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El Catoblepas, número 111, mayo 2011
  El Catoblepasnúmero 111 • mayo 2011 • página 11
Artículos

La vuelta al tipi. Democracias procedimentales y religiosidad primaria

Iván Vélez

Comunicación defendida ante los
XVI Encuentros de filosofía, Oviedo 15-16 de abril de 2011

Iván Vélez en los XVI Encuentros de filosofía, Oviedo 15-16 de abril de 2011

En la presente comunicación, pretendemos, atendiendo al título de los XVI Encuentros de Filosofía de Oviedo: Religiones y democracias, analizar las relaciones existentes en un caso particular ofrecido como sugerencia en la convocatoria hecha por la Fundación Gustavo Bueno: «Las religiones primarias y las instituciones tribales asamblearias, como dominios abiertos a una democracia procedimental.» A la conexión indicada, añadiremos, por nuestra parte, diversos usos diversos ideológicos de esta primitiva forma de gobierno que operan en la actualidad. Es preciso, pues, explicar, con obligada brevedad, las ideas de democracia y religión primaria que vamos a manejar.

La democracia procedimental{1}, será el resultado de una ceremonia circularista en la cual, un conjunto de humanos, buscan la toma de una decisión, sustentada en un consenso mayoritario al que podrá llegarse gracias al método de la mano alzada, el depósito de piedras de distinto color en vasijas, la introducción de papeletas de voto en urnas, etc, sistemas todos ellos alejados de todo mentalismo, que precisan del concurso de cuerpos. Por lo que respecta a las religiones primarias, nuestra perspectiva es la que nos proporciona el Materialismo Filosófico, de donde tomaremos nuestras principales herramientas{2}. Veamos:

Dividido en tres fases, el curso seguido por las religiones, comienza por su etapa nuclear, caracterizada por el contacto directo con los númenes, animales que, con sus características de finitud y voluntad, rodean a los hombres. En las particulares relaciones –tanto en sus aspectos fisicalistas como simbólicos– que los hombres del Paleolítico entablaron con éstos, unas relaciones que poco a poco se irán institucionalizando, localizaremos nuestro campo de análisis por lo que se refiere a la religión.

¿Qué conexiones, pues, se pueden establecer entre estas ideas, teniendo en cuenta que nos referimos a las sociedades que podemos acotar entre los períodos Solutrense y Magdaleniense? A nuestro juicio, dicha relación se puede reconstruir vinculando religiosidad y métodos procedimentalmente democráticos a ciertas actividades desplegadas por aquellos hombres, entre las que destaca la caza. Una reconstrucción que forzosamente ha de atender a las reliquias que van aflorando, a las que habremos de sumar, con todas las cautelas necesarias, los datos que la Antropología ha obtenido del estudio de nuestros antepasados contemporáneos.

Cuando hablamos de la caza, nos referimos a cacerías colectivas, en las cuales será imprescindible la elaboración de unos planes o estrategias mínimas para alcanzar el objetivo, así como la puesta en acción de una organización jerárquica que pueda reaccionar ante las respuestas de los animales que se busca abatir. Por lo tanto, en toda cacería, apreciamos la necesitad del establecimiento de unas relaciones circulares, las ya apuntadas, unas angulares que vienen propiciadas por la limitada tecnología existente que obligaba a una gran proximidad con respecto a la pieza, y unas operaciones que asignaremos al eje radial: las que van encaminadas, unidas a la transmisión de técnicas, a acciones tales como la excavación de un foso o la construcción de la que, según Lewis Mumford{3} sería la primera máquina empleada por el hombre: el arco. Por todo ello, la caza humana debe inscribirse en un verdadero Espacio Antropológico de cuyos ejes hemos de tratar en atención al objetivo de este trabajo.

La caza, como actividad que conecta tecnologías, organización social y religión, es la actividad central de las que no en vano se han llamado sociedades de cazadores-recolectores. La concatenación de ceremonias religiosas orientadas a hacer propicias las cacerías y la organización colectiva requerida para llevarlas a cabo, exigirán de la puesta en marcha de deliberaciones necesarias para a la confección de un plan. Es aquí cuando la democracia procedimental tiene cabida, pues las distintas alternativas se deberán debatir y, de entre ellas, saldrá la estrategia victoriosa que luego se trasladará al terreno, decisiones sujetas a la influencia que sobre el grupo tengan destacados individuos que se distinguen por su experiencia, talento o arrojo en relación con las actividades cinegéticas.

