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El Catoblepas, número 86, abril 2009
  El Catoblepasnúmero 86 • abril 2009 • página 11
Artículos

Tres apuntes sobre
Leonardo Torres Quevedo

Manuel de la Fuente Merás

Su partida de bautismo, el esperanto y dos inventos pedagógicos

Leonardo Torres Quevedo

Cuando se vive y se trabaja a pocos kilómetros del lugar de nacimiento de Leonardo Torres Quevedo (Santa Cruz de Iguña 1852 – Madrid 1936), resulta casi imposible escapar del influjo que ejerce su figura haciendo difícil distinguir lo real, de la leyenda, ya que todo el mundo tiene algo que aportar sobre el más famoso de sus vecinos. Sin embargo entre los recuerdos de los que algún día trataron con el inventor, su familia o simplemente cuidaron de su casa, se encuentran descubrimientos que bien merecen unas líneas. Entre sus convecinos habría que destacar por encima de todos a Doña Manolita, antigua «ama de llaves» de la familia y que conserva en su casa, entre toneladas de interesantísimos materiales etnográficos de la zona, unos anteojos propiedad del mismo Leonardo Torres Quevedo.

No resulta extraño, por tanto, que cualquiera que trabaje vinculado a la enseñanza y viva, como decíamos, cerca de su casa natal dedicase algo de tiempo a glosar su figura, más cuando tras celebrarse el sesquicentenario (150 aniversario) de su nacimiento sólo el periodista Nacho Cavia y los alumnos de Psicología del IES Estelas de Cantabria (a través de una exposición en el Centro Cultural de la Rasilla en Corrales de Buelna) se acordaron de celebrar su nacimiento dentro de su entorno más cercano.

Debieron de ser considerados pocos los méritos del que seguramente sea el mayor inventor de toda la historia de este país, para que las instituciones culturales regionales dedicaran tiempo a recordar su figura. Juzguen ustedes. Entre dichos inventos habría que citar los siguientes:

Dirigibles. Torres Quevedo presentó en las Academias de Ciencias de Madrid y Paris el proyecto de un nuevo tipo de dirigible, usado en aquella época sobre todo con fines militares. El proyecto se materializa con la construcción del dirigible España. El éxito de este dirigible conduce a la creación de la empresa Astra-Torres que fabrica y vende estos aparatos. Numerosos ejemplares fueron adquiridos por los ejércitos inglés y francés, siendo utilizados durante la I Guerra Mundial.

Transbordadores. En su tierra natal, concretamente en Portolín donde reside tras contraer matrimonio con Doña Luz Polanco, construye dos transbordadores. El primero lo realizó en las inmediaciones de su casa (conocida como la Casa de Doña Jimena, hoy totalmente destruida salvo los cimientos por la ampliación de la carretera). Este primer transbordador salvaba el desnivel existente entre su casa y el prado de los Venenales. Su luz era de unos doscientos metros, la tracción una pareja de bueyes. Cuenta la tradición que la primera persona en probarlo fue su propia mujer. El segundo conocido como «transbordador del río León» funcionaba con un motor y destinado al transporte de materiales. Más tarde, diseñaría otro destinado al transporte de personas en el monte Ulía (San Sebastián), siendo el primero del mundo dedicado exclusivamente al transporte de personas. Éste tiene tanto éxito que la empresa encargada de su realización es solicitada para construir otros en Chamonix, Río de Janeiro, &c. siendo el más famoso el Spanish Aerocar de las cataratas del Niágara, que sigue funcionando en nuestros días y que aparece en innumerables películas y documentales, entre ellas la clásica Niágara con Marilyn Monroe de protagonista.

Radiocontrol. En 1903, Torres Quevedo presenta el Telekino. Consiste en un ingenio capaz de enviar ondas de radio, con las cuales puede dirigir vehículos o proyectiles. Hace una demostración dirigiendo un barco desde la orilla, causando gran admiración. Se trata del primer aparato de radiodirección del mundo, consiguiendo su patente en España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.

Máquinas analógicas. Se trata de máquinas de cálculo capaces de hacer operaciones aritméticas y resolver ecuaciones. Leonardo Torres Quevedo presenta una memoria en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, y en ella explica cómo construir este tipo de máquinas. Más tarde, lleva su proyecto a la práctica construyendo varias con diferentes propósitos.

