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El Catoblepas, número 99, mayo 2010
  El Catoblepasnúmero 99 • mayo 2010 • página 11
Artículos

Sebastián de Ercávica
autor de la Crónica de Alfonso III

Alfonso Calle García

Reivindicación de un personaje semidesconocido

Con este trabajo se trata de reivindicar desde aquí el reconocimiento de la figura de Sebastián de Ercávica, ya que se trata de un personaje semidesconocido, dados los escasísimos datos que obran sobre él en los archivos pero, a mi juicio, muy valioso, poco estudiado y al que la historia no le ha reservado el sitio que le corresponde. Desde aquí queremos plantear nuevos interrogantes que, a la vista de los últimos descubrimientos arqueológicos llevados a cabo en la década de los años noventa del pasado siglo XX, invitan a replantearse la autoría de la denominada Crónica de Alfonso III apuntando a las teorías de, entre otros, el Padre Fita, que apuntan a éste obispo como autor del citado cronicón.

Sebastián de Ercávica fue el último obispo de esta antigua ciudad, ubicada a orillas del río Guadiela, afluente del Tajo, en el término municipal de Cañaveruelas (Cuenca). Fue primero celtibérica, luego romana apareciendo en los textos de Tito Livio con motivo del asedio a que fue sometida el año 179 adc por Tiberio Sempronio Graco al que se rindió tras cinco días y sin lucha. Tuvo su propia ceca en la que acuñaba monedas con las efigies de Augusto, Tiberio y Calígula, y alcanzó su mayor esplendor en tiempos de la República. Su segunda época de prestigio le llega con los visigodos, siglo VI, convirtiéndose en sede de obispado, cuyos prelados asistieran a los concilios de Toledo entre los años 589 y el 693. Más tarde ya se conoce en fuentes árabes y cristianas con el nombre de Santaver, ciudad musulmana fundada al lado o sobre la misma Ercávica, capital de la kura de Santavariya.

Ercávica fue arrasada, según se deduce de los estudios realizados en las campañas arqueológicas apuntadas anteriormente, a la vez que el monasterio Servitano, ubicado a escasos 2 km de ésta, en el año 866, durante la aceifa omeya que el Emir Muhammad I enviara para luchar contra la marca de Álava, lo que dio lugar a la huida de su último obispo, Sebastián, hacia Oviedo, justo en los tiempos de la muerte de Ordoño I al que sucedería su hijo Alfonso III. Las aceifas eran expediciones guerreras que los árabes organizaban en verano. La del 866 fue comandada por Abderramán, uno de sus 33 hijos varones, y su general Abdal Malik.

Los pocos datos que se conocen de Sebastián de Ercávica, nos hablan de que fue nombrado primer obispo de Orense por Alfonso III en el año 866, y una carta del propio Alfonso III a Sebastián con motivo de la terminación de la susodicha crónica que, posiblemente, sea la causa fundamental de las confusiones históricas respecto a la figura de que hablamos.

Los años del siglo IX fueron tiempos de cronicones, manuscritos en los que se pretendía dejar constancia de la historia conocida hasta entonces. Eran como testamentos de algunos eruditos de la época, en los que se quería dejar constancia del pasado y el devenir de la sociedad a la que pertenecían. Aquella sociedad y el territorio que ocupara, se había conocido, desde tiempos romanos, como Hispania y se había constituido en reino independiente con la llegada de los visigodos.

Uno de estos manuscritos, que ha llegado hasta nuestros días, ha pasado a denominarse «Crónica de Alfonso III». En su prólogo, figura una carta del Rey que reza: «Adefonsus rex Sebastiano nostro salutem… et nos guidem ex eo tempore.» Este cronicón fue a parar, ya a mitad del siglo XII y entre una colección de crónicas, a las manos de Pelayo a la sazón obispo de Oviedo, personaje que se ha demostrado como nefasto por las inexactitudes que introdujo de motu propio en los textos que anduvo manipulando.

