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El Catoblepas, número 151, septiembre 2014
  El Catoblepasnúmero 151 • septiembre 2014 • página 3
Artículos

Borges frente a Neruda

Iván Vélez

De cómo se fomentó la obra del porteño para neutralizar el realismo socialista del chileno.

Pablo NerudaJorge Luis Borges

Como si de la futbolística querella entre menottistas y bilardistas se tratara, lectores ha habido que han llevado una parecida controversia al terreno literario, y si en el caso de los entrenadores futbolísticos aludidos el pasto es el terreno sobre se asienta la polémica, en el del par Borges/Cortázar es la llamada «literatura fantástica» la que los une y a la vez distancia{1}. Al diferente modo de escribir de las dos plumas argentinas se unen ideologías que los diferenciaban notablemente, asunto este que sirve para polarizar más la cuestión. Una cuestión, la ideológica, que tiene un importante peso en la industria que sustenta la literatura y las instituciones que la rodean, como veremos en el caso que vamos a tratar.

Reconstruir la vasta trayectoria vital y literaria de Borges sería un esfuerzo vano dada la gran cantidad de monografías y estudios existentes, por lo que nos ceñiremos a una etapa concreta de su vida, aquella que servirá para introducir en escena a Pablo Neruda (1904-1973), de quien Borges será, en cierto modo, su contrafigura. Para ello habremos de situarnos en el contexto que surgió tras la Segunda Guerra Mundial.

El poeta chileno, que había ingresado el 8 de julio de 1945 en el Partido Comunista de Chile, recibió en 1953 el Premio Stalin de la Paz entre los pueblos que otorgaba una URSS que ya había visitado en 1949 para asistir a los actos conmemorativos del 150º aniversario del nacimiento de Pushkin y recibir un homenaje de la Unión de Escritores Soviéticos en Moscú. La concesión de tal premio tuvo una amplia repercusión internacional y dejaría una gran impronta en la figura de Neruda en un año, 1949, en el que también participa en el Congreso Mundial de Partidarios de la Paz celebrado en París. Es allí donde conoce a Ricardo Paseyro (1925-2009), militante comunista uruguayo y autor en 1936 de un libro que emplea en su título el neologismo acuñado por Haya de la Torre: 1897: la conciencia revolucionaria de Indo-América: Borda y Terra.Pronto, sin embargo, el acercamiento del uruguayo a Neruda, tras un brusco giro ideológico, dará paso a una feroz y obsesiva crítica.

En efecto, instalado en París tras su matrimonio en 1951 con Anne-Marie Supervielle, hija del poeta Jules Supervielle, cuya obra «La bella del bosque», publicada en el número 4 de Primer acto (octubre 1957), es traducida por el propio Paseyro, y con atribuciones diplomáticas, Paseyro mantendrá estrechas relaciones con la España de los años cincuenta, que visitará con frecuencia. Así, en 1952, la editorial Índice le publica una obra breve titulada Plegaria por las cosas, al que seguirán libros como El costado del fuego, también editado por Indice en 1956 bajo el cuidado del falangista Gumersindo Montes Agudo{2}, autor de «Historia de la Falange».

A estas alturas de la década de los 50, el visitante del pacifista congreso parisino exhibía un furibundo anticomunismo vinculado a la figura de Neruda que se hará plenamente visible con la publicación, en diciembre de 1957, dentro de la revista Índice, de «Neruda o el deshonor de la palabra», al que seguiría el panfleto La palabra muerta de Pablo Neruda (H.E. Munuesa, Madrid 1958), que en Francia dará lugar, años más tarde y convenientemente traducido, al libro El mito de Neruda. Paseyro denunciaba el utilitarismo político de la obra de Neruda, objetivo que a sus ojos conllevaba la expulsión de la obra nerudiana del campo, al parecer desideologizado, de la poesía…

Esas buenas relaciones de Paseyro con la España franquista las comentará Félix Durán en la revista comunista Nuestras Ideas. En concreto en su artículo «Paseyro ante Pablo Neruda» (Nuestras Ideas, nº 5, noviembre 1958, p. 55 y 69), en el cual lanza un demoledora crítica al así llamado «anti-Neruda» de Paseyro que se había reproducido en el número 28 de los «Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura», correspondiente a enero-febrero de 1958, con el título de: «La palabra muerta de Pablo Neruda». Durán, amén de hacer una crítica estilística de Paseyro, a quien califica de orate y bellaco, desvelará la burda manipulación que éste hace de unas lejanas palabras de Juan Ramón Jiménez dirigidas a Neruda -«gran poeta malo»-, para atacar al chileno:

Paseyro nos dice que J.R.J. afirmó, en dictamen lapidario, que Neruda era un «gran poeta malo». Y dicho así, sin las ulteriores explicaciones inmediatas de J.R.J., no es só1o una falsedad, sino una estúpida mutilación. ¿Y qué pretende Paseyro: Que unas consideraciones tan elementales como las que nosotros acabamos de hacer a la vista de lo que él dice y no lo que dice J.R.J., no podrá hacerlas también cualquier lector de «Indice» y de «Cuadernos»? ¿No están –Paseyro y los directores de esas revistas– haciéndose una autocrítica demasiado justa, al creer que escriben para gentes de tan obtusas discurrideras que habrán de ser víctimas de su burda superchería? Pero en esto, como en tantas otras cosas, Paseyro y sus cómplices se equivocan: los lectores de esas revistas, o por lo menos, una gran mayoría de ellos, van sabiendo ya a qué atenerse.

