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El Catoblepas, número 119, enero 2012
  El Catoblepasnúmero 119 • enero 2012 • página 7
La Buhardilla

Crítica y revista poco elegantes

Fernando Rodríguez Genovés

Comentario a una crítica de mi libro La escritura elegante encontrada en la revista Fragmentos de filosofía, la cual, tras aceptar publicarlo,
olvidó su compromiso

Fernando Rodríguez Genovés, La escritura elegante En el número 8 (2010) de la revista Fragmentos de filosofía (Universidad de Sevilla) veo publicado el artículo «La ilusión filosófica. Un debate sobre el valor y el sentido de la Filosofía: Jean Piaget, F. Rodríguez Genovés y Richard Rorty.», firmado por José Domingo Vilaplana Guerrero. Se trata de un largo ensayo que no puedo por menos que calificar de raro, el cual más que una respuesta por alusiones, merece por mi parte un simple acuse de recibo con un breve comentario.

Redactado al efecto «Ilusiones de leyenda. Acuse de recibo de "La ilusión filosófica. Un debate sobre el valor y el sentido de la filosofía: Jean Piaget, F. Rodríguez Genovés y Richard Rorty"», lo hice llegar al director de la publicación, quien se comprometió (por supuesto) a incluirlo en el próximo número de la revista, correspondiente al año 2011. Pues bien, ha sido publicado el número 9 (2011) sin el citado escrito y sin haber recibido ninguna clase de explicación. Sin duda, se trata de un olvido... O un error de la página web de la publicación que recoge el Índice... Dada la periodicidad anual de Fragmentos de filosofía, ni siquiera una rectificación por parte de la dirección de la misma, que incluyese mi texto en el próximo número (¡cuán largo me lo fiaríais!; además, ¿por qué habría de dar crédito ahora a la supuesta promesa?), compensaría la deuda.

En consecuencia, he optado por acogerme a la hospitalidad de El Catoblepas, y al calor de La Buhardilla que me sirve de morada, para dar a conocer mi despachada y despechada nota. Aunque el lugar apropiado para incluirla debería estar allí donde fue provocada, sin embargo, en El Catoblepas se beneficiará de una recepción más amplia de la que Fragmentos de filosofía, al cerrarle el paso de modo tan poco elegante, le hubiera ofrecido.

Jean PiagetFernando Rodríguez GenovésRichard Rorty

Ilusiones de leyenda
 
Acuse de recibo de "La ilusión filosófica. Un debate sobre el valor y el sentido de la Filosofía: Jean Piaget, F. Rodríguez Genovés y Richard Rorty."

Fernando Rodríguez Genovés
(Doctor en filosofía. Escritor y ensayista)

1

Aunque por vía indirecta, llega a mi conocimiento el título citado en el subtítulo de la presente nota. Declaro, de entrada, sentirme muy considerado a la vista del artículo de José Domingo Vilaplana Guerrero, «La ilusión filosófica. Un debate sobre el valor y el sentido de la Filosofía: Jean Piaget, F. Rodríguez Genovés y Richard Rorty», en el que no sólo hace amplia referencia a mi ensayo La escritura elegante{1}, sino que para mayor audacia me sitúa (como autor del mismo) en el centro (en medio) de una ilustre nómina de autores de fama y relevancia internacionales. Un sitial que tampoco dudaré en calificar de inmerecido. Es por este motivo que junto a la consideración ya expresada, hago notar, asimismo, que me siento un tanto abrumado ante semejante derroche de generosidad. No significa esto exactamente que, situado en el puesto en que he sido colocado, me vea «fuera de lugar», aunque sí distinguido en exceso.

La posición en la que me coloca el autor del artículo, José Domingo Vilaplana, hace muy comprometido cualquier comentario que pueda hacer al respecto.

En primer lugar, por la responsabilidad que lanza sobre mis espaldas no especialmente anchas (ni soy Platón ni me atrevería a sugerir siquiera tal disparate).

En segundo lugar, porque, aunque considerado por la atención prestada al ensayo del que soy autor, de ninguna manera me siento reconocido en el artículo en que soy mencionado, objeto de esta nota.

