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El Catoblepas, número 115, septiembre 2011
  El Catoblepasnúmero 115 • septiembre 2011 • página 13
Libros

Un intempestivo toque de campanas

Iván Vélez

Sobre el libro de José Manuel Rodríguez Pardo, La independencia del Paraguay no fue proclamada en mayo de 1811, Servilibro, Asunción 2011, 179 páginas

José Manuel Rodríguez Pardo, La independencia del Paraguay no fue proclamada en mayo de 1811, Servilibro, Asunción 2011 El prolífico filósofo José Manuel Rodríguez Pardo, ha publicado un libro de curioso título: La independencia del Paraguay no fue proclamada el 14 de mayo de 1811 (Servilibro, Asunción 2011). El libro, ya desde la portada y después en el prólogo, escrito por el propio autor, no responde a un ensayo de Historia positiva, sino que se plantea de forma polémica, crítica, filosófica en suma a la hora de realizar el análisis de relatos y reliquias en torno a la independencia de la República de Paraguay. Así pues, la negación que figura en su título, avisa al lector de que en sus páginas, muchas de las habituales afirmaciones que gravitan en torno a la historia de Paraguay serán cuestionadas e incluso trituradas. El libro, en cualquier caso, es mucho más que una obra centrada en la disputa de una importante efeméride –el 14 de mayo de 1811–, pues en su desarrollo, Rodríguez Pardo se enfrentará a asuntos de mucha mayor escala, y ello será debido en gran medida a la figura central de esta obra, el Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840) padre del integracionismo americano, y a quien va dedicado el volumen.

Estas circunstancias, y el hecho de que la obra aparezca en el contexto de la celebración de los bicentenarios, permiten al autor de El alma de los brutos en el entorno del padre Feijoo, referirse en extenso a un período que conoce con gran solvencia, pudiendo, por ello, enfrentarse a muchos de los lugares comunes, fuertemente ideologizados, que giran en torno a estos turbulentos episodios históricos que condujeron a la transformación del Imperio español en el conjunto de naciones hispanas soberanas hoy existentes. Los célebres procesos de independencia, surgirán a partir del cautiverio de Fernando VII en Francia y de la ocupación del trono español por parte de José I. De hecho, la llamada Revolución del 14 de mayo de 1811, se hará con el propósito de salvaguardar la provincia del Paraguay de posibles usurpaciones, entre las que destacan las ambiciones, no sólo de la Junta de Buenos Aires, con quienes se mantendrá un larguísimo litigio, sino también con las ambiciones anexionistas portuguesas, dueñas del Brasil de Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830), hermana del propio Fernando VII que trató de hacerse con el trono español durante los días de Bayona

Presentados los hechos que envolvieron la famosa fecha, Rodríguez Pardo opondrá las figuras de Francisco Suárez (1548-1617) y de Juan Jacobo Rousseau (1712-1778), a quien se atribuye, en virtud de su célebre obra El contrato social, gran parte de la inspiración de estos procesos emancipatorios. Sin embargo, en unas páginas escritas con gran claridad, se demuestra que la democracia cristiana de Suárez, autor estudiado en la Universidad de Córdoba por el propio Doctor Francia, es la que sirve de apoyo a tales procesos. No es la voluntad general la que actuó durante el ocaso del imperio hispano, sustentado en un modelo virreinal ya transformado a estas alturas históricas, sino el pactum translationis, según el cual la soberanía popular, proveniente de Dios y dada a los hombres «unidos en ciudad o comunidad política perfecta», es cedida a un monarca.

La Monarquía Hispánica estaba fundada en la aceptación del monarca por parte del pueblo, según un modelo que tiene hondos precedentes entre los que podemos citar las behetrías castellanas y el común de vecinos aún existente en algunos municipios españoles que conservan tierras e instituciones pertenecientes a tal colectivo vecinal. La ruptura de este pacto, en el caso que nos ocupa, fue posible debido a una violación consistente en la ilegítima imposición de José I como rey de España. Es precisamente este tipo de ilegitimidad la que conduce a la acepción clásica en español del concepto de «tiranía», delito que pesó, desde las coordenadas españolas, sobre los propios imperios azteca e inca, pues sus emperadores habrían ocupado, de forma irregular, estructuras políticas preexistentes. La llamada translatio imperii daría legitimidad, precisamente al emperador español, que habría desplazado a los tiranos con los que se encontró, llevando instituciones civilizatorias a unas tierras dominadas por la herejía y el mal gobierno. Tras pasar por el filtro civilizatorio hispano, las repúblicas de las Indias Occidentales, podrían emanciparse –tal es la doctrina de Francisco de Vitoria–, como de hecho así ocurrió con el retorno de la soberanía a unos pueblos cuya pieza de cohesión, Fernando VII, había sido capturada por Napoleón.

