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El Catoblepas, número 139, septiembre 2013
  El Catoblepasnúmero 139 • septiembre 2013 • página 1
Artículos

Idea de Hispanoamérica
en la obra de Juan Villoro

Manuel Llanes García

Intervención del autor en la lectura y la defensa de su tesis doctoral, celebrada en la Universidad de Barcelona el 9 de enero de 2013

Juan Villoro (México DF 1956)

[Texto de la intervención del autor durante la lectura y defensa de su tesis doctoral, Idea de Hispanoamérica en la obra de Juan Villoro, bajo la dirección de Mercedes Serna Arnaiz y ante un tribunal compuesto por los doctores José María Pozuelo Yvancos, Eduardo Becerra Grande, Remedios Mataix Azuar, Dunia Gras Miravet y Bernat Castany Prado; la ceremonia tuvo lugar en la Universidad de Barcelona, el 9 de enero de 2013. El autor fue calificado como apto cum laude.]

Respetables miembros del tribunal,

Antes que nada quisiera empezar por agradecer a los integrantes del tribunal el tiempo que han dedicado al análisis de mi tesis doctoral, Idea de Hispanoamérica en la obra de Juan Villoro, que desde luego no habría podido llevarse a cabo sin la oportuna dirección de la profesora Mercedes Serna, a quien extiendo mi reconocimiento.

Esta tesis está centrada en el estudio sistematizado de la narrativa, los ensayos y las crónicas de este escritor mexicano, cuya presencia entre nosotros, los interesados en la literatura escrita en español, es cada vez más acusada, como hubo oportunidad de comprobarlo con la publicación de su más reciente novela, Arrecife (2012). Se habla cada vez más de Juan Villoro tanto en el ámbito periodístico como en el académico y esta tesis es una expresión más de ese interés.

Por lo tanto, me dispongo a exponer frente a ustedes la pertinencia de un trabajo como el presente, que parte de la propuesta de que la obra de este escritor mexicano nacido en 1956 es susceptible de ser interpretada de tal forma que sea posible percibir la unidad de un programa artístico en el ya dilatado conjunto de novelas, cuentos, ensayos y crónicas de Villoro. Es decir, parto del supuesto de que se distingue una coherencia cuando todos esos trabajos publicados por Villoro se analizan en conjunto, que es exactamente lo que he intentado llevar a cabo. De esa visión panorámica se desprenden nuestras conclusiones, como en su momento se verá.

Antecedentes

Me parece que la forma más idónea de empezar es por ciertas características del título, del cual se desprenden las premisas fundamentales de este trabajo y que por lo tanto nos sitúa en los antecedentes de una tesis como la que ahora les presento. ¿Por qué idea y por qué Hispanoamérica? Digo “Hispanoamérica” para referirme al conjunto de países de habla hispana del continente del cual provengo y en un primer momento eso nos sitúa frente a quienes prefieren el rótulo “Latinoamérica”, u otros también recurrentes como el adjetivo “panamericano”, popular en ciertos contextos. Es decir, llamo la atención acerca de una determinada forma de designar un conjunto de países, por lo que no es casual que haya elegido el rótulo “Hispanoamérica” para el título de mi estudio.

Para entender a cabalidad esta elección antes hay que ver de qué forma convergen o no los intereses de los escritores en lengua española con la idea de Hispanoamérica que esta tesis defiende. América se dice de muchas maneras y no todas son compatibles, aunque con frecuencia se olvide o se use discrecionalmente una palabra para pretender designar otra cosa. Es decir, ¿qué idea de América tenía en mente un escritor de obra tan difundida como Jorge Volpi cuando escribió su ensayo “La literatura latinoamericana ya no existe” (2006). Semejantes afirmaciones no son solo una polémica provocación de escritor, como lo prueba la intervención de un académico como Gustavo Guerrero y su texto “La desbandada. O por qué ya no existe la literatura latinoamericana” (2009).

En su texto, Volpi asegura que la literatura latinoamericana, que él nunca se encarga definir con precisión (porque la supone ya definida, se entiende), es “un cadáver embalsamado que sólo unos cuantos académicos nostálgicos se empeñan en preservar”. Luego afirma que desde la emancipación de los países de la América española la literatura latinoamericana “tuvo una vida amplia y fecunda, basada en el reconocimiento de una lengua y una tradición comunes”, pero luego “esa tradición dejó de importar” (Volpi, 2006: 90).

El culmen de esa literatura habría estado en el boom, promoción de escritores que en estos días es recordada con profusión por sus protagonistas en la prensa española, como todos saben. Volpi también señala los años setenta como los de la crisis de la literatura latinoamericana, con la agudización de las diferencias entre los diferentes escritores del continente, ya no interesados en ser identificados como latinoamericanos. Para Volpi, Roberto Bolaño, chileno, para algunos parte fundamental del imaginario mexicano y migrante en España, sería el último gran escritor de esa tradición.

