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El Catoblepas, número 101, julio 2010
  El Catoblepasnúmero 101 • julio 2010 • página 7
La Buhardilla

Socialismo en España

Fernando Rodríguez Genovés

Tras el derrumbe del Muro de Berlín, ¿el zapaterismo en España supone el canto del cisne de una nueva vía al socialismo real u otro canto de sirena de una ideología totalitaria que no ceja?

Socialismo en España

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¿Es socialista el gobierno socialista de Zapatero?

Que el partido socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, hoy todavía en el poder en España, se ha propuesto transformar el país en dirección al socialismo es afirmación que a muchos puede antojársele una extravagancia, una salida de tono, una exageración. Acaso no ayude a rebajar la contundencia del dictamen el pretender, para mayor abundamiento, probar su consistencia. Especialmente, en esta primavera/verano de 2010 en la que el Ejecutivo de Zapatero se ha aplicado, bajo la estricta mirada de las autoridades políticas y monetarias internacionales, a ejercicios de cintura, a rectificaciones en política económica, a dar bandazos. No está claro, con todo, que haya una renuncia explícita a la larga marcha al socialismo. Pero lo que resulta más grave –y nunca– debe olvidarse es que con Zapatero, mucha gente está «tragando» socialismo teórico y práctico como cualquier cosa, como un dulce veneno.

He aquí un asunto curioso, que, en su misma formulación, desafía los fundamentos básicos de la gramática y la lógica, a saber: un aserto –¿es socialista el gobierno socialista de Zapatero?– que, a primera vista, no pasaría de ser una constatación retórica y redundante, sólo excesiva por lo que contiene de reiterativo, sospecho que pueda sorprender a unos y hasta hacer sonreír a otros, cuando la cosa no tiene nada de gracia.

Afirmar sin más que la acción socialista del imperante partido socialista propende al socialismo, deja en el aire, en efecto, un eco de aliteración que presumiblemente no exigiría mayor atención ni insistencia en el tema. Lo mismo podría argüirse si decimos, a modo de comparación, que la sal está salada o que la gloria glorifica los espíritus. Sin embargo, henos ante asuntos públicos, de Estado y poder ejecutivo, y cuando uno anda por la arena política es fácil enfangarse y pisar en falso. Así de variable y versátil es el suelo sobre el que se asienta la cosa pública.

Después de todo, se dirá, además de «socialista», el PSOE también registra en su marca los términos «obrero» y «español», caracterizaciones a todas luces equívocas, cuando no impostoras o provocadoras. Bien lo sabemos: ni a toda cosa ni a todo hombre le corresponde el nombre. No juzgaré ahora, por tanto, la pertinencia de las siglas del partido de Zapatero («Zapatero remendón, en el nombre lleva el don»), sino la naturaleza y verosimilitud del desafío socialista que ha lanzado a toda la Nación.

¿De qué hablamos, entonces? Sucede que la transparencia y la neta certeza, inherentes a enunciados reafirmantes (analíticos, los denomina Kant) como los hasta ahora considerados, al ser trasladados al campo de la política pierden su inocencia original y la presunta neta evidencia para convertirse en materia vacilante, incierta y disputable. Declarar, genéricamente, que el Gobierno gobierna o el Parlamento parlamenta –enunciados aparentemente de la misma familia lingüística que los precedentes– provocará en quien lo escucha una probable turbación y aun regocijo, pues no constituyen verdades evidentes ni necesarias por sí mismas, sino juicios harto controvertibles, casi juegos de palabras. ¿De qué hablamos, entonces, cuando hablamos del socialismo del presidente socialista Zapatero?

La gravedad del envite socialista de Zapatero no debería ser disminuida o rebajada, ni tampoco frivolizada. No haber tomado en serio esta circunstancia acaso haya facilitado su avance y profundizado la hondura de su progresiva implantación. A la iniciativa socialista realmente existente de Zapatero debería, entonces, aplicársele la célebre sentencia que Aristóteles dirigió a la comedia: «por no haber sido tomada en serio, pasó inadvertida.» (La Poética).

