Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 113, julio 2011
  El Catoblepasnúmero 113 • julio 2011 • página 4
Los días terrenales

El Simón Bolívar de Vasconcelos.
Heroísmo clásico e Imperio generador

Ismael Carvallo Robledo

Sobre la filosofía de la historia de José Vasconcelos
a través de un guión cinematográfico de su autoría

Simón Bolívar

«Es posible que haya un error inicial al decir que nuestra independencia fue de España. Más nos distanciamos entonces, y nos seguimos distanciando hoy, de Francia o de Inglaterra, que de la propia España cuya sangre sigue siendo la que corre por nuestras venas… No nos separamos de España sino de Europa, y vamos modelando lentamente una creación original y auténtica que sale de las entrañas de “nuestra” revolución.» Germán Arciniegas, Bolívar y la revolución.

«Con la civilización española vino al Nuevo Mundo el régimen romano.» José Vasconcelos, Bolivarismo y monroísmo.

«Completamente absorbida por la producción de la riqueza y por la lucha pacífica de la competencia, esta sociedad ya no se daba cuenta de que los espectros del tiempo de los romanos habían velado su cuna. Pero por muy poco heroica que sea la sociedad burguesa, para traerla al mundo habían sido necesarios, sin embargo, el heroísmo, la abnegación, el terror, la guerra civil y la matanza nacional. Y sus gladiadores encontraron en las tradiciones clásicamente severas de la República romana los ideales y las formas artísticas, las ilusiones que necesitaban para ocultarse a sí mismos el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener su pasión a la altura de la gran tragedia histórica.» Carlos Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

I

El prólogo está fechado en mayo de 1935, y la rúbrica nos dice que la presentación –del texto– se hacía desde Hermosillo Sonora, México. Eran seis los años que habían transcurrido desde la estrepitosa derrota electoral de 1929. Se trataba de una obra de singular formato y de persistente sentido político. Pero no eran Madero, el “pelelismo” de Ortiz Rubio o el drama del veintinueve de lo que hablaba. Tampoco era un ensayo histórico o una de sus evocaciones autobiográficas tan llenas de lúcida amargura de lo que se trataba. Era un guión cinematográfico a través del que se ofrecía –con atenta señal en el subtítulo– de una “interpretación” de lo que puede muy bien considerarse como la gran figura americana con la que quiso medir sus empeños y en cuyos perfiles se cifran las claves y dificultades que constituyen su filosofía de la historia: Simón Bolívar, “el hombre de las dificultades”, precisamente. El autor era José Vasconcelos.

La obra carece en realidad de mayor complejidad por cuanto a su forma y por cuanto a la ordenación de escenas (bloque contextual de acción dramática en función del que se ensambla el relato general), secuencias (unidad dramática de espacio y tiempo) y planos (unidad narrativa mínima). Se trata de un guión estructurado cronológicamente (con un sentido más bien pedagógico), con los clásicos puentes de aceleración del tiempo histórico mediante el que se articula la trama en función de puntos fundamentales (escenas y secuencias) del curso de los acontecimientos que constituyen el periplo clásico de Bolívar.

La clave está en el contenido (los diálogos ofrecidos en los planos en tanto que unidad narrativa básica), pues es ahí donde se nos ofrece la posibilidad de apreciar en su justa escala y perspectiva la impronta, el nervio problemático y el sentido histórico político de la interpretación de Vasconcelos que la eleva por encima de lo que, de otra forma, pudiera haber sido una “película histórica” más (bien sea en el sentido habitual de mostrar los hechos con arreglo a las historias oficiales, bien sea en el sentido vulgar de mostrar “la cara humana” del personaje en cuestión, como hubo de suceder de manera por demás notoria en muchas telenovelas, películas y novelas históricas que, con motivo del Bicentenario hispanoamericano, fueron producidas en 2010).

Se trata de una interpretación que fue, de hecho, la constante fundamental de su vida y de todo un quehacer político que, pagando el precio de la incomprensión de su contemporaneidad, quiso ser siempre un quehacer histórico que hoy a la distancia se nos ofrece en toda la altura y alcance de sus proyecciones, y que podríamos rotular sin temor a equivocarnos como bolivarismo vasconcelismo, tomando siempre en consideración que entre los dos términos fundamentales aparece también, como eslabón estratégico, la figura de Lucas Alamán, es decir, que el nodo de conexión entre uno y otro es el alamanismo. O para decirlo de otro modo, el término medio que equidista y conjuga las trayectorias de Bolívar y Vasconcelos es Lucas Alamán del mismo modo en que quien lo hizo, por cuanto a la conjugación entre las de Marx y Lenin, fue Federico Engels.

