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El Catoblepas, número 116, octubre 2011
  El Catoblepasnúmero 116 • octubre 2011 • página 1
Artículos

Pedro Sánchez de Acre,
filósofo español

Atilana Guerrero Sánchez

Avance de nuestra tesis doctoral dedicada a Pedro Sánchez de Acre, maestro racionero de la catedral de Toledo, autor de tres libros de «filosofía moral», escritos en español y publicados entre 1584 y 1595

Pedro Sánchez, Historia moral y philosophica, Toledo 1590

Damos a conocer en el presente artículo un esquema de interpretación, desde las coordenadas del materialismo filosófico, de la obra de Pedro Sánchez de Acre, maestro racionero de la catedral de Toledo que fue autor de tres libros de filosofía moral, escritos en español y publicados entre 1584 y 1595.

Tres libros que históricamente representan, en el contexto de la llamada Contrarreforma, los objetivos del programa de reformas dirigido a los fieles que la Iglesia instituyó tras el Concilio de Trento, de los que nos interesa especialmente, por lo que toca al análisis de la filosofía moral, todo cuanto tiene que ver con lo que llamaríamos, utilizando la expresión de Gustavo Bueno, su crítica de la «concepción subjetivista de la conciencia». Una crítica entre cuyos logros destacamos una idea de la «vida humana» para la cual todo hombre es «hijo de sus obras», frente al fatalismo mahometano y protestante, y que podemos denominar, como el propio Pedro Sánchez lo hace, «filosofía católica»{1}.

Partimos de la idea presentada por Gustavo Bueno ya en el Estatuto Gnoseológico de las Ciencias Humanas, trabajada posteriormente por Elena Ronzón, según la cual la Idea moderna de Hombre tiene en el humanismo español un momento privilegiado de su constitución{2}. Y es que, en efecto, la Idea de Hombre no es solamente una construcción teórica vinculada a determinados textos; no es una realidad «literaria», diríamos, sino que responde a los procesos políticos que estaban teniendo lugar en aquella época en España y en el resto del mundo, a través de los cuales diversos «conceptos» teológicos de «hombre» entraron en conflicto (por una parte, la convergencia en España de las tres religiones, y por otra, el conflicto en el seno del cristianismo entre católicos y protestantes) dando lugar a su crítica filosófica. Pero es con las tesis de España frente a Europa como podemos precisar, en concreto, la relación que existe entre la idea filosófica de Imperio y la Idea de Hombre, puesto que sólo desde la idea de Imperio universal como idea filosófica cabe pensar en una totalización del «género humano» en la que esté implicada su idea misma. Desde este punto de vista el «humanismo español» no será uno más entre otros (italiano, alemán o francés), sino el que efectivamente pudo llevar más lejos, o sea, «poner en práctica», desde un imperio «realmente existente», una consideración determinada acerca de los hombres que habían de participar de él. El humanismo que, frente al erasmismo y el resto de corrientes espiritualistas del siglo XVI perseguidas por la Inquisición española (alumbrados, místicos, luteranos...), pudo constituir una «morfología moral», todavía presente en las sociedades hispanas, caracterizada por una idea de «razón» individual operatoria vinculada necesariamente a la norma del imperialismo generador de dichas sociedades{3}.

Destacamos, asimismo, en esta presentación, como herramienta imprescindible en la reinterpretación de estos «libros piadosos» del primer barroco español, especialmente los estudios de Gustavo Bueno «La filosofía crítica de Gracián», por la fertilidad que demuestra la idea del «operacionismo católico» de la tradición escolástica española, y «Bernardo del Carpio y España», por la importancia que los héroes de la Historia de España tienen en la obra de Pedro Sánchez{4}. Para este último tema, igualmente imprescindible es el artículo de Javier Delgado, «Dialéctica de clases y dialéctica de Estados en la Europa de los siglos VIII y IX»{5}.

Respondiendo, pues, a la necesidad de reivindicar la filosofía tradicional española, tal y como esta se presenta en el Proyecto Filosofía en español (filosofia.org), ofrecemos nuestro avance de estudio sobre Pedro Sánchez de Acre, al que dedicamos actualmente nuestra tesis doctoral.

De momento, contamos con el «saber negativo» que nos dice que Pedro Sánchez de Acre es un autor filosóficamente «olvidado»: apenas citado en obras de referencia para la historia de la filosofía y de la literatura españolas, y casi nunca, por cierto, adjudicándosele los tres libros juntos{6}.

Ahora bien, el término «olvidado» tiene una raíz epistemológica que desde la teoría de la ciencia del materialismo filosófico habría que reconstruir gnoseológicamente. Pues explicar tal «olvido» exige situarlo en un plano semántico, es decir, en el propio campo de la Historia de la Filosofía, desde el cual regresar hacia la configuración de ideas que permita, en el progresssus, «incorporar el dato inexplicado al sistema en el cual estaba ‘flotando’»{7}. Aquí, la configuración de la que partimos es la Historia de la Filosofía de tradición europeísta, en la que el «dato flotante» no incorporado de la «filosofía católica española», se explica en virtud de la ideología de la Leyenda Negra antiespañola de la que adolece. Pero nuestro «dato flotante», Pedro Sánchez de Acre, y la filosofía que representa, el sistema del humanismo de la Contrarreforma, digamos, exige remover la configuración de partida, el sistema constituido por la ideología alemana de la Historia de la Filosofía, no tanto para ser sustituída por su ideología española, sino por una concepción de la Historia de la Filosofía ella misma filosófica, por tanto, crítica de toda ideología nacionalista. Es más, la verdadera razón por la que entendemos que se puede hablar filosóficamente desde España sin que ello suponga una recaída en la ideología, se debe a la misma idea filosófica de Imperio desde la cual se constituye España como nación histórica.

Nos acogemos, así, a lo que Gustavo Bueno Sánchez puso de manifiesto sobre el «error» de estas ideologías nacionales, en sus excelentes artículos sobre la filosofía española y las distintas concepciones filosóficas de la Historia de a Filosofía{8}. Por concluir con sus palabras:

«Si en España no hubo un Kant, un Hegel, un Heidegger o un Wittgenstein, como arquetipos de ‘filósofos universales’ esto no puede querer decir que la ‘filosofía española’, tal como la entendemos, adolezca de una debilidad congénita, originaria. Hoy creemos saber muchos que tales nombres funcionan muchas veces como fetiches, y que el papel que respecto de la filosofía, en general, conviene atribuir a estos grandes filósofos, no es el mismo que el papel que respecto de las ciencias positivas hay que atribuir a los grandes científicos (el significado de Heidegger o Wittgenstein, por ejemplo, respecto de la filosofía no puede compararse con el de Einstein o Darwin respecto de la ciencia). Los grandes ‘filósofos universalmente reconocidos’ lo son muchas veces en función de la presencia coyuntural histórica del Estado que los ‘abriga’; y, en cualquier caso, en la Historia de la filosofía no ocurre como en la Historia de la ciencia, en la cual los últimos eslabones están siempre destinados a sustituir y a dejar en el olvido a los eslabones precedentes.»{9}

Así pues, tal es nuestro propósito: no dejar en el olvido dichos eslabones precedentes.

* * *

Comencemos por mencionar los títulos completos de los tres libros publicados por Pedro Sánchez:

1584 Árbol de consideración y varia doctrina. Plantado en el campo fertilísimo de los venerables misterios de la semana Santa. Del que se cortan siete ramos muy hermosos que van en la procesión el Domingo de Ramos, uno para cada día desta semana. Y son siete consideraciones principales de la Pasión del Redemptor. Y estos ramos están cargados de flores y frutos de otras consideraciones particulares de diversas materias agradables y provechosas para todo Christiano en qualquier tiempo. Una adición de los misterios de la Resurrección del Redemptor. Y la vida de Adan. Y la del Antecristo, y la de los siete durmientes, y otras cosas dignas de saber. (Toledo 1584, [8] + 457 + [7] folios.)

1590 Historia moral y philosophica. En que se tratan las vidas de doze Philosophos, y Principes antiguos, y sus sentencias y hazañas: y las virtudes moralmente buenas que tuvieron. Y se condenan los vicios de que fueron notados. Apurando lo bueno, y desechando lo malo que tuvieron. Sacando de todo ello la medulla y substancia de lo mejor y mas provechoso, y moralizándolo para utilidad de nuestras costumbres, y vida Cristiana. Y en ultimo lugar, y fin de la obra, se trata de la vida de la Muerte: que es el fin y remate de las cosas humanas. Con algunas consideraciones provechosas para la buena vida. (Toledo 1590, [10] + 372 + [7] folios.)

1595 Triangulo de las tres virtudes Theologicas, Fe, Esperanza, y Caridad. Y Quadrangulo de las quatro Cardinales, Prudencia, Templanza, Justicia, y Fortaleza. En que se tocan algunas de sus propiedades y excelencias, y historias muy provechosas: y alguna doctrina de todas facultades: dedicado al glorioso Apostol S. Pedro. (Toledo 1595, [8] + 294 + [8] folios.)

Pedro Sánchez, Triangulo de las tres virtudes, Toledo 1595

Modelos, como ya hemos dicho, de la literatura contrarreformista, sus títulos son verdaderamente significativos de la pluralidad de cuestiones tratadas, de la «varia doctrina». De ahí que nombres como «Árbol», «Jardín» o «Silva» sean los que encabezan títulos de la época que guardan cierto parentesco de género{10}. Por así decir, cuando los «espejos de príncipes» pasan a ser leídos por el común de los hombres, nos encontramos con estos «espejos de la nación», en los que se ofrece una suerte de recopilación de todo aquello que hay que saber para «estar al día». En efecto, así recogen el Deán y Cabildo de la Santa Iglesia de Toledo en su respuesta a la dedicatoria de la Historia moral el carácter de «varia lección» de esta obra:

«En el cual [libro] habemos conocido la mucha erudición y varia doctrina que tiene, de donde cada uno que leyere, puede coger el fruto de la ciencia a que fuere más aficionado. Porque tiene abundante copia de Philosophia natural y moral, y mucha doctrina de la sagrada Teología, y otras muchas cosas de provecho y gusto. De donde se echa de ver cuán perito y universal os mostráis en todas las ciencias. Y parece que habéis abierto tienda de diversas y muy preciosas mercaderías: y plantado un deleitoso enjertal de diversos viduños.»

