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El Catoblepas, número 101, julio 2010
  El Catoblepasnúmero 101 • julio 2010 • página 15
Artículos

El mito de la caverna y el presidente alemán

Fernando López Prada

Un análisis de las relaciones entre verdad y política a raíz de la dimisión del Presidente federal alemán Horst Köhler

Horst Köhler

El día 31 de mayo del presente año 2010 el Presidente federal alemán Horst Köhler, cuyo cargo equivale a la jefatura del Estado, hacía pública su dimisión irrevocable. Tal como él mismo indica en una breve nota en su página electrónica{1}, la dimisión es una respuesta a las reacciones surgidas tras unas declaraciones suyas en la emisora de radio Deutschlandfunk en las que manifestaba que la presencia del Ejército federal alemán (Bundeswehr) es necesaria no sólo para salvaguardar la seguridad del Estado, sino también los intereses nacionales como puedan ser las rutas comerciales, la estabilidad regional, los puestos de trabajo o el nivel de ingresos. La entrevista que contiene esas declaraciones fue realizada el 21 de mayo después de una visita relámpago a los efectivos del Busdeswehr desplegados en Afganistán y publicada en la citada emisora al día siguiente{2}. La razón para participar en la guerra de Afganistán contra los talibanes no sería por tanto sólo la de frenar el islamismo y el amparo a grupos terroristas, sino también el mantenimiento de rutas comerciales o la conquista de recursos.

La oposición parlamentaria, en especial el Partido Socialdemócrata y La Izquierda, atacaron tales declaraciones desde dos frentes: por suponer un descrédito para la misión internacional desplegada por la OTAN, y por justificar la intervención al margen de la Constitución alemana, que no permitiría una intervención de tal naturaleza. Sin entrar a detallar ahora la profunda diferencia entre ambos tipos de críticas, lo que sí interesa señalar es que estos ataques contrastan con las opiniones vertidas por los lectores tal como fueron apareciendo en la edición digital de los principales periódicos españoles. Si se echa un vistazo a esas opiniones se puede comprobar un común denominador: que el expresidente alemán Köhler «dimitió por decir la verdad». Es decir, que es verdad que las guerras se hacen por razones económicas, y que quien eso afirma desde un cargo público como la jefatura del Estado debe dimitir. Las consecuencias de tal juicio, que resulta sorprendentemente común, son de enorme interés para analizar las problemáticas relaciones entre la ética, la política y la epistemología. Si un político debe dimitir por decir una verdad incómoda, ¿es que se espera del político que mienta (que sepa la verdad pero la oculte)? ¿O es que se espera del político que ignore (que desconozca según qué verdades)? Porque la naturalidad con la que se presenta la acción de Köhler como loable contrasta con la naturaleza de su contenido: no es decir la verdad lo que se alaba en tal acción, sino el hecho de dimitir por hacerlo. Incluso algunos internautas llegaron a afirmar que «en nuestro país –España– nunca pasaría» que un político dimitiese por propia iniciativa, que un político reconociese que se equivocó. Esta actitud honraría al Presidente dimisionario. Pero cuando esta equivocación consiste precisamente en decir la verdad abiertamente ante la prensa, ¿qué es entonces lo que se espera del político? Si decir la verdad en relación con los intereses del Estado fuese una virtud, entonces su acierto serían sus declaraciones y su equivocación sería dimitir. ¿Por qué habría de ser loable el dimitir en este caso? El internauta que opina que al «dimitir por decir la verdad» Köhler hace lo que debe hacer cae en una contradicción, y creemos que el mito de la caverna de Platón nos puede ayudar a desvelarla.

La similitud que pretendemos plantear en este artículo es la de Horst Köhler con el individuo retornado a la caverna que el filósofo nos describe en su diálogo República, capítulo VII, 514a-518b. Se trata de un indivíduo que comunica la verdad a sus compañeros y es incomprendido e incluso agredido por ellos.

En una caverna subterránea hay unos hombres apresados a un tabique que tienen ante sí un muro donde se proyectan unas sombras. Los presos no pueden girarse y por eso no saben que las sombras son proyectadas por la luz de una hoguera que incide sobre unos objetos que unos porteadores desplazan sobre el tabique. Esas sombras son por tanto la única realidad que los presos de la caverna conocen, y pasarían su vida pensando que las sombras son la única realidad a menos que sucediese lo siguiente:

«[…] que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz y, al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. […]
Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar a la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos son los verdaderos?
—Por cierto, al menos inmediatamente.
—Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol. […]
Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
—Sin duda.
—Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
—Seguramente.»{3}

Así pues puede suceder que los presos no crean lo que el liberado retornado les viene a contar. Puede suceder que lo que les cuente sea tan diferente a lo que están acostumbrados, a las sombras que han visto desde siempre, que no lo comprendan e incluso intenten matarlo antes de dejarse «iluminar» y «liberar» por él. El preso liberado y retornado a la caverna corre el riesgo de no ser comprendido por los presos aún atados porque lo que les cuenta, aquello que ha visto más allá del tabique de la caverna, les suena demasiado extraño, y corre el riesgo de ser antipático porque lo que en definitiva les pretende hacer ver es que están equivocados, que lo que ven son sombras de realidades que desconocen y que en definitiva él a lo que viene es a enseñárselas. Se presenta pues como conocedor y organizador, es decir, como líder y se juega su reconocimiento con la vida.

Quizás sea exagerado presentar al expresidente alemán como el retornado sabio y libertador, una especie de Sócrates que sufre la agresión de aquellos que se niegan a reconocer la verdad de su propia ignorancia. Después de todo la dimisión de Köhler está muy lejos de la condena a muerte de Sócrates, aunque ambas hayan sido en cierto modo voluntarias. Pero sí hay ciertos rasgos formales, no sólo en el mito de la caverna sino en otros elementos estructurales de la República que pensamos nos pueden servir para entender, usando el caso Köhler como ejemplo, algunas contradicciones y tomas de posición contradistintas en lo que atañe a las relaciones entre la verdad y la política. Para ello explotaremos el mito platónico en función de nuestros intereses, poniendo de relieve algunos de sus principales momentos problemáticos, como el de dilucidar quién «fuerza y arrastra» al primer preso liberado, por qué este tiene también la obligación de regresar a la caverna, o la cuestión de la legitimidad de la mentira que aparece varias veces tratada en el diálogo. También aventuraremos la interpretación de algún aspecto secundario del mito como el papel de los porteadores de objetos detrás del tabique. Esperamos hacer justicia a Platón si nos servimos de su metáfora para entender nuestro presente, y quizá de este modo podamos también contribuir a entender mejor lo que el filósofo nos quería decir.

I. El mito de la caverna. Una posible aplicación e interpretación

Busquemos pues los elementos que en el caso Köhler se corresponden con los elementos del mito de la caverna. Si el Presidente alemán Horst Köhler recibe críticas por sus palabras, críticas que lo llevan a dimitir pero no a desdecirse, entonces podemos asimilar su figura a la de aquel preso de la caverna que, una vez liberado y conocedor de la verdad retorna para comunicarla a sus iguales. En tal caso aquellos que en cuanto le escuchan disienten de él e incluso lo atacan –al menos dialécticamente, manteniendo como verdadera una opinión diferente, jugarían el papel de los presos que permanecen en la caverna acostumbrados a la visión de las sombras. Esas sombras serían lo que tienen por verdadero: que las misiones exteriores de las fuerzas armadas del Estado, del Ejército federal, tienen por objetivo asegurar que los talibanes no se hacen con el poder en Afganistán, o dicho de otra manera, que se asegura allí un Estado democrático, lo cuál redundará en la seguridad de los ciudadanos alemanes porque Afganistán no será un lugar de entrenamiento de terroristas que puedan dañarlos en el futuro. Tal es el discurso oficial que reproducen los gobiernos involucrados en la misión de la OTAN en ese país.

Pero las críticas a Köhler siguen dos líneas argumentales: según la más radical, Horst Köhler, cuyo cometido como Jefe de Estado es representar a la nación alemana y garantizar el cumplimiento de la Constitución{4}, estaría con sus declaraciones justificando una intervención militar anticonstitucional, pues el Bundeswehr sólo puede tener una función defensiva, tal como viene determinado por la Constitución promulgada el 23 de mayo de 1949 como reacción al militarismo nazi. Según la línea argumental más moderada, el error de Köhler consiste en desacreditar la misión de la OTAN a los ojos de los ciudadanos alemanes y de los otros países participantes, que podrían poner en duda la legitimidad de la intervención. Unos críticos aseguran que Köhler está justificando una guerra anticonstitucional, y al hacerlo así no estaría hablando de la guerra de Afganistán, que es defensiva, una «misión de paz» que busca un gobierno democrático, un Estado viable y la estabilidad de la región. Estaría hablando quizá de otra guerra detrás de esa guerra, una guerra por recursos y vías comerciales que no estaría justificada por la Constitución y que no hay que permitir. Los otros críticos no dicen que Köhler justifique una guerra anticonstitucional, sino que siembra las dudas y por tanto puede hacer que los ciudadanos dejen de confiar en los gobiernos que mandan sus tropas a Afganistán para una misión cuya legitimidad está fuera de duda, confianza de los ciudadanos que es necesaria para el éxito de la misión.

