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El Catoblepas, número 100, junio 2010
  El Catoblepasnúmero 100 • junio 2010 • página 13
Artículos

Aproximación heterodoxa a E. P. Thompson.
En la orilla del marxismo y en el centro de la virtud

Eduardo García Morán

Se analiza la trayectoria profesional y personal del historiador británico E. P. Thompson, cuyos estudios acerca de la clase obrera y la sociedad en general contribuyeron a la edificación de la historia económica y política de la modernidad europea

E. P. Thompson en el Glastornbury CND Festival, la tarde del sábado 23 de junio de 1984
Arenga de Edward Palmer Thompson (1924-1993) a los asistentes del Glastornbury CND Festival, la tarde del sábado 23 de junio de 1984

1. De no errar cuando dice que La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), de E. P. Thompson, es «clave para la historia social»{1}, Hernández Sandoica estaría dando el código alfanumérico para desvelar aquello que supuso la contribución más sobresaliente de Thompson a partir del marxismo –luego veremos sus otros ‘apoyos’ y la reinterpretación que acometió el historiador británico de algunos planteamientos de Marx y Engels– y muy específicamente del materialismo histórico y lo que implica, a saber: un armazón racional de muy complicado abordaje con intención destructora{2}. También, de ser plenamente correcto que «The Making es un estudio sobre la formación de la clase trabajadora en Inglaterra desde 1970 hasta principios de la década de 1830 y la aparición de la conciencia de dicha clase, que habría de culminar en el cartismo, el primer partido político de la clase trabajadora… [y acerca de la aparición de esa clase trabajadora:] Los mismos historiadores marxistas [no sólo los ‘burgueses’] han escrito con frecuencia como si la clase trabajadora fuera una mera creación de los nuevos instrumentos de producción relacionados con la revolución industrial»{3}, Thompson, en su esfuerzo reiterado por comprender y explicar después, con denuedo y pasión en cursos para adultos, cómo aparece la clase trabajadora, habrá de poner énfasis, a juicio de Kaye, en los aspectos culturales, y no solamente en los económicos.

Con ser todo esto de suma importancia, sin prejuicio de otras consideraciones que serán igualmente contempladas en este boceto de la trayectoria intelectual de Edward Palmer Thompson, nosotros añadiremos un punto, capital o excepcional, en esta visión general, que es el de la virtud. Porque sobrevolando los esfuerzos y, en cada caso, las capacidades intelectuales de unos y otros, los marxistas, en número más elevado de lo deseable, no han dejado de ser tentados por la vida de la burguesía a la que combatía, en un ‘acto reflejo’ animal{4} y, como tal, difícil de censurar –la censura tampoco la extendemos a la consecuencia inevitable: la contradicción, que es al hombre lo que la velocidad al guepardo o el Nilo a Egipto. Por ello, cuando surge un espécimen que logra superar la opugnación, aunque sea mal que bien, que se sitúa las más de la veces en el margen de la constante, hemos de resaltarlo, elevando la hazaña a categoría, que es una de las tareas principales que emprenderemos en las páginas venideras, al lado de las categorías citadas por Elena Hernández Sandoica y Harvey J. Kaye, entre otras varias que incluyen, asimismo, como no debería de ser de otro modo por tratarse éste de un opúsculo, la crítica a algunos planteamientos de Thompson, el hombre que practicó la virtud{5}. Nos caben pocas dudas: Thompson persiguió los hechos, las plasmaciones de las ideas, porque estaba harto de las sempiternas desigualdades, de aquí que su propia vida estuviese zarandeada por la realidad: abandona la universidad, enseña a los adultos, participa y lidera manifestaciones, se opone activamente a las armas nucleares, pasa por momentos económicos malos… Sin embargo, a la par, Thompson no se desembarazó del utopismo: «La formación de la clase obrera en Inglaterra… era una intervención consciente en el largo proceso de la construcción de la clase obrera desde arriba, lo que equivalía también a un intento por reconsiderar toda comprensión de la conciencia de clase o de la identificación del agravio y del poder potencial de la clase desde abajo»{6}. ¿No era esta maravillosa utopía fruto de su desconsuelo por la derrota de los obreros y del comunismo a manos de la burguesía y del liberalismo? ¿Y qué decir de su apuesta, desde su filiación a William Morris, por la educación de las masas en la búsqueda del deseo de una sociedad libre de necesidades? No es ya que esta visión morrisiana del deseo, con aditivos románticos, sea repelida por el marxismo desde la teoría del conocimiento, es que supone, desde nuestros postulados materialistas, una ofuscación de proporciones considerables, un desatino que, sólo desde él, invalidaría el trabajo de Thompson, y ello procediendo a la operación matemática de restar el psicologismo de Morris, que piensa y escribe desde una fortuna personal sencillamente repugnante.

Ahora bien, justamente la actitud ante la existencia y cómo la practicó –acabamos de anunciar varias de estas prácticas–, además de algunas de sus aportaciones al marxismo y al estudio de la clase obrera británica, punta de lanza para nuevas tendencias historiográficas, validan absolutamente a Edward P. Thompson y constituirán las coordenadas de la aproximación clasificatoria, y heterodoxa, que pretendemos marcar con línea grueso. De esta suerte, queremos aquí trazar unas posiciones ideológicas específicas que, empero, se razonan con detalle, lo que no implica la laminación del sujeto, que es imposible. Tampoco nos desligaremos del todo del ‘academicismo’, fundamentalmente los puntos donde se habla del marxismo de Thompson y la historia de las clases oprimidas y deprimidas.

2. Cerca de un tercio de los niños menores de cinco años del planeta padecen desnutrición, y de ellos, alrededor de cinco millones, fallecen al año a consecuencia de la falta de alimento o de su escasez{7}. La burguesía, la «fea burguesía»{8} (en España supera el tercio de las personas que trabajan, según datos de Vicente Navarro, que engloba a la baja, media y alta burguesía y a los profesionales liberales particularmente afortunados), es la responsable primera de esas muertes y de esos padecimientos, de lo que colegimos que la burguesía es genocida{9}. En una carta dirigida a Kolakowski, Thompson le dice que «no añadiré a sabiendas ninguna palabra a las comodidades de esa vieja bruja{10} con muchos años a cuestas, el capitalismo de consumo»; y prosigue: «Conozco bien a esa bruja en su naturaleza original; ha engendrado guerras mundiales, imperialismos agresivos y raciales y es copartícipe de la triste historia de degeneración socialista»{11}.

Gracias a su esposa, Thompson pudo sobrevivir en algunas fases de su vida. Tras dejar la universidad, sus conferencias, artículos y libros no siempre daban lo suficiente. Su dedicación a la enseñanza de adultos y, tras su salida del Partido Comunista después del 56 (se abordará este episodio en el punto 5), su implicación activa en el desarme nuclear, ocuparon buena parte de su tiempo. Comprendía, a propósito de las armas atómicas, que la humanidad había dado el paso hacia su extinción, hacia el «juicio final». En la escalada de su protesta, paralela a la armamentística, 1981 sería para él un año emotivo: consiguió reunir un buen día, en Trafalgar Square, a unas 250.000 personas, y ante ellas gritó: «Contra el reino de la bestia, nosotros, testigos nos levantaremos». Estamos ante un Thompson que sólo era superado en popularidad por tres damas: la de hierro, la monarca eterna y la madre de ésta, de larga vida también. La Fundación Bertrand Russel y la Campaña por el Desarme Nuclear constituyeron dos de sus labores pacifistas.

Escrupuloso en la docencia, que entendía como tarea seria, y exigente con sus textos, todavía siendo el mayor experto de la sociedad inglesa del siglo XVIII, consideraba –¿con Sócrates?– inseguro «su conocimiento de la historia demográfica, económica, industrial y social»{12}; por eso, cuando su salud estaba ya quebrada por el ataque de más de una enfermedad grave, prosiguió reduciendo sus ‘inseguridades’ y pudo publicar Costumbres en común (1991), «un hito historiográfico»{13}, y todavía pudo acabar otro libro sobre Tagore (la poesía le apasionaba) y un tercero sobre Blake, empezado varias décadas atrás y que se publicaría tras su muerte en 1993.

La virtud de este hombre, que, como veremos en páginas posteriores, le llevaron a replantearse varios postulados marxistas, creemos que equivocadamente, al menos, algunos de esos varios, se anteponía, anclada en sus concepciones morales y éticas{14}, a su bienestar y a la ‘clase’ a la que pertenecía –profesor, con sus implicaciones sociales relativas al prestigio, la autoridad, etcétera, etcétera–; de ahí que mentase la justicia que, para E. P. Thompson, de acuerdo con nuestra particular e interesada lectura, no andaba lejos de ser un sistema de valores para frenar el egoísmo y la avaricia, y la educación, para levantar un formidable muro frente a la ignorancia. Ante ellas, la libertad es una subordinada porque de no ser así reproduciría desigualdades. Equivaldría a una justicia como areté, sensu stricto ser lo mejor posible uno en su realidad vivida y en relación con los demás, que es donde, en esa sociedad de hombres, la areté se transmuta en justicia y se desprende del miserable afán de lucro y de los móviles utilitarios. El devenir de Thompson, es lo que creemos y lo subrayamos de nuevo porque es central para ponderar luego, lo que de ponderable haya, su labor intelectual, que otros, con trabajos incluso más sesudos, y por consiguiente más encumbrados, ofrecen unas vidas chocantes con sus reflexiones teóricas y que no son reseñadas, y sin que esto sea entendido como necesario en una investigación histórica, que probablemente no lo es, pero que, cuando se da una equivalencia tan acusada y ejemplarizante entre teoría y práctica, nos parece, ha de ser comentada; el devenir de Thompson, decíamos, se enmarca en la definición que hemos propuesto de la vieja palabra griega areté. En síntesis, el que naciera siete meses antes que Bueno, fue un ‘verdadero profesor de izquierdas verdadero’{15}.