La citada carta de Alfonso III a Sebastián «Sebastiano nostro salutem…» es interpretada por Ambrosio de Morales, en el siglo XVI, como «Sebastiano nostro salmanticensi, epíscopo salutem» Pero las palabras salmanticensi epíscopo, se ha sabido que son una interpolación del propio Ambrosio de Morales en el texto del Monarca.

Cierto es que hubo un obispo llamado Sebastián de Salamanca al que algunos historiadores le atribuyen una relación de consanguinidad con Alfonso III (sobrino del Rey), pero Salamanca fue reconquistada en el año 912 y la «Crónica de Alfonso III» fue sacada a la luz el año 883, 19 años antes de la conquista de la ciudad castellana, por tanto es imposible que el Monarca se pudiera referir a su posible sobrino como obispo de una Salamanca todavía en poder de los árabes.

Los datos expuestos son, prácticamente, los únicos existentes con respecto a nuestro personaje. Se hace, por tanto, necesaria la investigación por otros caminos a fin de descubrir la posible importancia del mismo. Vamos con ello.

Para que este trabajo tome cuerpo definitivo, se hace imprescindible aclarar una cuestión de la que se ha venido hablando a lo largo de varios siglos, la ubicación del Monasterio Servitano, a cuya fundación hacen referencia San Isidoro, Juan de Biclaro y San Ildefonso en su «De viris ilustribus». El toledano atribuye su fundación a San Donato El Africano con la ayuda de la hacendada Minicea en torno al año 570. Este monje pasa por ser el introductor, en La Península, de la Regla de San Agustín. San Donato es considerado, dentro de Orden de los Agustinos, como el más importante, tras el propio San Agustín, su fundador (ver Teófilo Viñas Román, Agustinos en Cuenca, Departamento de Cultura, Diputación de Cuenca.)

Según el mencionado De viris ilustribus, San Donato, arribó a las costas de Valencia procedente del Norte de África, en compañía de setenta monjes y una muy importante biblioteca, dato este último de importancia capital en este trabajo.

Una de las misiones fundamentales de los principales monasterios altomedievales era la traducción y conservación de textos greco-romanos, tales como la Biblia, El Apocalipsis, Los Hechos de loa Apóstoles o todos aquellos de los Padres de la Iglesia, por lo que el monasterio que nos ocupa, cercano y en muy directa relación con Toledo, capital de la Hispania visigótica, fue considerado dentro de la Cartaginense, como uno de los focos de cultura de la península, así como lo fuera el de San Martín de Dumio en Braga dentro de las tierras galaico-portuguesas.

Algunos autores han postulado la existencia de este monasterio en Játiva (Valencia), una opinión que hoy ya nadie defiende puesto que se sabe que el citado monasterio se encuentra ubicado dentro de la diócesis de Ercávica, muy lejos de la Játiva valenciana.

La existencia de dos escritos de Eutropio, abad del Servitano, sucesor de San Donato y posteriormente obispo de Valencia, De districtione monacorum y De octo vitiis, dirigidos por el abad «ad Petrum papam», lo son al primer obispo de Ercávica que asistiera a los concilios de Toledo en cuyas actas figura como «Petrum episcopum Ircavicensem». En el contenido de estos escritos se advierte que el monasterio estaba bajo la tutela disciplinaria del obispo de Ercávica, por tanto dentro de su diócesis ya que a él iban dirigidas las explicaciones de Eutropio. Esta tesis ya fue defendida por Fray Justo Pérez de Urbel en 1933.

Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo a principios de los años noventa del pasado siglo XX en el paraje llamado Vallejo del Obispo (revelador topónimo existente en la actualidad que ya nos da una pista sustancial de su relación con la autoridad religiosa) sacaron a la luz la planta de un edificio de 50 x 45 m. Dadas las grandes dimensiones y las dependencias con las que cuenta, los arqueólogos dedujeron de inmediato que se trataba de un monasterio. En mis visitas al mismo he podido constatar una serie circunstancias que lo acreditan como visigótico, tales como las decoraciones de varios de sus sillares, los propios espesores de los muros o los enterramientos en tumbas cubiertas con varias lajas de piedra plana o losa, típicas de aquellos tiempos del alto medioevo. También pude observar, porque quedaba a la vista, la capa de cenizas que apuntaban a que fue devastado por un incendio. Las descripciones que obran en los informes publicados tras las campañas de excavación por Jorge Morín de Pablos y Rafael Moreno Cabrera en la revista Hispania Sacra («La ciudad de Arcávica y la fundación del Monasterio Servitano», vol XL-VIII, 1996) nos hablan de la existencia, entre otras dependencias, de un oratorio, un granero, despensa o cilla y una serie de habitáculos de 3 x 3 m. correspondientes a celdas monacales.

Uno de los datos objetivos que nos hablan de la gran importancia del edificio sacado a la luz, es la existencia en sus proximidades, extraordinariamente importante por su número que no por su singularidad constructiva, de eremitorios.

Partiendo del hecho de la fundación del Servitano por San Donato, hay que hacer notar que, por su procedencia del Norte de África, el citado monje era de tradición eremítica, por lo que la existencia de estos habitáculos troglodíticos en el entorno del monasterio es un dato más que revelador de la época y origen de los restos encontrados en el Vallejo del Obispo.

Eremitorio de Alcocer (Guadalajara) a menos de 20 km de Ercávica
Foto 1. Eremitorio de Alcocer (Guadalajara) a menos de 20 km de Ercávica

Eremitorio de Castejón (Cuenca) a menos de 10 km de Ercávica
Foto 2. Eremitorio de Castejón (Cuenca) a menos de 10 km de Ercávica

Eremitorio 2 de Castejón (Cuenca)
Foto 3. Eremitorio 2 de Castejón (Cuenca)

En torno a los restos del monasterio, encontrados a apenas 2 Km. del Cerro de las Grajas donde se asienta Ercávica, y en un radio no superior a los 20 Km. se pueden ver más de treinta de estos eremitorios, hechos por los anacoretas y eremitas de los siglos VI y VII y ubicados, en general, a la orilla de las calzadas existentes en su día. Algunos de ellos son, dentro del modesto primitivismo de su construcción, espectaculares, como los dos existentes en el término de Castejón que tienen nueve y seis puertas, respectivamente, (Fig 1, 2 y 3) en forma de arco y que pueden verse desde la carretera que va de la nacional Cuenca-Guadalajara el primero, y desde la misma a Cañaveruelas y Villalba del Rey los otros dos. Entre todos ellos, situado a la entrada de Ercávica, se encuentra el que alberga la supuesta tumba del propio San Donato el Africano, y sobre cuyo techo se hallan excavadas 51 sepulturas antropomorfas. Existen en varios de estos eremitorios restos de inscripciones, cruces labradas en las paredes exteriores y diversos signos todavía no interpretados. Entre ellos destaca la existencia de unos trabajos realizados encima de la piedra en la que está excavado el eremitorio, consistentes en unos pozos de escasas dimensiones (20-30 cm. de diámetro y 15-20 cm. de profundidad) unidos entre sí por minúsculos canales (Fig 4 y 5). Dadas sus dimensiones cabe pensar que se tratara de lagares en los que se obtenía mosto, aunque sería necesario el dictamen de algún especialista.

¿Lagar sobre eremitorio en Alcocer (Guadalajara) a menos de 20 km del monasterio Servitano?
Foto 4. ¿Lagar sobre eremitorio en Alcocer (Guadalajara) a menos de 20 km del monasterio Servitano?