Jugadores ajedrecistas. Se trata de una máquina capaz de jugar finales de partidas de ajedrez (rey y torre blanca, contra rey negro), la máquina siempre daba jaque mate aunque en la mayoría de las ocasiones usaba más movimientos que un jugador medio. En 1912 construye el primero de estos ingenios y causa una gran sensación. Disponía de un brazo mecánico para realizar los movimientos, y sensores eléctricos para conocer la posición de las fichas.

Automática. Trata sobre la realización de sistemas capaces de realizar operaciones mediante procesos digitales. Entre sus aportaciones destaca el proyecto para construir una máquina con memoria y dirigida por un programa, que puede considerarse como el precursor de nuestro ordenador actual. Como primera versión de esta máquina construye el llamado «aritmómetro electromecánico», consistente en una de estas máquinas conectada a una máquina de escribir, donde se tecleaban los números y operaciones a realizar. Después de esto, la máquina de escribir, de forma automática, escribía el resultado.

Inagotables líneas podríamos escribir si entrásemos pormenorizadamente en algunas de estas aportaciones, o en los numerosos premios que recibió, pero el motivo de estas líneas es centrarnos en tres apuntes poco conocidos sobre su trabajo. El primero trata sobre su origen montañés, el segundo sobre su aportación al esperanto y el último cierne su mirada a los inventos pedagógicos de Leonardo Torres Quevedo, un aspecto del todo olvidado en su inagotable producción.

1. Apunte biográfico

Leonardo Torres Quevedo nació el 28 de diciembre de 1852, en Santa Cruz de Iguña, pequeña y bella población perteneciente al municipio cántabro de Molledo.

Su padre, Ingeniero de Caminos, era natural de Bilbao, mientras que su madre era oriunda de la montaña cántabra. Llama la atención comprobar que, pese a lo afirmado por sus más conocidos biógrafos (Rodríguez Alcalde, Santesmases o González Posada) sus abuelos paternos no son Joaquín Torres Luque, natural de Baeza y María Gregoria Vildósola y Anza de Bilbao, sino José Luis Torres Vildosola natural de Santa Rosa de Coro de Guachí, en Nueva España y Cayetana Mª de Urquijo natural de Santa Cruz de Iguña. Siendo a partir de este señor cuando los apellidos Torres-Vildosola se vinculan, dando lugar, con ello, a que el padre del inventor fuese y se apellidase Luis Torres-Vildosola y Urquijo. Apellido Vildosola, que como después reconocería el hijo del inventor se suprimiría en la línea familiar, reservándose para el primogénito. Pasando los anteriormente citados en la línea familiar a ocupar el puesto de bisabuelos, como refleja la partida de bautismo encontrada en el Archivo de Santillana del Mar y que aquí reproducimos.

partida de bautismo de Leonardo Torres Quevedo

Leonardo José Luis
Ignocencio Torres
En el lugar de Santa Cruz, Valle de Iguña, Provincia de San-
tander, a veintinueve días del mes de Diciembre, de mil
ochocientos cincuenta y dos. Yo don Alejandro Macho Quevedo pres-
vítero cura beneficiario de esta parroquia, bauticé solemnemente a
un niño que nació el día veintiocho de dicho mes y año;
a las seis y media de la mañana; es un hijo legítimo, de Don
Luis Torres Vildósola, y de Doña Valentina de Quevedo y Maza,
residentes en este pueblo, y naturales aquél de Bilbao y
esta de Santa Cruz; siendo sus abuelos paternos Don
José Luis Torres Vildósola, y Doña Cayetana María de Urqui-
jo, vecinos de dicho Bilbao, y naturales, aquel de Santa Rosa de
Coro de Guachi, provincia de Sonora en Nueva España; y esta
del citado Bilbao; y los maternos Don José Manuel de
Quevedo y Doña Apolinaria de la Maza y Escalera, vecinos que
son y fueron de dicha Santa Cruz, y naturales, aquel de este
pueblo, y esta de Adal, jurisdicción de Trasmiera; se le
puso por nombre Leonardo, José, Luis, Ignocencio,
y fueron sus padrinos Don José Manuel de Quevedo y Ma-
za, y Doña Juliana de Quevedo y Maza, tíos del niño, a
quienes advertí el parentesco espiritual, y demás obligaciones
que contrayeron; siendo testigos, Don Isidro Tagle, y José
del Conde, vecino aquél de Arenas, y este de Santa Cruz, y para
que conste estiendo; y autorizo la presente par-
tida en este papel del sello de oficio. Ita ut supra.
Alejandro Macho
Quevedo

