía clásica, y tras haber establecido las bases conceptuales sobre las que hacer un análisis correcto, Marx pasa a considerar cuál es el método a seguir. Éste no va a ser otro que el propio del materialismo histórico. Comienza realizando de nuevo una crítica al empleo de categorías muy generales, una crítica que puede entenderse dirigida a David Ricardo. Así, reconoce que a la hora de realizar un estudio de un país y su economía es muy útil empezar por la población, pero Marx advierte que esto no sirve de nada y lo complica todo si el estudio se queda en la población en general, es decir, sin distinguir las diferentes clases que componen dicha población –no sirve de nada hacerlo desde una concepción lisológica de la población, en vez de morfológica (estructurada en clases), diríamos nosotros–. Esta es precisamente para Marx la causa de la inutilidad de la Economía política clásica en este asunto: se queda en la generalidad abstracta, desarrollando análisis inaplicables precisamente por su carácter tan general. Si comienzo por la población en general, dice Marx, lo único que consigo es una representación caótica del todo. Sin embargo, con una clasificación más concreta se llega a unos conceptos más simples y fáciles tanto de manejar como de aplicar. Y desde ahí sí que podría comenzar a ascender desde lo concreto a las abstracciones más sutiles, llegando después de nuevo a las determinaciones más concretas. Una vez en este punto el camino puede retomarse a la inversa, pero la diferencia está en que ahora encuentro toda una variedad de determinaciones, conceptos y relaciones concretas y fáciles de aplicar en un estudio científico. Si ahora trato las generalidades más abstractas no tendré un caos, pues tendré todo lo que cae bajo esa generalidad correctamente diferenciado (podríamos decir, contaría con conceptos claros y distintos). ¿Cómo conseguir esto último? Esto se consigue, afirma Marx, buscando en la historia, atendiendo a los procesos materiales históricos. Tenemos que buscar en la historia cómo se han ido formando a lo largo del tiempo las diferentes formas complejas de la sociedad y entenderlas a partir de ese desarrollo histórico. Y esto es lo que un economista político debe hacer cuando estudie los procesos económicos de un país o una sociedad.

De entre los elementos en los que un economista debería centrarse, Marx destaca el trabajo; gracias a que éste ha existido a lo largo de la historia, es uno de los mejores elementos que un economista político puede emplear a la hora de hacer un estudio. Además, es una forma de relación social bastante concreta desde la cual se puede comenzar a hablar de otras más complejas como son el capital, el salario, la renta, etc:

«La división debe ser hecha, desde luego, de manera que se desarrollen, en primer lugar, las determinaciones generales abstractas, que pertenecen más o menos a todas las formas de sociedad, pero en el sentido expuesto anteriormente. En segundo lugar, las categorías que constituyen la organización interior de la sociedad burguesa, y sobre las que reposan las clases fundamentales: Capital. Trabajo asalariado. Propiedad de la tierra. Sus relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. El cambio entre estas. Circulación. Crédito (privado). En tercer lugar, la sociedad burguesa comprendida bajo la forma de Estado. El Estado en sí. Las clases «improductivas». Impuestos. Deudas de Estado. El crédito público. La población. Las colonias. Emigración. En cuarto lugar, relaciones internacionales de producción. División internacional del trabajo. Cambio internacional. Explotación e importación. Curso del cambio. En quinto lugar, el mercado mundial y las crisis.»{12}

Está claro que el sistema de Marx gira en torno a la historia y la multitud de resultados a los que esta llega. Es necesario conocer la historia, sus procesos materiales reales, para conocer las formas sociales presentes y para reconocernos nosotros mismos como pertenecientes a dichas formas sociales, como «productos» y «productores» de las mismas. Si no se hace esto, no se podrá hacer el más mínimo análisis económico de forma correcta.

