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El Catoblepas, número 134, abril 2013
  El Catoblepasnúmero 134 • abril 2013 • página 8
Artículos

El «Lenin español»

José María García de Tuñón Aza

Francisco Largo Caballero (1869-1946)

Largo Caballero en el frente contra la república burguesa

A quien la memoria histórica le ha levantado un monumento al lado de los Nuevos Ministerios de Madrid mientras quitaban, por ejemplo, todos a José Antonio Primo de Rivera sólo por el afán de revancha de los socialistas, y demás ralea, que elevaron a lo más alto a quien dijo en un mitin pronunciado en la localidad de Linares el 20 de enero de 1936 que «la clase obrera debe adueñarse del poder político convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo. Y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente por eso hay que ir a la revolución»{1}. «Por tanto, empecemos diciendo que Largo Caballero fue un revolucionario», ha dicho de él su biógrafo el socialista Pedro de Silva que llegó a ser presidente del Principado de Asturias, diputado a Cortes, consejero-secretario del Banco de Asturias y consejero de Hidroeléctrica del Cantábrico, mientras entonaba el himno oficial de los trabajadores lo de Arriba, los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan y gritemos todos unidos ¡Viva la Internacional!… –también tiene notables variaciones–, o se colocaba al lado de los que la cantaban. Este biógrafo que más que una biografía parece que escribió un mal tratado de metafísica, se permitió pedir, en cierta ocasión, leer la Obras Completas de José Antonio para poner en su sitio –decía– la supuesta condición de «intelectual» y de «poeta»{2}.

Francisco Largo Caballero nació en Madrid, en la Plaza Vieja de Chamberí, el 15 de octubre de 1869. Hijo de Ciriaco Largo y de Antonia Caballero que terminarían separándose cuando, el que llegó a ser un político marxista e histórico dirigente del PSOE y de la UGT, contaba la edad de cuatro años. Su padre, carpintero de oficio, dejó que su vástago pasara al cuidado de su madre con quien viajaría a Granada en donde ella encontró un trabajo. Mientras tanto, él quedaba al cuidado de un matrimonio e ingresaba en el colegio de los Escolapios. Unos tres años más tarde, regresaron a Madrid en cuya capital la madre trabajó de sirvienta y él quedó a vivir en casa de unos tíos a la vez que asistía a las escuelas Pías de San Antón, aunque fue por muy poco tiempo porque para ganar el pan que comía decidieron que tenía que ponerse a trabajar y así lo hizo en una fábrica de cajas de cartón pasando después a entrar de aprendiz en un taller de encuadernación. Nunca más volvió a pisar una escuela para recibir instrucción, porque finalmente encontró un trabajo de estuquista que simultaneó con el desempeño gratuito de cargos en la organización obrera y en Partido Socialista donde se había afiliado en 1894. En su oficio de estuquista trabajó durante 32 años hasta que fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid, en unión de Pablo Iglesias, y como tenía que dedicar todo el tiempo a la concejalía le fue imposible seguir trabajando como obrero. Ya entonces, como estamos viendo, la política daba para vivir holgadamente. La historia, pues, se repite.

El deseo de saber le obligó a leer libros, periódicos, principalmente El Socialista, y a estudiar el problema de la lucha de clases. Asistía a mítines y conferencias donde hablaban los principales girifaltes del republicanismo español. De lo escuchado y oído sacó el convencimiento de que la clase obrera debía actuar activamente en la lucha política si querían consolidar lo conquistado en la lucha económica contra la clase patronal. Con este bagaje de conocimientos que fue adquiriendo, incluso participar en la primera huelga de la construcción, le permitió tomar parte en los Congresos del PSOE y de la UGT desde 1898, al mismo tiempo que tomó parte en varios mítines y conferencias por toda España e incluso cuando la revolución de Barcelona contra la guerra de Marruecos en 1909, por su participación en ella, estuvo detenido. En 1919, después de la fracasada huelga general revolucionaria de 1917{3}, en representación de la UGT, asistió en Berna a la Conferencia Internacional para preparar el Congreso de la Federación Sindical Internacional que se iba a celebrar en Amsterdam. Antes, en 1918, fue elegido diputado a Cortes por Barcelona y más tarde lo fue por Madrid. Durante la dictadura de Primo de Rivera fue nombrado consejero de Estado, nombramiento que sancionó Alfonso XIII, a propuesta del Jefe del Gobierno y Presidente del Directorio Militar, el 13 de octubre de 1924{4}. También formó parte del Comité revolucionario que el 14 de abril de 1931 proclamó la República donde llegó a ser ministro de Trabajo y presidente del Consejo de Ministros y ministro de Guerra desde el 5 de septiembre de 1936 hasta el 15 de mayo de 1937. «Estos cargos –dice él– los acepté para evitar un movimiento contra el Gobierno del señor Giral, por patriotismo, en plena guerra civil en el momento en que los rebeldes habían tomado Talavera de la Reina y se dirigían a Toledo y Madrid»{5}. Antes de haber sido nombrado para esos cometidos, en 1932 se celebró el Congreso Nacional del PSOE y Largo fue elegido presidente. A continuación se celebró el de la UGT y volvió a salir reelegido Secretario General y aunque renunció al cargo no fue aceptada su dimisión, pero ante su insistencia de dejar el puesto, éste quedó, de momento, sin cubrir.