La opinión de Guerrero no es muy diferente, de hecho cita el texto de Volpi y sus reservas frente a la literatura latinoamericana las fundamenta en el enorme crecimiento de la publicación de libros (que habría dispersado cualquier proyecto editorial a favor de las trasnacionales) y el ascenso del relativismo. Todo ello en el contexto de la llamada posmodernidad y las crisis de los metarrelatos, así como en la pérdida de prestigio de la Revolución cubana como fundamento ideológico y el realismo mágico como suma de las categorías estéticas que en algún momento habrían definido al continente con tanta precisión (Guerrero, 2009).

Me parece que de las aportaciones de Volpi y Guerrero se resume buena parte de los antecedentes en los cuales hay que citar la interpretación de la obra de Villoro, quien comienza a publicar en los ochenta y a partir de ese momento no ha dejado de hacerlo. Es decir, hay una literatura que se hace en México, así como en el resto de los países de habla hispana, que es necesario interpretar, en una época en que los escritores y los académicos llaman la atención acerca de la forma idónea de llevar a cabo esos juicios. Se anuncia el fin de Latinoamérica de manera semejante a como en su momento se habló del fin de la historia.

Sin embargo, al mismo tiempo, otros académicos participan del interés alrededor de la llamada literatura latinoamericana sin denunciar su condición de “cadáver embalsamado”. Como muestra de ello ahí está precisamente la aparición del volumen Materias dispuestas: Juan Villoro ante la crítica (2011), editado por José Ramón Ruisánchez y Oswaldo Zavala, quienes en la introducción formulan la siguiente pregunta: “¿Qué significa el nombre de Juan Villoro […] en el canon de la narrativa mexicana, latinoamericana y occidental?” (Ruisánchez et al., 2011: 9). Para Volpi, semejante pregunta tal vez no tenga sentido, desde que según él la literatura latinoamericana es una mera construcción imaginaria. ¿Qué sentido tendría entonces situar a Villoro en una tradición que, como nos dicen sus detractores, ya no tiene interés y se reduce a una mera ideología? La pregunta de Ruisánchez y Zavala goza entonces de plena vigencia en el caso de Villoro y muchos otros, de ahí que nuestra tesis trate de contestar la pregunta al mismo tiempo que matizamos su formulación. En esa respuesta y en ese matiz nos parece que está nuestra contribución al estudio de Villoro, como nos proponemos explicar a continuación.

Tal ha sido una de mis principales motivaciones para estudiar a Villoro no sin antes aclarar cuál es la naturaleza de las herramientas que se usan para determinado objetivo, comprender la obra de un escritor nacido en México aunque con presencia en otros países de América como Chile y Argentina y desde luego en España, en un momento en que se nos asegura que las etiquetas del pasado son inapropiadas y se reclama la emergencia de un escritor global que ya no puede ser estudiado con categorías nacionales. La misma complejidad del asunto nos lleva a que en nuestro título hablemos de “idea”, en contraposición a los conceptos propios de las disciplinas científicas, con lo cual declaramos nuestra intención de enriquecer el estudio literario con las aportaciones de la filosofía, disciplina idónea cuando de enfoques transversales se trata.

Estado de la cuestión

En este sentido es de capital importancia saber qué han dicho y cómo lo han dicho otros autores acerca de Villoro, para ver de qué forma las categorías típicas de las literaturas nacionales cobran presencia.

Como muestra del interés que despierta Villoro, es importante mencionar un detalle: hace apenas unos años era mucho más difícil encontrar artículos académicos acerca de su obra, situación que afortunadamente ha cambiado, como lo prueba la publicación del ya citado volumen Materias dispuestas. También hemos aprovechado otros materiales que no han sido recogidos en este libro. Damos cuenta, a continuación, con más detalle, de esos textos que nos han sido de tanta ayuda al momento de descubrir de qué forma se interviene Villoro como escritor en nuestras letras.

La Ciudad de México

Ciertos autores han explotado una de las vertientes más importantes al momento de interpretar a Villoro, la complejidad del DF, capaz de desbordar por mucho las categorías que en su momento inspiraron la escritura de La región más transparente (1958), novela alrededor de la cual existe el consenso de considerarla la representación canónica de la ciudad mexicana por excelencia. Sin embargo, de la misma forma que la Ciudad de México se ha convertido en una urbe cada vez más alejada de la racionalidad que le impuso Fuentes (no por la obsolescencia de la obra de este, sino por el inevitable crecimiento de la urbe), las representaciones del DF se han ramificado de forma exponencial, con la aparición de nuevos escritores que también han publicado relatos ambientados en el lugar al cual nos referimos, herederos del legado de Fuentes, entre ellos Villoro. Una relación de la generación de Villoro que no necesariamente es armónica con la manera que en la órbita de Fuentes se tenía de entender la literatura y la ciudad.