En el lenguaje de la caverna de Platón, unos críticos reprochan a Köhler que «no dice la verdad» y los otros le reprochan que «está sembrando dudas inconvenientes para el éxito de la misión». Si hacemos corresponder ambos tipos de críticas con actores de la narración platónica tendremos claramente a los primeros reflejados en los presos que se indignan ante las palabras del liberado retornado, porque no comprenden la nueva verdad, sólo comprenden sus sombras. Pero los segundos no se corresponden con los presos, ya que fácilmente pueden pensar que Köhler sí dice la verdad, mas una verdad inconveniente que puede hacer fracasar la misión para la cuál la ocultación de esa verdad puede resultar necesaria. Si los ciudadanos perciben la guerra como una misión de conquista, pueden dejar de apoyarla, en especial si hay bajas civiles o bajas propias. Este grupo se parece más a los porteadores de objetos que caminan detrás del tabique que a los presos a él encadenados. Por consiguiente la función de estos últimos es la de engañar a los primeros dando acerca de la guerra de Afganistán una visión que les resulte más fácil asumir.

Pero cabe un tercer tipo de crítica, hacia la que evolucionan algunos de los críticos del primer grupo: Köhler dice efectivamente la verdad, la guerra de Afganistán tiene una motivación económica además de la seguridad, y por eso resulta anticonstitucional. El Jefe de Estado debe dimitir, no por pretender una guerra anticonstitucional, sino por defender a sabiendas la que hay ya en marcha. El problema por tanto no es la guerra ofensiva en lugar de la defensiva, que estaría justificada, sino el hecho de que la guerra defensiva es ella misma realmente ofensiva. Por tanto el problema es la guerra misma. Estos críticos no reprochan a Köhler tanto sus palabras actuales como su posición favorable a la guerra desde el momento en que como Jefe de Estado no veta la intervención, sea cuál sea el discurso con el que pretenda justificarla. La guerra es ella misma injustificable porque supone la injerencia en un país extranjero. Seguramente esta es la posición de aquellos opinantes para los que es loable que Köhler dimita por haber dicho la verdad. Lo loable en Köhler sería por tanto la preeminencia de su virtud ética –decir la verdad y rectificar su comportamiento en consecuencia– sobre su virtud política –defender los intereses del Estado a costa de otro Estado, contradicción que le llevaría a dimitir (aunque como veremos más adelante no dimite por esta razón puesto que no se desdice de sus palabras).

Si estos últimos críticos son capaces de entender la verdad comunicada por Köhler, entonces no pueden ser los presos encadenados de la caverna, sino presos también liberados que disienten del modo en que Köhler ejecuta su retorno, es decir, que disienten del modo en que se debe liberar e iluminar a los otros presos.

Se dibujan por tanto cuatro tipos de actores en la caverna platónica a partir de los participantes enfrentados en el caso Köhler:

A. Horst Köhler, economista de formación, doctorado por la Universidad de Tübingen, que desempeñó importantes cargos políticos de gestión económica y que fue nombrado Presidente federal alemán el 1 de julio de 2004 y reelegido el 23 de mayo de 2009. Hay que decir que cumplía el requisito formal, de resonancias platónicas, de tener como mínimo cuarenta años de edad al acceder al cargo –en República 540a se exigen al menos cincuenta años para tan altas magistraturas. En una entrevista pública retransmitida por radio afirma que las intervenciones militares del Ejército federal alemán son necesarias en caso de peligrar los intereses económicos de la nación. Comunica por tanto una verdad que puede resultar incómoda a los ciudadanos alemanes para justificar la presencia de las tropas de su país en Afganistán así como sus posibles errores –como la muerte de civiles– y bajas propias. Asume con sus declaraciones la responsabilidad que le corresponde como Jefe de Estado y por tanto ejerce una función política, que en el sentido platónico de la palabra es a la vez pedagógica. Decir esa verdad puede resultar contraproducente para su cargo por lo que tiene de «desmitificadora». Asume por tanto el papel del liberado retornado a la caverna.

B. Los críticos de Köhler por pretender que el Ejército federal se extralimite en sus funciones constitucionales y mantenga en el exterior no sólo guerras defensivas –por seguridad– sino también ofensivas –por recursos materiales o rutas comerciales. Según estos críticos la Constitución señala un límite entre estos dos tipos de guerras, límite que será claro tan sólo si lo es el límite entre la «seguridad» y los «recursos», entre la «defensa de las agresiones externas» y la «defensa de los puestos de trabajo, las rutas comerciales, los ingresos». Pero tal separación entre la capa basal –económica– y la cortical –militar y diplomática– del cuerpo político no es posible en la realidad, ya que es la posesión de determinados recursos lo que hace a un Estado ser susceptible de agresiones externas, así como no puede haber seguridad –es decir, medios para garantizar la seguridad del los cuerpos físicos de los ciudadanos– si no se está en posesión de los recursos que la hagan posible –aunque sólo fuese para la ejecución de medios «defensivos». Los que mantienen este discurso viven engañados por la ficción de que los Estados son mutuamente independientes, y pueden conservarse sin influir los unos en los asuntos de los otros, siempre y cuando tengan Constituciones democráticas que impidan las guerras. Esta posición, que comparte muchos rasgos de fundamentalismo democrático al obviar la determinación de la política por la economía así como la determinación de unos cuerpos políticos por otros, correspondería a los presos de la caverna que se mantienen en las sombras.

C. Los críticos de Köhler por sembrar dudas acerca de la legitimidad de la misión de la OTAN en Afganistán. Según estos críticos el problema de las declaraciones de Köhler es que sean efectivamente creídas por el público, porque del mismo modo que pueden aceptar su verdad como necesaria para el bienestar de la economía alemana, también pueden rechazarla por lo que tienen de justificación de una injerencia imperialista. Si el objetivo de las tropas no es la democracia, la paz, la seguridad, sino el trazado de los gasoductos, el freno a China e Irán, la balanza comercial favorable a esa potencia exportadora de productos industriales de calidad que es Alemania, entonces resulta menos justificable la muerte de civiles afganos o de soldados alemanes ante el público, es decir, el electorado. Esta es la posición de aquellos miembros de los partidos políticos que no tienen como horizonte la mejora de los ciudadanos o la conservación del Estado, sino la victoria en las elecciones. Por eso en este grupo podemos situar tanto a políticos de la oposición como a los propios políticos del partido que propuso a Köhler (el cristianodemócrata) en tanto pudieran ver en sus declaraciones políticamente incorrectas un motivo para la pérdida de votos. Dentro de la caverna este papel está representado por los titiriteros, los portadores de objetos que proyectan sombras de ficción.

D. Pero algunos critican a Köhler sin pretender que una guerra dentro del marco de la Constitución estuviese por ello justificada. Serían aquellos para los cuáles tampoco las guerras por «seguridad» o supuestamente «defensivas» estarían justificadas, ya que las mismas no son sino guerras ofensivas y de conquista encubiertas. Lo que hace que unos países entren en guerras con otros es el injusto reparto de los recursos, por tanto la realización de la guerra, con la que los recursos pasan a ser de unos en detrimento de los otros, sería la consumación de esa injusticia y en consecuencia no se puede justificar. Sólo cabe, en orden a la realización de la justicia, reclamar la injusticia de toda guerra de unos Estados contra otros, o lo que es lo mismo, en tanto la existencia de Estados implica la existencia de ese antagonismo de unos contra otros que conduce a la guerra, el problema es la existencia del Estado. Esta es una verdad alternativa a la verdad comunicada por Köhler, que también resulta chocante a los presos pues niega la independencia entre la seguridad y los recursos, entre la capa cortical y la basal del cuerpo político. Por tanto, siguiendo la lógica de la caverna, en tanto es una verdad alternativa, corresponde a presos liberados, pero cuya verdad debe medirse con la verdad antagónica del preso retornado inicial. El papel de estos retornados es el de adversarios de Köhler en su mensaje liberador al electorado engañado por los titiriteros.

Si analizamos el caso Köhler como si se tratase de una representación del mito de la caverna platónica, podemos distinguir esos cuatro tipos de actores: el liberado retornado, papel representado por el político (A) y que atribuimos a Köhler por hipótesis para la realización de nuestro análisis; los presos encadenados, papel representado por los críticos constitucionalistas (B); los titiriteros, papel representado por los críticos electoralistas (C) y los liberados alternativos, papel representado por los críticos libertarios (D).

El político (A) en Platón no es el que ocupa un cargo, sino el que gobierna bien. De otro modo sería un político aparente, no un político auténtico. Por tanto el retornado a la caverna, que viene a gobernar a los aún presos, tiene la difícil misión de conjugar la inteligibilidad de su mensaje con el éxito de su misión, y su misión sólo será realmente exitosa si es fiel a la «realidad de las cosas» que ha conocido en el exterior de la caverna. Ha de ser fiel a la verdad al tiempo que adecuarse a lo que los sujetos a las sombras puedan entender. En su práctica vive la contradicción entre las exigencias éticas de su acción dirigida a hombres cualesquiera en tanto seres racionales –capaces en principio de acceder a la verdad lo mismo que él– y las exigencias políticas de dirigirse a un grupo particular de hombres diferente, y por tanto enfrentado, a otros grupos de hombres, con unos intereses particulares y acaso sometidos a un engaño –desgobierno– de características particulares diferente a otros engaños posibles. La acción de gobierno no puede ser la misma ante grupos de hombres que parten de condiciones diferentes, y no se trata sólo de su contenido sino también de su objetivo, pues quizá el gobierno de un grupo consista en su mejor enfrentamiento con otros grupos. Volveremos más abajo sobre esta tensión entre la orientación particularista o universalista en la propuesta de Platón: el mito de la caverna, ¿es la descripción de la humanidad, de una suerte de cosmópolis, o de una polis en particular y por tanto enfrentada a otras? ¿Hay sólo una caverna (y entonces el mito es una metáfora antropológica) o hay un número indeterminado (y entonces el mito es una metáfora política)?