Y es en todo caso en esta dislocación o fractura entre presente y proyección histórica en donde estriba el problema fundamental de la gran política en tanto que trama de la historia. Porque la historia no explica el presente, como suelen decir los retóricos o los poetas de salón y de tribuna, sino que lo destruye en la medida precisa en que lo desborda. En política la absolución es un imposible, porque sólo absuelve quien, contemplándola, entiende la totalidad. Pero nadie actúa desde la totalidad, sino desde una de sus partes, lo que implica correspondientemente, siempre, tomar partido. Quien, haciendo gran política, actúa para la historia, corre el riesgo de destrozar el presente. Es por esto que la Política, en su sentido más cabal e histórico, es una tarea solemne.

Y esa solemnidad y problematicidad filosófica desde la que esculpió Vasconcelos su Política (su obra entera podría ser considerada así, more aristotelico) la encontramos manifestada en su Simón Bolívar a través de dos ideas fundamentales de la historia tanto clásica como hispanoamericana: la idea del heroísmo clásico y la idea –y problema, vale decirlo– de Imperio generador.

No podía y –por supuesto que– no iba a perder Vasconcelos (todo en él fue confrontación) la oportunidad de ofrecer como prolegómeno a su presentación algunas consideraciones generales sobre el cine y sus problemas, señalando como siempre procedía los riesgos que, en este caso, sobre industria y arte tan característicos de nuestro tiempo se cernían, bien sea en función del control, estilo e influencia norteamericanas, bien sea en función de la mercantilización a la que todo desde entonces se veía absorbido, arrastrado o, acaso, degradado (todas las citas, salvo la excepción en que se indique, son del Simón Bolívar de Vasconcelos que aparece entre las páginas 1721 y 1766 del tomo II de sus obras completas, editadas en la ciudad de México por Libreros Mexicanos Unidos, en 1958; prescindiremos de su indicación por considerarlo redundante y reiterativo):

«Y si algún valor tiene una obra cinematográfica, seguramente hay que buscarlo en el texto, ya que nunca podrán fotógrafos y directores, ni siquiera actores, superar, ni tan solo igualar, el valor de la palabra en función de pensamiento y arte. Porque se desconoce la supremacía del Verbo, el autor se ve relegado y el espectáculo fílmico deriva hacia el desastre moral y artístico en que hoy lo vemos, a merced de productores ignorantes y codiciosos y entregado a directores artísticos que son maestros en el virtuosismo de la ramplonería...»

Pero no era ajeno Vasconcelos a la funcionalidad y eficacia que ante las necesidades de la difusión ideológica el cine ofrecía (la propaganda cinematográfica comenzaba a ser decisiva precisamente en esos años de industrialismo y de protagonismo político de las masas):

«Y, sin embargo, hay en el cine un instrumento de difusión que no es justo dejar en manos de mercaderes y de falsarios. Casi no hay tema literario, mítico-histórico, que no pueda ser llevado en forma simple y grandiosa a la conciencia de las multitudes por intermedio de la cinematografía...
Entre tanto, y mientras el arte fílmico se liberta de los grandes empresarios, condenados a soportar la actual producción, subordinada además a las exigencias de la propaganda que la toma en alquiler, el costo de hacer películas y, peor aún, los perversos arreglos que dominan la distribución hacen del cine un monopolio que las empresas explotan y los gobiernos y los partidos políticos aprovechan para infiltrar en los públicos las doctrinas que les place divulgar. De esta manera el afán de lucro y la propaganda perversa rigen el contenido y las exterioridades de la exhibición cinematográfica. Tan notorio es el abuso que, aún en los Estados Unidos, los públicos empiezan a desertar del cinema y vuelven al teatro, al concierto, al deporte. Y eso que, desde el punto de vista de la doctrina patriótica, no se les sirve a los norteamericanos sino la ortodoxia de un imperialismo triunfante y contagioso.
Nosotros en cambio, aparte de saturarnos de la mediocridad artística, el mal gusto de la película yanqui, apuramos además en ella el veneno de prejuicios y sentimientos contrarios a los intereses de nuestra personalidad, peligrosos para una raza que aspira a sacudirse de vasallajes.»

Entraba de lleno aquí Vasconcelos en faena dialéctica, señalando nuevamente, como nunca en realidad dejó de hacerlo, el horizonte dilatado a cuya sola perspectiva es dable entenderlo: el de la –diríamos hoy– guerra ideológica o cultural (pensamos –y lo tenemos a la vista– en La CIA y la guerra fría cultural, de Frances Stonor Saunders, Madrid, Debate, 2001; libro de gran interés en frente de cuya tesis nadie puede hoy tachar a Vasconcelos de haber sido presa de delirios de persecución o de neuróticas obsesiones ideológicas).

La deformación que de la figura de Benito Juárez se había puesto en operación desde esa bastardía histórica siempre denunciada en tanto que a su juicio siempre presente era lo que quería evitar ahora con la figura del Libertador americano, el hombre de las grandes dificultades históricas. La interpretación habitual de Bolívar, afín al “plan imperial yanqui”, lo situaba como personaje colonial que “por fortuna” -se nos habría de decir y se nos dice aún- se hizo eco de la ideología extranjera –el liberalismo mercantilista inglés, las “luces” francesas y el jacobinismo- para poner en marcha el plan libertador fundamental. Se trataba de la deformación de ‘un Bolívar panamericanizado, listo para la canonización en el Templo de la Panamerican Union’. Era menester, nos dice Vasconcelos, que alguien lo rescate y lo enseñe como fue o debió ser y como sería hoy si alentase o juzgase el presente (el presente de 1935).