El papel protagonizado por Rodríguez Zapatero en la escena política española, desde que fue elevado a la secretaría general del PSOE por medio de la plataforma socialista «Nueva Vía», ha dado pie a una estéril y necia disputa acerca de la sustantividad de su talante, pacifismo, feminismo, buenas maneras, progresismo new age, espíritu zen y demás paparruchas, que han distraído la atención sobre el problema real y principal: un presidente de Gobierno socialista que anuncia su propósito de la transformación de España en todos los órdenes. Un proyecto no sólo circunscrito al terreno propagandístico e ideológico, sino dispuesto a llevarse a la práctica en proyectos de actuación socializantes. ¿En qué dirección va dicha transformación extremosa y no ajena completamente a la violencia?

Todavía hoy, seis años después de convertirse en Presidente por accidente (como bajo su mandato han pasado a ser caracterizados los actos terroristas), múltiples voces, presuntamente con ánimo reprobatorio, lo juzgan como un sujeto desnortado, corto de miras, sin programa político ni ideas, incoherente, pragmático, oportunista, que no sabe lo que quiere o adónde va, que vive al día, que zapea por la política como un autómata sin voluntad, que sólo busca la foto y atiende al marketing, que únicamente busca permanecer en el poder ¡para no hacer nada!, que hoy dice una cosa y mañana la contraria; un personaje, a fin de cuentas, sin futuro ni recorrido. Aunque tal descripción aplicada a un jefe del Ejecutivo no dejase de implicar ya un hecho calamitoso de por sí, para la nación y la sociedad, cabe preguntarse además: ¿es eso todo?

A los miembros de los Gobiernos presididos por Zapatero desde el año 2004 suelen dedicarse, con intención asimismo demoledora, comentarios chanceros y desdeñosos, destacando, especialmente, su falta de formación y poca educación, así como su negación para la ciencia de la argumentación y el arte de la prudencia. A veces, incluso se les acusa de que son ociosos, que sestean y que, a la postre, no gobiernan. ¡Como si se desease lo contrario! A mi juicio, no son suficientes la sátira y la guasa, la crítica altanera y displicente, en la oposición al Gobierno socialista. Urge más crítica política y más réplica ideológica. Son necesarias, pues, más propuestas claras de crítica y alternativa al socialismo.

Llegados a este punto bueno sería recordar al más grande de los filósofos, Benedictus de Spinoza, cuyo pensamiento «enseña a no odiar a nadie, ni despreciar, ni burlarse, ni irritarse, ni envidiar a nadie.». A los hombres, en efecto, hay que entenderlos, saber lo que son y lo que hacen. Cuando este sabio consejo es desatendido u olvidado, especialmente por parte de dirigentes políticos con problemas de comunicación, buena parte de la acción humana está condenada a la esterilidad o al despropósito. Si no he logrado explicar hasta ahora con claridad lo que pretende decir, me serviré a continuación de la certera precisión conceptual de Baltasar Gracián, y seguimos adelante: «No puede ser entendido el que no fuere buen entendedor» (Oráculo manual).

Socialismo en España

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Una labor de zapa

Desde que José Luis Rodríguez Zapatero fijó su residencia en La Moncloa hace seis años, España ha sufrido un retroceso económico, político y cultural tan veloz y profundo que está llegando a afectar a su propia continuidad como nación y como sociedad desarrollada. Zapatero, ese señor que dice ser de León aunque en el fondo desea ser africano, ese dirigente socialista de alma laicista y vocación tercermundista, tiene un sueño. Nadie sensato ponga en duda que también alberga un plan. Nadie se llame a engaño ni se pierda en divagaciones o autoengaños.

Zapatero planea transformar España. Y en ese plan está. La vía socialdemócrata se le antoja poco ambiciosa y pacata. A la perspectiva de una España constitucional, organizada según un modelo económico capitalista, de libre mercado, moderna y atlantista, Rodríguez Zapatero le ha expresado su más profundo rechazo y una hostilidad no disimulada. A la España democrática y liberal le ha declarado la batalla. Entonces, ¿qué tiene preparado el actual Presidente de Gobierno socialista para España y los españoles?