Si el político, el liberado retornado, vive esa contradicción que acabamos de señalar, el crítico constitucionalista (B) no vive esa contradicción pues no percibe la diferencia. El crítico constitucionalista confunde lo ético y lo político desde el momento en que no percibe la contradicción entre los Estados, percibe a los Estado como agotados por su sustancia ética. Como considera que los Estados son independientes los unos de los otros, juzga que su armonía está ya dada, y que sólo se rompe cuando un Estado sale de sus límites constitucionales, por así decir, y realiza una injerencia en otros Estados. En ese caso es legítima la guerra porque es defensiva y busca la restauración del statu quo inicial. Una vez restaurada la armonía, la guerra acaba. La guerra sólo puede «defender» lo que es nuestro y no «atacar» lo que es de otros, lo cuál pide el principio de determinar por qué lo nuestro es nuestro y suyo lo de otros. En ese momento se recurre a la Constitución, que presenta nuestro Estado como legítimo. Pero la Constitución, aunque sea democrática, también pide el principio de su aparición. ¿Por qué este es el territorio, los recursos y los habitantes de nuestro Estado, y no otros? El crítico constitucionalista no se hace esta pregunta, pues su punto de partida y de llegada es la Constitución, todo lo más la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, por eso cuando la contradicción se muestra (por ejemplo en la inseparabilidad esencial entre la guerra por seguridad y la guerra por recursos) él la niega apelando al texto de la Constitución o a la Declaración y no a la realidad de las relaciones entre los Estados, es decir, apelando a las sombras y no a los objetos que las proyectan.

Por su parte el crítico electoralista (C) sí es consciente de la contradicción, pero su objetivo no es desvelarla ni superarla, sino ocultarla. La confusión que caracteriza al crítico constitucionalista viene generada por el crítico electoralista, pues de ella deriva sus réditos políticos. El titiritero sería el político aparente en Platón, el mal gobernante de la polis, el causante del desgobierno. Suponemos que los titiriteros tienen algún interés en que los presos sigan engañados, y por eso en nuestra comparación los asimilamos a los políticos que sólo buscan ganar elecciones –en el caso de las democracias homologadas del presente– y perpetuarse en el poder, aunque Platón no explicita la intención de estos personajes, que parecen prescindibles, acaso sustituibles por un mecanismo. Nosotros sí les damos un papel activo y una intención: son los fabricantes de la ideología, que en el caso Köhler consiste en la ocultación de los intereses materiales de las guerras, económicos y políticos, bajo fórmulas éticas. Las misiones bélicas se presentan como acciones de ayuda desinteresada a los hombres cualesquiera de otros lugares de la Tierra, como «misiones humanitarias» o «misiones de paz».

Por último el crítico libertario (D) se enfrenta al político porque le opone un mensaje diferente que sin embargo no es el de las sombras proyectadas. Le reprocha que la verdad que viene a comunicar a los presos de la caverna no es tal, sino otro tipo de sombra, unas nuevas cadenas que no hacen sino perpetuar la situación de engaño. Los críticos libertarios son los que afirman también haber salido al exterior, haber contemplado la verdad sobre la guerra de Afganistán, una injerencia imperialista de unas potencias organizadas sobre un Estado en crisis, cuyos fines son intereses comerciales y geoestratégicos alemanes presentados como búsqueda de la seguridad, lucha contra el terrorismo, consolidación de la democracia y misión de ayuda humanitaria. No se debe apoyar esta guerra porque un grupo de hombres –por ejemplo un Estado– no tiene derecho a imponer sus condiciones a otro grupo de hombres –aunque formen un Estado débil o «fallido». Suponerles ese derecho equivale a suponerles a los titiriteros el derecho a engañar a los presos encadenados. El mensaje del crítico libertario es el de que hay que romper las cadenas, salir de la caverna y salir todos, hasta que no sea necesario retornar más a ella. El objetivo no es gobernar la caverna sino abolirla, pues gobernarla equivale a mantener hombres en las sombras. Según este crítico el político, si retorna con un mensaje que no sea este, juega el papel del titiritero.

En términos de la distinción entre la ética y la política, cuyos fines son respectivamente la persistencia en el ser de los hombres –que son iguales como miembros de la especie– por un lado y del Estado –donde los hombres son ciudadanos que se contraponen a los ciudadanos de otros Estados– por el otro, el individuo A, el liberado retornado, lanza un mensaje donde se muestra una contradicción entre la forma ética, por su sinceridad (es en verdad una guerra, es en verdad desagradable) y el contenido político (la necesidad de la guerra para la seguridad de los ciudadanos y la conservación basal del Estado); los individuos B, los presos, confunden pasivamente la ética y la política, pues perciben la guerra como ética en tanto sea legal; los individuos C, los titiriteros, confunden activamente la ética y la política, pues presentan la acción política como –solamente– ética (misión humanitaria, búsqueda de la paz); y los individuos D, los liberados alternativos, pretenden la superación ética de la política, la eliminación de la caverna en la salida universal al exterior (imposibilidad ética de la guerra).

Sabemos que la metáfora de Platón tenía por objetivo representar la misión del político, del gobernante de la polis: un hombre –o mujer– cuya mayor sabiduría al haber accedido desde las sombras a la luz de la realidad, lo convierte en guía natural de sus conciudadanos, pero que no tiene garantizado el reconocimiento de los mismos. Su acción de gobernarlos es al mismo tiempo la acción de educarlos, y por eso la República es un diálogo acerca del buen gobierno que se articula como un diálogo acerca de la buena educación. Es ese objetivo de la metáfora de la caverna lo que nos autoriza a tomarnos algunas licencias de interpretación de elementos que en Platón no son explícitos, particularmente el papel de los titiriteros, porteadores de objetos, que Platón describe pero no explica, y la introducción acaso injustificada que hacemos de unos «liberados alternativos» que en Platón no aparecen pero que consideramos necesario introducir en tanto no está determinada a priori cuál sea la verdad a que se accede en el exterior de la caverna. Si hay distintos mensajes diferentes del proyectado por los titiriteros, que a la vez difieren entre sí, ha de ser su contraposición dialéctica, entre el gobernante del Estado y el crítico libertario, la que desvele su grado de verdad. Lo que esbozamos aquí son los «tipos ideales» que encarnen esa contraposición. Profundicemos un poco en los elementos problemáticos de la interpretación del mito para intentar acercar más nuestro análisis del caso Köhler a la literalidad de la narración de la República.

II. Algunos momentos problemáticos en la República de Platón

El contenido de la República, que sirve de contexto para nuestro análisis del mito de la caverna, es tan rico y complejo que aquí sólo podemos abordarlo de un modo muy parcial y superficial. Pretendemos centrarnos en tres momentos de su argumentación que nos pueden servir para seguir caracterizando los actores del mito de la caverna y su mutua contraposición. El primer momento problemático es el del carácter universal o particular de la propuesta «utópica» de Platón, si con ella se refiere a la humanidad a o una polis griega. El segundo es un momento interno a la propia construcción de esa utopía, sea universal o griega: el origen de la constitución de la polis justa, la intervención de los primeros libertadores de la caverna. El tercero tiene que ver con el trabajo de esos mismos libertadores y más en concreto con sus límites: el cálculo prudencial de su acción o, dicho de otra manera, su legitimidad para mentir, para mantener un cierto nivel de «sombra».

1º. La universalidad de la utopía platónica

El carácter universal del proyecto platónico presentado en la república es indudable en tanto ese proyecto consiste en una racionalización de la política –y una politización de la razón- que compete a cualquier sociedad de hombres en tanto sociedad de seres racionales. Ello queda patente en el hecho de que la República se ha estudiado con atención constante durante la historia de occidente, que es historia universal. Pero lo problemático no es si Platón se dirige en abstracto a todos los hombres, sino si su plan de una polis bien gobernada implica o no el conflicto con otras polis, aún siendo estas a su vez bien gobernadas. Si así fuese se podría dar el caso, en principio paradójico, del enfrentamiento entre dos Estados que quisiesen llevar a término el programa bosquejado por Platón.

