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El Catoblepas, número 129, noviembre 2012
  El Catoblepasnúmero 129 • noviembre 2012 • página 9
Libros

El espejismo de Rousseau

María Teresa González Cortés

Presentación de mi libro El espejismo de Rousseau. El mito de la postmodernidad, Editorial Academia del Hispanismo, Vigo 2012, 218 págs.

María Teresa González Cortés, El espejismo de Rousseau, Vigo 2012

«2012» viene cargado de conmemoraciones. Tan repleto de acontecimientos que este año celebra el trescientos aniversario del nacimiento de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), además de festejar, no podía ser de otro modo, el 250 aniversario del Contrato social y del Emilio, dos obras de referencia obligada para quienes desean entender la influencia verdaderamente impresionante de Rousseau sobre el curso político de Occidente.

Aprovechando las citadas efemérides decidí, de eso hace casi cuatro años, desenterrar los escritos de Rousseau, desempolvar sus ensayos. Y recuperar sus cartas. El resultado ha sido este libro, El espejismo de Rousseau. El mito de la postmodernidad, editado gracias a la inestimable ayuda de Jesús G. Maestro, director de la Editorial Academia del Hispanismo.

Digamos, para empezar, que un ensayo en el que se analiza el sentido postmoderno de la verdad, así como el discurso pontificador de este autor precontemporáneo, al tiempo que se pone de manifiesto la complacencia artística de Jean-Jacques a la hora de abandonarse y dejar volar la imaginación hasta convertir la música de la literatura en el tronco central de su teoría política.

El espejismo de Rousseau cuenta con el prólogo de Jesús G. Maestro y se divide en cuatro partes: I. ¿Quién era Rousseau?, II. (In) Experiencias de Rousseau, III. La dictadura y sus disfraces, y IV. El asalto al cielo o la utopía del hombre-máquina. Así mismo, el libro contiene un capítulo breve titulado, a modo de conclusión, Cosas de revolucionarios, en donde son observadas las similitudes entre Nietzsche y Rousseau, ambos revolucionarios y precursores por igual de la postmodernidad.

Una cosa más. En esta antología de las obras de Rousseau, todas y cada una de las traducciones las he realizado sin desatender la belleza literaria del autor y respetando el principio de claridad que caracteriza el estilo narrativo de este suizo universal.

Un republicano convertido en monarca de la inteligencia

Del suizo Jean-Jacques Rousseau se han afirmado muchas cosas. Y a veces con razón. Lévy-Strauss, p. e., le considera el fundador de la etnología, para Barthes es el precursor de la lingüística, Garaudy atribuyó a Rousseau los orígenes del sistema filosófico de Marx, Freud juzgaba a Jean-Jacques «pionero» en registrar el malestar de la cultura, mientras que Joseph Heath y Andrew Potter han incidido en el carácter premonitoriamente posmoderno de Rousseau por respaldar este filósofo los valores absolutos de la inocencia natural, o sea, de la contracultura. Yo, por mi parte, advierto en Jean-Jacques a un gran amante del inmovilismo, a un precursor de los movimientos antiglobalización, a un defensor de las tradiciones y costumbres locales. Otros aluden, en cambio, a descubrimientos y hallazgos que ni siquiera tangencialmente el propio autor atisbó y aseguran, no se sabe muy bien bajo qué fundamentos, que los principios de la botánica moderna, que los eslabones de la biología de Darwin… arrancan de Rousseau, entre otras proezas.

En cualquier caso, a partir de estas exhortaciones a la nobleza intelectual de Rousseau se ha logrado levantar un muro de adulaciones. Y convertido en deidad olímpica dentro del Panteón de la filosofía, de la pedagogía, de la política, existe una hagiografía que hace del «republicano» Rousseau un «monarca absoluto» de la inteligencia, a prueba de errores y al margen de críticas. Sin embargo, quien decide salir de la parálisis del asombro y escapar de cualquier relato heroico verá en Jean-Jacques a una criatura atormentada, a un ser desgarrado entre la experiencia cotidiana y su idea de la armonía, a alguien que vive inadaptado entre el presente y el pasado, y que desde los claroscuros de su pesimismo se dedica a escribir proféticamente acerca de los males que atenazan al ser humano.