¿Lagar en eremitorio de Castejón (Cuenca) a menos de 10 km del monasterio Servitano?
Foto 5. ¿Lagar en eremitorio de Castejón (Cuenca) a menos de 10 km del monasterio Servitano?

Ejemplos de este tipo de construcciones troglodíticas podemos encontrar en torno a monasterios en otros puntos de España, como son la Cueva de los Siete Altares de Villaseca (Segovia) excavada en las paredes orientales de un desfiladero, a unos diez metros del lecho del río y en una zona eremítica ligada a la ermita de San Frutos. La citada cueva se encuentra en el cañón del Duratón cerca de Sepúlveda, poblado en tiempos prehistóricos en el que se han encontrado diversas pinturas rupestres esquemáticas en covachos y cavernas, de las que son las más importantes las de la Solapa de la Molinilla, Nogaleda y Solapa del Aguila.

Del mismo tipo son también el Eremitorio de San Vicente en Cervera de Pisuerga (Palencia), la ermita de los santos Justo y Pastor de Olleros de Pisuerga (Palencia), de dos naves gemelas completamente excavadas en la roca arenisca, o la ermita de San Pelayo cercana a Villacibio (Palencia) de una sola nave, pudiendo citar otras de menor importancia y en la misma zona como son la ermita de San Martín en Villarén, la cueva de Cesura, la cueva de la Calderona, la de la Caldera cerca de Berzosilla o la Cueva de la Mora de Olleros de Paredes Rubias.

En Burgos se encuentran la ermita rupestre de Presillas de Bricia y el Eremitorio del Horno y la cueva de la Tía Isidora de Montejo de Bricia.

En torno al monasterio de Obarenes se hallan las cuevas de San Mamés, y en las cercanías del Encío otra ermita conocida como Las Cuevas.

Cercanas al monasterio camaldulense de Herrera (antes cisterciense), cerca de Miranda de Ebro, existen varias cuevas que pudieran ser las antecesoras del cenobio actual. No lejos, en Tosantos, se encuentra el santuario de la Virgen de la Peña aún en uso.

Una vez establecida la localización del monasterio Servitano en la proximidades de Ercávica, nos valdremos de ello para intentar aclarar un pleito que ha existido al menos desde tiempos de Ambrosio de Morales, cronista oficial de Felipe II o del Padre Mariana, nacido en 1.536, hasta que Menéndez Pidal y Claudio Sánchez Albornoz zanjaron, casi definitivamente, el tema a mediados del siglo pasado.

Dicho pleito se refiere a la autoría del Cronicón titulado, tras el dictamen de los dos monstruos de nuestra historia apuntados anteriormente, Crónica de Alfonso III. Esta crónica fue la base desde la que se hicieron varias copias, la Crónica Albendense, la Rotense y la Ad Sebastianum o Sebastianense, considerada como la más erudita.

El pleito que comentamos existe debido a la diferencia de opiniones de los mejores historiadores de España al respecto. Para Ocampo, Ambrosio de Morales, Prudencio de Sandoval, el Padre Flórez, el Padre Fita, Constantino Cabal o Fray Justo Pérez de Urbel, su autor es Sebastián, para unos nuestro Sebastián de Ercávica, para otros Sebastián de Salamanca, aunque la autoría de este último ya ha quedado apuntada como errónea en párrafos anteriores. Pero son muchos y actualmente de más peso, los historiadores que atribuyen a Alfonso III esta crónica, entre ellos Juan Bautista Pérez, el Padre Mariana, Nicolás Antonio, Juan de Ferreras y fundamentalmente Claudio Sánchez Albornoz y Menéndez Pidal

El cronicón en cuestión narra la Historia de España desde tiempos de Wamba en el año 672, hasta la subida al trono de Alfonso III en el 866 en que finaliza la crónica. El autor lo da por terminado en el 881. Más tarde, en el 883 cuando vio la luz por vez primera, se añadirán dos grandes párrafos referidos a los años 882 y 883, fecha en la que Alfonso III escribe la carta anteriormente mencionada a Sebastián. Son pues, 211 años de nuestra historia, y lo que en él se narra es lo que hemos estudiado hasta que se trasfirieron las competencias de educación a las autonomías, todos los bachilleres que han estudiado en España desde que se fundara la primera universidad. 211 años de historia de España son muchos para que no se intente hacer justicia con el posible autor del documento que nos la transmitió. De ahí la importancia de este cronicón.