3. A modo de conclusión

I. Como se puede desprender de lo dicho al principio, y teniendo muy en cuenta lo esencial que es para nuestras posturas la caída de la Unión Soviética y su capitalismo de Estado, así como la vuelta del revés de Marx, nosotros no podemos estar de acuerdo con muchos de los elementos del sistema de Marx como la plusvalía o algunos de sus presupuestos filosóficos (como los relacionadas con el fin de la historia (más bien, de la prehistoria), sobre la relación yuxtapuesta entre estructura y superestructura, las leyes históricas, las tesis relativas al Estado, etc.). Marx no tiene en cuenta que es con la aparición del Estado cuando se produce la apropiación de la capa basal del mismo –con lo que el ejército y la capa cortical en su conjunto cobra una importancia muy considerable para el inicio y sostenimiento de la economía del Estado, y viceversa– y que es entonces cuando la gestión, planificación y redistribución de las riquezas del mismo, así como el intercambio con otros Estados y la lucha de clases, se puede dar. Es decir, aunque ciertamente lo que llamamos economía no se reduzca al Estado en todos sus aspectos, a su vez, afirmamos tajantemente, y según lo dicho, que sin el Estado no hay economía propiamente, no hay mercados, no hay fronteras, no hay monedas, no hay compañías ni empresas multinacionales, no hay leyes ni infraestructuras que permitan la producción, distribución, intercambio y consumo de mercancías, no hay oferta ni demanda, ni deuda pública o privada, no hay capitalismo ni socialismo, no hay propiedad privada o pública, no hay clases sociales, ni hay, por tanto, lucha de clases. En definitiva, que si no se introduce al Estado en el cuadro de la economía, no es posible explicar nada, es una conditio sine qua non.

Esta estrecha relación entre Estado y economía, por retroceder a ejemplos anteriores, sí parecían tenerla bastante clara analistas del siglo XVII como el médico inglés William Petty (1623-1687), que en las décadas finales del XVII, para mayor prosperidad económica y por tanto política de la Revolución inglesa, tratará de sistematizar en el estudio de los asuntos económicos, sobre todo los relacionados con la demografía, el empleo de las matemáticas, desarrollando lo que significativamente llamó «Aritmética política» –otros como los españoles Argumosa, Aguirre o Arriquibar hablarán después de «cálculo político»–. Lo mismo podemos ver por ejemplo en Miguel Álvarez Osorio, que, sin usar esa expresión y seguramente sin conocer al médico inglés, llega también a la conclusión en su Extensión Política y Económica(1686) de que la resolución de los problemas económicos deben apoyarse en y sistematizarse desde planteamientos matemáticos para ayudar a su clarificación y resolución, lo que permitirá un fortalecimiento del Estado. Así, en varios de sus trabajos, que dirige a Carlos II, apela a y hace uso de las matemáticas con este fin. Este es un asunto importante, por ello en el siglo posterior, Campomanes, que sí emplea la expresión Aritmética política, mandará reimprimir los trabajos de Álvarez Osorio (tales como el Discurso universal de 1686 o el Zelador General de 1687, además del ya citado y otros discursos) junto a sus propios Discursos, en los que Campomanes trata de la necesidad del conocimiento de la Ciencia Económica para el buen gobierno; economía y política no se separan para estos autores, por ello Gregorio Mayáns podrá exclamar que «el comercio es la sangre del Estado», y defender que son las fábricas y manufacturas lo que hacen florecer la Monarquía. Política y Ciencia Económica van de la mano para ellos.

(Por otra parte es un recurso este, el de la Ciencia Económica, que, junto a la pretensión de hacer una Ciencia Política –como apoyaba en el XVII por ejemplo Álamos de Barrientos y hoy algunos ilustres profesores universitarios de esta disciplina, muchos de ellos metidos a políticos, cuando no a tristes aunque efectivos sofistas– supone una actitud crítica con el gobierno realizado; crítica normalmente apoyada en un fundamentalismo científico, pues, según esto, si hay mal gobierno y una economía marcha mal es porque los gobernantes no siguen lo que la Ciencia Económica y la Ciencia Política dictan.)

II. Pues bien, una vez señalado esto, creemos que a pesar de algunas de nuestras diferencias con los planteamientos de Marx, la crítica que hemos visto del alemán a la Economía política clásica y a sus presupuestos –algunos de los cuales, como hemos señalado, también podemos ver en el consumicionismo y por eso la traemos a colación– es totalmente demoledora; y sí que creemos también y sobre todo que este análisis hecho por el alemán no puede pasar desapercibido por los políticos y economistas actuales que hayan caído en estos errores, ni tampoco por «los economistas de a pie» o los «preferidores racionales» de nuestras sociedades desarrolladas. Tan sólo tener en cuenta el análisis de Marx, aunque desde otros planteamientos puedan criticarse, rechazarse y/o rectificarse, lleva ya a darse cuenta de que plantear que es el consumo –o cualquiera de los otros factores– el motor económico, y que para reactivar la aceleración del ciclo económico lo que hay que hacer es sencillamente consumir y/o fomentar el consumo, bien aumentando el gasto público o la inversión, bien aumentando o bajando los salarios, bajando los precios, etc., es una simplificación y un reduccionismo que no se puede admitir –un fomento del consumo este que, por otra parte, debe realizar el Estado, con lo que, cuando los defensores del mercado autorregulado{13} hacen este tipo de reclamaciones, están reconociendo, quizá sin darse cuenta, que la economía es imposible al margen del Estado, puesto que es él el que debe implementar tal o cual medida o tal o cual programa económico, por mucho que éste sea propuesto por un anarcoliberal o por un izquierdista indefinido–.