Si la vía al socialismo significa en la práctica, entre otros rasgos, depauperación y despotismo; todo el poder para el Partido y neutralización de la oposición política; represión a la disidencia y a los críticos al Régimen; control gubernamental de los medios de comunicación, la enseñanza, la judicatura y los organismos oficiales; negación de la diferencia entre lo privado y lo público; crecimiento del Estado a costa del retroceso de la nación y la sociedad civil; intervencionismo y asfixia de la iniciativa particular; ensayos y pruebas de planificación económica; progresiva socialización en la organización interna de la empresas privadas; propensión a la regulación de precios y los mercados; ataque a la integridad, la libertad y la propiedad de las personas; impedimentos a la libre actividad de las empresas y de los trabajadores autónomos, fomentando, al mismo tiempo, el crecimiento del número de funcionarios…; entonces, algo no muy distinto del socialismo está extendiéndose entre nosotros. Algún tipo de socialismo de «nueva vía», alguna variación de «democracia popular» rancia, aunque con nuevos aires.

Zapatero está firmemente convencido de que la democracia («burguesa», «liberal») es un modelo político suficientemente flexible y maleable como para poder soportar convulsiones internas, remodelación del sistema de valores tradicionales y cambios sistémicos en sus bases socioeconómicas, sin que por ello quede afectada la solidez y continuidad de la entidad removida. En este caso, la Nación española.

En estos últimos seis años de legislaturas socialistas y laberinto español, se han dicho tamañas barbaridades, se han traspasado tantos límites, se han trasgredido tantos y tan elementales principios de normalidad democrática, con tanta naturalidad e impunidad, que serán muy difíciles de olvidar y todavía más de superar. Toda esta convulsión es llevada a cabo, para mayor abundamiento, dentro de una plena normalidad constitucional y ciudadana, con el consentimiento de la gran parte de las élites y una buena considerable proporción de gente corriente.

El statu quo socializante que está consolidándose en nuestro país lleva el marchamo de un camino sin retorno, de un viaje de ida sin billete de vuelta. Un camino comandado, ciertamente, por el PSOE de la Nueva Vía, pero –y esto es lo más grave y amenazador– compartido también, en gran medida, por el socialismo de todos los partidos. Hasta tal punto saben los socialistas lo que están haciendo, al diseñar y practicar una política que ha logrado ser contagiosa y no suficientemente contrarrestada por una oposición política y civil netamente antisocialista.

Desde el discurso de la primera investidura de Zapatero como Presidente del Gobierno, quedó claro, para quien quiera entender, que el referente de la nueva vía del PSOE ya no descansaba en el pasado «felipismo» –socialdemócrata, rapaz, oportunista y pragmático– sino el republicanismo socialista desenterrado de la Segunda República española en los violentos años 30, y puesto al día. En puridad, no puede ocultarse que el PSOE desde su fundación ha dejado tras de sí un turbio legado preñado de violencia, rudeza antidemocrática e inclinación a la conspiración y la insurrección, al menor síntoma de cambio… no socialista.

Tampoco olvidamos que un leit motiv del partido fundado por Pablo Iglesias ha sido su incorregible inclinación por la cleptocracia, el anticlericalismo, la corrupción y el sectarismo, pulsiones «progresistas» que por lo visto no puede corregir. Con todo, en la etapa histórica de la crisis de las ideologías, llama la atención encontrar un líder socialista empecinado en darle, a cualquier precio, una nueva oportunidad al socialismo real. Y eso es lo que nos pasa. De tan portentoso como es el fenómeno, muchos, afectos y desafectos al partido socialista, no se lo acaban de creer todavía. ¡Cómo puede ser! ¡Dentro de la Unión Europa! ¡A principios del siglo XXI! ¡Después de la caída del Muro de Berlín…!

Socialismo en España

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Un paso adelante y dos atrás: crisis y socialismo

La ideología socialista, causa de la miseria, la tiranía y la material destrucción de millones de personas en todo el mundo, es difundida y popularizada hoy en España con gran desparpajo. Hasta ahí nada anormal en una democracia, aunque, todo sea dicho, la propaganda nacionalsocialista sí ve prudentemente restringido su activismo. Resulta, sin embargo, más extraordinario que sean las altas instituciones del Estado («altas» en estricto sentido institucional y protocolario) las máximas animadoras del discurso propagandístico, sin cuidar un mínimo de formalidad o ceremonia. Aquí la ceremonia ha pasado a convertirse en espectáculo. Ministros de Economía y Trabajo lanzan soflamas anticapitalistas y atacan la actividad empresarial y los mercados sin el menor rebozo. El canciller de Exteriores establece estrechos lazos diplomáticos con caudillos de regímenes totalitarios de izquierda al margen de toda etiqueta o discreción. Inventan, con intención exclusivamente ideológica y sectaria, un Ministerio de la Igualdad… ¿Por qué no un Ministerio del Socorro Rojo? ¿O no será éste, camuflado, el Ministerio de Cultura? El propio presidente del Ejecutivo se define más «radical» en diversas materias políticas que sus propios ministros; por ejemplo, en política antinuclear. Al deslizarse por la pendiente del extremismo, se pierde sin remedio el sentido de la compostura y la medida.