De la llamada Crónica de Alfonso III existen tres versiones, la Rotense, la Albeldense y la Sebastianense o ad Sebastianum. Aunque no parecen ponerse de acuerdo los estudiosos, es aceptado por la mayoría de ellos que debió existir uno previo, perdido y que sirvió de matriz a todos ellos. A las sucesivas copias que se fueron haciendo de aquel Cronicón primigenio, se le han ido dando los nombres que figuran al comienzo de este párrafo. Se sabe, parece que con seguridad, que la versión más nueva es la Rotense y, parece ser que la más antigua la Albeldense, al margen de que ambas tomen como punto de partida la Crónica de Alfonso III y esta a su vez de la primigenia apuntada. Personalmente me inclino por un solo autor y varias copias posteriores realizadas en diversos monasterios como el de San Martín de Albelda en La Rioja, donde se encontró la versión Albeldense.

Cuando hablo de que, para mi, es «una sola persona» la autora de la «crónica base», sea esta la famosa «crónica perdida» a la que alude Sánchez Albornoz, o la Crónica de Alfonso III, es de la que parten todas las demás que, insisto, a mi juicio es uno solo el autor. Todas las versiones son, al margen de su redacción erudita o tosca, esencialmente iguales y las diferencias son pequeños matices. Si hoy día se denuncia por plagio ante la Sociedad General de Autores a cualquier escrito que coincide en algunos párrafos con otro, no cabría la más mínima duda de que todos los posteriores al primigenio serían hoy considerados un plagio.

Tras varios estudios sobre el tema, se han encontrado bastantes indicios que llevan a poner en duda la autoría del Rey mientras ganan peso los datos que apuntan hacia Sebastián de Ercávica.

Menéndez Pidal afirma:

«historiadores admiten hoy que la crónica es de Alfonso III; que la redacción erudita la hizo un clérigo, tal vez Sebastián, obispo de Orense, trabajando a sus órdenes y que otro de sus amigos, tal vez Dulcidio, es el autor de la Crónica de Albelda.»

Las dudas de Menéndez Pidal nacen de algunas lagunas en el cronicón a las que no encuentra explicación:

«¿Cómo se explica que el obispo de una sede gallega sepa tan poco sobre los sucesos acaecidos al NO peninsular en tiempos de Wamba y Ordoño I (no habla el Cronicón de las sublevaciones gallegas contra Fruela y Silo) o ¿Porqué conocía tan bien los incidentes en Castilla entre 882 y 883 si estaba en Orense a cientos de leguas de Cellorigo, Pancorbo o Castrojeriz?»

Por otra parte el historiador reconoce los grandes conocimientos que muestra el autor del Cronicón sobre Alándalus, ya que conocía la genealogía de los Omeyas, los Valíes de Alándalus antes de Abderramán I, y toda la historia árabe. De estas observaciones cabe deducir que Menéndez Pidal no asociaba a Sebastián de Orense con Sebastián de Ercávica, pues de haberlos identificado como el mismo, tendría la explicación a sus preguntas, tanto de su desconocimiento sobre hechos en el NO peninsular, como de sus conocimientos sobre la genealogía de los Omeyas o los Valíes de Alándalus toda vez que pasó la mayor parte de su vida en tierras dominadas y bastante alejadas del NO peninsular.