Bien es verdad que dicha variedad de temas pudiera consistir en un mero aluvión, sin ninguna clasificación que denotara determinados criterios, o que de existir estos, pudieran no ser necesariamente filosóficos. Tal es la crítica que, por ejemplo, recibió la «Silva» de Pedro Mexía de parte de Marcel Bataillon, como «centón vulgar» sin significado alguno, sin duda propia del desenfoque con el que dicho hispanista analiza cualquier obra que no quede justificada por su erasmismo{11}. Por ello, nuestra investigación pretende ofrecer los criterios por los que Pedro Sánchez ha elegido unas cuestiones y no otras, acogiéndose especialmente a un estilo desordenado, el llamado ordo neglectus, como recurso mediante el que se van desgranando las cuestiones «sensibles» en las que el protestantismo se enfrentaba a la tradición católica: las vidas de santos, los sacramentos o la necesidad de la existencia de la jerarquía eclesiástica, entre otras.

En este sentido, creemos que nos encontramos ante un caso de lo que Gustavo Bueno, en el Estatuto y Elena Ronzón, en su trabajo citado, han recogido bajo la fórmula de «el conflicto de las facultades». En efecto, la expresión kantiana vendría aquí a señalar el conflicto entre las diversas perspectivas categoriales que «tematizan» al hombre –fundamentalmente la médica, la teológica y la jurídica– entre medias de las cuales surgiría la propia perspectiva filosófica como el modo de cancelación de las contradicciones entre dichas perspectivas. Pero la perspectiva teológica católica en Pedro Sánchez se presenta como la que es capaz de envolver al resto las perspectivas: el autor ofrece «consideraciones provechosas para todo cristiano». Al «conflicto entre facultades», añadiríase el «conflicto entre las teologías».

Lo cierto es que desde España no solemos asociar el catolicismo con un uso de la imprenta de carácter ideológico, como sí se hace, en cambio, con el protestantismo{12}. Por ello, con nuestro estudio queremos contribuir también al cuestionamiento de dicho lugar común del «católico iletrado». Ya no sólo porque el llamado Siglo de Oro es inconcebible desde ese tópico, sino porque la benevolencia con que la historiografía ha tratado a la Reforma protestante nos ha hecho «olvidar» a aquellos filósofos católicos que desde la primera hora surgieron para responder a la herejía protestante con un género de ideas, por decirlo así, mucho más aprovechables por el «racionalismo», que el oscurantismo religioso que, en cambio, desde nuestra perspectiva, sí que instaura la dicha «reforma» –grosso modo, la «oscuridad» respecto a las razones que maneja Dios para salvar o condenar a los hombres{13}. Una respuesta esta, la de la «filosofía católica», que la filología española ha catalogado, junto con obras de distinta naturaleza, bajo diversos rótulos genéricos con los cuales se podría emparentar la obra de Pedro Sánchez: «prosa didáctica»{14}, «prosa de Ideas»{15} o «miscelánea»{16} son algunos de ellos.

Para terminar de caracterizar brevemente a nuestro autor, hemos de decir que las raíces en España de esta «prosa didáctica» arrancan ya de su Edad Media, y es con el impulso de reforma de la Iglesia como cobra un nuevo auge. Pedro Sánchez es un moralista que continúa la tradición nunca interrumpida desde que se introdujo en la literatura castellana por iniciativa de Fernando III con obras tales como el Libro de los doce sabios, en las que se conjuga la filosofía de tradición helénica con una visión del mundo otorgada por la política del ortograma imperial español.{17}

Bibliografía positiva

A continuación vamos a ofrecer una relación de todos cuantos autores hemos encontrado que citan a Pedro Sánchez, bien sea de modo directo, dando referencia del título de alguna de sus obras, bien de modo indirecto, por mediación de otros autores.

Por orden cronológico, la lista comienza con el doctor Francisco de Pisa, precisamente prologuista de sus dos últimos libros, en cuya Descripción de la imperial ciudad de Toledo de 1605 cuenta cómo el Maestro Pedro Sánchez describió detalladamente en su «vida de los césares» (se refiere a la Historia moral y philosophica) el recibimiento de los restos de Santa Leocadia, del cual fue testigo directo, y que fue celebrado en Toledo con gran solemnidad{18}.

A continuación, Diego de Colmenares{19}, en la Historia de la insigne ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla, de 1636, cita a Pedro Sánchez de Acre por su Historia moral entre otros autores que, como él, refieren un «extraño» suceso acaecido a Alfonso X el Sabio{20}.

Estas dos citas, pasados los siglos, nos han servido para encontrar a nuestro autor en otras obras de las que son fuente respectivamente Pisa y Colmenares, bien sea por las reliquias de Santa Leocadia, bien sea a propósito de la anécdota del rey castellano{21}.

Sesenta años después, Nicolás Antonio lo recoge en su Biblioteca hispana nova (1696), obra biobibliográfica de autores españoles hasta entonces conocidos. Ofrece escasa información, aunque gracias a Nicolás Antonio supimos en el curso de nuestra investigación del segundo apellido, «de Acre» –que no aparece en la portada de sus obras, aunque sí lo menciona Francisco de Pisa–, de gran ayuda para distinguirlo de un Pedro Sánchez jesuita, algunos años posterior{22}.

En 1735, la obra titulada Succession real de España: vidas y hechos de sus esclarecidos reyes por José Álvarez de la Fuente (O.F.M.), vuelve a recoger la anécdota de Alfonso X copiada de Diego de Colmenares{23}.

En 1788, el Diario de Madrid, del miércoles 23 de enero, recoge una noticia sobre el escultor Felipe Bigarny en la que se cita al Maestro Pedro Sánchez porque en su Historia Moral se cuenta la actividad del artista en la «Santa Iglesia» de Toledo{24}.

Y ya en 1807 lo encontramos citado por D. José Vargas Ponce en su Disertación sobre las corridas de toros{25}, a propósito, por cierto, de la opinión desfavorable de nuestro racionero sobre la «fiesta nacional».

Del mismo año 1807 es la curiosa Historia de la Filosofía escrita por Tomás Lapeña, Ensayo sobre la Historia de la Filosofía desde el principio del mundo hasta nuestros días, en tres tomos, publicada en Burgos. Que sepamos, es la primera obra de esta naturaleza, una Historia de la Filosofía, en la que aparece citado nuestro autor. En ella se recoge una lista de «Teólogos y Filósofos Escolásticos Españoles» basada en la obra de Nicolás Antonio, en la que Pedro Sánchez aparece entre los clasificados por tratar sobre temas de la «secunda secundae» de la Suma Teológica de Santo Tomás, relacionado con el título De las Tres virtudes Theologales (no ofrece el título original del libro Triángulo de... &c.){26}.

En 1849, aparece en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, de Pascual Madoz{27}; así como en la ya citada Historia de la literatura española (1849) de George Ticknor, el hispanista estadounidense al que, al parecer, se debe la consolidación de la expresión «Siglo de Oro» para nuestra literatura.

En 1856, el Semanario pintoresco español, lo hace con la misma anécdota que recogiera Diego de Colmenares{28}.

Francisco Lizcano y Alaminos, en su Historia de la verdadera cuna de Miguel de Cervantes Saavedra y López, autor del Don Quijote de la Mancha, con las metamórfosis bucólicas y geórgicas de dicha obra, de 1892, sitúa a Pedro Sánchez, sin más, en una lista de autores de la época.

Pero recién comenzado el siglo XX, es de mayor importancia la cita de Jerónimo López de Ayala, conde de Cedillo, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia del 23 de junio de 1901, titulado Toledo en el siglo XVI después del vencimiento de las comunidades. A propósito de la recuperación de los restos de Santa Leocadia, como ya hiciera en su momento Francisco de Pisa, en la nota 79 dice sobre la Historia moral y philosophica de Pedro Sánchez:

«El autor, que era racionero de la catedral, fue testigo de vista de la entrada de los sagrados restos en la ciudad. Su narración es muy completa e interesante y trata con gran extensión del asunto, desde las negociaciones para la traída de las reliquias hasta las ceremonias y fiestas celebradas en Toledo.»

Y en la página 78 del mismo discurso dice que «numeroso se ofrece el grupo de nuestros escritores ascéticos y moralistas; Alejo Venegas, Juan Horozco de Covarrubias, Luis de la Palma»; y sigue aparte:

«Entre esta copiosa falange debe señalarse también Pedro Sánchez de Acre, que en sus distintos tratados filosófico-morales encomia las virtudes cristianas como las excelencias de los filósofos gentiles.»{29}

Por fin, en 1970 es cuando José Gómez-Menor publica el libro en el que vamos a encontrar la única información existente respecto al origen familiar judeoconverso de Pedro Sánchez: Cristianos nuevos y Mercaderes de Toledo{30}. De él hablaremos más adelante dada la importancia de este libro para nuestras pesquisas sobre su biografía.

Del mismo autor, en el Simposio «Toledo Judaico» (20-22 de abril de 1972), su comunicación «La sociedad conversa toledana en la primera mitad del siglo XVI» presenta a Pedro Sánchez de Acre, entre otros valiosos autores, como un humanista de la época de origen judeoconverso{31}.