Lo que llama más la atención de este hecho es constatar el lugar de nacimiento del abuelo del inventor, situado en el México actual, en el distrito de Fronteras. Y llama más la atención cuando sabemos que dicho lugar destacaba por ser el único que disponía de un presidio correspondiente con las providencias de Sonora y de Ostimuri.

Analizando esta pista podemos afirmar que el abuelo paterno de Leonardo Torres Quevedo, José Luis Torres Vildósola (Fronteras, México, 1772), había probado su hidalguía en 1792, como consta en un largo expediente de más de 800 páginas que se encuentra en el Archivo Foral de Vizcaya. Su padre era teniente de Dragones en México, siendo José Luis descendiente de los Torres, «Caballeros, Escuderos Hijosdalgo» en Andalucía, y nieto de un «veinticuatro perpetuo» de Baeza (Jaén). Por su madre era «Vínculo y Mayorazgo de las Casas Torres Solares e Infanzonas de Vildósola y Gamboa en Vizcaya». En 1801 se casó con Cayetana Urquijo Abendaño, natural de Bilbao. En 1810 ya era vecino de Bilbao, donde nacieron 7 de sus 11 hijos. En 1812, y ya como vecino de Bilbao, figura como comprador en una escritura de venta de terrenos comunes en Castillo Elejabeitia. El Ayuntamiento hacía esta venta para cubrir las deudas causadas por la guerra contra los franceses. El padre y los tíos de Leonardo se relacionaron con los linajes tradicionales de Bilbao, con quienes ya estaban emparentados los Vildósola del País Vasco: familias Urquijo, Gardoqui, Mazarredo, Gaminde, Gortázar, Munibe, Ybarra, Pery Barrenechea, &c.…

A muchos biógrafos les llama la atención que su madre decidiera regresar al Valle de Iguña para dar a luz a su segundo hijo. Las razones aludidas para que el acontecimiento ocurriese en La Montaña son peregrinas. Entre ellas hay explicaciones psicológicas de naturaleza tan frágil como pensar que la madre quisiera que su familia disfrutase del nacimiento de su segundo hijo en la casa familiar o la dada por un hijo del inventor que lo achacaba a estar de vacaciones, pero dicha explicación es tan poco plausible como la anterior ya que ir en diligencia de Bilbao a Iguña, cruzar en barca Laredo, y pasar infinidad de incomodidades en un estado avanzado de gestación, ponen en duda dicha explicación.

Nace por tanto Leonardo Torres Quevedo en Santa Cruz de Iguña, aunque residía habitualmente en Bilbao. Posiblemente por los desplazamientos laborales de su padre en algunas etapas de su niñez vivía con familiares o amigos de su familia. Tras acabar el Bachillerato en Bilbao se desplaza a París para proseguir estudios durante otros dos años. Por esta época, el padre de Leonardo Torres Quevedo trabajaba en la empresa del ferrocarril Sevilla-Cádiz. La familia se traslada a Madrid en 1870. Al año siguiente, Leonardo ingresa en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, finalizando sus estudios en 1876, con el número cuatro de una promoción de siete. Durante este tiempo, tuvo lugar el sitio de Bilbao por las tropas carlistas, y Leonardo Torres Quevedo se alistó voluntario para la defensa de la ciudad. Cuentan que le dieron un viejo mosquetón para que el joven defendiese el paso de un puente.

Ejerce brevemente la profesión, en los ferrocarriles, y viaja por Europa, impregnándose del progreso científico y de los nuevos adelantos de la técnica en una época en que comenzaban las aplicaciones de la electricidad.

A su regreso, se instala en Cantabria, donde se casa en 1885 y fija en ella, concretamente en el pueblo de Portolín, la residencia del matrimonio durante sus primeros años. Según nos contaba Doña Manolita, el inventor cortejaba a Doña Jimena Polanco, pero debido a que esta joven tardaba mucho tiempo en arreglarse, dejaba a Leonardo en compañía de su hermana Luz para que le entretuviese la espera, el resultado fue que entre tanto entretenimiento acabó casándose con esta.

