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El Catoblepas, número 153, noviembre 2014
  El Catoblepasnúmero 153 • noviembre 2014 • página 1
Artículos

A propósito de la locura en el Quijote y otras locuras que en ella aparecen

Marcelino Javier Suárez Ardura

Donde se interpreta la locura de Alonso Quijano a partir de la distinción del filósofo Gustavo Bueno entre locura subjetual y locura objetual («Filosofía y Locura» en El Catoblepas. Nº 15., pág. 2. Mayo, 2003).

Quijote y locura

Se realizan en este texto una serie de consideraciones sobre la idea de locura en el Quijote. La locura recorre la obra de Cervantes insistentemente, y de manera destacada en el Quijote cuyo principal personaje sobresale como un loco discreto. Proponemos una lectura del Quijote interpretando la locura de Alonso Quijano a partir de la distinción del filósofo Gustavo Bueno entre locura subjetual y locura objetual («Filosofía y Locura» en El Catoblepas. Nº 15., pág. 2. Mayo, 2003). Esta distinción permite recorrer el Quijote y sugerir la interpretación de algunos de sus pasajes, así como otras obras, en términos de locura subjetiva y objetiva.

Se entiende, de alguna manera, que el ejercicio de la crítica llevada a cabo por Cervantes a través de la distinción entre locura subjetual y locura objetual nos pondría ante un autor que miraría más allá del horizonte de la crítica literal a los libros de caballerías.

1. Alonso Quijano pierde el juicio

Alonso Quijano, lector empedernido de libros de caballerías, olvidó incluso sus aficiones más queridas y aun la administración de su hacienda, llegando a vender tierras de labor para comparar libros fantásticos y mentirosos. Iniciaba su vida, desde ese momento, un discurso singular. Y, en resolución, perdía el pobre caballero el juicio:

«se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio.»{1}

Así, con estas palabras, nos introduce Cervantes en la locura de don Quijote. Hay que notar que en este primer capítulo de la primera parte aparece una sola vez el término «loco» y no para referirse directamente a don Quijote, sino para indicar que su mal, el mal de Alonso Quijano, era único porque jamás su extraño pensamiento había sido elucubrado por loco alguno:

«que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su obra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban.»{2}

La locura aparece, pues, en don Quijote como una pérdida de juicio y tiene como referencia más inmediata el extraño pensamiento al que acabamos de hacer mención: la conversión del héroe en caballero andante. Pero el término «loco» no agotará las operaciones de don Quijote y ni siquiera se reducirá sólo a nuestro hidalgo; otros términos dibujan la constelación semántica que habrá de caracterizar al mismo. Don Quijote es desde luego un loco, pero no cabe reducir su mal a una psiquiátrica locura producto de un cerebro seco, porque también otros epítetos se incardinarán en la pintura del hidalgo manchego. Será loco, pero porque tendrá la mente cogida, capturada, es decir, será un mentecato y también un tonto. Igualmente Sancho será llamado tonto y mentecato.

No debemos olvidar, sin embargo, que don Quijote se nos muestra con frecuencia como un hombre discreto o como un loco con momentos de cordura al que sus razones borrarán sus hechos. La locura de don Quijote no es, pues, una locura absoluta. No descuidemos la circunstancia según la cual don Diego de Miranda, Caballero del Verde Gabán, uno de los personajes más discretos de toda la obra, asegura que, aunque le ha «visto hacer cosas del mayor loco del mundo» también le vio hablar tan discretamente que borraban y deshacían sus hechos las razones que daba: don Quijote es un loco discreto. Y el hijo de don Diego, don Lorenzo, afirmará ante su propio padre que «él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos.»{3}

No hacía falta escuchar a don Diego ni a su hijo don Lorenzo. El lector quedará sorprendido no por la locura de don Quijote ni por su discreción sino por el entreveramiento de locura y lucidez. Si la singular aventura de los molinos es una prueba palpable de locura, el discurso de las armas y las letras es un ejemplo de discreción, refinamiento y buen juicio. En suma, la tontería, la necedad, la mentecatez, la locura, pero también la discreción, la lucidez y la cordura son notas constitutivas de don Quijote.