En la Historia de la filosofía española (1972), antes mencionada, de Guillermo Fraile, se le cita con el nombre de «Pero Sánchez» como uno de los humanistas españoles, en el capítulo titulado «El humanismo y los reyes católicos» [sic]; y de modo incompleto, pues sólo se le reconoce como autor de la Historia moral y philosophica.{32}

Y como uno de nuestros mejores «hallazgos» tenemos al hispanista Richard L. Kagan, quien en un concienzudo estudio de 1982, relativo a la ciudad de Toledo de la época de El Greco, destaca a Pedro Sánchez como uno de los «eminentes clérigos de Toledo» (dentro del catálogo de la exposición dedicada al pintor en el Museo del Prado de Madrid). Dice de él que «escribió una serie de libros donde se subrayaba la necesidad para todos los católicos de vivir y profesar la religión de acuerdo con los decretos de la Iglesia». Incluso parece conocer al menos parte del contenido de su libro Árbol de consideración al asegurar que «Pedro Sánchez atacaba a quienes buscaban la comunión directa con Dios, recordando a los lectores la importancia de los sacramentos y de la confesión ante el sacerdote». Eso sí, en la bibliografía final le confunde en uno de sus libros con el jesuita Pedro Sánchez, del que hemos hablado antes, al hacerle autor de una obra que corresponde a este, a saber, Libro del reyno de Dios (1594). Y no recoge en su lugar el tercer libro de nuestro Pedro Sánchez titulado Triángulo de las Tres virtudes Theológicas{33}.

En 1993 una escueta nota debida a José Fradejas Lebrero, cuyo título es «Otra versión del canto toledano de la Sibila», dedica unas palabras a Pedro Sánchez por contener su Historia moral el texto del canto de una Sibila que se representaba en Navidad en la catedral de Toledo{34}.

Pero un hito aún más importante que el anterior es el que marca el primer análisis de contenido de la obra de nuestro autor, cuyo nombre forma parte del título del artículo de José Hervella Vázquez, «La virtud cardinal de la prudencia. Sus representaciones iconográfico-iconológicas y emblemáticas en el siglo XVI, a partir de la doctrina del racionero de la Catedral de Toledo, Pedro Sánchez», publicado en 1995{35}.

Por otra parte, Carlos Alberto González Sánchez, en su libro Los mundos del libro. Medios de difusión de la cultura occidental en las Indias de los siglos XVI y XVII, (Universidad de Sevilla, Diputación de Sevilla 1999) nos informa de que el Triángulo de Pedro Sánchez es uno de los libros que van a Indias catalogados en el inventario de Cristóbal Hernández Galeas{36}.

Ya hemos citado anteriormente la obra enciclopédica de Gonzalo Díaz y Díaz, Hombres y documentos de la filosofía española{37}, que bajo la voz «Sánchez de Acre, Pedro», recoge las citas de otras dos obras importantísimas, aunque apenas añade información a la suministrada por Nicolás Antonio. En total, las siguientes: Bibliotheca Hispana Nova, de Nicolás Antonio (vol. II, p. 236), Historia de la lengua y literatura castellana, de Julio Cejador y Frauca (1920, 14 vols, vol. III, s. v.) y Enciclopedia Espasa (vol. 53, p. 1216). La escasa información a que nos referimos, básicamente conjetural, es la siguiente:

«Fue natural de Toledo donde debió de nacer en el primer tercio del siglo XVI, y en aquella ciudad transcurrió probablemente su vida, de cuya catedral fue racionero. J. Cejador afirma de él que poseyó un lenguaje muy castizo (Ob. cit. vol.III); y es de señalar que en la Enciclopedia Espasa su segundo apellido es Arce.»

Fernando J. Bouza Álvarez, también lo cita en Communication, knowledge, and memory in early modern Spain (University of Pennsylvania Press, 2004) aunque sea preso de la Leyenda Negra, para ponerlo como ejemplo de la misoginia de la España de la época.

Ángel Ferrari, en Fernando el Católico en Baltasar Gracián (Real Academia de la Historia, Madrid 2006) cita a nuestro autor al decir que «en no pocos escritores políticos y moralistas del barroco más temprano, como Jerónimo Merola, Carlos de Tapia, Pedro Sánchez de Acre y Juan Sánchez Valdés de la Plata, entre los más señalados, se notan las influencias de Furio Seriol y de Huarte» (pág. 162).

Un año después, en La impresión y el comercio de libros en la Sevilla del quinientos (Universidad de Sevilla 2007), de María del Carmen Álvarez Márquez, Pedro Sánchez aparece en la página 85 a propósito de una venta de catorce ejemplares de su Árbol de consideración{38}.

Y finalmente en 2010, José Manuel Rodríguez Pardo, en un excelente artículo a propósito de la serie de TV Los Tudor, cita a nuestro autor atinadamente como ejemplo del juicio que mereció el rey Enrique VIII a un moralista de la época{39}.

Respecto a la «bibliografía negativa», es de destacar que Pedro Sánchez de Acre no reciba mención alguna en toda la obra de Menéndez Pelayo, así como tampoco, salvando a Guillermo Fraile, en las veteranas Historias de la filosofía española, desde la Historia de la filosofía española en el siglo XVI de Marcial Solana hasta la Historia crítica del pensamiento español de José Luis Abellán.

Biografía de Pedro Sánchez

Como ya hemos avanzado, Cristianos nuevos y Mercaderes de Toledo, de José Gómez-Menor, es el libro en el que hemos encontrado algún dato respecto a la vida de Pedro Sánchez, o mejor dicho, respecto a sus orígenes familiares. En efecto, en él aparece como descendiente de una de las familias toledanas de ricos mercaderes cuyo apellido, «Acre», no deja lugar a dudas respecto de su origen judeoconverso. Con la particularidad de que, aun después de 1538, año en que se colgaron en las parroquias los sambenitos de los reos toledanos procesados por la Inquisición, es uno de los apellidos que se siguió usando por lo menos hasta comienzos del siglo XVII, según Gómez Menor. No obstante, quizás por ello no aparece este apellido en la portada de sus libros, sino que con un «Maestro Pedro Sánchez», a secas, pretendería eludir las resonancias de su nombre{40}.

Gracias a Gómez Menor contamos con un árbol genealógico bastante «nutrido» de los Acre. Sabemos que sus padres fueron el mercader Juan de Acre y Beatriz de San Pedro, y que sus hermanos, de los cuales él era el mayor, se llamaron Mencía, Andrés, Catalina e Isabel. De él dice que fue racionero de la Catedral «y allí meritísimo maestro de humanidades durante muchos años»{41}.

Ahora bien, aparte de su linaje, una biografía ha de contar con una fecha de nacimiento y otra de muerte; y ni lo uno ni lo otro tenemos con seguridad.

Como racionero de la catedral de Toledo, debió de ingresar en ella hacia 1560, según los cálculos que podemos sacar por sus palabras en la dedicatoria del Árbol de consideración al cardenal Quiroga: «veinticuatro años que ha que resido en esta su santa Iglesia de Toledo», con lo que si esta se escribió en 1584 –suponemos que la dedicatoria sería una de las últimas partes que escribiese–, restándole los veinticuatro años dichos nos quedamos en 1560. Aún así, y a pesar de que tal fecha es posterior a la instauración de los Estatutos de limpieza de sangre en 1547, de su ingreso no parecían quedar documentos cuando consultamos el archivo catedralicio (hoy por hoy, no obstante, puede que se hayan catalogado nuevos materiales que fueran desconocidos hasta nuestra visita).

Para saber en qué consistía el oficio de racionero hemos consultado el libro de Ángel Fernández Collado{42}, La catedral de Toledo en el siglo XVI, que informa de cada uno de los cargos que podían ocupar los clérigos en el Cabildo por orden de importancia: dignidades (catorce miembros, según las constituciones en vigor durante el siglo XVI –deán, capiscol, tesorero, vicario del coro, maestrescuela, capellán mayor, abad de Santa Leocadia, abad de san Vicente de la Sierra, y seis arcedianos –Toledo, Talavera, Madrid, Guadalajara, Calatrava y Alcaraz–), canónigos (cuarenta –cuatro de oficio previa oposición: lectoral, doctoral, magistral y penitenciario–, de los cuales veinte eran extravagantes, es decir, que no residían en la catedral), racioneros (en torno a cincuenta) y capellanes (ciento treinta), perteneciendo propiamente sólo los dos primeros a la institución del Cabildo. De los racioneros nos dice el autor:

«Se les denominaba también porcioneros. Ocupaban el lugar inferior de la corporación, tenían su silla en la parte alta del coro a continuación de los canónigos y percibían una ración por su asistencia al rezo de las horas canónicas, a las misas, procesiones y otros actos litúrgicos, lo cual les permitía tener lo suficiente para vivir con cierta tranquilidad. En esta categoría de los racioneros podía existir otra inferior, los denominados medio-racioneros, los cuales debían ayudarse de otros menesteres para subsistir dignamente.»{43}

El mismo Pedro Sánchez nos da una idea de las labores en las que participaría al dirigirse así al «Deán y Cabildo de la Santa Iglesia de Toledo» en el prefacio de su Historia Moral y philosophica:

«Y así una de las alabanzas que se pueden decir de este amplísimo Senado es, que (entre las obras pías, y de perpetua memoria que hace) favorece tanto a los que se quieren dar a las letras, que tiene estudios, y Colegios, adonde con gran cuidado se enseñan los que sirven en esta santa Iglesia. Y (demás de darles preceptores que los enseñen diversidades de ciencias) les da todo lo necesario para su estudio, mantenimiento y vestuario en su Colegios. Y también da licencia a los Prebendados, que con celo de aprovechar, se quieren ir a otras Academias, para que vayan a estudiar, y sean habidos por presentes en la renta y emolumentos de sus beneficios. De donde se sigue, que aprovechan tanto en los estudios, que muchos de los capitulantes salen cada día para Oidores de audiencias Reales, y oficios de la Inquisición, y a Obispados, y Arzobispados, y Cardenalatos, y a otras diversas plazas: donde hacen gran servicio a Dios, y a la Majestad de nuestro Señor el rey don Felipe: y se engrandece con perpetua fama la grandeza de esta santa Iglesia, que cría con leche de doctrina, y a costa de sus grandes rentas, varones tan eminentes como estos, y otros muchos que echa a volar por diversas partes de la Cristiandad [...]
Y una de las razones por que en nuestros tiempos ha llegado a tanta cumbre el ejercicio de las letras, es, ver que los Letrados son tan favorecidos y estimados, y que no caben las Universidades de oyentes, después que (por divina inspiración) dispuso el santo Concilio Tridentino, que los beneficios Curados, se diesen por habilidad y suficiencia: y que pasen los opositores por las picas de riguroso examen. Y así debemos mucho a Dios los que habemos alcanzado tan felices tiempos, que no solamente los Curados, y Prelacías, se dan a personas calificadas en costumbres, y letras, sino que las Canonjías, y otros beneficios pingües, se dan comúnmente a letrados eminentísimos, de los cuales está lleno este gravísimo Senado.»