El extremismo ideológico socialista hoy rampante no queda reducido al terreno del discurso circunstancial, a la soflama reservada para mítines y periodos electorales, práctica ésta tampoco extraordinaria en las democracias. Lo alarmante es que el extremismo sea puesto en marcha por medio de una acción de gobierno claramente facciosa, provocadora y –¡finalmente!– «rupturista» en el plano social, político y legislativo: ley de la Memoria Histórica, Estatuto de Autonomía de Cataluña, ley del Aborto, etcétera. Pero también en el económico: una política económica oficial despilfarradora, generadora de un gasto y déficit públicos gigantescos, de una deuda pública que está llevando al país a la quiebra, de una sociedad con millones de parados.

El extremismo es, en fin, llevado al paroxismo populista y tercermundista con el ominoso y oneroso, ruidoso e invasivo, «Plan E» de bordes y bordillos, que evoca, en materia y en forma, a una zafra cubana castrista o a prácticas de ocupación y empleo en los ya fenecidos Estados de socialismo real en la Europa del Este. Pero no hay que irse tan lejos. Hace décadas que semejantes planes locales y autonómicos de empleo socializadores (PER: pan para hoy, hambre para mañana; clientelismo de botijo) son habituales, y aun reincidentes, en determinadas regiones de España, como Andalucía y Extremadura, bajo administración socialista. Con el Gobierno de Zapatero, un plan –planificador y socializador, estatista y anticapitalista–, como un fantasma que da miedo, recorre España. Hoy en Comunidades como las citadas, una de cada tres personas es funcionario o empleado público; la otra, pensionista o con algún tipo de prestación social; la restante, trabaja…

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España y «La Roja»

Mientras tanto, el doctrinario socialista logra ser desplegado en la sociedad, merced a la fuerza de la costumbre y la repetición, como algo muy natural. Hasta la náusea. La «prensa del Régimen» y los media afines al Gobierno socialista –la práctica totalidad de medios de comunicación existentes–, reproducen machaconamente los eslóganes oficiales en una puesta en escena que presenta lo extremoso y faccioso como parte de una comedia de situación muy realista. A la selección nacional de fútbol se la conoce popularmente como «La Roja» y, venga o no a cuento, siempre hay quien menta lo de las «líneas rojas», para que los términos afines vayan sonando y resulten familiares. El Ministerio de Igualdad socialista ingenia una campaña de propaganda, presuntamente con el propósito de parar la violencia doméstica (o sea, «género»; esto es, «machista»…), bajo el lema «Saca tarjeta roja al maltratador». El caso, bajo cualquier pretexto, es sacar lo rojo.

Los propagandistas de la izquierda de hoy, con todo, crean poco. Les basta con buscar referencias en el pasado: «Por ejemplo, en un metagrafo que trata sobre la Guerra Civil Española, la frase con el sentido más claramente revolucionario es el fragmento de un anuncio de pintalabios: “Los labios rojos son bonitos”.» (Guy Debord y Gil J. Colman, Métodos de tergiversación).

Los «brotes verdes», la «energía verde», el «piensa en verde» y la «economía sostenible» inspiran los discursos más cotidianos, y aun la publicidad, tanto si están directamente relacionados con el ecologismo como si no. De hecho, ya es una realidad que buena parte de mensajes publicitarios de empresas relacionadas con la energía, la alimentación y el turismo, destacan, entre los primeros reclamos, que sus productos defienden el medioambiente como ningún otro.

Todo el mundo desea apuntarse también a lo «social», tomado como un valor añadido, a menudo sin saber el precio que cuesta. En los centros educativos, desde hace décadas, sencillamente impera un «único pensamiento»: progresista, pacifista, multiculturalista y de corrección política, sin poner el menor reparo al izquierdismo, el antisemitismo y el anticapitalismo. La mayor parte del cine producido en España en las últimas décadas, ya ni siquiera disimula su misión de «comisario político» de la cultura. Productos de este género son, nos guste o no, los que consumen millones de españoles todos los días. Sin apenas crítica y réplica que contrarresten sus efectos.