Es más difícil ver esta genial conjugación en el personaje creado por Alonso Fernández de Avellaneda. El Quijote del Aragonés es un tonto absoluto. La diferencia con el verdadero Alonso Quijano está en la ausencia de conjugación entre locura y cordura; de ahí ese personaje tan plano, convertido en una marioneta de Álvaro Tarfe; y de ahí mismo ese Sancho zampón. Cervantes vio esto con la claridad de un perito consumado en el manejo de la pluma no solo con resolución sino con virtuosismo. Fernando García Salinero llega a decir que son un Quijote abstracto y abstraído y un Sancho rudo, pornográfico y glotón{4}. Y esta falta de entreveramiento cabría generalizarla a la obra completa y a su forma de componerla llegando incluso las novelas intercaladas a ser verdaderas interpolaciones como resultado del plagio a Cervantes.

2. La locura de Alonso Quijano

Cervantes no dejará ni un momento de mostrar la trama de la locura en el Quijote: 111 veces dirá «loco» y 79 «locura»; «cuerdo» aparece 27 veces, «discreto» 77 y «discreción» 56; 24 veces aparecerá el término «mentecato» y 26 el término «tonto». Si tenemos en cuenta otras formas como «buen juicio» o su contraria, caeremos en la cuenta de que casi no habrá pasaje o episodio en el que el lector no esté comparando las locuras y corduras de Alonso Quijano u otros personajes. Las locuras (así en plural) se darán a través de las corduras (también en plural). El entreveramiento es también terminológico, es decir, sintáctico. Acaso las locuras que denunciaría Gracián en el El Criticón estaban recogiendo este legado cervantino.

Covarrubias diferenciaría entre bobo, loco y tonto y señalará al loco atreguado como aquel «que tiene distintos intervalos, haciendo treguas con él la locura»{5}. El discreto, también en Covarrubias{6}, será el que discierne o distingue una cosa de otra y hace juicio de ellas; es el discreto, pues, hombre cuerdo y de buen seso, al contrario del mentecato, que es el falto de juicio{7}, y del tonto, simple y sin entendimiento.{8}

Ahora bien, no debemos perder de vista el hecho según el cual la pérdida de juicio de Alonso Quijano nos viene referida con relación al propósito, que nace en él como un pensamiento extraño. La locura aparece, entonces, como el programa mismo de irse por el mundo con sus armas a buscar aventuras y ejercitarse en todo aquello que hacían los caballeros andantes de las historias de caballerías. Lo chocante es que en el tiempo de don Quijote ni hay caballeros andantes ni el mundo está hecho a su medida. En realidad, las intenciones de don Quijote no guardan equilibrio con la sociedad de referencia{9}. Es decir, el sistema en su totalidad no asimilará el programa de don Quijote ni las operaciones para llevarlo a cabo. Esto lo sabe el narrador y por ello afirma que vino a dar en un pensamiento extraño. Y, más tarde, a la manera de una reducción al absurdo, hará que lo venza un licenciado disfrazado de caballero. Será entonces cuando recobre la cordura.

Pero todo ello, porque no puede ser asimilada esa situación de desequilibrio que constituye el programa de Alonso Quijano. La prueba de que la locura de don Quijote supone una situación de desequilibrio inasimilable por el sistema de referencia queda demostrada en el pasaje de la liberación de los galeotes pero también en su entrada en Barcelona o ante el conocimiento de la verdadera vida militar. A largo de toda la obra, la tensión entre desequilibrio y asimilación nos conduce unas veces al humor y otras a la ironía, pero también a situaciones sin salida que con frecuencia finalizan con la furia del genial loco. La locura es, pues, una situación extraña de despegamiento de los demás, como diría Covarrubias. De ahí que sus vecinos, el cura, el barbero, Sansón Carrasco o el mismo Sancho quieran buscar de nuevo la asimilación del héroe, el equilibrio, es decir, volverlo a la comunicación de los demás.{10}

3. Del Quijote y otros locos y locuras

Cervantes no se conforma con caracterizar exclusivamente a Alonso Quijano como un loco que se hace llamar don Quijote. También El Licenciado Vidriera relata el caso de un loco que tras tomar un bebedizo mostraba tener turbados los sentidos y enfermo el entendimiento. Tomás Rodaja quedará sano y loco, de la más extraña locura –dirá el narrador– :

«Imaginose el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se allegaba a él, daba terribles voces, pidiendo y suplicando palabras y razones concertadas que no se le acercasen porque le quebrarían.»{11} (Vidriera 23).