Y añade en su lúcido y penetrante prólogo una puntualización de orden filosófico en donde se aprecia la problemática planteada por Aristóteles en su Poética por cuanto a las relaciones entre la historia efectiva y la poética de su interpretación y de su filosofía de la historia (porque no estaba haciendo Vasconcelos, como tiene a bien precisar, ni Historia ni biografía):

«Hallarán algunos que me he tomado libertades poniendo en los labios del héroe frases y juicios que no constan en sus escritos. Creo que, salvo el historiador o el biógrafo, tiene el autor el derecho de usar su personaje como vocero de doctrinas y temas propios, siempre que ellos no resulten manifiestamente contrarios al carácter histórico o mítico elegido. Entre todas las obras de Ibsen, me sedujo antaño su Juliano Emperador, diferente del Apóstata, sin embargo leal a su modelo. En su época, los trágicos griegos procedieron de igual suerte. Una y otra vez transformaban, renovaban sus mitos y sus dioses, poniéndolos al servicio del pensamiento variable de las edades. Con lo que ratificaban el compromiso esencial del poeta, que es afirmar su fantasía creadora por encima del pormenor histórico y de la tesis consagrada. El personaje y el mito son también para el pensador un pretexto para la formulación del mensaje nuevo. Todo ello es de uso corriente en la literatura.»

¿Qué se proponía pues Vasconcelos con esa interpretación de su Simón Bolívar? Se proponía alejarlo de los fantasmas que desviaban su figura de nuestro verdadero destino político, encajándolo en una estructura en despliegue de más hondo calado histórico y desde una perspectiva problemática (¿qué clase de problemas era los que verdaderamente encaraba y encaró el hombre de las dificultades?) en donde la tarea del Libertador no fuera vista como una ruptura tácita entre dos entidades ajenas (España y América) sino como una derivación orgánica dentro de una misma estructura y en función de una dialéctica mucho más compleja y universal, la del Imperio generador español en confrontación con otros imperios, pero de difícil, dificilísima exposición por virtud de interferencias ideológicas de densa consistencia (he aquí la razón de optar por el cinematógrafo como alternativa posible de persuasión). Dejemos que sea él quien nos lo explique:

«Por otra parte, basta con lo que Bolívar dejó escrito para que estemos obligados a colocarlo a distancia del fantasma que andan creando los satélites conscientes o inconscientes de la prédica panamericanizante… Y si los juicios que le atribuyo acerca del monroísmo se apartan un tanto de la precisión histórica, en cambio encajan bien dentro del temperamento bolivariano y lo complementan. Y, por supuesto, hacen de mi Bolívar un personaje que no es exactamente el que ha merecido una estatua en Nueva York. También diferente del que han inmortalizado en París los franceses. Un Bolívar, este último, que disgregaba el Imperio Español –que tanto escozor causa al galo– en beneficio de la Internacional falaz de la Liberté, Egalité, Fraternité, doctrina que a la misma Francia costó su Imperio del Nuevo Mundo. ¡Tan falso el Bolívar jacobino como el que pretenden tomar de caudillo los poinsettistas y panamericanos! Mi Bolívar procura encarnar el héroe castizo que a través de su época anárquica, y pese a yerros y caídas, vuelve a la claridad del pensamiento patriótico en las postrimerías de su carrera resplandeciente. Y nos señala los riesgos de la obra que él mismo contribuyó a consumar; se empeña en corregirla. Aun así, no faltarán ánimos suspicaces que me acusen de irreverencia porque añado al pensamiento bolivariano juicios y puntos de vista que ellos no han previsto. Sin embargo, no tomaría a Bolívar de vocero de urgentes advertencias modernas si no reconociera en él una figura genial, capaz de transformar y superar sus propias visiones de acuerdo con las circunstancias nuevas. Uno, en fin, en quien se manifestaron las calidades máximas junto con los defectos peculiares del temperamento iberoamericano.»

Tomar a Bolívar, figura genial y portentosa, en la medida en que puede ser él una vez más ‘vocero de urgentes advertencias modernas’ nos dice pues Vasconcelos, terminando su prólogo con un señalamiento también fundamental: que ese Bolívar debería ser la primera parte de una trilogía de un cine incorporado conscientemente a los propósitos de un patriotismo iberoamericano cuyas segunda y tercera partes deberían estar consagradas, en formato de trilogía patriótica en donde se condensara un siglo de ‘conflicto racial continental’, a las figuras de Alamán y de Madero. Simón Bolívar, Lucas Alamán y Francisco I. Madero como figuras fundamentales de dos siglos de despliegue histórico de un mismo problema común y atributivo: el problema hispanoamericano.