Un rudimentario, inmediato y práctico sistema democrático que, como le ocurre a la democracia bendecida en el mundo occidental contemporáneo, y ello a pesar de ser considerada poco menos que el fin de la Historia, contará con diversas deficiencias. En efecto, si toda democracia homologada actual acusa diversos problemas que son percibidos, de un modo totalmente partidista, como déficits corregibles con el aumento de la intensidad democrática, las democracias procedimentales de estas primitivas sociedades, que como veremos, se mueven en un plano muy diferente, prefigurarán algunas de esas carencias. Se trata de limitaciones que vienen dadas por tratarse de un mecanismo tecnológico útil para la toma de decisiones concretas que afectan directamente a partes constitutivas de tales sociedades y no a su totalidad, como ocurre en el caso de las democracias modernas. Ello explica el hecho de que en los prolegómenos de una partida de caza, son los especialistas, los cazadores, quienes deben decantarse por una u otra estrategia y que dentro de tales asambleas adquiera mucho peso el puesto jerárquico ocupado dentro de la tribu, la extensión y poder del clan al que se pertenece o la experiencia en materia de caza, factores que en la asamblea actúen a favor de los poseedores de tales atributos. Estas mutilaciones de un cuerpo electoral que incluyese a todos los individuos del grupo, son las mismas que pone de relieve Platón en su Protágoras al referirse a los asesores a los que se recurría en Atenas cuando había de acometer una actividad concreta.

Sin embargo, y pese a la paradoja que plantea Platón en su diálogo, al igual que ocurre cuando se toma como modelo la democracia ateniense como prefiguradora de la democracia actual, estas lejanas prácticas democráticas son vistas a menudo, como lejanos precedentes de las actuales. La equiparación entre ambos modelos, pese a ciertas semejanzas, es impertinente, por cuanto lo que entendemos hoy como democracias, han ido construyéndose de la mano de la implantación del capitalismo en las sociedades políticas, tomando como modelo estructural el mercado y la posibilidad de acudir a él para consumir diversos bienes con mayor o menor libertad. La ficción según el pueblo se gobierna, se muestra, de este modo como una apariencia falaz de carácter ideológico, por cuanto siempre, según la regla de las mayorías, es una parte la que dirige al todo en una sociedad política democrática.

No obstante, insistimos, estas primitivas sociedades han sido percibidas como sociedades igualitarias que despertaron la fascinación de autores como Engels, y ello a pesar de que el reparto de muy dispares tareas dentro de estos colectivos humanos, lejos de todo igualitarismo, estaba totalmente condicionado por cuestiones diferenciales de índole anatómica como son el dimorfismo sexual o la posibilidad de atender a la crianza de la prole. Estas circunstancias, propiciaban que los hombres se dedicaran a la caza y las mujeres a la recolección y rudimentarias formas de cultivo. Sin embargo, y aun siendo sociedades preestales, en ellas se prefiguran los atributos de una sociedad política. De este modo, creemos no equivocarnos si afirmamos que en las organizaciones tribales cabe distinguir una suerte de capa basal vinculada a un territorio concreto coincidente con aquel en el que se desarrolla la caza y la pesca, cuyos límites o fronteras eran a menudo tierra de nadie; una capa conjuntiva cuyo embrión situaremos en diversas ceremonias que tienen por objeto tomas de decisiones precisas; y una capa cortical en la que situaremos las relaciones con otras bandas o tribus, sean éstas de carácter bélico o, en un sentido opuesto, a través de intercambio de mujeres, buscando de este modo alianzas y alejando el tabú del incesto. Las delimitaciones de este remedo de estructura política, son, sin embargo, confusas, aumentando tal confusión a medida que nos remontamos en el tiempo, pues: ¿cómo analizar cacerías tales como la que tuvo lugar, al parecer, en Kaprina, donde unos hombres mataron y devoraron a otros que acaso eran percibidos como no hombres, como hombres inferiores? ¿Se trata de acciones adscribibles a una protocapa basal o a su paralelo y rudimentario correlato cortical?{4} ¿La escaramuza fue una relación circular o angular? ¿Acaso ambas cosas si empleamos la doble perspectiva del par emic/etic?