En el Quijote mismo, aparecerá más de un caso de locura y de locos contradistinto al de Alonso Quijano. En el prólogo a la segunda parte del Quijote, nos ofrece Cervantes el cuento del loco sevillano –a propósito del apócrifo de Avellaneda– que se dedicaba a hinchar perros con un canuto. E, igualmente, el del loco cordobés que traía un pedazo de mármol sobre la cabeza para azotar, así mismo, a los perros. No olvidemos la locura de amor de Cardenio. En el primer capítulo de la segunda parte, será el barbero quien narre el cuento de otro loco sevillano.

Más problemático sería considerar un loco al protagonista de El curioso impertinente, pero lo cierto es que Anselmo –oiremos leer en la venta– casi llegó a terminar de perder el juicio y la vida. En todo caso, la enajenación que le embarga tras descubrir el secreto de Camila y Lotario le llevará a la muerte –la extraña muerte– y dirá poco antes de morir «un necio e impertinente deseo me quitó la vida.»{12}

Hay, pues, varios casos de locura y no solo en el Quijote pues El Licenciado Vidriera, como sabemos, corresponde a las llamadas Novelas Ejemplares. El caso de don Quijote no es, por tanto, un caso aislado en Cervantes. Decididamente, Cervantes aborda el tratamiento de la locura, pero lo hace ejerciendo dos tipos contradistintos de la misma.

4. Locura subjetiva y locura objetiva{13}

Es posible analizar estos casos, incluido el del hidalgo manchego, en virtud de dos clases de locura. Ambas suponen una situación de desequilibrio. Pero en una estaríamos ante un desequilibrio o anomalía objetiva u objetual y en otra estaríamos ante una forma de desequilibrio subjetual (individual o grupal). Hablaríamos entonces de locura objetiva como distinta de la locura subjetiva o subjetual. Parece claro que la serie de los locos andaluces de la segunda parte del Quijote, dos locos sevillanos y un loco cordobés, puede acogerse a la clase de la locura subjetual. Se trata de sujetos corpóreos humanos que, en el sentido de Covarrubias, pierden la comunicación con los demás, es decir, no son asimilados por su entorno dentro del sistema de referencia. La locura en estos casos, como se puede comprobar, afecta al individuo, alterando su conducta: uno se dedica a hinchar perros con un canuto y otro los mata con una losa de mármol. Las acciones que se derivan de estas conductas son acciones vulgares en toda regla.

El caso del licenciado Vidriera se ajusta igualmente a la forma de la locura subjetual. Son subjetuales, como describe Cervantes, sus conductas orientadas a proteger su cuerpo que cree de cristal. El mismo Cervantes nos dice que estaba sano pero loco. La locura de Tomás Rodaja no es asimilada por el sistema, aunque lo parezca, como lo demuestra el hecho de que sea seguido por unos muchachos que le reconocen como loco; en realidad no es asimilado sino que se le sigue la corriente. Ahora bien, el licenciado Vidriera acaba liberándose de su enfermedad, o dicho de otra manera, se restablece y es asimilado por el sistema. Sin embargo, tras la curación, la situación es distinta. Vemos que Tomás Rodaja se dirige a la Corte y en ella, pese a su curación, le siguen los muchachos y hasta «doscientas personas de todas suertes»{14}. Parece como si los envolventes circulares que habían enclaustrado al licenciado cuando sufría su locura no hubieran desaparecido al desaparecer la enfermedad. Acaso se trata de una objetivación de estos envolventes, pero aquí ya no estaríamos ante la locura subjetual sino ante la locura objetiva. Se trataría de una locura circular que rotaría sobre sí misma. En cierta manera, se correspondería con la locura objetiva característica de las masas urbanas contemporáneas.

Esta interpretación del episodio final de la vida de Tomás Rodaja como locura objetiva nos permite entender la locura que atañe al relato del curioso impertinente. Difícilmente podemos acoger bajo el concepto de locura subjetiva los planes que diseña Anselmo para poner a prueba la castidad y discreción de su mujer Camila. El curioso impertinente, consiguientemente, responde mejor a las características de los secretos personales{15}. Y el contexto, en efecto, es un contexto circular que en su mínima expresión involucra a la terna formada por Lotario, Camila y Anselmo y en el límite acaba incluyendo a toda la ciudad. Los planes de Anselmo comprometen a su íntimo amigo Lotario e involucran a Camila. Todos los dispositivos que se van creando entre los dos están orientados a probar la fidelidad de su mujer, pero, ante la resistencia de ésta a caer en el cepo que le han preparado, se urden más y nuevos mecanismos, hasta que Camila queda entrampada arrastrando consigo al mismo Anselmo. En realidad, es el propio Anselmo quien queda enmarañado en la tela que había tejido. A partir de este momento es difícil no reconocer que lo que comenzó como una simple «prueba» se transformó en una locura objetual –irracional– engranada en un contexto circular.