De modo que sí, el consumo es importantísimo para el ciclo económico, sin consumo no hay recursividad de los ciclos; pero de igual modo lo es la producción (fabricación), sin duda alguna. Y en ningún momento podemos olvidar tampoco la importancia de la distribución ni del propio intercambio –pues sería el entrelazamiento dialéctico y recursivo de estos cuatro factores lo que daría lugar al núcleo de una economía, como indicábamos antes recurriendo a la teoría de la esencia del materialismo filosófico–. No podemos olvidar tampoco la influencia del desarrollo tecnológico en los procesos económicos ni la influencia de estos a su vez en el propio desarrollo tecnológico, no podemos olvidar la codeterminación entre los planes y programas del Estado y el papel de su economía para desarrollarlos y para planearlos, no podemos olvidar la lucha por los recursos y materias primas de los Estados y empresas multinacionales –la geopolítica es también geoeconomía, y viceversa–, no podemos olvidar las luchas de clases, no podemos olvidar que la gran masa de parados españoles no sólo compite entre sí por un puesto de trabajo, sino que compite sobre todo, por ejemplo, con el proletariado chino, indio etc., etc. En definitiva, factores como la producción, el puntal del ciclo económico para Marx{14}, así como el cambio y la distribución son tan esenciales para la continuidad y reproducción del ciclo económico como es el consumo, y unos no son posibles sin los otros, pues unos implican a los otros, se codeterminan mutua y continuamente.

III. Pero además, insistimos, el campo económico también está atravesado por factores políticos, históricos, sociológicos, ideológicos, etc., que no son ajenos a la actividad económica e influyen en el ciclo, y a los cuales el ciclo afecta a su vez. Factores que dan una riqueza y complejidad tal a la actividad económica que haría inadecuado reducir su estudio a una única «ciencia». La dialéctica interna de todos estos factores es sistémica, por eso la Economía política, a pesar de no ser una ciencia categorial en sentido estricto, es una disciplina complejísima y de gran importancia para nuestras sociedades avanzadas. Por eso también las políticas económicas de un Estado son algo extremadamente importante y, si están mal hechas o se deja su gestión a otros, tan peligrosas para la eutaxia del mismo.

De modo que, en esta «circunstancia» de crisis ¿el consumo nos salvará de esta crisis? No, no nos salvará, al menos a no ser que el resto de «circunstancias económicas» sean también salvadas. ¿Qué nos salvará entonces? Para eso nosotros no tenemos respuesta, quizá nadie la tenga, quizá incluso ni exista. Pero sí es seguro que el consumicionismo no lo hará, y sí es seguro no tener en cuenta todas estas cuestiones que hemos señalado, tanto para un ciudadano cualquiera, por ejemplo cuando ve un debate televisivo sobre economía, como para un economista o para un político{15}, es muestra, sin duda, de una indolencia en el análisis y en el entendimiento de la función y el funcionamiento de toda economía que nosotros no podemos más que rechazar.

4. Bibliografía:

- Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Comunicación, Serie B, Madrid, 1970.

- Carlos Marx, El Capital, crítica de la economía política, Siglo XXI, Obra completa en 8 volúmenes, 2008-2009.

- Erick Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Crítica, Barcelona, 2003.

- Gabriel Pedro Albiac López,«Karl Marx, la crítica y las armas», en Los filósofos y sus filosofías, Bermudo Ávila (coord.), Vicens Vives, 1983, Vol. 3.

- Grupo Promacos, «¿Quién recoge los «brotes verdes»?: El supuesto fin de la crisis en España», El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 152 (octubre 2014), p. 8.

- Gustavo Bueno, «Corrupción y Crisis», en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 132, (febrero 2013), p. 2.

- Gustavo Bueno, «El derecho natural al «puesto de trabajo» en la época de los millones de parados», en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 152 (octubre 2014), p. 2.