La democracia cristiana virreinal, queda nuevamente evidenciada, y así lo hace don José Manuel, al tratar el caso de la Revolución de los Comuneros (1717-1735) frente a los jesuitas, antes de demostrar la impertinencia de vincular la independencia paraguaya a las ideas roussonianas.

Tras estas consideraciones, el libro trata en torno a la cuestión, cuyo rótulo es debido a Feijoo, de los «españoles americanos» y de la fragmentación virreinal antes aludida. Será en estos partimientos dieciochescos donde se larvará gran parte del problema paraguayo, pues la constitución del virreinato del Río de la Plata (1776) propiciará el fortalecimiento bonaerense con el que tantos conflictos tendrá la provincia guaraní. Con el comienzo del siglo XIX, lo acecido en los territorios del cono sur, será una sucesión de guerras civiles en las que se enfrentarán muy diversas facciones sobre un escenario que no puede ser identificado con la actual configuración política del subcontinente.

De entre las alternativas que se plantean en plena crisis imperial, destacará la propuesta por Francisco Miranda seguida por Bolívar, quien contaría con el apoyo inglés para sus proyectos. Sin embargo, la propuesta unitarista, fracasaría. Será entonces cuando el unitarismo del Doctor Francia, surja con fuerza al proponer la constitución de lo que él llama «Nuestra América», basada en los lazos existentes entre los españoles americanos huérfanos de su rey. La no renuncia a las raíces hispanas queda demostrada por la elección del 12 de octubre de 1811 para hacer público el proyecto de un Tratado de esta naturaleza que no llegó a cuajar. Dos años más tarde, el 12 de octubre de 1813se proclama la independencia de «la primera República del Sud», esto es, una república del Paraguay independiente, que no renuncia al integracionismo americano.

En esta situación, y ante el hostigamiento porteño, la Provincia de Paraguay se dispondrá a cristalizar como una estructura política propia y autónoma. A su cabeza, y elegido democráticamente, se situará el Supremo Dictador, el Doctor Francia. El modelo escogido será el romano, modelo del que en gran medida fue continuador el Imperio español. Tras la efímera formación de un triunvirato, se terminará por instaurar una dictadura en 1814, no sin antes ensayar la fórmula de una bicefalia simbolizado por la presencia de dos cónsules a los que se destinaron un par de curules rotulados con los nombres de César –reservado para el Doctor Francia– y de Pompeyo –en el cual se sentó por poco tiempo Fulgencio Yegros (1780-1821). La fijación con las formas de gobierno romanas, no fue exclusiva del caso paraguayo, pues el propio Bolívar se proclamó César en una fecha más tardía: 1826.

Con el Doctor Francia como Supremo Dictador Perpetuo del Paraguay a partir de 1816, llama poderosamente la atención el hecho de que éste no introdujera cambios sustanciales en las leyes que regían la provincia desde los tiempos virreinales. Las leyes españolas siguieron siendo válidas junto a algunos cambios entre los que destaca el mestizaje forzoso que impulsó el Doctor Francia (pág. 94) al prohibir a los españoles casarse con personas de raza blanca. Acaso el Supremo recordaba los problemas que acarreó, durante el siglo XVIII, la llegada de españoles peninsulares que, al casarse con mujeres criollas, se hacían con las fortunas familiares forjadas en suelo americano, desplazando de paso a los varones herederos.