El 19 de noviembre de 1933 se celebraron elecciones para las Cortes y votaron las mujeres por primera vez gracias a Clara Campoamor{6}. Ganaron los partidos de centro-derecha y de derechas, lo que dio lugar a lo que se llamó bienio negro, años 1933-1936. Largo, no cesó, durante el tiempo en que duró la campaña electoral, de meterse con Gil Robles del que decía «era el más agresivo». Recuerda que en la Puerta del Sol, en la fachada de una de las casas estaba cubierta por un inmenso cartel que decía: «Vamos por los trescientos»{7}. Esto para el líder socialista era una provocación. Provocación que, según él, seguía una vez que se formó nuevo Gobierno en el que no participó Gil Robles a pesar de haber sido su partido el que más escaños había sacado, 115 y 79 el partido de Alejandro Lerroux que fue quien formó Gobierno. Los socialistas sólo consiguieron 55 escaños, lo que hizo que Largo Caballero se fuera radicalizando enviando notas a la prensa protestando por todo, incluso se permitió el lujo de decir quienes eran los buenos republicanos y quienes no: «Los falsos republicanos se quitaron las caretas», llegó a escribir{8}.

Desde ese momento, los socialista comienzan a prepara lo que se llamó Revolución de Asturias en octubre de 1934, la gran esperanza de la revolución española, pero en sus recuerdos, Largo Caballero miente porque escribe que en los primeros días de octubre de ese año, apareció el decreto nombrando a Gil Robles ministro de la Guerra, cuando esto no es cierto. No lo sería hasta mayo de 1935. En ese mes al que se refiere Largo entraron en el Gobierno tres miembros de la CEDA, y ninguno de ellos era Gil Robles quien ni tan siquiera estaba propuesto. Como es conocido la entrada de los tres hombres de la CEDA en el Gobierno de Lerroux es la disculpa que ponen los socialistas para desencadenar aquella revolución cuando lo cierto es que ya venían organizándola muchos meses atrás como así lo afirman unas palabras del propio Largo: «La clase obrera se va a encontrar a la puerta de un movimiento revolucionario en que nos lo vamos a jugar todo. ¡Todo!»{9} Pero como no es el tema de este escrito, sigamos con Largo que al final fue encarcelado por su participación en aquella revolución que tantos muertos inocentes causaron y de los que para nada se acuerda el líder socialista; pero sí se acuerda su compañero, y máximo responsable de la Revolución de Asturias, según él mismo reconoció, Indalecio Prieto, al que tacha de envidioso, soberbio y orgulloso, porque dice: «se creyó superior a todos; no ha tolerado a nadie que le hiciera la más pequeña sombra».{10}

Largo, como Lenin durante sus largos años de destierro en Suiza, esperaba su momento. Su reformismo no era un fin, sino un medio. Lo había dicho en uno de sus discursos cuando se refirió a la «República burguesa que instauramos el 14 de abril de 1931. El fin es la República socialista que se está forjando ya en las entrañas del pueblo español»{11}. Decía de él su principal consejero, Luis Araquistain{12}, que Largo quería que la clase trabajadora, tanto la manual como la intelectual, se curase del mito de la República. Deseaba que la España obrera viese que la forma de gobierno no era lo esencial, sino el contenido de esa forma: «Y ya se está viendo –puntualizaba Largo– que el contenido de esta República, si han de gobernarla las derechas o los radicales del señor Lerroux –todos son unos y lo mismo–, no se diferencian substancialmente de la Monarquía. Hay que avanzar hacia otra etapa: la República socialista. Sólo en ella España será plenamente libre económica la clase trabajadores»{13}.