La tentación es irresistible: apelando a su amor por la poesía (Thompson quería ser poeta antes que historiador), transcribimos uno de sus poemas, recogido por Palmer{16}, como testimonio del ‘dolor’ que de su ‘alma’ se había apoderado, de su implicación con los desposeídos:

«Sobre las luces del pueblo observo este crimen,
Cruel y extraño, desafiando toda comprensión,
Asesinando calles enteras de hombres, hundiendo sus nudillos puntiagudos
En los ojos de quienquiera que venga. El hombre, por sus propias manos,
Evolucionó en el hombre de negocios, dentro de cuya mente
Los colmillos de la posesión royeron todos los lazos hasta
Hacer pedazos al hombre, que se fue dividiendo de yo en yo,
El cerebro, codicioso, amputando las manos, creativas.
Ahora el crimen, la compasión, han llegado al lugar llamado elección.
Por fin oigo la voz de la resolución, muy alta
Desde las lápidas y las madrigueras, los campos donde pacen las ovejas,
Desde los parteluces de las ventanas, las moles iluminadas de los molinos,
Y los vivos asesinados en sus calles. En las llamas de un gélido azul
Desde las velas de junco de quienes manejan los telares se proyectan las heroicas sombras:
Mellor en el molino de Cartwright: Jones en el estrado: nombres
Que se funden con las sombras anónimas, dando forma al hombre que ocupa
Todas las habitaciones de la casa humana, abre las ventanas, permanece allí
Templando los vientos del espacio en sus piadosas manos».

El resultado de lo antedicho y de su revisionismo fue la marginación durante tiempo de un Thompson que escribió que «he sido consciente, a veces, de que escribía contra la autoridad». Sus artículos periodísticos y científicos corrieron parecido destino que el de sus evocadores libros, con algunas excepciones, como la de Hobsbawm con respecto a La formación de la clase obrera en Inglaterra. En los conservadores años 80, y empezamos a transitar el puente que une el campo explorado hasta aquí (en el centro de la virtud, que se dice en el título) con el campo de la teoría política y social (en la orilla del marxismo), Thompson fue uno de los malditos de la Nueva Izquierda porque, como puso de manifiesto Perry Anderson, fue un historiador político que sacaba conclusiones para el socialismo del siglo XX. Por su lenguaje populista, Anderson puso el acento sobre el «contraste sorprendente que hay en Thompson como intelectual socialista, entre la brillantez y la riqueza de su imaginación como historiador, y la pobreza y abstracción de su inteligencia como analista político»{17}.

No sabemos hasta qué punto esta deficiencia notada por Anderson es cierta, sin embargo resta por demostrar, si es posible hacerlo, que más bien parece que no, que no es cosa baladí, pues ya está bien, antes como ahora, aunque es en el presente, según registramos y no precisamente a la ligera, de hablar de forma absoluta, ignorando las gradaciones; así, solemos decir que «el hombre es libre», por sacar a colación un tópico frecuente y que tanto juego da en la historiografía, y más concretamente en la Nueva Historia. Y no deseando nosotros caer en el recurso del absoluto, por lo expuesto y por nuestras posiciones intelectuales, que en algo sólido hay que poner los pies para no hundirse en la ciénaga-mundo, y si ese algo propende a arrebatar lo hurtado desde el comienzo de la Historia (hasta su final, que sólo será con el final del hombre: este matiz es para que la sombra de Fukuyama no nos alcance), no es una mala manera de no estar imbricado totalmente en el largísimo período cleptómano. No queriendo, pues, caer en el absolutismo, y como contrapeso (¿por qué no?, ¿no es acaso costumbre el uso de la balanza, que hasta ese dios judeocristiano, nada ajeno por otra parte a la revolución monoteísta emprendida por Akenathón, unas cuantas centurias antes que el egipcio Moisés, que de judío tenía tanto como Hitler de ario –¿era semita el abuelo paterno del austriaco que contrajo una sífilis en su juventud que le ascendería al reino de la locura?; esto es: ¿hasta qué punto se puede sobrevolar la química, o la biología, o la psicología?–), ahí está el internacionalismo de Thompson, su conciencia verdadera, su solidaridad con la clase trabajadora, con la «gente corriente». O la huella que en él dejó su padre con el rechazo idealista antiimperialista respecto a la India. O las consecuencias de la Guerra Civil española, y del nazismo: admiración al Ejército Rojo y al sacrificio soviético, que le ‘facilitaron’ el ingreso en el Partido Comunista británico, cuando estudiaba historia en Cambridge, en la década de los 40. Lo crucial para nuestro comprometido historiador, tras el 45, era «la desesperada necesidad de evitar una repetición de la carnicería fascista»{18}, o sea, elevar la moral a categoría primaria para que arbitrara definitivamente entre los hombres{19}. Y pronto encaró una vía distinta a la del PC, tras leer y trabajar los textos de William Morris. Morris es el epicentro del terremoto que le sacudió y que le situó en territorio disidente{20}.

Coraje no es un inadecuado término para aludir al propósito de Thompson, y de una validez asombrosa hoy, de considerar algunas posiciones de la izquierda occidental. Y William Blake vendría después a auxiliarle con su crítica moral del sistema socioeconómico. Morris y Blake le ‘empujaron’ a rechazar al Partido Laborista y su reformismo y a construir otra izquierda que hiciera la revolución.

Formar para la revolución, para que se hiciera ya, sería uno de los mensajes que más desconcertaron a sus homólogos y, naturalmente, lo aislaron; por eso, fundamentalmente, Thompson, «pese a que tenía buenas mercancías que vender en él [en el mercado del consumo cultural]{21}, se decidió por estar «resueltamente no-institucionalizado», en palabras de John Brewer, no adscrito a un ‘clan’ proveedor más de títulos universitarios y menos de conciencia histórica{22}.

3. Bien. Nos sumergimos por fin en el núcleo central de la teoría thompsoniana (sin que ello excluya referencias puntuales a la moral y a la honestidad cuando sea preciso), cuya ‘línea de tensión’ es la clase trabajadora inglesa, el marxismo y sus críticas a Marx, a Engels y a marxistas de su tiempo, especialmente a Althusser, que le sitúan, a nuestro modo de ver, en la orilla del marxismo. Por nuestra parte, haremos a su vez una crítica a aquellas posturas de Thompson que nos resultan insostenibles.

Sin dogmatismos, Thompson emprende una vía comunista de tono libertario, no anarquista, revolucionaria, que le lleva a hacer una historia «comprometida» dentro de un «proyecto político», una historia que se puede calificar «desde abajo». En efecto, este historiador y comunista británico, con los mimbres referidos y otros muchos que irán apareciendo, construirá el mejor discurso socialista de Europa, a juicio de Perry Anderson.

El marxismo inglés, de una intensidad, ya desde el siglo XIX, menos acusada que en el continente, para desesperación de Engels (el movimiento revolucionario marchaba en paralelo: lento), se volcó en los aspectos histórico-políticos, obviando en gran medida los económicos y filosóficos. Fue el compromiso con el presente y con la libertad el rasgo más llamativo de Thompson y los historiadores de su época. Thompson, en Miseria de la Teoría, ratifica esta vinculación al marxismo histórico al asegurar que los «capítulos históricos» de El Capital fueron el catecismo de los historiadores británicos; y en torno a la libertad, la teoría se desplegó para dar sentido al sujeto práctico, sujeto que se hizo sujeto de estudio preferente.

La moral, armada de su mejor espada, el valor; la inteligencia, con la suya, la de Marx, y la fuerza de la clase obrera, le sirvieron para armarse ‘espiritualmente’, con la lanza de la justicia siempre por delante. A todo esto hay que sumar el viraje que dio a su concepción tras los sucesos de 1956, que le abrieron a la ingenuidad, el utopismo y el romanticismo del método morrista de ‘apropación’ de Marx y le ocultaron el edificio del socialismo científico de Marx y Engels, y «Thompson optó entonces por un socialismo romántico que insistía en la validez de la imaginación y de la función moral. Morris iba, por tanto, a convertirse en el punto de vista privilegiado desde el que valorar el marxismo»{23}; pero fue una opción que no implicó confrontar a Morris con Marx, «sino contra Stalin»,{24} no en balde «era un materialista histórico, profundamente influido por Marx», a juicio de Perry Anderson, aunque interponiendo un aviso a lo grande: «Marx está de nuestro lado, y no nosotros del lado de Marx», según Morris.{25}

