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El Catoblepas, número 142, diciembre 2013
  El Catoblepasnúmero 142 • diciembre 2013 • página 11
Libros

Todo lo que era sólido

Sigfrido Samet Letichevsky

A propósito del libro Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina, publicado por Seix Barral en octubre de 2013.

«Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de
los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.»
A. Muñoz Molina,
Todo lo que era sólido.

Todo lo que era sólido Este interesantísimo libro de Muñoz Molina{1} muestra como lo que creíamos realidades inamovibles, en poco tiempo se tambalearon y muchas desaparecieron como si se hubiesen evaporado.

Aunque la gravedad y generalidad de la corrupción lo inducen a acentuar el componente moral, a lo largo del libro va intercalando los factores objetivos causantes fundamentales del derrumbe. Sin embargo, su enumeración, aunque seguramente estimulará la reflexión de muchos lectores (incluso dedica casi seis páginas a detallar casos de corrupción), no los integra en una explicación global y coherente que implique las medidas concretas que la dramática situación de España exige. Trataremos de averiguar por qué. Y no hay duda de que la crisis moral es aún más grave que la económica.

Después de mi, el diluvio

Leemos en pg.14: «Con una economía especulativa se corresponde sin remedio una conciencia delirante. (…) Ahora sabemos que 2006 fue el año en que llegó a su punto más alto la marea de una prosperidad que se sostenía sobre la pura nada, sobre el crédito bancario y la corrupción política y la construcción de viviendas.»

Es verdad; la corrupción merece una crítica moral, pero aún más un análisis de los factores que la han fomentado. Porque la corrupción es inherente al ser humano: es imposible erradicarla totalmente, pero se la puede reducir, circunscribir, o, por el contrario, fomentarla y generalizarla (que es lo que sucedió y sucede en España).

Apunta como de pasada a un factor fundamental: el crédito barato . Cierto que señala (pg.25) que el derrumbe comenzó en EE.UU.. Pero el crédito tan barato impulsó a muchas personas a comprar pisos. Resultaba casi gratis, y se esperaba hacer un magnífico negocio, porque el valor de los pisos «siempre sube». Los Bancos estaban forzados a prestar mucho dinero para tener beneficios con tan bajo interés: eso hizo que prestaran sin suficientes garantías. Cuando algunos dejaron de pagar (por enfermedad, muerte, haber perdido el empleo, etc.) la cadena se cortó y los Bancos se iban quedando sin fondos. Al restringirse el crédito, bajaron las ventas de pisos, y los trabajadores de la construcción (y los de empresas suministradoras de materiales como ladrillos, madera, pintura, etc., y los dedicados a la venta de pisos) fueron perdiendo sus empleos. Los desocupados tuvieron que reducir su consumo, con lo cual bajaron las ventas de casi todos los bienes: la crisis se iba propagando a todos los sectores.

El Banco de España debería haber supervisado a los Bancos y vetar los prestamos riesgosos. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Su Director estaba lejos de ser un ignorante, pero respondía a ZP y apoyaba su política de simular que vivíamos en Jauja. Para comprar votos, el Gobierno repartía subvenciones, prebendas, «cheques bebé», etc., endeudando al país.

No sólo los Bancos especulaban. También lo hacían quienes sin dinero compraban pisos que hipotecaban, y votaban a ZP no perder sus subvenciones, aumentos, nombramientos a puestos innecesarios y otras repartijas. ¿Quién se preocupaba por el daño que se estaba causando a la economía? Todos sabíamos, en el fondo, que eso no podía durar; pero el enfoque tácito era: «después de mi, el diluvio.»

Guerras de religión

En pg.11 leemos: «Cuanto más ricos parecía que éramos, más irreconciliables se volvían las diferencias políticas, con mayor saña se agredía y se descalificaba al adversario, y por lo tanto enemigo. Ahora que nos falta todo es raro pensar que en medio de la abundancia arreciara aquel clima de saña.»

Esa actitud destructiva no es realmente «rara», sino muy comprensible. Se simulaba una lucha «ideológica» que diferenciara a los partidos y atrajera votantes que compartieran esos prejuicios. Los dos grandes partidos se peleaban a muerte para desacreditar al otro y conquistar el suculento Poder.