Y más adelante sigue diciendo:

«Pues viendo yo cuán sublimados son por Vuestra Señoría, y cuán bien galardonados los que en esta santa iglesia y Arzobispado de Toledo, se dan al ejercicio de las letras, y entendiendo el gran provecho que hacen en la viña de Dios los Prebendados que la cultivan, y trabajan en ella, unos leyendo, otros predicando, otros escribiendo y enseñando, otros con sus buenas obras, doctrina y ejemplo, dando gran resplandor en ella: por no degenerar yo de hijo de tal madre, como es esta santa Iglesia donde me he criado: queriendo imitar en algo el aprovechamiento que mis mayores hacen en ella, he tenido atrevimiento y osadía de querer yo también ofrecer en este santo Templo donde resido, el Cornadillo de esta mi obra, fabricada con mis pocas fuerzas: como el niño que queriendo imitar a los que ve andar, va a gatas, y como puede, trabajando por seguirlos.»

A lo que el Deán y Cabildo, en un párrafo a continuación, responden con algo que aquí nos interesa resaltar, a saber:

«Y estimamos en mucho, que cumpliendo con la obligación de vuestra Prebenda, y con los cargos que tenéis en esta santa Iglesia, hayáis tenido lugar de poner en término que se pueda gozar de su fruto, la Historia presente: que no es menos apacible, gustosa y erudita, ni habrá costado menos trabajo que el Árbol de consideración y varia doctrina, que pocos días antes sacasteis a luz, y con tanto aplauso y aprovechamiento está recibido en estas partes.»

Y entre esos cargos que dice el Deán ocupar nuestro autor hay uno del que también el mismo Pedro Sánchez nos da noticia. En su «Árbol» cuenta que fue rector de la «casa de locos de Toledo», la llamada «Casa del Nuncio» –de recuerdo todavía hoy conservado en el Callejón de los Orates o de Nuncio Viejo{44}– «eligiéndome para este oficio el Cabildo de la Santa Iglesia de Toledo»{45}. Y no sin cierta ironía, por cierto, al decir que lo eligieron por estar él también «enfermo de este humor». Sobre este Hospital, por cierto, refiere Fernández Collado en el libro citado que fue una institución pionera en España en la asistencia psiquiátrica, fundada por el canónigo de Toledo don Francisco Ortiz en torno a 1480. El Cabildo, como patrón del Hospital, elegía entre los canónigos o racioneros a su rector o director anualmente, en concreto, en la octava de la Visitación (como otros cargos anuales, tenía cada uno su propio día de nombramiento){46}.

Por otra parte, nuestro breve trabajo en el archivo de la catedral, en una consulta puntual de las Actas Capitulares, dio con un detalle anecdótico de la vida cotidiana del lugar sin mayor trascendencia, pero que prueba la actividad de nuestro autor: el sábado 15 de octubre de 1594 «el racionero Pedro Sánchez dota una lámpara de plata».

Lo que sí tenemos de importancia es un indicio de su posible fecha de fallecimiento gracias al libro de cuentas del Archivo de Obra y Fábrica de la catedral en el que aparecen misas a su cargo desde el 8 de enero de 1594 hasta el año de 1605{47}.

Teniendo en cuenta que cuando escribe el Triángulo, en 1595, él mismo dice en el prólogo estar tocando el fin de sus días, es probable que el deceso no fuera muy posterior a 1605. En todo caso, al menos hasta el 8 de agosto de 1599 tenemos noticia de su actividad, como pudimos saber según lo consultado, pues en ese día encomendó 30 misas por Ana, su criada, según ella mandó en su testamento.

La consulta de los libros de entierros de algunas parroquias toledanas no nos dio resultado alguno (San Nicolás, San Justo, San Miguel y Santo Tomé), con lo que sólo datos sueltos es lo que, de momento, tenemos.

En la parroquia de Santo Tomé, al consultar su inventario, nos topamos con una lista de sus párrocos desde 1544 hasta 1996 (un total de cuarenta y cuatro), el segundo de los cuales (desde 1554 hasta 1558) es un «Maestro Pero Sánchez» que, por la fecha, podría ser él.

También sabemos, gracias a PARES (Portal de los Archivos Españoles), según consta en dos documentos del catálogo de pasajeros a Indias, que en 1555 Diego López y Alonso de la Puerta, ambos por separado, aparecen como «factor» de Pedro López de Acre. López, hay que decir, es un apellido que Gómez Menor le atribuye en lugar de Sánchez –decantándose por este último en el texto que hemos citado más arriba– ya en el árbol genealógico de los Acre en su citada obra, por lo que podría ser el mismo. A la sazón todavía no habría ingresado en la catedral y mantendría, dados sus vínculos familiares, negocios en Indias{48}. «Factor» es una especie de delegado de una persona, su hombre de confianza, generalmente familiar, que en el caso de tratarse de mercaderes, según el diccionario de autoridades es «la persona que tiene destinada en algún parage para hacer las compras de géneros y otros negocios en su nombre»{49}. En el Tesoro la Lengua de Covarrubias aparece el término «Fator», que dice ser «lo mesmo que hacedor o la persona a quien otro tiene encomendada su hacienda, para que se la trate, o beneficie».

Por último, gracias a la monumental obra en ocho volúmenes Los conversos y la inquisición sevillana, de Juan Gil, hemos sabido que entre algunos toledanos que pasaron por Sevilla de familia judeoconversa, el apellido Jarada nos lleva hasta un familiar que le nombra en su testamento. Se trata del mercader llamado Cristóbal de Alcocer, marido de Teresa Núñez, hermana de Isabel de Sanpedro –es decir, posiblemente tía de Pedro Sánchez, ya que su madre era Beatriz de San Pedro, según Gómez Menor. Pues bien, el que sería su tío político instituyó una capellanía en Santo Tomás de Toledo «nombrando capellán al maestro Pedro Sánchez, racionero de la catedral toledana», con fecha de 21 de abril de 1559{50}. Hay que decir que este Cristóbal de Alcocer deja como herederos a sus hijos: Alonso de Alcocer, Beatriz de Alcocer, y Juan de Alcocer de Acre, con lo que la razón por la que aparece en este último vástago el distinguido apellido sea posiblemente familiar; en concreto, serían primos{51}.

Nada más podemos decir. No obstante, esperamos poder añadir próximamente algún dato más a los que ya tenemos.

* * *

Para finalizar, vamos a avanzar el análisis de tres fragmentos de sus respectivos tres libros para mostrar algunas de las ideas que hemos esbozado en esta presentación.

Del primero de ellos, Árbol de consideración, hemos seleccionado el fragmento en el que el autor presenta la obra bajo el rótulo de la famosa «querella entre antiguos y modernos», lugar común de la prosa renacentista, que en España se presentó, no por casualidad, ya desde el siglo XV. A propósito de ella, el autor ofrece un «nuevo estilo» para presentar verdades ya dichas por otros. Y dice así el autor al «benigno y piadoso lector»:

«...y si te pareciere que algunas flores y frutas de las que lleva este árbol de mis consideraciones, las has visto en otros huertos, y en otros árboles, plantados por otros autores. A esto te digo, que la mejor pieza de mi arnés, es haber sacado posturas, y cortado púas de los árboles fructuosos de la doctrina de gravísimos autores, así Teólogos como Filósofos, y de otras facultades: y en especial de los huertos fertilísimos de la Sagrada escritura, y del derecho, y de algunas historias verdaderas y provechosas. Y de algunos sumistas, cuanto más, que como es tanto lo que está escrito, y (como dice el Eclesiastés) ninguna cosa hay nueva debajo del Sol, ni hay quien pueda con verdad decir, esto es nuevo: ninguno puede ya escribir en estos tiempos, que no haya de encontrar con materias tratadas por otros autores. Y aunque por esta razón, no pueden los modernos inventar nueva doctrina, ni materias que tratar, que no estén tratadas, y ventiladas por otros. Pero pueden inventar nuevo estilo, y manera de decir muy diversa, y ampliar lo que otros han escrito, y aun añadir algo sobre este fundamento, y pues el intento de los antiguos en lo que nos dejaron escrito fue aprovechar a los que después habríamos de venir, y no estaba abreviada (como dice Esaías) la mano del Señor, para dar doctrina a los presentes, para escribir algo con que también ellos puedan aprovechar a los que después vinieren: como la dio a los pasados. No porque ellos hayan escrito mucho hemos nosotros de huir el trabajo, y dejar de escribir algo con el talento que Dios nos ha dado (por pequeño que sea) con que podamos aprovechar si quiera a los hombres que carecen de letras y a aquellos que no pretenden calumniar lo que se escribe: con celo de aprovechar a otros, ni son de aquellos que tienen costumbre de sembrar cizaña en el campo de los sudores ajenos.» (negrita nuestra)

