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El Catoblepas, número 88, junio 2009
  El Catoblepasnúmero 88 • junio 2009 • página 19
Libros

El doctor Jesús de Nazaret

José Manuel Rodríguez Pardo

Sobre el libro de Mario Javier Saban, El judaísmo de Jesús. Las enseñanzas éticas de la Torá y de la tradición israelita de Yeshua de Nazaret, Editorial Saban, Buenos Aires 2008

«E igualmente, cuando dice: sino que a quien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra, y lo que sigue a continuación. Si Cristo prescribiera esto como un legislador a los jueces, hubiera destruido con este precepto la ley de Moisés, siendo así que advierte claramente lo contrario (ver Mateo, 5, 17). Hay que ver, por tanto, quién dijo eso, a quiénes y en qué momento. Lo dijo Cristo, el cual no establecía leyes cual un legislador, sino que enseñaba doctrinas como un doctor; [...]». (Benito Espinosa, Tratado Teológico Político, Alianza, Madrid 1986, página 200.)

Mario Saban, autor de libros como Las raíces judías del cristianismo (2001), El judaísmo de San Pablo (2003) o La matriz intelectual del judaísmo y la génesis de Europa (2005), nos ofrece ahora El judaísmo de Jesús, obra en la que pretende, mediante el estudio de las fuentes escritas sobre Jesucristo, demostrar que es ante todo un maestro del pueblo de Israel y no la Segunda Persona de la Trinidad, al menos en sus orígenes.

Comienza la obra con un Prólogo de Francisco Fontana, Presidente de Amistad Judeo-Cristiana de Valencia, resaltando que «el diálogo judeo-cristiano supone un enriquecimiento mutuo para ambas religiones; esta situación es novedosa, estábamos acostumbrados a que los creyentes en un mismo Dios viviéramos de espaldas, cuando no con hostilidad, los unos con respecto a los otros. [...] hay que esperar a finales del s. XIX y el XX para que autores judíos reivindiquen a Jesús de Nazaret como uno de su pueblo. Por parte cristiana, la persecución a los judíos, [...] las conversiones forzosas, han dado paso, desde la finalización de la II Guerra Mundial y el establecimiento del moderno Estado de Israel, a un cambio de actitud que ha culminado con la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II» (pág. 11). Y desde esta posición de encuentro y hermanamiento de cristianismo y judaísmo se pretende escribir este libro.

«Jesús nació, vivió y murió como judío. Jesús fue un judío observante, no conoció el domingo, sino el descanso sabático. Practicó durante toda su vida las festividades del judaísmo. Fue un rabino en el mayor sentido de la palabra, un gran maestro. No fue un rabino consagrado institucionalmente, sino un maestro del pueblo de Israel. Tuvo ciertas características proféticas porque denunció muchas injusticias que consideraba que no eran dignas de la nación; pero no por esta razón pretendió crear una nueva religión ni abandonó jamás a los suyos, a nosotros, los israelitas.» (pág. 19.)

Desde este punto de vista, Saban pretende analizar todos los fundamentos de este maestro histórico que es Jesús de Nazaret, dentro de la tradición histórica del pueblo de Israel, pues «no existe ninguna enseñanza del rabino Jesús que no se encuentre dentro de las enseñanzas bíblicas o en la tradición de otros rabinos del judaísmo, tanto en los rabinos cronológicamente anteriores como entre los posteriores a su figura. Probablemente, lo novedoso del rabino Jesús fue su forma de exposición, su carisma; sin embargo, podemos decir, sin lugar a equivocarnos, que el fondo de su pensamiento, su contenido esencial, es plenamente judío».

Si Jesús fue un rabí, un maestro de ética y moral, sus enseñanzas entrarán dentro de la ortodoxia rabínica que marca la Torá. «Sin embargo, el trabajo que nos proponemos aquí es el de reconectar esas enseñanzas rabínicas de Jesús (en tanto que rabí) con las enseñanzas rabínicas de toda la tradición escrita y oral del judaísmo. Siglos de teología cristiana han creado una confusión terrible sobre algunos conceptos que, lamentablemente, se vienen repitiendo sin cesar y sin una verdadera reflexión. Son conceptos que, dentro del cristianismo, se reiteran sin fundamento, o bien se expresa y se reitera el fundamento anterior» (pág. 39), como señala Saban con gran claridad en este pasaje y otros muchos que pueblan las numerosas páginas de su libro.

Así, ideas como la superación de la Torá que muchos eruditos han sugerido a propósito de Jesucristo, serían en realidad una superación del propio judaísmo respecto a sí mismo, pero nunca un avance hacia otra religión como el cristianismo: «Jesús es un rabino que supera (hipotéticamente) a su propia tradición». Así, «jamás podríamos decir que el cristianismo superó al judaísmo, sino que fue el judaísmo de Jesús el que superó al resto de interpretaciones rabínicas del judaísmo, porque el cristianismo como religión independiente no existía» (pág. 42). Jesús, en definitiva, se basó en textos de la Torá, y una prueba de gran claridad la encontramos, según Saban, al leer versículos bíblicos como Mateo 5:48 o Lucas 6:36.

Tampoco sería una enseñanza original la que pregonó Cristo, ni éste sería el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, pues «la falta de citas llevó a todo el cristianismo posterior a decir que sus ideas provenían directamente de Dios y que, por lo tanto, él era un ser divino. Esta idea, para el judaísmo del siglo I, es imposible. La única idea posible de un intermediario entre Dios y los hombres proviene de Filón de Alejandría y su famosa Teoría del Logos» (pág. 76). De esta manera, todo elemento divino que el cristianismo atribuye a Jesucristo ha de ser negado en honor al rigor histórico, advierte Mario Saban.