No solo desde nuestra perspectiva etic, desde la que representamos el caso del curioso impertinente como locura objetiva, sino desde el punto de vista de Cervantes, quien ejerce el concepto, cabe reconocer esta situación como tal. La propia expresión del título, El curioso impertinente, sugiere la situación de desequilibrio inasimilable. Pues, en efecto, impertinencia nos remite al verbo «pertineo» (pertinere) que en español hacia 1140 aparece como «pertenecer»; impertinencia atañe entonces a aquello que no pertenece al conjunto o totalidad de referencia. Aquello que no se incluye porque no pertenece es lo inasimilable. El dispositivo creado por Anselmo no fue asimilado por el sistema al cual pertenecían Anselmo, Lotario y Camila, y condujo a su propia destrucción. Pero lo más interesante es que el dispositivo del curioso impertinente, constitutivo de una locura objetiva, en cuanto comienza a funcionar por sí mismo (finis operis) puede arrastrar a sus propios operarios a situaciones de demencia, es decir, de locura subjetual. De ahí que se lea en el capítulo XXXV de la primera parte del Quijote que, «casi llegó a terminar Anselmo, no solo de perder el juicio, sino de acabar la vida»{16}. No solo la locura subjetual puede ser destruida por el sistema de referencia sino que también la locura objetiva puede acabar destruyendo a los sujetos envueltos en ella misma. A nuestro juicio, este es el caso de Anselmo el protagonista de El curioso impertinente.

5. Consideraciones sobre El curioso impertinente como novela intercalada

Por nuestra parte, esto nos invita a realizar una serie de consideraciones a propósito de la pertinencia o impertinencia de El curioso impertinente en el Quijote. Generalmente se ha interpretado este relato como una novela interpolada o intercalada en el curso de la historia de don Quijote y Sancho y, sin duda, así es. Incluso la noción de novela intercalada se ha extendido a otros episodios como la historia del cautivo. El concepto de intercalación ha tenido un sentido crítico que el propio Cervantes habría asimilado en la segunda parte en la medida en que, por un lado, lo reconoce y, por otro, estructura la novela de tal forma que la intercalación desparecería disuelta en el entreveramiento.

Ahora bien, aun reconociendo que el tema de la intercalación de novelas en el Quijote es ya un tópico del cervantismo, habría que volver sobre él para intentar reformular el concepto. A nuestro juicio sería mucho más ajustado –y así lo hace Torrente Ballester– hablar de novelas afluentes o de historias afluentes{17}. Según esto existiría un curso principal marcado por la historia de los héroes tanto en la primera como en la segunda parte del Quijote. El hilo rojo de esta historia está presente en toda la novela; puede quedar temporalmente sepultado por el tejido de otras historias con mayor o menor ingenio, pero formando siempre un tapiz único. El resto de las historias que aparecen en el Quijote hay que entenderlas, en principio, como cursos independientes de la historia del hidalgo, y así nos lo hace saber Cervantes. Pero también se debe decir que comienza a cobrar relevancia cuando confluyen y conectan con el curso de la historia principal. En otras palabras, se nos presentan como historias afluentes en el contexto de justificación. En esta medida, cuando las consideramos desde el punto de vista formal, es cuando la novela cobra otras características y retoma su unidad. Cosa muy distinta es el Decamerón en el que la historia principal desaparece y queda inundada por las sucesivas oleadas de cada uno de los cuentos de cuentos. Pero el Decamerón tiene una estructura de lago o laguna compuesto de distintas células lagunares y ni siquiera tiene la forma escalonada de lagunas separadas por travertinos. De la misma manera interpretamos las narraciones de Las mil y una noches, donde la historia principal queda anegada por las inundaciones de los cuentos. En el Quijote, la novela del cautivo habría que verla como una historia afluente y, en esa medida, no hay por qué considerarla más intercalada que otra.