Crítico durísimo de la civilización, Rousseau se opuso al progreso y, frente a él, desarrolló una utopía nacionalista. Y, sintiéndose extranjero en el mundo real, en 1762 publicaba su Contrato social y su Emilio, dos obras que le darían fama y, quizás por los enormes inconvenientes que le crearon en vida, le convirtieron para siempre en icono de la rebeldía.

Yendo siempre a contracorriente, Rousseau intentó por todos los medios escapar del verdugo de las normas sociales. En ello cooperaba su carácter excéntrico y llamativo, su talante solitario y antisociable que, cual anillo al dedo, alimentaba el halo de indocilidad, de insubordinación, de bohemia que le precedía. Con todo, tras su muerte, acaecida en 1778, sucederá algo que va a marcar la Historia de Occidente: Rousseau que asociaba, igual que Sócrates, verdad con virtud, fue convertido en poeta del cambio social, en musa de la Revolución francesa (1789). Y, trasplantadas sus ideas a otros terrenos, el suizo pronto encontró eco y repercusión en bosques lejanos y variopintos. En ello colaboró la prosa de Rousseau que hacía fácil lo difícil, sencillo lo complejo, y sabía transmitir la esperanza de que cualquiera podía llegar a la interpretación correcta de la realidad. Pero, además, ahí estaba el trabajo fértil de adeptos, amigos y acólitos, gracias al cual Jean-Jacques iniciará, sin saberlo, una travesía por los mares utópicos de la política, de la ética…, periplo que incluso hoy no ha finalizado.

Escritor sin lectores

Siendo un autor muy apreciado e idolatrado, criticado o incluso vilipendiado, Jean-Jacques rara vez es leído. Sí, es innegable, se manejan tópicos, retahílas, frases sueltas, seleccionadas como proyectiles, pero no se conocen apenas sus escritos ni, menos aún, la totalidad de su obra. Y a la vez que este filósofo es inmovilizado en la solemnidad de la liturgia, entretanto y para su desgracia vive desfigurado, enjaulado en la servidumbre de las opiniones ajenas, pese a lo bien y mucho que escribió.

Ubicado, entonces, en una guerra de sueños, emociones y palabras, en el reino del espejismo, Rousseau parece no interesar por sí mismo, sino por aquello que se le ha atribuido, sobre todo después de muerto. Y es ahí de donde arranca el status de Jean-Jacques de «escritor sin lectores», circunstancia en la que vive atrapado desde hace siglos a partir de esa feria de vanidades que sufrió a manos de los revolucionarios franceses de finales del siglo XVIII.

Ahora bien, si la radicalización revolucionaria de sus pensamientos no ayudó a mejorar el conocimiento de Rousseau, el gesto de convertir a este filósofo en mito y bandera de una cruzada ideológica tampoco va a permitir una mejor comprensión. O dicho de otra manera. Si la exageración contamina a Jean-Jacques transformándolo en máscara y marioneta, las lisonjas y alabanzas lo desfiguran y hacen de él un envoltorio, una etiqueta, un títere, un botín para la propaganda y la movilización.

Dejando consiguientemente a un lado el hecho de que Rousseau es, para no pocos, la patria de sus ideas, lo cierto es que en 1789 este filósofo fue erigido símbolo y proa de la contracultura. Y origen de la postmodernidad. Lo cual comporta algo muy negativo ya que, en la medida en que las teorías de una persona se transmutan en creencia e ideología, nunca hay espacio para la investigación de un mito que, como Rousseau, sustenta y legitima otro gran mito, la Revolución francesa.

En contra, pues, de estas inercias, he intentado, más allá de las voces que le ahogan, más allá de simpatías o antipatías que suscita, rescatar las palabras «frescas» y «originales» de este pensador. Solo de este modo podremos reconocer si Rousseau, que se sentía El faro de la Humanidad, estuvo a la altura de sus ideales socráticos sobre verdad y virtud, virtud y verdad.

Rousseau el desconocido

Al intentar explicar las ideas de Jean-Jacques desde las propias ideas de Jean-Jacques; al procurar humanizar a Rousseau y, de paso, investigar al hombre; al liberarle de esa fraseología tan espuria como falsa; lo primero que observé es que este pensador ni era complaciente ni mucho menos tolerante. Amigo de excesos por sus vínculos con el protestantismo, Jean-Jacques buscó implantar la radicalidad tanto en el ámbito social, como en la esfera política, cultural y educativa. Bohemio y anticapitalista, le interesó la clase humilde, pero no por sus infortunios, sino por la fuerza simbólica que dicha clase representaba a la hora de dar brillo a sus explicaciones. Es más, su obsesión calvinista por la utopía le hizo incurrir en un clasismo compasivo y demagógico hacia el pueblo.