«Acaso andando el tiempo –remata–, y si la raza no se tejaniza del todo, aparecerá el poeta que recoja estos temas y los revista con los esplendores del arte.»

Veamos pues cuáles fueron las claves y coordenadas de esa interpretación vasconceliana del bolivarismo.

II

El Simón Bolívar de Vasconcelos consta de veintisiete capítulos o secciones en los que se agrupan un total de 29 escenas (bloques contextuales) con un correspondiente número de secuencias dramáticas. En este nivel (escenas-secuencias), la estructura se atiene con fidelidad a la trayectoria histórica de Bolívar tal y como puede encontrarse en cualquier texto o semblanza histórico-biográfica general: aquí no hay interpretación alguna.

En apretada síntesis, los momentos fundamentales del contexto global son estos: 1804, estancia en Europa con Simón Rodríguez (Viena, Madrid, París, Roma). 1813, entrada triunfal en Caracas. 1815, Haití. 1821, Bolívar en Quito, Ecuador. 1822, Conferencia de Guayaquil (Bolívar y San Martín). 1824, el Libertador en Lima. Y, en 1826, en Bogotá. 1828, en Bogotá todavía; conspiración septembrina en contra suya. 1830, en Bogotá aún y hasta el final: disolución de la Gran Colombia y separación de Venezuela, quedando ésta bajo la presidencia de José Antonio Páez. Retiro y muerte de Simón Bolívar –nacido en Caracas corriendo el año de 1783– en Santa Marta, república de Nueva Granada.

Ahora bien, la interpretación está como hemos dicho en el nivel de los planos. Es una reconstrucción dialéctica que, aunque mantiene el mismo impulso y la misma decantación histórico política, proyecta ya problemáticamente el material todo en una nueva dirección filosófico histórica (es decir, de filosofía de la historia), la dirección del bolivarismo vasconcelismo en el ángulo de cuya apertura queda planteado en sus componentes, en sus errores y en sus posibilidades esenciales el problema americano.

Este contenido se despliega en función de dos ideas cardinales y articuladoras de la Política de Vasconcelos: el heroísmo trágico (que estuvo siempre presente también, vale decirlo, en Carlos Marx) y la idea de Imperio generador español.

Por cuanto al heroísmo clásico, se nos ofrece en esta interpretación de Bolívar una disposición de la tradición clásica como fondo desde el que se dibujan las grandes cuestiones y los grandes problemas de la política y de la historia. En el inicio mismo del guión, vemos a Bolívar y Simón Rodríguez conversando en la alcoba de una casa particular en Viena. Corría el año de 1804. Bolívar se lamenta de la pérdida de su esposa, María Teresa del Toro y Alayza, hija de aristócratas españoles, recién en 1803. Entonces Simón Rodríguez le dice, y es éste el comienzo ya de la interpretación de Vasconcelos:

«RODRÍGUEZ. Deja tú lo que yo sepa o no sepa. Piensa en ti. Eres joven, rico; tienes talento y audacia… Por la honra misma de Teresa, tu joven esposa desaparecida, deberías imponerte a tu dolor, luchar y vencer… Napoleón transforma el mapa de Europa. Tú podrías acaso ser grande en América. Ningún continente necesita tanto del genio como el nuestro, simón. Si yo no fuese ya un viejo… Pero tú.»

Habiendo iniciado ya su singladura, aparece luego Bolívar en París, en casa de la enigmática Fanny del Villar donde tuvo lugar el significativo encuentro con Humboldt, que es incorporado por Vasconcelos como la figura central de toda su interpretación. En el momento de la presentación, le dice Bolívar a Humboldt: ‘mucho he deseado conocer al hombre que más sabe del mundo americano. Si usted me concediera unos minutos…’ Y pasan a la biblioteca, donde ante un mapa descorrido de América detrás del cual hay otros mapas, Humboldt a su vez se explaya en consideraciones históricas de gran interés para los efectos de toda la obra de enderezamiento ideológico que de nuestro Simón Bolívar hace Vasconcelos. Observan los dos el mapa americano. Tómese nota de la dialéctica mediante la que Humboldt corrige a Bolívar en sus interpretaciones:

«HUMBOLDT. Es un mundo de tierras muy antiguas y de sangre muy joven; casi un caos de fermentos y amenazas.
BOLÍVAR. ¿Quién lo amenaza como no sea el despotismo de España?
HUMBOLDT. El despotismo español tiene contenido su progreso, pero más grave aún es la amenaza de Inglaterra.
BOLÍVAR. Inglaterra es amiga de la libertad… Ya ve su excelencia cómo protege a Miranda de Venezuela, al padre Mier de México, a todos los patriotas.
HUMBOLDT. Gran lugar tomará en la historia el que liberte esos pueblos si al mismo tiempo evita que sean presa del inglés… ¿De suerte que ingresaréis en las filas de los patriotas?
BOLÍVAR. Tal es, maestro, mi ambición.
HUMBOLDT. ¿Y a Italia os lleva el deseo de empaparos de historia y de tomar un curso de heroísmo clásico?
BOLÍVAR. En París he visto a Napoleón en toda su gloria. En Roma hurgaré las memorias de Julio César.»