El curioso impertinente, cierto, es algo distinto. Por un lado, hay que admitir que está dentro de la estructura de la historia, pero también ocurre que, cuando se hace presente en primer plano, interrumpe el curso principal y «desparece» momentáneamente la historia de don Quijote. Sin embargo, aún cabe una interpretación en un sentido muy distinto al de las novelas anteriores, pero muy próximo al tema de la locura en la medida en que la impertinencia es una locura objetiva, a la que acaso se ha llegado por la falta de sindéresis de un Anselmo indiscreto. El curioso impertinente obraría aquí una comparación entre una locura subjetiva, como la de don Quijote y una locura objetiva, que podría remitirnos a la locura subjetual. El curioso impertinente sería, en última instancia, un discurso en toda regla –comparable al discurso de las armas y las letras, no menos intercalado que aquel– ofrecido en forma de novela (según el modo ejemplar), como una historia independiente, pues no puede ponerse, como es obvio, en boca del hidalgo.

6. El Quijote como locura objetiva

Con esto, llegamos al caso de Alonso Quijano que sin duda, en principio, constituye una forma de locura subjetiva o subjetual. Se ha dicho que el personaje más famoso de la literatura española es un enfermo mental, un loco. Este carácter de loco de Alonso Quijano es lo que resulta inasimilable por la sociedad de referencia. Con toda seguridad, es lo que vio sin más Alonso de Avellaneda que habría que interpretar en un sentido emic como una filosofía orientada a la eliminación de la locura subjetual para construir su personaje. José Luis Peset{18} nos informa de que en el Antiguo Régimen el loco era un personaje molesto que no encajaba en el discurso cultural ni en la estructura social. Muchas veces era asimilado al poseído por seres superiores o al endemoniado, es decir, se lo interpretaba en un contexto angular. Y lo que era característico de España no era distinto ni mucho menos del resto del continente europeo. José Luis Peset señala, así mismo, cómo en Huarte de San Juan hay un intento de interpretar somáticamente la enfermedad mental. De manera que la obra de Huarte habría sido conocida por los escritores del momento que emplearían sus teorías para describir a sus personajes o para crear figuras como la del licenciado Vidriera. En 1905, Rafael Salillas señalaba el origen del Quijote en Huarte. El cerebro de don Quijote al ser caliente y seco tendría un talento rico en inteligencia e imaginación pero, a la vez, un carácter colérico y melancólico con terribles manías.

De ser así las cosas, la enfermedad de Alonso Quijano estaría cimentada sobre las teorías renacentistas de la locura. Pero la locura de don Quijote como hemos dicho, no es una locura absoluta que se pueda reducir a lo puramente subjetual. Es cierto que don Quijote no es asimilado por el contexto social en el que opera. El cura, el licenciado y la sobrina quieren reducirlo, envolverlo y hacerle recobrar la lucidez –mediante la crítica logoterápica o la crítica translógica–. Y, en cierta manera, su locura está vinculada objetivamente con los propósitos y fines que establece, es decir, el extraño pensamiento de ponerse al servicio de su república, sin duda para el aumento de su honra, y hacerse caballero. Así pues, es esa enajenación suya, por tanto subjetual, la que le llevará a la asunción de un papel que ya no se reducirá a la sequedad y calentura del cerebro, porque hay otros contenidos envolventes de la misma (sus armas, su caballo, las ventas, los castillos, lo galeotes, Sevilla, Barcelona, Dulcinea,…) que objetivan su propia empresa. Así pues, estaríamos ahora ante una locura ya no subjetual sino objetiva: el proyecto de querer resucitar la orden caballeresca y mucho más diseñar una empresa soteriológica sustentada en ello. Hay, pues, elementos suficientes para ver la locura subjetual de don Quijote transformándose y viéndose envuelta por una locura objetual en un contexto circular: acaso este fuese el descubrimiento implícito de Cervantes.

Si, por un lado, Cervantes nos muestra un Anselmo llevado a la locura al quedar atrapado en una locura objetiva, por otro, en don Quijote nos permite ver una locura subjetual enmarcada en una locura objetiva. Y esto, aun teniendo en cuenta el carácter burlesco de la locura de Alonso Quijano en Cervantes. Esta interpretación de los finis operantis de don Quijote en tanto que dando lugar a una locura objetiva no es algo estrambótico: al menos cabe ver la interpretación del Quijote de Torrente Ballester{19} desde el lado de la locura objetiva. Para Torrente, quien interpreta que Alonso Quijano no estaría loco sino simplemente realizando un papel como si fuese un actor, habría que descartar la locura subjetual del Quijote. Pero en todo caso, la posición de Torrente tendría que suponer que, en la realidad del Quijote, todo se ordenaría para que el hidalgo actuase como caballero. La locura objetiva caería aquí en el lado de Cervantes quien se empeñaría en mostrarnos un actor que habríamos interpretado como un loco, incluyendo al propio Cervantes en esta interpretación: un libro, pues, mal recibido, mal visto, y silenciado. El Quijote –dirá Torrente Ballester– es un sistema de juegos que, en su ilimitada libertad, llega al borde del acertijo.