Así, con Villoro se habla de otra forma de evocar el DF y de involucrarlo en la dinámica de la narrativa contemporánea, como el escenario conflictivo de nuevas historias que necesariamente se han contrastado con las de Fuentes y su forma de imaginar y también construir el DF. En ese sentido se habla de una “Tenochtitlán posmoderna”, en la cual los símbolos prehispánicos, la propaganda revolucionaria y sus iconos han dado forma a una ciudad donde lo que en el pasado se reverenciaba de forma acrítica ahora es sujeto de escepticismo y parodia, es decir, una forma de la crítica entendida como clasificación. La urbe de múltiples voces que se encontraba en el testimonio de Fuentes acerca de la ciudad posrevolucionaria ahora cede el paso a otro tipo de representación, surgida precisamente de las limitaciones que le han sido impuestas a la literatura por los nuevos tiempos, en los cuales mucha veces resulta infructuoso reconocer la vieja ciudad, lo cual obliga a los narradores de las generaciones posteriores a Fuentes a explorar fórmulas distintas para narrar el conflicto del hombre urbano y su sobrevivencia.

Semejante acercamiento puede encontrarse en el artículo de Sarissa Carneiro, “La (pos) moderna Tenochtitlan: notas sobre la ciudad en Materia dispuesta de Juan Villoro” (2007), donde con la terminología propia de la retórica posmoderna se resalta el caos de la ciudad, así como la marginalidad de Terminal Progreso, la colonia donde tienen lugar las acciones de la segunda novela de Villoro. Para Carneiro, lo que ocurre en el relato de Villoro es consecuencia de fenómenos tales como la globalización, que habría alterado por completo la forma en la cual entendemos la ciudad, con lo cual muchos valores de antaño ahora serían obsoletos como mecanismo para pensar la ciudad.

También en esta vertiente de la urbe caótica que se resiste a ser representada podemos ubicar al estudioso Tim Havard, autor del artículo “El disparo de argón by Juan Villoro: a Symbolic Vision of Power, Corruption and Lies” (2007). Para Havard es importante, además de la complejidad urbana del DF, resaltar sus problemas de contaminación, en la medida en que la ciudad degradada se identifica con los personajes y sus conflictos, como en una suerte de correspondencia entre el ambiente enrarecido y las cuitas de los personajes, también contaminados. Al mismo tiempo, Havard también clasifica a Villoro como escritor posmoderno, aunque con prudencia nos habla de un estilo de transición que estaría en concordancia con el mismo ambiente de incertidumbre política del país.

An Van Hecke, en “Hibridez y metamorfosis en Juan Villoro: el universo mágico-mitológico del ajolote” (2009) y “El ajolote y el quinto sol: vestigios prehispánicos en Materia dispuesta de Juan Villoro” (2010), concuerda también en el cambio de paradigma que tiene lugar en la representación de la ciudad, desde la ironía que subyace en llamar Terminal Progreso a una colonia pretensiosa pero venida a menos, ubicada en las afueras del DF. Esta autora se concentra en resaltar lo problemático de adjudicar ciertos significados simbólicos a los elementos que aparecen en la novela, como el ajolote.

Interpretaciones político-sociales

Otros estudiosos de Villoro han reparado en aspectos que tienen qué ver con la política, así como con la violencia del México actual. Para ellos, los relatos de Villoro vendrían a ser la denuncia de la descomposición social del país, actualmente con tanta presencia en los medios periodísticos.

De nuevo volvemos a Tim Havard, quien examina la novela de Villoro El disparo de argón y evidencia cómo en ella la corrupción (en tanto que mal endémico del país) ha prevalecido, a pesar de que en los años más recientes se insiste en que México ha atravesado una transición democrática, a partir del año 2000. Los procesos políticos a los cuales Havard alude tuvieron lugar a finales del siglo XX y principios del XXI, mientras que la novela de Villoro a la cual se refiere es de 1991. Sin embargo, Havard argumenta que El disparo de argón, por lo tanto, con su puesta en escena por medio de las herramientas de la novela negra, es un texto de gran actualidad que señala problemas que están lejos de desaparecer. Para este autor, la novela será una alegoría del sistema político mexicano en tanto que la corrupción que se muestra en ella es representativa de los males del país.