En ese momento, comenta Vasconcelos, se levanta Humboldt dirigiéndose al rollo de mapas. Descorre el correspondiente a América del Norte, y dice:

«HUMBOLDT. Hay en la historia dos clases de emperadores; los que, como Julio César, crean imperios y los que los dejan perecer, como Napoleón…
BOLÍVAR. Pero es que Napoleón lleva en sus banderas de la doctrina de la Igualdad… ¡Napoleón liberta a las naciones…!
HUMBOLDT (señalando el mapa de Luisiana). Napoleón, que es un latino, está traicionando a su raza, sin saberlo. La pérdida de la Luisiana deja sin apoyo a los franceses en Quebec (señala el mapa de Canadá). Una Luisiana anglosajona compromete la hegemonía latina del Nuevo Mundo. ¿Qué clase de Imperio es el napoleónico, que se ha ido quedando sin navíos y vuelve la espalda a la esperanza de la historia, que es el Nuevo Mundo?
BOLÍVAR. Maestro, Inglaterra únicamente desea la libertad de los mares y el comercio del Nuevo Mundo. Una alianza con Inglaterra nos fortalecerá
HUMBOLDT. Por lo pronto, ved, joven amigo, este otro mapa (y desenrolla uno de las Antillas). Contemplad este avance: primero Jamaica, después Trinidad… Añadid a esto el ataque fallido contra Buenos Aires, el intento sobre Cartagena. El que domina la entrada de los grandes ríos se hace dueño también de las naciones. El inglés sabe colocar sus golpes, y, mientras Napoleón imita a César y juega al Imperio, Inglaterra lo crea. Mirad, ya domina el Orinoco y ambiciona el Misisipí, el Río de la Plata…
BOLÍVAR. La libertad es creadora, y al amparo de las libertades inglesas crearemos nosotros naciones prósperas.
HUMBOLDT (que se queda en silencio contemplando a un Bolívar nervioso). Joven patriota, id con Dios, pero, a la hora en que el destino os llame, no lo olvidéis: O César o Napoleón. ¡No vayáis a imitar a Napoleón!»

Vemos aquí en realidad no ya nada más la cuestión del heroísmo clásico, sino el escalamiento interpretativo a través del que señala Vasconcelos la verdadera magnitud de los antagonismos fundamentales de la historia: la dialéctica de Imperios; una dialéctica a la que va aparejada en unidad orgánica la figura del héroe clásico templada según los designios de una pasión política que se despliega ‘a la altura de la gran tragedia histórica’ (Carlos Marx).

El trayecto de Bolívar sigue en nuestro guión su curso conocido. Y en la onceava sección es donde aparece la segunda idea que detectamos nosotros como fundamental en esto que hemos querido denominar como bolivarismo vasconcelismo: la figura o idea del imperio generador español.

Luego de haber obtenido el apoyo del presidente haitiano Petión previa garantía de otorgamiento de libertad a los esclavos (‘Haití es hoy eje de la causa americana’, dice uno de los personajes), nos ofrece Vasconcelos la escena de Bolívar y su Estado Mayor a bordo del barco Diana, en 1816. En diciembre 21 de ese año saldrían de Haití rumbo a la Isla de Margarita, desde donde posteriormente se dirigirían a Barcelona para emprender, durante todo 1817, la Campaña Terrestre de Guayana, que fue decisiva para la conquista de la independencia de Venezuela.

En la antesala de su salida, Bolívar tiene un diálogo fundamental y saturado de claves con el abate Gerard. En él queda expuesta la idea de imperio generador español al tiempo de estar también proyectada en el marco de vastos horizontes de posibilidades incrustadas en una férrea dialéctica de imperios la necesaria dirección que debió haber tomado el proyecto bolivariano visto desde el vasconcelismo. En la escena, Bolívar se muestra confiado y seguro de su victoria final. Y entonces conversan.