Cuando nos referíamos a la honestidad de Edward Palmer Thompson estábamos pensando en cómo no giró la cabeza cuando se le reveló la naturaleza de la ‘obra’ de Stalin, teniendo muy presente que, y junto a sus camaradas británicos, era un defensor empecinado del estalinismo. Tampoco olvidamos su moralidad{26}, exacerbada, escrupulosa, a disposición de su tarea intelectual, que provocaría una determinada manera de ver lo que escribía Marx, de cuáles eran sus argumentos, no de ver a Marx, de donde resultaría su adhesión a La ideología alemana, a la Miseria de la filosofía y al Manifiesto del Partido Comunista, es decir, al sociólogo alemán de 1844 a 1848, y sus reservas a muchas páginas de El Capital (y otros ensayos, que leyó en clave de un Marx que rehuía el conocimiento unitario de la sociedad), auténtico ‘padre’ de una teoría económica más, pretendidamente científica, incapacitada para escudriñar las sociedades y la historia. Thompson abraza el materialismo histórico y elude la forja de la estructura y, en consecuencia, su tarea hercúlea será el examen clasificatorio, crítico, de Marx. Esta visión es puesta en jaque por Perry Anderson, quien argumenta que los tres escritos referidos anteriormente, los de los años 40, «no poseen todavía los conceptos históricos básicos que constituirán la pieza angular de la teoría del materialismo histórico: las fuerzas y las relaciones de producción»{27}. Anderson esgrime a Göran Therborn, que mostraría cómo las fuerzas y las relaciones de producción serían producto de un proceso intelectual de Marx, no de una súbita inspiración entre el 44 y el 48. «La importante innovación de las ‘relaciones sociales de producción’, que no puede encontrarse en la economía política clásica, no tiene lugar hasta la Miseria de la filosofía [esta expresión está mal utilizada aquí, quizá sea responsabilidad del traductor: sólo se debe emplear el «tiene lugar» cuando, a continuación, se cita precisamente el lugar], y no adquiere pleno sentido hasta los Grundrisse; ambos términos son formalizados por primera vez en el Prólogo de 1859. Este descubrimiento teórico progresivo hizo finalmente posible en El Capital la investigación a gran escala de un nuevo objeto histórico: el modo de producción capitalista. La actividad de Marx a partir de 1848 no se alejó pues de la historia, sino que profundizó más ella»{28}.

Existe una corriente caudalosa de ‘pensadores’{29} que, sistemáticamente y sin entrar a valorar en modo alguno la cuestión, inclusive en casos particulares, repudian el determinismo de significativos elementos constitutivos del hombre y, por encima de él, de la vida. Como es inoportuno desplegar aquí nuestra teoría de respaldo al determinismo (sólo diremos que la cuestión de la libertad –nos remitimos a lo escrito en el punto 2, donde hubo un cierto consenso con la postura del profesor Francisco Erice– se le parece), compleja y de difícil aceptación y que, además, a estas alturas de nuestras vidas y ante las reiteradas muestras de incredulidad por parte de unos interlocutores nada dispuestos ni siquiera a escuchar, ya no nos interesa defender, basta con decirlo (la defensa) y añadir al fardo de los equívocos de Thompson su recelo enorme a que un elemento-pilar, la economía (comida + apareamiento + territorio + codicia –que es exclusiva del Homo sapiens: mostramos nuestra condición hasta cuando nos autocalificamos– + agresividad innecesaria –también exclusiva– + poder –exclusivo–: no le sentaría mal al historiador hojear tesis del tipo La estructura de la teoría de la evolución, de Stephen Jay Gould, Tusquets, Barcelona 2004, no vaya a ser que la especialización produzca ceguera, sin que con ello queramos tener ‘la razón’, que la anterior operación matemática de la suma no deja de ser un ejercicio imitatorio de E=m.c2; mas dejémoslo ya, que hemos de hacer historiografía), sea, él solo, suficiente para explicar la falsamente compleja sociedad. Thompson se negó a que no fuesen contemplados, en el mismo plano, otros factores: algunos de los cuales, muy potentes, estarían englobados en el círculo de lo ‘cultural’{30}. Pero el viaje hacia el precipicio lo constituyó la deriva de esta teoría, la indistinción entre base y superestructura{31}.

Thompson, entonces, propone, con la convicción de un místico, que el marxismo es una teoría de la historia desprovista, consecuentemente, de huellas científicas apreciables. En concreto, Kaye{32} cita The New Reasoner, de Thompson, donde éste «presenta sus objeciones al modelo base-superestructura. Señala que, a pesar de que Marx y Engels siempre ‘han tenido presente [la] interacción dialéctica entre la conciencia social… y el ser social’, la metáfora base-superestructura redujo [su] concepto de proceso a un torpe modelo estático. Es más, es un ‘modelo malo y peligroso, ya que Stalin lo utilizó{33} no como un modelo de hombres que evolucionan en sociedad, sino como un modelo mecánico, funcionando semi-automáticamente e independiente de toda acción humana consciente». Y seguidamente: «En 1961, en una recesión sobre el libro de Raymond Williams, The Long Revolution, … propone que Williams olvide su vocabulario de ‘sistemas’ y ‘elementos’, que los marxistas abandonen su metáfora de la base y la superestructura y la noción determinista de ‘ley’, y que ambos reconsideren el concepto de ‘modo de producción’. Citando a Alisdair MacIntyre, escribe que ‘lo que… hace el modo de producción es proporcionar… un núcleo de relación humana a partir del cual todo lo demás crece». Thompson, según esto, se alejó del economicismo y abrazó el culturalismo, el humanismo marxista, donde la experiencia y la conciencia han de ser tenidas presentes si se desea tener una clase obrera. Es decir, existen esferas sociales potentes que determinan. La contingencia es opuesta al determinismo. En nuestro ‘reino’: la historia se liberaba de la economía, tenía también trono, al lado de otros tronos sociales.

En un intento, para nosotros problemático, de dar la mayor credibilidad posible a Thompson, aunque con algunas reticencias, Ellen Meiksins Wood{34} estima que

«El propio Thompson, a pesar de sus reservas respecto al Grundrisse de Marx, hace una distinción que resume muy bien el enfoque de Marx. La ‘profunda intuición’ del materialismo histórico tal y como lo concibió Marx, según Thompson, no es que las sociedades capitalistas sean simplemente ‘el capital en la totalidad de sus relaciones’, sino más bien ‘que la lógica del proceso capitalista haya encontrado una expresión dentro de todas las actividades de una sociedad y ejercido una presión determinante sobre su desarrollo y forma: de aquí que nos autorice a hablar de capitalismo, o de sociedades capitalistas’. Existe una diferencia crítica, continua, entre un estructuralismo que sugiere una ‘Idea del capital desarrollándose’ y el materialismo histórico, que tiene que ver con ‘un proceso histórico real».

Aparte de que este párrafo no ilustra del todo mal el pensamiento de Thompson acerca de su ‘humanismo’, lo hemos trascrito para que entrase en escena Althusser. Veamos. El esfuerzo por ‘fijar’ el marxismo llevó a Thompson a la impugnación tajante de Althusser, que trataba de reelaborar la controvertida dicotomía entre base y superestructura por medio del estructuralismo, que situaba al hombre en un rincón de la ciencia social{35}; desde Marx, nuestro humanista (sensu stricto) historiador defendió el compromiso concreto y material y rechazó con idéntica energía la filosofía del francés arguyendo que se trataba de una ideología que era más una teología que cualquier otra cosa. «En 1973 –recuerda Palmer{36} refiriéndose a Thompson– estaba contento de proclamar su lealtad a la tradición marxista aunque fuera como un ‘proscrito’; su base de comprensión intelectual y política había cambiado con su análisis del mecanicismo althusseriano en 1978. En un lado del marxismo, se encontraban la razón, el materialismo, la investigación empírica, la crítica abierta, las inquietudes morales, los valores humanos y un diálogo entre la conciencia y el ser, el pasado y el presente; en el otro lado, estaban dispuestos la teología, el idealismo, la cerrazón y la negación virulenta de la historia misma y de cualquier apariencia de acción y de elección en su desarrollo».

Miseria de la Teoría sería la vía de ataque a Althusser, y hubo guerra, como quería Thompson, en la que estuvo casi solo y en una situación personal muy difícil: había dejado la universidad y sus ingresos, mediocres, venían de sus escritos y conferencias. Al final de las batallas, quedó malherido y dio por finalizado «su compromiso con el marxismo, tras décadas de duración. Cuando terminó su libro sobre Althusser, y el marxismo teórico cerró los muchos libros que había sobre él, magníficamente financiados y elegantemente encuadernados, Thompson estaba irrevocablemente distanciado del marxismo por primera vez en su vida adulta»{37}.