De gran importancia es que Havard resalta los efectos negativos del comercio internacional entre los EEUU y México. Lo interesante es la forma en que esa decadencia de la economía afecta las convenciones de la novela negra, porque para Havard es importante reflexionar acerca del sentido de este tipo de literatura cuando el sistema legal está completamente corrupto y no ofrece ninguna salida a los personajes, con lo cual la labor del detective queda por completo en entredicho. Todo lo anterior también afecta al activismo político de las generaciones que lucharon en 1968, por ejemplo, con José Revueltas a la cabeza, una situación que para Villoro y sus compañeros de generación queda por completo desdibujada, de ahí la intervención en los problemas nacionales por medio de las formas de lo cómico que lleva a cabo Villoro. En este último aspecto también estará de acuerdo Van Hecke, cuando resalta el hedonismo de uno de los personajes de Villoro, Mauricio Guardiola, como emblemático de una generación ajena a las gestas ideológicas de 1968, que habrían abordado de forma muy difundida Elena Poniatowska o el ya citado Revueltas, aunque precisamente en las antípodas de lo cómico.

Para Juan Antonio Masoliver Ródenas, “Narrativa mexicana actual. Desintegración del poder y conquista de la libertad” (1995), ante los problemas que Havard describe la respuesta de la generación de Villoro ha sido el humor y el desenfado, aunque nos asegura que no por ello hay evasión de la realidad sino una preferencia por lo que él denomina relevancia de la imaginación y el individualismo.

José Ramón Ruisánchez, en su tesis de doctorado, Historias que regresan: topología y renarración en la segunda mitad del siglo XX mexicano (2007), destaca también el lado político y crítica social que se desprendería de El disparo de argón y concuerda con Havard al resaltar que la novela se distingue por sus alusiones negativas a lo que más tarde se conocerá como el Tratado de Libre Comercio (1994). Para Ruisánchez el barrio de San Lorenzo será también una sinécdoque de la nación mexicana y sus problemas, como también lo había indicado Havard.

Relacionado con su trabajo anterior acerca de Villoro, en “Hacia la lectura ética de El testigo de Juan Villoro” (2008), Ruisánchez aborda otras de las novelas de Villoro, El testigo (2004), para argumentar cómo la novela ofrece una revisión de determinados acontecimientos históricos para darle relevancia a la memoria personal, en este caso del protagonista, Julio Valdivieso; para ello, el autor echa mano de lo que él llama “ficción archívica” y “mal de archivo”, dos categorías que según él tienen amplia presencia en El testigo. Así, Ruisánchez nos explica cómo las experiencias personales de Valdivieso, sobre todo su memoria, pueden servir para cuestionar la historia nacional o al menos servirle de contrapeso de la oficialidad. Resaltamos del análisis de Ruisánchez la forma no en que la historia queda supuestamente superada por la ficción, sino la manera en que este estudioso percibe la mexicanidad como una construcción que es posible poner en conflicto con los intereses de los propios personajes. La conclusión de Ruisánchez, sin embargo, es de tintes relativistas, porque para él la novela de Villoro vendría a acentuar la falta de concreción de la historia nacional y la posibilidad de deconstruirla por medio de la psicología de personajes novelescos como Julio Valdivieso.

Helena Usandizaga Lleonart, en “Tres lecturas paródicas de la (de) / construcción de la nación (2011), también encontrará en la obra de Villoro, particularmente en uno de sus cuentos, una alternativa crítica frente a la nación política mexicana, en la cual ella encuentra fisuras que han llevado a su desaparición. Lo anterior a partir de su análisis de las formas de lo cómico presentes en “Coyote”, uno de los cuentos más conocidos de su autor. En ese sentido, Usandizaga concuerda con lo que apunta Masoliver Ródenas, cuando este resaltaba el uso paródico de la simbología indígena; sin embargo, Usandizaga al final considera que la parodia está más bien dirigida a los personajes citadinos (no a los indígenas), por lo cual la aventura del personaje de “Coyote” es una genuina iniciación; en cambio, el mestizaje, que vendría a ser fundamental para la idea de una nación política, es un completo fracaso. An Van Hecke dirá algo relacionado con lo anterior cuando critique la cuestión nacional de México aunque ella hable más bien del patrioterismo como suerte de identidad nacional exaltada y por lo tanto falsa.

En su texto “Hay que escuchar al héroe”, J. Ernesto Ayala-Dip hace una reseña acerca de Arrecife, la ya mencionada novela de Villoro. El autor lleva a cabo una comparación entre el libro de nuestro autor y la forma en la cual se relaciona con JG. Ballard, un escritor célebre por sus relatos de ciencia ficción, género que no suele asociarse normalmente con Villoro, aunque él mismo es un autor de un solitario cuento de ese tipo, “La voz del enemigo”. Sin embargo, Ayala-Dip establece con fortuna, a mi parecer, una semejanza entre los ambientes apocalípticos que distinguen las novelas de Ballard y el México actual que Villoro retrata en su texto. Sin embargo, aquí la corrupción, el crimen y la violencia tienen lugar en una novela que para el crítico posee ciertos elementos de ficción científica.