- Gustavo Bueno, «La idea de sociedad civil», en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 145 (marzo 2014), p. 2.

- Gustavo Bueno, «La idea fuerza del “contracapitalismo”», en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 151 (septiembre 2014), p. 2.

- Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1972.

- Javier Delgado Palomar «La Economía como disciplina científica» en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 13 (marzo 2003), p. 13.

- Javier Delgado Palomar, «Desaceleración y crisis económica», en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 3 (mayo 2002), p. 9.

- Jesús Huerta Soto, Dinero, Créditos Bancarios y Ciclos Económicos, Unión Editorial, 2009.

- Juan Carlos García-Bermejo (Ed.), Sobre la Economía y sus métodos, Editorial Trotta, CSIC, Madrid, 2012.

- Luis Enrique Alonso, «Las políticas de consumo: transformaciones en el proceso de trabajo y fragmentación de los estilos de vida», en RES, nº 4 (2002), pp. 7-50.

- Luis Perdices Blas, «El florecimiento de la economía aplicada en España, arbitristas y proyectistas (Siglos XVI, XVII Y XVIII)», en Documentos de trabajo de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Nº 4, 1992, 59 p.

- Nicos Poulantzas,«K. Marx y F. Engels», en La filosofía y la historia, Francisco Chatelet (Coord.), Cap. XI, Espasa-Calpe, Madrid, 1976, Tomo III.

Notas

{1} Además de esta obra de Bueno, disponible en edición digital en: http://www.fgbueno.es/gbm/gb72cep.htm, para comprender el estatuto científico de la economía desde la TCC es muy recomendable el artículo de Javier Delgado Palomar «La Economía como disciplina científica» en esta revista, nº 13 (marzo 2003), p. 13. El lector puede también consultar para atender a la terminología empleada en el artículo el Diccionario de Filosofía de Pelayo García Sierra, en concreto la parte gnoseológica. Hablamos de un cierre precario puesto que, desde la teoría del cierre categorial, consideramos que el campo económico está establecido en un plano b-operatorio, aunque se pretende rebasarlo a menudo, que se estructura diaméricamente a partir de las relaciones circulares entre los hombres (o módulos), establecidas a través de los intercambios (operaciones) de mercancías o bienes (términos); intercambios de mercancías y relaciones que dan lugar de nuevo a bienes o mercancías, realimentando así el proceso (el «cierre» se establecería así en torno a las relaciones de los ejes circular y radial).

{2} Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1972, p. 60. También es muy recomendable al respecto del tiempo en economía el artículo de Javier Delgado Palomar también en esta misma revista, nº 3 (mayo 2002), p. 9, «Desaceleración y crisis económica».

{3} Gustavo Bueno, Ibíd., p. 111-12.

{4} Debemos recordar, por otra parte, que también Marx concebirá el mercado en cuanto espacio de intercambio de bienes como un espacio de libertad económica e igualdad jurídica. O, por decirlo de otra forma, para Marx el problema del mercado capitalista no está en lo que sucede en el mismo mercado, en el intercambio de mercancías (M) a través del dinero (D), es decir, en el esquema del intercambio, M­­1_D_M2, pues ahí sendas mercancías, en tanto en cuanto bienes, igualan su valor (de uso) a través de la mediación del dinero. Sino que el problema estaría en el esquema de la acumulación de mercancías del capitalismo, en el momento del intercambio de cantidades de dinero cualitativamente iguales pero cuantitativamente diferentes a través o mediadas por las mercancías, D1_M_DD2. Aquí, en este «salto» entre lo cualitativo y cuantitativo –nociones estas que así empleadas explican poco, a nuestro juicio– se ha roto la simetría que veíamos en el anterior caso, ya que en este segundo caso, según Marx, entre D1 y D2 ha mediado la plusvalía, el trabajo socialmente necesario, aumentando el beneficio (DD2) en el proceso de fabricación por explotación de la fuerza de trabajo del proletariado (que es un valor de uso para empresario que la compra). Una noción esta, la plusvalía, a nuestro juicio también errónea, ya que supone la posibilidad de hablar del valor económico de los bienes al margen del mercado (ya que la plusvalía se daría ya en el proceso de producción, en la fábrica, por la explotación del trabajador, por el excedente bruto de explotación). Pudiendo tener ese incremento de valor (de cambio) otras muchas causas, como por ejemplo el aumento en el propio mercado de la demanda, lo que permite al fabricante encarecer el producto, o al contrario, por la limitación de la oferta (por ejemplo con los productos exclusivos o las series limitadas de los mismos), etc.