De un modo similar a como ocurre con la moderna idea de democracia, la cacería colectiva aunará momentos tecnológicos, como pueden ser la elaboración de una estrategia o la preparación de trampas; y un momento nematológico, que desde el punto de vista emic mantendrá toda su operatividad: las ceremonias religiosas primarias encaminadas a hacer propicia la jornada cinegética serán imprescindibles antes de acometer la, a menudo, peligrosa tarea de abatir piezas. El arte rupestre nos ha legado multitud de pruebas de las relaciones existentes entre caza y religión. Así pues, según parece, en torno a las pinturas parietales se celebraban ceremonias mágico-religiosas, no exentas de la representación de técnicas cinegéticas. Por otro lado, ya en el exterior de las cavernas y abrigos naturales, dichas representaciones tenían en ocasiones continuidad. Los petroglifos que se hallan a la intemperie, han sido interpretados como señales sobre el terreno, mas no hemos de desdeñar que, al margen de la información que pudieran aportar, sirvieran como referente para realizar rituales similares a los llevados a cabo en las cuevas.

Por lo que respecta al empleo de procedimientos democráticos en sociedades marcadas por su religiosidad primaria, varios son los ejemplos que se pueden citar. De entre éstos podemos aludir a los que se desprenden del estudio de los esquimales. En efecto, el antropólogo norteamericano Elman R. Service, seguidor de la obra de Morgan, en su libro Los cazadores{5}, da cuenta de prácticas asamblearias encaminadas a solucionar disputas internas. Recogiendo datos de la obra de E. A. Hoebel, Service describe peculiares duelos públicos para resolver agravios: aquellos en los que dos litigantes se medían mediante canciones, musicados discursos, parlamentos en definitiva, resultando como ganador el individuo más aplaudido. Los argumentos, pero también el tono, la elocuencia y oratoria, son armas que, al igual que ocurre en los actuales hemiciclos, provocaban el aplauso o el abucheo de los asistentes, decantando la suerte del ganador.

El propio Service, afirma reiteradamente que los personajes preeminentes de tales sociedades a menudo ejercían como consejeros o consultores cuyas opiniones eran tenidas en cuenta en la toma de decisiones. También señala una tendencia acusada en sociedades de escaso radio poblacional, de inclinarse hacia la gerontocracia, pues en estos colectivos ágrafos, en los más ancianos coinciden dos factores muy importantes: por un lado, los viejos constituyen la referencia principal, el vértice de la pirámide familiar; y por otro, atesoran experiencia tanto en técnicas diversas como en las rígidas y protocolizadas ceremonias religiosas imprescindibles en la acción cinegética, si bien, estos liderazgos son a veces cambiantes, en función de la actividad que se vaya a acometer.

El clásico de Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884), sigue siendo una referencia muy fértil para avanzar en el camino que estamos recorriendo. En particular, el capítulo dedicado a la gens iroquesa ofrece interesantes datos, muchos de ellos, de nuevo, procedentes de la obra de Morgan.

Engels se refiere, fundamentalmente a la tribu de los senekas{6}, de la que existen 8 gens llamadas, y no por casualidad, con nombres de animales: lobo, oso, tortuga...Estas gens o gentes, se reunían en unas organizaciones de orden superior llamadas fratrias. Cada una de las gens escogía un saquem para los tiempos de paz y un jefe militar para los períodos bélicos. La elección se realizaba durante una asamblea en la que participa toda la gens, sin exclusión de sexo. A esta asamblea se superponía otra, que debía ratificar la decisión, y que estaba formada por el resto de gens, permitiendo el reconocimiento de dicho saquem por toda la federación iroquesa. De este modo, el nuevo saquem formaba parte del consejo de la tribu de los senekas y de su consejo federal. Por su parte, la gens originaria, podía deponer a ambos cargos, mediante una votación similar a la descrita, quedando saquem y jefe militar convertidos de nuevo en privatus.