Largo Caballero, pues, es la gran esperanza de la revolución. Infinitos textos así lo confirman. El primero encontrado ha sido cuando en noviembre de 1931 se opone a un Gobierno sólo de republicanos, y dice: «Ese interés sólo sería la señal para que el partido socialista y la Unión General de Trabajadores lo considerasen como una provocación y se lanzase incluso a un nuevo movimiento revolucionario. No puedo aceptar tal posibilidad, que sería un reto al partido, y que nos obligaría a ir a una guerra civil»{14}. Y no se cansa de hablar de la «Guerra Civil», y la cita antes de las elecciones de noviembre de 1933: «Se dirá: ¡Ah esa es la dictadura del proletariado! Pero ¿es que vivimos en una democracia? Pues ¿qué hay hoy, más que una dictadura de burgueses? Se nos ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo? (Una voz en el público: Como en Rusia). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacia la revolución social… mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo por la violencia… nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil… No nos ceguemos camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar»{15}. El historiador militar Martínez Bande, recordaría, muchos años después, palabras que Largo había pronunciado en Oviedo en junio de 1936: «Las finalidades concretas de este Ejército serán: sostener la guerra civil que desencadenará la instauración de la dictadura del proletariado y realizar la unificación de éste por el exterminio de núcleos obreros que se nieguen a aceptarle»{16}. Este Ejército era, naturalmente, las milicias marxistas, es decir, el «Ejército rojo» que ellos mismos así se llamaban y así victoreaban, a la vez que no cesaban de dar «¡Vivas a Rusia!». Las palabras de Largo respondían al programa que ya había publicado Mundo Obrero el 13 de febrero anterior, por eso el líder del PSOE recalcó que los socialistas no estaban separados del PCE por «ninguna diferencia grande. ¡Qué digo yo! No hay ninguna diferencia»{17}, y así volvió a recordarlo en ese mismo acto, asegurando que cuando Marx formuló aquellas palabras: «Proletarios del mundo, uníos, por algo lo dijo»{18}.

El 17 de julio de 1936, se rebeló la guarnición de Melilla. El mismo día Franco emprendía, desde Canarias, sobre la que ejercía mando militar, el vuelo hacia Marruecos. Al día siguiente se pronunciaron varias guarniciones en la Península. El presidente del Gobierno, Casares Quiroga, dimitió aquél día haciéndose cargo del Gobierno Diego Martínez Barrio, pero apenas duró unas horas porque ese Gobierno murió a manos de los socialistas y de los comunistas. Se encargó del Consejo de Ministros, como Presidente, José Giral hasta el mes de septiembre, es decir, apenas dos meses, que fue sustituido por Francisco Largo Caballero quien aceptó el cargo «a conciencia de lo difícil del cometido». Los comunistas entraron a formar parte del nuevo Gobierno sin que Largo tuviera el menor problema de ofrecerles las carteras de Instrucción Pública y Agricultura, respectivamente, a Jesús Hernández. y Vicente Uribe. Algunos días más tarde, después de largas conversaciones, entraron los miembros de la CNT, Juan García Oliver (Justicia), Federica Montseny (Sanidad), Juan Peiró (Industria) y Juan López (Comercio) que, en un principio, se habían negado porque decían que no querían participar en un Gobierno burgués.

La guerra absorbía todas las atenciones. Para encauzar el reclutamiento redactó un Decreto creando la Junta Nacional de Milicias, en la que también estaban representados todos los sectores políticos y sindicales. Esta Junta organizó los primeros batallones de milicianos a la vez que requisó algún armamento y distribuyó en el Ministerio de la Guerra, en el que al mismo tiempo él era el ministro, los primeros fusiles recibidos de Méjico. Envió también comisionados al extranjero para adquirir material de guerra, aunque las gestiones resultaban lentas y con enormes dificultades. Por orden de Stalin fueron creadas las Brigadas Internacionales con voluntarios procedentes de todo el mundo, y que pronto «el protagonismo comunista tomó la cabeza de este movimiento»{19}, aceptando así la ayuda de Rusia, país al que se consideraba como modelo para implantar en España un régimen igual, es decir, un régimen comunista que es lo que hubiera pasado aquí de haber ganado la guerra el Frente Popular, por mucho que se empeñen de lo contrario los de la memoria histórica. Invento malvado y siniestro del no menos malvado y siniestro Rodríguez Zapatero.