En primer lugar, nos interesa destacar de este fragmento el término «consideración», con el que el autor titula el libro (Árbol de consideración) y algunos de sus capítulos, además de servirle para denominar a lo largo de sus páginas algún excurso o digresión. En efecto, creemos que se podría dar al término «consideración» un tratamiento semejante al que se ha dado a otros nombres con los que se han identificado los primeros pasos del ensayo español. Nos referimos en concreto al excelente trabajo realizado por Jesús Gómez en su edición del tomo primero de la historia del Ensayo español, en el que, al tratar de sus orígenes, trae a colación las distintas denominaciones de formas ensayísticas: Epístolas, Anotaciones, Libros de Varia lección, Discursos y Digresiones{52}. Pues bien, la «consideración» sería una más a tener en cuenta. Como título de obras de la época tenemos, por ejemplo, a Fray Luis de Granada, que dice en el prólogo a su libro De la oración y consideración: «Asolada y destruida está toda la tierra, porque no hay quien se pare a pensar con atención en las cosas de Dios. De lo cual paresce que la causa de nuestros males no es tanto la falta de fe, cuanto de consideración de los misterios de nuestra fe», dando a «considerar» el significado de «razonar», en contraste con el «creer». No en vano el Diccionario de la RAE, tras la primera acepción de «consideración» como «acción y efecto de considerar», reserva la segunda acepción del término precisamente para este tipo de literatura: «En los libros espirituales, asunto o materia sobre la que se ha de considerar y meditar», confundiendo, dicho sea de paso, el objeto de la consideración con la operación en sí misma. En cualquier caso, el término tiene en español, entre otras, la connotación de valorar pros y contras de algún asunto, sopesar o juzgar.

Más interesante es comprobar este sentido del término ligado al campo semántico de «juzgar», en los propios libros de la época. Así, por ejemplo, en torno a 1625, Francisco Fernández de Córdoba (Abad de Rute), en su Historia y descripción de la antigüedad y descendencia de la Casa de Córdoba, dice de una ceremonia militar ser introducida en la Corte «con buena consideración», de igual manera en que hoy diríamos «con buen juicio»{53}. Y aún más, Baltasar de Tobar, en su Compendio bulario índico, de 1695, dice que «poniendo mi consideración en una balanza cada una de las reelevantes prendas de los Ministros que componen tan Supremo Consejo, y las que mi cortedad asisten en la otra...»

Asimismo, el que Pedro Sánchez hable en primera persona de «mis consideraciones» dota al texto de ese carácter que los filólogos denominan el «autobiografismo» del Ensayo y que nosotros preferiríamos, huyendo del subjetivismo, reconocer más bien como un efecto de la relación de simetría con el lector, ese trato de igual a igual que invita al autor a hablar en primera persona, como «testimonio», de lo que podría haber juzgado aquel que lee, con el que comparte su «experiencia». Así lo expresa Gustavo Bueno en su artículo «Sobre el concepto de Ensayo»{54}, a propósito del llamado «personalismo»: «El autor aparece en el ensayo no al modo del autor lírico, sino simplemente como testigo de que ciertas conexiones se han producido en su biografía. El autor del ensayo aparece como testigo de excepción y sus experiencias son ‘anécdotas’, digamos algo más bien épico que lírico.»

De este modo, gracias a la imprenta, un sacerdote como Pedro Sánchez deja de hablar a sus fieles desde el púlpito, ex cátedra, para presentarse modestamente ante un lector, al fin y al cabo, también cliente.

Otra de las ideas a destacar del texto, como hemos dicho, es la distinción entre «antiguos y modernos». Y aunque curiosamente aparece en un fragmento en el que se reconoce que «no hay nada nuevo bajo el sol», la aparición de la misma distinción entre «antiguos y modernos» es prueba de la conciencia histórica típica del humanismo renacentista. Para este, la «novedad» de los tiempos permite hablar de los «antiguos» como de un pasado respecto del cual los hombres del presente tienen algo que aportar a los venideros; el autor mismo dice ofrecer un «nuevo estilo y manera de decir» que, como decíamos, puede ponerse en relación con el género ensayístico. Como Elena Ronzón señala, siguiendo a Gustavo Bueno en el Estatuto Gnoseológico de las Ciencias Humanas, esta filosofía humanista supone una filosofía de la historia{55}.

En efecto, ha de repararse en que esta distinción suprime el componente religioso que tenía la otra gran distinción que podemos decir que funcionaba a una parecida escala histórica, a saber, la de «gentiles y cristianos». El Renacimiento ahora es la época a partir de la cual incluso los cristianos medievales, junto con los gentiles, van a formar parte de una misma etapa histórica, milenaria, la que se considera anterior al presente, identificado con el tiempo «moderno» sin dejar por ello de ser cristiano. Antiguos y modernos, en suma, son, por definición, términos formalmente históricos que preparan la misma idea de la Historia desligada de la Teología{56}.

No se puede admitir, por ello, ese concepto del Renacimiento según el cual los autores modernos, frente a los medievales, «recuperan» la Antigüedad. Desde San Agustín a Santo Tomás, la teología cristiana no dejó de ser una asimilación de los filósofos antiguos, por antonomasia de Platón y Aristóteles, hasta el punto de que si se mantuvo la tradición académica fue gracias a dicha asimilación. La cuestión es que si se dice «recuperar» o «renacer» de la Antigüedad es porque acaso se consideraba «perdida», muchas veces entendiendo que la teología habría pervertido las fuentes antiguas. Pero esta terminología tan confusa, gnoseológicamente hablando, a pesar de su brillantez literaria, encubre toda explicación real del proceso. Por nuestra parte interpretamos dicho «renacer», en el fondo, como un «nacer» de la Historia en un sentido formal, como hemos dicho, porque ahora, por primera vez se puede hablar de Historia Universal. En efecto, si para que haya Historia Universal es necesaria la confrontación de al menos dos proyectos de verdadera política imperial, es decir, proyectos solventes para dirigir desde una parte de la humanidad al resto de los hombres, esto sólo se produjo desde que España como tal Imperio, en competencia a su vez con las potencias de su tiempo, se midió con el que había sido su antecedente, es decir, el Imperio Romano. En particular, cuando se ha discutido la existencia del Renacimiento español se ha hecho desde ese intento de homologar lo que según las diferentes naciones históricas constituye procesos distintos. En España esa supuesta ausencia de Renacimiento es en realidad la diferente perspectiva que por primera vez se adopta en una nación histórica, constituída desde hacía siglos por un proyecto imperial, ante lo que fue el Imperio fenecido sobre cuya misma escala, como parte formal que fue del mismo –Hispania–, se estaba configurando; un imperio fenecido que España quería imitar tanto como precisamente por ello, al mismo tiempo, distinguirse de él{57}.

Y siguiendo en esta misma cuestión de la aparición, por primera vez, de una concepción de la Historia libre de la Teología, el siguiente libro de Pedro Sánchez de Acre, su Historia moral y philosophica nos ofrece en su prólogo un texto que serviría de paradigma del nuevo concepto de la Historia profana del Humanismo. Nos dice así:

«Y si alguno dijere que fuera mejor, más loable y provechoso ejercicio, escribir vidas de Santos, que no de pecadores e infieles. A esta objeción podría yo satisfacer, diciendo, que son tantos, tan graves, y tan doctos, y han cortado la pluma tan delgada, los autores que se han ocupado de este santo y loable ejercicio, de escribir vidas de santos, que fuera temeridad, un hombre tan pecador, meter la mano en esta materia, de donde creo que saliera más leprosa que la de Moisés. Y por ello quise tratar vidas de pecadores, y no vidas de santos, que tan tratadas están por tantos Flos sanctorum como salen cada día. Y vidas de pecadores ninguno las trata particularmente, ni se acuerda de ellos, para ponerlos en historia. Los cuales no se deben poner en olvido, pues Dios tanto se acordó de ellos, que por remediarlos, bajó del cielo a la tierra, y tomó sus pecados a cuestas. Y no parece que va fuera de propósito mi intención, pues no solamente nos representan los sagrados historiadores un varón tan heroico como el Gran Bautista, y una mujer tan penitente como la Magdalena, para que los imitemos, sino también un rico avariento, y un ladrón malo, un Fariseo, y un Herodes, y un Caín, y un Nabal, para que imitemos las virtudes de los buenos, y huyamos de los vicios de los malos.»

Y un poco más abajo:

«Y aunque la lición de la sagrada escritura y sus historias tienen infinita ventaja y excelencia, sobre las otras historias, y en ellas seria bien ocuparse siempre los que las entienden: mas porque no es dado a todos ir a Corinto, ni todos pueden entender sus misterios, y los que poco saben es mejor que las crean, que no que las traten y disputen: por eso es bien que haya en estilo vulgar algunas historias humanas, que sean honestas y verdaderas, de que todos se puedan aprovechar para la vida política, y para la buena corrección de sus costumbres. Cuanto más, que así como un Capitán sale a las veces de su ejército, y se pasa al de los contrarios, para poder dar a los suyos algún aviso de lo que allá pasa, como hizo Alejandro cuando se fue disfrazado al real de Darío: como veremos en su vida: así un hombre (por sabio y religioso que sea) pude salir algunas veces de sus graves estudios a la lición de las historias verdaderas, para colegir dellas algunos avisos con que pueda aprovechar a otros. Los cuales (pues se hallan en las vidas de los Príncipes y Philosophos antiguos muchas veces) no es fuera de propósito tratar de sus historias. Porque es tan gran cosa la historia, que fenecen los Reinos, y los Reyes, y Monarcas del Mundo, y ella no fenece: antes parece que hace revivir a los pasados, y les da como una manera de nuevo ser, con que los conserva en la memoria de los presentes: y (estando ellos muertos) los representa como si estuviesen vivos.»