En el extenso artículo de José Domingo Vilaplana, donde comparto protagonismo con Piaget y Rorty, revoletean múltiples alusiones a mi trabajo (incluso a mi persona), gran parte de las cuales no se ajustan a la realidad, si bien, probablemente, no coincidamos ambos en lo que pueda significar tal cosa. En otros casos, declaro ser incapaz de discernir las menciones y referencias –construidas en una prosa demasiado alambicada para mi entendimiento– y, por tanto, de ponderarlas en su justa medida. Acaso ocurra aquí, igualmente, que no compartamos –crítico y criticado– similar noción de lo que sea (o pueda ser) la lógica y la argumentación. Tampoco faltan, en suma, comparaciones y asociaciones con autores y doctrinas que, si bien respeto, no es que las considere odiosas (las comparaciones, digo), sino, en verdad, inapropiadas y aun inconvenientes (cfr. «a esa doctrina se acogen hoy muchos conservacionistas de la pureza de la Filosofía, como el citado Rodríguez Genovés, Eugenio Trías o Luís Martínez de Velasco, por citar algunos españoles en activo y en las librerías» (pág. 77. La cursiva es mía; la redacción, no).

En tercer lugar, por la forma, el tono y el contenido del artículo de José Domingo Vilaplana, más cercano a la diatriba que al ensayo filosófico propiamente dicho o, al menos, como yo lo entiendo. Afirma el autor de «La ilusión filosófica» haber compuesto un «estudio manifiesto» (pág. 62). Expresión confusa, bastante equívoca. ¿Debemos entender acaso que presume de ser el responsable de un estudio «palmario», «expreso», «exotérico» (¿en el sentido de Leo Strauss?) o tal vez de haber redactado un estudio/manifiesto (o estudio-manifiesto), esto es, un libelo?

Sea como fuere, José Domingo Vilaplana golpea tres bolas de una sola tacada, y sigue adelante. Dos de los autores objeto de su escrito han fallecido, sin opción a réplica o simple comentario. El tercero –o sea, yo mismo– a pesar de todo, aún sigo vivo. Quiero creer, asimismo, que lo suficientemente vivaz como para acusar recibo de la misiva. Cuestión de educación. Ahora bien, comunico que no dirigiré respuesta o réplica alguna a un texto que más que voluntad de conocimiento, debate y diálogo filosófico, aspira, según creo, a otros fines; por lo demás, proclamados en el mismo. Confiesa el autor de «Ilusiones filosóficas», en sus primeras líneas, haber escrito el «estudio manifiesto» al objeto de dar salida a sus «necesidades» y «afectos» (añadiendo a continuación: «sin duda los primeros son deudores de los segundos, y ambos están enraizados en mi particular, personal y realmente irrepetible geografía mental.» (pág. 35). Me siento, por tanto, sencillamente utilizado (nombre, ensayo) para propósitos ajenos a la recensión y el comentario de trabajos, así como al intercambio intelectual.

Diríase que el autor del libelo acude atropelladamente a una cita con Richard Rorty, para lo cual se abre paso a codazos, quitándonos de en medio a Jean Piaget y a mí mismo, quienes por lo visto obstaculizábamos el camino. A Jean Piaget, todo sea dicho, lo despacha con cierto miramiento, consideración que no tiene a mi persona y mi libro. Será tal vez por una errónea idea de la familiaridad, por tenerme más a mano o a tiro, o simplemente porque pasaba yo por allí. Cuestión de elegancia. O falta de elegancia.

No me propongo tampoco resumir La escritura elegante. Mas sí puntualizo que en dicho ensayo, la noción de elegancia no remite tanto a la estética cuanto a la ética. En ese aspecto, como en muchos otros, sigo a José Ortega y Gasset. Permítanme la cita de uno de sus libros:

«El decir es una especie del hacer. ¿Qué es lo que hay que hacer al terminar la lectura de la historia de la filosofía? Se trata de evitar el capricho. El capricho es hacer cualquier cosa entre las muchas que se pueden hacer. A él se opone el acto y el hábito de elegir, entre las muchas cosas que se pueden hacer, precisamente aquella que reclama ser hecha. A este acto y hábito del recto elegir llamaban los latinos primero eligentia y luego elegantia. Es, tal vez, de este vocablo del que viene nuestra palabra int-eligencia. De todas suertes, Elegancia debía ser el nombre que diéramos a lo que torpemente llamamos Ética, ya que es esta el arte de elegir la mejor conducta, la ciencia del quehacer. El hecho de que la voz elegancia sea una de las que más irritan hoy en el planeta es su mejor recomendación. Elegante es el hombre que ni hace ni dice cualquier cosa, sino que hace y dice lo que hay que decir.» (José Ortega y Gasset, Origen y epílogo de la filosofía)

2

¿Le irrita a José Domingo Vilaplana la elegancia o es que está reñido con ella? Enumero, a continuación, algunas muestras de las salidas de tono, esto es, de la peculiar «escritura elegante» de mi crítico:

a) «Fernando Rodríguez Genovés, entre los jóvenes tradicionalistas» (p. 37). Sin comentarios.

b) «se presenta como un aguerrido defensor de la causa filosófica» (p. 47) En cualquier caso, no es uno quien «se presenta» como tal, sino como otro le presenta.

c) «Considera el valenciano» (p. 49). Sin comentarios.

d) En nota (nº 25) al pie de página (nº 49) José Domingo Vilaplana escribe: «R. G. son la [sic] iniciales de Rodríguez Genovés. Con ellas sólo pretendo facilitar, por simplificación, mi escritura, en ningún caso reducir o devaluar a la persona que identifican. Utilizaré, indistintamente, estas iniciales y el término Genovés para referirme al aludido autor.» Como, en efecto, soy aludido, diré algo por mi parte. No me siento ofendido, ni reducido ni devaluado, ni siquiera, incómodo al verme comprimido de esa forma. Sí, en cambio, confieso sentirme extraño ante la fórmula: me cuesta reconocerme en ella. No importa. José Domingo Vilaplana afirma recurrir al criptónimo en aras a la «simplificación» de su discurso. Yo, puesto que no pretendo en ese punto simplificar, hago uso de las formas convencionales para referirme a mi crítico: nombre y apellido, sin poda ni contracción. Cuestión de elegancia. En el Prólogo de La escritura elegante me permito emplear las siglas del título de mi libro (LEE) como una manera de invitar al lector a entrar en el ensayo. No sé si fue una idea feliz. Sea como sea, las siglas remitían a un rótulo; el criptónimo, a una persona.

e) «Al margen de la inaceptable, o cuanto menos muy discutible, restricción que hace R. G. del trabajo literario y de las intenciones del literato» (las cursivas son mías) (pág. 50). Remito al lector a mi ensayo.

f) «El propio R. G. practica un curioso juego de funambulismo intelectual» (pág. 50). Sin comentarios.

g) «de entrada R. G. equipara al filósofo con el hombre de ciencia» (pág. 51). Ni de entrada ni de salida, ni por asomo, propongo yo semejante equiparación. A mi ensayo remito al lector. Poco después leemos lo siguiente: «Por contra, al parecer de R. G., la cercanía genética a la ciencia prestigia a la filosofía, si bien tampoco respecto a ella cabe establecer vínculo de dependencia; de manera autónoma la filosofía practica la argumentación, frente al argumento literario, y conquista un conocimiento propio, frente al conocimiento experimental de la ciencia.» (pág. 58). Aut. Aut. O lo uno o lo otro.

h) «Pues como no hay argumentación lógica, al decir de R. G., no puede haber filosofía, y de donde no hay filosofía no podemos pretender extraer filosofía, igual que de un olmo no se puede cosechar una canasta de peras. Así de simple... y así de falso.» (pág. 58). Simple y falso, cierto. Mas, no «al decir de R. G.».

i) «Téngase en cuenta que para R. G. las reflexiones y los análisis, las disertaciones y las meditaciones no parecen involucrar ni los afectos íntimos del autor ni, en rigor, sus puntos de vista subjetivos, tales operaciones parece que R. G. las entiende al modo cartesiano, esto es puramente racionales» (págs. 51 y 52). ¿?

j) «El empeño, o casi cruzada, que R. G. mantiene» (pág. 53). Sin comentarios.