Sobre la España de la etapa Zapatero, ha caído una cortina, cada más espesa y tupida, y, por ende, más difícil de rasgar. Hoy en España, quién más quién menos, sin ánimo de estudiar ni trabajar, espera un subsidio, una «renta básica» (¡déme usted la «voluntad socialista»…!), para así ir tirando. Los más audaces aspiran a que les hagan funcionarios: no se cobra mucho, pero el empleo es para toda la vida. El Estado del bienestar descubre de este modo su verdadero rostro: la socialización de la mediocridad y la miseria en una masa popular clientelar. Y estamos comprobando ese efecto no sólo en España sino también en toda Europa.

Emprender, en cambio, proyectos empresariales; cultivar el espíritu emprendedor y un intelecto de primer nivel; entender la cultura en sentido abierto y universal, no sectario ni localista; competir con los grandes y estar entre los grandes; defender los espacios privados –y aun el íntimo– de opinión y acción, no subordinados al control gubernamental; conservar, en fin, la «especie civil» de individuo activo, productivo y creador, significa hoy en España, no ya un derecho a preservar o un valor a extender, sino una tarea heroica más propia de resistentes que, simplemente, de ciudadanos libres.

El Ejecutivo socialista juega con dos barajas: actúa dentro del sistema, pero para voltearlo. Amaga, acelera y rectifica en mil asuntos: un paso adelante, dos atrás. Pero, en lo esencial, no cambia de vía. Acaso si no ha ido todavía más lejos con su plan, ello se deba sólo a su incompetencia. Pobre consuelo, al fin.

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Conclusión o fin

¿Qué futuro aguarda a España por la vía que vamos? ¿Se avista un horizonte de socialismo realmente rampante o sólamente nos llevan hacia un régimen despótico populista, hacia una dictadura de izquierdas? Cuestión conceptual interesante, aunque no fantasiosa, ni siquiera reducida a lo especulativo. ¿Qué el socialismo en España sólo es de boquilla? Friedrich A. Hayek declaraba al respecto: «El control totalitario de la opinión se extiende, sin embargo, a dominios que a primera vista parecen no tener significación política.» (Camino de servidumbre). Entonces, ¿nuestro problema es de índole sólo nacional, política, cultural y espiritual o hay algo más? La negra sombra del totalitarismo no siempre es percibida por todos ni en todas las áreas amenazadas. Ni tampoco a tiempo.

El régimen socialista de Zapatero no se impuso el año 2004 por medio de una revolución, según marcan los cánones de la vieja vía. Aunque por medio de las urnas, tampoco fue propulsado al poder de manera incruenta ni en un contexto pacífico, sino en los días de tempestad que trascurren desde el 11 hasta el 14 de marzo de 2004, a raíz de los atentados terroristas en Madrid, todavía sin aclarar su autoría. Desde entonces, una larga sombra de duda, miedo e incertidumbre atenaza a gran parte de la población, turbada por una persuasión, casi del género «pánico milenarista»: si a los socialistas se les quita el poder en España, un nuevo y terrible «accidente» podría volver a suceder…

¿Que la etapa Zapatero pasará, como pasa un ciclón o remite una subida de fiebre? Probablemente sí, algún día. Pero, repárese en que el plan de Zapatero ha sido concebido no según un cálculo de duración medido en términos de legislaturas parlamentarias. Está proyectado para durar, no ya como Gobierno sino como «Régimen». No sé si de mil años o de cuántos lustros.

¿Está España en la vía al socialismo, con o sin Zapatero en el Gobierno? Se empieza por pervertir la democracia, por socializar y popularizar el mensaje totalitario, por arruinar la Nación, por corromper las instituciones, por extender la propaganda sectaria y contaminar a la sociedad, y ya tenemos vigente un régimen despótico incompatible con una España liberal.

El caso es que el presidente socialista Rodríguez Zapatero tiene un sueño. Lo ha anunciado y quiere compartirlo con la ciudadanía… El cumplimiento de ese sueño será, a la postre, de no ser contrarrestado en el terreno de las ideas y de la acción política, cuestión de tiempo.

 

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