En efecto, vemos aquí una defensa de la necesidad de tratar las «vidas humanas» desde un punto de vista «natural» e histórico, frente al modo en que hasta entonces se trataban las vidas de los santos, vinculados al modelo de «vida cristiana» para el cual la muerte no era más que el tránsito a la «otra vida». Frente a esto, decimos, los «modelos clásicos» nos sirven como ejemplo de que el valor de la vida «terrenal» tiene sentido por sí misma, sin dejar por ello de ser «espiritual», es decir, «personal», y no sólo individual o biológica (como Gustavo Bueno destaca, al diferenciar entre los dos estratos en los que se clasifica el material antropológico, el físico y pneumático o espiritual). Vidas ejemplares, además, que tendrán su eco en las generaciones futuras, en esa «manera de nuevo ser» que dice Pedro Sánchez que otorga la historia.

En este sentido, es muy significativa la expresión utilizada de «vida política», con la que nos pone ante una nueva forma de considerar la «vida y costumbres» de los españoles en tanto que tales, es decir, por la nación a la que pertenecen. Con ello, la «nación histórica» de España, que en este momento podemos decir que estaba fraguando los «modelos humanos» de la misma escala que aquellos clásicos que trae a sus paginas Pedro Sánchez, es decir, los modelos políticos de la época moderna (recordemos que ya El Príncipe de Maquiavelo estaba basado en Fernando el Católico) se incardina en la Historia Universal ofreciendo a los españoles, también, esa «manera de nuevo ser». Por último, quedan perfectamente representadas las tres dimensiones de la historia en un sentido operatorio, en cuanto que pasado, presente y futuro se relacionan en función de la influencia de los «muertos» sobre los «vivos». Y aquí querríamos introducir una diferencia entre lo «historiable» y lo «memorable», pues es sobre todo para lo segundo para lo que Pedro Sánchez considera que nos aprovechará este libro. Y es que, por decirlo así, hay vidas que hay que «recordar», es decir, que nos deben servir como normas con las que dirigir nuestras propias acciones.

Por último, el fragmento del Triángulo, en el que así presenta su libro «el Maestro Pero Sánchez al piadoso lector»:

«Y por ser tanta la velocidad del tiempo, tenemos grande obligación a expenderle, no en ociosidad, ni en perniciosos, sino en buenos, y loables ejercicios, conforme a la doctrina del Apóstol: Mientras tenemos tiempo, expendámosle en buenas obras, cuales me parece a mi, que son escribir, componer, y leer libros, no de amores, y vanidades, ni de caballerías y ficciones poéticas, sino libros de sana y buena doctrina, que nos edifiquen y despierten a vivir cristianamente, y que ocupándonos en escribirlos, y leerlos, no se pierda la joya irrecuperable y preciosísima del tiempo. La cual habíamos de estimar en tanto, como la estimaría cualquiera de los condenados, si se les concediese volver a este mundo, a desquitar con buenas obras, las malas por que se condenaron.
Mas ay de aquellos hombres holgazanes, que habiendo nacido para trabajar, como dice Job, se dan a la ociosidad (madre de todos los vicios, y enemiga de todas las virtudes) y en lugar de trabajar en santos y loables ejercicios, buscan el falso descanso, con el cual se hacen infructuosos, y desaprovechados, como la tierra que no se labra, ni anda encima de ella la reja, ni el azado, la cual, no lleva otra mejor cosecha, que cardos, y espinas, que es la maldición que echó Dios a la tierra, por el pecado del primer hombre, avisándole, que si no la labrase, y trabajase en ella, no llevaría sino este fruto.
Es tan necesario, trabajar en loables ejercicios, que los que están ociosos, mano sobre mano, jamás hacen cosa en que dejen de sí memoria. Así como es necesario, el fuego, y el crisol, y el martillo, para perfeccionar una imagen de oro, y sacarla muy perfecta, así es necesario fundir nuestras vidas en el crisol del trabajo, y de los buenos ejercicios, para que salga de ellos una imagen muy perfecta, de virtud y de buena fama, para provecho del prójimo, y honra de Dios, la cual, después de nuestra muerte, dé testimonio de nuestra vida: pues es muy verdadera la sentencia de Eurípides, que el trabajo es padre de la buena fama.»

Nos interesa destacar de este fragmento, en primer lugar, la idea del tiempo como un bien escaso, del que el hombre debe hacer buen uso, y es que, en efecto, pareciera que Pedro Sánchez tiene como «territorio de operaciones» en sus obras, en general, lo que Bueno denominó en El papel de la filosofía en el conjunto del saber la «conciencia corpórea individual». Recogiendo sus palabras: «la evidencia práctica de las disposiciones orientadas al mantenimiento y gobierno del propio cuerpo, como una magnitud espacio-temporal de límites bastante precisos (por ejemplo, los límites están marcados por el número de años promedio que restan de vida; es decir, la muerte es el límite temporal de la conciencia corpórea)»{58}. Por ello en la Historia moral, junto a las vidas de los doce filósofos y Príncipes de la Antigüedad, el libro se remata con la «Vida de la Muerte» presentada como «la princesa que reina sobre el mundo». De este modo vemos cómo el concepto de «vida humana» de la «filosofía católica» es el resultado de las obras que el hombre lleva a cabo, frente al espiritualismo protestante, y gracias al cual «deja de sí memoria». Sin considerar despreciable nada de cuanto tiene relación con el cuerpo, hasta en sus detalles más prosaicos, Pedro Sánchez lo mismo nos habla de las causas de infertilidad de la mujer como de por qué no hay que abusar del vino. La simple lectura de los títulos de sus capítulos valdría de «visión enciclopédica» de todo cuanto atañe a esta «conciencia corpórea» siempre, eso sí, rectificada desde una perspectiva teológica que, por lo mismo, nos recuerda que nuestra salvación depende de Dios. Ahora bien, un Dios en el que los primeros pasos de la «inversión teológica» ya se han dado, prueba de lo cual es que la separación entre el ámbito de lo sagrado y lo profano apenas existe, mezclándose los temas entre sí hasta casi resultar irreverente (como es, por ejemplo, hablar de la glotonería a propósito del «pan nuestro de cada día» del Padre Nuestro).

No identificaríamos, por ello, esta conciencia corpórea, como una «intimidad» en la que el «yo» individual se hace protagonista, como suele presentarse el origen del género ensayísitco en Montaigne, pues muy al contrario, es la necesidad de introducir los contenidos del tercer género de materialidad, que representarían las normas familiares, sociales, políticas, en definitiva, las instituciones, lo que otorga este significado personal objetivo a la «vida cristiana».

Asimismo el que se mencione en lugar de la «vida eterna», como ya hemos dicho antes, la memoria que el hombre deja tras de sí, o la buena fama de sus obras, es otra prueba de lo que Gustavo Bueno propuso en su análisis de la filosofía de Gracián y que nosotros hemos identificado también en Pedro Sánchez, a saber, que la inmortalidad se resuelve en el seno mismo de la humanidad mortal, teniendo mucho que ver con la tinta de los escritores (escribir, componer y leer libros de sana doctrina, dice).

Y para finalizar, si el cristianismo conserva de la Antigüedad la doctrina de las cuatro virtudes cardinales, sobre cuya base se asientan las tres virtudes teológicas, dicha composición, desde el materialismo filosófico, se puede interpretar puntualmente con la misma escala histórico-cultural gracias a la que se produce el ingreso del individuo corpóreo en la corriente de la historia: Fe, Esperanza y Caridad, debidamente rectificadas, serán aquí, respectivamente, el pasado, el futuro y el presente, no ya de la Humanidad, sino del Imperio español. Y es que el «naturalismo» griego rectificado por el cristianismo (tal como en las ordenaciones básicas de la Historia de la Filosofía Bueno propone en La Metafísica Presocrática) está mucho más cerca de la época moderna de lo que parece. Pero lo que tenemos en la época moderna, frente a la medieval, es la ruptura de la conciencia divina envolviendo al mundo; esa conciencia «dividida» en las diversas interpretaciones del cristianismo que hace que, paradójicamente, el catolicismo se presente como la conciencia cristiana universal cuando dicha universalidad, desde el punto de vista emic, se ha perdido. Lo cierto es que, desde nuestras coordenadas, la «universalidad cristiana» nunca había existido, y es por primera vez con el imperio español como empieza a existir de la única forma en que puede hacerlo, a saber, como el proyecto de una parte de la humanidad hacia el resto. Por eso la Humanidad no existe como tal si no es desde la perspectiva teológica. Creemos que Pedro Sánchez insinúa, así, el comienzo de la ordenación básica de la ontología moderna en el sentido materialista: se preocupa de analizar las figuras políticas de su presente, y por ello, enlazando sin solución de continuidad los personajes de la antigua Grecia, o del Antiguo Testamento, con los héroes reales de la Reconquista o de la para él tan inmediata batalla de Lepanto. Ahora bien, así como el Imperio español no tenía un límite temporal establecido para su final («la esperanza en la vida eterna»), y en el presente su visión «católica», universal, no podía dejar fuera a ningún hombre («caridad»), la «anamnesis» de su proyecto suponía, como tal, el regressus hasta los precedentes de su imperialismo en la antigüedad («fe» en aquello que nos precede).