Estudios de género

Otras autoras aprovecharán que en una novela como Materia dispuesta se abordan los años de formación de un joven para ver en su sexualidad una respuesta a las figuras de autoridad entre las cuales el protagonista se ha desarrollado. Nos referimos de nuevo a Carneiro y también a Tamara Williams, quien desarrolla todo ello en su artículo “Los (dos) lados de la toalla: masculinidad, sexualidad y nación en Materia dispuesta” (2011). Tanto Carneiro como Williams han insistido en que escritores como Villoro representan la crítica de los aspectos más autoritarios de la organización política de México, que toma la forma a veces de figuras propias de los llamados estudios de género, con la identificación de los gobiernos priistas con el machismo, frente al cual las novelas de Villoro objetarían otras formas de entender la sexualidad o la militancia política, caso concreto de la novela Materia dispuesta. De ahí que Carneiro vea en los episodios homoeróticos de la vida de Mauricio Guardiola, el protagonista de Materia dispuesta, una crítica a la “masculinidad hegemónica” que a su ver se pretende imponer desde lo más alto de las estructuras jerárquicas del México postrevolucionario. En sintonía con lo anterior, An Van Hecke, al momento de interpretar los símbolos de la novela, también apelará al machismo y la forma en que este se filtra en elementos altamente metafóricos como el ajolote.

El México telúrico

En nuestra tesis hemos explicado ampliamente en qué consiste lo que ha sido llamado la ideología del México telúrico, que tiene sus antecedentes en Paz y que va a confirmarse ampliamente en la literatura de varios autores, como Fuentes, Pacheco y Garro, con antecedentes que alcanzan incluso a Rubén Darío. Los autores que a continuación citamos van a identificar a Villoro también con esa ideología, a pesar de que él mismo se ha distanciado públicamente de ella. Carneiro va a inclinarse en su artículo por darle beligerancia al llamado México telúrico, desde el momento en que las desgracias de uno de los personajes de Villoro, Jesús Guardiola, el padre del protagonista de Materia dispuesta, tienen como origen el descubrimiento accidental de unos restos arqueológicos que arruinan su proyecto de especulación inmobiliaria al amparo del gobierno priista. Para Carneiro, la idea de un pasado precolombino cuya influencia se manifiesta en el presente contra las obras del hombre mestizo goza de plena vigencia.

En la línea de Carneiro también podemos ubicar a Belén Castro Morales quien, en “El México Salvaje y la alteridad en tres cuentos contemporáneos (Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Villoro)” (1997), también relaciona a Villoro con uno los precedentes del telurismo en México, Fuentes, con el añadido de Cortázar, quien además es una de las más claras influencias de Villoro{1}.

Masoliver Ródenas, en cambio, hablará de una ruptura entre Villoro y sus predecesores en cuanto al recurrente telurismo, porque los elementos indígenas son reducidos a meros elementos decorativos y ya no poseen el vigor del pasado o la capacidad para controlar las vidas de los mexicanos, como ocurría de pleno en Fuentes, por ejemplo. Algo parecido a lo que invoca An Van Hecke cuando reconoce que el nahualismo, la tutela mágica entre el ajolote y el niño de Materia dispuesta ya no es posible en el México de Villoro, como queda claro cuando la estudiosa compara el famoso cuento de Cortázar y el poema de Paz “Salamandra” con el nihilismo de Mauricio Guardiola. La autora además señala que la postura de Villoro en Materia dispuesta es eurocentrista (lo cual chocaría directamente con la ideología del México telúrico) y aventura una fórmula para tratar de aprehender la novela, que vendría a ser para ella, en paráfrasis de Reyes, “el ajolote de la prosa”, debido a la hibridez que ella encuentra en Villoro. Finalmente, Van Hecke llevará su comparación hasta el límite de ver en el ajolote un trasunto de Villoro, debido a que en su biografía este tiene contactos abundantes con otras culturas, lo cual agudizaría su heterodoxia.

Por su originalidad, queremos destacar el artículo de Gabriel Andrés Eljaiek Rodríguez, “Extrañamiento y retorno siniestro en El testigo de Juan Villoro” (2010), quien aprovecha las categorías de lo fantástico para estudiar la novela más importante de Villoro, con lo cual estaría en consonancia con el telurismo, en la línea de Carneiro y Castro Morales. El artículo de Eljaiek Rodríguez es muy importante en el sentido en que es de los pocos, si no es que el único, que toma literalmente los elementos simbólicos de El testigo (eso sí, muy abundantes) para ubicar la novela en los terrenos de lo siniestro.