Además, si recordamos que esto fue escrito hace unos 30 años, es decir, cuando Neruda era un adolescente y su obra poética estaba apenas iniciada, esos mismos lectores apreciaran qué clase de maniobras utilizan, para la difamación, Paseyro y los directores de «Indice» y «Cuadernos» que han pretendido hacer pasar el juicio de J.R.J., realmente condicionado; hacia el futuro, como juicio definitivo y total acerca de la obra de un poeta que ahora –y no entonces– se halla en su plena madurez: los 54 años de Pablo Neruda.

Más adelante, Durán acomete una de las cuestiones más controvertidas de la época, la que viene dada por la oposición, por decirlo de modo simplificado, abstracción/realismo. Y ello a cuenta de una de las afirmaciones de Paseryo:

A voz en cuello, la poesía de Neruda se publica hija y madre del realismo socialista, se ufana de su fin político, rezuma odio por quien no acate, entera, la línea del partido.

Durán niega con rotundidad las afirmaciones de Paseyro, a quien califica de «purísimo poeta», y le recuerda que ya Virgilio empleaba su obra con fines políticos. Todo ello antes de desvelar las continuas manipulaciones y tergiversaciones que, mediante transcripciones erróneas, omisiones y alteración de palabras, el uruguayo, en quien Durán ve aromas heideggerianos, hace de la obra de Neruda bajo la protección de las citadas revistas.

Finalmente Durán ofrece una conclusión que de forma más o menos velada, apunta a las estructuras transidas de libertad que respaldan a Paseyro:

La poesía de Neruda sigue, pues en pie –«los muertos que vos matáis, gozan de buena salud»– porque no bastan a destruir los turbios delirios bellacos de un orate.

Sigue en pie, cantando lo único que de veras merece ser cantado en este tiempo duro: la lucha de los hombres por su libertad. (Mientras los hombres no sean, realmente, libres, ¿en qué podrá consistir esa «libertad de la Cultura», objeto de importantísimos Congresos?). Como dijo Nicolás Guillén, «Vivimos tiempos no de gestación, sino de parto».

El propio César González Ruano trató de esta sonora controversia, en la que también terció, a favor de Neruda, Eduardo Pons-Prades en las páginas de la cenetista España Libre, en un artículo titulado «Polémica poética» que vio la luz en las páginas de ABC (miércoles 22 de enero de 1958, p. 47). En él, el periodista suscribía las palabras de Paseyro, en las que tildaba de pseudopoesía a la llamada poesía social. Ruano caracteriza a Neruda como poeta «químicamente impuro» sin desaprovechar la ocasión de hablar de su condición judía, concluyendo de este modo:

Hora va siendo de revisar las etiquetas y mirar despacio y sin mirada snob ni rasgarse las rojas ni blancas vestiduras el caso del más enorme mistificador de la lírica contemporánea: el judío Neftalí, llamado Neruda, que por pasarse de judío se pasó a negro honorario director de almacenes de cantos generales.

Si Supervielle tuvo una importante presencia en los medios españoles, por lo que respecta a Neruda, su relación con España era intensa al menos en determinados ambientes y fechas concretas. Tras sus primeras publicaciones de 1930 en Revista de Occidente, el chileno fue homenajeado en 1954 al cumplir medio siglo de vida en las páginas de la revista Cuadernos de Cultura, publicada en Madrid por el Partido Comunista de España. El extenso artículo se tituló «Los 50 años de Pablo Neruda».

Circunstancias como el hecho de que en la capital de España se publicara tal revista propiciaron que Julián Gorkin alertara de la presencia de comunistas en una España caracterizada por una ideología claramente refractaria a la URSS, circunstancia que había servido para atraerse la atención y protección de los Estados Unidos. La preocupación de Gorkin quedó fijada en un texto de diciembre de 1957 con elocuente título: «La infiltración comunista en España», en el que se alude directamente al propio Neruda. La polémica entre ambos alcanzó su punto álgido durante una gira de Gorkin por Hispanoamérica realizada en 1958 y tuvo como escenario la prensa chilena. Gorkin admiraba la poesía nerudiana, pero denunciaba su colaboración, como embajador chileno en México, en el primer atentado contra Trotski. Por su parte, parece ser que Neruda trató de boicotear las actividades de Gorkin en Chile.