Otra interpretación que puede ser entendida como dándose en el contexto de la locura objetiva es la de Maravall{20}. La locura objetiva caería también de la parte de Cervantes. Cervantes habría visto cómo en su tiempo la ideología caballeresca constituiría una utopía y ucronía, es decir, un programa objetivamente demencial. Frente al utopismo escapista difuso de los humanistas Cervantes construiría el Quijote como una crítica a la locura objetiva de los utópicos como Guevara o Valdés. En este sentido, habría que conceder una perspectiva etic a Cervantes quien propondría su obra como una contrautopía. Ahora bien, el Quijote como contrautopía iría referido a una construcción utópica que tiene como objetivo un imperio intencional (utópico) dado en el contexto de la dialéctica del conflicto del imperio generador frente a los imperios depredadores del entorno; de ahí las ideas de la Edad Dorada, el Buen Pastor y el Hombre Virtuoso. Por tanto, las tesis de los utopistas serían tesis que tienen su sentido en un plano emic. No podemos salirnos de ese contexto para entender el Quijote de Cervantes. La supuesta crítica del utopismo vista por Maravall en Cervantes en realidad no rebasaría el plano emic de suerte que Cervantes no saldrá de la escala de los mismos utopistas –si seguimos los razonamientos de Maravall– y la crítica de Cervantes a los utopistas tendría, entonces, la forma de una falsa conciencia (contraria sunt circa eadem). Y esto es así porque la realidad efectiva de los siglos XVI y XVII es la de la pugna entre España, Francia, Inglaterra y Holanda. Ni el despliegue de la historia sigue el curso ideado por los humanistas ni tampoco sigue la perspectiva supuestamente propuesta por el Cervantes de Maravall. Para decirlo con las palabras de Mateo Alemán: «Sabe solo Dios a quién da su gloria y en qué grados, mas acá políticamente vamos con la práctica del suelo, rastreando lo que pasa en el Cielo». Cervantes no se halla en la posesión de la ciencia media –salvo con relación a la historia de don Quijote– y no puede comprender, en su tiempo, el imperio generador español sin perjuicio de que en su obra haya indicios de su ejercicio. El imperio generador desborda al propio Cervantes y también al Quijote. En suma, Cervantes al realizar la crítica a la locura objetiva constituida por el utopismo escapista de los humanistas estaría situándose en una plataforma que no contiene entre sus premisas el imperio americano. Cervantes, aunque vive en el tiempo del imperio español lo vería más en una perspectiva depredadora y por ello suspende la conexión con el significado etic del mismo.

7. Concepciones sobre la locura en el Quijote

No queremos finalizar este trabajo sin referirnos a las dos concepciones filosóficas de la locura que han polarizado las opiniones de los estudiosos del Quijote. A lo largo del tiempo, tanto el Quijote o, mejor dicho, don Quijote como Cervantes han sido objeto de un aprecio o un desprecio absoluto. Desde el mismo momento de la aparición del Quijote, nos encontramos con esta valoración tanto del personaje como del autor. Cabría, pues, suponer un aprecio mínimo y un aprecio máximo como los dos extremos de un mismo continuo si, en efecto, interpretamos el desprecio como aprecio mínimo y en el límite nulo. Es posible coordinar el aprecio máximo y mínimo con dos filosofías –más ejercidas que representadas– sobre la locura en el Quijote. Entre aquellos que manifiestan un máximo aprecio por don Quijote habría que situar a Miguel de Unamuno. De otro lado, están quienes manifiestan un aprecio máximo hacia Cervantes sin perjuicio de que el personaje no sea despreciado, como sería el caso de la mayor parte de los críticos desde Mayáns y Síscar incluyendo, por supuesto, al mismo Cervantes.