En la misma página dice: «herir al otro y negarle el derecho a la razón y a la buena fe y no debatir con él». Quienes no tienen argumentos, no pueden ni quieren debatir. Ortega y Gasset escribió en 1927{2}: «Bajo las especies del sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones.»

¿Se puede debatir por qué unos «son» del Real Madrid y otros del Atletic? No; no se puede porque es una elección arbitraria, que luego se reivindica hasta con violencia. El ser humano tiene la tendencia atávica de cohesionarse con «los nuestros», y para ello necesita identificar a un «enemigo».

Muñoz Molina dice en pg.99, después de ubicar los principales rasgos del nacionalismo como victimismo y narcisismo: «El sectarismo les aseguraba lealtades y adhesiones mucho más firmes que el asentimiento racional, que es reversible porque no excluye el desengaño o el simple cambio de opinión. El sectarismo político les ofrecía una división del mundo como las fronteras territoriales de las identidades. Se trataba, se trata todavía, de ser de un partido como de una raza o una tierra originaria, de ser de izquierdas o ser de derechas con la misma furia con la que se era católico o protestante en las guerras de religión del siglo XVI, tan íntegramente como se era cristiano viejo o hidalgo en la España de la Contrarreforma y de la limpieza de sangre»

A Muñoz Molina le parece misterioso (pg.74) «que viniendo de la doble tradición del universalismo ilustrado y del internacionalismo obrero la izquierda se convierta tan velozmente, tan íntegramente, a la superstición nacionalista por las identidades colectivas». Y en pg.79: «Que la izquierda no sólo les apoye en cuanto se le presenta la ocasión sino que además los imite en cada uno de sus desvaríos y se esfuerce en ir todavía más lejos es un enigma que por cansancio yo he renunciado a explicarme». Vuelve a este asunto en pg.95.

Esta observación y muchas otras, son muy correctas, y especialmente valiosas por venir de un hombre de izquierdas. Pero las actitudes que le sorprenden, tienen tradición. En Alemania (en la república de Weimar), el Partido Comunista hizo actos conjuntos con los nazis. Y en 1933 (poco antes de que Hitler clausurara el Reichstag e ilegalizara a los partidos políticos) los diputados socialistas cantaron el Horst Wessel Lied junto con los nazis.

Humpty Dumpty: «izquierda» y «derecha»

La sorpresa ante tales hechos, proviene de considerar axiomático que el fascismo es «la derecha», ergo, incompatible con «la izquierda». Hitler y Mussolini no eran conservadores; revolucionaron totalmente la sociedad alemana y la italiana. Eran izquierdistas.

«Izquierda» y «derecha» no son opuestos. Porque mientras la izquierda es ideológica, la derecha es pragmática: están en planos diferentes.

Se habla de la «superioridad moral» de la izquierda. Muchos izquierdistas desean sinceramente hacer que la vida sea más feliz, especialmente para los pobres. La psicología estudia los deseos. Pero a la Política (y a la Sociología) le interesan los hechos. Lamentablemente, la experiencia demuestra que instaurar un Gobierno según una ideología –sea por vía política o revolucionaria- , no trae el paraíso a la tierra, sino el infierno. El único régimen «socialista» que está mejorando el nivel de vida de todos sus ciudadanos es el chino (una vez muerto Mao–Tse–tung y desde Deg Xiaoping), mediante el sencillo expediente de llamar «socialismo» a un capitalismo autoritario. Hacen como Humpty Dumpty, quien dijo: «Cuando yo uso una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo decidí que signifique.»

Puesto que los objetivos de los izquierdistas no son alcanzables (por decreto, por vía rápida, política o revolucionaria) y la derecha es pragmática (y transforma la sociedad a pesar de no ser ese su objetivo), esos conceptos tal vez pertenezcan a la ética, pero no son categorías políticas.

Dice en pg.101, con toda razón: «Preferir siempre las diferencias a las similitudes y la discordia al apaciguamiento, son hábitos cardinales de la clase política española, igual que echar leña al fuego y sal a las heridas. La escenificación estridente de sus disputas partidarias es la cortina de humo que encubre la similitud de sus intereses corporativos, la magnitud formidable de su incompetencia, la toxicidad de su parasitismo sobre el cuerpo social, la devastadora codicia con la que muchos de ellos, en todos los partidos, se han dejado comprar o han comprado a otros.»