Pero, sin duda, uno de los rasgos más característicos del proceder del Doctor Francia, fue el cierre de fronteras decretado en 1822 y su posterior política autárquica, decisiones que, por controvertidas que fuesen, no supusieron la renuncia al proyecto integracionista con base hispana, integracionismo que se inspira en la denominada Provincia Gigante de Indias, iniciada con la conquista y que perduró hasta 1617, con la partición de Buenos Aires diferenciada del Paraguay, y que sería el modelo que siglos después inspiró el naciente estado paraguayo como integrador de todo el virreinato del Río de la Plata.

No parece tampoco casual el frecuente uso de la fecha del 12 de octubre, para firmar importantes documentos, como el citado Tratado que se hizo público el 12 de octubre de 1811 en el que se pretenden establecer lazos con el resto de provincias del Río de la Plata.

Antes de proseguir con el caso paraguayo, el doctor Rodríguez Pardo vuelve a ampliar su campo de análisis para referirse a un tema de especial interés: la supuesta presencia, en tierras americanas del apóstol Santo Tomás, quien, bajo diversos nombres –en el caso paraguayo sería Pa´i Tume–, habría evangelizado a los indígenas antes de la llegada de los españoles, una presencia que impedía que aquellas gentes hubieran estado «dejadas de la mano de Dios». La cuestión sirvió, durante siglos, para verter ríos de tinta y para que, incluso, algunos consideraran la posibilidad de que la separación entre continentes se debiera a una catástrofe natural o que, incluso, los indios hubieran pasado a América a través de lo que hoy es el Estrecho de Bering, teoría que la arqueología parece avalar. La figura de un Santo Tomás predicando por América, sería aprovechada ideológicamente. Así, los españoles se volverían prescindibles por cuanto la evangelización ya se habría producido antes de su llegada. Los pueblos nativos, podían recuperar de este modo su soberanía perdida al haber figurado en el orbe cristiano desde fechas muy lejanas.

Pero regresemos al célebre aislacionismo paraguayo (págs. 123-150). La explicación que el autor da a este fenómeno, vendrá dada por el hecho de que Paraguay, como nación, se formará precisamente a la contra de las presiones de la Junta de Buenos Aires –que bloqueará comercialmente a Paraguay–, la Confederación Argentina, la amenaza brasileña e incluso, y aquí el indigenismo encontrará un escollo para su particular historia del continente americano, de los indios chaqueños, para cuya neutralización, el Doctor Francia deberá realizar un acercamiento a Brasil que reconoce su independencia en 1820 (pág. 135).

La pregunta del título, sigue, sin embargo sin responderse. Los avances en materia diplomática, mediante el reconocimiento progresivo de terceras naciones, por un lado, y el citado aislacionismo –vinculado este al anexionismo porteño–, irán blindando la soberanía paraguaya, Será el 16 de marzo de 1844, cuando se redacte la primera Constitución de la República del Paraguay, bajo el mandato de Carlos Antonio López (1792–1862), quien seguía teniendo muy presentes los fundamentos vitorianos si reparamos en un fragmento de su obra La soberanía del Paraguay, publicada en 1845:

«Fue justamente lo que aconteció con el Monarca de España. Diferentes pueblos le reconocieron por su Rey, y conservaron sobre su trono depositadas sus delegaciones políticas, para que cuidase de su felicidad. Invadida España, y dominada por los ejércitos franceses, derribado el Monarca de su solio, y robado el cetro por mano usurpadora, no había vínculos, delegación ni condiciones algunas de pacto o asociación política» (pág. 94, apud JMRP, pág. 158).

Años más tarde, en 1852, el nuevo presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza (1801-1870), hijo de Joseph de Urquiza, político y militar español (c. 1760–1829), reconocía, gracias en gran medida a los arbitrios de Santiago Derqui Rodríguez (1809–1867), la independencia paraguaya, en una ceremonia celebrada en Asunción el 17 de julio de ese año.

La rúbrica de tan importantes documentos fue seguida del vuelo de campanas. Cuatro décadas antes, en la noche del 14 de mayo de 1811, y según lo recoge Blas Garay (1873-1899), en su Compendio elemental de Historia del Paraguay (1896), las campanas –que en México acompañaron al cura Hidalgo en Dolores– también se habían hecho sonar con fuerza. Se trató de «un intempestivo toque de campanas en la catedral».

 

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