Será en Miseria de la Teoría donde Thompson cometerá varios desatinos, en estimación de Anderson{38}. Thompson hace equivalentes historia y pasado y materialismo histórico e historiografía, identificado igualmente el materialismo histórico con la historiografía marxista, pero

«si recordamos la obra de Marx y Engels, observamos que la constante identificación que hace Thompson de la historia con el pasado, del materialismo histórico con la historiografía, les era completamente ajena. Pues el materialismo histórico era también para sus fundadores ‘socialismo científico’, es decir, una empresa para entender el presente y dominar el futuro, un proyecto político acorde con la idea de la revolución proletaria. Desde esta perspectiva el materialismo histórico no se limita al pasado: ni siquiera se concentra abrumadoramente en él. La historia de la que trata es el presente en una medida equivalente, cuando menos. De hecho, ¿hacia qué otra cosa está orientado El Capital

Cuando Lacan habla con Juanito sobre las bragas de su madre{39}, el lenguaje, la búsqueda de sus leyes internas que estructuran todas las estructuras que afectan a la vida del hombre (aquí Saussure, y desde él, el estructuralismo de Lévi-Strauss, Althusser y Lacan), es la clave para desentrañar el distinto significado que tienen, las bragas, para el niño de cinco años de estar colgadas o llevarlas puestas la madre. «¿De qué coño habla Jacques?», podría haberse preguntado indignado Derrida, o Lyotard, o Foucault, o Baudrillard, cuando lo real está en las historias de los «diferentes», tapadas por un poder que ha conseguido disolver las clases, no en el ‘puto’ lenguaje (medio propicio para la ideología, añadimos nosotros). «Los diferentes interesan, pero no permitiré que sea una excusa para soterrar el materialismo histórico», tal vez respondería cualquiera de los primeros integrantes de la Nueva Izquierda, que no de los posteriores, alentados por Thompson. Porque éste, que afirmó la necesidad de la conciencia para que la clase existiera realmente, no la desvinculó de las condiciones materiales. Porque, y volvemos a apelar a los riesgos de los absolutismos, ni Lacan debe de ser ‘encadenado’ en su devenir intelectual completamente al lenguaje, ni Foucault a las camisas de fuerza, ni Thompson a un romanticismo-humanismo que le había «irrevocablemente distanciado del marxismo», como creyó Plamer.

Cuando sostenemos que Thompson se ubica en la orilla del marxismo no estamos sosteniendo que se encuentre apartado de Marx, estamos diciendo que Marx es su referente, por eso está ahí, en la orilla (izquierda), a su vista, pero que al judío alemán y, más, a los marxismos posteriores a él, hay que ‘re-estudiarlos’. La teoría ha de ser revisada, dejando intacta la concepción materialista de la historia y las etapas que tienen su origen en los modos de producción, y ha de estar subordinada a la praxis. Thompson quiso e hizo historia social, calificada por algunos de heterodoxa, lo que nos place profundamente: la intención crítica con resultados inversos; quizá porque Thompson pone sobre la mesa la reconsideración de la idea de progreso{40} y la asunción de fórmulas nuevas de resistencia de las personas. No es que esta perspectiva tenga que ser demonizada, ni mucho menos sus métodos, empero nos sentimos más a gusto, ideológica y científicamente{41} con Hobsbawn, que en 1985 escribió:

«En historia es enorme la tentación de limitarse a descubrir lo que hasta ahora no se sabía y disfrutar de lo que encontremos. Y como una parte tan grande de la vida, e incluso más del pensamiento, de la gente corriente se desconoce por completo, esta tentación es todavía mayor en la historia desde abajo, tanto más cuanto que muchos de nosotros nos identificamos con los desconocidos hombres y mujeres –las aún más desconocidas mujeres– corrientes del pasado. No es mi deseo desaconsejar que se haga esto. Pero la curiosidad, el sentimiento y las satisfacciones del estudio de las cosas antiguas no son suficientes. Lo mejor de tal historia constituye una lectura maravillosa, pero eso no es todo. Lo que queremos es saber por qué, además de qué»{42}.

No obstante, también hemos de ponderar el postulado thompsoniano acerca del peligro que supone borrar al ser humano de la historia, con su experiencia y acción, de estirar hasta el límite el modelo economicista de Althusser que, insistimos, tiene unos fundamentos no fáciles de diluir: puesto que rechazamos el carácter científicamente cerrado{43} de las disciplinas sociales y humanas, ‘autorizamos’ a Edward Thompson a verter agua en las grietas de la piedra caliza erigida por Althusser –grietas que finalizan en la plataforma de granito que sostiene la construcción–, o lo que es lo mismo: la lucha de clases precisa de la historia para ser el motor de la historia, y Althusser la niega en el marxismo, y creemos que injustificadamente, habida cuenta que una estructura no restringe, a priori, cierto margen de experiencia y de acción en el sentido thompsoniano. A la par, ‘rastros’ estructurales se detectan en la obra de Marx: El Capital es el ‘buque insignia’ de la economía política y un referente para Althusser, del que nos cuesta aceptar que lo tomara del estalinismo. A lo que nos negamos es a que la experiencia histórica reemplace a la economía política en el ‘manejo’ de la lucha de clases, y tampoco a que la voluntad individual no esté determinada por la base: cuando Thompson habla de la explotación moral, además de la económica, ¿no se está contradiciendo? La voluntad, afirmamos, mantiene una relación dialéctica con la moral que, intuimos, se le escapa. Negar las determinaciones ‘fuertes’ no nos acercan a la ‘verdad’ que, con terquedad, guía la aparente complejidad social. No es que nos acojamos a la causa sui, pero sí lo hacemos a la causa, mejor: a las causas primeras y segundas, o aun terceras y cuartas llegado el caso. La «no libertad» a la que se refiere en Miseria de la Teoría, a propósito de las distintas estructuras que nos ‘estructuran’, para negarla, es tan real –la no libertad ya comentada en dos momentos anteriores– como real la ilusión de tenerla –la libertad–, que, como tal, es irreal por completo. Hablar de voluntad, de acción, de libertad y de conciencia conlleva un peligro: pasar de la física a la ‘meta-física’, de Marx al Padre Suárez{44}.

4. El período que va de 1790 a comienzos de la década de 1830 ha de ser uno de los mejores conocidos de la historia de los trabajadores en Inglaterra, a juzgar por el largo y pormenorizado estudio que Thompson publicó en 1963 bajo el título La formación de la clase obrera en Inglaterra. Tal fue la repercusión de esta obra que Thompson pasó a ser, ni más ni menos, que objeto de la historiografía, porque hizo historia, porque esa historia era una suerte de memoria total sin concesiones a lo particular, porque ligó el tiempo (pasado-presente-futuro); en diez palabras: Thompson construyó una historia ‘extra-ordinaria’ acerca de la clase obrera.

«Cuando Thompson titula su gran libro The Making of the English Working Class, trata de atraer la atención sobre el paralelismo entre el arte y la lucha popular que es de hecho el argumento de todo su trabajo como historiador. Porque la palabra ‘making’ es ambigua.’Maker’ es el antiguo término inglés para poeta, y ‘making’ significa tanto la escritura de la poesía como construir, conseguir. The Making of the English Working Class da nombre a lo que Thompson he hecho como escritor, pero también a lo que los trabajadores ingleses han conseguido para sí mismos por medio de la lucha. En el título el paralelismo converge», escribió Palmer en The Making of E. P. Thompson{45}.

Bien. Expuestas estas consideraciones previas para enfatizar la gran aportación de Thompson a la historia con este estudio, analicémoslo con algún detenimiento. La formación pone un énfasis particularmente cuidadoso en explicar cuál es su concepto de clase, no en vano no es coincidente con el defendido por la ortodoxia marxista. Para él, la clase, para ser, ha de contar con las «relaciones humanas», en las que la experiencia es algo así como el ‘motor’, usando la terminología de Marx, engarzándose finalmente este conjunto de dos en el proceso histórico, de ahí que las clases sean fenómenos históricos: si la historia pudiera ser detenida, las clases sucumbirían. Así pues, nada de estratificaciones sociológicas. Los obreros son protagonistas de la historia, sin discusión, no meras consecuencias de la Revolución Industrial. Y prosigue negando que su planteamiento esté preso del idealismo porque «la experiencia de clase está en gran manera determinada por las relaciones productivas en las que el hombre nace…, la conciencia de clase es la manera en la que tales experiencias se manejan en términos culturales». Es decir, Thompson no admite la existencia de la clase trabajadora, primero, dadora de conciencia, después. Si la fábrica y la energía del vapor ‘capturó’ a las gentes, muchos de ellas agricultores, la clase como tal es producto de la conciencia de miembros del conjunto llamado clase. Ésa fue una experiencia cultural y política, pero también económica, porque Thompson no pretendió reducir al ridículo ésta; su pretensión más personal y, creemos, más satisfactoria, fue dar el ‘mando’ a las de abajo, a los comunes, y tal audacia resultó, como no podía ser de otra manera, revolucionaria. Para Geoff Eley{46}, en las páginas de La formación, «uno es consciente de la forma en que un debate está siendo liberado a la vista de exámenes previos, de que las pruebas son verificadas, re-evaluadas y refundidas para producir algo bastante diferente, de que se plantean cuestiones que la erudición anterior ignoró o evitó».

Ese ‘dar la palabra’ a los que ocupan las últimas posiciones de la pirámide{47} dio unos frutos tales que hasta el propio autor pudiera haberse sorprendido al principio: una información muy copiosa (canciones, folclore, rituales, fiestas, bailes, religión…) que, por sí sola, redefinió a una clase desde perspectivas distintas a las de las escuelas sociales y económicas, y desde la historia, se pudo ver la totalidad de lo analizado, y sus subdivisiones, y esa totalidad tenía vida propia y se comportaba solidariamente. Hasta unas décadas antes de 1963, cuando se publica el crucial trabajo, como recuerda William H. Sewell, Jr.{48}, «los estudios de la clase se habían mantenido confinados en cuatro géneros bien establecidos: historias de los sindicatos y los partidos obreros, biografías de los líderes obreros{49}, historias de las doctrinas socialistas e investigación sobre ‘la condición de los trabajadores’, concebida ésta casi exclusivamente como una cuestión de subida o descenso de los niveles materiales de vida». Y el resultado, para Seweel, fue, para él y para los historiadores jóvenes, el ensanchamiento de los «horizontes de la historia»; Thompson les dio el «mayor proyecto historiográfico de los últimos veinte años: a ‘la historia desde abajo’. La revolucionaria ampliación de ese campo ha sido su hazaña más importante»{50}.