Los partidos deben mostrarse «diferentes» para justificar su lucha por el poder. Pero en la realidad, son prácticamente iguales. Veamos dos ejemplos de la enorme lupa de aumento con que se exagera la importancia de cosas más bien insignificantes para la política.

El PSOE considera una gran conquista social el matrimonio homosexual. Antiguamente era, lo mismo que la masturbación, un pecado mortal, porque debido a la alta mortalidad infantil, la humanidad no podía desperdiciar semen. Si antes era denostada, ahora se fomenta la homosexualidad debido al aumento imparable de las poblaciones. Por supuesto que los homosexuales deben tener derechos, por ejemplo, a la herencia de su pareja. Lo que no tiene sentido es llamar «matrimonio» a lo que no lo es: el matrimonio es una institución cuyo objeto es la producción y educación de niños. El PP, cuyo conservadurismo tiene un núcleo católico, la rechaza por tradición.

El PSOE considera un «derecho de la mujer» el disponer de su cuerpo y abortar a piacere. A ninguna mujer le gusta abortar; es una experiencia que suele dejar traumas duraderos, y sólo se justifica por causas muy graves. Nuevamente, el PP se opone por su tradicionalismo.

Estado elefantiásico. La política condiciona la economía

Leemos en pg.252: «Tenemos un país a medias desarrollado y a medias devastado, sumido en el hábito de la discordia, cargado de deudas, con una administración hipertrofiada y politizada, sin el pulso cívico necesario para emprender grandes proyectos comunes.»

Efectivamente, el Estado elefantiásico es la mayor barrera para superar la crisis económica. Y los partidos políticos con posibilidad de gobernar, no tienen el menor interés en eliminarla. Por otra parte, no es nada fácil. Si se despide a un millón de empleados innecesarios, se crea un millón de enemigos políticos y un millón de parados reconocidos (pues antes también lo eran, pero vivían de la subvención estatal). Si se quita competencias a las autonomías y se controlan sus gastos, despertará violentas reacciones. Es difícil actuar con energía cuando hasta ahora se ha cedido tanto.

Toda actividad gubernamental es política, pero generalmente se llama «politizado» lo que se hace por intereses o prejuicios partidistas.

En pg.127 acierta con una de las causas políticas (porque la política condiciona a la economía, y no al revés) de la corrupción: «el parlamento, que debería ser por naturaleza el escenario privilegiado de los debates públicos, el lugar donde se manifiesta a la vista de todos la variedad de las posturas y las opiniones legítimas, de la disidencia radical y también de la capacidad de acuerdo, ofrece a diario el espectáculo entre grotesco y degradante de la obediencia en bloque a las directrices del partido, el aplauso cerrado al líder, el insulto soez al contrario.» Se impone la reforma de la Ley Electoral para que el diputado deba responder a sus votantes y dejar de ser un mero empleado del Poder Ejecutivo.

Los desastres ocasionados por una administración «clientelar» (o sea populista) los muestra claramente en pg.48, 52, 97, 204 y 206.

En pg.97 leemos: «Despilfarradores y ladrones vuelven a ser aclamados y elegidos por la misma ciudadanía que llevan decenios estafando.» (Pero también participando de la repartija: no sólo los políticos son corruptos).

En pg. 218 dice: «Es una cuestión acuciante: por una parte hay intereses internacionales muy poderosos que están empeñados, con la ayuda de sus sicarios políticos en cada país, en desbaratar el modelo de bienestar social europeo, de modo que la salud, la educación, las pensiones, los servicios públicos fundamentales, se conviertan en fabulosas posibilidades de negocios; por otra parte, la prosperidad y poder de la clase política española dependen demasiado de una administración hipertrofiada y despilfarradora como para empeñarse seriamente en reformarla».

Pero en la página siguiente leemos: «Nada amenaza más el bienestar de la clase política que una ciudadanía que les de la espalda o se niegue a seguir actuando de comparsa en sus proyectos delirantes o les pida cuentas de cada céntimo que gastan y cada decisión y cada decisión que toman en vez de seguir tragándose el engaño del enemigo exterior que tiene la culpa de todo».