También opina el mismo historiador que

«… estando las dos redacciones de la crónica --primitiva (la Albeldense) y erudita (la Sebastianense)-- hechas a nombre del monarca, ninguna es obra personal suya «lo mismo que no están escritas inmediatamente por Alfonso X el Sabio las obras de que éste es autor» (R. Menéndez Pidal, La historiografía medieval, p. 12.)

Cosas parecidas podemos decir de Sánchez Albornoz, si bien para este último, el autor es directamente Alfonso III sin la asesoría de ningún erudito.

Lo que no conocían ni Menéndez Pidal ni Sánchez Albornoz ni ninguno de los historiadores apuntados, era la existencia del Monasterio Servitano junto a Ercávica. Fue descubierto en las excavaciones realizadas hacia el 1986, y es segura su identificación en base a los descubrimientos arqueológicos y a los estudios del Padre Agustino Teófilo Viñas Román. La existencia del Servitano y su dependencia directa del obispo Sebastián, hacen perfectamente explicables las interrogaciones de Menéndez Pidal, sobre los conocimientos de la historia árabe por parte del autor, así como de la existencia de de algunas lagunas en la de Galicia, ya que, procedente de tierras mozárabes y llegando a Orense después del año 867, parece lógico que conociera incluso mejor los acontecimientos acaecidos en tierras dominadas por los árabes que aquello que se dieron en las tierras cristianas de Galicia. .

Por su parte Díaz y Díaz opina que

«El autor de la Albeldense es un monje que escribió en Oviedo al que supone hombre de gran cultura, pues se sirve de textos poco conocidos que solo en grandes bibliotecas podría encontrar.»

Sospecha si sería andaluz por su bagaje cultural, la conexión de su obra con ciertos textos mozárabes y por su conocimiento de los caudillos árabes que atacan León en tiempos de Alfonso III, debiendo haber manejado, también, materiales asturianos.

Este autor apunta al hecho de la necesidad de tener que contar con una gran biblioteca, dados los textos poco conocidos que debió consultar para su redacción. De acuerdo con esta apreciación, hoy se sabe que Sebastián de Ercávica contaba con la biblioteca del Servitano, que si ya San Ildefonso aseguraba que era grande al traerla San Donato desde África hacia el año 572, cabe suponer que en el año de su huida, 866, casi tres siglos después, dicha biblioteca fuese probablemente, y siguiendo las afirmaciones del gran prestigio de este monasterio, una de las más completas de Hispania.

Así mismo, el autor, y algunos otros más, deducen que la crónica se escribió en Oviedo debido a que en el texto figura por dos veces la palabra hanc (en este lugar). La duda con respecto a esta afirmación nos llega por dos consideraciones:

1ª: El que aparezca la palabra hanc (en este lugar) no implica, necesariamente, que se tuviera que escribir en Oviedo y si que se hiciera desde la propia Capital o desde cualquier parte del reino asturiano, como podría ser Orense.

2ª: De haberse escrito en Oviedo ¿Qué necesidad habría tenido Alfonso III de dirigir una carta a Sebastián si éste estaba en la propia Corte? Parece lógico que se la hiciera llegar, junto con el manuscrito para que fuera completado, a Orense, su sede episcopal, donde se supone que tendría su residencia.

A estas razones de por qué múltiples circunstancias apunta hacia la autoría de Sebastián de Ercávica, habría que añadir otras que abren paso hacia la duda de la de Alfonso III.

El monarca asturiano cuenta con 18 años cuando en el año 866 accede al trono tras morir su padre Ordoño I. Desde los 14 ejerce las funciones de Rey en Galicia. Hasta esa edad recibe las enseñanzas de Serrano, el entonces obispo de Oviedo, y tal vez de su sucesor Hermenegildo, pero no es la edad de 14 años la idónea para ser un experto en nada. El Cronicón se termina el 881 en que el Rey cuenta con 33 años plagados de luchas y batallas, en los que, es de suponer, invierte más tiempo en entrenamientos para la lucha contra los árabes o en sofocar las escaramuzas de los levantiscos nobles gallegos que en el estudio de la historia árabe. No parece que sea precisamente la erudición, según nos cuenta la historia, el objetivo de la nobleza en la Edad Media, mientras si que eran los eclesiásticos los encargados de la difusión de la cultura.