No en vano el libro termina con la «canonización» del personaje emblemático de las virtudes que acaba de tratar, don Juan de Austria:

«Son tantas y tan notables las virtudes naturales y morales y las cardinales y teológicas de que la majestad de Dios fue servido adornar a este gran capitán, caudillo y defensor del pueblo Cristiano, y acérrimo perseguidor de los infieles, que si en particular se hubiese de tratar de ellas, era menester la elocuencia de Cicerón, y la facundia de Tito Livio, y de los otros escritores antiguos, para historiar sus triunfos y maravillosas hazañas. Y pues estamos ya en el fin de este tratado, y no es razón dilatarle más, por más acertado tengo pasarlas en silencio, que decir poco, habiendo tanta materia para decir mucho. Y solamente diré, que tuvo en grado muy heroico todas las virtudes de que en este triángulo y cuadrángulo hemos tratado. Y así me parece, que en el discurso de su vida hallaremos un triángulo, con tres ángulos iguales a dos rectos, que es una figura muy perfecta de Geometría Cristiana, en que vivió y murió sin salir de ella. Los tres ángulos fueron, la Fe, la Esperanza y Caridad que él tuvo, que fueron iguales a dos líneas rectas, de buena vida, y buena muerte.»

Con esta coda geométrica terminamos. Frente a Erasmo, un «elogio de la cordura» es lo que encontramos en Pedro Sánchez: la inversión de la Philosophia Christi que veía a los hombres a través de la vida de Cristo, siendo ahora a Cristo a quien vemos a través del «hombre de carne y hueso».

Notas

{1} Ver el Final del artículo «España» de Gustavo Bueno, en El Basilisco (Oviedo), nº 24, 1998, páginas 27-50 en filosofia.org/rev/bas/bas22403.htm

{2} Gustavo Bueno & col., Estatuto gnoseológico de las Ciencias Humanas, Oviedo 1976 (fgbueno.es/gbm/egch.htm) y Elena Ronzón, Sobre la constitución de la Idea moderna de Hombre en el siglo XVI: el «conflicto de las facultades», Fundación Gustavo Bueno, Cuadernos de Filosofía, Oviedo 2003.

{3} Ver España frente a Europa, de Gustavo Bueno, pág. 425 y ss., Alba editorial, Barcelona 1999.

{4} Respectivamente publicados en Baltasar Gracián: ética, política y filosofía, (Pentalfa, Oviedo 2002, págs. 137-168, como uno de los artículos que componen el volumen), y en la revista El Catoblepas, nº 72, febrero 2008 (nodulo.org/ec/2008/n072p02.htm).

{5} El Basilisco, nº 37, 2º época, págs. 53-60.

{6} Que sepamos, en obras de referencia del siglo XX, aparece citado por Guillermo Fraile en su Historia de la filosofía española desde la época romana hasta fines del siglo XVII, y por Julio Cejador en su Historia de la lengua y literatura castellana. Aunque no hay que olvidar que, en 1849, el hispanista George Ticknor le salvaba del silencio con una nota a pie de página de su Historia de la literatura española (vol III, pág. 429) dedicada a autores «no lo bastante notables como para ocupar un lugar en el texto». Mención aparte merece Gonzalo Díaz Díaz, gracias a cuya obra, de carácter biobibliográfico, Hombres y documentos de la filosofía española (CSIC, Madrid 2003), supimos de la aparición de Pedro Sánchez de Acre en la Enciclopedia Espasa (con el segundo apellido cambiado por «Arce»).

{7} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, tomo I, pág. 99, Pentalfa, Oviedo 1992.

{8} Gustavo Bueno Sánchez, «Gumersindo Laverde y la Historia de la Filosofía Española», El Basilisco, 2ª época, nº 5, 1990, páginas 49-85 y «Sobre el concepto de ‘Historia de la filosofía española’ y la posibilidad de una filosofía española», El Basilisco, 2ª época, nº 10, 1991, páginas 3-25.

{9} Gustavo Bueno Sánchez, «Sobre el concepto de ‘Historia de la filosofía española’ y la posibilidad de una filosofía española», El Basilisco, 2ª época, nº 10, 1991, páginas 3-25.

{10} Traemos aquí varios ejemplos: de nuestro autor, Árbol de consideración; de Antonio de Torquemada, Jardín de flores curiosas (1570) y del famoso Pedro Mexía, Silva de varia lección (1540), todo un best-seller de la época. No obstante, la importante diferencia de Pedro Sánchez respecto a los otros dos autores es el contenido totalmente profano de los libros de estos últimos.

{11} Apud. Antonio Castro en su edición de la Silva en Cátedra, Madrid 1989 (tomo I, pág. 21).

{12} Venimos a traer aquí una tesis expuesta en el artículo de elocuente título de Fernando J. Bouza, «Contrarreforma y tipografía. ¿Nada más que rosarios en sus manos?» (Cuadernos de Historia Moderna, nº 16, 1995, Servicio de Publicaciones UCM, Madrid).

{13} Nos alegra confirmar esta idea en el libro de Javier García Gilbert, La humanitas hispana: sobre el humanismo literario en los Siglos de Oro (Ediciones Universidad de Salamanca 2010) en cuya página 93 el autor nos dice que hay muchas más razones para defender el humanismo contrarreformista que el «humanismo reformista», pues, «la consideración de una naturaleza humana irremisiblemente corrupta y el rechazo teológico del libre albedrío serían razones más que suficientes para negar el carácter de humanista al reformismo protestante».

{14} Por ejemplo, en Asunción Rallo, Prosa didáctica del siglo XVI, Taurus.

{15} Por ejemplo, Gonzalo Sobejano, en «Gracián y la prosa de ideas», en Francisco Rico (ed.), Historia y crítica de la literatura española, Crítica, Barcelona 1983, vol. III, págs. 904-929.

{16} Asunción Rallo, «Las Misceláneas: conformación y desarrollo de un género renacentista», Edad de Oro, Universidad Autónoma de Madrid, III, 1984, págs. 159-180; Mercedes Alcalá Galán, «Las misceláneas españolas del siglo XVI y su entorno cultural», Dicenda. Cuadernos de filología hispánica, nº 14, 1996, pags. 11-20.

{17} Véase el interesante artículo sobre dicha literatura medieval de Derek W. Lomax, «Reforma de la Iglesia y literatura didáctica: sermones, ejemplos y sentencias», Iberoromania, I, 1969, págs. 299-313.

{18} Francisco de Pisa, Descripción de la imperial ciudad de Toledo..., Toledo 1617, capítulo décimo: «El solemnísimo triunfo, y recibimiento con que entraron las santas reliquias en Toledo: hasta ser colocadas en la santa iglesia. El itinerario de lo que en particular sucedió en todo el viaje desde Flandes a España, y a esta ciudad, y su iglesia a las santas reliquias, sería largo de contar: remítome a lo que diligéntemente escribió el padre de la Compañía, que vino desde allá en compañía y guarda de este precioso tesoro, a cabo de cuatro años que había comenzado el viaje: y a lo que bien por menudo cuenta el Maestro Pero Sánchez de Acre, Racionero de la santa iglesia, en la vida de los Emperadores, y los dos escriben como testigos de vista con curiosidad. El día de este solemnísimo recibimiento fue Domingo a veinte y seis de Abril, del año de mil y quinientos y ochenta y siete: y dos días antes del fue traído el santo cuerpo al lugar de Olias, que dista legua y media de Toledo: y desde allí a la antigua casa donde fue su sepulcro (que es la Abadía de santa Leocadia fuera de los muros de esta ciudad) y puesto en un altar delante de la puerta, dentro de un arca y caja bien obrada, en vn cadahalso hecho en cuadro de ingenioso artificio, con arcos triunfales: adonde llegó la procesión que salió de la santa iglesia», pág. 12.

{19} Diego de Colmenares (1586-1651).

{20} Muchas historias nuestras dejan de escribir este caso, como otros muchos. Pero escritores advertidos le escribieron para confusión de sabios presumidos. Fray Alonso de Espina en su Fortalicio de la Fe aunque diferencia el modo. Una historia muy antigua, manuscrita en papel, y letra de aquel tiempo, que tenemos en nuestra librería, le refiere como dejamos escrito. Don Rodrigo Sánchez, obispo de Palencia en su Historia latina de España, señalando que fue antes que partiese a coronarse emperador. El autor del Valerio de Historias escolásticas, Diego Rodriguez de Almela, arcipreste de Val de Santibáñez, que publicó Fernán Perez de Guzmán. El maestro Pedro Sánchez de Arce en su Historia moral y filosófica. Jerónimo de Zurita en sus Anales de Aragón. Juan de Mariana en su Historia de España; y Pisa en la de Toledo; y Juan Cuspiniano en sus Cesares. Y sobre todo la tradición constante de nuestra ciudad, y señales del suceso: estas son las roturas que hizo el rayo, y se ven hoy en la parte interior de la bóveda que es de fortísima cantería, en la sala nombrada del Pabellón por semejarle su fábrica: y se mostraba por la parte de fuera en la media naranja hasta que se empizarró por los años mil y quinientos y noventa. Y aunque no hemos visto autor que señale el año del suceso, le ponemos en este mil y docientos y sesenta y dos porque todos escriben que desde este caso descaeció la grandeza del rey, y su buen gobierno, sucediéndole todo mal; y su corónica refierese que estando en nuestra ciudad en este mismo año le llegaron avisos de tropel: Que el rey de Granada había quebrantado la tregua: que el rey de Murcia su vasallo negaba el tributo y la obediencia: que los moros de Jerez rebelados habían ocupado el alcázar y prendido a García Gomez Carrillo, esforzado capitán: y tenían apretados los castillos de la campaña de Sevilla. Fatigado de estos avisos, juntó cuanta gente pudo, partió de nuestra ciudad a Toledo, y de allí a Sevilla: y en el camino fundó un pueblo que nombró Villa Real, (hoy Ciudad Real).» (subrayado nuestro)

{21} El ejemplo aparece en la monografía histórica de Eduardo de Oliver-Copons, El Alcázar de Segovia, Valladolid 1916, Apéndice de notas, página VII, nota 38.

