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El Catoblepas, número 147, mayo 2014
  El Catoblepasnúmero 147 • mayo 2014 • página 4
Los días terrenales

Carta a mis alumnos

Ismael Carvallo Robledo

Con motivo del final del Curso de Administración Pública.

La construcción del templo (1695)
La construcción del templo (1695), de Luca Giordano (1634-1705), Palacio Real de Aranjuez. Pintura realizada en homenaje a Felipe II y a la construcción de El Escorial. La edificación de un Estado político-nacional es similar en proporción y escala a la de una catedral, que es tarea de siglos.

Señal

Ha concluido el curso introductorio de Administración Pública que tuve oportunidad de impartir este semestre a un grupo de estudiantes de Economía. La estructura y coordenadas del mismo pueden ser consultadas en el artículo que para los efectos publiqué en el número 145 de El Catoblepas, correspondiente al pasado mes de marzo.

Como gesto de agradecimiento hacia ellos quiero dedicar este espacio para lo que sigue. Se trata de la carta con la que presenté las preguntas del examen final. La carta puede ser considerada como complemento a la presentación del syllabus del curso, dispuesta como cifrado armónico en donde se definen las claves que proyectan su sentido histórico, así como la tensión y el pathos expositivos.

El agradecimiento se debe a su actitud en general, y de manera particular a la atención que me dispensaron a lo largo de todas las sesiones. Esa atención es el nervio fundamental que anuda y sostiene la praxis magisterial; es el soporte que da seguridad al maestro y que te permite mantenerte en pie. Cuando logras captar la atención de un alumno, entonces tu tarea se hace noble y solemne, sabedor de que estás haciendo lo correcto y consciente de que eres tú el responsable único de todo cuanto digas. Cuando un alumno toma papel y lápiz para tomar nota sin dejar de mirarte es uno de los momentos en que con más radicalidad y belleza te puedes tú afirmar en la tierra. La experiencia no tiene precio.

Lorena Soledad Arias Zarza, presente; Erika Alejandra Espíndola Barajas, presente; María Fernanda García Amador, presente; Mariana Grajales Rosales, presente; Ernesto Jiménez Muñoz, presente; Giselle Nayely Mojica Plascencia, presente; María del Carmen Ojeda Portilla, presente; Luis Felipe Ruiz Langenscheidt, presente; Luis Alberto Soriano Villegas, presente; Eduardo Suárez Álvarez, presente; Juan Pablo Velázquez Pagola, presente.

Ellos son mis alumnos. Para ellos fueron pensadas estas líneas, y a ellos dedico ahora su publicación.

***

Desarrolla ad libitum todas y cada una de las siguientes preguntas. Se trata de que, al hacerlo, abarques de manera general el espectro entero del curso que con este examen termina, ejercitando al máximo tu capacidad analítica y tu juicio crítico.

Mi propósito ha sido el de acercarte de la manera más clara e intensa posible a las grandes cuestiones y a los grandes problemas que determinan históricamente el quehacer político. Me baso en la convicción de que todo administrador público, todo funcionario público, es ante todo un funcionario del Estado, y que es en esta escala donde se define la peculiaridad de los contenidos de sus tareas y responsabilidades fundamentales, que se distinguen de manera definitiva de las responsabilidades de otro tipo de quehaceres, como el económico-empresarial o el religioso.

El funcionario del Estado, así como el político, tiene que ser para mí, de alguna manera, un intelectual en el sentido más amplio posible: tiene que saber de historia (como quería Polibio), de teoría política, de filosofía (como quería Platón), de teoría del Estado, de historia de las religiones, de relaciones internacionales, de economía (como quería Marx), de administración pública, de historia del derecho, de historia del arte, de historia del arte nacional, de historia de la literatura, de historia de la literatura nacional (como quería Gramsci), y obviamente que de política (como quería Maquiavelo). Sus divisas deben ser la racionalidad, la universalidad y, como quería Vasconcelos, la grandeza. La guía de sus empeños, el embellecimiento de la Ciudad y el orden y duración del Estado.

Ten claro que esto ha sido sólo el comienzo, y que de ti depende continuar en esta senda tan apasionante de la Política, bien sea en el terreno del servicio público, bien sea en el terreno de la contienda y el combate político-partidista e ideológico. En cualquiera de los casos, no debes perder nunca de vista que tu calidad de ciudadano se define en función directa de tu conocimiento de la historia nacional y de la manera en que se dibuja ésta sobre el fondo de la Historia universal, al margen de las coordenadas de interpretación que de ella tengas. Si chocas con otras interpretaciones antagónicas, has entrado de lleno en la dialéctica de la pasión política.

De tu consistencia, coherencia y honestidad ciudadana depende la salud de la república. No olvides nunca que no hay nada peor que un analfabeto político, que la ignorancia voluntaria hace de ti una persona ruin, y que la construcción de un Estado político nacional, al margen de sus contendidos ideológico-políticos -en la lucha por la definición de los cuales se configura la trama de la historia-, debe ser acometida con la misma solemnidad, paciencia y empeño con los que se construye una catedral, que es tarea de siglos.

Mi papel ha sido solamente el de guía. El resto te corresponde a ti. Tú tienes la bibliografía, las lecturas de filosofía política, las referencias sobre historia de las doctrinas económicas, las referencias sobre teorías e historia de la administración pública, los cuadros históricos. También te queda el recuerdo de mi ironía y el de una cierta vehemencia. Continúa tu búsqueda sin freno, que si te enganchas vitalmente con alguno de los temas vistos en el curso, la marcha no tiene fin. Y si de plano logras apasionarte intensamente por algo de lo que aquí hemos visto, y sientes que ese algo se ha de alguna manera situado en el centro intelectual o teorético de las coordenadas de tu vida, acaso llegue el día en que puedas quizá decir conmigo que la vida importa menos a los hombres libres que sus razones de vivir.

Ismael Carvallo Robledo

 

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