Ambas citas contiguas parecen contradecirse. El «enemigo exterior» es el clásico recurso de los gobiernos de «echar balones afuera» para enmascarar el destrozo que ellos mismos infligen a sus gobernados. Pero los políticos pueden ser corruptos porque han corrompido a gran parte de la ciudadanía comprando sus votos. .Permítaseme un comentario de la primera de las citas. El Estado tiene funciones importantísimas (vialidad, instrucción pública, defensa nacional, orden interno, relaciones exteriores, etc.). Pero no debe ocuparse de la producción de bienes y servicios que puede realizar la empresa privada. Las empresas estatales son lugares utilizados para acomodar amigos y para pagar favores políticos. Sus dirigentes no quieren «quedar mal» con el personal controlando su rendimiento. Siempre dan pérdidas, que cubre el Estado (o sea todos los ciudadanos con sus impuestos). La empresa privada, si está a menudo en números rojos, va a la quiebra. Por lo cual sus gestores vigilan cuidadosamente los gastos, el rendimiento del personal, y los métodos y tecnología que emplean. Es una idea paranoica creer que «intereses internacionales muy poderosos están empeñados (…) en desbaratar el modelo de bienestar europeo». Los inversores tratan de ganar dinero, y las ineficientes empresas estatales suelen ser excelentes oportunidades de hacer las cosas mejor y a menor costo. Un ejemplo es la Sanidad: los hospitales seguirán siendo propiedad del Estado y los pacientes serán atendidos presentando la misma tarjeta sanitaria que han empleado hasta ahora. Lo único que se privatiza es la gestión, como se hizo hace mucho tiempo en varios hospitales (algunos de Andalucía). Con el cambio de gestión el Estado ahorrará 169 millones de euros al año{3}. De paso, recordemos que el creador del «Estado debienestar» fue Bismark, el «canciller de hierro», en Alemania (siglo XIX).

¿Democracia?

Dice que España «es una democracia» (pg.102, 125 y 175). Pero en pg.209 leemos que cuando murió Franco «Éramos antifranquistas pero no demócratas». No parece posible construir una democracia sin demócratas. Leemos en pg.211: «La democracia misma nos hizo demócratas. Pero era tan frágil, tenía unas raíces tan débiles (…)».

Así es: la democracia es tan frágil que a menudo es la puerta de entrada de dictaduras. España no es una democracia, sino una partitocracia, una oligarquía, como dijo Alfonso Osorio (citado por Anson{4}). La democracia solo podría existir cumpliendo varios requisitos, entre ellos:

1) La existencia de una aristocracia que sirva de guía a los ciudadanos.

2) Modificar la ley para que el diputado responda ante sus votantes y no sea un simple empleado de las cúpulas partidarias. Esto NO significa que el diputado deba votar «lo que el Pueblo quiere». Debe tener en cuenta sus opiniones y deseos, evaluando su viabilidad económica y política, y sus consecuencias a mediano y largo plazo.

3) Aplicar el principio de Montesquieu: separación de poderes, incluso en elPoder Judicial;los jueces no deben ser nombrados por los partidos políticos,tal vez sí por los abogados colegiados.

4) Hasta el sistema vigente en la época de Sócrates (según cuenta Xenofon) –elección de la mayor parte de los funcionarios por sorteo– era mucho más eficaz que la democracia. Como duraban un año, nadie sabía quién sería el próximo. La democracia es un ideal, pero si no cumple los requisitos y no tiene una esencia aristocrática (designar a los mejores para cada puesto, y no los peores como sucede actualmente) se transforma en dictadura.

Muñoz Molina dice en pg.184 que «la democracia española ha derrotado a ETA». Por ahora, como vimos, no hay democracia. ¿En qué consiste la «derrota» de ETA? ¿En haber legalizado sus formaciones políticas, que cada día adquieren más poder en el País Vasco y son mantenidas por el Estado (todos los españoles? Por ahora no matan, porque van consiguiendo todos sus objetivos (incluyendo la eliminación de la doctrina Parot y la liberación de los asesinos presos). Ni siquiera han entregado las armas. Y nadie pensará que las guardan como adornos o como reliquias. Sólo Humpty Dumpty llamaría «derrota» a lo que es la victoria de los terroristas.