Ocho hijos serán el fruto de este matrimonio; uno de ellos también sería ingeniero, y colaboraría con su padre en diversos trabajos. Leonardo Torres Quevedo dedica estos años al estudio y a la experimentación por cuenta propia. En 1893, a los 41 años, presenta su primer trabajo científico, iniciándose un período de frenética actividad de unos 30 años de duración. Es de destacar que hasta que empezó a ser conocido por sus inventos él mismo sufragó sus investigaciones.

En 1899 se traslada a Madrid, donde participa, aunque no activamente, en la vida cultural de la capital. Desde hacía unos años disfrutaba de considerable fama y prestigio. En 1901 es nombrado Director del recién creado «Laboratorio de Mecánica Aplicada» (después, de Automática), cargo en el que desarrollaría gran parte de su producción científica posterior. Dicho Laboratorio se había creado posteriormente a una campaña en este sentido promovida por el Ateneo de Madrid, y sería pionero en nuestro país en la fabricación de material de calidad para la experimentación científica. Torres Quevedo falleció el 18 de diciembre de 1936, en Madrid, a punto de cumplir 84 años de edad. En plena Guerra Civil, el acontecimiento pasó inadvertido, alcanzando la noticia de su muerte cierta resonancia en el extranjero.

2. Apunte lingüístico

La relación de Leonardo Torres Quevedo con el esperanto es un aspecto olvidado por los más conocidos de sus biógrafos (González Posada, Santesmases o Rodríguez Alcalde), situación nada anormal ya que no existe tampoco ninguna referencia en el archivo familiar a dicho interés.

La primera referencia que conocemos de la relación de Leonardo Torres Quevedo con el esperanto se produce en Bilbao en 1906. En ese momento los primeros esperantistas vascos tomaron algunas iniciativas para formar un grupo local dedicado a la propaganda del idioma, que no alcanzaron gran acogida. Torres Quevedo hizo unas declaraciones públicas favorables al idioma ante círculos intelectuales, lo que produjo resultados muy positivos, que ayudaron a la constitución de uno de los grupos pioneros en el país.

La referencia de mayor interés en la relación de Leonardo Torres Quevedo con el esperanto es de comienzo de los años 20. Tiene lugar además en una circunstancia que evidencia la gran proyección internacional que tenía Leonardo Torres Quevedo en aquellos tiempos: nos referimos a su participación en el Comité (Comisión) Internacional de Cooperación Intelectual.

José EchegarayJosé Echegaray

Entre los miembros que formaban parte del comité, además de Leonardo Torres Quevedo, se encontraban intelectuales de la talla de Albert Einstein, Hendrik Lorentz, Marie Curie, Jules Destreé, Gilbert Murray, Gonzague de Reynold, y el filósofo francés Henri Bergson, que fue su primer presidente. Sin embargo, el Comité fue incapaz de cumplir la ambiciosa misión que le había sido encomendada. Su aportación apenas se concretó en fijar unas reuniones anuales de sus miembros y comprobar que carecían de todo poder para influir en los gobiernos. En 1924 se fundó un Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, bajo los auspicios del Comité, con un carácter más estable, y con sede en París.

En abril de 1922 había tenido lugar en la sede de la Sociedad de Naciones una Conferencia sobre la enseñanza del esperanto en las escuelas, que dio como resultado un informe del Secretariado General adoptado por la tercera Asamblea de la Sociedad en septiembre del mismo año, para su envío al Comité de Cooperación Intelectual, «para que este organismo diera su opinión sobre los distintos aspectos del problema de la lengua internacional».

Fue precisamente Torres Quevedo quien tomó la iniciativa, proponiendo el primer día de la reunión la siguiente moción: «El Comité, convencido de la utilidad que tendría un idioma auxiliar artificial para facilitar las relaciones científicas entre los distintos pueblos, establece una subcomisión encargada de estudiar, con la ayuda de expertos, las diversas soluciones que le han sido propuestas».