Lo que tenemos entre las manos es, por consiguiente, a unos protagonistas, a unos hombres que retornan a la historia; la experiencia, vivida en sociedad, transforma la estructura en proceso: «los hombres y las mujeres» son la causa del «proceso histórico», dirá Thompson{51}, que se alza como el salvador del anonimato al que ha relegado los historiadores y profesionales de otras materias socioeconómicas a quienes tienen la consideración de ocupar la parte más ancha de la pirámide y que no constituyen una «categoría», sino una idea: la de relación histórica, o sea, personas reales con conciencia y voluntad{52} en espacios igualmente reales. Giddens{53}, que considera a Thompson «el historiador de los sociólogos», atisba fallas en el resultado final de la ligación de estos enfoques en La formación de la clase trabajadora en Inglaterra, y anota que

«el libro tiene un tono difuso, casi fláccido. El texto es rico en detalles y, como todas sus obras, está escrito con un estilo arrebatador. Pero es una obra en la que los apuntes históricos y las descripciones predominan sobre la elaboración de una visión analítica acabada… De manera consciente opone su análisis a las que considera (o consideraba en ese momento) ortodoxias dominantes en la historia obrera. En las obras históricas que el reputaba de fabianas los miembros de la clase obrera carecen de energía colectiva hasta que sus voluntades son coordinadas por organizadores y líderes prescientes. Para los historiadores económicos de tendencia estrictamente empírica, los obreros son meras unidades numéricas dentro de una fuerza de trabajo migratoria, objetos de un análisis estadístico. Finalmente nos encontramos con una ortodoxia historicista que busca en las primeras etapas del desarrollo de la clase obrera antecedentes de formas de organización obrera que se consolidaron posteriormente»{54}.

Para Giddens, Weber{55} ejerce su magisterio en Thompson, quizá por medio de Tawney, en el sentido de que el capitalismo se ve impulsado por realidades diferentes a las económicas: «ambos subrayan, por diferentes caminos, que lo ‘económico’ es una categoría cultural y que las prácticas y los ideales religiosos influyeron en su configuración. No se trata sólo de que las ideas constituyan influencias movilizadoras, sino que nociones que en algunos contextos tienen un carácter profundamente reaccionario en otros pueden ser puestas al servicio de fines progresistas»{56}. Más adelante, Giddens enfatiza el desacuerdo de Thompson con el Marx de base y superestructura que, para el sociólogo inglés supone un diálogo entre el ser y la conciencia sociales.

Por su parte, Anderson{57} no encuentra respuesta en La formación de la clase obrera en Inglaterra a una cuestión crucial, como es quién fue más «responsable» de que la esa clase fuese hecha: ella misma o quien le era ajena. Anderson se inclina con claridad por el segundo agente y reprocha a Thompson, por su indefinición, de no presentar pruebas objetivas que avalen su propuesta de cómo se va formando la clase obrera{58}. Y ‘posándose’ sobre lo concreto, Anderson espeta a Thompson que:

«el algodón, el hierro y el carbón constituyen virtualmente la totalidad de la primera fase de la industrialización en Inglaterra: aún así, en The making of the English working class no se trata de la fuerza de trabajo directa de ninguno de ellos. Es muy difícil valorar la importancia relativa de un área de experiencia subjetiva en la clase obrera inglesa, habida cuenta de la ausencia de una base objetiva sobre la que poder asentar el modelo de la acumulación capitalista en un conjunto durante estos años. Faltan las proporciones. La selectividad del enfoque se une con tal pasión y destreza al plumazo de la conclusión que lo primero puede ser olvidado fácilmente por el lector»{59}.

Refiriéndose a los zaherimientos de Anderson, Giddens destaca que aquél pone la atención en la acción humana como el denominador común del trabajo de Thompson, resultando, a juicio de Anderson, que la acción humana (que la define como «la actividad consciente dirigida a un fin») es lo más corriente en la vida de las personas porque son sociables y, en modo alguno, transforman la sociedad; son las acciones colectivas intencionadas las que pretenden cambiar el estado de cosas existente y, «sin embargo, en opinión de Anderson, las revoluciones burguesas de los siglos dieciocho y diecinueve sólo prefiguran de un modo vago tal variedad de acción humana»{60}.

En torno a la fundamental condición thompsoniana de que una clase tiene que tener conciencia para que pueda hablarse de que está constituida, por cuanto ya se dan los intereses comunes que mueven a la lucha, Anderson se despacha afirmando que esa hipótesis no deja de ser marginal desde el momento en que se están utilizando claves subjetivas.

Una vez que Giddens considera que, de haber estado incluidas algunas de las indicaciones de Anderson, La formación de la clase obrera en Inglaterra sería mejor, reconoce que esta historia ‘desde abajo’:

«supone una evidente corrección de ciertos estilos tradicionales de hacer historia política y económica. Al rescatar a los pobres y a los humildes de la ‘condescendencia de la posteridad’, y al insistir en que los proyectos fracasados son tan importantes como los que triunfan para un historiador que trata de entender un contexto histórico concreto, es indudable que Thompson ha contribuido de manera importante a una mejor comprensión del desarrollo de las clases y de la conciencia de clase. Al contrario que otras escuelas de pensamiento en historia económica que se han ocupado de los trabajadores pobres, ha intentado en cierto sentido rescatar a los trabajadores como agentes. Al respecto, Thompson señala que dichas escuelas se basan en un estilo objetivo de análisis en el que los agentes individuales, cuando aparecen, son juguetes de las irresistibles oleadas de cambios. Sin embargo, es evidente que este ‘rescate’ de los no privilegiados no ayuda a resolver los problemas de la acción humana. Por el contrario, para que tal ‘rescate’ se produzca hay que presumir que dichos problemas han sido resueltos»{61}.

5. Puede que no sea desacertado dar por terminada esta aproximación a Edward Palmer Thompson con dos o tres pinceladas que, a modo de conclusión, resuman lo dicho hasta aquí, tanto de la materia positiva que es su obra y su ejemplo como de los comentarios y alusiones que hemos hecho en cada oportunidad de cada tiempo empleado. Se nos ocurre que, como inicio de este resumen o esquema positivista y clasificatorio –clasificación como crítica o crítica como clasificación–, unir el apartado 2 con los pasajes más duros que le hemos ‘dedicado’ en el 3 y 4 es, cuando menos, honesto por nuestra parte y un homenaje a su propia honestidad. Entonces diremos que una deriva tan errónea como la que él protagonizó, a propósito de los conceptos de conciencia, voluntad y libertad atribuidos a los hombres –la clase obrera en sus reflexiones–, fue el resultado, según creemos o queremos creer, de su valiente y tozuda virtud. Su postulado de que una clase se forma por la libre determinación de algunos de sus componentes es un dardo al centro neurálgico de la biología, de la antropología, de la psicología y de la filosofía, y esto admitiendo el parámetro conciencia, pero no como lo interpretó Thompson: la conciencia no es sinónimo de libertad; es, más bien, revelación del producto de las relaciones de producción, el que divide, y hablamos muy genéricamente, al grupo en dos: el que tiene y el que no tiene, de donde colegimos que, siendo cierto que la clase obrera precisa conciencia para ser, la conciencia, su consciencia, es perfectamente desechable para períodos anteriores a esa dualidad tener/no tener, trascendental para desmenuzar el calado de la situación que de la dualidad emana: la explotación, cuyos límites en cuanto a su aprovechamiento fueron muy bien explorados merced a las innovaciones científico-técnicas que comenzaron en el siglo XVIII y abundaron en el XIX y principios del XX y al incremento demográfico y a la coacción política, magníficamente sopesados estos dos últimos factores por Thompson en La formación de la clase obrera en Inglaterra.

Desde el surgimiento de la oposición tener/no tener, no nos caben reservas acerca de la distinción que Marx estableció entre las sociedades esclavistas y feudales, por una parte, y la capitalista, por la otra, y que identificó con la plusvalía que, observada por Thompson como definitoria de la lucha de clases y, contrariamente, cercenadora de esta teoría, de no ser preservada la plusvalía, no la menciona (la plusvalía) en sus estudios de los años 60, probablemente para dar cabida a su tesis de las relaciones humanas y culturales como determinantes de una sociedad dada y que le ha ‘costado’ el calificativo de «culturalista»{62}.

No es improbable que una parte sustantiva de las revisiones que Thompson hizo al marxismo, fallidas en el planteamiento, estimamos, se produjeran, según Basendale, porque fue «un teorizante muy completo, excepto cuando escribe sobre teoría», y según Sewell, porque su obra era «un conjunto de admoniciones», no una teoría sistemática. La confusión, del mismo modeo, no le fue ajena a Thompson, por ejemplo, cuando trató de conciliar ontología y gnosología, de hacer equivalentes los hechos con las interpretaciones, confusión que, empero, desaparece en otro momento, cuando se refiere a la falsa conciencia como ideología –la «conciencia ideológica» que falsifica la realidad, aunque también, avisó, puede ser «verdadera conciencia» cuando el interés lo requiera; así, «para la explotación sistematizada de otros grupos».