Es más, en línea con las anteriores obras publicadas sobre la temática, Saban advierte que el verdadero cristianismo no es más que una versión del judaísmo, la que difundió el rabino Jesús de Nazaret: «El cristianismo real es el judaísmo de Jesús; todo el desarrollo posterior del cristianismo es una imagen de Jesús que fue cambiando a lo largo de los siglos, pero que no es, que nunca ha sido y que nunca será la esencia del judaísmo de Jesús» (pág. 107). Por eso mismo, «Cuando todo cristiano reconozca el judaísmo de Jesús, se acercará al judaísmo como raíz fundamental de su fe». (pág. 108)

Saban no duda en criticar la teología del siglo IV, «la creadora del pagano-cristianismo» (pág. 113), que para Mario Saban sería la que ocultó intencionadamente la base teológica que el judío Jesús utilizaba, en conexión directa con la tradición oral del judaísmo fariseo. Por lo tanto, concluye Saban, desde el siglo IV, desde la época de los famosos concilios de Nicea y Éfeso, donde se definió la naturaleza divina de Cristo como Segunda Persona de la Trinidad, sólo han acontecido manipulaciones y errores históricos que han oscurecido el mensaje común de cristianos y judíos. Porque «un judío no podía sentirse un dios, porque es completamente antijudío» (pág. 256).

Otra cuestión problemática es la predicación de Jesús, tan importante para una religión como el cristianismo que se considera ecuménica, basada en la famosa frase de Cristo dirigida a los doce apóstoles en la que les impele a predicar su doctrina por el mundo. Para Saban, es un contrasentido que un judío predicase, ya no simplemente a sus iguales de raza, sino a los gentiles, que no formaban parte del pueblo elegido: «Si bien Jesús como judío predicó a los judíos, ello no implica que el judaísmo no permitiera tener una relación importante con los gentiles. [...] Jesús, cuando tiene relación con los gentiles, lo hace desde su posición de judío» (pág. 154). En consecuencia, Jesús «jamás predicó a los gentiles» (pág. 381), y de hecho no existen prescripciones al respecto en las palabras de Jesucristo. De hecho, el propio Saban reconoce que el judaísmo nazareno del siglo I, «posteriormente, por influencia de los gentiles que ingresaron al movimiento en el siglo II, se desjudaizó, dando nacimiento al cristianismo» (pág. 583).

La explicación fundamental de Saban para entender esta divergencia entre judaísmo y cristianismo se encuentra en que los cristianos no se preocupan del Cristo histórico, sino del Cristo de la fe, lo que constituye una barrera para tratar lo que este autor analiza en su libro:

«La búsqueda del Jesús histórico es un contrasentido para el cristianismo porque el Jesús histórico es judío, entonces, esa búsqueda, dentro del cristianismo, tiene un límite muy preciso: el momento cuando ese Jesús histórico se vuelve incompatible con el Cristo de la Fe. El Cristo de la Fe, para muchos cristólogos, es un ente abstracto desvinculado del Jesús real. Toda la dogmática cristiana se enfrenta a límites muy claros cuando intenta organizar congresos sobre el "Jesús histórico". Es más, todo intento de una búsqueda real del Jesús histórico dentro de los ambientes cristianos es inútil, porque se debería renunciar automáticamente a todo el sistema de dogmas del siglo IV en adelante. La cristología, pues, es la herramienta fundamental del cristianismo para cristologizar a Jesús y, en definitiva, extraerlo de su contexto judío.» (págs. 434-435.)

Pero entonces, al intentar acudir al Jesús histórico, el riesgo que comete Mario Saban es acabar convirtiendo a Jesús en un personaje ciertamente insignificante, pues no sólo fue rechazado por sus contemporáneos judíos, hasta el punto de ponerlo en manos de los romanos que le condenaron a muerte, sino que sus doctrinas no fueron las que guiaron al judaísmo ortodoxo. Se convertiría así en el Cristo de Benito Espinosa, en un doctor judío, un rabí (maestro) que enseñaba sus doctrinas, y que en vez de legislar y ampliar la Ley de Moisés, se guió por sus interpretaciones de la Torá, como señala Espinosa en su Tratado teológico-político en la cita inicial de nuestra reseña.

Por lo tanto, la propuesta de Mario Saban para los cristianos es que reconozcan este origen judío de Jesús y vean a estos como sus hermanos en la fe, tal y como afirmó en su día el anterior Papa:

«Esta es la raíz judía de las enseñanzas de Jesús. Después de siglos en los que el cristianismo nos ha enseñado que la relación de Jesús con Dios era una relación especial, que la sustancia de Dios se encontraba dentro de Jesús y en la elaboración de todo tipo de especulaciones teológicas que condujeron al Concilio de Nicea del 325, finalmente el judaísmo de Jesús sale a la luz.» (pág. 515.)

Y en efecto, aunque es cierto que «Jesús jamás pensó que su figura terminaría creando, con el tiempo, una nueva religión separada del judaísmo. Pretendió la llegada de la Era Mesiánica, como pretende todo buen judío en la actualidad. Luchó para atraer el Reino al mundo» (pág. 626), por eso mismo habría que rechazar que los orígenes en los que se vio envuelto el Jesús histórico tengan algo que ver con el Jesús de la fe, la Segunda Persona de la Trinidad cristiana. Y es más, sin el Jesús de la fe, el Jesús cristiano, toda la prolija exposición de Mario Saban tendría un valor ciertamente insignificante, que no superaría los estrechos cauces de la religión que el pueblo elegido pueda reivindicar para sí.

 

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