Que Platón se refiere a una polis en particular –aunque esta pudiera ser cualquiera– es patente desde el inicio del diálogo, en que Sócrates y sus interlocutores recrean la sociedad de hombres desde el inicio. Llegado a cierto nivel de complejidad y desarrollo en que se sobrepasan las necesidades básicas, el conflicto con otras sociedades de hombres se vuelve inevitable, y de ahí nace la guerra:

«—Entonces, ¿no será necesario agrandar el Estado? Porque aquel Estado sano no es ya suficiente, sino que debe aumentarse su tamaño y llenarlo con una multitud de gente que no tiene ya en vista las necesidades en el Estado. Por ejemplo, toda clase de cazadores y de imitadores, tanto los que se ocupan de figuras y colores cuanto los ocupados en la música; los poetas y sus auxiliares, tales como los rapsodas, los actores, los bailarines, los empresarios; y los artesanos fabricantes de toda variedad de artículos, entre otros también de los que conciernen al adorno femenino. Pero necesitaremos también más servidores. ¿O no te parece que harán falta pedagogos, nodrizas, institutrices, modistas, peluqueros, y a su vez confiteros y cocineros? Y aún necesitaremos porquerizos. Esto no existía en el Estado anterior, pues allí no hacía falta nada de eso, pero en éste será necesario. Y deberá haber otros tipos de ganado en gran cantidad para cubrir la necesidad de comer carne. ¿Estás de acuerdo?
—¿Cómo no habría de estarlo?
—Y si llevamos ese régimen de vida habrá mayor necesidad de médicos que antes, ¿verdad?
—Verdad.
—Y el territorio que era anteriormente suficiente para alimentar a la gente no será ya suficiente, sino pequeño. ¿No es así?
—Sí, así.
—En tal caso deberemos amputar el territorio vecino, si queremos contar con tierra suficiente para pastorear y cultivar; así como nuestros vecinos deberán hacerlo con la nuestra, en cuanto se abandonen a un afán ilimitado de posesión de riquezas, sobrepasando el límite de sus necesidades.
—Parece forzoso, Sócrates –respondió Glaucón.
—Después de esto, Glaucón, ¿haremos la guerra? ¿O puede ser de otro modo?
—No, así.»{5}

Ahora en el Estado ampliado, por su complejidad, será necesario el ejército, es decir, los «guardianes». Estos deben proteger el Estado de sus enemigos externos e internos. En relación a los enemigos externos, Platón distingue entre «griegos» y «bárbaros», explicitando que enemigos sólo son los segundos, pues con los primeros es posible «la enmienda y la reconciliación». Por eso entre los griegos no debe haber «guerra», no deben exterminarse, esclavizarse ni esquilmar sus recursos. El objetivo es la reconciliación, por eso el enfrentamiento debe entenderse como «disputa intestina». Para Platón los griegos ya constituyen una unidad –de religión, lengua, comercio, &c.–, y en caso de romperse es posible restaurarla.

«—Me parece que, así como hay dos nombres para designar, por un lado, a la guerra, y, por otro, a la disputa intestina, hay allí también dos cosas, según aspectos diferentes. Las dos cosas a que me refiero son, por una parte, lo familiar y congénere, y, por otra, lo ajeno y lo extranjero. A la hostilidad con lo familiar se le llama 'disputa intestina', a la hostilidad con lo ajeno 'guerra'.
—No es nada inapropiado lo que dices.
—Mira ahora si es apropiado lo que sigue. Afirmo, en efecto que la raza griega es familiar y congénere respecto de sí misma, ajena y extranjera respecto de la raza bárbara.
—Muy apropiado.
—Entonces, si los griegos combaten contra los bárbaros y los bárbaros contra los griegos, diremos que por naturaleza son enemigos, y a esa hostilidad la llamaremos 'guerra'. En cambio, cuando combaten griegos contra griegos, habrá que decir que por naturaleza son amigos y que Grecia en este caso está enferma y con disensiones internas, y a esa hostilidad la denominaremos 'disputa intestina'.
—Estoy de acuerdo en considerarlo así.
—Observa ahora, cuando ocurre algo de esta índole que hemos convenido en llamar 'disputa intestina', en la que el Estado se divide en facciones, y cada una de éstas devasta los campos de la otra e incendia sus casas, cómo la disputa intestina parece abominable y ninguna de las facciones patriotas; si no, no habrían sometido a su madre y nodriza a tales estragos. Lo que parece razonable es que los vencedores quiten los frutos a los vencidos, de modo que pueda pensarse que se reconciliarán y no estarán combatiendo siempre.
—Y esa actitud será más noble que la otra.
—Bien; ¿no es un Estado griego el que fundas?
—Necesariamente.
—Entonces, ¿los suyos serán hombres buenos y nobles?
—Por cierto que sí.
—¿Y no serán helenófilos, que considerarán como propia la Hélade, y no compartirán el culto religioso con los demás griegos?
—Sin duda.
—Por lo tanto, cuando tengan una desavenencia con griegos, por ser éstos familiares suyos, la considerarán como una disputa intestina y no le darán el nombre de 'guerra'.
—No, en efecto.
—Consiguientemente, litigarán como quienes han de reconciliarse.
—Claro.
—Entonces los enmendarán amistosamente, sin llegar a castigarlos con la esclavitud o con el exterminio, ya que son enmendadores, no enemigos.
—De ese modo, en efecto.
—Por ser griegos, no depredarán la Hélade ni prenderán fuego a las casas, y no aceptarán que, en cualquier Estado, todos, hombres, mujeres y niños, sean sus enemigos, sino que sólo son sus enemigos los culpables de la desavenencia, que siempre son pocos. De ahí que no estarán dispuestos a asolar territorios donde la mayoría son amigos, ni a arruinar sus casas, sino que llevarán la contienda hasta que los culpables sean forzados a expiar su delito por los inocentes que sufren.
—Estoy de acuerdo –dijo Glaucón– en que así deben tratar nuestros ciudadanos a sus adversarios, y a los bárbaros como hoy los griegos se tratan unos a otros.»{6}

Encontramos así un principio particularista y acaso difusionista en el programa platónico: el Estado que propone fundar Platón es un Estado griego. Ser un hombre completo, que sale de la caverna en la medida de lo posible, sólo le es posible a un griego, paradigma del «zoon politikon» como lo definirá Aristóteles. Por su nivel de civilización alcanzado, diríamos hoy, los griegos coetáneos de Platón están más cerca de la Idea Hombre que otros miembros de la especie humana. El motivo universalista aquí latente es el de que los griegos extienden su civilización al vencer a sus enemigos exteriores: de ese modo contribuyen a su liberación de las sombras. Sólo en este sentido cabe entender como universal el proyecto de Platón después de leer que la ciudad que se trata de fundar ha de ser griega. La universalidad humana no es inmediata, sino mediada por la polis griega, por un modo necesariamente griego de hacer política. Pero no es eso lo que Platón nos dice: él nos habla de matar, esclavizar y esquilmar a los bárbaros. Además tampoco aparece una vocación imperial civilizadora en el programa platónico, sino más bien conservadora: el conflicto exterior sucede porque de alguna manera los hombres no han sido capaces de moderar sus deseos: la lucha por los recursos se inicia «porque aquel Estado sano no es ya suficiente» (373b); el Estado que hace la guerra ha entrado en cierto grado de enfermedad. Su salud perdida es el equilibrio, resultado de la moderación.

El Estado proyectado por Platón nos recuerda a Esparta por su estatismo, su estratificación social y su austeridad, pero es potencialmente universal –extensible a todas las sociedades de hombres aunque no sean étnicamente griegas– porque los gobernantes son aquellos que alcanzan la excelencia en el proceso de su educación. No gobiernan los fuertes sino los sabios. La casi totalidad del diálogo desarrolla el tema de la educación de los guardianes, de entre los que habrán de salir los gobernantes o «guardianes perfectos», restando los otros como «auxiliares». Como es de sobra conocido, la polis diseñada por Platón consta de tres estamentos, los gobernantes o guardianes perfectos, los soldados o guardianes auxiliares y los productores, comerciantes, artesanos y agricultores. Ha de ponerse especial cuidado en que cada estamento cumpla su función propia –hacer las leyes, hacerlas cumplir y producir lo necesario para la vida–, y por eso los miembros de cada estamento han de desarrollar su virtud propia, que presupone las de rango inferior: la sabiduría, la fortaleza y la moderación. La necesidad de los guardianes deriva de los peligros que para el Estado suponen los adversarios externos e internos, y Platón se extiende sobre todo con los internos. Sólo los guardianes pueden usar la fuerza, pues son formados para ello y desarrollan la virtud de la «andreía», la fuerza aplicada valientemente. Esto significa no la fuerza dirigida a satisfacer objetivos particulares de esa casta de militares, sino sometida a los criterios de los sabios gobernantes que velan por el conjunto del Estado:

«—En tal caso, hay que seleccionar entre los guardianes hombres de índole tal que, cuando los examinemos, nos parezcan los más inclinados a hacer toda la vida lo que hayan considerado que le conviene al Estado, y que de ningún modo estarían dispuestos a obrar en sentido opuesto.»{7}

Si los guardianes no tuviesen que usar la fuerza porque la polis dibujada por Platón es ya la polis perfecta, un mero «ideal regulativo» en el que los gobernantes ya son sabios y los productores moderados, entonces la educación no jugaría ningún papel: ya estarían los estamentos predeterminados por naturaleza y nos ahorraríamos muchas páginas del diálogo. Los guardianes hacen gimnasia, tal como dispone Platón con todo detalle, para algo más que para dominar sus pasiones, pues si así no fuese, bastaría con prescribir la gimnasia a los productores para garantizar el orden social, y los guardianes fuertes serían prescindibles. Pero es que no se trata de una utopía, una descripción gratuita de lo deseable, sino la búsqueda de los medios para implantarlo. En correspondencia con esa tensión entre lo universal y lo particular del proyecto platónico, tenemos la tensión entre la necesidad de empezar de cero el programa educativo de los nuevos ciudadanos y la necesidad de que aquellos que ejecutan el programa han de pertenecer a su vez a la polis.