Los modos asamblearios se reproducían en otras ocasiones, para resolver conflictos entre diversas gens. Si un miembro ajeno a la gens mataba a un individuo, se establecía la obligación de perpetrar una vendetta cuya puesta en marcha requería de nuevas reuniones. Por una parte, la gens del homicida se congregaba para ofrecer una reparación que si no era entendida como suficiente por parte de la gens agredida, ésta designaba a uno o varios vengadores. Por último, y para cerrar este répaso repaso de ceremonias de acusado asamblearismo, hemos de señalar que la asimilación en la gens de elementos ajenos a ella, ya sea de forma voluntaria ya como prisioneros de guerra, requería también de la aprobación colectiva.

Las relaciones existentes entre las asambleas procedimentalmente democráticas y la religión estaban reforzadas por el hecho de que en el saquem coincidieran funciones sacerdotales y políticas.

Sin ánimo de ser prolijos, en cuanto a lo que a ejemplos se refiere, podemos aludir también a los ¡Kung san del kalahari, que constituyen un ejemplo de lo que se ha denominado comunismo primitivo. Así nos habla Marvin Harris de sus métodos de gobierno:

«Cuando Richard Lee preguntó a los ¡Kung san si tenían cabecillas, en el sentido de un poderoso jefe, éstos le dijeron: ¡Por supuesto que tenemos cabecillas! De hecho todos somos cabecillas.»{7}

Como es sabido, en este tipo de organizaciones se ha querido ver un anacrónico contrato social que a veces ha servido de inspiración, acaso de referencia meramente ideológica, a sistemas políticos de más entidad. El principal inspirador de tales interpretaciones acaso sea Rousseau, padre de tal fórmula en la que concurren diversos componentes míticos, en particular los propios del llamado estado natural del hombre. De este modo, antes de que surgieran las diferencias que el propio ginebrino consignó en una obra de título homónimo, las sociedades humanas respetarían cuestiones tales como el derecho del primer ocupante, alcanzando posteriormente el llamado contrato social que Rousseau define así:

«Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo cada miembro como parte indivisible del todo.»{8}

Los datos que aporta la Antropología, e incluso las remotas reliquias de origen antropófago que ha exhumado la Paleontología, desmienten esta idílica visión fuertemente influenciada por la Suiza cantonal cuyos integrantes se conocen personalmente, en la que vivió el autor de tan influyente obra. Rousseau, quien afirma que el único gobierno legítimo es el republicano, está tomando como modelo el cantonalismo suizo en el que vivió. En la Suiza del XVIII, la barbarie, el hombre «natural», habían quedado, no obstante, muy atrás. La voluntad general que ha de regir tales sociedades de una homogeneidad nunca vista, muestra unos inequívocos perfiles metafísicos, que no obstante han ejercido gran influjo, alcanzando su cénit con el fundamentalismo democrático que ha hecho fortuna en algunas sociedades políticas actuales.

Regresemos ahora a los iroqueses. El punto de mayor desarrollo de su federación se sitúa en torno a 1675, implantada ésta en el territorio que hoy constituye Nueva York, donde estaba establecida una liga con hordas de tributarios. La federación era regida por un consejo integrado por 50 saquem, que se reunían de forma pública para realizar sus deliberaciones, en las cuales podía intervenir cualquier iroqués. Medio siglo antes, en 1620, los viajeros del Mayflower, un colectivo de calvinistas ingleses rigoristas que practicaban una suerte de anarquismo de cuño agustiniano, llegaban a Nueva Inglaterra, constituyendo el embrión de lo que hoy son los Estados Unidos. La forma de organización de este colectivo pasaba, inevitablemente, por los métodos que se fundamentan en lo que Rousseau denominaría «voluntad popular» expresada a través de representantes electos con un importante papel reservado a los clérigos.

Es precisamente uno de los padres de la patria norteamericana, Tomás Jefferson, quien percibe, en los modos de gobierno asambleario indio, un precedente, una fuente de inspiración de sus ideales federales y abiertamente antiimperialistas, identificados como autoritarios. En una carta dirigida al militar Eduardo Carrington, Jefferson ilustra perfectamente esta cuestión:

«Estoy convencido de que esas sociedades que viven sin gobierno, gozan en su masa general de un grado infinitamente mayor de felicidad que los que viven bajo los gobiernos europeos.»