Dice en pg.227: «Los partidarios de la unidad de España tendrán que habituarse a la convivencia con los independistas, y reconocer que si en algún momento obtienen una mayoría decisiva se les ofrecerá la posibilidad de marcharse».

Sin duda, todo aquel a quien no guste España, tiene la posibilidad de marcharse. Lo que no puede es hacerlo colectivamente y llevándose parte de los territorios de la nación. España es un país libre, como lo son todas su regiones. Por eso, los nacionalistas no son «independentistas» sino secesionistas. Tienen dos posibilidades legales: 1) hacer un referéndum con la participación de todos los españoles, o 2) Intentar la reforma de la Constitución. En ambos casos hay que consultar a todos los españoles; no basta con la opinión de UNA región. Como escribió Camacho{5}: «La obligación primordial del Estado es sostener su propia integridad».

Creo que los ejemplos citados muestran claramente la inteligencia de Muñoz Molina y la sagacidad de sus observaciones. Incluso al hablar de crisis, burbuja inmobiliaria y corrupción, va desgranando algunas de sus causas (listas cerradas, «representantes» que sólo representan a sus cúpulas partidarias, partitocracia, intereses demasiado bajos, fracaso educacional).

Democracia o Socialismo

Los partidos socialdemócratas involucran una contradicción: o se es demócrata o se es socialista. La democracia, lo repito, es un ideal (muy difícil de hacerlo plenamente real). El socialismo también es un ideal, pero como quedó dicho anteriormente, irrealizable política o revolucionariamente, es decir, de manera inmediata (es muy posible que el aumento de la productividad conduzca a un tipo de interrelaciones sociales que se puedan designar como «socialismo»). Al no haber mercado en el socialismo, no hay formación de precios, sino que estos se fijan arbitrariamente. Eso lleva a un enorme despilfarro de recursos. Durante la guerra, la supeditación de los objetivos personales al interés nacional (bélico) y la autoridad total del Estado, para sorpresa de muchos, ese «socialismo de guerra» funcionó bastante bien.

En Alemania, durante la 1ª Guerra Mundial, el general Ludendorff (el del putsch de 1923 junto con Hitler) estableció el «socialismo de guerra», que fue el modelo que adoptó Lenin para instaurar el Estado Socialista.

Al finalizar la 2ª Guerra Mundial, los ingleses estaban muy agradecidos a Winston Churchill, cuya eficaz dirección los condujo a la victoria, salvándolos de la esclavitud nazi. Sin embargo, votaron al Partido Laborista.

Ante el éxito del «socialismo de guerra», muchos quisieron extenderlo a los tiempos de paz. Al cesar la destrucción bélica, todos los recursos se dedicarían a fines constructivos y a «distribuir» la renta nacional de una manera más justa. Pero, en tiempo de paz, cada persona trata de alcanzar sus propios objetivos y no acepta que el Gobierno planifique su vida. Quienes pretenden, en tiempos de paz, subordinar las metas personales a los intereses del Estado, sólo pueden lograrlo ejerciendo una extrema violencia sobre sus conciudadanos. Esa violencia se suma a la ineficiencia económica y conduce a un fracaso total (después de grandes matanzas y de prostituir la vida de varias generaciones).

Actualmente, los partidos socialistas ya no pueden anunciar como objetivo la instauración de un Estado socialista, porque los ciudadanos lo rechazarían. Pero como necesitan diferenciarse de sus competidores electorales, plantean asuntos cuya importancia exageran (como el «matrimonio» homosexual, o el «derecho» al aborto), y algunos basados en falsedades (v.gr. la «derrota» de ETA, la creencia paranoica de que «quieren desbaratar el modelo de bienestar social, la creencia de que «estamos en democracia», «el valor de lo público») y alguno inconstitucional y destructivo (que una región pueda escindirse por la decisión exclusiva de sus habitantes).

Ideología vs. realidad

Parece extraño que creencias que la realidad ha refutado más de una vez, se mantengan incólumes en la mayor parte de las personas. Pero esto no es novedad. Cuando Einstein dio a conocer la teoría de la relatividad, muchos físicos la rechazaron. Se fue imponiendo poco a poco al morir los físicos viejos y ser reemplazados por jóvenes.