A pesar de todo, durante la siguiente década la figura de Neruda no dejará de crecer. De este modo, en 1963 será a ser candidato al Premio Nobel de Literatura junto con W. H. Auden, Samuel Beckett, Yukio Mishima, Aksel Sandemose y Giorgos Seferis. No obstante, aunque llegó a formar parte de la terna final junto con Auden y Seferis, el premio recayó sobre el griego. Neruda relatará desde Isla Negra las nobelescas vicisitudes en un texto que publicará la revista soviética Novosti{3}. El premio le será otorgado finalmente en 1971.

Es precisamente en 1963 cuando se ponen en marcha una serie de acciones destinadas a resaltar la figura de otro escritor hispanoamericano sin mácula de veleidades comunistas: Jorge Luis Borges, cuya obra, además, se distanciaba estilística y temáticamente de la de Neruda.

Todo ello ocurrirá un año después de la cristalización de la Comisión española del Congreso por la Liberta de la Cultura. Será tal Comisión, apoyada en otras instituciones colaboradoras, la que propicie la visita del argentino a España cuatro décadas después de su última estancia. Nada tenía de extraña la invitación de Comité español, pues Borges pertenecía a la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura desde su constitución en diciembre de 1955, coincidiendo precisamente con la gira de Julián Gorkin por Argentina.

Ya en España, Borges dio cuatro conferencias en lo que constituyó el arranque de una gira europea. En el Ateneo, con Manuel Fraga como testigo, habló el jueves 31 de enero sobre «La metáfora»; el viernes 1de febrero lo hizo en el Instituto de Cultura Hispánica sobre «La literatura fantástica», respaldado por el embajador de Argentina; el sábado 2, en presencia de Gregorio Marañón, director general de Cultura Hispánica, habló en el Instituto Municipal de Educación sobre «La poesía de los celtas», para finalizar en la Asociación Española de Cooperación Europea el domingo 3 al tratar sobre «Poesía gauchesca». La presentación en la sede de la AECE estuvo a cargo de Carlos María Bru, destacado miembro de la Comisión española del CLC. En este último caso, el CLC aportó 1.600 pesetas.

La visita ya venía preparándose en las páginas de los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, en los que Borges había ido ganando espacio. Concretamente en los números de agosto (número 75, p. 10) y de septiembre (número 76, pp. 17-19), en el que se reproduce el artículo «La muerte de Leopoldo Lugones».

Tras su paso por Madrid, la presencia en la revista editada en París se mantendrá, esta vez reproduciendo una entrevista –Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, abril 1964, número 83, p. 90– en la cual Héctor Charry le interroga sobre la posibilidad de que Neruda reciba el Nobel:

«— ¿Qué opina usted sobre la candidatura de Pablo Neruda para el Premio Nóbel? ¿Qué opina usted sobre la poesía del chileno?

— Pablo Neruda en este momento es uno de los buenos continuadores de la tradición de Walt Whitman, como lo es Carl Sandburg. Políticamente estamos distanciados; recuerdo que publicó un poema sobre los tiranos verdaderos o falsos de América, y nos dolió mucho a los argentinos que no hubiera una sola palabra contra Perón.»

Dos meses más tarde, en Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura –junio 1964, número 85, p. 86–, se inserta el anuncio de una obra colectiva dedicada al autor de El Aleph.

Cincuenta años después de que Neruda se quedara a las puertas del Nobel, a principios de 2014, se confirmaba documentalmente un secreto a voces. Según una publicación del diario sueco Svenska Dagbladet, las anotaciones del secretario permanente de la Academia en 1963, Anders Österling, dejan en evidencia los recelos que despertaba el poeta chileno debido a su activismo político e indisimulada admiración por Stalin.

Superada la Guerra Fría, Borges y Neruda ocupan distinguidas plazas en el particular parnaso configurado por quienes visitan anualmente la academia sueca para recibir un galardón fuertemente sometido a ideologías e intereses editoriales. A finales del siglo XX, tras la caída del Muro que delimitaba los territorios de la libertad y la estatalización, emergería una inesperada y amenazante alternativa: aquella que se rige por un único libro.

Notas

{1} Saúl Yurkiévich (1931-2005), albacea de la obra de Cortázar, en su libro Julio Cortázar: mundos y mitos (1994) da cuenta de cómo los referentes míticos de Borges chocan con los modelos que Cortázar tomaba de la realidad inmediata.

{2} En relación con Montes Agudo, véase, dentro del Proyecto de Filosofía en Español, el artículo «El cine al servicio de la política», http://www.filosofia.org/hem/194/esp/9430424c.htm

{3} Véase David Schidlowsky, Neruda y su tiempo. Tomo 2: 1950-1973, RIL Editores, Santiago de Chile, Chile 2008, pp. 1088-1089.

 

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