2º. La necesidad del retorno a la caverna

Anticipamos aquí la tesis de que la polis ideal que proyecta Platón no es algo ya dado que quepa contemplar, sino algo que se conquista en la práctica. La forma de seleccionar a los niños que serán educados como guardianes, de disponer leyes los gobernantes, de moderar sus pasiones los productores, es algo que se ha de establecer sobre la marcha. Son procesos sometidos a constante falibilidad y revisión. No se puede saber que el guardián ha sido bien educado hasta que gobierna, por eso hay un periodo de prácticas que realizan los guardianes candidatos a gobernantes: podríamos denominarlo la «prueba de la caverna». La estructura del proyecto de Platón es un dialelo político: ha de presuponer la existencia de la polis antes de programar la educación de los gobernantes; y presuponer la existencia de la polis implica presuponer cierto grado de racionalidad en los gobiernos fácticos de las polis, pues de lo contrario esa racionalidad debería venir de fuera. El retornado a la caverna, que viene a gobernar, sale de la caverna, no cae del cielo, y se dirige a los presos como a sus iguales.

«—Fue esto lo que teníamos a la vista y preveíamos cuando dijimos, aunque no sin temor y forzados por la verdad, que ningún Estado, ninguna constitución política, ni siquiera un hombre, pueden alguna vez llegar a ser perfectos, antes de que estos pocos filósofos, que ahora son considerados no malvados pero sí inútiles, por un golpe de fortuna sean obligados, quiéranlo o no, a encargarse del Estado, y el Estado obligado a obedecerles; o bien antes de que un verdadero amor por la verdadera filosofía se encienda, por alguna inspiración divina, en los hijos de los que ahora gobiernan o en éstos mismos. Que la realización de una de estas dos cosas, o de las dos, sea imposible, afirmo que no hay razón para suponerlo; pues si fuera asi, estaríamos haciendo justamente el ridículo, por estar construyendo castillos en el aire. ¿No es así?
—Sí.
—Por consiguiente, si se ha dado el caso de que alguna necesidad haya obligado a los más valiosos filósofos, en la infinitud del tiempo pasado, a ocuparse del Estado, o el caso de que se los obligue actualmente en alguna región bárbara lejos de nuestra vista, o el de que se los obligue más adelante, estoy dispuesto a sostener con mi argumento que la organización política descrita ha existido, existe y llegará a existir toda vez que esta Musa tome el control del Estado. Pues no es algo imposible que suceda, ni hablamos de cosas imposibles; en cuanto a que son difíciles, lo reconocemos.»{8}

La realización de la polis ideal ha de nacer de la polis real, de su racionalidad interna que ya ha dado lugar a la existencia de filósofos, pero el hecho de que éstos lleguen a gobernar es accidental («por un golpe de fortuna», «por alguna inspiración divina») a menos que exista un programa educativo con tal fin. Este es el momento problemático de la génesis del Estado bien gobernado, pues dicha génesis no está en el liberado retornado, sino en aquellos que lo «liberan» de las cadenas, lo «fuerzan a levantarse», lo «arrastran» hacia la luz como se nos describe en el mito de la caverna. ¿Quiénes son los sujetos que liberan al futuro político? ¿No han de ser ellos mismos también antiguos liberados, si queremos mantener el referente de la metáfora en un plano inmanente, no mítico? Los primeros liberadores ocupan un lugar ambiguo entre el liberado retornado que ilumina a sus iguales y el foráneo a la caverna que, cuál si de un tirano se tratase, usa la fuerza para arrastrar al exterior. El papel de estos primeros educadores del Estado se muestra con esos rasgos aparentemente tiránicos:

«—Tomarán el Estado y los rasgos actuales de los hombres como una tableta pintada, y primeramente la borrarán, lo cual no es fácil. En todo caso, sabes que ya en esto diferirán de los demás legisladores, pues no estarán dispuestos a tocar al Estado o a un particular ni a promulgar leyes, si no los reciben antes limpios o los han limpiado antes ellos mismos.
—Y harán bien.
—Después de eso, ¿no piensas que bosquejarán el esquema de la organización política?
—Claro que sí.
—Y luego, pienso, realizarán la obra dirigiendo a menudo la mirada en cada una de ambas direcciones: hacia lo que por naturaleza es Justo, Bello, Moderado y todo lo de esa índole, y, a su vez, hacia aquello que producen en los hombres, combinando y mezclando distintas ocupaciones para obtener lo propio de los hombres en lo cual tomarán como muestra aquello que, cuando aparece en los hombres, Homero lo llama 'divino' y 'propio de los dioses'.
—Correcto.
—Y tanto borrarán como volverán a pintar, pienso, hasta que hayan hecho los rasgos humanos agradables a los dioses, en la medida de lo posible.
—Una pintura así llegaría a ser hermosísima.»{9}

Jugando el papel de «la fortuna» o la «inspiración divina», pero siendo necesariamente hombres, estos primeros educadores –y por ello también gobernantes– piden a su vez el principio a menos que reconozcamos el dialelo político presente en el diálogo platónico. Son el principio inmanente de regeneración de la práctica política desde la filosofía. Si bien en el Estado corrupto el filósofo, que sólo debe su formación a sí mismo, puede permanecer fuera de la caverna ignorando los asuntos de la ciudad –con lo cual el Estado corrupto continuará corrupto– el Estado bien gobernado, por su parte, es aquel en el que el filósofo retorna para contribuir a la liberación de las sombras, es decir, al buen gobierno. Su retorno es obligatorio para aquel que fue formado por el Estado, es la contrapartida que corresponde hacer a quien se ocupó de su formación, y así lo explicita Platón. Pero esto no sólo significa que, en caso de realizarse el proyecto platónico los guardianes deberían participar por ley en tareas de gobierno. El significado ontológico de este retorno es que, precisamente allí donde se produce –allí donde los que conocen y practican el arte dialéctico lo ejercen en los asuntos públicos– es donde la polis mejora su gobierno:

«—¿Y no es también probable, e incluso necesario a partir de lo ya dicho, que ni los hombres sin educación ni experiencia de la verdad puedan gobernar adecuadamente alguna vez el Estado, ni tampoco aquellos a los que se permita pasar todo su tiempo en el estudio, los primeros por no tener a la vista en la vida la única meta a que es necesario apuntar al hacer cuanto se hace privada o públicamente, los segundos por no querer actuar, considerándose como si ya en vida estuviesen residiendo en la Isla de los Bienaventurados?
—Verdad.
—Por cierto que es una tarea de nosotros, los fundadores de este Estado, la de obligar a los hombres de naturaleza mejor dotada a emprender el estudio que hemos dicho antes que era el supremo, contemplar el Bien y llevar a cabo aquel ascenso y, tras haber ascendido y contemplado suficientemente, no permitirles lo que ahora se les permite.
—¿A qué te refieres?
—Quedarse allí y no estar dispuestos a descender junto a aquellos prisioneros, ni participar en sus trabajos y recompensas, sean éstas insignificantes o valiosas.
—Pero entonces –dijo Glaucón– ¿seremos injustos con ellos y les haremos vivir mal cuando pueden hacerlo mejor?
—Te olvidas nuevamente amigo mío, que nuestra ley no atiende a que una sola clase lo pase excepcionalmente bien en el Estado, sino que se las compone para que esto suceda en todo el Estado, armonizándose los ciudadanos por la persuasión o por la fuerza, haciendo que unos a otros se presten los beneficios que cada uno sea capaz de prestar a la comunidad. Porque si se forja a tales hombres en el Estado, no es para permitir que cada uno se vuelva hacia donde le da la gana, sino para utilizarlos para la consolidación del Estado.
—Es verdad; lo había olvidado, en efecto.
—Observa ahora, Glaucón, que no seremos injustos con los filósofos que han surgido entre nosotros, sino que les hablaremos en justicia, al forzarlos a ocuparse y cuidar de los demás. Les diremos, en efecto, que es natural que los que han llegado a ser filósofos en otros Estados no participen en los trabajos de éstos, porque se han criado por sí solos, al margen de la voluntad del régimen político respectivo; y aquel que se ha criado solo y sin deber alimento a nadie, en buena justicia no tiene por qué poner celo en compensar su crianza a nadie. «Pero a vosotros os hemos formado tanto para vosotros mismos como para el resto del Estado, para ser conductores y reyes de los enjambres, os hemos educado mejor y más completamente que a los otros, y más capaces de participar tanto en la filosofía como en la política. Cada uno a su turno, por consiguiente, debéis descender hacia la morada común de los demás y habituaros a contemplar las tinieblas; pues, una vez habituados, veréis mil veces mejor las cosas de allí y conoceréis cada una de las imágenes y de qué son imágenes, ya que vosotros habréis visto antes la verdad en lo que concierne a las cosas bellas, justas y buenas. Y así el Estado habitará en la vigilia para nosotros y para vosotros, no en el sueño, como pasa actualmente en la mayoría de los Estados, donde compiten entre sí como entre sombras y disputan en torno al gobierno, como si fuera algo de gran valor. Pero lo cierto es que el Estado en el que menos anhelan gobernar quienes han de hacerlo es forzosamente el mejor y el más alejado de disensiones, y lo contrario cabe decir del que tenga los gobernantes contrarios a esto».»{10}

En resumen, que el filósofo gobierne, o que el gobernante se forme filosóficamente, entendemos que no es algo que se haya de lograr necesariamente con un programa pedagógico preestablecido en una sociedad creada de la nada. No obstante, tal proceder se nos indica expresamente en 541a, donde se propone expulsar a todos los mayores de diez años para aplicar la educación tal como se describe en el resto del diálogo y generar así el nuevo Estado. Este es el recurso narrativo de Platón, pero creemos que su significado es aplicable a la sociedad política en marcha. Es en ella, la realmente existente, donde la racionalidad que ejercen los filósofos ha de implantarse políticamente. El retorno a la caverna y su ulterior éxito político son la prueba de su adecuación. En ese proceso de implantación corre el riesgo de fracasar; en términos metafóricos: que el retornado a la caverna sea incomprendido y hasta eliminado. Este riesgo nos lleva al tercer momento problemático.