Cuando, en 1912, Wegener enunció la teoría de la deriva continental, sus colegas la rechazaron a pesar de las contundentes evidencias que aportó. En general, no se acepta ninguna explicación, a pesar de las evidencias, hasta que una teoría explique cómo sucede. En el caso de Wegener, la teoría que llevó a la aceptación de la deriva continental, fue la tectónica de placas. Es interesante a este respecto, lo que relata Alberto Ferrús{6}:

En el Instituto Tecnológico de California, un estudiante proyectó la producción de mutantes de Drosophila que alterasen su ritmo circadiano. Lo consultó con un Premio Nóbel, quien le respondió: «Dedícate a otra cosa porque es imposible alterar una función tan compleja con una sola mutación». «Afortunadamente el estudiante no siguió el consejo y pudo obtener el primero de una serie de mutantes que han permitido dar un paso de gigante en el conocimiento de los mecanismos de la ritmicidad biológica.»

Cuando, un año después, el estudiante presentó al Premio Nóbel el primer mutante en el ritmo circadiano, este le contestó: «No me lo creo porque no puede existir.»

Para explicar fenómenos, el científico emite hipótesis que son producto de su cerebro. Pero luego debe constatar si las consecuencias de su hipótesis se cumplen en la realidad. Pocas veces sucede así, y la hipótesis queda refutada. Si las consecuencias de alguna hipótesis coinciden con la realidad, queda corroborada y pasa a ser una teoría. Pero siempre las teorías son conjeturas, que serán refutadas si aparecen otras teorías que expliquen más fenómenos que la anterior.

Los fenómenos sociales son la resultante de la acción de miles de millones de personas; son complejos y tienen sus leyes emergentes (que no responden a la relación causa–efecto de la mecánica). Además no admiten experimentación planificada. Si, por ejemplo, alguien sostiene que la economía tiene que funcionar mejor en manos del Estado que de empresas privadas, se le podría refutar mencionando el caso de la URSS. Pero es seguro que rechazará el ejemplo porque «en la URSS no hubo verdadero socialismo» (tal vez por la paranoia y crueldad de Stalin; si Lenin no hubiera muerto seguramente lo habría). Por eso las creencias políticas son irrefutables y tienen características de religión, sobre todo cuando se basan en ideologías.

Muñoz Molina hace una crítica muy notable de algunas posiciones del PSOE. Pero, en mi opinión, aún conserva algunos prejuicios socialistas (puesto que hace suyas las creencias resumidas en este artículo) que probablemente le dificultan el cierre de su brillante ensayo con propuestas concretas (que en realidad están implícitas en su texto) para enderezar la peligrosa deriva en las que está inmersa España.

Algunas de las medidas imprescindibles son, a mi juicio:

1) Reformar la Ley Electoral estableciendo la representación por circunscripciones, de modo que los diputados respondan a sus electores (y no a las cúpulas partidarias). Listas abiertas. Designación de los candidatos por votación de los militantes en cada partido.

2) Restablecer la separación de poderes también en lo referente al Poder Judicial. Los jueces no deben ser nombrados por los partidos políticos (y sí, tal vez, por votación de los abogados colegiados).

3) Eliminarlos miles de empresas estatales inútiles.

4) Reducir drásticamente el aparato del Estado. La informatización debería hacer necesarios menos funcionarios y no más.

5) Quitar competencias a las autonomías, sobre todo educación y sanidad. Controlar estrictamente sus gastos, impidiendo el déficit.

6) Bajar los impuestos para impulsar la economía.

7) Restablecer la disciplina en las escuelas y universidades. Exigir una sólida formación a los maestros y profesores.

8) Reestablecer la meritocracia, el reconocimiento al esfuerzo , conocimiento e inteligencia en todos los campos y nombramientos.

Notas

{1} Todo lo que era sólido. Antonio Muñoz Molina. Ed. Seix Barral, Octubre 2013.

{2} La rebelión de las masas José Ortega y Gasset, 1927. Ed. «El País», 2002.

{3} «El milagro de la privatización sanitaria: más servicios por menos dinero». «El Mundo», 5–7–2013.

{4} «España, una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos». Luis María Ansón. «El Mundo», 4–6–2013.

{5} «La matraca». Ignacio Camacho. «ABC» 21–10–2013.

{6} Ciencia y Sociedad. Fundación Central Hispano, 1997.

 

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