Misógino y antifeminista, se enfrentó a los movimientos de emancipación feminista, igual que se opuso a la libertad del pueblo bajo. Clasista y ultranacionalista, admiró el colectivismo guerrero de Esparta. También el ardor militarista de Roma. Y desde los abusos del extremismo utópico del que bebía se anticipó al revolucionarismo. Y al fascismo. Defensor del fanatismo civil, en nombre del Estado apeló a la aniquilación de los «malos patriotas». Y, como veremos, los escritos del propio Rousseau son su peor enemigo.

Además, y en contra de lo que cuenta la historiografía oficial, no hay que esperar al estallido de la Revolución francesa para reparar que, ya en vida, Rousseau tuvo muchos adversarios. Dos primerísimas espadas de la filosofía europea se enfrentarían a él. Voltaire se oponía en El sentimiento de los ciudadanos (1764) a las ideas sobre la alienación política que amparaba el suizo en su Contrato social, mientras que el hoy olvidado Helvétius criticaría las ideas del Emilio en una obra póstuma titulada El hombre, sus facultades intelectuales y su educación (1774), obra de la que tuvo conocimiento Rousseau.

Por supuesto, Voltaire y Helvétius no fueron los únicos en lanzar objeciones. Georges-Louis Le Sage fue uno de los primeros, si no el primero, en analizar los puntos débiles del Contrato social de Jean-Jacques. Y si Paul Louis de Beauclair, autor del Anticontrato social (1765), continuaba la línea abierta por Le Sage, Joseph Cajot publicaba Los plagios de M. J.J. Rousseau (1766). Y no olvidemos que Charles Borde escribía su famosa Profesión de fe filosófica (1763) en contra del suizo Rousseau.

La lista de autores que, años antes de la explosión revolucionaria, rebatían sus ideas resulta muy larga. Como es obvio, no hago una incursión en dichas obras, aunque sí sería deseable conocer, por amor a la verdad, que hubo personas que pensando de otra manera discreparon de los proyectos rousseaunianos, igual que también sería enriquecedor estar al tanto de los escritos contemporáneos sobre Rousseau. Algunos de los cuales, a pesar de ser auténticas joyas historiográficas, siguen sin ser leídos, de forma que lo que se escribe tampoco facilita el conocimiento de Jean-Jacques Rousseau. Tal es el caso de Jules Lemaître (Jean-Jacques Rousseau), de Jacques Maritain (Tres reformadores: Lutero, Descartes, Rousseau), Ernst Cassirer (El problema de J. J. Rousseau), Jean Starobinski (Jean-Jacques Rousseau, la transparencia y el obstáculo), J. H. Huizinga (La creación de un Santo. La tragicomedia de Jean-Jacques Rousseau), André Guyaux (Jean-Jacques Rousseau, memoria de la crítica), Karl-Heinz Ott (Winzenried), entre otras obras.

Bibliografía

En este ensayo he procurado divulgar y traducir fragmentos ignorados de las obras tanto literarias como filosóficas de Rousseau, sin omitir nunca las estampas biográficas que proporciona su fabulosa correspondencia personal. Compuesta ésta por casi 7.200 cartas, hubiese querido emplear en todo momento la impresionante e insuperable edición del archivista y paleógrafo Théophile Dufour titulada Correspondance générale de J.J. Rousseau (Librairie Armand Colin, Paris, 1924). Sin embargo, y pensando en que la lectora/el lector pueda acceder a las obras de Rousseau opté por emplear las ediciones digitalizadas de la Biblioteca Nacional de Francia (Gallica), de Google books, del Proyecto Gutenberg, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Biblioteca de la Universidad de Michigan, Biblioteca de la Universidad de Quebec, &c. Con lo cual, y salvo en un reducidísimo 2% de obras sin soporte digital, siempre manejo bibliografía de libre acceso en Internet, asunto de gran valor por cuanto eso le permite a usted comprobar de primera mano las afirmaciones de Rousseau. Y es que, recordémoslo una vez más, de sus escritos, ensayos, y cartas arranca este librito que más allá de cultos y credos ideológicos quieren rescatar las palabras originales de este pensador tan controvertido como desconocido.

 

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