La integridad moral de Thompson, su virtud ‘platónica’, al lado, entre otras aportaciones historiográficas, de hacer objeto de la historia a los obreros, a los humildes{63}, impresiona a la luz de los nuevos tiempos; una integridad que se puso a prueba en 1956 (Jruschov denuncia ante el comité central del PCUS los excesos de Stalin y él mismo los ‘prolongó’ invadiendo Hungría), y la superó: abandonó el Partido Comunista de Gran Bretaña y, con otros desencantados, fundó The New Reasoner, el «precedente inmediato de la Nueva Izquierda británica, que se identificó desde el primer momento con la causa de los movimientos de masas que en 1956 habían alzado su voz contra la opresión del socialismo realmente existente»{64}.

Con palabras de Edward Thompson, «¿qué hacer si la derrota es completa y abyecta y pone en cuestión la racionalidad y la buena fe del proyecto socialista mismo?» Sí, qué puede hacer un intelectual honesto, que los deshonestos que miraron hacia otro lado, porque en ello les iba su bienestar, fueron más de lo esperado y de lo deseado.

Y aún más: en 1965, una vez instalado en la Universidad de Warwick, Thompson pudo desarrollar su historia social en el campo académico con repercusiones enormes, ampliadas con la publicación en Past and Present de los artículos «Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial» (1967) y «La economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII» (1971), cuyo eje lo constituía la ligazón fraternal que le unía a los pobres. Thompson ya hablaba de la «internacional del humanismo revolucionario». En la década de los 70 incrementa su interés por la antropología –con la que tendría, no obstante, desencuentros– para bucear más profundamente en el mundo cotidiano de los menesterosos y en la New Left Review, en relación a Raymond Williams, escribió:

«Todavía estamos aquí: no tenemos intención de irnos. Ni la izquierda ni el marxismo pueden pertenecer nunca a ningún grupo de personas que levanten vallas y señales de propiedad; sólo pueden pertenecer a todos aquellos que elijan permanecer en ese ‘terreno’ y que lo mezclen con su trabajo».

Notas

{1} Hernández Sandoica, Elena, Tendencias historiográficas actuales, Akal, Madrid, 2004, p. 236.

{2} Anota Sandoica: «Nadie puede negarle al materialismo histórico (a no ser por razones estrictamente ideológicas) su importante presencia en la renovación de la historiografía posterior a 1945. En un esfuerzo por responder a las exigencias prácticas de las organizaciones comunistas y socialistas fuera de los países del socialismo real y bajo la guerra fría, se sitúan su expansión no estrictamente académica y su divulgación como un modo específico de hacer historia social… Pero también en la intención de presentar batalla al idealismo historicista (lucha emprendida ya antes de la guerra, y que sólo triunfa cuando ésta ya pasó) reside buena parte del incentivo profesional que animó a muchos historiadores a emprender un día un camino distinto al que marcaba el historicismo, sumando así a la práctica política de izquierdas la innovación teórica, en forma y contenido», en op. cit., p. 229.

{3} Kaye, Harvey J., Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio, Universidad de Zaragoza, 1989, p. 161-162.

{4} El hombre es considerado aquí como un animal, sin reserva alguna; incluso la cultura humana es contemplada como un producto animal. Esta tesis, que es negada sin contemplaciones por la inmensa mayoría de los intelectuales, recorre las páginas de Ideas para el inicio del milenio (Eduardo García Morán, Pentalfa, Oviedo, 2002).

{5} No es improbable que Edward P. Thompson haya accedido a los Diálogos de Platón o a algunos de los libros que los componen, no en balde es el filósofo ateniense el más ‘potente’ teórico de la virtud.

{6} Palmer, Bryan D., E.P. Thompson. Objeciones y oposiciones, Publicacions de la Universitat de València, 2004, p. 115.

{7} Diario El País, 3 de mayo de 2006, p. 26.

{8} Léase el soberbio relato de Miguel Espinosa La fea burguesía, Alfaguara, Madrid, 1990. En Ideas, p. 135-136, dentro del homenaje que hemos tributado a Espinosa, está escrito: «Es fea: la burguesía es fea, de una fealdad que espanta, de una fealdad insoportable. La deformidad de su rostro y de su cuerpo se hallan en asimetría congénita que, al igual que toda población endogámica, pesa sobre ella cuan maldición inextinguible. Y es un género de asimetría que extiende a la sociedad entera: más aún, a la estructura social: robados sus resortes, una y otra vez, los traspasan por el apellido, la profesión, la posesión, la presencia (teatral), recreando un sistema holístico geométricamente cerrado… La sociedad de esta democracia es fea porque pretende aburguesarse por orden de la burguesía que, empero, le impide alcanzar tal status; es la treta que les mantiene como patrones del barco, barco escoltado por patrulleras con policías, y armas por si algún inadaptado despistado le da por amotinarse…A veces, la burguesía, de carne y arterias a su pesar, no es capaz de detener el aflujo de sangre a las mejillas (la vergüenza) cuando la crueldad (su especialidad) la aplica con desmedida, que es casi siempre».

{9} Sabemos que cuando aplicamos el término psicologismo a William Morris nosotros tampoco escapamos a su ‘hechizo’, de lo contrario no sostendríamos lo que sigue, que no seguiría de ser adinerados, de no soportar sobre nuestro cuerpo y nuestra mente las penurias que le son propias a un gilipollas del Primer Mundo: los gobiernos, nacional y regionales, del Partido Socialista Obrero Español, son genocidas burgueses; sus políticas, y acentuadamente la de Vicente Álvarez Areces, que hemos conocido desde ‘dentro’, centradas en el sacrificio de la porción social más vulnerable para beneficio de la burguesía, de la que ellos son los legisladores y ejecutores visibles, está generando un número no determinado, aunque abultado, de enfermos que llenan los hospitales y las viviendas: tumores, diabetes, hipertensión y afecciones cardiovasculares y mentales van matando en plazo breve y medio a miles de personas al año: resulta perverso hacer una lectura del genocidio sólo desde el ‘tiempo instantáneo’.

{10} Para tratarse de una carta personal, Thompson se muestra realmente comedido, pues la expresión que debió de usar tendría que ir en esta dirección: «la hija de puta que conozco bien»; eso sí, casi siempre –y cuando no, con respeto– en el sentido con que la pronunciaban los romanos de la Antigüedad.

{11} Op. cit., p. 26, donde, seguidamente, Bryan D. Palmer comenta, en la dirección en que nosotros estamos enfocando, en este momento, la luz de la linterna, la honestidad y su puesta en marcha por Thompson: «Este primer y fundamental paso en la elección de Thompson garantizaba que caminaría de nuevo en la política de oposición, que saldría con aire resuelto del silencio y entraría en los principales debates teóricos e historiográficos y en la escena de las movilizaciones públicas internacionales».

{12} E. P. Thompson, p. 162.

{13} E. P. Thompson, p. 163.

{14} Con Gustavo Bueno diferenciamos con claridad entre moral y ética. Mientras la primera se refiere, en amplio sentido, a las normas básicas de convivencia que una sociedad se da, la segunda se centra en la protección de la vida, la propia, en primerísimo lugar, y la ajena. La ética estaría más cercana a la biología evolucionista –el «no matarás» bíblico concuerda perfectamente con nuestra adscripción al reino animal, pese a la fuga hacia delante del posmodernismo– y la moral, la dike (o conjunto de nomos) griega, rondaría el dintorno de la sociología.

{15} Bueno distingue entre el verdadero profesor (por poner un caso) y el profesor verdadero. El primero sería el que ha cumplido con los requisitos burocrático-administrativos (licenciatura, doctorado, oposiciones, etcétera). El segundo, el que cumple con su tarea (horarios, programas, interés por los alumnos, lecturas, trabajo…). Como un verdadero profesor no es sinónimo, hoy más que ayer (¿y mañana?), de profesor verdadero, es obligado, cuando lo es, recurrir al sintagma ‘verdadero profesor verdadero’.

{16} Op. cit., p. 26-27, trascripción de Letter to Kolakowski. Por nuestra parte, hemos dicho lo siguiente (op. cit., p. 172: «Cerdada a cerdada vamos tirando, vamos administrando el veneno, dosis a dosis, a los otros, y los otros, a nosotros: ¡ésta es la más radical verdad del mundo!... Sus crímenes [los perpetrados por los propietarios] son tales que son el Mal, con mayúscula, el auténtico Holocausto, que comenzó con la Historia -la Historia comenzó con él- y terminará con ella». Y en p. 141-142: «A todos [se habla de los afortunados que ‘hicieron las Américas’] les he visto sus plusvalías: las comidas de opulenta obscenidad para la familia larga en mesa presidida por le capo de grueso anillo y reloj de oro macizos, y ademanes tragicómicos, reídos por los suyos, todos satisfechos y seguros: tienen el dinero robado… Del mismo modo, he visto las reverencias dispensadas a estos sacos rellenos de heces por el burgués, el pequeño empresario y la autoridad, que siempre reciben trocitos del expolio».

{17} E. P. Thompson, p. 29.

{18} E. P. Thompson, p. 74.

{19} Dejó escrito Thompson en 1951: «Si deseamos salvar a la gente de la creciente mancha de la muerte, entonces debemos ganarlos de por vida. No esperemos que aparezca un nuevo tipo de persona hasta que se haya llegado al socialismo, de igual manera que esperamos que el marxismo surja dentro de la sociedad comunista. Debemos cambiar a la gente ahora, porque esa es la esencia de nuestro trabajo cultural [el profesor verdadero intentará que sus alumnos, algunos de sus alumnos por mejor decir, cambien, porque de lo contrario, ¿para qué vale realmente una licenciatura?]. Y en ese trabajo, todas las fuerzas saludables que hay en la sociedad están de nuestra parte: todos aquellos que, no importa de qué manera, desean una vida más rica; todos aquellos que tienen ambiciones más cálidas para Gran Bretaña que las de la insolvencia tediosa y el rearme; todos aquellos, de hecho, que desean algún tipo de vida, pueden llegar a estar de nuestro lado si les llevamos el mensaje de vida contra el de la cultura del matadero».