3º. La legitimidad de la mentira

«—Lo que sucede –dije– es que piensas que me refiero a algo maravilloso. Pero lo que yo quiero decir es que lo que menos admitiría cualquier hombre es ser engañado y estar engañado en el alma con respecto a la realidad y, sin darse cuenta, aloja allí la mentira y la retiene; y que esto es lo que es más detestado.
—Ciertamente.
—Y sin duda es lo más correcto de todo llamar a eso, como lo hice hace apenas un momento, «una verdadera mentira»: la ignorancia en el alma de quien está engañado. Porque la mentira expresada en palabras es sólo una imitación de la que afecta al alma; es una imagen que surge posteriormente, pero no una mentira absolutamente pura. ¿No es así?
—Muy de acuerdo.
—Por consiguiente, la mentira real no es sólo odiosa para los dioses, sino también para los hombres.
—Así me parece.
—En cuanto a la mentira expresada en palabras, ¿cuándo y a quién es útil como para no merecer ser odiosa? ¿No se volverá útil, tal como un remedio que se emplea preventivamente, frente a los enemigos, y también cuando los llamados amigos intentan hacer algo malo, por un arranque de locura o de algún tipo de insensatez? Y también en la composición de los mitos de que acabamos de hablar ¿no tornamos a la mentira útil cuando, por desconocer hasta qué punto son ciertos los hechos de la antigüedad, la asimilamos lo más posible a la verdad?
—Sin duda.»{11}

La «verdadera mentira», tal como nos dice el fragmento, es el engaño. El engañado cree algo que no se corresponde con la realidad e ignora que eso es falso. Es el ignorante de la verdad que sin embargo cree que la conoce. Parafraseando el célebre dictum socrático, es el que «no sabe que no sabe». En la caverna padecen esta mentira pura los presos que contemplan las sombras, pues creen que ellas son la realidad. La «mentira expresada en palabras», en cambio, es una «imitación» de aquel tipo de mentira. Es la representación lingüística de lo que no es, y su naturaleza es derivada, «imitativa», porque a diferencia de aquélla, que está «alojada en el alma», ésta presupone una distancia entre lo que dice representar y lo que conoce el que representa. El que dice palabras falsas puede no creer lo que dice. Puede usar esas palabras para engañar, producir la verdadera mentira en el alma del engañado. Tal es lo que hacen los titiriteros. Pero esta mentira no es absolutamente mala, como aquélla, sino sólo relativamente mala, siempre en relación con otra mentira posible. Cuanto más alejada esté de la realidad, peor es una mentira, más ignorante es el alma. Pero una mentira menor puede desplazar una mentira mayor y con ello acercar más al alma a la verdad. Quizá el preso encadenado asuma mejor una mentira a medias, una verdad dosificada, que una verdad cruda, que pudiese «deslumbrarlo» y obtuviese como respuesta el rechazo o la agresión. Si el liberado retornado no mide sus palabras y las adapta a la situación de los presos destinatarios, puede obtener de ellos una respuesta contraproducente, y en tal caso ¿no hubiera sido más útil la mentira controlada? «¿No tornamos a la mentira útil cuando [...] la asimilamos lo más posible a la verdad?».

Ese cálculo prudencial en el arte del engaño es lo que hace al político A sospechoso de titiritero C a los ojos del crítico libertario D. Si no hay grados entre la verdad y la mentira, sólo se puede ser o titiritero o libertario. Si hay grados, el problema es determinar sus fines: ¿qué nos garantiza que el retornado A va a conducir a los presos al exterior y no a otra caverna? Aventuramos que lo que diferencia al político A del crítico libertario D es su diferente concepción de la naturaleza humana: los hombres como esencialmente diferentes requieren que se adapte a ellos el modo de gobierno, para unos. Los hombres como esencialmente iguales deben ser todos liberados del gobierno de los titiriteros, para los otros. Los hombres según el político A deben progresar al exterior y regresar al interior en la medida de lo posible, o permanecer encadenados en caso de su imposibilidad para progresar. Ésta es la posición de Platón cuando distribuye a los niños en función de sus capacidades según el mito de los metales: los hay con alma de oro, de plata, de bronce y hierro. Esos son los capacitados para ser gobernantes, guardianes, comerciantes, artesanos y agricultores, y que actualicen su capacidad dependerá de la educación. La educación por sí sola no es suficiente, debe haber un «material» más o menos noble sobre el que trabajar, material que sólo se conocerá realmente después de que la educación, y el ulterior gobierno de la polis, hayan triunfado o fracasado. Pero según el crítico libertario este mito de los metales justifica una jerarquía natural inadmisible. Se diría que el libertario confía totalmente en la fuerza de la educación, siempre que ésta no tuviese como fin la consolidación del Estado. El presupuesto antropológico de la educación libertaria es que el estado natural de los hombres es el exterior de la caverna. Los hombres deben todos salir de la caverna para no regresar. La caverna no es un lugar para los hombres. Si llegado el caso el crítico libertario se negase a bajar, diese a los hombres por imposibles (no son auténticos hombres) e hiciese su crítica desde arriba y no enfrentado al político con un programa político se convertiría en una nueva figura: el nihilista o el místico. El místico interpreta el proyecto de Platón como un «ideal regulativo», como una «utopía inalcanzable» más que como una crítica interna a la política real que parte de sus condiciones materiales (la existencia necesaria de polis particulares, la falibilidad del gobierno, el papel de la ideología en la práctica política); su posición es un formalismo político.

III. Conclusión: los elementos de la caverna.

Por lo dicho hasta ahora podemos representar la situación de la caverna con los elementos del caso Köhler del modo siguiente:

   Ø  El Sol
Sombras proyectadasObjetos simuladosØObjetos realesLuz y calor
Las mercancías
Los ingresos
Los puestos de trabajo
La calidad de vida
Las guerras defensivas
La Declaración de Derechos Humanos
La Constitución
Los discursos oficiales
 
Ø
 
Las guerras por recursos e influencia
Las clases sociales
Los Estados
La Realpolitik
La Guerra
El Hombre
El Estado
La Ley
La Verdad

Pero la de arriba es la situación tal como la viven el liberado retornado = el político A, el porteador de objetos simulados = el crítico electoralista C y el liberado alternativo = crítico libertario D. Los individuos engañados están dentro de la caverna y desconocen el exterior. Ésta es la situación de la caverna para el preso encadenado = crítico constitucionalista B:

  La Hoguera Ø
Sombras proyectadasObjetos simuladosLuz y calor ØØ
Las mercancías
Los ingresos
Los puestos de trabajo
La calidad de vida
Las guerras defensivas
La Constitución
La Declaración de Derechos Humanos
Los discursos oficiales
 
El Tabique
 
 
Ø
 
 
Ø
 

Para los desengañados A y D y los engañadores C la Hoguera y el Tabique no son límites, por eso no están operativos en cuanto tales y representamos su lugar con un Ø. En cambio para los engañados lo que no está operativo es el mundo exterior a la caverna, un mundo más real y del cuál deriva el interior, por eso para ellos la Hoguera y el Tabique son los límites del conocimiento. Representamos con línea discontinua la «luz y calor» y sus fuentes (La Hoguera, El Sol), por entender que estas entidades no se agotan en sus objetivaciones, del mismo modo que el Estado o el Hombre no se agotan en los Estados y los hombres particulares, pues ambos tipos de entidades son de naturaleza diferente. Por lo demás con la ordenación de las columnas no pretendemos indicar, tal como se viene interpretando con frecuencia la doctrina platónica, que las entidades primo-genéricas o físicas deriven su naturaleza de las entidades tercero-genéricas o ideales. Tal ordenación obedece a la fidelidad a la letra de la narración de la caverna, ordenación isomorfa al célebre «símil de la línea», cuya lección no es tanto la prioridad ontológica de la Ideas sobre las cosas sensibles como la ininteligibilidad de las cosas sensibles sin el recurso a las Ideas, sin la salida de la caverna.