Del desarrollo de la Guerra Civil, no me ocuparé más porque tampoco es el tema que me ocupa y que quiero dedicar a este hombre deplorable y funesto como fue el «Lenin español». Pero no quiero pasar por alto lo que Largo escribe de José Antonio Primo de Rivera:

«El fusilamiento de Primo de Rivera fue motivo de profundo disgusto para mí, y creo que para todos los ministros del Gabinete. Como en todos los casos de condena a muerte por los Consejos de Guerra –y Primo de Rivera fue sometido y juzgado por uno de estos Consejos– la sentencia pasó al consejo Supremo; éste la confirmó y cumplido este trámite debería pasar al Consejo de Ministros para ser o no aprobada, costumbre establecida por mi Gobierno. Estábamos en sesión con el expediente sobre la mesa, cuando se recibió un telegrama comunicando haber sido fusilado Primo de Rivera en Alicante. El Consejo no quiso tratar una cosa ya ejecutada, y yo me negué a firmar el enterado para no legalizar un hecho realizado a falta de un trámite impuesto por mí a fin de evitar fusilamientos ejecutados por la pasión política. En Alicante sospechaban ue el Consejo le conmutaría la pena. Acaso hubiera sido así, pero ni hubo lugar. Esta es la estricta verdad respecto a este episodio, tan lamentable y que tan malas consecuencias ha tenido.»{20}

Pues no, esta es la estricta mentira porque el ministro de la CNT, García Oliver, presente en ese Consejo, nos cuenta otra historia muy distinta al referirse a la sentencia de muerte a la que fue condenado José Antonio:

«Cuando llegó a la consideración del Consejo de ministros la causa de José Antonio Primo de Rivera y la pena de muerte que le impuso el Tribunal popular de Alicante, como de costumbre, Largo Caballero, con la gravedad del caso, nos dijo: «Quedan ustedes enterados. Si hay alguna objeción, háganla ahora». Se produjo un silencio de plomo.
—Entonces damos el «enterado» –concluyó Largo Caballero.»{21}

No sería la última y única vez que García Oliver se refiriese a lo que pasó en aquel Consejo de Ministros. En 1980 la revista Interviú, bajo el título «Yo no maté a José Antonio», le hizo una entrevista y ante la insinuación del periodista José María Reguant de que García Oliver pudiera ser el brazo ejecutor de aquel asesinato, contestó:

«Eso no es cierto. La condena de José Antonio vino al Consejo de Ministros, como venían todas las condenas de muerte, y fue el Consejo quien la aprobó. Yo era ministro de Justicia y asumo la responsabilidad de que como tal me pertenecía, pero en las condenas de muerte era el Jefe de gobierno quien tenía que dar el enterado y en ciertas circunstancias era el Consejo de Ministros.»{22}

Por otra parte, en el archivo particular de quien que en esos momentos era ministro sin cartera, el vasco Manuel de Irujo, se puede ver un documento firmado por Javier de Irazu, que dice:

«Primo de Rivera fue fusilado en ejecución de una sentencia dictada con arreglo a la Ley dentro de un sumario seguido durante varios meses, en el que fue parte el propio encartado que se defendió a sí mismo por su propia voluntad. Cuando el Tribunal pasó la comunicación reglamentaria de la sentencia recaída, el Gobierno para que éste quedara enterado y pudiera, si lo creía procedente, permutar la petición de indulto al Presidente de la República, el Gobierno acordó por mayoría darse por enterado. Hubo quien votó contra el acuerdo. Podemos mencionar esa actitud en el ministro vasco. Como podemos afirmar que eso mismo era el deseo del Presidente de la República, señor. Azaña. No se fundaba al parecer de los discrepantes en que la sentencia fuera injusta. Obedeció a motivos ideológicos y políticos que los situaban frente a la ejecución de la pena capital.»{23}

En mayo de 1937 las agrupaciones socialistas de Cataluña sin ninguna autorización y sin dar cuenta a nadie se fusionaron con las organizaciones comunistas, dando vida al Partido Socialista Unificado de Cataluña e integrándose en la Tercera Internacional. Los dos grupos con el pretexto de armar de armar a los milicianos para llevarlos al frente, solicitaban armas, de las que una parte dedicaban a la guerra y la otra se las reservaban para emplearlas contra el adversario político local. Algunos ministros fueron a Barcelona para influir en sus compañeros a fin de restablecer el orden, pero sus gestiones no tuvieron ningún éxito. Largo Caballero propuso entonces al Consejo de Ministros, y así se aprobó, suspender los derechos que el Estatuto concedía a la Generalidad referente al orden público. Para ello envió al general Pozas con Guardias de Asalto, y por este medio el orden fue restablecido, pero los ministros comunistas aprovecharon este incidente para una crisis que ya venían preparando. Y Largo, añade: «Los que siempre tenían en sus labios la palabra democracia –lo mismo que pasa ahora– se sublevaron y dimitieron levantándose y marchándose»{24}. No quedándole otro remedio, fue a ver al Presidente de la República para intentar formar nuevo Gobierno. Después de largas conversaciones no se llegó a un acuerdo a gusto de todos y fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros, el médico Juan Negrín. Pero ésta es otra historia.