«GERARD. No dudo de vuestro triunfo, pero confieso que me preocupa el futuro de los pueblos americanos. Veo en la guerra actual un proceso de desintegración del Imperio español, más bien que la aparición de naciones nuevas y vigorosas. ¿Cuál crees usted que sea la forma de gobierno que al fin se imponga?
BOLÍVAR. En algunas partes, quizás la monarquía; en otras la república; desgraciadamente no podremos imitar a Inglaterra que con su fuerte aristocracia se halla a salvo de la anarquía y puede darse el lujo de la libertad. Si Inglaterra hubiese querido ayudarnos en forma más decisiva… (Pasan a la cámara del buque) Yo deseo más que otro alguno ver en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y sus riquezas que por su gloria y libertad.
GERARD. Esas palabras, gloria y libertad, suenan bien en los labios de un héroe como Vos, pero los pueblos requieren instituciones y el desarrollo y distribución de su riqueza; de otra manera, gloria y libertad son sólo palabras.
BOLÍVAR. ¡Y, sin embargo, Inglaterra es poderosa por la libertad!
GERARD. Me permito disentir de Su Excelencia. Inglaterra es poderosa porque sus piratas destruyeron la marina española y porque su política desmembró el fugaz imperio napoleónico y está desmembrando, destruyendo, el Imperio español a que ustedes pertenecen. Todo eso es ganar riquezas y poderío, no difundir libertades…
BOLÍVAR (meditando). Raro; ya Humboldt me había hecho esa advertencia… Tenéis razón; precisa además una metrópoli: México es la única ciudad que puede serlo…
GERARD. Si los Estados Unidos no lo impiden.
BOLÍVAR. Los Estados Unidos son una república y la república no tiende a extender su dominación, puesto que no podría tener colonias. Reducir a otros pueblos está contra el principio mismo de las repúblicas. Una nación que crece demasiado cae pronto en decadencia.
GERARD. Pues allí tiene usted a los Estados Unidos apoderados de Florida, dominando en Luisiana y desde allí amenazando a Texas, a México. ¡Usted mismo, General, con su proyecto del gran Imperio del Sur…!
BOLÍVAR. Es verdad, me contradigo. Sería grandioso formar un Imperio. La monarquía es entre todas las formas de gobierno la más perfecta, puesto que ha dado tanto esplendor a Inglaterra. Una república centralista es el medio entre los dos extremos. ¿Caerán quizás todos estos pueblos en manos de tiranuelos mezquinos, de todo color y raza? Panamá podría ser para nosotros lo que Corinto para los griegos. De Panamá a Guatemala debería formarse una asociación de naciones. Los canales interoceánicos harían de esta zona el centro del mundo. ¿Estará en Panamá algún día la nueva Bizancio que supere a la que fundó Constantino? Venezuela, Granada y el Ecuador deberán constituir la Gran Colombia. En las grandes secciones se formarán monarquías, en otros lugares triunfará la república, pero una gran monarquía no será fácil; consolidar una república, imposible. Sin embargo, es una idea sublime hacer de todo el mundo hispánico una gran nación, ya que tenemos un mismo origen, una religión, unas mismas costumbres, una lengua… Federarse, federarse, ¡he allí la solución!»

El remate del diálogo no tiene tampoco desperdicio. Siguen abordando y triturando vasconcelianamente mitos y lugares comunes:

«BOLÍVAR. Bajo los españoles vivimos como siervos; aun el cultivo de los frutos de Europa nos estaba vedado; teníamos que sembrar únicamente añil, café, cacao, algodón, y en las llanuras solitarias procreábamos ganados.
GERARD. Sin embargo, General, leyendo a Humboldt parece advertirse que la administración española no era tan arbitraria como se cree. Pues ¿cómo podrían sembrarse en el trópico venezolano los frutos de Europa? En cambio, España aclimató el trigo y toda clase de cereales en la meseta de México y en la pampa argentina. En California dejó la simiente del olivo y la vid.
BOLÍVAR (impaciente). Y bien, de todo eso Humboldt sabe más que yo; pero lo que nos hace falta es la libertad. Y no se nos ayuda en Europa; nuestros hermanos del Norte también se mantienen indiferentes.
GERARD. ¿Y la expedición de Mina contra México fletada y organizada en los Estados Unidos? ¿No vio usted a Mina por este Haití, escoltado por filibusteros de Norteamérica? Sólo que no me imagino que Estados Unidos peleen por las libertades ajenas. Buscarán, como los ingleses, la desmembración del mundo hispánico para su ganancia en río revuelto.
BOLÍVAR. Con esas suspicacias no haríamos nada, mi querido abate.»

Aquí nos muestra Vasconcelos a Simón Bolívar con la impaciencia del hombre de acción que no puede detenerse en todos y cada uno de los pasos de su estrategia, ironizando ante Gerard a quien le dice que, si de atenerse a todas las suspicacias se tratara, nada en realidad podría llevarse a cabo en el terreno práctico. Pero luego se cuida Vasconcelos de refutar indirectamente la ironía de Bolívar, contradiciéndolo mediante la inserción de un diálogo entre el coronel O’Leary, personaje clave también en el Simón Bolívar vasconceliano, pues fue él, como se sabe, hombre fiel a Bolívar (jefe de su Estado Mayor ni más ni menos), pero irlandés de origen (lo que implica un estrato más alto de fidelidades, como se verá en nuestra obra), y un oficial inglés del Servicio Secreto británico. La escena se desarrolla en Quito, Ecuador, corriendo ya el año de 1821. Había tenido lugar una ceremonia en la catedral de quiteña entre los poderes civiles y la Iglesia católica ante la que Bolívar se nos muestra por Vasconcelos cuidadosamente respetuoso en acto solemne de recíproco equilibrio histórico político entre la Iglesia y el Estado (equilibrio que era y es solamente posible dentro del mundo católico occidental, no así en el mundo musulmán o en el anglicanismo británico).