Coordinaríamos el máximo aprecio a don Quijote (mínimo a Cervantes) de Unamuno en Vida de don Quijote y Sancho con una filosofía de la locura orientada a celebrar en el Quijote la locura subjetiva discordante con todo lo que le rodea. Por ello dirá Unamuno que don Quijote nos hace, con su locura, cuerdos. La locura de don Quijote no es una locura a las buenas y a las primeras como si dijésemos una locura demente sino una locura de pura madurez de espíritu{21}, pues aunque pierda el juicio Alonso Quijano lo ganaría don Quijote. Es una locura en cierta manera sujeta a lo que la voluntad divina le ofrecía. Unamuno dirá que don Quijote no es un necio sino un loco que admitía las lecciones de la realidad. No habría más que hacerse el loco para reducir a cordura lo que las cosas son de veras. Si no interpretamos mal, la locura de don Quijote, tal como la ve Unamuno, es una locura subjetual, la máxima expresión de la libertad y de la voluntad.

La interpretación clásica del Quijote supone entenderlo como un ataque al género de los libros de caballerías. Riquer mismo advierte que no se trata de un ataque a la caballería sino a las historias de caballeros. Pero la obra de Cervantes iría dirigida a eliminar los lectores de estos libros, en consonancia con gran número de moralistas del siglo XVI como Juan Luis Vives. Hay una serie de escritores que se dedican a condenar los libros de caballerías; arguyen que sus autores son gentes ociosas y despreocupadas, malos escritores y lectores, enemigos de la verdad y de la historia auténtica que hacen perder el tiempo e incitan a la sensualidad y al vicio{22}. Concluimos, pues, señalando que este tipo de argumentos presuponen que los lectores influidos por los libros de caballerías pueden caer en un desequilibrio inasimilable, es decir, se ven afectados por la locura subjetual en la que caería don Quijote. Pero tengamos en cuenta que no es el único lector de libros de caballerías que hay en el Quijote. La filosofía de la locura ejercida aquí se orienta entonces a eliminar la locura subjetual de los lectores de estas obras en la medida en que pueden conducir a anomalías, alienaciones, etc. –una crítica logoterápica{23}–. Riquer ejemplifica sobradamente esta interpretación.

«En el Quijote se habla con gran frecuencia de libros de caballerías y muy a menudo se discute y se polemiza sobre ellos. El protagonista de la novela, don Quijote de la Mancha, no tan sólo ha perdido el juicio leyendo este tipo de literatura sino que se constituye en el defensor de su verdad, de su valor, de su eficacia y de su actualidad. Y varias veces encuentra a personas que le discuten sus opiniones y pretenden convencerle de que está equivocado. En boca de estos contradictores de don Quijote está hablando el propio Cervantes. Ahora bien, si ordenamos y esquematizamos las críticas que Cervantes hace de los libros de caballerías veremos que coincide con las censuras de los moralistas y autores graves que acabamos de resumir; hasta el punto que podemos agruparlos del mismo modo.»{24}

En suma, la postura de Unamuno celebrando la locura subjetual y la de Cervantes condenándola constituyen, pues, los polos opuestos del continuo que se ha ido decantando a propósito del Quijote. Pero ello significa que Cervantes mismo ha ejercido una idea de locura que no se reduce a un concepto totalmente confuso. Que es posible ver estas dos modulaciones en la historia del hidalgo manchego.

8. Final

Gracián habría transformado la crítica de Cervantes ejerciendo el concepto de locura objetiva, modificando en El Criticón los personajes de don Quijote y Sancho mediante los arquetipos de Critilo y Andrenio. Como señala Anthony Close, Gracián habría sido un lector del Quijote muy perspicaz cuya modernidad acaso se hubiera adelantado a la concepción romántica en dos siglos –deducimos por nuestra parte–. Y al señalar esto, Close reconoce en Cervantes a un lector capaz de averiguar en ciertas representaciones de la tradición literaria la crítica a la irracionalidad –a la locura objetiva–:

«El que Gracián haya interpretado a Don Quijote como arquetipo de la jactancia nos permite inferir que se percata del proceso de síntesis mediante el que Cervantes concibe este rasgo de su personaje, en que reviven, en forma delirante y extremada, el miles gloriosus de Plauto, los rufianes de las Celestinas y de la comedia, el tercer amo de Lazarillo de Tormes, el Roldan de Ariosto y su descendencia. Demuestra también su comprensión del parentesco, evidente para Cervantes, entre el comportamiento de Don Quijote y tipos de irracionalidad que se encuentran repetidamente en las novelas y comedias cervantinas: entre ellos, el impulso desenfrenado de venganza y la arrogante ceguera del pundonor.»{25}

Pero de ser esto así, ¿no sería tanto como llevar adelante la zapa del mismo concepto crítico de concepción romántica del Quijote?