La admiración expresada en la epístola, no impidió que el propio Jefferson fuera el impulsor del primer plan de remoción india, con el propósito de empujar a las tribus de felices y democráticos salvajes hacia el Oeste, viaje que conllevó no pocas matanzas.

Ahora bien, establecidas de forma sumaria las relaciones entre religiosidad primaria y los aspectos tecnológicos de la democracia, cabe preguntarse si en la actualidad estos nexos persisten de algún modo. La respuesta parece ser afirmativa, veamos:

El movimiento indigenista incorpora algunos de estos componentes. En efecto, ciertas naciones políticas albergan en su seno naciones étnicas que operan –emic– bajo los auspicios de Pachamama. Semejante carga espiritualista convive con formas colectivas de propiedad y organizaciones asamblearias. Sustentadas en el relativismo cultural, los potentes movimientos indigenistas, emplean de forma ideológica componentes culturales arcaicos y se postulan como verdaderas amenazas para las naciones que les dan cobijo. Prueba de ello es el importante papel que juega, por ejemplo, la C.O.N.A.I.E. (Confederación de Naciones Indígenas de Ecuador), organización marcada por un acusado fundamentalismo democrático, el mismo que envuelve al gobierno ecuatoriano que, al margen de las coyunturales alianzas establecidas con tal institución, permite la operatividad de una Confederación que puede poner en riesgo la supervivencia de la propia República de Ecuador. Por su parte, en México, la guerrilla zapatista se nutre, con el entusiasta apoyo de numerosos intelectuales representantes de la izquierda divagante{9}, de materiales de parecida procedencia. En cualquier caso, las acciones que despliega la C.O.N.A.I.E. o los seguidores del subcomandante Marcos, se pueden integrar en estrategias o proyectos más ambiciosos, como el que proponen el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Alvaro García Linera, y el antropólogo jesuita español nacionalizado boliviano, Xavier Albó, quienes afirman que en Sudamérica –léase Iberoamérica– existen 513 naciones{10}, todas ellas de carácter étnico, claro está, pero que en un momento dado podrían cristalizar, tal es el propósito de esta pareja, en formas políticas definidas.

Pero si los proyectos de tales organizaciones, bajo los que se ocultan evidentes intereses políticos, van en la línea del ambientalismo, del conservacionismo para cuyo logro es preciso realizar ajustes, marcar limitaciones en aras de la ansiada sostenibilidad, existe otra alternativa más radical, el llamado Movimiento de la Ecología Profunda, fundado por el filósofo noruego Arne Naess{11} a principios de los años 70 del pasado siglo.

Este segundo modelo tiene, según nos parece, un marcado carácter anarquista, pues presupone la destrucción de los estados para dar paso a una red de aldeas, las llamadas ecoaldeas, sostenibles, confederadas y relacionadas armónicamente entre sí por medio del intercambio de productos. La envoltura ideológica de tal proyecto, destila aromas krausistas que se mezclan con componentes ecologistas y pacifistas. En tan minoritarias organizaciones, huelga decirlo, se reproducirían constantemente procedimentales métodos democráticos.

En cuanto al aspecto religioso del Movimiento de la Ecología Profunda, no parece que busque en los númenes animales el núcleo religioso, sino que éstos, con la ayuda del Mito de la Naturaleza, estarán integrados en un orden superior, en un todo denominado Gea o Gaia que muestra abundantes similitudes con la susodicha Pachamama indigenista. El propio Naess, al plantear el objetivo de su Movimiento, confirma nuestra afirmación, hasta el punto de que el hombre podrá ser percibido como un error, un lastre con el que ha de cargar la Naturaleza que este animal amenaza:

«La ecología profunda es un movimiento según el cual no se hace el bien por el planeta en interés del ser humano, sino por el planeta en sí mismo.»

Guiada por su radicalismo, la Ecología Profunda llega a proponer esterilizaciones masivas de la población, así como la liberalización total del aborto o la poliandria, en la búsqueda de uno de sus principales objetivos: el drástico descenso del número de hombres que habitan el planeta, obstáculo insalvable para la implantación globalizada de la red de ecoaldeas.