«AGENTE SECRETO. La ceremonia de esta mañana en la Catedral ha estado espléndida.
O’LEARY. Ello convencerá a usted de que el sentimiento de independencia ha contagiado ya a todas las clases. Sin embargo el núcleo del ejército español está en el interior del Perú, prácticamente intacto.
AGENTE SECRETO. Ustedes dominan las costas…
O’LEARY. Y, sin embargo, sin los ingleses, todas esas victorias… (sonríe). Usted me comprende.
AGENTE SECRETO. Ya, ya… (ríe también). Conozco la vanidad de estos criollos y hay que aprovecharla.
O’LEARY (como con súbito remordimiento). Hay que hacerle justicia, sin embargo, a Bolívar. Tiene talento de estratega y alma de fuego para cumplir sus propósitos.
AGENTE SECRETO (riendo). Siempre y cuando la escuadra británica siga amparando la libertad… la libertad de su comercio y la exclusión de España, que ya bastante tiempo, god dam it, ha explotado estos territorios. Descuide, O’Leary. Ya O’Higgins, otro de los nuestros, tiene el mando de la escuadra chilena. Inglaterra no abandona su presa. Ja, ja, ja…»

Pasan cinco años. Estamos ahora con Bolívar en Bogotá, año de 1826. Y es otra vez O’Leary el interlocutor a través del diálogo con el cual se mantienen en operación las claves del que ya comienza a ofrecérsenos por Vasconcelos como la gran dificultad histórica de Bolívar. Y hablan de política.

«BOLÍVAR. Buenos días. Tome asiento. Ya estaría yo tranquilo, O’Leary, si no fuese por mis fracasos en la política internacional.
O’LEARY. Buen año ha tenido Su Excelencia y mucho tienen que agradecerle estos demagogos y leguleyos de Bogotá. Si no fuese por usted, la Gran Colombia estaría disgregada. Dejó usted su gloria en Lima para ir a someter a Páez, que ya se había hecho independiente en Venezuela.
BOLÍVAR. La situación interna me preocupa menos que la exterior. O’Leary, si logro la federación de todos los pueblos americanos, mis más enconados enemigos políticos, los que se creen mis rivales, como Santander, como Páez, doblarán la cabeza ante una realización tan grandiosa.
O’LEARY. Por eso hay tantos que estorban los planes de Vuestra Excelencia.
BOLÍVAR. Hablemos claro, O’Leary; quien me estorba es la ambición de los extraños. En las provincias del Plata se han olvidado de que Inglaterra pretendió conquistarlos y se dejan llevar por la política inglesa. Por eso no han venido a Panamá. En estos instantes lo que más me duele es el fracaso de Cuba. Estaba lista la expedición que debía libertarla; Colombia ofrecía el mayor contingente; México también estaba pronto a ayudar. Y ¿quién nos lo impidió? ¡Los Estados Unidos! ¿Por qué se oponen a la liberación de Cuba?
O’LEARY. Es que quizás se dan cuenta de la decadencia definitiva del poderío naval de España y se reservan para sí la isla, tal y como se han adueñado de la Florida.
BOLÍVAR. Pero, entonces, la igualdad de las naciones, la libertad de los pueblos, ¿son otros tantos mitos?
O’LEARY. Toda la historia, Excelencia, está hecha con la fuerza de los Imperios.
BOLÍVAR. O’Leary, a veces siento que hemos arado en el mar. Pero aún, acaso hemos trabajado para Inglaterra. ¿Tendría razón después de todo el viejo astuto de Humboldt? ¿Acaso no fue más hábil el Brasil, que ante la invasión napoleónica, abrió sus puertas a la familia reinante…? ¡Y México…! ¿Por qué se resistió tanto México a la independencia? El primer país de América, México…
O’LEARY. Yo no puedo contestaros, Excelencia. Soy inglés.
BOLÍVAR. Tienes razón, O’Leary. Pero sois un hombre leal; habéis servido a nuestra causa con valentía.
O’LEARY. Como tantos otros de mis compañeros. Como Miller, como Ferguson, como Wilson.
BOLÍVAR. Sí; la patria de todos vosotros es la libertad.
O’LEARY. Recuerde su Excelencia que todos los que usted ha citado somos, en primer lugar, súbditos ingleses.
BOLÍVAR. Sí, ya sé que sois leales; por eso os he estimado. Pero ¿no os parece que hizo mal Inglaterra al no tomar en cuenta el Congreso de Panamá?
O’LEARY. Inglaterra sólo va a congresos que ella misma convoca…»

El dramatismo de esta escena de Simón Bolívar es de gran tensión. ¿Por quién estaba rodeado en efecto? ¿Y para quién había en realidad trabajado? O’Leary, ¡su Jefe de Estado Mayor mismo!, le recuerda y aclara en su propia cara que todos los “leales” ingleses que lo apoyaron eran, en realidad y siempre, súbditos británicos. La historia se fragua siempre con la fuerza de los Imperios, decía también O’Leary. ¿Cuáles eran entonces, tal y como hemos querido señalar al inicio de nuestro comentario, las verdaderas dificultades históricas que tuvo que enfrentar el Libertador? ¿Y cuáles fueron los dispositivos de decantación política que impidieron que, objetivamente, no pudiera Bolívar haber actuado de otra manera?