Marcelino Javier Suárez Ardura
Pola de Laviana, 24 de noviembre de 2014

Notas

{1} CERVANTES, M. de: Don Quijote de la Mancha. Edición de Francisco Rico. Crítica. Barcelona 2001. Parte I. I. Pág. 39.

{2} CERVANTES, M. de: Opus cit. Parte I. I. Págs. 40-41.

{3} CERVANTES, M. de: Opus cit. Parte II. XVIII. Pág. 776.

{4} GARCÍA SALINERO, F.: «Introducción crítica sobre la obra y su autor» en FERNÁNDEZ DE AVELLANEDA, A: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. (Ed. Fernando García Salinero). Clásicos Castalia. Madrid, 2005. Pág. 13.

{5} COVARRUBIAS, S. de (ED. De Martín de Riquer): Tesoro de la lengua castellana o española. Alta Fulla. Barcelona, 1998. Pág. 770.

{6} COVARRUBIAS, S. de (ED. De Martín de Riquer): Opus cit. Pág. 475.

{7} COVARRUBIAS, S. de (ED. De Martín de Riquer): Opus cit. Pág. 800.

{8} COVARRUBIAS, S. de (ED. De Martín de Riquer): Opus cit. Pág. 966.

{9} BUENO, G.: «Filosofía y Locura» en El Catoblepas. Nº 15., pág. 2. Mayo, 2003. (http://www.nodulo.org/ec/2003/n015p02.htm)

{10} COVARRUBIAS, S. de (ED. De Martín de Riquer): Opus cit. Pág. 568.

{11} CERVANTES, M. de: El licenciado Vidriera y otras Novelas Ejemplares. Salvat. Navarra, 1969. Pág. 23.

{12} CERVANTES, M. de: Opus cit. Parte I. XXXV. Pág. 422.

{13} BUENO, G.: «Filosofía y Locura» en El Catoblepas. Nº 15., pág. 2. Mayo, 2003. (http://www.nodulo.org/ec/2003/n015p02.htm)

{14} CERVANTES, M. de: El licenciado Vidriera y otras Novelas Ejemplares. Salvat. Navarra, 1969. 190 págs.

{15} BUENO, G.: «Secretos, misterios y enigmas» en El Catoblepas. Nº 41., pág. 2. Julio, 2005 (http://www.nodulo.org/ec/2005/n041p02.htm)

{16} CERVANTES, M. de: Opus cit. Parte I. XXXV. Pág. 422.

{17} TORRENTE BALLESTER, G.: El Quijote como juego y otros trabajos críticos. Destino. Barcelona, 2004. 421 págs.

{18} PESET, J. L.: «Melancólicos e inocentes: la enfermedad mental entre el Renacimiento y el Barroco», en SÁNCHEZ RON, J. M. (Dir.): La ciencia y «El Quijote». Crítica. Barcelona, 2005. Págs. 181-188.

{19} TORRENTE BALLESTER, G.: Opus cit.

{20} MARAVALL, J. A.: Utopía y contrautopía en el Quijote. Pico Sacro. Santiago de Compostela, 1976. 260 pags.

{21}} UNAMUNO, M. de: Vida de Don Quijote y Sancho. Cátedra. Madrid, 2004. Pág. 158.

{22} RIQUER, M. de: Para leer a Cervantes. El Acantilado. Barcelona, 2003. Pág. 100.

{23} BUENO, G.: «La filosofía crítica de Gracián» en Baltasar Gracián: ética, política y filosofía. Pentalfa. Oviedo 2002. Págs. 137-168.

{24} RIQUER, M. de: Opus cit. Pág. 107.

{25} CLOSE, A: «Gracián lee a Cervantes: la trascendencia de lo intrascendente.» en Aurora Egido, Mª Carmen Marín y Luis Sánchez Lailla (Eds.): Baltasar Gracián IV Centenario (1601-2001). Actas II Congreso Internacional «Baltasar Gracián en sus obras» (Zaragoza 22-24 de noviembre 2001) Colección Actas. Instituto de Estudios Altoaragoneses. Institución» Fernando El Católico». Gobierno de Aragón. Zaragoza, Huesca, 2003.

 

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