Está clara la diferencia entre A y D por un lado y C por el otro, en el sentido en que los tres viven la misma caverna pero unos como desengañadores y los otros como engañadores. Pero, ¿cuál es entonces la diferencia entre A y D, entre el político y el crítico libertario? Si recurrimos a los problemas antes analizados relativos a la universalidad del proyecto platónico y el papel de los guardianes, la necesidad del retorno a la caverna y la legitimidad de la mentira, podemos reformular el enfrentamiento entre el político y el crítico libertario del modo siguiente:

1º. Para el político A la universalidad del proyecto platónico está mediada por la realización efectiva de ese proyecto en unidades políticas particulares, necesariamente enfrentadas a las otras unidades en tanto entren en contacto. La universalidad es un hecho posible como resultado de la victoria de unas unidades políticas sobre otras, que serán absorbidas al ser su programa de gobierno más exitoso en lo que a conservación del Estado se refiere, del mismo modo que el buen gobierno del Estado depende de la victoria de los mejores candidatos a gobernar –los retornados a la caverna– sobre otros –los presos engañados, los titiriteros engañadores. Si los distintos Estados están en contacto (como es el caso desde que la cobertura política de la esfera terrestre está consumada) la conservación del Estado bien gobernado consiste en el éxito en no ser absorbido por otro Estado peor gobernado. No se puede mantener indefinidamente un equilibrio de Estados si unos son peor gobernados que otros, pues entonces es preferible el éxito de los bien gobernados sobre los mal gobernados. Tampoco se puede mantener un equilibrio de Estados igualmente bien gobernados, pues entonces lo imposible es que sean varios, ya que su mismo equilibrio consiste en su organización en una unidad superior, un nuevo Estado surgido de la unión, por acuerdo, de los anteriores. El fin del enfrentamiento, en todo caso, no puede ser sino la absorción o integración de todos los Estados en uno, que de acuerdo al proyecto platónico ha de ser el mejor gobernado.

El crítico libertario D, en cambio, entiende la universalidad del proyecto platónico como algo inmediato. Esa universalidad no se conquista históricamente a través del enfrentamiento entre los hombres organizados en Estados particulares. Esa universalidad está ya dada «en sí» en la humanidad como especie, pero su «para sí» no está mediado por el Estado sino por la libertad de los individuos en cuanto tales. La liberación de los hombres de las sombras de la caverna consiste, al contrario que en el caso del político, en la organización fraternal de los mismos al margen del Estado, en la recuperación de su estado natural. La política queda vaciada en la realización universal de la ética. La lectura libertaria del mito de la caverna no es política, sino antropológica: la caverna no es la polis mal gobernada, sino los hombres ignorantes y oprimidos. Su liberación es su salida de la caverna para encontrarse fuera con los que salen de otras cavernas.

2º Para el político A la necesidad del retorno a la caverna es estructural pues es la práctica política en que consiste la implantación de la filosofía. El conocimiento de la verdad no es completo hasta que se pone en práctica y se mide con esa práctica, por lo menos el conocimiento de las verdades que tienen que ver con la vida en común de los hombres. Mientras haya política, es decir, mientras haya Estado, habrá retorno a la caverna.

Pero para el crítico libertario D el retorno a la caverna es coyuntural, pues dejará de ser necesario en el momento de la total liberación de los presos y su permanencia en el exterior: cuando todos mantengan entre ellos relaciones libres. Pero mientras algunos permanecen presos ¿no están obligados los liberados a retornar y sacarlos? No más allá de la obligación ética, es decir, voluntaria. Es un acto de generosidad que realizarán los que, a falta de un nombre mejor y por sus resonancias activistas, llamaremos los «anarquistas»; pero otros no lo realizarán, los «místicos», esos filósofos formados al margen del Estado que permanecen en la contemplación «por no querer actuar, considerándose como si ya en vida estuviesen residiendo en la Isla de los Bienaventurados» (519c).

3º Para el político A la mentira es legítima en función de sus fines, si con su empleo se consigue un mayor efecto de verdad, como puede suceder con una narración mítica en lugar de una explicación demasiado difícil. Pero no se puede determinar a priori si lo mítico no será más engañador que lo demasiado difícil, pues depende de su inteligencia efectiva por el público. Para el crítico libertario D la mentira es necesariamente el recurso del titiritero C, es una continuación del engaño y la permanencia en la caverna. No se puede presuponer que algunos son incapaces de liberarse, que algunos tienen alma «de bronce o de hierro» y por tanto que su misión es subordinada con respecto a los gobernantes que tomarán por él mismo las decisiones que le afectan. Esa estratificación social fundada en la naturaleza es una legitimación de la desigualdad social y la opresión. Si la liberación es universal, la educación debe buscarla para todos, y no sólo para algunos, siendo el resto adiestrados para producir los bienes materiales que todos los integrantes de la sociedad necesitan. Tendríamos aquí una oposición entre el realismo de la estratificación «por metales», que implica la necesidad del constante retorno a la caverna y la persistencia de la organización estatal de los hombres, y el idealismo de la liberación por la educación, que implica la Humanidad como sociedad universal de personas existente al margen de la sociedad política. En una hipotética discusión entre nuestros dos protagonistas, el político podría acusar al libertario de iluminado, de haber sido cegado por la luz del exterior, de no reconocer su propia sombra, de creerse fuera de la caverna por el hecho de haber salido, de dispersar a los presos en todas direcciones para beneficio de los titiriteros que los reconducirán a la ilusión. Por su parte el libertario podría replicar al político que no es sino un nuevo engañador, que en el mejor de los casos ampliará el tamaño de la caverna, por desplazamiento del Tabique o por la anexión de otras cavernas, pero manteniendo la naturaleza de su estratificación.

La contraposición entre las verdades enfrentadas del político y el anarquista necesita del recurso a las Ideas, al «Sol» que ilumina la realidad: el Hombre, el Estado, la Guerra. Ideas que permanecen oscuras, foráneas a la inteligencia de los constitucionalistas, confundidas, por el quehacer de los electoralistas, en la aparente claridad y suficiencia de las cosas de «este mundo» que parecen autoevidentes: la Declaración de los Derechos Humanos, la Constitución democrática del Estado, los bienes del mercado, la calidad de vida.

Si reclasificamos las posiciones de la caverna según la idea de Imperio, como aquella unidad que el Estado busca en su intervención en otros Estados, tenemos al político A como el imperialista consecuente, que sabe de la necesidad de esta intervención para garantizar el funcionamiento de la capa basal del Estado (y dejamos aquí al margen la cuestión de la naturaleza «generadora» o «depredadora» tanto del imperialismo de Alemania y la OTAN en Afganistán, como del nuevo Estado platónico ante los bárbaros); el crítico constitucionalista sería un antiimperialista inconsecuente, pues pretende algo imposible: justificar la guerra sólo si es defensiva, es decir, si defiende la seguridad de los ciudadanos del Estado o sus recursos «internos», cayendo en el mito neofeudal de que la posesión de sus recursos, su «tierra», viene dada por naturaleza y no haber sido tomada a costa de otros pretendientes, o en la ilusión fundamentalista democrática de que los «pueblos» pueden llegar a acuerdos sin el concurso -actual o potencial- de la fuerza; el crítico electoralista sería un imperialista inconsecuente pues mantiene de facto la intervención bélica, a la vez por seguridad y por recursos, disfrazada como acción de naturaleza ética, generando en el electorado la doble moral, y por tanto la falta de virtud política, imprescindible para presentar como indistinguibles el ideal ético de fraternidad universal con el nivel de vida conquistado por un país desarrollado, ilusión que a medio plazo pone a ese electorado a merced de cuerpos políticos mejor organizados; y el crítico libertario sería el antiimperialista consecuente, si tal cosa fuese posible no para un hombre, sino para un ciudadano, necesariamente implantado en un cuerpo político determinado y enfrentado a otros. El antiimperialista consecuente sólo puede actuar contra el Estado, pero, ¿hasta que punto no es eso actuar contra sí mismo, en tanto ciudadano? Queda la salida mística, que en absoluto es una salida, salvo que viniese acompañada por la vida ascética y autárquica propia no de un hombre, sino «de una bestia o un dios» como diría Aristóteles.

IV. Apéndice. Las declaraciones de Horst Köhler.

Lo que sigue es el fragmento que ha generado la polémica. Está sacado de la entrevista concedida por Horst Köhler en la emisora Deutschlandfunk y retransmitida el 22 de mayo de 2010:

«Creo que este discurso es necesario para que por una vez se haga un recambio en nuestra sociedad acerca de cuáles son en el fondo las metas de esta misión. Y en mi apreciación la cosa es realmente así: nosotros luchamos allí también por nuestra seguridad en Alemania, luchamos allí en unión con los Aliados, con otras naciones sobre la base de un mandato de las Naciones Unidas, una resolución de las Naciones Unidas. Todo esto significa que tenemos una responsabilidad. Y me parece bien que en Alemania siempre se discuta acerca de esto con un escéptico signo de interrogación. Sin embargo mi apreciación es que en conjunto estamos en el camino también para que se entienda todo a lo ancho de nuestra sociedad, que un país de nuestro tamaño con su orientación hacia el comercio exterior y con su dependencia del comercio exterior debe saber que en la duda, en caso de emergencia, la intervención militar también es necesaria para salvaguardar nuestros intereses, por ejemplo vías comerciales libres, por ejemplo prevenir la inestabilidad de regiones enteras que con seguridad habrían de afectar negativamente a nuestras oportunidades de asegurar mediante el comercio ingresos y puestos de trabajo. Todo esto debe ser discutido y yo creo que no estamos en un camino demasiado malo.»{12}

Este es el fragmento que más eco ha suscitado en la prensa internacional. Pero si continuamos la entrevista hasta su final, veremos que las declaraciones siguientes también son de enorme interés:

«Ricke: ¿Debe Alemania también habituarse a que los soldados que están en un conflicto armado –algunos lo llaman una guerra– regresen de la misión a Alemania muertos?
Köhler: nosotros ya hemos tenido desgraciadamente esta triste experiencia de que los soldados hayan caído, y nadie puede excluir que tengamos que lamentar de nuevo pérdidas algún día. En relación con esto he podido convencerme en Mazar-i-Sharif de la auténtica profesionalidad y diligencia por parte del mando militar que existe tanto en la cuestión de la formación como de las necesidades logísticas. Pero habrá bajas otra vez, no sólo de soldados, sino más probablemente por accidentes de los miembros civiles que colaboran en la reconstrucción. Esta es la realidad de nuestra vida actual, donde nosotros hemos de tomar buena nota: se trata de un conflicto. En definitiva, por así decir, este es el precio que hay que pagar para salvaguardar los propios intereses.
Me resulta duro decirlo así, pero mantengo como inevitable que esa es la realidad que tenemos ante los ojos. Por eso mantengo esto con total normalidad también en la discusión sobre el concepto de guerra o de situación bélica o de conflicto armado, cuando los soldados en Afganistán hablan de guerra, y lo he mantenido también con total normalidad, por eso también en las conversaciones con ellos no he elegido ninguna otra formulación artificiosa.
Ricke: ¡Muchas gracias, señor Presidente federal!»{13}

Por último reproducimos la casi totalidad de la breve nota con que el Presidente federal comunicó ante la prensa su dimisión:

«31.05.2010
Mis declaraciones sobre la misión exterior del Ejército federal del 22 de mayo de este año se han topado con fuertes críticas. Lamento que mis declaraciones en una cuestión tan importante y difícil para nuestra nación pudieran llevar a malentendidos. Pero la crítica va tan lejos como para atribuirme que haya recomendado misiones del Ejército federal que no estarían amparadas por la Constitución. Esta crítica carece de toda justificación. Ella ha dejado mucho que desear el necesario respeto a mi cargo.
Por la presente declaro mi dimisión del cargo de Presidente federal –con efecto inmedidato. Agradezco a las muchas personas en Alemania que me han manifestado su confianza y han apoyado mi trabajo. Les ruego comprendan mi decisión.»{14}

Las razones que da Köhler para dimitir son pues que es falso que haya recomendado misiones militares no amparadas por la Constitución y que las críticas recibidas no son respetuosas con la dignidad de su cargo. Carecemos de toda la información necesaria para saber si estas razones emic son suficientes para explicar su acción (la dimisión sería un acto de patriotismo: un Presidente federal, Jefe de Estado en Alemania, no puede ser tratado injustamente y por eso abandona el cargo por el bien del cargo, como Sócrates asume su condena para demostrar que sí era un buen ateniense) o si habría que contar con la posibilidad de que, al constatarse cierto grado de impopularidad por parte de una institución de gran autoridad moral en Alemania, la mejor salida personal e institucional para un Presidente ya «quemado» sería la dimisión, también por el bien del cargo y de Alemania aunque no por patriotismo de su protagonista (contra esta hipótesis está el hecho de que la dimisión fue percibida como exagerada por parte de la clase política alemana). En todo caso estas distinciones sobre los motivos de la dimisión resultan indiferentes en relación con lo que nos ocupó más arriba: la polémica suscitada por las declaraciones sinceras de un político como ejemplo de la situación estructural descrita por Platón en su mito de la caverna.

Pero tampoco queremos dejar de hacer ver que la línea que separa al político del titiritero es una línea fluida e imprecisa, como fluidas e imprecisas son las cadenas de las que el libertario dice haberse liberado en relación con el constitucionalista. Lo que sigue son unas líneas de la sección «Datos biográficos» en la página oficial del Presidente federal alemán referidas a Horst Köhler. En ellas se nos muestra la finalidad imperialista de una potencia como la Alemania actual en el lenguaje ideológico de la corrección política:

«Ve a Alemania como un «país de ideas», capaz de trazar, unido y seguro de sí mismo, el propio futuro y que, asumiendo su responsabilidad, actúa como una fuerza para bien en el mundo y especialmente en la Unión Europea. En lo relativo a la política exterior, el Presidente Federal aboga por una globalización con rostro humano y reglas fiables. Por eso se implica especialmente en pro de la lucha contra la pobreza y en favor del continente africano.»{15}

Notas

{1} http://www.bundespraesident.de/Journalistenservice/Pressemitteilungen-,11107.664352/Erklaerung-von-Bundespraesiden.htm?global.back=/Journalistenservice/-%2c11107%2c1/Pressemitteilungen.htm%3flink%3dbpr_liste

{2} http://www.dradio.de/aktuell/1191138/

{3} Platón, República, VII 515c-517a. Usaremos para todas las referencias de esta obra la traducción de Conrado Eggers Lan en Editorial Gredos, Madrid, 1984.

{4} El Presidente federal «es el órgano constitucional que representa a la República Federal de Alemania a nivel nacional e internacional. En calidad de tal hace visible a través de su actividad y de su presencia pública la existencia, legitimidad, legalidad y unidad del Estado.
Así se manifiesta asimismo la función integradora y la función de control jurídico y constitucional de su cargo.» En http://www.bundespraesident.de/sp/El-cargo-del-Presidente-Federa/-,11144/Fundamentos-constitucionales.htm

{5} 373b-e

{6} 470b-471b

{7} 412d-e

{8} 499b-d

{9} 501a-c

{10} 5019b-520d

{11} 382a-d

{12} «Ich glaube, dieser Diskurs ist notwendig, um einfach noch einmal in unserer Gesellschaft sich darüber auszutauschen, was eigentlich die Ziele dieses Einsatzes sind. Und aus meiner Einschätzung ist es wirklich so: Wir kämpfen dort auch für unsere Sicherheit in Deutschland, wir kämpfen dort im Bündnis mit Alliierten, mit anderen Nationen auf der Basis eines Mandats der Vereinten Nationen, einer Resolution der Vereinten Nationen. Alles das heißt, wir haben Verantwortung. Und ich finde es in Ordnung, wenn in Deutschland darüber immer wieder auch skeptisch mit Fragezeichen diskutiert wird. Meine Einschätzung ist aber, dass insgesamt wir auf dem Wege sind, doch auch in der Breite der Gesellschaft zu verstehen, dass ein Land unserer Größe mit dieser Außenhandelsorientierung und damit auch Außenhandelsabhängigkeit auch wissen muss, dass im Zweifel, im Notfall auch militärischer Einsatz notwendig ist, um unsere Interessen zu wahren, zum Beispiel freie Handelswege, zum Beispiel ganze regionale Instabilitäten zu verhindern, die mit Sicherheit dann auch auf unsere Chancen zurückschlagen negativ, bei uns durch Handel Arbeitsplätze und Einkommen zu sichern. Alles das soll diskutiert werden, und ich glaube, wir sind auf einem nicht so schlechten Weg.»

{13} «Ricke: Muss sich Deutschland daran gewöhnen, dass Soldaten, die in einem bewaffneten Konflikt stehen - manche nennen es einen Krieg - auch tot aus dem Einsatz nach Deutschland zurückkommen?
Köhler: Wir haben ja leider diese traurige Erfahrung gemacht, dass Soldaten gefallen sind, und niemand kann ausschließen, dass wir auch weitere Verluste irgendwann beklagen müssen. Ich habe mich davon überzeugen können in Masar-i-Scharif, dass von der militärischen Führung wirklich jede Professionalität und Gewissenhaftigkeit sowohl in der Frage der Ausbildung als auch der Ausrüstungsbedürfnisse vorhanden ist. Aber es wird wieder Todesfälle geben, nicht nur bei Soldaten, möglicherweise auch durch Unfall mal bei zivilen Aufbauhelfern. Das ist die Realität unseres Lebens heute, wo wir einfach zur Kenntnis nehmen müssen: Es gibt Konflikte. Man muss auch um diesen Preis sozusagen seine am Ende Interessen wahren. Mir fällt das schwer, das so zu sagen, aber ich halte es für unvermeidlich, dass wir dieser Realität ins Auge blicken. Deshalb halte ich es auch nach der Diskussion über den Begriff Krieg oder kriegsähnlichen Zustand oder bewaffneter Konflikt für ganz normal, wenn die Soldaten in Afghanistan von Krieg sprechen, und ich habe es auch für normal gehalten, dass ich auch in dem Gespräch mit ihnen dann nicht eine verkünstelte andere Formulierung gewählt habe.
Ricke: Herzlichen Dank, Herr Bundespräsident!» Ver referencia en nota {2}

{14} 31.05.2010. «Meine Äußerungen zu Auslandseinsätzen der Bundeswehr am 22. Mai dieses Jahres sind auf heftige Kritik gestoßen. Ich bedauere, dass meine Äußerungen in einer für unsere Nation wichtigen und schwierigen Frage zu Missverständnissen führen konnten. Die Kritik geht aber so weit, mir zu unterstellen, ich befürwortete Einsätze der Bundeswehr, die vom Grundgesetz nicht gedeckt wären. Diese Kritik entbehrt jeder Rechtfertigung. Sie lässt den notwendigen Respekt für mein Amt vermissen. Ich erkläre hiermit meinen Rücktritt vom Amt des Bundespräsidenten - mit sofortiger Wirkung. Ich danke den vielen Menschen in Deutschland, die mir Vertrauen entgegengebracht und meine Arbeit unterstützt haben. Ich bitte sie um Verständnis für meine Entscheidung.» Ver referencia en nota {1}.

{15} http://www.bundespraesident.de/sp/-,11138/Datos-biogr-ficos-del-Presiden.htm

 

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