Tras la derrota del Ejército rojo, Largo se exilió en Francia donde al ser ocupada después por los alemanes fue arrestado en febrero de 1943 y en julio internado en un campo de concentración en Alemania hasta su liberación al final de la guerra. Falleció en París el 23 de marzo de 1946 y en la capital de Francia fue enterrado. Sus restos no volverían a España hasta el día 6 de abril de 1978. Acompañaban el féretro desde París su hija Carmen y Manuel Simón, de la ejecutiva de la UGT. En el aeropuerto le esperaban Nicolás Redondo, secretario general de la UGT; varios diputados y los hijos del fuera Presidente de Gobierno, Francisco e Isabel. Ésta, que llevaba viviendo en Méjico treinta y cinco años, dijo que no agradecía a nadie en especial el regreso de los restos de su padre a España, sino a todos en general. Por su parte, su hijo Francisco, del comité central del Partido Comunista de España, y que llegó al aeropuerto con una representación del Partido Comunista, encabezada por Víctor Díaz Cardiel «declaró que a nivel personal sentía una gran satisfacción, porque con el retorno de los restos de su padre se cumplía su última voluntad, que era reposar junto a los restos de su madre»{25}.

Notas

{1} Diario El Liberal, Bilbao, 21-I-1936. Este periódico era propiedad, a la vez que director, de Indalecio Prieto.

{2} Diario La Nueva España, 15-XI-2003, pág. 22.

{3} «Desde ese día la muerte de la monarquía española estaba decretada, y todos los movimientos posteriores no han hecho más que completar las operaciones inevitables para cristalizar en le 14 de abril de 1931», escribió Largo Caballero en la Carta a Luis Araquistain.

{4} La Gaceta de Madrid, nº 288, 14-X-1924, pág. 246.

{5} Francisco Largo Caballero, Mis recuerdos, Ediciones Unidas, México 1976, págs. 37 y 38.

{6} Sobre Clara Campoamor y el voto femenino, ver mi artículo publicado en esta revista, nº 101, julio 2010.

{7} Francisco Largo Caballero, Op. cit., pág. 121.

{8} Ibid., pág. 122.

{9} Palabras recordadas por el diario AEC, Madrid, el 10-II-1936, pág. 31.

{10} Francisco Largo Caballero, Op. cit., pág. 143.

{11} Francisco Largo Caballero, Discursos en la campaña de las elecciones de febrero de 1936. Juventud Socialista Deportiva y Cultural, pág. 7. Ejemplar en la Fundación Pablo Iglesias. No aparece, lugar ni fecha de publicación.

{12} Durante la II República fue un destacado teórico y dirigente del ala izquierda del PSOE, partidario de la dictadura del proletariado. En 1932 fue embajador en Alemania y en julio de 1936 nombrado embajador en Francia. Se encargó de la compra de armas para el Ejército Republicano. Fue director de las revistas España, Claridad y Leviatán.

{13} Francisco Largo Caballero, Discursos en la campaña…, pág. 7.

{14} Diario Región, Oviedo, 24-XI-1931, pág. 8.

{15} Diario El Socialista, 9-XI-1933. Un resumen en Discurso a los trabajadores, op. cit., pág. 140.

{16} Diario ABC, Madrid, 5-V-1978, pág. 3.

{17} Stanley G. Payne, La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936, Ediciones Paidós, Barcelona 1995, pág. 332.

{18} Diario Carbayón, Oviedo, 15-VI-1936, pág. 2.

{19} Mariano Ansó, Yo fui ministro de Negrín, Planeta, Barcelona 1976, pág. 173.

{20} Francisco Largo Caballero, Mis recuerdos, op.cit., págs. 196 y 197.

{21} Juan García Oliver, El eco de los pasos, Ruedo Ibérico, París 1978, pág. 342.

{22} Revista Interviú, nº 226, 11-17 septiembre, 1980, pág. 78.

{23} Archivo personal de Manuel de Irujo. Eusko Ikaskuntza, documento nº 133.

{24} Francisco Largo Caballero, Mis recuerdos, op. cit., pág. 204.

{25} Diario La Nueva España, Oviedo, 7-IV-1978, pág. 5.

 

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