Otros enfoques

En “El extranjero como caricatura. La crónica de viaje según Villoro” (2011), Jorge Carrión va a estudiar la forma en la cual Villoro es un viajero autocrítico que ya no parte de su supuesta superioridad para describir los territorios que visita.

Corpus de nuestra tesis

Ya hemos mencionado que la obra de Villoro comenzó a aparecer en los ochenta y desde entonces no ha habido períodos amplios en que no deje de publicarse un libro de su autoría. Así, estamos ante un conjunto lo suficientemente dilatado como para tener que hacer una selección. En esa labor de cribado ha tenido una especial atención la narrativa, aunque también le hemos dado gran beligerancia a los textos ensayísticos de Villoro. Ofrecemos una crítica de las cuatro novelas largas que ha publicado el autor hasta el momento, El disparo de argón (1991), Materia dispuesta (1997), El testigo (2004) y Arrecife (2012); ha quedado descartada de nuestro estudio Llamadas de Ámsterdam (2007), novela corta que sirve de transición entre El testigo y Arrecife. En cuanto al cuento, nos hemos concentrado principalmente en La noche navegable (1980), primer libro de Villoro y en La casa pierde (1999), particularmente en uno de los relatos más estudiados de Villoro, “Coyote”. Albercas (1985), el segundo cuentario de Villoro, que participa de la literatura fantástica en la línea de Bioy Casares, no ha sido contemplado, de la misma forma que los cuentos de Tiempo transcurrido (1986) y Los culpables (2006).

Una selección de ensayos nos ha servido al momento de establecer las relaciones entre el Villoro pensador, digamos, y el narrador. Nos referimos a “La frontera de los ilegales” (1995), “Espectros de la ciudad de México” (2008-2009), “Identidades fronterizas” (2011) y particularmente “Iguanas y dinosaurios. América Latina como utopía del atraso” (2000), así como la crónica Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán (2000). A partir de todos ellos es posible comprobar la forma en la cual Villoro se distancia de la ideología del México telúrico y de la mexicanidad como componente sine qua non de los escritores mexicanos. Al momento de configurar la biografía de Villoro, han sido de gran ayuda las crónicas de Los once de la tribu (1995) y Safari accidental (2005), sobre todo en lo que respecta a su relación tardía con la lectura.

También le hemos dado una gran importancia a los ensayos de Efectos personales (2001) y De eso se trata (2008), en los cuales Villoro estudia la obra de otros escritores. Como explicamos en la tesis, Villoro repara en determinadas características de los autores de ficción con los cuales desea identificarse. Para recopilar las ideas de Villoro acerca de su visión del mundo hemos partido de lo propuesto por Silvina Celeste Fazio en “La escritura ensayística como autoconfiguración: crítica y autobiografía en Efectos personales de Juan Villoro” (2010). Villoro reseña y critica los libros de los autores por los cuales tiene un interés especial interés, porque en ellos ve concretada una actitud frente a la literatura que luego el autor de El testigo hace suya.

En nuestra tesina, Identidad y tradición en la narrativa de Juan Villoro (2009) detallamos los numerosos puntos de encuentro entre Villoro, Piglia y Cortázar, por ejemplo, en el ámbito de la lengua hispana, sobre todo en el caso de este último. A partir de cuentos modélicos como “Las babas del diablo” y del reconocido gusto de Cortázar por el box, Villoro escribe, por ejemplo, su relato “Campeón ligero”, en una suerte de homenaje que anula cualquier intento de interpretar su obra como un ejemplo de expresión meramente mexicana: Villoro ambienta sus historias en un México reconocible, sí, aunque al mismo tiempo para hacerlo se sirve de las herramientas que otros, como Cortázar, como Piglia, le han proveído.

Hemos preferido dejar para otros estudios la notable presencia de escritores en lengua extranjera en la constitución de la obra de Villoro, como es el caso de su gusto por el aforismo (de ahí su traducción del alemán Lichtenberg), que no podría faltar en un acercamiento a Villoro desde el plano de la estilística. De ahí que en nuestra tesis doctoral (como ya ocurría en la tesina) hayamos dedicado un espacio importante a los vasos comunicantes entre Jorge Ibargüengoitia y Villoro, a quien este reconoce como maestro y uno de sus modelos más evidentes. Asumimos de esa forma que esa bien puede ser una carencia de nuestro estudio, del cual reconocemos sus límites, aunque nos comprometemos con la necesidad de situar a Villoro en un contexto mucho más amplio; una labor que, por otra parte, ya habíamos prefigurado en nuestra tesina con el caso de la relación entre Vila-Matas y Villoro.