Que Alfonso III no es el autor, a mi juicio, queda explicado en éste escrito por: 1º La juventud apuntada del Rey. 2º: Por la famosa carta ad Sebastianum. 3º: Porque la casi totalidad de los autores más antiguos, El obispo Pelayo de Oviedo, Prudencio de Sandoval, Ambrosio de Morales, Ocampo, Flores, aseguran que es de Sebastián viniendo a romperse esa unanimidad en tiempos relativamente recientes sin ninguna base definitiva. Aún se me ocurre una cuarta causa, como es que, en aquel siglo IX, los eruditos de Hispania no se educaron en Oviedo y sí en Córdoba y en Toledo, o eran eclesiásticos y jamás de la nobleza. Así lo fue durante toda la Edad Media, aunque Alfonso X El Sabio figurara como autor de obras que otros, no él, escribieron.

El único error, posiblemente, haya sido, ese Salmantici episcopum, que Ambrosio de Morales introduce por su cuenta en el texto primitivo, cuestión asumida como falsa hoy día por todos los historiadores.

En cuanto a la posible autoría de Dulcidio de la Rotense, apuntada por Menéndez Pidal, según la Enciclopedia de Oviedo, Dulcidio «fue hecho prisionero en la batalla de Valdejunquera (920) cuando ya era sexagenario» Si damos por cierta esta aseveración, si el cronicón se finaliza el 866, completándose con un pequeño añadido en el 883, en ese año 866 y suponiendo que en el 920 Dulcidio tuviera 67 años, por ejemplo (solo dice era sexagenario), tendría ¡13 años!, edad que se me antoja temprana para ser el mayor conocedor de la historia del Reino.

Por otra parte, la autoría de Dulcidio, estaba absolutamente rechazada por la Real Academia de la Historia (ver http://www.saber.es/web/biblioteca/libros/restauración-monarquía-visigoda/restauración monarquía visigoda.pdf) hasta que Menéndez Pidal atribuye la redacción de la Rotense a algún erudito toledano, ante lo cual y dadas las escasas fuentes, los historiadores posteriores piensan inmediatamente en que, tal y como dice Menéndez Pidal, es Dulcidio, por ser, prácticamente, el único erudito del que se tienen conocimientos de su existencia en aquella época. Se hace de nuevo evidente que ni Pidal ni el resto de los historiadores conocían (no se había descubierto) la existencia del Servitano en Ercávica, sede del obispo Sebastián.

Parece lógico pensar que el obispo de una pequeña ciudad, como lo es Ercávica, relativamente cercana a Toledo y vecina de Recópolis, no sea un erudito, pero la existencia de la gran biblioteca del Servitano, invita a deducir que posiblemente lo fuera, incluso más que el propio Dulcidio. Por otra parte, aunque fuera Dulcidio el redactor de la Crónica Profética, parece que su invención es de alrededor del 860 y obra de un monje llamado Ataulfo.

Los historiadores parten de la base de la autenticidad de la carta ad Sebastianum, pero reprochan cierta manipulación que ha inducido a errores, como el hecho de atribuirse el cronicón a un sobrino del Rey.

No cabe deducir de este estudio que su autor esté seguro de nada, solo, entiende a su juicio, que hay bastantes datos invitando a pensar en que el tema hay que seguir revisándolo al lanzar una nueva hipótesis que contradice a la de que fue Alfonso III y de que se escribió en Oviedo. Hipótesis que ha tomado cuerpo de verdad casi absoluta, cuando la única verdad es que eso es absolutamente dudoso.

Bibliografía

 

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