Aunque casi la mitad de los miembros del Comité eran en favorables al esperanto, la moción de Torres Quevedo se encontró con la oposición decidida de algunos otros participantes. Así, el poeta Gonzague de Reynold apoyó el uso del latín «ya conocido por los católicos y los intelectuales». El ministro belga Jules Destrée afirmó que apoyaba el uso del esperanto para el pueblo, pero no para los intelectuales. Otros miembros preferían centrar sus esfuerzos en el aprendizaje de los idiomas nacionales. Finalmente, otros como el profesor de Oxford Lowes Dickinson y el matemático holandés Hendrik Lorentz preferían que el asunto se estudiase con mayor calma y que el fondo no se decidiera en ese momento. No obstante, la principal oposición vino del propio presidente del Comité, Henri Bergson, que se oponía a que el Comité estudiase el tema. Se trataba de una decisión política del gobierno francés de la época, cuyo ministro de Instrucción Pública, Léon Bérard, había prohibido poco antes la enseñanza del esperanto en las escuelas francesas, y deseaba evitar la competencia que este idioma podía suponer como la principal lengua de relación internacional, un puesto que el francés desempeñaba sin ninguna discusión en aquellos momentos.

La decisión del gobierno francés era clara. Ya dos semanas antes de la reunión el embajador francés en Berna había enviado un mensaje al Ministerio de Asuntos Extranjeros informando sobre los intentos de recomendar el esperanto como idioma internacional en el seno de la Liga. No se olvidaba de señalar que el proponente de la moción en el seno del Comité de Cooperación Intelectual era Torres Quevedo, al que calificaba de «farouchement espérantiste» (esperantista feroz).

Desde su posición como presidente del Comité, Bergson pudo utilizar su influencia para neutralizar la propuesta de Torres Quevedo. Empleando el pretexto de que el esperanto no estaba entre las cuestiones que tenía previsto tratar el Comité de forma oficial, consiguiendo así que no se estudiara la cuestión.

Para el siguiente capítulo de la relación de Leonardo Torres Quevedo con el esperanto debemos esperar al fin de la Gran Guerra, a la Conferencia Internacional celebrada en París entre el 14 al 16 de mayo de 1925 con el fin de aplicar el esperanto a las ciencias. Participaron en la Conferencia algo más de 200 hombres de ciencia, de distintos países. El gobierno español envió una representación oficial, nombrada por Real Orden de fecha 10 de marzo de 1925. La componían Leonardo Torres Quevedo, nombrado por el Ministerio de Instrucción Pública, y dos ilustres militares científicos, nombrados por el Ministerio de la Guerra: Vicente Inglada y Emilio Herrera. Las gestiones para el nombramiento oficial de los tres científicos españoles habían sido llevadas a cabo por Julio Mangada. Mangada da cuenta de la conversación en la que le comunicó el nombramiento, e informa de la actitud de Leonardo Torres Quevedo hacia el esperanto «al que juzgó y juzga de toda necesidad para la Humanidad, bajo todos los puntos de vista». Don Leonardo cuenta también que él había sido «objeto de burlas por parte de algunos científicos por su inclinación al Esperanto y sobre todo por elevadas personas del corro científico del Ateneo», y que en su descargo había hablado de su facilidad para ser aprendido por uno mismo, sin maestro, y que había leído a sus oponentes algunos textos de una revista. Añadió también que había estudiado algo al comienzo del siglo, aunque por su constante labor no lo había podido practicar y seguir estudiando, por lo que consiguió escribirlo mejor que hablarlo.

El último capítulo de la relación de Leonardo Torres Quevedo y el esperanto en nuestro país es más bien simbólico, al no conocerse datos de su actividad en estos organismos. La primera relación se produce al fundarse la Asociación Esperantista Española fue elegido miembro del Comité de Honor de la Asociación. Por el contrario, no fue miembro del Instituto de Esperanto, para lo que se exigía un mayor compromiso con el movimiento organizado.

3. Apunte pedagógico

Sus aportaciones en el campo de las disciplinas pedagógicas se encuentran en los últimos años de su vida. No en vano las últimas patentes realizadas por el inventor giran sobre campos como las máquinas de escribir y su perfeccionamiento (patentes nº. 80121, 82369, 86155 y 87428), la paginación marginal de libros (patentes nº. 99176 y 99177), y especialmente sobre el puntero proyectable (patente nº. 116770) y el proyector didáctico (patente nº. 117853).