El proyecto del noruego, hemos de situarlo en relación con diversos hechos coetáneos de su arranque como fueron la creciente preocupación ante la posibilidad de una guerra nuclear, la emergencia del movimiento hippie y el triunfo de la etología, cuyos resultados han sido muy útiles para borrar las diferencias con las demás especies animales, dando como destacado resultado, la puesta en marcha de iniciativas como el célebre Proyecto Gran Simio, que, pese a su acusado formalismo, ha recibido el beneplácito de los representantes de una democracia de mercado pletórico cuya sede –el Congreso de los Diputados de España– bebe del lenguaje clásico helenizante, buscando enlazar, e incluso prestigiarse por medio de las formas arquitectónicas, con uno de sus referentes clásicos: la democracia ateniense.

El Movimiento de la Ecología Profunda, que abomina del mundo industrializado, parece recorrer en sentido inverso la operación propuesta hace siglo y medio por Ildefonso Cerdá consistente en la llamada rurización de la ciudad. La nueva iniciativa, no pretende traer el campo a la ciudad sino abandonar ésta en una huida de resonancias epicúreas.

Finalicemos. En las páginas precedentes hemos tratado de reconstruir las relaciones entre democracia procedimental y religiones primarias. No obstante, al margen del éxito que hayamos tenido en tal tentativa, es importante subrayar el carácter ideológico con que es percibida, desde el presente, una tal democracia. Así es, la fuerte implantación en las llamadas sociedades occidentales, del Fundamentalismo democrático, unido al potente influjo del Mito de la Cultura, alimentado por los logros de la Antropología, han propiciado la percepción de un recurso tecnológico –la democracia procedimental– empleado en sociedades primitivas, como un precedente, un modelo que acaso aporte soluciones para algunos de los problemas que acucian a tales sociedades. La confusión que tal equiparación conlleva, lejos de permanecer confinada en debates académicos, tiene indudables y graves repercusiones en la política real de un planeta delineado por multitud de fronteras que encierran naciones políticas, sociedades que, hipnotizadas por la musicalidad de la palabra democracia, son incapaces de percibir los peligros que aguardan en colectivos que detienen sus supuestos pasos hacia tal democracia para arrodillarse a rezar; o que, reunidos en pluralista y ancestral asamblea, se envuelven en las brumas del más tóxico espiritualismo para regresar a formas de gobierno y religiosidad propias de la barbarie e incompatibles con la supervivencia de las naciones políticas en que se celebran.

Notas

{1} Véase Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, La Esfera de los Libros, Madrid 2004.

{2} Para la clasificación de las religiones, véase Gustavo Bueno, El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión (2ª edición, corregida y aumentada con catorce escolios), Pentalfa Ediciones, Oviedo 1996.

{3} Véase Lewis Mumford, El mito de la máquina. Técnica y evolución humana (1967). Hemos manejado la edición de la editorial Pepitas de calabaza, Logroño 2010, cap. 5. pág. 186.

{4} Como episodios prehistóricos de claro carácter bélico, podemos señalar dentro de España diversos enterramientos masivos fruto de matanzas. Sirva como ejemplo la fosa que dejó en Dosrius (Barcelona), una batalla celebrada hace 4.000 años en la que murieron 160 individuos.

{5} Publicada en 1966, hemos manejado la tercera edición realizada por la Editorial Labor en 1984.

{6} Hemos tomado esta información del clásico de Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Ed. Fundamentos, 11ª edición, Madrid 1982, cap. III., «La gens iroquesa», págs. 107-124.

{7} Marvin Harris, Introducción a la antropología general, pág. 458.

{8} El contrato social o principios de derecho político. Cap. VI. «Del pacto social».

{9} Consúltese al respecto el artículo aparecido el miércoles 23 de julio de 2008 en el periódico El Revolucionario, «¿La otra democracia? No, por favor». (http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo753).

{10} Para ampliar esta información, consúltese el artículo aparecido en rebelión.org rubricado por Andrés Soliz Rada el 6 de junio de 2009, titulado: «Las 513 naciones sudamericanas». (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=86604).

{11} Véase el artículo de Policarpo Sánchez Yustos: «La modernidad desde la profundidad», El Catoblepas, número 108, febrero 2011, página 9.

 

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