{22} Nicolás Antonio, Biblioteca hispana nova, Madrid 1788, vol. II, pág. 236.

{23} José Álvarez de la Fuente, Sucesión real de España..., Parte segunda, Madrid 1735, pág. 195.

{24} Diario de Madrid del miércoles 23 de enero de 1788, número 23, pág. 90.

{25} Disertación sobre las corridas de todos, compuesta en 1807 por el capitán de fragata D. José Vargas de Ponce, tomo XVII del Archivo Documental español publicado por la Real Academia de la Historia, Madrid 1961, pág. 114.

{26} Tomás Lapeña, Ensayo sobre la historia de la filosofía..., Burgos 1807, tomo II, pág. 193.

{27} Pascual Madoz, Diccionario..., Madrid 1849, vol. 14, pág. 849, s. v. Toledo.

{28} página 204. Esta cita se reproduce igualmente en otro artículo de Juan Ruiz de Obregón Retortillo: «Alfonso X el Emplazado», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, números 5 y 6, mayo-junio de 1915, pag. 431.

{29} En el mismo texto sobre Santa Leocadia ya había reparado el jesuita francés Juan Croisset, en su Año Cristiano o ejercicio devotos para todos los días del año (traducido por el P. José Francisco de Isla), donde menciona a Pedro Sánchez por ser testigo de vista y contarlo en «la vida de los emperadores» (en la edición de Barcelona 1862, pág. 434).

{30} José Gómez-Menor, Cristianos nuevos y mercaderes de Toledo, Toledo 1970.

{31} Simposio «Toledo Judaico», Publicaciones del Centro Universitario de Toledo, Universidad Complutense, Madrid 1972, págs. 49-63.

{32} Op. Cit., página 218.

{33} V. Richard L. Kagan, «La Toledo del Greco», en El Greco de Toledo, Ministerio de Cultura, Madrid 1982. Junto a Pedro Sánchez de Acre, cita este autor a Alonso de Villegas y Diego de la Vega, de los cuales el primero es famoso por su Flos sanctorum, pero del segundo no tenemos ninguna noticia.

{34} J. Fradejas Lebrero, «Otra versión del canto toledano de la Sibila», Epos, 9, 1993, págs. 553-556.

{35} En Seminario "Fontán-Sarmiento" de Hagiografía, Toponimia y Onomástica de Galicia. Boletín de Estudios del Seminario. Homenaje a Don Nicandro Ares Vázquez, 16 (año 17, 1995), págs. 53-57.

{36} Del mismo autor, el artículo «Barroco y Contrarreforma. Entre Europa y las Indias», en Destiempos.com (México DF, marzo-abril 2008, año 3, número 14) cita a nuestro autor por la misma razón.

{37} Tomo VII, CSIC, Madrid 2003.

{38} Carmen Álvarez Márquez, La impresión y el comercio de libros en Sevilla siglo XVI, Universidad de Sevilla, Sevilla 2007, pág. 85: «El uno de abril de 1585 es el mercader de libros Diego Mejía el que otorga carta de adeudo en favor de Alonso de Ludeña, vecino de Sevilla, en nombre del racionero Pedro Sánchez de Acre, vecino de Toledo, de 252 reales por catorce ejemplares de su obra Árbol de consideración y varia doctrina, impresa en Toledo en 1584 por Juan Rodríguez, que le había comprado, a razón de 18 reales cada uno, y que promete pagarle a fines de octubre del año en curso, cancelándose la escritura el 9 de noviembre; y el 8 de abril recibe otra de Diego Núñez Ortiz de 288 reales por dieciséis ejemplares de la citada obra, que promete pagarle a fines de octubre del año en curso, cancelándose la escritura el 8 de noviembre. No sería extraño, aunque no se haga constar en el colofón, que en ambos casos el autor fuese también el editor.»

{39} El Catoblepas EC 104:12, octubre 2010: nodulo.org/ec/2010/n104p12.htm

{40} Cuenta Gómez-Menor que «doña Teresa de Acre fue condenada por la Inquisición en 1494 por conservar algunas prácticas judías en las comidas. Confesó espontáneamente esta «culpa», pero haciendo protestas de su fe cristiana, y pidió penitencia y perdón. Fue condenada a reclusión perpetua». Por cierto que no estará de más decir a propósito de esta condena que ya sabemos por Jean Dumont, en su Proceso contradictorio a la Inquisición española (Encuentro, 2000) que la pena de «cadena perpetua» era la fórmula escolástica con la que pocas veces se encarcelaba por más de tres años. Asimismo, nos informa de que «el eclesiástico más importante de esta familia fue Alonso de Acre, escritor y secretario apostólico en la Curia Romana, que era también cura de Menasalbas y Arcipreste de Montalbán. Sobrino del anterior es el protonotario apostólico y vicario de Utiel (diócesis de Cuenca), don Alonso de Acre, que vivió en Toledo en la primera mitad del siglo XVI, conservando una situación económica muy relevante. Al morir fue enterrado en una capilla familiar del convento de San Agustín.».

{41} Op. Cit., pág. LII.

{42} Actualmente Vicario general de la archidiócesis de Toledo y director del archivo y biblioteca capitulares, al cual agradecemos públicamente la ayuda prestada en nuestras consultas.

{43} Ángel Fernánez Collado, La catedral de Toledo en el siglo XVI, Diputación Provincial de Toledo, Toledo 1999, pág. 37 y ss.

{44} Véase una panorámica de estas calles en viewat.org

{45} Árbol de consideración, 294 vº.

{46} Ángel Fernández Collado, Op. Cit., págs. 118 y 189.

{47} Carmen Torroja Menéndez, Catálogo del archivo de obra y fábrica de la Catedral de Toledo: Serie de libros, siglos XIV-XVI, pág. 239.

{48} Entre los conversos que se acogen a nombres o apellidos que les permitan pasar desapercibidos o tener una nueva vida como cristianos, la fluctuación de los apellidos es algo normal.

{49} Diccionario de la lengua castellana..., tomo tercero, Madrid 1732, pág. 707.

{50} «Santo Tomás», por cierto, no es una parroquia que exista actualmente, y quizá se refiriese a la capilla de la catedral llamada de Santiago, antiguamente llamada de Santo Tomás hasta que en 1435 la comprara Álvaro de Luna y le cambiara el nombre. Quizás, suponemos nosotros, quedó en la «memoria popular» el antiguo nombre de Santo Tomás como para que un contemporáneo de Pedro Sánchez la pudiera nombrar así en su Testamento, sin tener en cuenta los desvelos que había de producir a los investigadores siglos después.

Merece la pena destacar que la actual capilla de Santiago de la catedral de Toledo, comprada en su momento por el famoso Condestable en su apogeo político, fue construída como capilla funeraria para él y su familia sobre la anterior llamada de «Santo Tomás», que fue la primera dedicada fuera de Inglaterra a Santo Tomás Canturiense o de Canterbury, mandada edificar en el siglo XII por Leonor de Plantagenet.

{51} Juan Gil, Los conversos y la inquisición sevillana, Volumen IV, Ensayo de Prosopografía, Sevilla 2001, pág. 270.

{52} El Ensayo español 1. Los orígenes: siglos XV a XVII, edición de Jesús Gómez, Prólogo general de José Carlos Mainer, Editorial Crítica, 1996.

{53} Real Academia Española, CORDE, Corpus diacrónico del español, Voz «consideración».

{54} En El Padre Feijoo y su siglo. Ponencias y comunicaciones presentadas al Simposio celebrado en la Universidad de Oviedo del 28 de septiembre al 5 de octubre de 1964. Oviedo 1966, tomo 1, páginas 89-112 (filosofia.org/aut/gbm/1964ensa.htm).

{55} Elena Ronzón, Sobre la constitución de la Idea moderna de Hombre en el siglo XVI: el ‘conflicto de las facultades’, Fundación Gustavo Bueno, Cuadernos de Filosofía, Oviedo 2003.

{56} Gustavo Bueno en la obra citada (fgbueno.es/gbm/egch.htm) presenta con toda definición esta vinculación entre el humanismo del Renacimiento y la Historia: «Este ‘pretérito histórico’ reelaborado por las nuevas clases de la época moderna, es, desde nuestro propio presente, la forma de la influencia de esa historia acumulativa de la que venimos hablando. Desde este punto de vista, la Idea moderna de Hombre, en una gran medida, se nos muestra como el resultado del conflicto entre las Ideas medievales (sostenidas por el clero, digamos, por la Facultad de Teología) y las Ideas que las nuevas clases sociales, ascendentes, orientadas ‘hacia lo terreno’, encuentran dadas en la propia Historia» (Capítulo III, Ciencias Humanas y Antropología filosófica, § 4. La Antropología filosófica como disciplina tradicional, pág. 1740).

{57} Como síntoma de esta distinción, o casi mejor, contradistinción, entendemos la ausencia de reverencia de los españoles ante los antiguos, incluso la ironía con que tratan sus tópicos. Un ejemplo perfecto es la «Letra» de Fernando del Pulgar dedicada a la vejez, en la que enmienda la plana al diálogo sobre el mismo tema, De senectute, de Cicerón, con tanta gracia como verdad. Así termina: «Y, por tanto, señor físico, sintiéndome muy agraviado de las consolaciones y pocos remedios de Tulio, De senectute, como de ningunas y de ningún valor, apelo para ante vos, señor Francisco, De Medicis, y pido los emplastos necesarios sepe et instantissime, y requiero que me remediéis y no me consoléis. Valete».

{58} Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Ciencia Nueva, Madrid 1970, pág 117.

 

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