Es sobre estas dos últimas sobre las que centraremos nuestro análisis, al ser sus aportaciones más interesantes a este campo.

En cuanto al puntero proyectable, más conocido entre nosotros como puntero laser, el propio inventor señala sus intenciones: Bien conocidas son las dificultades con las que tropieza un profesor para ilustrar su discurso, valiéndose de proyecciones luminosas. Necesita colocarse frente a la pantalla-cuidando de no ocultar la figura proyectada- para llamar la atención de sus alumnos sobre los detalles que más les interesan y enseñárselos con un puntero.

patente de Leonardo Torres Quevedo

Se basa en la sombra producida por un cuerpo opaco que se mueve muy cerca de la placa proyectada. Lo que le indujo a pensar que esa sombra movible pudiese servir como puntero. A tal fin diseño un sistema articulado para desplazar un punto o puntos al lado de la placa, cuyas posiciones varían según el deseo del expositor, lo que permitía señalar al público las zonas de más interés de la diapositiva.

En cuanto al segundo de sus inventos pedagógicos, el proyector didáctico, dice: Hace ya tiempo que vengo estudiando la manera de facilitar la enseñanza técnica, mediante el empleo de proyecciones luminosas (...). las vistas que usualmente se proyectan están fotografiadas cada una en una diapositiva de vidrio y todas ellas se van colocando una a una, frente a la linterna, en un cuadro dispuesto para recibirlas (...), me he decidido a estudiar la manera de construir, proyectar y cambiar las vistas, teniendo en cuenta su constitución (...) pudiera, a mi juicio, ejecutarse más ventajosamente por el aparato representado en la figura que describo.

Bibliografía

  1. Actas del I, II y III Simposio «Leonardo Torres Quevedo: su vida, su tiempo, su obra», Amigos de la Cultura Científica, 1987, 1991 y 1995.
  2. José Antonio del Barrio Unquera, «Leonardo Torres Quevedo y el esperanto», en Leonardo Torres Quevedo: conmemoración del sesquicentenario de su nacimiento (1852), coord. por Francisco González de Posada, 2003, ISBN 84-95486-63-6, págs. 281-302
  3. F. González de Posada, Leonardo Torres Quevedo, BEX, Biblioteca de la Ciencia Española.
  4. F. González de Posada, En torno a Torres Quevedo. Prólogo de la conmemoración del cincuentenario de su muerte, Amigos de la Cultura Científica, Santander 1987.
  5. J. A. N. Lee, Computer Pioneers, IEEE Computer Society Press, 1995.
  6. Brian Randell, «From Analytical Engine to Electronic Digital Computer: The Contributions of Ludgate, Torres and Bush», Annals of History of Computing, vol. 4, vº 4, 1982, págs. 327-341.
  7. Brian Randell, Origins of Digital Computers: Selected Papers, 3rd edition, Springer-Verlag, Berlin 1982 (Nota: incluye: Essays on Automatics - Its Definition - Theoretical Extent of its Applications (original de 1914) y Electromechanical Calculating Machine, de 1920).
  8. L. Rodríguez Alcalde, Torres Quevedo y la Cibernética, Ediciones Cid, Madrid 1966.
  9. L. Rodríguez Alcalde, Biografía de D. Leonardo Torres Quevedo, CSIC, Institución Cultural de Cantabria, Madrid 1974.
  10. J. G. Santesmases, Obra e inventos de Torres Quevedo, Instituto de España, Madrid 1980.
  11. Registro de la Propiedad Intelectual, Patentes de Invención de Don Leonardo Torres Quevedo, Ministerio de Industria y Energía, Madrid 1988.
  12. Amigos de la Cultura Científica, Leonardo Torres Quevedo en y desde Cantabria, Asamblea Regional de Cantabria, Santander 1991.
  13. Manuel de la Fuente Merás, Leonardo Torres Quevedo: Proyecto educativo para la recuperación de su figura. Cive, Uib, Palma de Mallorca 2003.
  14. Manuel de la Fuente Merás, «Leonardo Torres Quevedo en su 150 aniversario», 1ªs Jornadas de Innovación e Investigación Educativa, Gobierno de Cantabria, Santander 2003.

 

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