Contexto literario mexicano

Al momento de ubicar a Villoro en una determinada generación, así como para contrastarlo en el amplio espectro de la literatura mexicana, ha sido de gran utilidad el artículo de Christopher Conway “El libro de las masas: Ignacio Manuel Altamirano y la novela nacional” (2010), en el cual el autor caracteriza los esfuerzos de los primeros gobiernos de la nación política mexicana por construir una literatura que pudiera llamarse “nacional”, con todo lo que eso implica. En ese caso resulta fundamental la figura de Altamirano, que viene a representar la figura del ministro letrado que luego cobrará gran trascendencia con José Vasconcelos y Alfonso Reyes, quienes como se sabe se desempeñaron como ministros y en labores diplomáticas.

Para la historia de la Generación de Medio Siglo, uno de los precedentes más claros de Villoro, tenemos el artículo de Armando Pereira, “La generación de medio siglo: un momento de transición de la cultura mexicana” (1995), en la cual el estudioso expone el desarrollo de escritores como Juan García Ponce, quienes van a significar la metamorfosis del escritor nacionalista posrevolucionario hasta llegar a un escritor como Villoro.

Hipótesis

Llegamos así a nuestra hipótesis: Villoro se distancia del México telúrico por medio de las formas de lo cómico, aunque no hasta el punto de asumir la idea de un escritor por completo globalizado y para el cual la proveniencia geográfica es por completo intrascendente, algo que sí pasaría, nos parece, en el caso de otros autores, como Volpi.

Desarrollo de nuestra propuesta

Recogemos la idea de los autores que hemos citado según la cual Villoro ya no sería un autor nacionalista al uso, como Altamirano o los escritores contemporáneos de la Revolución mexicana. Sin embargo, para darle una mayor consistencia a esa argumentación he decidido exponer sistemáticamente, de acuerdo con lo propuesto en el artículo de Jesús G. Maestro (2008a), en qué consisten las diferentes formas de lo cómico que son recurrentes en Villoro. Eso nos sirve para enlazar a Villoro con el escritor que, consideramos, es su mayor influencia, Jorge Ibargüengoitia. De hecho citamos un ensayo del mismo Villoro (2002a) a propósito de Los relámpagos de agosto. Durante todo ese proceso ha sido de gran importancia la metodología de Jesús G. Maestro (2008b) dedicada a la literatura comparada.

A continuación, recopilamos algunas de las exposiciones teóricas que se han hecho acerca de la identidad en los estudios literarios, en las cuales la llamada identidad colectiva es una cuestión que, como nos dicen diversos autores, puede reducirse a una impostura psicológica que estaría en la base de la construcción de determinados proyectos nacionales. En contraste con lo anterior, proponemos el criterio de Gustavo Bueno en su ensayo “España y América” (2001), en el cual el filósofo plantea las diferentes opciones al momento de deslindar culturalmente los territorios americanos de habla hispana y portuguesa. Nosotros, para salir al paso de críticas como las de Volpi y Guerrero, quienes hablan de Latinoamérica (que Bueno llama la alternativa sud-americanista), ubicamos a México en la alternativa hispanista.

Además, con base en el artículo de Mercedes Serna, “Hispanismo, indigenismo y americanismo en la construcción de la unidad nacional y los discursos identitarios de Bolívar, Martí, Sarmiento y Rodó” (2011), hemos hecho una referencia a las diferentes modulaciones de la identidad y la unidad de América y que encuentran en estos “redentores”, como los llama Krauze (2011), cuatro de sus grandes e ineludibles precedentes.

Por razones obvias me he concentrado en el caso de México y en la importancia que tendrán para mi país Vasconcelos y Reyes, que pueden ser identificados sin problema en la alternativa hispanista y por lo tanto como componentes de lo que el profesor Pozuelo llama el canon hispánico (2009)

La crítica del México telúrico

Antes de la exposición de la relevancia que ha tenido el telurismo como ideología para la literatura mexicana posterior a Paz, hemos llevado a cabo una crítica de El laberinto de la soledad (1950), texto fundacional en estos menesteres y del cual Villoro se ha desvinculado públicamente, como queda claro en la entrevista que el novelista concedió a Alejandro Hermosilla Sánchez y que se publicó en 2008, “Juan Villoro. La ironía de la soledad”.