k) «y ahí le duele a Genovés» (pág. 54). Sin comentarios.

l) Nota 39 de la pág. 54: «más inadmisible me parece la ausencia de Baroja en los análisis de R. G. cuanto es conocida la disputa que mantuvo con Ortega a propósito del ser de la novela, su objeto y sus limitaciones.» La cursiva es mía.

ll) «Recurrir a la imaginación metafórica o a la palabra poética es para R. G. una muestra de la incapacidad para el decir conceptual, es decir la renuncia palmaria al ejercicio de la filosofía» (pág. 56). A mi ensayo remito al lector.

m) «R. G. se refugia una vez más en Ortega» (pág. 56). La cursiva es mía.

n) «R. G., no obstante, renuncia a ver la paja en el ojo propio y persiste en verla en el ajeno, así reduce una vez más el debate a estos términos sencillos» (pág. 58). La cursiva es mía.

o) «El alineamiento de Rodríguez Genovés con Ortega, a quien sigue y profesa una admiración filosófica sin fisuras»; «Rodríguez Genovés no reproduce el texto orteguiano que yo sí traigo a continuación» Coda I de la Glosa Final (pág. 82). Sin comentarios.

p) «Tremendo cráneo el que ha pillado R. G., obsesionado con que le roban la cartera (ay, Sexto Empírico), y no desfallece en nuevas embestidas al enemigo, que ya van resultando casi cómicas» (p. 59). José Domingo Vilaplana, inflamado acaso por su propio discurso, parece actuar aquí según las pautas de la indignación, magníficamente descritas por el filósofo francés Alain [Emile Chartier]; por ejemplo, en esta perla incluida en sus célebres Propos: a fuerza de gritar se irrita el bebé{2}. No creo exagerar ni excederme en la analogía, pues basta con seguir leyendo unas líneas más adelante para encontrarse con esta explosión anímica de José Domingo Vilaplana: «El lamento de R. G. casi mueve a llanto conmiserativo, por no faltar al respeto con una estruendosa carcajada.» (pág. 60). Sin comentarios.

3

Concluyo. Defienda cada cual los puntos de vista que prefiera, de la mejor manera que pueda y sea capaz. Que critique uno aquello que juzgue incorrecto o inadecuado. Sólo demando que lo haga razonadamente y con mesura. Y si tiene la tentación (o la consideración) de citar mi nombre o mis trabajos, que no lo haga como medio para algún fin dudoso. Sólo ruego que sea realizado con cortesía y buenas maneras. Y a poder ser, también con elegancia.

Platón fundamenta el diálogo filosófico a partir de un escueto principio: dar razones y recibirlas. No entro ni entraré, por consiguiente, en inciertas polémicas. Para que pueda haber una polémica filosófica es preciso que comparezcan las dos circunstancias: polémica (y no exabrupto) y filosofía (y no tutti fruti). No doy ni daré pábulo a la inelegancia o a la frivolidad. Tan sabia prevención fue hecha, asimismo, por Platón en La República (XVII, 539 b), donde aconseja cuidarse de aquellos que «han gustado por primera vez de los razonamientos [y] se sirven de ellos como de un juego, los utilizan para contradecir, e imitando a los que les han refutado, refutan a su vez a otros, y disfrutan como cachorros dando tirones y mordiscos con su argumentación a todos los que se les acercan.»

——

{1} Fernando Rodríguez Genovés, La escritura elegante. Narrar y pensar a cuento de la filosofía, Institució Alfons el Magnànim, Valencia 2004.

{2} Alain [Emile Chartier], Propos sur le bonheur («Argan», § X). Gallimard, Paris, 2003: «Il n´y a pas que les nourrisons qui s´irritent de crier» (p. 32). Véase «La indignación: la contrariedad de una emoción», intervención que lleve a cabo en el XIV Congreso de la Asociación Española de Ética y Filosofía (AEEFP), organizado bajo el título de «La violencia: un análisis ético-político» y celebrado los días 17, 18 y 19 de noviembre de 2004 en Sevilla. El texto ha sido reproducido en en la revista El Catoblepas, nº 34, diciembre de 2004, pág. 7.

 

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