{5} Javier Delgado Palomar «La Economía como disciplina científica» en El Catoblepas, nº 13 (marzo 2003), p. 13.

{6} Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Comunicación, Serie B, Madrid, 1970, p. 248.

{7} Ibíd., p. 250.

{8} Ibíd., p. 256.

{9} Ibíd., p. 263 y 264.

{10} Javier Delgado Palomar, «Desaceleración y crisis económica», en El Catoblepas, nº 3 (mayo 2002), p. 9.

{11} Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Comunicación, Serie B, Madrid, 1970, p. 267.

{12} Ibíd., p. 279.

{13} Una concepción de los procesos económicos esta por otra parte de larga tradición, pues puede verse ya como mínimo en los siglos XVI-XVII. Un buen ejemplo de esto que decimos, y que muestra cómo está ejercida entre el siglo XVI y el XVII en España una concepción mecanicista del mundo, podemos encontrarlo en Martín González de Cellorigo, el cual en su Memorial de la política necesaria y útil restauración de la república de España (Valladolid, 1600, fol. 1), defiende la existencia de una verdadera ley natural que rige los procesos económicos. Una ley establecida por Dios como un principio de orden pero que, una vez dado, abandona a su autonomía, aunque dicha autonomía no significa un tratamiento libre y moral de los hombres, sino un encadenamiento necesario de los hechos. También podríamos citar, por poner otros ejemplos, a Martín de Azpilicueta, que en 1556, en su Comentario resolutorio de cambios, formulará su ley cuantitativista de la moneda señalando la relación constante y cuantificable entre la masa monetaria y el precio de las mercancías, así como Saravia de la Calle o también a Sancho de Moncada, que algunos consideran el más perfecto formulador del mercantilismo en España, cuando hace referencia a una «causa natural que mueve los fenómenos de la economía y que viene a ser la ley de la oferta y la demanda». (Restauración política de España, Madrid, 1619, pp. 148 y ss. (ed. de Madrid, 1746).

{14} Por nuestra parte, rechazamos también, por las mismas razones expuestas, definiciones de la economía que ponen el núcleo de la categoricidad o la recursividad de la misma en la producción, ya que, además, hay producciones que no son económicas. Es decir, la idea de producción es una idea que desborda continuamente el campo económico. Y esto sin perjuicio de que la producción en cuanto fabricación históricamente institucionalizada (siempre de algo corporal, pues si no, no se podría intercambiar) juegue un papel nuclear dentro de la categoría económica. Por la misma razón tendremos que rechazar la fundamentación reduccionista de la economía en la «conducta inteligente» en la que se seleccionan medios con arreglo a un fin (como hacen economistas como Robbins, Huerta Soto o Mises), pues, sin negar el papel esencial de los individuos y de sus operaciones en el campo económico, cualquier proceso de producción y de posterior intercambio de bienes, efímeros y a veces inconmensurables entre sí, a través del dinero –que jugaría un papel de variable–, anega por encima de su voluntad a los individuos, que siempre se darán enclasados, y a los bienes en los procesos productivos y en los mercados. Situaciones en las cuales dicha «conducta inteligente» a efectos objetivos tiene poco que hacer si no es dependiendo de y respecto a otras muchas «conductas inteligentes». El individualismo metodológico en definitiva no nos sirve para un análisis económico, es infructuoso. Por ello rechazamos teorías del valor económico como el marginalismo, que, huyendo del marxismo, hace depender el valor de los bienes en base a la necesidad última que permiten satisfacer, dejando de lado multitud de elementos que hemos señalado como cruciales y que, por otra parte, termina reduciendo el valor a valoraciones subjetivas, aunque con la noción de precio se pretenda recurrir a algún elemento objetivo. Pero incluso concediendo eso, no se puede explicar bien cómo aparecería el precio de los productos a partir de esas conductas subjetivas valorativas respecto a las necesidades (¿subjetivas, objetivas, históricas…?) últimas a «satisfacer».

{15} Un conocimiento de algunos rudimentos económicos, aunque sea en dos míseras tardes, puede evitar a un político llevar al desastre a un país, o a no hacer el ridículo en una rueda de presa en la que se pone en evidencia la ignorancia de lo que se trata, por ejemplo, o también a entender que todo problema económico es un problema político pero no todo problema político es un problema económico.

 

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