Villoro hace una crítica de la metodología de El laberinto de la soledad, de ahí que hayamos juzgado importante hacer una exposición del contenido del libro más célebre de Paz, para luego contrastarlo con otros comentarios, como el que lleva a cabo Roger Bartra en La jaula de la melancolía (1986), libro con el cual Villoro dice identificarse ideológicamente por encima de El laberinto de la soledad. En este renglón también nos ha sido de gran utilidad la tesis de licenciatura de Berenice Adriana Mondragón Sánchez, Una reflexión en torno a la identidad del mexicano a través de El laberinto de la soledad (2005), así como el artículo de Mercedes Serna, “Discursos sobre la naturaleza americana” (2010), en el cual se detalla la forma en que el mito oscurantista adquirió un peso inmerecido en las crónicas acerca de América como espacio de prodigios.

Me parece que la parte más importante de nuestra tesis radica en la comprobación, por medio de ese examen de la obra de Paz, de la forma en que la ideología de este impregna a Fuentes, José Emilio Pacheco y Elena Garro, para luego contrastar la manera en que Villoro se desmarca de esa ideología del México telúrico, tan cara a quienes han escrito antes que él. Insistimos en que otros estudios, como es el caso de los firmados por Carneiro, Castro Morales y Eljaiek Rodríguez se ubican en la estela de Paz, con la confirmación de que el telurismo todavía es la clave de algunos trabajos de un autor como Villoro, con lo cual contradicen al mismo autor de El testigo. Sin embargo, nosotros estamos más cerca de Van Hecke y Masoliver Ródenas, para quienes la influencia del pasado precolombino ya no es tan determinante. Sin embargo, para defender nuestra postura aprovechamos, además de las declaraciones del mismo autor, las ideas que han quedado expresadas en sus ensayos y, sobre todo, su continua apelación a las formas de lo cómico, que es impensable en los textos que hemos citado de Paz y Fuentes, completamente imbuidos de telurismo.

Sin embargo, me parece que el único texto de Villoro que puede interpretarse (no sin reservas) de acuerdo con los criterios del telurismo es El testigo, texto contradictorio cuando en él ya se había hecho una crítica de la mexicanidad con especial vigor. Por eso hemos mostrado que a pesar de ser su obra más compleja (o tal vez precisamente por ello) El testigo también evidencia ciertos problemas en su construcción, como la excesiva ambigüedad de ciertos pasajes que dan cabida a las interpretaciones fantásticas de Eljaiek Rodríguez.

Sin embargo, en su novela más reciente, Arrecife, Villoro arremete sin vacilaciones de nuevo contra la mexicanidad, que ahora ha tomado su forma más grotesca. En nuestro estudio de la novela hemos explicado cómo Villoro es consecuente con ideas que había planteado ya desde sus inicios como escritor, con uno de los cuentos de La noche navegable y que luego se habían confirmado en sus novelas El disparo de argón, Materia dispuesta e incluso en El testigo. Arrecife cuenta la historia de la decadencia de la mexicanidad que ha devenido espectáculo para viajeros, todo ello por medio de la historia de las tragedias que tienen lugar en un centro vacacional donde la violencia se ha vuelto un atractivo turístico. Villoro ya había planteado la construcción de ese campo temático de la violencia en los ensayos críticos de la mexicanidad y el exotismo, sobre todo en La frontera de los ilegales, Espectros de la ciudad de México y, sobre todo, Iguanas y dinosaurios. América Latina como utopía del atraso. América Latina, la alternativa sud-americanista, es eso en la ensayística y en la novela más reciente de Villoro: una utopía del fracaso que sirve como contrapeso del estado de bienestar de los europeos que visitan México y que van en busca del peyote como experiencia trascendental, del indigenismo como revolución anticapitalista y del narcotráfico como expresión límite de la barbarie, todo lo anterior como bálsamo de unas vidas excesivamente ordenadas que, deshumanizadas por la “civilización occidental”, precisan de una dosis de salvajismo. Arrecife es el doloroso testimonio de las consecuencias que tiene eso para México.

Villoro es muy crítico con los proyectos del nacionalismo esencialista, aunque quiero destacar que desde mi perspectiva eso no indica que pretenda burlarse de todo y de todos, en una suerte de aquelarre posmoderno en cual todos los grandes relatos hubieran llegado a su fin después de una larga agonía. En contra de esa idea está su reivindicación de la lengua española, así como la constante nostalgia de la familia que puede encontrarse en sus libros. Por eso y por su constante participación en las instituciones que permiten hablar de un canon hispánico y de una alternativa hispanista, lo hemos ubicado en la tradición de los escritores que reivindicaban la unidad de Hispanoamérica, si no como proyecto político sí al menos como mercado en el cual sus libros han tenido presencia. Unidad de lengua y de tradición común que le permite acercarse a la obra de Onetti, Saer, Piglia y otros autores capitales para las letras de nuestro continente.

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Nota

{1} Acerca del artículo de Castro Morales y su caracterización de Villoro como un autor acorde con la ideología del telurismo en México abundamos en otra parte (Llanes García, 2010).

 

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