{20} «La transformación que hizo Morris del romanticismo influyó en el comunismo de Thompson porque ‘la crítica moral del proceso capitalista presionaba a favor de conclusiones que estaban en consonancia con la crítica de Marx, y la particular genialidad de Morris consistió en considerar detenidamente esta transformación, efectuar esa unión y sellarla con la acción’. En palabras del propio Morris, ‘lo que el romance significa es la capacidad para una verdadera concepción de la historia, del poder de convertir el pasado en parte del presente’. Al igual que el romántico artesano Blake, que se distinguía a sí mismo de los radicales jacobinos de la década de 1790 por evitar el desencanto, las negativas de Morris eran inequívocamente anticapitalistas: ‘La mezquindad es el rey’, bramó, ‘¡Desde el hombre de estado al zapatero, todo es mezquino!», E.P. Thompson, p. 77.

{21} Fontana, Joseph, «E.P. Thompson, hoy y mañana», en Historia Social, Instituto de Historia Social de la UNED de Valencia, nº 18, invierno de 1994, p. 3.

{22} Una de las lamentaciones más sentidas de Thompson fue cómo la clase económica introdujo a los trabajadores, a partir del siglo XVIII, en el consumo sinsentido. A este respecto, aunque centrado en la sociedad estadounidense, un clásico es Teoría de la clase ociosa, de Thorstein Veblen, que, en p. 90 (Alianza, Madrid, 2004), dice: «Una porción de la clase servil, compuesta principalmente de aquellas personas cuya ocupación es el ocio vicario, viene a asumir una nueva y subsidiaria gama de obligaciones: el consumo vicario de bienes. La forma más obvia en que este consumo tiene lugar se ve en el vestir libreas y en la ocupación de espaciosas habitaciones de servicio. Otra forma algo menos visible o eficaz del consumo vicario, y mucho más extendida, es el consumo de alimentos, ropa, habitación y mobiliario por la dama de la casa y el resto del establishment doméstico», y en p. 244 despliega la siguiente tesis: «En ausencia de factores perturbadores sería posible observar que existe una diferencia de temperamento entre las diversas clases de la sociedad. Las virtudes aristocráticas y las burguesas –es decir, los rasgos destructivos y los pecuniarios– se encontrarían principalmente en las clases superiores, y las virtudes industriales –es decir, los rasgos pacíficos–principalmente en las clases dedicadas a la industria mecánica».

{23} Benítez Martín, Pedro, E. P. Thompson y la historia, Talasa, Madrid, 1996, pp. 45-46.

{24} Op. cit., p. 46.

{25} Op, cit., p. 52.

{26} «Frente al economicismo –realza Benítez Martín, op. cit., p. 49–, Thompson recordaba ‘las dos grandes fuerzas’ que en opinión de Morris regían el mundo, la Necesidad y la Moralidad. Thompson repetía con Morris las siguientes palabras: ‘Si lo dejamos todo en manos de la necesidad la sociedad explotará volcánicamente, con un colapso como el mundo aún no ha visto jamás’. Ya lo dijimos antes, pero conviene repetirlo, ésta es la herencia morrista de Thompson, la comprensión de la Moralidad como fuerza propulsora de la historia y ‘agente básico del cambio social».

{27} Anderson, Perry, Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, Siglo XXI, Madrid, 1985, p. 69.

{28} Teoría, p. 69.

{29} Si entrecomillamos el término ‘pensadores’ es por el recuerdo de una de las lecciones que hemos recibido en la Fundación Gustavo Bueno, entre 1999 y 2004, en la que Bueno descalificaba el empleo de ‘pensador’ para referirse a un filósofo o a un intelectual en general, porque la facultad de pensar, decía, se halla en todos los hombres.

{30} Remitimos a la obra de Bueno El mito de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona, 1996, donde se da buena cuenta del calado de lo ‘cultural’.

{31} No se trata tanto de no separar base y estructura cuanto de eliminar a la economía de la dirección en solitario de la sociedad. Nosotros tampoco vemos una línea clara que coloque a uno lado los elementos estructurales económicos y, al otro, los socioculturales; pensamos que el contenido ‘super-estructural’ (familia, derecho, instituciones, religión, arte…) es la estructura misma, la que aflora, como la punta de un iceberg. Para que no quepan dudas: la base sería el esqueleto de un vertebrado y la superestructura, los tejidos blandos, músculos, nervios y arterias, que no podrían ser sin ese esqueleto, y éste sería una quimera sin el aporte energético que le proporciona la maquinaria compuesta por aquellos tejidos, etcétera. O lo que es lo mismo: ambos son un todo.

{32} Op. cit., p. 160.

{33} Desconocemos si Thompson pensó en la ‘utilización’ de Hitler de la figura y del pensamiento de Cristo, por no retrotraernos a finales del siglo XI, cuando se iniciaron las Cruzadas, o más atrás todavía: la manipulación de Pablo de Tarso, que fue de tal magnitud que el cristianismo debería de ser llamado, en propiedad, pablismo.

{34} «Entre las fisuras teóricas: E.P. Thompson y el debate sobre la base y la superestrutura», Historia Social, p. 111.

{35} En el artículo que acabamos de citar, Meiksins se pronuncia de este particular modo: «Consiguieron [Althusser y los suyos respecto «a una elección entre un modelo simplista y mecánico de base/superestructura por un lado, y ‘un agente humano’ aparentemente sin estructura por el otro», gracias al estructuralismo marxista] esto con una cierta cantidad de trucaje conceptual [no diremos que inaceptable, pero emplear este sintagma para referirse a las ideas de uno de los filósofos más ‘potentes’ del ya de por sí luminoso siglo XX en el campo del ‘pensamiento puro’, es un riesgo que calificamos de atrevido y de innecesario, sin que nos opongamos, por supuesto, a la revisión minuciosa de los postulados de Althusser]; ya que mientras un determinismo rígido prevalecía en el ámbito de la estructura social, resultó que este ámbito pertenecía en la práctica a la esfera de la pura teoría, mientras que el mundo real, empírico -a pesar del escaso interés de la mayoría de los teóricos althusserianos-, siguió siendo (a pesar de todas las denuncias explícitas de contingencia) efectivamente contingente e irreductiblemente particular», p. 104.

{36} Op. cit., p. 137.

{37} E.P. Thompson, p. 141.

{38} Op. cit., pp. 92-93.

{39} El Seminario de Jacques Lacan. La relación de objeto (1956-1957), Libro 4, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 355-372.

{40} La Microhistoria, para Levi, es resultado de la imposibilidad de cambiar la Macrohistoria; Thompson, con La formación de la clase obrera en Inglaterra, ejerció una notable influencia sobre los autores responsables de la Microhistoria: Grendi, Levi, Ginzburgo y Poni, a quienes les resulta más que sugerente las ideas thompsonianas de «rescate de la acción humana» o la «historia de la gente corriente, la historia desde abajo».

{41} Nosotros contemplamos la Historia como una ciencia, por su programa intencional de trabajo que propende al encuentro de los hechos, a que éstos ratifiquen o rectifiquen las hipótesis (en Matemáticas una hipótesis equivale a una conjetura, y si ésta es demostrada, se establece un teorema: la ‘conjetura de Poincaré’, una de las más famosas de los últimos 100 años y recientemente demostrada por el joven matemático ruso Perelman, que se aisló durante ocho años para responder a la pregunta del matemático francés del siglo XIX que más influyó en la matemática del XX: «Si un espacio cerrado de tres dimensiones tiene la propiedad de que toda curva cerrada se puede deformar en un punto, ¿es una esfera?», y la respuesta es sí), y por su metodología general, que no todas las particulares; ahora bien, no se debe pretender que la Historia tenga el rango, por ejemplo, de la Física, paradigma de las ciencias ‘mayores’, por emplear un término que la califique por encima de otras disciplinas, sin que ello presuponga la retirada del rango de ciencia a esas otras ciencias, y muy singularmente las que tratan del hombre y de los hombres en sociedad; lo que subrayamos es que las tendencias fascistas de una parte de la derecha española durante la Segunda República, pongo por caso, o que la línea que partió del Australopithecus anamensis condujo al Au. Afarensis (Lucy, Etiopía, 1974), son inabordables bajo la condición de obtener, al final de la investigación, unos resultados del tipo de la ley de la gravedad, donde se debe de ‘invitar’ a quien la niegue a que se arroje desde una altura significativa para que demuestre que no se trata de una ley. Es algo parecido a lo que encierran las siguientes palabras de Thompson: «La ‘Historia’ debe ser colocada de nuevo en el trono como reina de las humanidades, aunque a veces se haya mostrado bastante sorda para algunos de sus súbditos (particularmente la antropología) y crédula ante algunos de sus cortesanos favoritos (como la econometría). Pero, ensegundo lugar, y para refrenar sus pretensiones imperialistas, deberíamos observar también que la ‘Historia’, en la medida en que es la más unitaria y general de todas las disciplinas humanas, debe ser siempre la menos precisa. Su conocimiento, por muchos milenios que transcurran, nunca pasará de ser aproximada». Bueno, en su Teoría del Cierre Categorial, Pentalfa, Oviedo, 1992-1993 (lleva publicados cinco volúmenes de los quince en los que está dividido el mayor estudio que sobre la filosofía de la ciencia se está construyendo en las últimas décadas en el mundo; el cierre categorial viene a ser el tejado que cubre los cimientos y las paredes del proyecto filosófico de Bueno, a saber, el materialismo filosófico), no anda lejos de Thompson.