El final se acerca. Estamos a fines de 1830. Bolívar está apenas tolerado en Colombia y proscrito definitivamente en Venezuela. Conversa con el General Montilla. Su reflexión es en realidad la reflexión final que Vasconcelos nos ofrece en este clásico, hispánico hasta la médula y bello Simón Bolívar. Aquí está plasmada la síntesis problemática del problema americano planteado desde el bolivarismo vasconcelismo con la que Vasconcelos encaró su presente y proyectó su impronta histórica al futuro. Este fue siempre el núcleo de lo que hemos querido llamar su Política. Leamos pues a Bolívar-Vasconcelos en su reflexión final:

«BOLÍVAR. El continente también agoniza; no sólo nosotros. Un nuevo enemigo se levanta en el norte, más terrible que Inglaterra. ¡Cómo no logré advertirlo antes! Ya se ha descarado en lo de México. Se opone la cancillería de Washington al tratado de libre navegación y alianza de Colombia y México. Recela también de Inglaterra, y para substituirla en el monopolio de nuestro comercio ha proclamado el monroísmo. No tenemos barcos y no es nuestro el mar. Hemos sido unos majaderos. Sin embargo, la idea es todo, la idea triunfa a la larga y la idea ya ha surgido en México. La encarna Alamán; su Congreso de Tacubaya, fracasado como el de Panamá, dejó una semilla fecunda. Mi error fue no darle importancia al factor de la raza. Creí que eran más fuertes las abstracciones, libertad, igualdad, cooperación de todas las repúblicas contra todas las monarquías… Patrañas; por eso fracasó la reunión de Panamá. Pero Alamán ha dado en el clavo. No importa, por ahora, que le estorben su acción los más fuertes. La Unión aduanera de las naciones que proceden de España es la única base sólida de una federación futura. ¿Para qué invité a Estados Unidos y a Inglaterra a Panamá? ¿Qué tenían que hacer en nuestra Anfictionía latina del Nuevo Mundo? Conflicto de anglosajonismo y de latinidad; eso será el siglo diecinueve, aunque hoy no lo advierta nuestro criterio de renegados. Francia será nuestra maestra, y acaso más tarde se cumpla lo que ya predica Alamán, una vuelta hacia España. España como Madre Patria, ya no la Madrastra… Siempre tuve fe en México. La había perdido con Iturbide; hoy Alamán señala el camino.»

Y bella en realidad hubo de ser la ironía con la que se extingue la vida de Bolívar. Pues el final de sus días los pasó, en Santa Marta, república de Colombia, como huésped distinguido de la finca de campo del caballero español Don Joaquín de Mier. Pero se trata de una belleza que sólo puede captarse desde la perspectiva lúcida de Vasconcelos.

«BOLÍVAR. ¡Quién me había de decir, don Joaquín, cuando me vi obligado a decretar la guerra a muerte contra los españoles, que acabaría mis días en el seno de la vieja y gentil hospitalidad castellana!
DON JOAQUÍN. Su Excelencia honra mi casa. En cuanto a la guerra a muerte, dolorosa como fue, siempre la vimos los españoles como un episodio de lucha civil. Y, en cuanto a que estos sean sus últimos momentos, no estoy conforme en lo absoluto, pues aquí el aire del campo, el reposo, operarán milagros.»

Lo fueron. Fueron los últimos momentos de Simón Bolívar y los milagros no llegaron nunca. El padre de la Patria Americana murió el 17 de diciembre de 1830. Pero la belleza de la absolución histórica como criterio de reconstrucción interpretativa es dispuesta por Vasconcelos en los labios de don Joaquín de Mier: todo aquello, por más cruento y despiadado que pudo haber sido, y por más irreversibles que, como procede y procedió, han venido a ser sus resultados, fue en todo caso visto en realidad como un episodio de guerra civil. El enemigo vino a ser en realidad, porque así estuvo contemplado desde el principio –y es esto lo que da el índice de distinción de un imperio generador del que no lo es– el más noble auxiliar histórico universal.

La película Simón Bolívar de José Vasconcelos, escrita y fechada alrededor del año de 1935, termina con el siguiente cierre. Y con esto nosotros también terminamos:

«Se borra la escena de la casa de campo, y a los acordes de una gran marcha fúnebre inspirada en los temas de la marcha dragona aparecerá la estatua ecuestre de SIMÓN BOLÍVAR con la inscripción: PADRE DE LA PATRIA AMERICANA. La música irá en crescendo. Al final lucirá en la pantalla el escudo de la Universidad de México con su leyenda: POR MI RAZA HABLARÁ EL ESPÍRITU.»

 

El Catoblepas
© 2011 nodulo.org