{42} Tendencias, p. 245. Y Hernández Sandoica acota que «la tentación y la exigencia de teoría –el sentimiento acoso de su insuficiencia también– están, pues, siempre ahí, en quienes siguen echándola de menos de modo tan agudo».

{43} El modelo de las ciencias como círculos cerrados o abiertos y las implicaciones que esto supone está contenido en la Teoría del Cierre.

{44} Suárez, Francisco, Disputaciones metafísicas, Gredos, Madrid 1964.

{45} Cita recogida en Los historiadores, pp. 159.

{46} «Edward Thompson, historia social y cultura política: La formación de la clase obrera, 1780-1850», Historia Social, p. 70.

{47} Es falaz la representación de la estratificación social, tomando la forma de pirámide, como paradigma de la Edad Media. El dibujo es igualmente válido para la Antigüedad –la pirámide egipcia es real como tumba y es real como esquema de clasificación de sus clases–, para la Edad Moderna y para el tiempo que sucede a la Revolución Francesa y para el que sucede a la Segunda Guerra Mundial, con independencia de los corrimientos que en unas y otras épocas se hayan producido y del grosor de cada capa y de quién ocupe el pico superior –llama la atención que los faraones lo revistiesen de oro–, si un individuo despreciable o varios asociados en corporaciones o como quieran llamarse, y también independiente de la legalidad: esclavitud o no esclavitud por ley –la ley es metafísica palmaria; José María Laso Prieto, en «Derecho y socialismo democrático», El Basilisco, nº 7, mayo-junio de 1979, p. 87, sostiene que «los juicios sobre la justicia o injusticia de un concreto Derecho o sistema de valores o sistema de legitimidad se lleva siempre a cabo desde un determinado sistema de valores o sistema de legalidad» por el «carácter coercitivo del Derecho y su función ideológico-persuasiva»–, libertades y derechos cívicos que, con ser materialmente positivos para quienes de ellos disfrutan, son un ‘camelo’, un ‘modo’ de involucrar a un colectivo cada vez más numeroso –la burguesía triunfante– que actúa de colchón físico e ideológico para que los desesperados no accedan a las inmediaciones de los asquerosos ricos (según la prensa del martes 9 de mayo último, 65 españoles declaran a Hacienda tener un patrimonio de más de 30 millones de euros: al margen de que ese número es irreal, demuestra, una vez más, que los ladrones –la propiedad sí es resultado del expolio– tratan de esconder el botín –nada más revelador que el apellido Botín– y tratan, siempre, de seguir incrementándolo. La sociedad humana es cleptómana.

{48} «Cómo se forman las clases: Reflexiones críticas en torno a la teoría de E.P. Thompson sobre la formación de la clase obrera», Historia Social, p. 77.

{49} Desconocemos si existe una biografía de José Ángel Fernández Villa y, de haberla, dudamos que haya sido escrita con algún grado de objetividad. Hace falta, pues, que se acometa un estudio de uno de los más carismáticos líderes sindicales y políticos de la Asturias del siglo XX y se exponga cómo el socialismo, partido y sindicato, del último tercio de ese siglo se ‘reconvertió’ (y no sólo a través de Fernández Villa, sino también de Víctor Zapico, Julio Gavito, Antonio Masip, María Luisa Carcedo, Ana Rosa Migoya, Jorge Fernández León, Ángel Fernández Noriega, Luis Martínez Noval, Manuel Menéndez –lleva cerca de un decenio al frente de Cajastur, ocupando su plaza de profesor en la Universidad de Oviedo la esposa de Noval–, Javier Fernández Fernández, Vicente Álvarez Areces, etcétera, etcétera, etcétera) en una ‘maquinaria’ de hacer dinero y poder, lo que supuso enriquecimiento personal y despotismo, para lo que fue necesario el engaño a los votantes, la traición personal y la prostitución de las ideas originarias.

{50} «Cómo se forman las clases», p. 78.

{51} Anderson recoge (op. cit., p. 89) esta cita de Thompson: «En el campo de la ‘experiencia’ hemos sido llevados a reexaminar todos los densos, complejos y elaborados sistemas mediante los cuales la vida familiar y social es estructurada y la conciencia social halla realización y expresión (sistemas destinados por el rigor mismo de la disciplina de Ricardo o en el Marx de El Capital a ser excluidos): parentesco, costumbre, las reglas visibles y las invisibles de la regulación social, hegemonía y acatamiento, formas simbólicas de dominación y de resistencia, fe religiosa e impulsos milenaristas, modos, leyes, instituciones e ideologías; todos ellos, en conjunto, abarcan la ‘genética’ del entero proceso social, agrupados todos, en un determinado punto, en la experiencia humana común».

{52} Extendemos la crítica ya expuesta a la idea de libertad a la idea de voluntad, y la conciencia no nace de un solo ‘padre’.

{53} En Ideas, pp. 53-54, se acomete una valoración negativa de las tendencias ideológicas de Giddens aplaudidas desde el Partido Laborista.

{54} «Fuera del mecanicismo: E.P. Thompson sobre conciencia e historia», Historia Social, p. 155.

{55} Aunque Giddens no lo especifique se está refiriendo a La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que, en su p. 39 de la edición de Península, Barcelona, 1998, Weber escribe, en relación con el caso en el que estamos: «Si queremos encontrar un parentesco íntimo entre determinadas manifestaciones del espíritu protestante y de la moderna cultura capitalista, no hemos de ir a buscarlo en su (supuesto) ‘amor al mundo’ más o menos materialista (o, al menos, antiascético), sino más bien en sus rasgos puramente religiosos. De los ingleses dice Montesquieu (Esprit des loi, libro XX, cap. 7) que son los que ‘más han contribuido, de entre todos los pueblos del mundo, con tres cosas importantes: la piedad, el comercio y la libertad’. ¿Coincide, efectivamente, su superioridad en el orden industrial –y, en otro orden de cosas, su aptitud para la libertad– con aquel récord de piedad que les reconoce Montesquieu?» O (pp. 88 a 90) «… lo absolutamente nuevo era considerar que el más noble contenido de la propia conducta moral consistía justamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional [es decir, el robo] en el mundo. Tal era la consecuencia inevitable del sentido, por así decirlo, sagrado del trabajo, y lo que engendró el concepto ético-religioso de profesión: concepto que traduce el dogma común a todas las confesiones protestantes».

{56} «Fuera del mecanicismo», p. 156.

{57} Op. cit., p. 35 y ss.

{58} «No deja de sorprender que al cabo de novecientas páginas el lector no haya podido enterarse siquiera de un dato tan elemental como el de la envergadura aproximada de la clase obrera inglesa, o su proporción con respecto al resto de la población, en ningún momento de su ‘formación», op. cit., p. 35-36.

{59} Op. cit., p. 38.

{60} «Fuera del mecanicismo», pág. 159.

{61} «Fuera del mecanicismo», pág. 165.

{62} Benítez Martín (op. cit., pág. 98) considera que Thompson, al identificar relaciones de producción y cultura, «puede eliminar sin problema las determinaciones estructurales que, en sus manos, son reducidas a los aspectos tecnológicos y no tienen nada que ver con las relaciones de producción. Thompson está destrozando de este modo la vieja metáfora de la ‘base’ y la ‘superestructura’ adecuándola a su nueva concepción. Por esta razón no puede ser acusado de ‘culturalismo’, por cuanto concede un lugar prioritario a las relaciones de producción; pero como estas relaciones de producción son, en última instancia, incorporadas a la explicación por la mediación de la experiencia (vivida), no logra tampoco superar el subjetivismo y, por tanto, en cierta medida, la indeterminación».

{63} Comparando el modo de hacer de historia de Thompson con algunas tendencias historiográficas posteriores, encuadradas bajo el término de posmodernidad, el inglés representa el Tucídides o el Mommsen del siglo XX. En El artista estuvo allí (Eduardo García Morán, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos del Principado de Asturias, 2002) está escrito: «La historia, que caminaba por una línea recta, concluyó. ¿Qué sentido tendría continuar ante lo que se alzaba en el camino, ante la curva? ¿No cabría emplear el núcleo rocoso sobre el que se alzaba el proceso humano, la razón, para no seguir adentrándose en el tiempo oscuro y asfixiante en el que estaba discurriendo la modernidad bajo el engañoso nombre de posmodernidad? La razón, frente al conjunto surgido después del recodo, surgido de golpe, como por un encantamiento, sólo tenía una opción si quería seguir siendo razón, y no locura: ser razonable… Por tanto, ¿por qué seguir?, ¿por qué forzar la historia? Finalicémosla, no en vano ya vemos la sombra del lobo amenazador, con caninos atentos a morder la yugular del perturbado hombre ‘pos’. Es preciso honrar al hombre histórico, a la razón: deteniéndonos aquí»., p. 188.

{64} E. P. Thompson y la historia, p. 10.

 

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